miércoles, 23 de diciembre de 2020

Algernon Charles Swinburne y Juan Rodolfo Wilcock: The Garden of Proserpine

 

THE GARDEN OF PROSERPINE

 

Here, where the world is quiet;

         Here, where all trouble seems

Dead winds' and spent waves' riot

         In doubtful dreams of dreams;

I watch the green field growing

For reaping folk and sowing,

For harvest-time and mowing,

         A sleepy world of streams.

 

I am tired of tears and laughter,

         And men that laugh and weep;

Of what may come hereafter

         For men that sow to reap:

I am weary of days and hours,

Blown buds of barren flowers,

Desires and dreams and powers

         And everything but sleep.

 

Here life has death for neighbour,

         And far from eye or ear

Wan waves and wet winds labour,

         Weak ships and spirits steer;

They drive adrift, and whither

They wot not who make thither;

But no such winds blow hither,

         And no such things grow here.

 

No growth of moor or coppice,

         No heather-flower or vine,

But bloomless buds of poppies,

         Green grapes of Proserpine,

Pale beds of blowing rushes

Where no leaf blooms or blushes

Save this whereout she crushes

         For dead men deadly wine.

 

Pale, without name or number,

         In fruitless fields of corn,

They bow themselves and slumber

         All night till light is born;

And like a soul belated,

In hell and heaven unmated,

By cloud and mist abated

         Comes out of darkness morn.

 

Though one were strong as seven,

         He too with death shall dwell,

Nor wake with wings in heaven,

         Nor weep for pains in hell;

Though one were fair as roses,

His beauty clouds and closes;

And well though love reposes,

         In the end it is not well.

 

Pale, beyond porch and portal,

         Crowned with calm leaves, she stands

Who gathers all things mortal

         With cold immortal hands;

Her languid lips are sweeter

Than love's who fears to greet her

To men that mix and meet her

         From many times and lands.

 

She waits for each and other,

         She waits for all men born;

Forgets the earth her mother,

            The life of fruits and corn;

And spring and seed and swallow

Take wing for her and follow

Where summer song rings hollow

         And flowers are put to scorn.

 

There go the loves that wither,

         The old loves with wearier wings;

And all dead years draw thither,

         And all disastrous things;

Dead dreams of days forsaken,

Blind buds that snows have shaken,

Wild leaves that winds have taken,

         Red strays of ruined springs.

 

We are not sure of sorrow,

         And joy was never sure;

To-day will die to-morrow;

         Time stoops to no man's lure;

And love, grown faint and fretful,

With lips but half regretful

Sighs, and with eyes forgetful

         Weeps that no loves endure.

 

From too much love of living,

         From hope and fear set free,

We thank with brief thanksgiving

         Whatever gods may be

That no life lives for ever;

That dead men rise up never;

That even the weariest river

         Winds somewhere safe to sea.

 

Then star nor sun shall waken,

         Nor any change of light:

Nor sound of waters shaken,

         Nor any sound or sight:

Nor wintry leaves nor vernal,

Nor days nor things diurnal;

Only the sleep eternal

         In an eternal night.

ALGERNON CHARLES SWINBURNE

 


EL JARDÍN DE PROSERPINA

 

  Aquí, donde el mundo está en calma: aquí, donde el movimiento es sólo un tumulto de vientos muertos y de olas agotadas, en un dudoso sueño de sueños, veo crecer los campos verdes; entre los sembradores y los cosechadores, entre la cosecha y la siega, un mundo perezoso de arroyos.

 

  Estoy cansado de las risas y las lágrimas, y de los hombres que lloran y ríen; de lo que luego advendrá a los que siembran para cosechar; estoy cansado de los días y de las horas, de agostados capullos entre flores estériles, de deseos y ensueños de gloria, y de todo, excepto el sueño.

 

  Aquí la vida es vecina de la muerte; lejos de la vista y del oído se afanan las olas pálidas y los húmedos vientos, giran los débiles barcos y los espíritus; yerran a la ventura, y sin saber hacia dónde se encaminan; aquí no soplan esos vientos, y aquí no crecen esas cosas.

 

  Aquí no crecen hierbas ni malezas, flores de brezo o viñas, sino estériles brotes de amapola, verdes racimos de Proserpina, pálidos canteros de ondulantes juncos; aquí nada florece o colorea, excepto esta flor de donde ella extrae un vino mortal para los hombres muertos.

 

  Aunque uno fuera fuerte como siete, también conocerá la muerte; no despertará con alas en el cielo, ni llorará los dolores del infierno. Aunque fuera hermoso como las rosas, su belleza se nubla y fenece; y por más que descanse el amor, su fin no será  bueno.

 

Pálida, detrás de atrios y pórticos, coronada de hojas tranquilas, allí está quien recoge todas las cosas mortales con pálidas e inmortales manos; sus pálidos labios son más dulces que los del amor, que la temen; más dulces para esos hombres que se confunden y llegan de muchas épocas y tierras.

 

  Ella cuida de uno y de otro, cuida de todos los mortales, y olvida la tierra, su madre, y la vida de los frutos y las mieses; y la primavera y los granos y las golondrinas se alejan y la siguen, allí donde los cantos vernales suenan en falso y las flores son despreciadas.

 

  Allá van los amores marchitos, los viejos amores con sus alas cansadas; y todos los años muertos, y todos los desastres; sueños deshechos de días olvidados, ciegos capullos que la nieve ha arrancado, hojas secas que se ha llevado el viento, rojos extravíos de fuentes arruinadas.

 

  No estamos seguros de la tristeza, y la alegría nunca fue segura; el hoy morirá mañana, y el tiempo no se detiene ante ningún llamado; y el amor, débil y displicente, suspira con labios semi arrepentidos, y con ojos de olvido llora la brevedad de los amores.

 

  Por excesivo amor a la vida, por la esperanza y el temor ya libertados, brevemente agradecemos a los dioses, no importa quiénes sean, que la vida no dure siempre; que nunca se levanten los muertos; que hasta el río más perezoso, llegue en sus giros al reposo del mar.

 

  Porque entonces no nos despertarán las estrellas o el sol ni los cambios de luz; ni el ruido de las aguas agitadas, ningún sonido y ninguna visión; ni hojas estivales ni hojas invernales, ni días, ni cosas diurnas; sólo un eterno sueño, en una eterna noche.

 

  Traducción de JUAN RODOLFO WILCOCK