sábado, 11 de noviembre de 2017

Samuel Taylor Coleridge, Gustave Doré y Ricardo Baeza: La balada del viejo marinero. Partes II, III y IV

THE RIME OF THE ANCIENT MARINER
PART II

The Sun now rose upon the right:
Out of the sea came he,
Still hid in mist, and on the left
Went down into the sea.

And the good south wind still blew behind,
But no sweet bird did follow,
Nor any day for food or play
Came to the mariner's hollo!

And I had done a hellish thing,
And it would work 'em woe:
For all averred, I had killed the bird
That made the breeze to blow.
Ah wretch! said they, the bird to slay,
That made the breeze to blow!

Nor dim nor red, like God's own head,
The glorious Sun uprist:
Then all averred, I had killed the bird
That brought the fog and mist.
'Twas right, said they, such birds to slay,
That bring the fog and mist.

The fair breeze blew, the white foam flew,
The furrow followed free;
We were the first that ever burst
Into that silent sea.

Down dropt the breeze, the sails dropt down,
'Twas sad as sad could be;
And we did speak only to break
The silence of the sea!

All in a hot and copper sky,
The bloody Sun, at noon,
Right up above the mast did stand,
No bigger than the Moon.


Day after day, day after day,
We stuck, nor breath nor motion;
As idle as a painted ship
Upon a painted ocean.

Water, water, every where,
And all the boards did shrink;
Water, water, every where,
Nor any drop to drink.

The very deep did rot: O Christ!
That ever this should be!
Yea, slimy things did crawl with legs
Upon the slimy sea.


About, about, in reel and rout
The death-fires danced at night;
The water, like a witch's oils,
Burnt green, and blue and white.

And some in dreams assurèd were
Of the Spirit that plagued us so;
Nine fathom deep he had followed us
From the land of mist and snow.


And every tongue, through utter drought,
Was withered at the root;
We could not speak, no more than if
We had been choked with soot.

Ah! well a-day! what evil looks
Had I from old and young!
Instead of the cross, the Albatross
About my neck was hung.

Parte II

El sol ahora se levantaba por la derecha; de lo hondo del mar surgía, todavía envuelto en bruma, y por la izquierda iba descendiendo hasta desaparecer en el mar.
El buen viento del Sur soplaba aún a nuestras espaldas; pero ningún ave volaba en pos de nosotros, ni acudía en busca de comida o de juego al llamamiento del Marinero.

Sus compañeros de tripulación claman contra el viejo marinero por haber matado al ave de buen agüero.

Y yo había cometido una acción infernal, que a todos había de acarrear desgracia; pues todos comprendieron que había matado al ave que hacía soplar la brisa. "¡Ah, miserable —clamaban—, haber matado al que hacía soplar la brisa!"

Pero cuando la bruma se levantó, justificaron al marinero, y se hicieron así cómplices del crimen.

Ni empañado ni rojo, semejante a la cabeza misma de Dios, el sol glorioso se levantó. Todos comprendieron entonces que yo había matado al ave que traía la bruma y la niebla. "¡Bien está —clamaban— matar tales aves, que traen la bruma y la niebla!"

La brisa propicia continúa; el barco entra en el Océano Pacífico y navega hacia el Norte, hasta llegar a la Línea. El barco queda súbitamente en calma.

La brisa soplaba alegremente, la espuma blanca volaba a uno y otro lado, el surco abierto por la quilla se extendía hasta el horizonte. Nosotros fuimos los primeros que hubieron de entrar en aquel mar silencioso.
La brisa cayó, cayeron fláccidas las velas; el cuadro no podía ser más triste; y si todavía hablábamos, era tan sólo para romper el silencio del mar.
En un cielo de candente cobre, el sol sanguinolento asomó a mediodía, allá en lo alto, encima exactamente del mástil, apenas mayor que la luna.
Día tras día, día tras día, allí permanecimos, fijos, inmóviles, sin un soplo; ociosos como un barco pintado sobre un pintado océano.

Y el albatros comienza a ser vengado.

Agua, agua, todo en torno, y las tablas se encogían de calor. Agua, agua, todo en torno, y ni una gota que beber.
El mismo abismo se estancó y empezó a corromperse. ¡Oh Cristo, que esto hubiéramos de ver! Y viscosas criaturas ramparon tortuosamente sobre el mar viscoso.

Un Espíritu les había seguido; uno de los invisibles habitantes de este planeta, ni almas fenecidas ni ángeles; acerca de los cuales el erudito judío Josefo y el muy constantinopolitano platónico Miguel Psellus pueden ser consultados. Son muy numerosos, y no hay latitud ni elemento que no tenga uno o varios.

Todo en torno, en torno, en trémula barahúnda los fuegos de muerte danzaban por la noche; el agua, como los óleos de una bruja, ardía verde, azul y blanca.
Y algunos como entre sueños aseguraban que eran del Espíritu que así nos perseguía y que a nueve toesas bajo el agua nos había seguido desde el país de la bruma y las nieves.
Y cada lengua, a causa de la falta de agua, estaba seca hasta la raíz; y no podíamos hablar palabra, como si hubiésemos tenido la boca llena de hollín.

Los tripulantes, en su desesperación, tratan de echar toda la culpa sobre el viejo marinero; en signo de lo cual le cuelgan al cuello el cadáver del ave marina.

¡Ay, mísero de mí; qué miradas de odio las que me dirigían mozos y viejos! Y, en lugar de la cruz, el cadáver del albatros fue colgado a mi cuello.

PART III

There passed a weary time. Each throat
Was parched, and glazed each eye.
A weary time! a weary time!
How glazed each weary eye,

When looking westward, I beheld
A something in the sky.

At first it seemed a little speck,
And then it seemed a mist;
It moved and moved, and took at last
A certain shape, I wist.

A speck, a mist, a shape, I wist!
And still it neared and neared:
As if it dodged a water-sprite,
It plunged and tacked and veered.

With throats unslaked, with black lips baked,
We could nor laugh nor wail;
Through utter drought all dumb we stood!
I bit my arm, I sucked the blood,
And cried, A sail! a sail!

With throats unslaked, with black lips baked,
Agape they heard me call:
Gramercy! they for joy did grin,
And all at once their breath drew in.
As they were drinking all.

See! see! (I cried) she tacks no more!
Hither to work us weal;
Without a breeze, without a tide,
She steadies with upright keel!

The western wave was all a-flame.
The day was well nigh done!
Almost upon the western wave
Rested the broad bright Sun;
When that strange shape drove suddenly
Betwixt us and the Sun.

And straight the Sun was flecked with bars,
(Heaven's Mother send us grace!)
As if through a dungeon-grate he peered
With broad and burning face.


Alas! (thought I, and my heart beat loud)
How fast she nears and nears!
Are those her sails that glance in the Sun,
Like restless gossameres?

Are those her ribs through which the Sun
Did peer, as through a grate?
And is that Woman all her crew?
Is that a DEATH? and are there two?
Is DEATH that woman's mate?

Her lips were red, her looks were free,
Her locks were yellow as gold:
Her skin was as white as leprosy,
The Night-mare LIFE-IN-DEATH was she,
Who thicks man's blood with cold.

The naked hulk alongside came,
And the twain were casting dice;
'The game is done! I've won! I've won!'
Quoth she, and whistles thrice.


The Sun's rim dips; the stars rush out;
At one stride comes the dark;
With far-heard whisper, o'er the sea,
Off shot the spectre-bark.

We listened and looked sideways up!
Fear at my heart, as at a cup,
My life-blood seemed to sip!
The stars were dim, and thick the night,
The steersman's face by his lamp gleamed white;
From the sails the dew did drip—
Till clomb above the eastern bar
The hornèd Moon, with one bright star
Within the nether tip.

One after one, by the star-dogged Moon,
Too quick for groan or sigh,
Each turned his face with a ghastly pang,
And cursed me with his eye.


Four times fifty living men,
(And I heard nor sigh nor groan)
With heavy thump, a lifeless lump,
They dropped down one by one.

The souls did from their bodies fly,—
They fled to bliss or woe!
And every soul, it passed me by,
Like the whizz of my cross-bow!

Parte III

El viejo marinero distingue un signo en la lejanía.

Los días pasaban abrumadoramente. Todas las bocas estaban abrasadas, vidriosos todos los ojos. ¡Días abrumadores! ¡Días abrumadores! ¡Cuán abrumados los ojos vidriosos! Cuando he aquí que, mirando hacia el poniente, distinguí un no sé qué en el cielo.
Al principio parecía tan sólo una mota, luego semejó una bruma; y avanzaba, avanzaba, hasta que al fin adquirió cierta forma.
¡Una mota, una bruma, una forma! Y cada vez más y más cerca. Como arrastrada por un espíritu de las aguas, se zambullía, viraba, barloventeaba.

Al acercarse más, se le antoja una nave; haciendo un terrible esfuerzo liberta su voz de las ligaduras de la sed.

Las gargantas resecas, los labios negros y abrasados, no podíamos ni reír ni lamentarnos; la sed terrible nos había enmudecido todos. Mordiéndome el brazo chupé un poco de sangre y pude gritar al fin: ¡una vela, una vela!

Una ráfaga de alegría.

Las gargantas resecas, los labios negros y abrasados, me oyeron gritar estupefactos. ¡Alabado sea el Señor! La alegría contorsionaba sus rostros y todos respiraron anchamente como si estuviesen bebiendo ya.

Y el horror tras ella. Pues ¿puede navegar una nave sin marea ni viento?

¡Mirad, mirad!, grité, ¡ya no cambia de bordada! ¡Hacia acá en socorro nuestro, sin viento ni marejada, con proa firme se nos viene derechamente encima!
El confín a poniente era una llama. El día tocaba casi a su término. Al filo casi del confín poniente descansaba el sol ancho y relumbrante. Cuando, súbitamente, aquella forma extraña se interpuso entre nosotros y el sol.

Diríase tan sólo el esqueleto de una nave.

Y en seguida el sol se vio cruzado de barrotes (¡Madre del Cielo, apiádate de nosotros!), como si a través de la reja de un calabozo nos mirase con su rostro ancho y candente.

Y sus cuadernas resaltan como barrotes sobre la faz del sol poniente.

¡Ay de mí! —pensé, mientras el corazón se me saltaba del pecho—, ¡cuán de prisa se acerca a nosotros! ¿Serán sus velas esas palpitantes telarañas que relucen al sol?

La Mujer—Espectro y su acompañante la Muerte, únicos a bordo de la nave esqueleto.

¿Son ésas sus cuadernas, a través de las cuales atisba el sol, como a través de una reja? ¿Y será esa mujer su tripulación? ¿Será ésa una Muerte? ¿Son dos, realmente? ¿Será la Muerte quien acompaña a esa mujer?

¡Tal barco, tal tripulación!

Rojos eran sus labios, atrevida su mirada, sus crenchas amarillas como el oro, su piel blanca como la de un leproso.

La Muerte y la Vida-en-Muerte han jugado a los dados la tripulación del barco, y la segunda ha ganado al viejo marinero.

La Pesadilla Vida-en-Muerte era, que hiela y cuaja la sangre del hombre.
El desnudo casco pasó junto a nosotros. La siniestra pareja sobre cubierta jugaba a los dados. "¡Acabó el juego! ¡He ganado! ¡He ganado!", gritó la mujer, y silbó tres veces.

Sin crepúsculo en la mansión del sol.

El borde del sol se hundió en el mar; las estrellas se precipitaron fuera; de un tranco cayó sobre nosotros la noche; y con un susurro que se oyó a lo lejos sobre las aguas pasó de largo como una centella el navío espectro.

Al salir la luna,

Escuchábamos, mirando de soslayo el cielo. El miedo, en mi corazón, como una ventosa parecía sorber la sangre de mi vida. Las estrellas eran sin brillo; densa la noche; la faz del timonel brillaba muy blanca a la luz de su farol; el rocío goteaba de las velas; hasta que sobre la borda de Oriente ascendió la luna en menguante, con una estrella resplandeciente junto al cuerno inferior.

Uno tras otro,

Uno tras otro, bajo la luna en pos de su estrella, tan bruscamente que no hubo lugar para gemido ni suspiro, uno tras otro, fueron volviendo el rostro con una congoja terrible y me maldijeron con la mirada.

Sus camaradas de a bordo caen muertos.

Cuatro veces cincuenta hombres vivos (y sin que oyera gemido ni suspiro), con un golpe sordo, bultos sin vida, fueron cayendo uno tras otro.

Pero Vida-en-Muerte comienza su obra con el viejo marinero.

Las almas se escaparon volando de sus cuerpos... volando hacia la bienaventuranza o los tormentos. Y cada alma pasó junto a mí con un zumbido semejante al que hace la cuerda de mi arco.


PART IV

'I fear thee, ancient Mariner!
I fear thy skinny hand!
And thou art long, and lank, and brown,
As is the ribbed sea-sand.

I fear thee and thy glittering eye,
And thy skinny hand, so brown.'—
Fear not, fear not, thou Wedding-Guest!
This body dropt not down.

Alone, alone, all, all alone,
Alone on a wide wide sea!
And never a saint took pity on
My soul in agony.


The many men, so beautiful!
And they all dead did lie:
And a thousand thousand slimy things
Lived on; and so did I.

I looked upon the rotting sea,
And drew my eyes away;
I looked upon the rotting deck,
And there the dead men lay.


I looked to heaven, and tried to pray;
But or ever a prayer had gusht,
A wicked whisper came, and made
My heart as dry as dust.

I closed my lids, and kept them close,
And the balls like pulses beat;
For the sky and the sea, and the sea and the sky
Lay dead like a load on my weary eye,
And the dead were at my feet.

The cold sweat melted from their limbs,
Nor rot nor reek did they:
The look with which they looked on me
Had never passed away.

An orphan's curse would drag to hell
A spirit from on high;
But oh! more horrible than that
Is the curse in a dead man's eye!
Seven days, seven nights, I saw that curse,
And yet I could not die.


The moving Moon went up the sky,
And no where did abide:
Softly she was going up,
And a star or two beside—


Her beams bemocked the sultry main,
Like April hoar-frost spread;
But where the ship's huge shadow lay,
The charmèd water burnt alway
A still and awful red.

Beyond the shadow of the ship,
I watched the water-snakes:
They moved in tracks of shining white,
And when they reared, the elfish light
Fell off in hoary flakes.


Within the shadow of the ship
I watched their rich attire:
Blue, glossy green, and velvet black,
They coiled and swam; and every track
Was a flash of golden fire.

O happy living things! no tongue
Their beauty might declare:
A spring of love gushed from my heart,
And I blessed them unaware:
Sure my kind saint took pity on me,
And I blessed them unaware.

The self-same moment I could pray;
And from my neck so free
The Albatross fell off, and sank
Like lead into the sea.


Parte IV

El mozo teme que le esté hablando un espíritu.

"¡Me das miedo, viejo marinero! ¡Me da miedo tu mano sarmentosa! Y eres largo y seco y renegrido como las rayadas arenas del mar.
Me dan miedo tus ojos relumbrantes, y tu mano sarmentosa, tan obscura".

Pero el viejo marinero le afirma su vida corporal y continúa relatando su terrible expiación.

¡No temas, no temas, mozo! Este cuerpo que aquí ves no cayó entonces sin vida.
¡Solo, solo, y siempre solo; solo sobre el inmenso mar! ¡Y sin que ningún santo de allá arriba se compadeciese de mi alma en agonía!

Desprecia a las criaturas de la calma.

Los hombres todos, ¡tan hermosos!, todos ahora yacen muertos; y mil y mil seres viscosos continuaban viviendo, y yo también continuaba.

Y siente envidia de que tantas vivan, mientras tantos hombres están muertos.

Fijé la mirada en el mar estancado y tuve que apartar los ojos; fijé la mirada en la cubierta inmóvil, sobre la cual yacían los muertos.
Levanté la mirada al cielo y traté de rezar; pero en vez de brotar una oración, sólo un murmullo maligno me vino a los labios, dejando mi corazón seco como el polvo. Cerré los párpados, manteniéndolos bien apretados, y las niñas de los ojos me latían como pulsos; que el cielo y el mar, y el mar y el cielo, pesaban sobre mis ojos cansados, y los muertos yacían a mis pies.

Pero la maldición vive para él en los ojos de los muertos.

Un sudor frío corría de sus miembros; la podredumbre no hacía presa en ellos; y la mirada que clavaron en mí no se había extinguido en sus ojos.
La maldición de un huérfano es capaz de arrastrar a un espíritu desde las alturas al infierno; pero, ¡ah!, más horrenda aún es la maldición en los ojos de un muerto. Siete días y siete noches oí esta maldición, sin poder morir no obstante.

En su soledad y abandono ansía la luna viajera y las estrellas que aun con morada fija, avanzan sin embargo de continuo; y en todas partes el cielo azul les pertenece y es su lugar de reposo señalado, y su país de origen y sus propios hogares naturales, en los que entran sin anunciarse, como dueños a pesar de lo cual siempre acoge su llegada un silencio jubiloso.

La luna errante ascendió por el firmamento, sin detenerse en punto alguno; suavemente iba ascendiendo, acompañada de una o dos estrellas...
Sus rayos engañaban el océano bochornoso, esparciendo sobre él como una escarcha abrileña; pero allí donde se proyectaba la sombra enorme del barco, el agua embrujada se encendía en un rojo innoble y terrible.

A la luz de la luna, contempla a las criaturas de Dios de la gran calma.

Más allá de la sombra del barco, contemplaba las serpientes marinas: Movíanse abriendo surcos de un blanco deslumbrante y, cuando se erguían, la luz fantasmal rezumaba de ellos en un halo de blancas centellas.
En la sombra del barco, contemplaba su rico atavío: azul y verde lustrosos, y un negro aterciopelado, retorcíanse y nadaban; y cada surco era una llamarada de áureo fuego.

Su hermosura y su felicidad.
Las bendice en el fondo de su corazón.

¡Oh bienaventuradas criaturas vivas! Lengua alguna podría describir su hermosura; un manantial de amor brotaba de mi corazón, e instintivamente las bendecía en mis adentros. Sin duda mi santo patrón se apiadó de mí, e instintivamente las bendecía en mis adentros.

El hechizo empieza a quebrarse.

En el instante mismo pude rezar; y de mi cuello así libertado cayó el cadáver del albatros y como un plomo hundióse en el mar.


Richard Burton reads S.T. Coleridge's The Rime of the ancient Mariner.
SAMUEL TAYLOR COLERIDGE.
GUSTAVE DORÉ.
Traducción de RICARDO BAEZA.