miércoles, 31 de mayo de 2023

Leonardo Castellani: La apologética de Chesterton

LA APOLOGÉTICA

¿Apologética en una novela y en una novela policial?

¿Pero dónde?

1. Superficialmente está la apologética en los chistes, en las alusiones, en los apotegmas, en las definiciones y distingos fulminantes en los famosos saetazos con que Chesterton hace 25 años clava contra la pared al dean Inge, al arzobispo de Westminster Barnes, al novelista Wells, a todo el que se atreva a tocar ignorantemente o neciamente el Catecismo: está en la definición del socialismo del periodista Crook, en el sermoncito del Padre Brown a Flambeau trepado al árbol 1, en el suicidio de Mr. Armstrong, profesor de optimismo, en las tajantes moralejas del Libro III LA INCREDULIDAD DEL PADRE BROWN.

2. Una capa más profunda de apologética hay en la hábil construcción de las novelitas, en el carácter del Padre Brown por ejemplo. Yo veo en el pimpante curita de Essex, un gracioso y exacto símbolo, Chenterton no ha perdido su inveterada afición al símbolo. El Padre Brown es el católico tal como lo ven los ojos protestantes y tal como es en realidad, el católico visto por fuera y por dentro. El curita petizo cara de luna, simple, distraído, insignificante, extraño y vago (“o you little celibate simpleton” ) solteroncito sonso, le dice Flambeau en el momento en que creyendo haberlo vencido está en realidad en sus manos), es un ser soportable y bueno, pero que se deja a un lado hasta que se llega a un atolladero. Pero cuando se llega a un atolladero (y todo mortal llega por lo menos a un Atolladero), entonces el curita tonto se crece como un campanario, dice una palabra extraña, una palabra misteriosa que es una explosión de magnesio que ilumina todo: porque él ve las cosas como son y los otros solo las apariencias. Así el papista es un ser pobrete, atrasado, infeliz y retrógrado; pero en realidad, él tiene la clave de toda cosa, el cabo de todo nudo y sobre todo tiene la Dicha.

3. Pero la gran apologética de este libro está en la Dicha. Todos sabemos y decimos que es una dicha la fe, conforme a Cristo: “Gaudium meum do vobis” ; pero pocos han recibido el don de que esa dicha se transparente en ellos en forma de ejercer un influjo atrayente en otros. No está la cosa en que Chesterton diga en cada página de sus libros: “Yo tengo la Fe” , sino en que lo dice a carcajadas, así como Claudel lo dice a gritos. Las razones que los mártires daban ante cónsules y pretores de su creencia en Cristo, son sublimes muchas veces; pero no era eso lo que convertía a los verdugos, sino el que las dijesen riendo. Chesterton ha sido fiel a la misión que en 1908 le asignara Claudel: “rehacer una imaginación y una sensibilidad católicas, marchitadas hace cuatro siglos gracias al triunfo de la literatura puramente laica”. Pero diversamente. La mission de Claudel ha sido la de “rassembleur de la terre de Dieu”, recoger todas las cosas visibles e invisibles, ponerlas juntas para que se iluminen unas a otras y sacrificarlas a Dios en una gran hecatombe de palabras; mientras que la misión de este otro enfant terrible es la de reír, fantasear, disputar, tirarse en el pasto y hacer pininos, cantar las verdades más gordas a la tiesa Inglaterra, decir siempre lo contrario de lo que dicen Ellos, denigrar copiosamente a los políticos, banqueros, aristócratas, dentistas y literatos, embromar a sus enemigos y creer en la Iglesia Católica Romana. Pero la gracia está en que esto último es lo que le da poder y derecho a todo lo primero. La fe es lo que le permite su risa franca, insoportable, irreverente, inextinguible, inexorable. “Tan humilde y sincero, que es el único en el mundo capaz de triunfar de uno en el campo de las ideas, permaneciendo amigo suyo íntimo en la vida privada”, dijo un crítico. Es un hecho perfectamente histórico, es el caso entre Chesterton y Bernard Shaw. Comprendo ahora la devoción de este niño grande a San Francisco de Asís —cuya estatua adorna el hall de su casita de Beaconfield—, otro poeta de la dicha de creer, y otro enfant terrible que hace niñadas sublimes en los caminos dorados de la Umbría, y otro hombre inmensamente creyente y humilde, y por lo tanto inmensamente independiente y libre.

EL ÚLTIMO LIBRO DE CHESTERTON

Gilbert K. Chesterton acaba de escribir sobre Roma 2 un libro de ensayos, que no desdice de los buenos suyos. Venido a la Ciudad Eterna para notar las cosas que en ella renacen (desde el fascismo hasta el arte barroca, a la cual van saliendo ahora defensores ilustres, Croce, Claudel, Hugo Ojetti, Chesterton) ha pergeñado durante este otoño desde el observatorio de su hotel sobre el monte Pincio cinco ensayos caprichosos al modo suyo —The Story of the Statues o defense del barroco, The Pillar of the Lateran o el retorno de la Edad Media, The return of the Gods o sea el Renacimiento, The return of the Romans o sea el facismo, The Holy Island o la reaparición del poder temporal del Papa—, cinco sinfonías en tomo de la frase resurrección, llenas de fugas, fiorituras, injertos y staccati al modo suyo, porque si es verdad como él dice “que el arte barroco más bien que escultura es dibujo” , también los ensayos suyos más bien que arquitectura son música. Ha añadido un capítulo inicial The outline of a city pare dar unidad a los cinco (es inútil: no lo consigue) y dos apéndices para disculparse de no conseguirlo (es inútil: no se lo reprochamos). Ha tenido el tino de limitar y concentrar su asunto, hablar de lo que sabe solamente; y el acierto de elaborar sus impresiones (visita al Papa, entrevista con Mussolmi, visiones de arte, paisajes y notas de color) y encajarlas en unas meditaciones, haciendo así algo más que un vulgar libro de viajes. El dice que no lo pretende, antes bien protesta en el prólogo su intención de “no hacer convertidos, sino buenos turistas; no pretendo que usted acepte a Roma; solamente que comprenda a Roma” . Pero es de balde que Chesterton las eche de dibujante o de humorista, no puede sustraerse a su sino fatal de apologeta; o será que Roma es una ciudad tan papista y papal que “no se puede hablar inteligentemente de ella sin meter en el medio al Papa” , como notó cuando era secretario de Roca aquí nuestro Ingenieros, una de las pocas veces en que habló inteligentemente. El caso es que Chesterton en medio de sus salidas y sus juegos de pasapasa se encuentra al rato enseñando Catecismo a los ingleses, por medio del sentido común inglés. A los ingleses imperials que se creen únicos en el mando les recuerda que existe Italia:

…y si alguno no sabe aún que Italia vive, lo major es que venga y vea.

A los ingleses protestantes para quienes la historia de Inglaterra comienza en la Reforma, él les muestra que comienza en Julio César y mejor todavía en Gregorio el Magno:

…y si alguno piensa aún que Roma ha muerto, tolle, lege.

Y ésta es la profunda unidad de esta obra que habla de todo, unidad que no conseguía Chesterton con símbolos y paradojas: explicar. Explicar cosas malquistas a un auditorio muy irritable; mantener la atención en una clase inquieta a una materia despreciada, no hay profesor que no me entienda. Hay que agarrarlo por sorpresa. Hay que hacer milagros. Hay que hacer cabriolas. Y dichoso aquél que ha recibido de Dios la habilidad de malabarista y prestidigitador, de saber contar chistes e imitar a los gallegos, todo sirve. Así Don Bosco un día, santo hombre, enseñó el catecismo en su terruño.

En su peligroso y complicado oficio de deshacer prejuicios dañosos aunque haya que hacer a ratos el bufón para eso, Chesterton topa con un prejuicio ingles o mejor norteamericano sobre Sud América, el apodo de Dago con el cual ñas designan en Yanquilandia y en Londres. Es muy interesante para nosotros el trozo, así que lo traduzco:

“Y seguramente la hez de la borra que se nos ha ocurrido tomar o recibir del más bajo nivel de la americana inteligencia (o ininteligencia) es ahora la comunísima moda inglesa de usar la palabra Dago.

Los supuestos históricos de este apodo son muy divertidos. El Dago, generalmente hablando, es un miembro de esas oscuras razas que han colonizado Sur América y cuyo original plantel ha de buscarse en las penínsulas del Mediterráneo. Las características principales del Dago son cuchillos, harapos, pasiones románticas, conducta frenética, ajo, cebollas y guitarras. Con estas cosas los seres en cuestión originan un perpetuo barullo, enormemente desproporcionado a su importancia (o en otras palabras, a sus riquezas) y han sido un terrible estorbo a las otras sólidas sociedades que están informadas del Reino de la Ley. Hace un tiempo considerable, por ejemplo, una manga de estos matachines se agarraron en una feroz pelea a cuchillo, en la cual uno fue dejado por muerto y el resto fue perseguido por los amigos del finado en una típica “vendetta” . Este sórdido incidente fue exagerado y hecho el asunto de unos dramas o melodramas, de modo que hasta los chicos de la escuela aprenden hoy que el nombre del muerto era Julio César, y que el otro tipo que lo mató hizo una especie de protesta oratoria de ser su hijo o su amigo. Otros incidentes por el estilo, miserables y sensacionales, han halagado desgraciadamente la vanidad de los Dagos; un Dago de uno de esos sucios islotes parece que se disparó y sentó de soldado, como tantos otros chiflados, y causó notable agitación en toda Europa, hasta que su criminal carrera acabó naturalmente en ser agarrado y metido en una cárcel en Santa Elena. Hoy otra sórdida historia, en la cual no hay que parar mucho, acerca de un mariner vagabundo que se alababa verdaderamente de un modo poco respetable y que acabó después por descubrir América. Se ha dicho una vez con malhumor que el descubrimiento éste hay que pasarlo por alto. Pero es que no es fácil ignorar que fue otro Dago quien descubrió la Gran Bretaña; posiblemente hay que pasarlo también por alto. Sería de muchísimo mejor gusto que los Dagos hubiesen pasado por alto todas las cosas que hicieron en la historia; solamente que entonces quedaría poca historia. No conviene detenernos en este desagradable tema; pero habiendo hablado de harapos, basta añadir que hubo una vez un Dago por lo menos, que decididamente declaró que él prefería ser pobre. Vivió en Asís y el obispo Barnes cree que su manera de vivir absolutamente no sería decente en Bírmingan...

En fin, si realmente hubiera que tomar la leyenda de los sucios y negros Dagos como un specimen de la cultura de Norte América, temo que mucha gente que ha saludado la historia va a seguir tomando sus nociones del viejo mundo. Y habiendo encontrado la leyenda tan lindamente inadecuada en el caso de los Dagos de Sur Europa, quizá empezarán a dudar de su infalible exactitude respecto de los Dagos de Sur América. Por lo demás, si todo lo que es despreciable en ellos es ser una nidada de republiquetas bailando en revoluciones, pueden extender su desprecio a la Hélade en el siglo de Pericles y la Italia en el siglo de Dante.

En suma, es todo tontería. Insubstancial inhistórica tontería…”

Hasta aquí Chesterton.


Al que sepa inglés y tenga dos días libres, le conviene leer este libro. No le conviene esperar de él propiamente historia o filosofía o crítica de arte, aunque de todo hay en un cajón de sastre. Topará con inexactitudes o ligerezas de detalle, como una comparación demasiado forzada entre Venus y Nuestra Señora (!) , un grossissement en la narración del Iconoclasrno, una opinión muy opinable sobre las causas de la guerra, y muchas veces se le va la mano en busca del retruécano:

“The Popes fasted and made their city beautiful, the Puritan feasted and left their city hideous.” 1

Pero no hay que enredarse en los adornos ni querer comer del rábano las hojas. Muchos tropiezan en las paradojas de Chesterton, sin dejar de confesar que son graciosas, pero ¿serán verdaderas? ¿Y por qué no? Ninguno que aepa leer debe tropezar jamás (por lo menos si aprobó cuarto año nacional) en un tropo y una figura, sea de las lógicas o sea de la pintorescas, como allí se dice. Se puede decir verdad en metáforas, como Isaías, y también mentir derecho, como France; y hacer historia y metahistoria sólida se puede usando la paradoja, la perogrullada, la aliteración y el retruécano, tan caro a don Francisco de Quevedo, con el cual el humorista inglés no tiene un punto de contacto solo. Chesterton habla en paradojas, como Hugo en antithesis o los poetas en rima. Y así como nunca, a ningún poeta que tal sea, le ha estorbado nada la rima para decir al fin lo que quiere, así estas bizarrías verbales si se hacen sonar contra la mesa (contra la mesa de estudio) dan un son limpio de historia y de sentido común de 18 quilates,

Basta decir, pues, de este estilo que es un estilo. Se podría decir más. Se podría probar que en Chesterton es el estilo. Que es natural y necesario en Chesterton dados sus dotes y sus designios, como es necesario al cristal ser poliédrico y es el estilo de la rosa ser polipétala y es natural a nuestro mundo moderno o al menos, a su mundo inglés, ser artificioso.

“Me dicen que yo no puedo hablar de nada sin hablar de todo” , sonríe el ensayista al cerrar sus pirotecnias sobre la Capital del Mundo Católico. Pero aquí tiene la culpa también un poco el tema. Es natural que para considerar la Ciudad Católica haya que superponer el Universo o, para decirlo a la Chesterton (otra y basta): que para poder ver la Urbe haya que mirar el Orbe.

Roma, 1930.

LEONARDO CASTELLANI 

Crítica literaria. Notas a caballo de un país en crisis (1945)

NOTAS:

1 The flying Stars.

2 Chesterton, The Resurrection of Rome, Hodder Stoughton, London, 1931.

3 Los Papas ayunaban y hacian su ciudad hermosa, el Puritano banquetea y deja su ciudad fea (aliteracion intraducihle de fasted - feasted).




domingo, 21 de mayo de 2023

Charles Baudelaire: Poemas en prosa II. La desesperación de la vieja

À ARSÈNE HOUSSAYE

 

Mon cher ami, je vous envoie un petit ouvrage dont on ne pourrait pas dire, sans injustice, qu’il n’a ni queue ni tête, puisque tout, au contraire, y est à la fois tête et queue, alternativement et réciproquement. Considérez, je vous prie, quelles admirables commodités cette combinaison nous offre à tous, à vous, à moi et au lecteur. Nous pouvons couper où nous voulons, moi ma rêverie, vous le manuscrit, le lecteur sa lecture ; car je ne suspends pas la volonté rétive de celui-ci au fil interminable d’une intrigue superfine. Enlevez une vertèbre, et les deux morceaux de cette tortueuse fantaisie se rejoindront sans peine. Hachez-la en nombreux fragments, et vous verrez que chacun peut exister à part. Dans l’espérance que quelques-uns de ces tronçons seront assez vivants pour vous plaire et vous amuser, j’ose vous dédier le serpent tout entier.

J’ai une petite confession à vous faire. C’est en feuilletant, pour la vingtième fois au moins, le fameux Gaspard de la Nuit, d’Aloysius Bertrand (un livre connu de vous, de moi et de quelques-uns de nos amis, n’a-t-il pas tous les droits à être appelé fameux ?) que l’idée m’est venue de tenter quelque chose d’analogue, et d’appliquer à la description de la vie moderne, ou plutôt d’une vie moderne et plus abstraite, le procédé qu’il avait appliqué à la peinture de la vie ancienne, si étrangement pittoresque.

Quel est celui de nous qui n’a pas, dans ses jours d’ambition, rêvé le miracle d’une prose poétique, musicale sans rythme et sans rime, assez souple et assez heurtée pour s’adapter aux mouvements lyriques de l’âme, aux ondulations de la rêverie, aux soubresauts de la conscience ?

C’est surtout de la fréquentation des villes énormes, c’est du croisement de leurs innombrables rapports que naît cet idéal obsédant. Vous-même, mon cher ami, n’avez-vous pas tenté de traduire en une chanson le cri strident du Vitrier, et d’exprimer dans une prose lyrique toutes les désolantes suggestions que ce cri envoie jusqu’aux mansardes, à travers les plus hautes brumes de la rue ?

Mais, pour dire le vrai, je crains que ma jalousie ne m’ait pas porté bonheur. Sitôt que j’eus commencé le travail, je m’aperçus que non-seulement je restais bien loin de mon mystérieux et brillant modèle, mais encore que je faisais quelque chose (si cela peut s’appeler quelque chose) de singulièrement différent, accident dont tout autre que moi s’enorgueillirait sans doute, mais qui ne peut qu’humilier profondément un esprit qui regarde comme le plus grand honneur du poëte d’accomplir juste ce qu’il a projeté de faire.

Votre bien affectionné,     

C. B.

 

A ARSÈNE HOUSSAYE

 

Mi querido amigo, le envío una pequeña obra, de la cual no se podría decir, sin injusticia, que no tiene ni pies ni cabeza, puesto que, al contrario, todo en ella es, al mismo tiempo, cabeza y pies, alternativa y recíprocamente. Considere, se lo ruego, qué admirables comodidades esta combinación nos ofrece a todos, a usted, a mí y al lector. Podemos cortar dónde queramos, yo mi ensoñación, usted el manuscrito, el lector la lectura; porque no dejo que la esquiva voluntad de éste quede pendiendo del hilo interminable de una intriga sutilísima. Saque usted una vértebra, y las dos partes de esta tortuosa fantasía volverán a juntarse sin esfuerzo. Despedácela en numerosos fragmentos, y verá que cada uno puede existir por separado. Con la esperanza de que algunos de estos trozos estarán lo bastante vivos para darle placer y entretenimiento, me atrevo a dedicarle la serpiente completa.

 

Tengo que hacerle una pequeña confesión. Hojeando, por vigésima vez al menos, el famoso Gaspar de la Noche, de Aloysius Bertrand (¿un libro que usted y yo, y algunos de nuestros amigos, conocemos no tiene todo el derecho a ser llamado famoso?), se me ocurrió la idea de intentar algo análogo, y de aplicar a la descripción de la vida moderna o, más bien, de una vida moderna y más abstracta, el procedimiento que él había aplicado a la pintura de la vida antigua, tan extrañamente pintoresca.

 

¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus días de ambición, con el milagro de una prosa poética, musical sin ritmo y sin rima, lo bastante flexible y lo bastante abrupta como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación, a los sobresaltos de la conciencia?

 

Es sobre todo de la frecuentación de las ciudades inmensas, del entrecruzamiento de sus innumerables relaciones, que nace ese ideal obsesivo. Usted mismo, mi querido amigo, ¿no ha intentado mostrar en una canción el grito estridente del Vidriero, y expresar en una prosa lírica todas las desoladoras sugerencias que ese grito lanza hasta las mansardas, a través de las más altas brumas de la calle?

 

Pero, para decir la verdad, temo que mi envidia no me haya traído suerte. Apenas comencé el trabajo, me di cuenta de que no sólo me quedaba muy lejos de mi misterioso y brillante modelo, sino incluso que hacía algo (si es que esto puede llamarse algo) singularmente diferente, accidente del cual cualquier otro fuera de mí se enorgullecería quizás, pero que no puede sino humillar profundamente a un espíritu que ve como el más grande honor del poeta realizar únicamente aquello que proyectó hacer.

 

Suyo muy afectuosamente,

C. B.

 II

Le désespoir de la vieille


La petite vieille ratatinée se sentit toute réjouie en voyant ce joli enfant à qui chacun faisait fête, à qui tout le monde voulait plaire ; ce joli être, si fragile comme elle, la petite vieille, et, comme elle aussi, sans dents et sans cheveux. Et elle s’approcha de lui, voulant lui faire des risettes et des mines agréables. Mais l’enfant épouvanté se débattait sous les caresses de la bonne femme décrépite, et remplissait la maison de ses glapissements. Alors la bonne vieille se retira dans sa solitude éternelle, et elle pleurait dans un coin, se disant : – « Ah ! pour nous, malheureuses vieilles femelles, l’âge est passé de plaire, même aux innocents ; et nous faisons horreur aux petits enfants que nous voulons aimer ! »

 

II

La desesperación de la vieja

 

         La viejita encogida se sintió llena de alegría al ver a ese hermoso niño al que todos festejaban, al que todos querían caerle bien; a ese bonito ser tan frágil como ella, la viejita, y, como ella también, sin dientes y sin pelo. Y se le acercó para hacerle sonrisas y ponerle caras agradables. Pero el niño, espantado, forcejeaba bajo las caricias de la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos. Entonces la buena vieja se retiró a su soledad eterna, y lloró en un rincón, diciéndose: “¡Ay, para nosotras, desdichadas hembras viejas, ya pasó el tiempo de agradar, incluso a los inocentes; ¡y hasta causamos horror a los niños pequeños que querríamos querer!”

Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán



sábado, 20 de mayo de 2023

Rainer Maria Rilke y José María Valverde: Dios en la Edad Media

DIOS EN LA EDAD MEDIA

 

Le habían ahorrado, dentro de ellos,

y querían tenerle, dirigiendo,

y por fin le colgaron como plomos

(para lastrar su vuelo hacia los cielos)

 

el peso y la medida de sus grandes

catedrales. Y Él sólo debería

en su esfera de cifras infinitas,

señalando girar, como un reloj,

 

dando regla a su hacer y a su jornada.

Y de pronto se puso en marcha entero

y las gentes de aldeas temblorosas

 

le dejaron, por miedo de su voz,

escapar, con el carillón a rastras,

volarse de la esfera de sus horas.

RAINER MARIA RILKE

Versión en español de JOSÉ MARÍA VALVERDE

Cuadernos Hispanoamericanos 82. Madrid, octubre de 1956.

 

GOT IM MITTELALTER

 

Und sie hatten Ihn in sich erspart

und sie wollten, daß er sei und richte,

und sie hängten schließlich wie Gewichte

(zu verhindern seine Himmelfahrt)

 

an ihn ihrer großen Kathedralen

Last und Masse. Und er sollte nur

über seine grenzenlosen Zahlen

zeigend kreisen und wie eine Uhr

 

Zeichen geben ihrem Tun und Tagwerk.

Aber plötzlich kam er ganz in Gang,

und die Leute der entsetzten Stadt

 

ließen ihn, vor seiner Stimme bang,

weitergehn mit ausgehängtem Schlagwerk

und entflohn vor seinem Zifferblatt.



viernes, 19 de mayo de 2023

Charles Péguy: La Fe

LA FE

Yo soy, dice Dios, Señor de las Tres Virtudes.

 

La Fe es un gran árbol, es un roble que echó raíces en el corazón de Francia.

Y bajo las alas de ese árbol la Caridad, mi hija la Caridad cobija todos los sufrimientos del mundo.

Y mi pequeña esperanza no es más que esa pequeña promesa de un brote que se anuncia justo a principios de abril.

 

 

Y cuando vemos el árbol, cuando ustedes miran el roble,

Esa áspera corteza del roble trece y catorce y dieciocho veces centenaria,

Y que será centenaria y secular por los siglos de los siglos,

Esa áspera corteza rugosa y esas ramas que son como un revoltijo de brazos enormes,

(Un revoltijo que es un orden),

Y esas raíces que se hunden y que agarran la tierra como un revoltijo de piernas enormes,

(Un revoltijo que es un orden),

Cuando ustedes ven tanta fuerza y tanta aspereza, el brotecito tierno parece no ser nada de nada.

Es él quien parece parasitar al árbol, comer en la mesa del árbol.

Como un muérdago, como una seta.

Es él quien parece alimentarse del árbol (y el campesino los llama golosos), es él quien parece apoyarse en el árbol, salir del árbol, no poder ser nada, no poder existir sin el árbol. Y, en efecto, hoy sale del árbol, en la axila de las ramas, en la axila de las hojas y ya no puede existir sin el árbol. Pareciera provenir del árbol, que le robara el alimento al árbol.

Y, sin embargo, al contrario, es de él de donde todo procede. Sin un brote que vino una vez, no existiría el árbol. Sin esos miles de brotes, que vienen una vez justo a principios de abril y tal vez en los últimos días de marzo, nada duraría, el árbol no duraría, y no mantendría su lugar como árbol, (es preciso que ese lugar sea mantenido), sin esa savia que sube y llora en el mes de mayo, sin esos miles de brotes que apuntan tiernamente en la axila de las ásperas ramas.

Es preciso que todo lugar sea mantenido. Toda vida proviene de ternura. Toda vida proviene de ese tierno y fino brote de abril, y de esa savia que llora en mayo, y de la guata y del algodón de ese fino brote blanco que está vestido, que está abrigado, que está tiernamente protegido por el copo de un vellón de una lana vegetal, de una lana de árbol. En ese copo algodonoso está el secreto de toda vida. La áspera corteza parece una coraza en comparación con ese tierno brote. Pero la áspera corteza no es más que un brote endurecido, un brote envejecido. Y por eso el tierno brote siempre se abre paso, siempre brota bajo la áspera corteza.

El hombre de guerra más duro fue un tierno niño alimentado con leche; y el mártir más áspero, el mártir más duro en el potro, el mártir con la corteza más áspera, con la piel más rugosa, el mártir más duro delante de la sierra y la pinza fue un tierno niño lechoso.

Sin ese brote, que parece ser nada, que no aparenta nada, todo eso sería sólo madera seca.

Y la madera seca será arrojada al fuego.

 

Lo que los engaña a ustedes es que esa áspera corteza les destroza las manos; y ni con el hombro pueden mover el tronco una milésima de milímetro, ni con el pie pueden mover una de esas grandes raíces una milésima de milímetro; ni con la mano pueden mover una de esas grandes ramas; y apenas sacudirían algunas de esas pequeñas ramas; y apenas las harían balancear;

en tanto que el brote no resiste bajo el dedo, y con un golpe de uña cualquiera puede hace saltar un brote;

que si se desarrollara haría una rama más grande que el muslo;

 

Porque es más fácil, dice Dios, arruinar que establecer;

Y hacer morir que hacer nacer

Y dar muerte que dar vida;

 

Y el brote no resiste nada. No está hecho para resistir, ni está encargado de resistir.

Es el tronco, y la rama, y esa raíz principal los que están hechos para resistir, los que están encargados de resistir.

Y es la áspera corteza la que está hecha para la aspereza y está encargada de ser áspera.

Pero el tierno brote está hecho únicamente para el nacimiento y está encargado únicamente de hacer nacer.

 

(Y de hacer durar).

 

(Y de hacerse amar).

 

Pero yo les digo, dice Dios, que sin ese brote de fines de abril, sin esos miles, sin ese único pequeño brote de la esperanza, que por supuesto cualquiera puede romper, sin ese tierno brote algodonoso, que cualquiera puede hacer saltar con la uña, toda mi creación no sería más que madera seca.

Y la madera seca será arrojada al fuego.

 


CHARLES PÉGUY
Le Mystère des Saints Innocents

Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán



Je suis, dit Dieu, Seigneur des Trois Vertus.

 

La Foi est un grand arbre, c'est un chêne enraciné au cœur de France.

Et sous les ailes de cet arbre la Charité, ma fille la Charité abrite toutes les détresses du monde.

Et ma petite espérance n'est rien que cette petite promesse de bourgeon qui s'annonce au fin commencement d'avril.

 

 

Et quand on voit l'arbre, quand vous regardez le chêne,

Cette rude écorce du chêne treize et quatorze fois et dix-huit fois centenaire,

Et qui sera centenaire et séculaire dans les siècles des siècles,

Cette dure écorce rugueuse et ces branches qui sont comme un fouillis de bras énormes,

(Un fouillis qui est un ordre),

Et ces racines qui s'enfoncent et qui empoignent la terre comme un fouillis de jambes énormes,

(Un fouillis qui est un ordre),

Quand vous voyez tant de force et tant de rudesse le petit bourgeon tendre ne paraît plus rien du tout.

C'est lui qui a l'air de parasiter l'arbre, de manger à la table de l'arbre.

Comme un gui, comme un champignon.

C'est lui qui a l'air de se nourrir de l'arbre (et le paysan les appelle des gourmands), c'est lui qui a l'air de s'appuyer sur l'arbre, de sortir de l'arbre, de ne rien pouvoir être, de ne pas pouvoir exister sans l'arbre. Et en effet aujourd'hui il sort de l'arbre, à l'aisselle des branches, à l'aisselle des feuilles et il ne peut plus exister sans l'arbre. Il a l'air de venir de l'arbre, de dérober la nourriture de l'arbre.

Et pourtant c'est de lui que tout vient au contraire. Sans un bourgeon qui est une fois venu, l'arbre ne serait pas. Sans ces milliers de bourgeons, qui viennent une fois au fin commencement d'avril et peut-être dans les derniers jours de mars, rien ne durerait, l'arbre ne durerait pas, et ne tiendrait pas sa place d'arbre, (il faut que cette place soit tenue), sans cette sève qui monte et pleure au mois de mai, sans ces milliers de bourgeons qui pointent tendrement à l'aisselle des dures branches.

Il faut que toute place soit tenue. Toute vie vient de tendresse. Toute vie vient de ce tendre, de ce fin bourgeon d'avril, et de cette sève qui pleure en mai, et de la ouate et du coton de ce fin bourgeon blanc qui est vêtu, qui est chaudement, qui est tendrement protégé d'un flocon d'une toison d'une laine végétale, d'une laine d'arbre. En ce flocon cotonneux est le secret de toute vie. La rude écorce a l'air d'une cuirasse, en comparaison de ce tendre bourgeon. Mais la rude écorce n'est rien, que du bourgeon durci, que du bourgeon vieilli. Et c'est pour cela que le tendre bourgeon perce toujours, jaillit toujours dessous la dure écorce.

L'homme de guerre le plus dur a été un tendre enfant nourri de lait; et le plus rude martyr, le martyr le plus dur sur le chevalet, le martyr à la plus rude écorce, à la plus rugueuse peau, le martyr le plus dur à la serre et à l'onglet a été un tendre enfant laiteux.

Sans ce bourgeon, qui n'a l'air de rien, qui ne semble rien, tout cela ne serait que du bois mort.

Et le bois mort sera jeté au feu.

 

 

Ce qui vous trompe, c'est que cette rude écorce vous écorche les mains; et ni de l'épaule vous ne faites bouger le tronc d'un millième de millimètre, ni du pied vous ne pouvez faire bouger une de ces grosses racines d'un millième de millimètre; ni de la main une seule de ces grosses branches; et c'est à peine si vous ébranleriez quelques-unes de ces petites branches; et si vous les feriez balancer;

au lieu que le bourgeon ne résiste point sous le doigt et d'un coup d'ongle le premier venu vous fait sauter un bourgeon;

qui développé vous ferait une branche plus grosse que la cuisse;

 

Car il est plus facile, dit Dieu, de ruiner que de fonder;

Et de faire mourir que de faire naître;

Et de donner la mort que de donner la vie;

 

Et le bourgeon ne résiste point. C'est qu'aussi il n'est point fait pour la résistance, il n'est point chargé de résister.

C'est le tronc, et la branche, et cette maîtresse racine qui sont faits pour la résistance, qui sont chargés de résister.

Et c'est la rude écorce qui est faite pour la rudesse et qui est chargée d'être rude.

Mais le tendre bourgeon n'est fait que pour la naissance et il n'est chargé que de faire naître.

 

(Et de faire durer).

 

(Et de se faire aimer).

 

Or je vous le dis, dit Dieu, sans ce bourgeonnement de fin avril, sans ces milliers, sans cet unique petit bourgeonnement de l'espérance, qu'évidemment tout le monde peut casser, sans ce tendre bourgeon cotonneux, que le premier venu peut faire sauter de l'ongle, toute ma création ne serait que du bois mort.

Et le bois mort sera jeté au feu.