LA MUERTE DIFÍCIL
[...] Ya la otra noche siguió la ruta del sueño
hasta ese punto que ninguna palabra podría designar.
Estaba solo,
estaba vacío. La aventura había comenzado cuando de un tórax petrificado, los
pulmones, pájaros de fieltro y de rubí, habían salido volando. Habían subido en
pleno cielo, más suaves que los ángeles, que son, sin embargo, como todo el
mundo sabe, criaturas sin huesos; y el pecho, más altivo que el casco de un
barco nuevo, se había alegrado como si se tratara de una virginidad un poco
tonta y al fin perdida. Y allá a lo lejos, en el camino, unos soldados que
encontraron el tórax abandonado, soldados que levantaron entonces los ojos al
cielo y vieron una mancha roja en el sol, pesadamente, mientras sus pies
marcaban el compás del estribillo, se pusieron a cantar:
¿Qué es una virginidad?
Es un pájaro melancólico
Que no sale de la jaula
Hasta cumplidos los quince
años.
Pulmón,
virginidad, pájaro ensangrentado, pájaro melancólico. La jaula está vacía, la
jaula está sola. El que estaba allí aprisionado ha subido hasta las estrellas.
Pero ya vuelve a bajar metamorfoseado, convertido en un rostro de ojos cerrados,
de rasgos perfectos, de mejillas que desde la primera mirada se intuyen más
suaves que la cera bajo la caricia de las manos y de los labios. Pero de esos
párpados tan perfectamente cerrados que se los hubiese tomado por una sola y
única valva, de esos párpados, de pronto, ¿qué invisible dentellada hace surgir
el núcleo de los ojos? En la sombra que brota de las sienes, de la nariz, del
mentón, de pronto brilla una mirada. Mirada impar, aunque dos ojos estén vivos
uno y otro. Y los rasgos del rostro han acabado de borrarse. En la soledad, en
el vacío frente a un muchacho de cuerpo hueco, sólo quedan dos ojos: un ojo de
Bruggle, un ojo de Diane.
Ojo de
Diane, preciso y triste por una conciencia que lo limita; ojo de Bruggle, el
ojo más hermoso que Pierre haya visto en su vida. Ojo humano, ojo animal
también, y que ni siquiera el amor podría domesticar. Bruggle, pequeño salvaje,
su ojo hace pensar en la selva, en la madera seca, en la lluvia. Una gota de su
mirada es más profunda que todos los océanos puestos unos sobre otros. Ojo de
Bruggle, ojo animal. Bruggle, pequeño salvaje. Tenía razón en reírse de la
mujer del embajador escandinavo. La domadora, como él dice, por más que sepa de
hombres dio al fin con uno al que es imposible domesticar. Bruggle, pequeño
salvaje, y su ojo libre. Ojo de Diane, preciso y triste por una conciencia que
lo limita.
Esos dos
ojos, hermanos enemigos, se acercan uno al otro. Pierre pensó al principio en
una posible batalla. Ya se tocan, pero las pestañas no se les erizan y, sin que
haya habido la más pequeña afirmación hostil, Pierre puede ver el ojo de
Bruggle que se transparenta debajo del ojo de Diane. Después ya no hay nada más
en la soledad, en el vacío. [...]
Ediciones De La Mirándola,
abril de 2012
ISBN: 978-987-28010-1-4
LA MORT DIFFICILE
[...] L’autre nuit déjà, il a suivi la route du
sommeil jusqu’au point que nul mot ne saurait désigner.
Il
était seul, il était vide. L’aventure avait commencé lorsque, d’un thorax
pétrifié, les poumons, oiseaux de rubis et de feutre, s’étaient envolés. Ils
étaient montés en plein ciel, plus doux que les anges qui sont pourtant, comme
chacun sait, des créatures sans os, et la poitrine plus fière que la coque d’un
navire tout neuf s’était réjouie comme d’une virginité un peu sotte enfin
perdue. Et là-bas sur la route des soldats qui rencontrèrent le thorax
inhabité, des soldats qui levèrent alors les yeux au ciel et virent une tache
rouge dans le soleil, lourdement, leurs pieds rythmant le couplet, se mirent à
chanter :
Qu’est-ce que c’est qu’un pucelage ?
C’est un oiseau languissant
Et qui ne sort de sa cage
Qu’après l’âge de quinze ans.
Poumon,
pucelage, oiseau sanglant, oiseau languissant. La cage est vide, la cage est
seule. Celui qu’elle tenait prisonnier est monté jusqu’aux étoiles. Mais déjà
le voici qui redescend métamorphosé, devenu visage aux yeux clos, aux traits
parfaits, aux joues, qu’on devine, du premier regard, plus douces que cire à la
caresse des mains et des lèvres. Or ces paupières si parfaitement jointes qu’on
les eût prises pour une seule et même coquille, de ces paupières, soudain, quel
invisible coup de dent fait jaillir le noyau des yeux ? Parmi l’ombre née
des tempes, des narines, du menton, un regard soudain fleurit. Regard impair,
bien que deux yeux soient l’un et l’autre vivants. Et les traits du visage ont
achevé de s’effacer. Dans la solitude, dans le vide en face d’un garçon au
corps creux, ne demeurent que deux yeux : un œil de Bruggle, un œil de
Diane.
Œil de Diane, précis et triste d’une conscience qui
le limite, œil de Bruggle le plus bel œil humain que Pierre ait jamais vu. Œil
humain, œil animal aussi et que l’amour même ne saurait apprivoiser. Bruggle,
petit sauvage, son œil sent la forêt, le bois sec, la pluie. Une goutte de son
regard est plus profonde que tous les océans les uns sur les autres. Œil de
Bruggle, œil animal. Bruggle petit sauvage. Il avait raison de rire de
l’ambassadrice scandinave. La dompteuse, comme il dit, a beau s’y connaître en
hommes, elle a enfin trouvé quelqu’un à ne pas domestiquer. Bruggle petit
sauvage, et son œil libre. Œil de Diane précis et triste d’une conscience qui
le limite.
Ces
deux yeux, deux frères ennemis, l’un de l’autre s’approchent. Pierre d’abord a
cru à quelque bataille. Déjà ils se touchent mais leurs cils ne se hérissent
point et sans qu’il y ait eu la moindre affirmation hostile, Pierre peut voir
l’œil de Bruggle en transparence, sous l’œil de Diane. Puis il n’y a plus rien
dans la solitude, dans le vide. [...]