martes, 20 de febrero de 2018

Oliva Sabuco de Nantes: Coloquio del conocimiento de sí mismo

COLOQUIO DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO
Títulos I a V

CARTA DEDICATORIA AL REY NUESTRO SEÑOR

UNA humilde sierva y vasalla, hincadas las rodillas en ausencia, pues no puede en presencia, osa hablar. Diome esta osadía y atrevimiento aquella ley antigua de la alta caballería, a la cual los grandes señores y caballeros de alta prosapia, de su libre y espontánea voluntad, se quisieron atar y obligar, que fue favorecer siempre a las mujeres en sus aventuras. Diome también atrevimiento aquella ley natural de la generosa magnanimidad, que siempre favorece a los flacos y humildes, como destruye a los soberbios. La magnanimidad natural, y no aprendida, del león (rey y señor de los animales) usa de clemencia con los niños y con las flacas mujeres, especial si, postrada por tierra, tiene osadía y esfuerzo para hablar, como tuvo aquella cautiva de Getulia, huyendo del cautiverio por una montaña donde había muchos leones, los cuales todos usaron con ella de clemencia y favor, por ser mujer y por aquellas palabras que osó decir con gran humildad, Pues así yo, con este atrevimiento y osadía, oso ofrecer y dedicar este mi libro a vuestra Católica Majestad, y pedir el favor del gran León, rey y señor de los hombres, y pedir el amparo y sombra de las aquilinas alas de vuestra Católica Majestad, debajo de las cuales pongo este mi hijo, que yo he engendrado, y reciba vuestra Majestad este servicio de una mujer, que pienso es el mayor en calidad que cuantos han hecho los hombres, vasallos o señores, que han deseado servir a vuestra Majestad; y aunque la Cesárea y Católica Majestad tenga dedicados muchos libros de hombres, a lo menos de mujeres pocos y raros, y ninguno de esta materia. Tan extraño y nuevo es el libro, cuanto es el autor. Trata del conocimiento de sí mismo, y da doctrina para conocerse y entenderse el hombre a sí mismo y a su naturaleza, y para saber las causas naturales por qué vive y por qué muere o enferma. Tiene muchos y grandes avisos para librarse de la muerte violenta. Mejora el mundo en muchas cosas, a las cuales, si vuestra majestad no puede dar orden, ocupado en otros negocios, por ventura los venideros lo harán; de todo lo cual se siguen grandes bienes. Este libro faltaba en el mundo, así como otros muchos sobran. Todo este libro faltó a Galeno, a Platón y a Hipócrates en sus tratados De natura humana, y a Aristóteles cuando trató De anima y De vita et morte. Faltó también a los naturales, como Plipio, Eliano y los demás, cuando trataron De nomine. Ésta era la filosofía necesaria, y la mejor y de más fruto para el hombre, y ésta toda se dejaron intacta los grandes filósofos antiguos. Ésta compete especialmente a los reyes y grandes señores, porque en su salud, voluntad y conceptos, afectos y mudanzas, va más que en las de todos. Ésta compete a los reyes, porque conociendo y entendiendo la naturaleza y propiedades de los hombres, sabrán mejor regirlos y gobernar su mundo, así como el buen pastor rige y gobierna mejor su ganado cuando le conoce su naturaleza y propiedades. De este Coloquio del conocimiento de sí mismo y naturaleza del hombre, resultó el diálogo de la que Vera medicina allí se vino nacida, no acordándome yo de medicina, porque nunca la estudié; pero resulta muy clara y evidentemente, como resulta la luz del sol, estar errada la medicina antigua, que se lee y estudia, en sus fundamentos principales, por no haber entendido ni alcanzado los filósofos antiguos y médicos su naturaleza propia, donde se funda y tiene su origen la medicina. De lo cual, no solamente los sabios y cristianos médicos pueden ser jueces, pero aun también los de alto juicio de otras facultades, y cualquier hombre hábil y de buen juicio, leyendo y pasando todo el libro; de lo cual, no solamente sacará grandes bienes en conocerse a sí mismo y entender su naturaleza, afectos y mudanzas, y saber por qué vive o por qué muere o enferma, y otros grandes avisos para evitar la muerte violenta, y cómo podrá vivir feliz en este mundo, pero aun también entenderá la medicina clara, cierta y verdadera, y no andará a ciegas con ojos y pies ajenos, ni será curado del médico como el jumento del albéitar, que ni ve ni oye ni entiende de lo que curan, ni sabe por qué ni para qué. Pero especialmente los médicos de buen juicio, cristianos, libres de intereses y magnánimos, que estimen más el bien público que el suyo particular, luego verán de lejos relucir las verdades de esta filosofía, como relucen en las tinieblas los animalejos lucientes en la tierra, y las estrellas en el cielo; y el que no la entendiere ni comprendiere, déjela para los otros y para los venideros, o crea a la experiencia, y no a ella, pues mi petición es justa, que se pruebe esta mi secta un año, pues han probado la medicina de Hipócrates y Galeno dos mil años, y en ella han hallado tan poco efecto y fines tan inciertos como se ve claro cada día, y se vido en el gran catarro, tabardete, viruelas y en pestes pasadas, y otras muchas enfermedades, donde no tiene efecto alguno, pues de mil no viven tres todo el curso de la vida hasta la muerte natural, y todos los demás mueren muerte violenta de enfermedad, sin aprovechar nada su medicina antigua. Y si alguno, por haber yo dado avisos de algunos puntos de esta materia en tiempo pasado, ha escrito o escribe, usurpando estas verdades de mi invención, suplico a vuestra Católica Majestad mande las deje, porque no mueva a risa, como la corneja vestida de plumas ajenas. Y no se contente vuestra Majestad con oírlo una vez, sino dos y tres; que cierto él dará contento y alegría, y gran premio y fruto. Tuve por bien de no enfadar con la ostentación de muchas alegaciones ni refutaciones, porque éstas impiden el entendimiento y estorban el gusto de la materia que se va hablando. Cuán extraño, más alto, mejor y de más fruto es este libro que otros muchos, tan extrañas, mejores y extraordinarias mercedes espera esta humilde sierva de vuestra Majestad, cuyas reales manos besa, y en todo, próspero suceso, salud, gracia y eterna gloria desea.

  Catholicæ tuæ Majestatis ancillæ,

CARTA EN QUE DOÑA OLIVA PIDE FAVOR Y AMPARO CONTRA LOS ÉMULOS DESTE LIBRO

Al ilustrísimo señor don Francisco Zapata, conde de Barajas, presidente de Castilla y del Consejo de Estado de Su Majestad, doña Oliva Sabuco, humilde sierva, salud, gracia y eterna felicidad desea.

COSA natural es, ilustrísimo señor, que la semejanza en condición y estudio causa amor, afición y deseo de servir; pues como yo vea en vuestra señoría ilustrísima un cuidado y estudio tan extraño y raro, tan olvidado y que tan pocos lo tienen, que es mejorar este mundo y sus repúblicas de muchas y grandes faltas que en él hay, con un ingenio tan alto y raro, que para conocerlas y enmendarlas es bastante, con juicios y sentencias que vencen las de Salomón y deshacen los engaños y versucias humanas, aventajándose siempre, imitando aquel antiguo oficio de su generosa y alta prosapia, en favorecer y servir a su rey y señor; y en esto, yo en mi manera, indigna de tal cuidado, como sombra siga las dichosas pisadas en este deseo muchos años ha; acordé encomendar esta obra y pedir favor a vuestra señoría ilustrísima, aclarando y significando dos yerros grandes que traen perdido al mundo y sus repúblicas, que son: estar errada y no conocida la naturaleza del hombre, por lo cual está errada la medicina; y este yerro nació de la filosofía y sus principios errados, por lo cual también gran parte, y la principal, de la filosofía, está errada. Y de lo uno y de lo otro, lo que se lee en escuelas no es así, y traen engañado y errado al mundo con muy grandes daños. Todo lo cual, si el Rey nuestro señor, y vuestra señoría ilustrísima en su nombre, fuese servido de concederme su favor y mandar juntar hombres sabios (pues es cosa que tanto monta para mejorar este mundo de Su Majestad, y mejorar el saber, salud y vida del hombre), yo les probaré y daré evidencias cómo ambas cosas están erradas, y engañado el mundo, y que la verdadera filosofía y la verdadera medicina es la contenida en este libro, que yo, indigna, ofrezco y encomiendo a vuestra señoría ilustrísima (que representa la persona real), y pongo debajo de sus alas y amparo, y a mi con él; que aunque de tal favor me siento indigna, a lo menos es negocio tan alto y que tanto monta al mundo y al servicio de Su Majestad, merezca el alto favor y amparo de vuestra señoría ilustrísima, para dar luz de la verdad al mundo y para que los venideros gocen de filosofía y de la alegría y contento que consigo tiene; pues los pasados no gustaron sino de obscuridad y tormento, que los falsos principios causaron; y así un yerro nació de otro. Vale.
  Omnia vincit veritas.

SONETOS EN ALABANZA DE LA AUTORA Y DE LA OBRA

Compuestos pon el licenciado don Juan de Sotomayor , vecino de la ciudad de Alcaraz.

  OLIVA, de virtud y de belleza,
  Con ingenio y saber hermoseada;
  Oliva, do la ciencia está cifrada
  Con gracia de la suma eterna alteza;

  Oliva, de los pies a la cabeza
  De mil divinos dones adornada;
  Oliva, para siempre eternizada
  Has dejado tu fama y tu grandeza.

  La oliva en la ceniza convertida.
  Y puesta en la cabeza, nos predica
  Que de ceniza somos y seremos;

  Mas otra Oliva bella, esclarecida.
  En su libro nos muestra y significa
  Secretos que los hombres no sabemos.

***
 
  LOS antiguos filósofos buscaron,
  Y con mucho cuidado han inquirido
  Los sabios que después dellos ha habido,
  La ciencia, y con estudio la hallaron;

  Y cuando ya muy doctos se miraron,
  Conocerse a sí propios han querido.
  Mas fue trabajo vano y muy perdido.
  Que deste enigma el fin nunca alcanzaron;

  Pero, pues ya esta Oliva generosa
  Da luz y claridad y fin perfecto
  Con este nuevo fruto y grave historia,

  Tan alto, que natura está envidiosa
  En ver ya descubierto su secreto.
  Razón será tener dél gran memoria.


PRÓLOGO AL LECTOR

COSA injusta es y contra razón, prudente lector, juzgar de una obra sin verla ni entenderla. Equidad y justicia hacia aquel filósofo que cuando oía alguna diferencia, atapaba la una oreja y la guardaba para oír la otra parte. Pues ésta es la merced que aquí te pido: que no juzgues de este libro hasta que hayas visto y entendido su justicia, pasándolo y percibiéndolo todo; entonces pido tu parecer, y no antes. Y suplico a los sabios médicos esperen con prudencia al tiempo, experiencia y suceso, que declaran a vista de ojos la verdad. Bien conozco que por haberse dejado los antiguos intacta y olvidada esta filosofía, y por haberse quedado la verdad tan a trasmano, parece ahora novedad o desatino, siendo, como es, la verdadera, mejor y de más fruto para el hombre. Pero si consideras lo poco que el entendimiento humano sabe, en comparación de lo mucho que ignora, y que el tiempo, inventor de las cosas, va descubriendo cada día más en todas las artes y en todo género de saber, no darás lugar, benigno lector, a que la injusta invidia, emulación o interese prive al mundo de poderse mejorar en el saber que más importa y más utilidad y fruto puede dar al hombre. Vale.


TÍTULO PRIMERO

De la plática de los pastores en que mueven la materia y proponen sus preguntas.

  Antonio. ¡Qué lugar este tan alegre, apacible y grato para la dulce conversación de las musas! Asentémonos, y aflojemos las venas del cuidado, pues este alegre ruido del agua, el dulce murmurar de los árboles al viento, el suave olor de estos rosales y prado, nos convidan a filosofar un rato.

  Veronio. ¿Quién es aquél que pasa por el camino?

  Rodonio. Aquél es Macrobio, mi padre, que va a su heredad.

  Ant. Por cierto yo juzgara que era algún mancebo, según la disposición que lleva.

  Rod. Pues a fe que pasa de noventa anos.

  Ver. ¡Cuán pocos y raros son los hombres que viven todo el curso de la vida, y llegan a morir la muerte natural, que se pasa sin dolor, y viene por acabarse el húmido radical! y vemos a esotros animales comúnmente que viven el curso de su vida hasta la muerte natural, y sin enfermedades, o muy raras.

  Rod. Por cierto es de considerar, si de esto hubiera alguna lumbre en el mundo, que el hombre supiera las causas naturales por qué enferma, o muere temprano muerte violenta, y por qué la natural fuera una gran cosa; y sí de esto alcanzáis algo, señor Antonio, muchas veces os he rogado que antes que nos muramos mejoremos este mundo, dejando en él escrita alguna filosofía que aproveche a los mortales, pues hemos vivido en él y nos ha dado hospedaje, y no nacimos para nosotros solos, sino para nuestrorey y señor, para los amigos y patria y para todo el mundo.

  Ver. Si vos pedís eso, señor Rodonio, yo pido otra cosa, y es, que me declaréis aquel dicho, escrito con letras de oro en el templo de Apolo: Nosce te ipsum, Conócete a ti mismo; pues los antiguos no dieron doctrina para ello, sino sólo el precepto, y es cosa que tanto monta conocerse el hombre, y saber en qué difiere de los brutos animales; porque yo veo en mí que no me entiendo ni me conozco a mí mismo, ni a las cosas de mi naturaleza, y también deseo saber cómo viviré felice en este mundo.

  Ant. Dijo Galeno: “Ninguna evidente razón hay que nos muestre por qué viene la muerte”. Hipócrates dijo: “Yo alabaría al médico que yerra poco, porque perfecta y acabada certinidad de la medicina no se alcanza”. Y Plinio dijo: “No sabe el hombre por qué vive ni por qué muere”. También dijo, señor Veronio, el divino Platón, de vuestra pregunta, estas palabras: “Cosa muy ardua y dificilísima es conocerse el hombre a sí mismo”; y dijo que el conocimiento de sí mismo no consiste en otra cosa sino en conocer el ánima divina y eterna; y no pasó de allí; ¿y queréis que en cosas tan altas y no alcanzadas de grandes varones os responda y dé satisfacción un pastor?


TÍTULO II

  Que los afectos de la sensitiva obran en algunos animales.

  Ver. ¡Oh santo Dios! ¡y qué seguida y acosada viene aquella perdiz del azor! y en verdad que se abate a valerse de nosotros, como es cosa natural, que todos los animales se acogen al hombre en sus necesidades.

  Ant. Mas antes, señor Veronio, cayó muerta; veisla aquí.

  Ver. Por mi vida, así es, muerta está.

  Ant. ¡Oh cuán eficaces son los afectos y pasiones del espíritu sensitivo para matar! Este caso responde a vuestra pregunta, y nos da materia fecunda y bastante para este rato de conversación.

  Rod. ¿No es cosa de notar, que venía volando esta perdiz, sana, y fue bastante el temor y congoja a quitarle la vida en un momento?

  Ant. ¿De eso os espantáis, señor Rodonio? Pues quiéroos contar de otros animales, para que veáis cuánto obran los afectos de la sensitiva para vivir o morir. Plinio dice que un pescado langosta teme tanto al pulpo, que en viéndose cerca de él, se muere y pierde del todo la vida. Y si el congrio ve cerca de sí la langosta, hace lo mismo. Y cuenta el mismo Plinio de el delfín, que es muy amigo de la conversación del hombre, y que uno de ellos tomó amistad y conversación con un niño que vivía cerca de un lugar marítimo, de manera que muchas veces llegaba el niño a la ribera del mar, y lo llamaba por este nombre, Simón, y el delfín luego venía, y el niño le daba pedazos de pan y otras muchas cosas; el delfín se ponía de manera que el niño subía encima, y lo llevaba y paseaba por la mar, y lo volvía a tierra. Continuando, pues, esta conversación y amistad, diole una enfermedad al niño,de que murió. El delfín, viniendo un día y otro al puesto donde ejercitaba su amistad, como no acudía el niño, siempre lo veían en aquel lugar, gimiendo en semejanza de lloro, hasta tanto que allí mismo lo hallaron muerto. Cuenta también Eliano de otro delfín, que teniendo la misma conversación con otro mozuelo, lo paseaba cada día por el mar, y una vez al subir se descuidó el delfín de bajar las espinas de el lomo de manera que el mozuelo se hincó una espina por la ingle, y andando por el mar, se desangró y cayó muerto; de lo cual el delfín tomó tanto pesar, que vino corriendo y se arrojó fuera del agua en tierra, donde se dejó morir. ¿Paréceos, señor Rodonio, que obran estos afectos en los animales por el instinto y memoria sensitiva que tienen? Cuenta también Plinio que en el tiempo que Roma florecía se ayudaban los romanos, en la guerra, de los elefantes, y llevaban capitanía de ellos por sí; los cuales, por su gran instinto, dice el mismo Plinio que entendían el pregón en la lengua romana, y llegando un día el ejército romano a un gran río, que tenía el vado dificultoso, mandaron pasar los elefantes delante, y el elefante capitán, que se nombraba Áyax, no osando pasar, estuvo detenido el ejército romano gran pieza, en tanto que fue menester pregonar que el elefante que primero pasase el rio le harían capitán, y entonces un elefante, que se llamaba Patroclo, osó pasar, y pasó el río, y todos los demás elefantes tras él, y el ejército romano. Y llegados a la otra parte del río, luego Antíoco cumplió lo que había hecho pregonar, quitando al Áyax las insignias que llevaba de capitán, a manera de jaeces y ornamentos dorados, y las mandó poner al Patroclo, por lo cual el Áyax nunca más comió bocado, y a tercero día lo hallaron muerto. También cuenta Plinio del perro y del caballo casos notables, que muertos sus amos, sin más querer comer bocado, murieron.

  Ver. Bien creo que esto pasa en muchos animales, y acontece cada día, aunque no se echa de ver, y es cosa notable; pero deseo mucho saber si acontece esto mismo a los hombres.

  Ant. ¡Jesús, señor! Mucho más, sin comparación, porque tiene las tres partes del ánima: la sensitiva con los animales, la vegetativa con las plantas, la intelectiva con los ángeles, para sentir y entender los males y daños que le vienen de parte de los afectos del alma, que son los mayores, y los de la sensitiva y vegetativa. Yo os contaré algunos ejemplos de hombres que murieron por el afecto del enojo y pesar, que es el que hace mayor daño, y después procederemos por los demás afectos.


TÍTULO III
   
  Del enojo y pesar. Declara que este afecto del alma, enojo y pesar, es el principal enemigo de la naturaleza humana, y éste acarréales muertes y enfermedades a los hombres.

  Rod. Pues estamos en esta materia, declárame primero de raíz por qué le acontece esto más al hombre, de morir por estos afectos y pasiones del alma. Y también por qué tiene tantas diferencias de enfermedades, que esotros animales no tienen, para que vengamos al conocimiento de las causas por qué muere el hombre, o enferma.

  Ant. Como el hombre tiene el alma racional (que los animales no tienen), de ella resultan las potencias, reminiscencia, memoria, entendimiento, razón y voluntad, situadas en la cabeza, miembro divino, que llamó Platón silla y morada del ánima racional, y por el entendimiento entiende y siente los males y daños presentes, y por la memoria se acuerda de los daños y males pasados, y por la razón y prudencia teme y espera los daños y males futuros, y por la voluntad aborrece estos tres géneros de males, presentes, pasados y futuros; y ama y desea, teme y aborrece, tiene esperanza y desesperanza, gozo y placer, enojo y pesar, temor, cuidado y congoja. De manera que sólo el hombre tiene dolor entendido espiritual de lo presente, pesar de lo pasado, temor, congoja y cuidado de lo por venir. Por todo lo cual les vienen tantos géneros de enfermedades y tantas muertes repentinas, cuando el enojo o pesar es grande, que es bastante en un momento a matarlos. Y cuando es menor los pone gafos, y los mata en pocos días o más a la larga (según la fuerza del enojo); y si es menor, que no mata, deja por las mismas humor para enfermedad en el cuerpo, y así son causa de las enfermedades. Las causas y el porqué y cómo esto pasa en el hombre, yo lo diré adelante, porque agora no nos divirtamos de esta materia de ver cuánto obran los afectos en el hombre, así para muertes presentáneas, como para otras muertes, de allí a algunos días, y enfermedades.

  Rod. Pues contadme, por vuestra vida; que holgaré mucho de oír esas muertes.

  Ant. En Roma, estando el gran Pompeyo en unos comicios, acaso le cayeron unas gotas de sangre de un hombre herido en la ropa, y luego mandó a un paje llevarla, y traer otra. Llegó el paje a dar la ropa a Julia, su mujer, y antes que dijese a qué venía, así como vido Julia las gotas de sangre en la ropa de su marido, luego se cayó amortecida, y malparió y murió.

  Rod. Por cierto ella fue muy apresurada, que aun no quiso esperar a oír el mensaje, y entendiera que la sangre no era de su marido.

  Ant. Ahí veréis vos, señor Rodonio, cuánto obra en los mortales el afecto del amor cuando se pierde lo que se ama, pues sola la imaginación falsa y sombra del mal, que fue la sospecha de lo que podía ser, sin estar cierta, la mató en un momento.

  Rod. Pasá adelante en estos cuentos, señor Antonio, por hacernos merced, que nos deleitan y alegran en extremo, pues el lugar y el tiempo nos convida a ello, y me parece que montará mucho saberlos, para que yo (escarmentando en cabeza ajena) me sepa guardar, y no me acaezca otro tanto, entendiendo bien la fuerza y operación de estos afectos.

  Ant. En el tiempo del rey don Alfonso XI, siendo gobernadores del reino dos infantes, don Pedro y don Juan, tíos del rey don Pedro, que era niño, habiendo hecho muchas guerras y batallas en la tierra de Granada, como esforzados y valientes caballeros, volviéndose para tierra de cristianos, venía don Pedro en la vanguardia, y don Juan en la retaguardia; cargó gran multitud de moros, que venían haciendo tan grande daño en la retaguardia, que tuvo necesidad de enviar a decir a don Pedro que se detuviese y le viniese a socorrer; lo cual queriendo él hacer con grande ánimo y voluntad, halló su gente tan acobardada, que no quería volver contra los moros, ni pudo hacerles por ninguna vía volver a socorrer a su tío y amigo. Tomó de esto tanto enojo y pesar, que sacó la espada para herirlos, y sin poderla menear, perdió luego el habla y sentido, y cayó muerto del caballo, sin más menearse ni quejarse, ni otra señal de vivo. Algunos de los suyos, viendo esto, volvieron a dar noticia dello al infante don Juan, y sabido por él tan doloroso y triste caso, tomó tanto enojo y pesar, que luego perdió el sentido y habla, y se puso gafo y tullido de todos sus miembros, que no pudo menearse, y luego a la tarde murió.

  Rod. Por cierto, señor, extraño caso fue ése en caballeros tan animosos y magnánimos.

  Ant. Pues sabed que en tiempo del cristianísimo emperador don Carlos V, en las guerras de Hungría, en el cerco de Buda, era capitán Raisciao Suevo, el cual, como cuenta Paulo Jovio{NOTA Essais, Livre I, chapitre 2}, tenía un hijo, valiente mancebo, el cual, sin dar parte a su padre, hizo un desafío, y vinieron a batalla a vista de los campos, estando los grandes del ejército, con el capitán, mirando la batalla de los dos; hacíalo maravillosamente él de su parte, que no sabían quien era, y alabábanlo, pero al fin fue vencido y muerto. Queriendo saber el capitán y los demás quién era tan buen caballero, fueron allá y lo mandaron desarmar, y en quitándole la visera, y en conociendo el capitán, por la cara y cierta joya que traía al cuello, que aquel era su hijo, en el mismo instante se cayó muerto, y lo enterraron con su hijo; y claro está que no era pusilánime, pues tal cargo tenía. Ginebra, mujer de Juan Ventivolo, murió de repentino dolor, que le dijeron de súbito que sus hijos habían sido vencidos en una batalla. Son tantos y tan en número los ejemplos que en esto se podrían traer, que era hacer un gran volumen, y estorbar nuestro propósito y materia, y por evitar prolijidad los dejo. Mariana, porque vido su hijo caer en un charco en zabulléndose en el agua, que lo perdió de vista, se cayó muerta, y a poco rato el hijo sano y bueno lloraba la madre muerta. En nuestros tiempos hemos visto a muchos, por sólo caer en desgracia del rey nuestro señor, o por oír de su boca algunas palabras retándoles lo mal hecho, irse a su casa y echarse en la cama, y a pocos días morir, como tendrán buena experiencia los que en ello han mirado, que son muchos y de notar, a los cuales no es razón que los nombremos aquí, y murieron también de pesar de perder el favor del Rey, como cosa de gran pérdida y que ellos tanto amaban y estimaban, y con razón se debe estimar. De manera que una gran pérdida (como causa y fuente de pesar y enojo) luego tiene de mano la muerte, en perdiendo la esperanza de remedio. En nuestros días también vimos al arzobispo de Toledo, fray Bartolomé de Miranda, preso y despojado de su silla, y llevado a Roma, y en mucho tiempo que su pleito se trató, vivía con la esperanza mientras estuvo en duda el fin; pero cuando llegó la sentencia definitiva del Papa, luego se echó en una cama y a muy pocos días murió, porque entre tanto que está en duda el daño o pérdida, no obra este afecto del todo su potencia; por lo cual usa de este aviso, que será gran caridad y buena obra meritoria, cuando se ha de dar una mala nueva, disminuirla y ponerla en duda, y más con las preñadas, enfermos y viejos; y aun cuando sea de gran placer, no se ha de decir de golpe, sino poco a poco y poniéndola en duda, porque también el gran placer repentino mata, como adelante se dirá.

  Rod. ¡Oh alto Dios, y de cuánta eficacia son estos afectos en los hombres! De esa manera, señor, paréceme que es mejor no tener grandes cosas ni riquezas donde pueda haber grandes pérdidas, para evitar estos peligros.

  Ant. Si como adelante diremos, y aun también en pequeñas pérdidas y daños, acontece esto cada día, ¿quién podrá contar las muertes que de pequeños daños y pequeños pesares han venido? Uno porque se le murió el ganado, otro porque se hundió la mercaduría, el otro porque le hurtaron los dineros, el otro porque jugó y perdió, la otra porque perdió a su marido, la otra porque vido llevar a su hijo preso por deuda de seis reales se cayó muerta, como pocos días há vimos a Ludovica. El otro porque le engañaron, el otro por una fianza, el otro por enojo de palabras, no pudiéndose vengar; el otro porque le echaron en la cárcel, el otro porque le condenaron en la sentencia o le ejecutaron, el otro porque fue vencido en la batalla, el otro porque hizo mala venta, el otro porque por necedad erró el negocio, el otro porque se le fue el hijo o hizo algún desatino, el otro porque fue afrentado, la otra por el descontento que se juzga mal casada, la otra por una mala nueva, el otro porque perdió el favor, y por otras muchas causas menores y de poco momento, como el rey que murió por enojo de cinco higos; el otro por un vaso, el otro por no acertar la enigma de los pescadores, todos se echaron en la cama. Y por el pesar, que es la discordia entre alma y cuerpo, que llamó Platón, cesa la vegetativa y hace de flujo, y les da una calentura, y pónenle nombre de enfermedad, según a do va, y mueren en algunos días a la larga, otros se vuelven locos. Son tantos los que he visto, después que esto entiendo, que si hubiera de contarlos por menudo, primero nos anochecería, porque he visto morir de esta manera gran número, como podréis mirar en ello de aquí adelante. Este afecto de enojo y pesar obra más en las mujeres, y más en las preñadas, y así mueren infinitas de pequeños enojos y pesares, que les basta poco; pues sólo el olor del candil o pavesa, cuando se apaga, es bastante para que la mujer malpara, como dice Plinio, cuanto más una cosa que tanto obra y de tanta eficacia como es el pesar y enojo; hase de tener gran recato con ellas, y aún ponerse ley. Finalmente, le acontece al hombre lo mismo que cuando niño, y guarda aquella misma propriedad y naturaleza; porque si a un niño que tiene una haldada de higos le quitan uno por fuerza, luego los arroja todos, y llorando y echando lágrimas, se echa a estregar, así hace lo mismo después de hombre, por una pequeña pérdida contra su voluntad, arroja todos los demás bienes que tenía, y los pierde, y se echa en la sepultura, o le causa una enfermedad aquel pesar y enojo; el cual, sí por entonces no mata, deja a su hija la tristeza de aquel daño en la persona, para que más a la larga y en más tiempo la mate. Finalmente, os digo, señor Rodonio, que de cien hombres o cien mujeres, mueren los ochenta de enojo y pesar; y los niños que mueren cuando les dan sus madres pecho, también es de pequeños enojos y pesares de las madres. Finalmente, enojo y pesar no habían de tener este nombre, sino la mala bestia, que consume el género humano, o pernicioso enemigo suyo, o la hacha y armas de la muerte.


TÍTULO IV
   
  Del enojo falso. Avisa que el enojo falso o imaginado también mata como el verdadero.


  Conózcase el hombre en esto, que no solamente el enojo y pesar, cuando es cierto y verdadero, lo mata, pero aun también cuando es falso y fingido, con sola la sospecha, como a Julia y a Mariana, y otras muchas mujeres y hombres.

  Egeo, rey de Atenas, enviando a su hijo Teseo a Creta a la aventura del Minotauro, le mandó que si volvía victorioso, pusiese en las naos velas blancas; el cual, con el gran placer de la victoria, olvidó el mandato de mudar las velas a la venida; y subiéndose el padrea un risco que caía sobre el mar, para ver si venía victorioso, y viendo que no traía velas blancas, tomó tanto pesar, que desde allí se arrojó en el mar y murió.

  Píramo y Tisbe, no pudiendo gozar de sus amores en casa de los padres, concertaron que a tal hora estuviesen en cierta fuente y lugar apartado de la ciudad, donde vino la Tisbe primero, y hallando una leona en aquel lugar, perturbada toda, huyendo a una cueva, se le cayó la toca, la cual tomó la leona; y llegando Píramo, y viendo la toca de su muy amada Tisbe en poder de la leona, con la sospecha falsa y anuncio que la leona habría comido a su enamorada, tomó tanto pesar de su tardanza, que luego se mató con su espada; los cuales lodos, en muy poco tiempo que aguardaran, excusaran sus muertes.

  Rod. Por cierto, señor, grandes cosas nos habéis dicho, y dignas que se escriban para que se mejore el mundo, y los hombres sepan y entiendan por qué mueren, y sabiéndolo, sepan guardarse de tan mal peligro, que suelen decir: “Menos hieren los dardos que primero se ven venir”. Y ahora de nuevo os torno a rogar que me digáis si habrá remedios para obviar y resistir a esta mala bestia, que no haga este daño, y el género humano se defienda de ella.


TÍTULO V
   
  De los remedios notables contra enojo y pesar.

  Buenos remedios hay para los que tuvieren buenos entendimientos. El primer remedio consiste en saber y entender todo lo dicho, y las grandes fuerzas que tiene este enemigo del género humano, como por lo dicho se entenderán; y así, conociendo al enemigo, y sabiendo sus fuerzas y malas obras, el hombre no se descuidará ni le dará entrada; porque la piedra que se ve venir no hiere, como vos dijisteis, porque se le hurta el cuerpo; y si no la ve, lo hiere, como los que saben dónde está el peligro en la mar, que con prudencia se apartan y libran de él, y los que no lo saben, simplemente caen en él, como el mozuelo simple, que no conociendo ni sabiendo nada de la ballesta de lobos, tocó a la cuerda, y vino la saeta enarbolada y lo mató como a bestia, porque no supo del peligro como hombre; así el hombre y la mujer con sólo el saber y conocer esta bestia (por lo que está dicho) se librará de ella, y en tocando a su puerta sabrá a qué viene, y no le dará entrada, y se defenderá de ella.

  El segundo remedio consiste en palabras de buen entendimiento y razones del alma, y decir: “Ya te conozco, mala bestia, y tus obras y daños; no me quiero dar en despojo a ti, como los simples que no te conocían antes; más quiero sufrir este pequeño daño, que pudiera ser mayor, que no perderlo todo, y mi vida con ello,y añadir otro mal mayor encima, como perder la salud o la vida, que monta más, y por esto no se me quitará esta pérdida o daño, antes añadiré mal al mal”. A lo pasado y hecho no hay potencia que lo pueda deshacer; pues ha de ser hecho, sea hecho. Instable es la fortuna, que siempre se muda; pues quiero guardarme para otro tiempo, que éste se acabará. Dijo un sabio: “Haz de grado y a placer lo que por fuerza has de hacer”. Y decir: “Las armas de la fortuna adversa son la tristeza; si con este infortunio no me entristezco, venzo a la fortuna, y a sus fuerzas vuelvo vanas, botas y sin efecto contra mí”. Si el catedrático de Salamanca supiera este aviso cuando le hurtaron quinientos ducados, y murió a tercero día a la hora de medio día, y los dineros parecieron a la noche, viviera como sabio, y no muriera como simple, y otros muchos; y la madre que por falsa nueva de la muerte de su hijo murió, y de allí a tres horas vino sano y bueno.

  ¿Cuántas cosas juzga el hombre algunas veces por dañosas, que después se convierten en bien y en provecho? Y ¿cuántas juzga por útiles y buenas, y se convierten en malas y dañosas? Uno, por estar encarcelado y condenado a muerte, es elegido por rey; otro, por salir herido de la batalla, en la herida halló la salud; y otro se libró de una cuartana; otro, por perder el dinero en el camino, no perdió la vida cuando fue a dar en manos de salteadores; otros, de condenados a muerte y echados a leones, vinieron a ser reyes, no dándose en despojo luego a este enemigo; otros, alcanzando estados y riquezas muy deseadas y con gran trabajo, aquellas mismas fueron causa de sus males, infortunios y muertes. ¿Cuántos desearon ser emperadores y reinar, y lo alcanzaron, y fue por su mal, y para casos desastrados y muertes infelices y violentas?, y el día dichoso en que aprendieron el imperio, fue principio y causa de su desventurada suerte. Si en ejemplos nos hubiéramos de detener seria impedir nuestro intento. Y decir: “Pues Dios ha sido servido de permitir que me viniese este daño, muerte o infortunio, quiero yo querer lo que Dios quiere; Dios lo dio, Dios lo quitó; él sea loado, que él lo sabe remediar por vías que yo no entiendo; a los suyos envía Dios azotes en este mundo, y no les allega montón de castigo para el otro”. Un sabio que todo le sucedía prósperamente, vivía muy triste por ello. Dijo Séneca: “No hay hombre más infelice y desdichado que el que no le viene adversidad ninguna; porque Dios no juzga bien de éste”. Con la mucha lozanía y abundancia no granan las mieses. Las ramas muy cargadas de frutas se quiebran. La demasiada fertilidad no llega a madurez. Después de lo dicho, toma el librito Contemptus mundi, y donde se abriere, lee un capítulo.

  Rod. Por cierto, señor Antonio, con letras de oro merecían estar escritos estos remedios, y no había de haber hombre que no los sacase y los trajese consigo, como una nómina, colgando al pecho, para librarse del pernicioso enemigo del género humano y conservar su vida; pero hacedme placer, si hay algunos otros remedios me los digáis.

  Ant. Sí los hay, y consisten en palabras de un buen amigo o de médico, si le ha sucedido enfermedad por daño o por enojo; que la mejor medicina de todas es la olvidada y inusitada en el mundo, que es palabras; éstas serán conforme al caso acontecido, fuera de las dichas en el segundo remedio, como serán consolatorias y de buena esperanza, trayéndole a la memoria otros bienes que tiene, y a los que van delanteros en aquel género de trabajos y otros mayores infortunios; y la insinuación retórica.