EL
OFICIO DE TRADUCIR
¿La traducción según los géneros?
Tomemos la poesía, por ejemplo. Mi traducción de Whitman no es un modelo
afortunado porque Whitman es un caso excepcional: es uno de los padres del
verso libre. Por más que siempre se pierdan muchas cosas, traducir verso libre
es mucho más fácil que traducir verso rimado. La traducción de poesía, en el
caso de Fitzgerald o en el de Omar Khayyam, por ejemplo, es posible porque se
puede recrear la obra, tomar el texto como pretexto. Otra forma de traducción
creo que es imposible, sobre todo si se piensa que dentro de un mismo idioma la
traducción es imposible. Shakespeare es intraducible a otro inglés que no sea
el suyo. Imaginemos una traducción literal de un verso de Darío: “La princesa
está pálida en su silla de oro” es literalmente igual a “En su silla de oro
está pálida la princesa”. En el primer caso el verso es muy lindo, ¿no?, por lo
menos para los fines musicales que él busca. Su traducción literal, en cambio,
no es nada, no existe.
La prueba de que la prosa sí
puede traducirse está en el hecho de que todo el mundo está de acuerdo en que
el Quijote es una gran novela y, sin embargo, como lo hizo notar Groussac, los
mayores elogios han sido hechos por personas que leyeron esa obra traducida.
También todos estamos de acuerdo en que Tolstói o Dickens fueron grandes
novelistas y no todos sabemos inglés y casi nadie sabe ruso.
¿Existen lenguas más o menos
adecuadas para la traducción? Las lenguas germánicas, el alemán, el inglés, las
lenguas escandinavas o el holandés tienen una facilidad que no tiene el
español: la de las palabras compuestas. En Shakespeare, por ejemplo: “From
this world-weary flesh”, sería un español: “De esta carne cansada del mundo”.
“Cansada del mundo” es una frase pesada en español, mientras que la palabra
compuesta “world-weary” no lo es en inglés. Estos defectos
tienen que perderse en una traducción. Imaginemos una expresión muy común en
español: “estaba sentadita”. Eso no puede decirse en otros idiomas. Ahí, “sentadita”,
da la idea de una chica sentada y al mismo tiempo abandonada, ¿no?, bueno, “solita”.
Tanto en inglés como en francés hay que buscar una variante. En inglés puede
decirse “all alone”, que literalmente es “toda sola”.
¿Qué recomendaciones se le pueden
hacer a los traductores de prosa? Desde luego que no deben ser literales. Hubo
una polémica famosa en Inglaterra entre Arnold y Newman sobre la traducción
literal. Arnold decía que la traducción literal no es fiel al original porque
cambia los énfasis. En español, por ejemplo, no se dice “buena noche”, sino “buenas
noches”, en plural. Si se tradujera al francés como “bonnes nuits” o
al inglés como “good nights”, se estaría cometiendo un error,
porque se estaría creando una énfasis que no existe en el original. Si al
traducir una novela se le hiciese decir a un personaje que dice “good
morning” o “gutten morgen” su traducción literal que
es “buena mañana”, se lo estaría haciendo hablar de un modo anómalo. Decir en
inglés “good days” por “buenos días” también sería infiel. Hay
otros casos de error: Lutero tradujo al alemán El cantar de los
cantares como Das Hoche Lied (“el más alto cantar”).
Lo que pasa es que en hebreo no existen los superlativos y “el cantar de los
cantares” quiere decir “el mejor cantar” o “el más alto cantar”. En español “el
cantar de los cantares” y en inglés “the song of songs”, se
conservó el hebraísmo.
¿Cuál es la calidad de la
traducción al español que se hace en la Argentina? Para nosotros la traducción
al español hecha en la Argentina tiene la ventaja de que está hecha en un
español que es el nuestro y no un español de España. Pero creo que se comete un
error cuando se insiste en las palabras vernáculas. Yo mismo lo he cometido.
Creo que un idioma de una extensión tan vasta como el español, es una ventaja y
hay que insistir en lo que es universal y no local. Hay una tendencia en todas
partes, sin embargo, a acentuar las diferencias cuando lo que habría que
acentuar son las afinidades. Claro que como el Diccionario de la
Academia lo que quiere es publicar cada año un volumen más abultado,
acepta una cantidad enorme de palabras vernáculas. La Academia Argentina de
Letras manda entonces largas listas de, por ejemplo, nombres de yuyos de
Catamarca para que sean aceptadas y abulten el Diccionario.
¿Si me gustó más traducir poesía
que a Kafka o a Faulkner? Sí, mucho más. Traduje a Kafka y a Faulkner porque me
había comprometido a hacerlo, no por placer. Traducir un cuento de un idioma a
otro no produce gran satisfacción. A propósito de traducciones de prosa,
recuerdo un caso interesante. Mi madre tradujo un libro de D. H. Lawrence que
se titula The Woman Who Rode Away como “La mujer que se fue a caballo”, que es más largo que en inglés pero
creo que es correcto. En francés, en cambio, lo tradujeron como “La amazona
fugitiva”, parece una broma, casi, o la traducción del título de un film. Este
último tipo de traducciones también depara ejemplos sorprendentes. Recuerdo un
film: The Imperfect Lady (“La dama imperfecta”). Cuando se dio
aquí le pusieron “La ramera”. Claro que el sentido es ése, pero pierde toda la
gracia, ¿no? “una imperfecta dama” es lo contrario de “una perfecta dama” y es
muy gracioso; si se pone, en cambio, “la ramera” o “la cortesana” se supone que
es más fuerte, pero, al contrario, debilita.
¿Qué me parecen mis textos
traducidos a otros idiomas? Los han traducido muy bien. Salvo al alemán. Las
traducciones al francés que han hecho Ibarra y Roger Caillois son muy buenas.
Las de Di Giovanni al inglés también son buenas. Las traducciones de sonetos
que hicieron él y otros poetas americanos son muy buenas porque los han
recreado. Las traducciones de sonetos no pueden ser literales y conservar el
sentido.
Con mis poemas, en cambio,
generalmente encuentro que los han mejorado muchísimo. Salvo en Alemania, como
dije. Un traductor alemán tradujo un cuento mío que en algún lugar decía “llegaba
un oscuro”. Él, sin darse cuenta de que se trataba del pelaje de un caballo,
tradujo “llegaba el crepúsculo”. Claro, traducía por el diccionario. Pero es el
diccionario mismo el que induce a error. De acuerdo a los diccionarios, los
idiomas son repertorios de sinónimos, pero no lo son. Los diccionarios
bilingües, por otra parte, hacen creer que cada palabra de un idioma puede ser
reemplazada por otra de otro idioma. El error consiste en que no se tiene en
cuenta que cada idioma es un modo de sentir el universo o de percibir el
universo.
La Opinión Cultural, Buenos Aires, 21 de septiembre de 1975