domingo, 2 de abril de 2023

Leonardo Castellani: G.K. Chesterton. Sherlock Holmes en Roma

GILBERT K. CHESTERTON

SHERLOCK HOLMES EN ROMA

Cuando Conan Doyle mató a su héroe popularísimo, se levantó tal tormenta de enojo en los lectores y comenzaron a lloverle tantas cartas reprochándolo, que el novelista tuvo que resucitar a su hijo el detective, usando de los poderes dictatoriales del artista, como hiciera Walter Scott en Ivanhoe con el rey sajón. ¿Qué hubieran dicho los ingleses si Sherlock Holmes se hubiese hecho cura? He aquí que ha sucedido: el policía se ha ordenado, y se llama Padre Brown.

El hecho de la enorme boga de la novela policial será una calamidad, pero es un hecho. Sobre él filosofa indulgente el crítico de la revista Études , Alphonse de Parvillez, en una interesante crónica (abril de 1930) , refiriéndose a una reciente tesis sorbonal sobre el tema 1 y al éxito extraordinario de la colección Pigalle que publica exclusivamente novelas de pesquisas y cuyas cubiertas amarillas con títulos tenebricosos he visto en todas las librerías de Italia. Se puede hacer un poco de psicología buena sobre la razón porque nuestra época se apasiona siguiendo las laberínticas aventuras de un caco y un chafle, que es la misma por la cual el siglo XV se apasionó por los libros de caballería, el XVI por la novela picaresca, el XVII y XVIII por la pastoril. Concluye el jesuita que es posible y plausible que uno de los grandes escritores de Europa tomando en sus manos este género que ya con Doyle, Poe, Leroux ha superado el folletín y ha entrado en la literatura, haga una obra maestra.

 “Uno de los grandes escritores de Europa.” ¿Dónde he oído yo poco ha esta frase? En el Vaticano, en el gran vuelo de escaleras color de hielo que circuyendo el Cortile de San Dámaso me llevaba a la sala del consistorio a oír el decreto Tuto procedi de los 136 mártires ingleses (8 de diciembre de 1929). Un camarlengo de la corte pontificia decía a un suizo de guardia a mi lado: “Ese… es uno de los más grandes escritores de Europa”. Miré curioso a un gigantesco gentleman, corpulento y leonino que subía delante de mí, casi levantando en vilo a una anciana, delgada, distinguida señora de negro, tan evidentemente inglesa como un taro de pickles. ¿Dónde he visto yo esta melena blanca y estos bigotes caídos, esta carota radiante y jovial y estos hombros cuadrados? Señor, en el dibujo de Barnes que tengo sobre mi mesa, regalo del Padre Furlong, con los perfiles del más popular y pintoresco de los escritoires católicos de hoy: Gilbert Keith Chesterton.

Al otro día las librerías de Roma ostentaban las obras del londinense, entre las cuales se destacaban las cubiertas rojas y las 1.040 páginas de la últimamente editada Father Brown’s Stories, copiosa colección de cuentos policiales cuyo protagonista es un sacerdote católico, Sherlock Holmes transformado en cura, pero que ha ganado inmensamente, con las sacras órdenes. La obra maestra que desea Parvillez está hecha 2.

            EL AUTOR

Chesterton es hoy universal y no necesita que lo presente. Emiliano Mac Donagh lo ha hecho muy bien en Criterio (1929). Está en Roma enviado por la gran editorial Hodder Stoughlon que le paga viajes y gastos para que escriba su Resurrection of Rome, que se anuncia para setiembre, como le pagó el viaje a Palestina para su New Jerusalem (1925). El muchacho salido de la St. Paul’s School, que en 1892 escribía bibliografías de arte a una guinea en el Daily News, es hoy disputado por los editores. Su obra literaria es inmensa y sólida, ha escrito más de 60 volúmenes, ha escrito de todo, y casi todo magníficamente. Crítica de arte (Art-Books ) ; novela (Napoleon of Notting Hill, The Ball and the Cross) ; ensayos (Orthodoxy, Dickens, Shaw, Heretics, The Everlasting Man) ; artículos (What ’s wbong with the world) ; filosofículas (A Shilling for my Thoughts, 1916); biografía (Stevenson); hagiografía (St Francisco of Assisi, 1925); polémica (The chimes of England, 1917); viajes (What I saw in America, 1922; My Irish Impressions, 1919); teatro (Magic, The judgment of Dr. Johnson, 1929); sociología (Superstition of Divorce, The Evil of Eugenics, 1917); poesía (Poems, 1915; New Poems, 1929); filosofía, y hasta teología.

¿Cómo se llama esto, uno que escribe sobre todo? ¿Periodista? Por su actualidad, su flexibilidad, su vivo interés, su constante renovación, Chesterton es un periodista, el modelo del periodista; pero esta palabra puede tener un sentido peyorativo sobre la calidad, aunque se le añada de talento. ¿Ensayista? Define major el gran humorista pero deja fuera el teatro, la poesía, la novela, la polémica. ¿El hombre que pone su nombre a todas las cosas y juega con ellas, no se llama poeta?

—Descubrí que Chesterton es un poeta.

—Yo creía que era un pensador.

—¡Es un pensador! ¿Se puede ser poeta sin ser pensador? Piensa, puesto que es el rey del sentido común. Y es el rey del sentido común porque es el hombre que ha puesto el sentido común británico no en verso, pero sí en poesía. Es el sentido Común mismo, que al fuego de una imaginación juguetona se ha puesto a hervir y juega, vuela, canta, danza.

Los razonamientos de Chesterton sobre la razonamientos de Chesterton sobre las cosas más seria del mundo, la Ortodoxia —es decir, la fe católica—, son verdaderas razones y no juegos de palabras pero son razones bailadas; es decir, juegos de ideas

Porque jugar no es necesariamente engañar. El hombre cuando juega finge, pero el niño al jugar hace una cosa importante y seria. Chesterton es un niño terrible. Se puede jpgar con fantasmas y jugar con cosas. Dios jugó con cosas cuando hizo el mundo y juega todos los días haciéndolas, “ludens in orbe terrarum”. Y al hombre le es dado jugar con las ideas, fantasmas de las cosas, el cual juego es llamado vulgarmente poesía, de una palabra griega que significa crear (1924, después de leer Orthodoxy). 

E. P. BROWN

En el venerable Colegio Inglés de Roma, donde se formaron muchos de los mártires ingleses, Chesterton, el infatigable, daba una conferencia sobre Mis impresiones de Italia como había dado otra en el Escocés sobre El carácter de Escocia y su religiosidad. Después del five o’clock tea lo rodean y lo acribillan a preguntas los seminaristas El gran escritor se defiende paternalmente, oportuno e incisivo. Tenía que salir el Padre Brown, ¿De dónde ha sacado usted al Padre Brown? Sonríe.

—Les voy a decir un secreto. ¿Conocen al Padre O’Connor, irlandés, de Bradford, a quien está dedicada la cuarta parte? 3 Es mi confesor. Es un hombre inteligentísimo y humilde, tan sencillo que un tonto lo puede tomar por tonto. Es un tipo chic, Claro que yo exageré la nota de la simplicidad exterior para hacerlo más romancesco; pero la nota de la inteligencia intuitiva y fulmínea no la he exagerado. Es muy listo. El es quien me convirtió. Es decir, remotamente a mí me convirtió Newman, pero…

—¿Cómo fue su conversión, please, Mr. Chester? —interrumpe uno.

—Mi conversión fue como mía, paradojal. Yo abjure errores y fui recibido en el seno de mi madre la Iglesia Católica de Roma (el escritor hace una pausa reverente) ¡en el tercer piso de una Pub! (Pub: café o pulpería en la jerga londinense.) En el hamlet donde estábamos no hay iglesia y el Padre O’Connor se alojaba en una Pub. Y entonces, cuando se acabaron los exorcismos y me desnudé del hombre viejo, bajamos al primer piso a tomar cerveza.

 

LA OBRA

Chesterton no nos da más datos sobre su novela policíaca, y yo me veo obligado a imaginármelos.

Me parece ver al enorme y distinguido escritor en en chalet Top-Meadow de Beaconfield, a 20 kilómetros de Londres, en 1911, después del éxito dudoso de su enrevesado The Man who was Thursday, que es también una novela policial a su modo. Aun la más favorable crítica se desconcertó con esta obra despatarrada, subtitulada por su autor en este género nuevo Pesadilla (Nightmare).

“No sabemos lo que Mr. Chesterton quiere decir”, decía The Universe. Los críticos más agudos proponían esta interpretación: “Es un enorme cuento filosófico simbólico, o mejor aún, metafísico, cuyo personaje principal es nada menos que Dios Padre” (Evening News). Pero el asendereado escritor no se rinde:

—Y bien, escribiré otra novela policial. Hoy todos leen novelas policiales ¿Por qué no puedo yo, apologista católico, enseñar el Catecismo también en Scotland Yard? ¡San Pablo lo enseñó a los pretorianos! Y bien, ¿en qué está la esencia de una buena novela policial? 1. un misterio lo más misterioso posible, con una solución lo más simple posible; 2. un detective privado protagonista, un criminal tremendo antagonista, un confidente íntimo ¡y dejar siempre mal a la policía!; 3. lo demás de communi, materia novelable lo más linda posible, caracteres, peripecias, apuntes de paisajes, notas psicológicas, ideas filosóficas, costumbres, ambientes ¡y paradojas! It’s all.

Pero yo soy Chesterton. Es preciso que sea una obra original y una obra apologetic. Esta mission me ha dado el Señor de explicar el Catecismo a la merry England de tan original modo, que entre el inmenso bullicio de sus negocios, sus vanidades y sus prejuicios, ella escuche. Siempre he envidiado la misión del sacerdote, pero mi misión es también grande, y me atrevo a decir, sacerdotal. ¡Ah! By Jove! ¡Lo he encontrado! ¡Un sacerdote! ¡Un sacerdote católico detective! ¡Qué idea!

(Chesterton escribe sobre la cuartilla un nombre tembloroso: Father Brown —e incontinenti se da otro puñetazo en la amplia frente redonda.)

—¡Otra idea! ¡El criminal! El criminal antagonista es convertido por el cura detective y se vuelve su confidente, su Dr. Watson. (Y escribe: Flambeau,)

Chesterton se sienta con la cabeza en erupción.

—Me han llamado descabellado porque en The Man who was Thursday solté las riendas de mi imaginación a ver dónde llegaba. Voy a demostrar que puedo dominarla. Escribiré cuentos ceñidísimos, fantásticos sí, y paradojales más que Hoffman, pero al mismo tiempo cerrados y lógicos como un icosaedro, como un Hugh Benson que fuera un Bernard Shaw.

Y salieron una tras otra estas deliciosas narraciones escritas en un estilo denso, plúmbeo, más refinado que una joya de Benvenuto como esas estatuillas platerescas de bronce que he visto en el taller de Mastroianni, donde todo es artificio y poesía, estilo, exquisitez y sugerencia.

Siempre la misma fórmula y el escritor no se repite. Son problemas descomunales, paradojales, chestertonianos, pero todos guisados diversamente. A veces afina tanto que parece que se va a romper la punta. The three tools of death, es un hombre asesinado y a su lado tres armas, revólver vacío, puñal ensangrentado y lazo roto; y en su casa tres personas, un criado fúnebre, un secretario borracho y una hija maltratada, cada uno de los cuales es acusado sucesivamente y confiesa de plano. ¡Y sin embargo el ateo Armstrong no ha sido muerto ni con lazo ni con puñal ni con revólver, ni por el criado o el secretario o la hija, sino por su ateísmo! Adóbame esos candiles.

En The Secret Garden (que se publicó traducido entre nosotros), el misterio es más descomunal si cabe, el hombre que ha entrado y no ha entrado al mismo tiempo.

—¡Pero, o se entra o no se entra! —grita el doctor Simón con su lógica francesa.

—No siempre —contesta suavemente el Padre Brown con su intuición celta.

—¡Un hombre sale de un jardín o no sale!

—¡No del todo!

El absurdo (léase misterio) es lógico. El hombre que entre los hombres no quiere encontrar absurdos, es él un hombre absurdo. El católico es un hombre que cree que no todo se puede entender, que ha admitido una vez la existencia de una Cosa Incomprensible (es decir, mayor que él) con la cual se comprenden todas las otras. Es la gran tesis chestertoniana, uno de los motives de su apologética, que reaparece aquí en forma jocosa, con fugas y fiorituras que suenan como risadas. Los enemigos de Chesterton dicen que es el defensor del absurdo contra la razón. Es falso, Chesterton es el defensor de la inteligencia contra la razón, o mejor dicho, sobre la razón, el panegirista invencible de la intuición sobre el raciocinio. Es nuestra facultad más profunda, esa Inteligencia amada de Santo Tomás, la vista del alma que en su forma casera es el humilde y santo Sentido Común, los ojos del alma con que el hombre conoce los primeros principios, el ángel todas las cosas y el beato en el cielo (supuesta la elevación) directamente a Dios —la vindicada por Chesterton sobre la razón orgullosa raciocinante, ]a lógica hermética del positivista, el bistur[i y el microscopio del cientista, lo que llamó Taine “la razón clásica” y Pascal “el espíritu geométrico” . Y como Chesterton fue educado en ella y estuvo muchos años en el calabozo esférico (The Ball and the Cross), abora recobrada la libertad se venga cruelmente de ella —véase el primer capítulo de Orthodoxy—, la maltrata, la desprecia, la insulta quizá más de lo justo 4.

(continuará)


LEONARDO CASTELLANI

Crítica literaria. Notas a caballo de un país en crisis (1945)

NOTAS: 1 Messac, La méthode scientifique et le détective novel, Plon, París, 1930.

2 Cassell de Londres ha reunido en un gran volumen muy elegante los cuatro libros del Padre Brown, The Innocence of F. Brown (1911), The Wisdom of F. Brown (1914), The Incredulity of F. Brown (1926), The Secret of F. Brown (1926). Por sabido se calla que en una colección de 40 novelitas, algunas pocas como The God of the Gongs, The Paradise of Thieves, han salido flojas.

3. To Father John O'Connor — of St. Cuthbbert’s, Bradford — whose Truth is Stranger than Fiction — with a gratitude greater than the World...

4 Es el reparo que le ponía en 1920 Tonguédec en su estudio Chesterton (Études, tom. 163). Pero hoy conocemos major la filosofía del apologeta. El Padre Brown responde a Flambeau, que le pregunta cómo conoció que él era un seudocura, un ladrón disfrazado (después de contarle la graciosa trampa que le tendiera):

—Pero en realidad, otra parte de mi oficio hacía cierto de que usted no era sacerdote.

—¿Cuál? —preguntó el ladrón, sofocado.

—Usted atacaba la razón —respondió el Padre Brown—; usted no sabe teología.