miércoles, 30 de junio de 2021

Ovidio y Diego Mexía de Fernangil: Enone a Paris

 

EPÍSTOLA QUINTA

ENONE A PARIS

 

ARGUMENTO  DE LA EPÍSTOLA

Paris por otro nombre llamado Alejandro, fue hijo de Príamo y de Hécuba, reyes de Troya; y estando su madre preñada, soñó parir una encendida hacha que abrasaba y convertía en ceniza a toda Frigia. Su padre, lleno de temor (habiendo consultado sobre ello a Apolo), mandó a Hécuba que matase la criatura que pariese. Mas pariendo la madre, viendo la hermosura del niño con maternal compasión, mandó a un criado que le diese a criar a unos pastores del rey en el monte Ida. Llegando Paris a edad (por las muchas partes de virtud que en él resplandecían), fue amado de muchas pastoras; y la que más le amó fue Enone, ninfa hija del río Janto, o hablando a nuestro modo, pastora criada en su ribera, con la cual fue casado. Después, siendo el zagal conocido por hijo del rey Príamo, fue enviado a Grecia con veinte navíos, como por embajador, sobre la libertad de su tía Hesiona, y siendo en tratado de Menelao; en pago de lo cual, enamorándose de su mujer la hermosa Elena, se la robó (consintiéndolo ella) con todo el tesoro real. Volviendo, pues, a Troya Paris con su robo, donde le esperaba su mujer Enone, viéndose burlada y que se había casado Paris con Elena en menosprecio suyo, finge el poeta que le escribe esta carta, donde le representa su mucho amor y fe, y de ella mucha deslealtad aféale mucho a Elena, diciendo (y con mucha razón) que la que no tuvo fe con su primer marido, menos la tenía con un forastero.

 


¿Lees? ¿o la esposa nueva lo prohíbe?

Lee, que no es de Micenas enviada,

Ni es carta que enemigo te la escribe.

 

Yo Enone, hermosa ninfa celebrada

En las selvas de Frigia, me lamento

De ti, que fuiste mío y soy burlada.

 

¿Qué Dios se opuso a nuestro casamiento?

¿Qué culpa hice porque desmerezca

De ser tuya y tener tu ayuntamiento?

 

Bien es que con paciencia se padezca

El mal que por la culpa propia viene.

Mas do no hay culpa duele que acaezca.

 

El valor no tenía que ahora tiene

Tu persona, en el tiempo que por mío

Te escogí; y vales más porque más pene.

 

Yo era de Janto, caudaloso río,

Ninfa, y mi rostro con deidad cubierto

De grave majestad y señorío.

 

Y aunque hayas sido agora descubierto

Por hijo del rey frigio, entonces eras

Siervo y no infante, y cuando infante, incierto.

 

Y siendo siervo quise tan de veras.

Que te hice mi esposo y nos gozamos

Como si por tu igual me conocieras.

 

Muchas veces los hatos repastamos,

Y entre ellos con los árboles hojosos

Cubiertos, del cansancio descansamos.

 

Y estando allí a la sombra calurosos,

La tierra, grama, flores y mi pecho

Te eran cama en tus gustos amorosos.

 

Muchas veces durmiendo en nuestro lecho.

El heno por colchón, cayó la helada

Y oprimió de la choza el débil techo.

 

¿Quién te mostraba el puesto, la parada

(Aunque la selva más espesa fuera)

Para esperar la caza deseada?

 

¿Quién te era guía y dulce compañera.

Mostrándote las grutas do escondía

Sus hijuelos pequeños cualquier fiera?

 

Muchas veces, ay mísera, tendía

Las redes, y a los perros con mi grito

Incitaba, animaba y persuadía.

 

Guardan mi nombre en todo este distrito

Las hayas con las letras, que parecen

Decir Enone, y léome en tu escrito.

 

Y cuanto más aquellos troncos crecen,

Mis nombres tanto más crecen en ellos,

Y siempre en sus cortezas permanecen.

 

Creced, hayas; subid, árboles bellos.

En honor de mi nombre y de mi estado.

Títulos que me ilustra el poseellos.

 

Acuérdome de un álamo plantado

En la orilla del Janto caudaloso,

Do están memorias de mi bien pasado.

 

Álamo, vive tú que estás frondoso

Junto a las aguas, tú que en tu corteza

Contienes este verso mentiroso;

 

«Cuando olvidada Enone y su belleza,

Paris vivir pudiere, aqueste río

Atrás volverá el curso con presteza.»

 

Janto, vuélvete atrás; volved con brío

Vosotras, aguas, pues que Paris vive,

A su Enone olvidando como impío.

 

Aquel infausto día, aquel que escribe

Mi desventura en mí por tiempo eterno.

Le trajo al alma el mal que ahora recibe.

 

Desde aquel día comenzó el invierno

De tu mudado amor, y fue perdida

Mi dulce gloria, y se ordenó mi infierno.

 

Digo aquel día, cuando allá en el Ida

Llegó Venus y Juno a tu presencia,

Aquella y esta de beldad vestida.

 

También Minerva allí por más decencia

Con armas vino, aunque desnuda, ¡ay triste!

De su beldad pidiéndote sentencia.

 

Cobró miedo (según que me dijiste)

Tu pecho en aquel punto, y un helado

Temor dentro en tus huesos concebiste.

 

Y yo, que ya un pavor me había ocupado

Consulté hechiceras y hechiceros,

De la sentencia que a las tres has dado.

 

Salieron tristes todos los agüeros;

Sangre anunciaron, muerte arrebatada,

Maldad nefaria, fines lastimeros.

 

Cortose la madera, fue la armada

En astillero puesta, y sin contraste

Fue en el inmenso mar depositada.

 

Lloraste Paris (digo que lloraste)

Al partirte de mí; no niegues esto,

0 a lo menos concede que me amaste.

 

No te avergüences del amor honesto

Que me tuviste, que harto más te afrenta

Tu nuevo amor lascivo y deshonesto.

 

Lloraste, y viste no quedar exenta

Mi vista del aljófar que manaba.

Temiendo de tu ausencia la tormenta.

 

Con la tristeza cada cual mostraba

De nosotros sus lágrimas piadosas.

Viendo que un cuerpo de otro se apartaba

 

Y no así al olmo se asen las hermosas

Vides, como a mi cuello así se asieron

Tus brazos y tus manos poderosas.

 

¡Ay! ¡cómo y cuántas veces se rieron

Los tuyos cuando echabas culpa al viento

De la tardanza con que al mar se dieron!

 

¡Cuántas veces, dejándome en tormento

Volviste a darme besos reiterados.

Según que estabas de mi amor sediento!

 

¡Con qué dificultad, con qué turbados

Espíritus me dio tu lengua el vale

Y el queda con los dioses consagrados!

 

Embarcástete al fin, y luego sale

Un viento fresco que en las velas dando

Fuerza a tu armada por el mar resbale.

 

Las claras ondas se encanecen cuando

De los remeros la copiosa lista

Las iban con los remos azotando.

 

Yo, siguiendo, cuitada, con la vista

Lo más que pude el fugitivo paño.

Dejé la arena con el llanto mixta.

 

Por ti he rogado, oh padre del engaño,

A las Ninfas del mar embravecido.

Porque vinieses presto, y en mi daño.

 

Ya por mis ruegos, Paris, has venido,

No para Enón, veniste para Elena;

Para tu dama yo piadosa he sido.

 

Hay un monte, una cumbre inmensa, llena

De fragosa aspereza, cuya altura

Mira al profundo, donde el mar resuena.

 

En cuya falda impenetrable y dura

Neptuno hierve, y ella resistiendo

Convierte en blanda espuma la agua pura.

 

Aquí yo, pues, ¡ay mísera! subiendo,

Fui quien primero descubrí tu nave,

Sus velas como amante conociendo.

 

Diome deseo de volar como ave,

Ímpetus de ir a ti nadando tuve;

Que quien bien ama, cuanto quiere sabe.

 

Mientras perpleja en esto me detuve,

En la alta prora vi resplandecía

Púrpura; entonces más atenta estuve.

 

Gran recelo me dio, porque bien vía

Que no te era decente estar cubierto

De lo que solo a damas convenía.

 

Llegó la nave a tierra, tomó puerto,

Vi dentro de mujer la faz hermosa.

Quedó a miedo y dolor mi pecho abierto.

 

Y no solo vide esto, mas (furiosa,

¿Por qué me puse a verlo?) que abrazada

Contigo vi a tu amiga ignominiosa.

 

Aquí lloré mi muerte desdichada;

Di mil suspiros, aunque en vano, al viento,

Y mi madeja de oro fue arrancada.

 

Rasgué mi rostro con furor violento.

Que las uñas abrieron con fiereza

Un sulco y otro, y cada cual sangriento.

 

Al sacro monte de Ida y su aspereza

Henchí de aullidos hórridos, feroces.

Contando a los peñascos tu dureza.

 

Permita el justo cielo no la goces,

Y que ella brame ausente de su esposo,

Y cual me fuerza a dar, dé al aire voces.

 

Agora que estás rico y poderoso.

Mil damas tienes, y éstas son aquellas

Que a ti te siguen por el mar ondoso.

 

Contigo vienen estas damas bellas.

Dejando sus legítimos maridos;

¡Oh aleve amante, y más aleves ellas!

 

Cuando eras pobre y por el verde ejido

Pastoreabas con pobreza tanta.

Ninguna sino Enón tu esposa ha sido.

 

No me admira tu oro, ni levanta

Verte en pompa real ni en monarquía,

Ni ser nuera de Príamo me espanta.

 

Que muy bien sé que no rehusaría

De ser mi suegro Príamo, ni afrenta

De ser su nuera a Hécuba vernía.

 

Que digna soy, y el mérito me alienta

De ser mujer de un príncipe y matrona,

y hasta lo ser no me veré contenta.

 

Cabeza y manos tiene mi persona

Dignas (pues ser yo ninfa me bastaba)

De empuñar cetro y sustentar corona.

 

No me desprecies porque me acostaba

Contigo en suelo agreste, pues soy dina

De regia cama, y no de la que usaba.

 

Mi amor seguro en fin no te encamina

Guerra, ni trae por mar copiosa armada

Para vengar tu fuerza adulterina.

 

Aquesa fugitiva es demandada

Con armas; y ella ufana y desenvuelta.

Con esta dote viene a tu morada.

 

La cual si a gente griega ha de ser vuelta,

A Héctor, a Deifobo y Polidamas

Lo di, y pregunta el fin de esta revuelta.

 

Consulta el parecer, pues que los amas.

De Antenor y de Príamo tu padre.

Que por su larga edad sabrán de tramas.

 

Torpeza es grande, indigna que te cuadre.

Que una esclava antepongas impaciente

Al amor de la patria nuestra madre.

 

Tu causa es vergonzosa; y justamente

Su agraviado marido, por habella,

Te mueve guerra, junta y llama gente.

 

No te prometas, no, lealtad de aquella

Que en tus brazos se entregó en un hora

Y que te fue tan fácil gozar de ella.

 

Que si el menor Atrida grita agora

Las leyes rotas del violado lecho,

Y de amor forastero opreso llora;

 

Tú también gritarás y sin provecho.

Que si una vez se pierde la vergüenza.

Todo bien, todo honor queda deshecho.

 

En tu amor arde, y a te amar comienza;

También a Menelao amó esta dama;

Mas es frágil su amor más que una trenza.

 

Agora el triste arrepentirse brama.

Que a Elena dando y a su amor creencia.

Viudo yace en la desierta cama.

 

¡Oh Andrómaca felice! tu advertencia

Alabo, pues te diste por esposa

De un constante varón de gran prudencia.

 

¡Ay Paris! que yo fuera venturosa

Si casara con otro cual tu hermano;

Mas vedolo mi estrella rigurosa.

 

Eres más inconstante, más liviano

Que secas hojas que arrebata el viento

Y van volando por el aire vano.

 

Hay menos peso en ti, menos cimiento

Que en leve espiga insólida y vacía.

Seca del sol y de su ardor violento.

 

 

Esto es lo que tu hermana me decía.

Digo que dijo (agora se me acuerda),

Suelto el cabello, aquesta profecía:

 

"Di ¿qué haces, Enone? si estás cuerda,

¿Cómo en la arena siembras? ten mancilla

De ti, no siembres donde se te pierda,

 

"Aras del mar horrífico la orilla

Con bueyes sin provecho: no conviene

Que pierdas el trabajo y la semilla.

 

"¡Hola! una griega ternerilla viene,

Destruición tuya, de tu casa y tierra:

¡Hola! estórbalo tú; ¿qué te detiene?

 

"La griega ternerilla viene: ¡guerra,

Guerra agora que hay tiempo, y al navío

Hundid, que abominable carga encierra!

 

Frigios, no imaginéis viene vacío.

De sangre frigia y de minante fuego

Viene relleno aquel bajel impío".

 

Dijera más, si sus sirvientas luego

No la llevaran por estar furiosa,

Dejándome en mortal desasosiego.

 

Erizose el cabello ¡oh grave cosa!

(Que es en ser largo y rubio incomparable);.

Quedé admirada y aun quedé medrosa.

 

¡Ay, Casandra fatídica, admirable!

¡Cómo tu adivinar me satisface!

¡Cuán cierto ha sido a esta miserable!

 

Mira la vaca griega cómo pace

Mi dehesa, usurpando mi ventura,

Y de mis pastos a su gusto hace.

 

Insigne puede ser su hermosura;

Pero adúltera es, pues desampara

Su esposo y dioses con desenvoltura.

 

Ella robada ha sido, cosa es clara.

Otra vez de un Teseo, si en el nombre

No me ha engañado la memoria avara.

 

No sé yo quién él sea, en fin un hombre

Dicho Teseo, por su astucia bella

Robándola ganó fama y renombre.

 

¿Creeremos, pues, agora, oh Paris, de ella,

Que de poder de un mozo amante suyo

Se quedó virgen, y volvió doncella?

 

¿Preguntarás que todo cuanto arguyo

De quien lo deprendí? De amor, que esfuerza

Mi lengua ruda con que te concluyo.

 

Y aunque su robo se atribuya a fuerza

Y lo disfraces con tal nombre, es cierto

No haber habido quien su gusto tuerza.

 

Quien tantas veces tan al descubierto

Robar se deja y al ladrón se ofrece.

Ella da el orden, ella da el concierto.

 

Mas la constante Enone permanece

Casta, siendo alevoso su marido.

Viviendo ella más casta que él merece.

 

De Sátiros la turba con rüido

Y veloz planta en Ida me buscaba;

Mas yo me entraba al bosque más tejido.

 

El cornígero Fauno me acosaba,

De agudo pino ornada su cabeza,

Por los altos collados donde andaba.

 

Bien que el que a Troya puso pieza a pieza

Su fuerte muro (y siendo ardiente y rojo,

Desde el Oriente su camino empieza),

 

De mi virginidad llevó el despojo;

Mas llevolo por fuerza, y mi cabello

Y mi rostro rasgué de puro enojo.

 

Oro ni joyas no perdí por ello,

Ni puse en precio aquella afrenta indina,

Que el cuerpo es cosa infame el revendello.

 

Viendo esto Febo, me juzgó por dina

De grande premio, y diome infusa ciencia

Del arte santa de la medicina.

 

Dió a mis manos su don y suficiencia,

Y así cualquier raíz, cualquiera planta

Conozco, y me es notoria su potencia.

 

Mas ¡ay triste de Enone! que con tanta

Fuerza y virtud de yerbas, no hay ninguna

Que me aproveche, cosa que me espanta.

 

Al mal de amor no cura yerba alguna;

Mi mesma ciencia, mi arte me ha dejado;

La que me sigue siempre es mi fortuna.

 

El mesmo Apolo vacas ha guardado

De Admeto, según fama; diole guerra

Amor, y con mi fuego fue abrasado.

 

Aquel remedio que la fértil tierra

Con sus yerbas, ni Apolo darme puede.

Tú me lo puedes dar y en ti se encierra.

 

Puedes y lo merezco. No se vede

A mi fe lo que pido; ten mancilla

De esta que en un punto de tu amor no excede.

 

No vengo yo con griegos en cuadrilla,

Con armas de paz vengo a mi marido.

Tu esposa abraza, pues a ti se humilla.

 

Toda soy tuya, tuya sola he sido

Desde mi tierna edad, y en ti se emplea

Todo mi amor; y agora también pido

Que el resto de mi vida tuyo sea.

 

PUBLIO OVIDIO NASÓN

DIEGO MEXÍA DE FERNANGIL