EL ANACREONTE
QUE ES EL LIBRO CUARTO
DE LA PRIMERA PARTE DE LAS ERÓTICAS
DE DON ESTEBAN MANUEL DE VILLEGAS
TRADUCIDO EN LA MISMA CADENCIA EN QUE ESTÁ EN
GRIEGO,
dedicado a D. Iñigo Fernández de Velasco,
Marqués de Auñón.
MONÓSTROFE I
El Sileno de Baco,
el Cisne de la Jonia,
sonoro con la lira,
festivo con la copa,
de vuestra señoría
hoy a los pies se postra,
y si no en su dialecto,
en frasis española.
Si acaso los doseles
desempeñado os gozan,
que son Dédalos muertos
de las humanas pompas;
si acaso los hogares
(el cierzo al fin ya sopla)
os tienen retirado
de las maduras cosas,
¡oh tres veces ilustre
Marqués!, oid agora
al venerable en canas,
al admirable en obras;
que el viejo Anacreonte,
cual si fuera a la sombra
del verde loto, canta
segunda vez sus odas.
Este es aquel anciano
de quien la Grecia toda
se jacta con estatuas,
se acuerda con historias.
Al tálamo hospedado
de Venus Cipriota,
y de Baco Tebeo
al néctar y a la ambrosia,
los peligrosos mares
de ametistinas ondas
surcó, sin que naufragios
triunfasen de sus popas.
También del metimneo
vado corrió la costa,
siendo para los versos
Sibila de sus hojas;
por lo cual estos dioses,
de pámpanos y rosas,
como a piloto insigne,
le dieron laureolas,
y con éstas ceñido
y suadela en la boca,
os viene a dar el censo
por Febo de esta zona.
MONÓSTROFE 2
DE LA LIRA
Quiero cantar de Cadmo,
quiero cantar de Atridas:
mas ¡ay! que de amor solo
sólo canta mi lira.
Renuevo el instrumento,
las cuerdas mudo aprisa;
pero si yo de Alcides,
ella de amor suspira.
Pues, héroes valientes,
quedaos desde este día,
porque ya de amor solo
sólo canta mi lira.
MONÓSTROFE 3
DE LAS MUJERES
Sabia naturaleza
dio dos cuernos al toro,
cuatro pies al caballo,
cuatro manos al oso,
ligereza a la liebre,
velocidad al corzo
y una sima de dientes
al león prodigioso;
las aves soltó al viento,
los peces echó al ponto,
para sus Euros diestras,
para sus aguas doctos;
al hombre entendimiento,
a la mujer negolo.
¿Pues qué le dio? Belleza
con natural adorno;
y esto en lugar de lanzas
y de paveses corvos,
por más fuerte que el fuego
y que el acero todo.
MONÓSTROFE 4
DEL AMOR
En medio del silencio,
cuando la Ursa corre
veloz hacia la mano
de la estrella Bootes,
cuando el piadoso sueño
esparce sus licores,
suspendiendo el trabajo
de los cansados hombres,
Amor a mis umbrales,
llegó acaso una noche,
y llamando a las puertas,
del sueño despertome.
“¿Quién es el atrevido,
airado dije entonces,
que a tales horas llama
y al que duerme interrompe?”
“Abre, piadoso huésped,
las puertas, me responde,
y deja el miedo, amigo,
que mi llamar te pone;
porque soy un muchacho
que ando toda la noche
perdido por ser ciego
y helado por ser pobre”.
Yo, movido a sus ruegos
y amigable a sus voces,
las puertas abrí luego
porque entre el que las rompe:
cuando vi un niño ciego,
al modo de los dioses,
con alas en sus hombros
y en su carcaj arpones.
Subile a mi aposento,
encendí mis carbones,
enjugué sus cabellos
y apagué sus temblores.
Sus manos con las mías
le apreté, y él entonces
viéndose redimido
del hielo y sus rigores:
“Probemos, dice, el arco,
por si el nervio se encoge”;
y estirando la cuerda,
el pecho atravesome.
Luego, con mil risadas,
de mi casa saliose,
diciendo al despedirse:
“Huésped, queda a los dioses;
pero primero advierte
y tú con mil dolores”,
que tras hacer tal golpe,
mis arcos quedan sanos.
MONÓSTROFE 5
DE SÍ MISMO
Debajo de estos mirtos
y de estos verdes lotos,
beberé dulcemente
echado sobre el codo.
Pero venga Cupido
con la toalla al hombro,
y sírvame la taza
con el vino sabroso.
Porque la edad ligera
se va de entre nosotros,
así como las ruedas
del carro presuroso.
Huyan, pues, los cuidados,
que si vienen, a todos,
desatados los huesos,
nos volverán en polvo.
Pues, necio, ¿por qué unges
con balsamo oloroso
la triste sepultura
que da terror y asombro?
¿Por qué, di, desperdicias
el vino precioso,
que sabe dar agrados,
que sabe quitar odios?
Mientras yo vivo, viva
el gusto y el retozo;
mi frente ciñan rosas,
mis sienes unjan óleos,
y a mi dulce muchacha
llamarasla, ea, mozo;
que quiero darme un verde,
antes de darme al Orco.
MONÓSTROFE 6
DE LA ROSA
La rosa de Cupido
juntemos a Lieo,
y de ella laureados,
bebamos y juguemos.
La rosa, que a las flores
es suave ornamento,
y del verano alegre
el cuidado primero;
la rosa, que a los dioses
es deleite, y por esto
de rosas coronado
danzas sigue el de Venus.
Haz, pues, oh padre Baco,
que de rosas compuesto
y de lira adornado,
me reciba tu templo.
Suaves daré olores,
suaves diré versos,
y juntos yo y mi dama
suaves bailaremos.
MONÓSTROFE 7
DE UN BAILE
Los cabellos suaves
con guirnaldas de rosas,
bailes junta a Lieo
una turba no poca;
y al son de los adufes,
con planta bulliciosa,
danzas guía una niña
y el tirso con sus hojas.
De curada guedeja,
tierno canta un muchacho
y la cítara toca.
De Baco acompañado,
con cabellera roja,
al lado de su madre
Cupido luego asoma;
y luego juntamente
con todos ellos forma
mil danzas, que a los viejos
son dulces y gustosas.
MONÓSTROFE 8
DEL AMOR
Con una baquetilla
de color de jacinto,
porque ágil le siga
me apremiaba Cupido.
Ya me llevaba a mares,
ya me llevaba a riscos,
cuando me vi de un áspid
asaltado y mordido.
El corazón entonces
me daba mil latidos,
que a la nariz subían
con saltos infinitos.
Pero Amor con sus alas
me tocó, y esto dijo:
“Mucho sentís la espuela;
cobarde sois, amigo”.
MONÓSTROFE 9
DE UN SUEÑO
En un pabellón rojo
estaba yo durmiendo,
cuando luego a mi cama
se me vino este sueño.
Soñaba, pues, que estaba
alegre con Lieo,
entre un corro de mozas
retozando y corriendo;
y que allí bien bebidos
también unos mancebos,
por ellas me decían
injurias y denuestos.
Quise a todas besarlas
y todas se me huyeron;
y así, burlado y solo,
volví luego a mi sueño.
MONOSTRÓFE 10
A UNA PALOMA
Amada palomilla,
¿de dónde, di, u adonde
vienes con tanta priesa,
vas con tantos olores?
¿Pues a ti qué te importa?
Sabrás que Anacreonte
me envía a su Batilo,
señor de todo el orbe.
Que como por un himno
me mancipó Dione,
nombrome por su paje
y él por tal recibiome.
Suyas son estas cartas,
suyos estos renglones,
por lo cual me promete
libertad cuando torne.
Pero yo no la quiero
ni quiero que me ahorre;
porque ¿de qué me sirve
andar cruzando montes,
comer podridas vacas
ni pararme en los robres?
A mí, pues, me permite
el mismo Anacreonte
comer de sus viandas,
beber de sus licores;
y cuando, bien brindada,
doy saltos voladores,
le cubro con mis alas
y él dulce las acoge.
Su cítara es mi cama,
sus cuerdas mis colchones,
en quien suavemente
duermo toda la noche.
Mi historia es ésta, amigo;
pero queda a los dioses,
que me has hecho parlera
más que graja del bosque.