TO RAJA RAO
Raja, I wish I knew
the cause of that malady.
For years I could not accept
the place I was in.
I felt I should be somewhere else.
A city, trees, human voices
lacked the quality of presence.
I would live by the hope of moving on.
Somewhere else there was a city of real presence,
of real trees and voices and friendship and love.
Link, if you wish, my peculiar case
(on the border of schizophrenia )
to the messianic hope
of my civilization.
Ill at ease in the tyranny, ill at ease in the republic,
in the one I longed for freedom, in the other for the end of corruption.
Building in my mind a permanent polis
for ever deprived of aimless bustle.
I learned at last to say: this is my home,
here, before the glowing coal of ocean sunsets,
on the shore which faces the shores of your Asia,
in a great republic, moderately corrupt.
Raja, this did not cure me
of my guilt and shame.
A shame of failing to be
what I should have been.
The image of myself
grows gigantic on the wall
and against it
my miserable shadow.
That's how I came to believe
in Original Sin
which is nothing but the first
victory of the ego.
Tormented by my ego, deluded by it
I give you, as you see, a ready argument.
I hear you saying that liberation is possible
and that Socratic wisdom
is identical with your guru's.
N o, Raja, I must start from what I am.
I am those monsters which visit my dreams
and reveal to me my hidden essence.
If I am sick, there is no proof whatsoever
that man is a healthy creature.
Greece had to lose, her pure consciousness
had to make our agony only more acute.
We needed God loving us in our weakness
and not in the glory of beatitude.
No help, Raja, my part is agony,
struggle, abjection , self-love and self-hate,
prayer for the Kingdom
and reading Pascal.
CARTA A RAJA RAO
Raja Rao, cómo quisiera saber
la causa de esta enfermedad.
Por años no pude aceptar
que el sitio en que estaba era mi sitio.
En otra parte estaba mi lugar.
La ciudad, los árboles,
las voces de los hombres,
no eran, no estaban.
Vivía en un perpetuo irme.
En algún lado había una ciudad real,
árboles reales, voces, amistad, amor, presencias.
Atribuye, si quieres, este caso peculiar,
al borde de la esquizofrenia,
a la mesiánica esperanza
de mi civilización.
Infeliz bajo la tiranía,
infeliz en la república:
en una, suspiraba por la libertad,
en otra, por el fin de la corrupción.
Construía en mi alma una ciudad,
permanente, la prisa desterrada.
Al fin aprendí a decir: ésta es mi casa,
aquí, ante la lumbre del crepúsculo marino,
en esta orilla frente a la orilla de tu Asia,
en esta república moderadamente corrompida.
Raja, nada de esto me ha curado
de mi pecado, de mi vergüenza.
La vergüenza de no ser
aquel que pude ser.
La imagen de mi ser
crece gigantesca en el muro
y aplasta mi sombra miserable.
Por eso creo en el Pecado Original,
que no es nada sino la primera
victoria del yo.
Atormentado por el yo y por el engañado:
te doy, ya ves, un fácil argumento.
Te oí hablar de liberación:
idéntica a la de Sócrates
la sabiduría de tu gurú.
No, Raja, yo debo empezar
desde lo que soy.
Soy los monstruos que habitan mis sueños,
los monstruos que me enseñan quién soy yo.
Si estoy enfermo, ¿quién puede decir
que el hombre es una criatura sana?
Grecia tenía que perder, su pura inocencia
tenia que hacer más intensa nuestra agonía.
Necesitábamos a un Dios que nos amase,
no en la gloria de la beatitud: en nuestra flaqueza.
No hay alivio, Raja,
mi suerte es agonía y pelea,
abyección, amor y odio a mí mismo:
orar por el Reino y leer a Pascal.
Traducción de OCTAVIO PAZ