PART II
The Sun now rose upon the right:
Out of the sea came he,
Still hid in mist, and on the left
Went down into the sea.
And the good south wind still blew behind,
But no sweet bird did follow,
Nor any day for food or play
Came to the mariner's hollo!
And I had done a hellish thing,
And it would work 'em woe:
For all averred, I had killed the bird
That made the breeze to blow.
Ah wretch! said they, the bird to slay,
That made the breeze to blow!
Nor dim nor red, like God's own head,
The glorious Sun uprist:
Then all averred, I had killed the bird
That brought the fog and mist.
'Twas right, said they, such birds to slay,
That bring the fog and mist.
The fair breeze blew, the white foam flew,
The furrow followed free;
We were the first that ever burst
Into that silent sea.
Down dropt the breeze, the sails dropt down,
'Twas sad as sad could be;
And we did speak only to break
The silence of the sea!
All in a hot and copper sky,
The bloody Sun, at noon,
Right up above the mast did stand,
No bigger than the Moon.
Day after day, day after day,
We stuck, nor breath nor motion;
As idle as a painted ship
Upon a painted ocean.
Water, water, every where,
And all the boards did shrink;
Water, water, every where,
Nor any drop to drink.
The very deep did rot: O Christ!
That ever this should be!
Yea, slimy things did crawl with legs
Upon the slimy sea.
About, about, in reel and rout
The death-fires danced at night;
The water, like a witch's oils,
Burnt green, and blue and white.
And some in dreams assurèd were
Of the Spirit that plagued us so;
Nine fathom deep he had followed us
From the land of mist and snow.
Was withered at the root;
We could not speak, no more than if
We had been choked with soot.
Ah! well a-day! what evil looks
Had I from old and young!
Instead of the cross, the Albatross
About my neck was hung.
Parte II
El sol ahora se levantaba por la derecha; de lo
hondo del mar surgía, todavía envuelto en bruma, y por la izquierda iba
descendiendo hasta desaparecer en el mar.
El buen viento del Sur soplaba aún a nuestras
espaldas; pero ningún ave volaba en pos de nosotros, ni acudía en busca de
comida o de juego al llamamiento del Marinero.
Sus compañeros de tripulación claman contra el viejo marinero por
haber matado al ave de buen agüero.
Y yo había cometido una acción infernal, que a todos
había de acarrear desgracia; pues todos comprendieron que había matado al ave
que hacía soplar la brisa. "¡Ah, miserable —clamaban—, haber matado al que
hacía soplar la brisa!"
Pero cuando la bruma se levantó, justificaron al marinero, y se
hicieron así cómplices del crimen.
Ni empañado ni rojo, semejante a la cabeza misma de
Dios, el sol glorioso se levantó. Todos comprendieron entonces que yo había
matado al ave que traía la bruma y la niebla. "¡Bien está —clamaban— matar
tales aves, que traen la bruma y la niebla!"
La brisa propicia continúa; el barco entra en el Océano Pacífico y
navega hacia el Norte, hasta llegar a la Línea. El barco queda súbitamente en
calma.
La brisa soplaba alegremente, la espuma blanca
volaba a uno y otro lado, el surco abierto por la quilla se extendía hasta el
horizonte. Nosotros fuimos los primeros que hubieron de entrar en aquel mar
silencioso.
La brisa cayó, cayeron fláccidas las velas; el
cuadro no podía ser más triste; y si todavía hablábamos, era tan sólo para
romper el silencio del mar.
En un cielo de candente cobre, el sol sanguinolento
asomó a mediodía, allá en lo alto, encima exactamente del mástil, apenas mayor
que la luna.
Día tras día, día tras día, allí permanecimos,
fijos, inmóviles, sin un soplo; ociosos como un barco pintado sobre un pintado
océano.
Y el albatros comienza a ser vengado.
Agua, agua, todo en torno, y las tablas se encogían
de calor. Agua, agua, todo en torno, y ni una gota que beber.
El mismo abismo se estancó y empezó a corromperse.
¡Oh Cristo, que esto hubiéramos de ver! Y viscosas criaturas ramparon
tortuosamente sobre el mar viscoso.
Un Espíritu les había seguido; uno de los invisibles habitantes de
este planeta, ni almas fenecidas ni ángeles; acerca de los cuales el erudito
judío Josefo y el muy constantinopolitano platónico Miguel Psellus pueden ser
consultados. Son muy numerosos, y no hay latitud ni elemento que no tenga uno o
varios.
Todo en torno, en torno, en trémula barahúnda los
fuegos de muerte danzaban por la noche; el agua, como los óleos de una bruja,
ardía verde, azul y blanca.
Y algunos como entre sueños aseguraban que eran del
Espíritu que así nos perseguía y que a nueve toesas bajo el agua nos había
seguido desde el país de la bruma y las nieves.
Y cada lengua, a causa de la falta de agua, estaba
seca hasta la raíz; y no podíamos hablar palabra, como si hubiésemos tenido la
boca llena de hollín.
Los tripulantes, en su desesperación, tratan de echar toda la culpa
sobre el viejo marinero; en signo de lo cual le cuelgan al cuello el cadáver
del ave marina.
¡Ay, mísero de mí; qué miradas de odio las que me
dirigían mozos y viejos! Y, en lugar de la cruz, el cadáver del albatros fue
colgado a mi cuello.
PART III
There passed a weary time. Each throat
Was parched, and glazed each eye.
A weary time! a weary time!
How glazed each weary eye,
When looking westward, I beheld
A something in the sky.
At first it seemed a little speck,
And then it seemed a mist;
It moved and moved, and took at last
A certain shape, I wist.
A speck, a mist, a shape, I wist!
And still it neared and neared:
As if it dodged a water-sprite,
It plunged and tacked and veered.
With throats unslaked, with black lips baked,
We could nor laugh nor wail;
Through utter drought all dumb we stood!
I bit my arm, I sucked the blood,
And cried, A sail! a sail!
With throats unslaked, with black lips baked,
Agape they heard me call:
Gramercy! they for joy did grin,
And all at once their breath drew in.
As they were drinking all.
See! see! (I cried) she tacks no more!
Hither to work us weal;
Without a breeze, without a tide,
She steadies with upright keel!
The western wave was all a-flame.
The day was well nigh done!
Almost upon the western wave
Rested the broad bright Sun;
When that strange shape drove suddenly
Betwixt us and the Sun.
And straight the Sun was flecked with bars,
(Heaven's Mother send us grace!)
As if through a dungeon-grate he peered
With broad and burning face.
How fast she nears and nears!
Are those her sails that glance in the Sun,
Like restless gossameres?
Are those her ribs through which the Sun
Did peer, as through a grate?
And is that Woman all her crew?
Is that a DEATH? and are there two?
Is DEATH that woman's mate?
Her lips were red, her looks were free,
Her locks were yellow as gold:
Her skin was as white as leprosy,
The Night-mare LIFE-IN-DEATH was she,
Who thicks man's blood with cold.
The naked hulk alongside came,
And the twain were casting dice;
'The game is done! I've won! I've won!'
Quoth she, and whistles thrice.
At one stride comes the dark;
With far-heard whisper, o'er the sea,
Off shot the spectre-bark.
We listened and looked sideways up!
Fear at my heart, as at a cup,
My life-blood seemed to sip!
The stars were dim, and thick the night,
The steersman's face by his lamp gleamed white;
From the sails the dew did drip—
Till clomb above the eastern bar
The hornèd Moon, with one bright star
Within the nether tip.
One after one, by the star-dogged Moon,
Too quick for groan or sigh,
Each turned his face with a ghastly pang,
And cursed me with his eye.
(And I heard nor sigh nor groan)
With heavy thump, a lifeless lump,
They dropped down one by one.
The souls did from their bodies fly,—
They fled to bliss or woe!
And every soul, it passed me by,
Like the whizz of my cross-bow!
Parte III
El viejo marinero distingue un signo en la lejanía.
Los días pasaban abrumadoramente. Todas las bocas
estaban abrasadas, vidriosos todos los ojos. ¡Días abrumadores! ¡Días
abrumadores! ¡Cuán abrumados los ojos vidriosos! Cuando he aquí que, mirando
hacia el poniente, distinguí un no sé qué en el cielo.
Al principio parecía tan sólo una mota, luego semejó
una bruma; y avanzaba, avanzaba, hasta que al fin adquirió cierta forma.
¡Una mota, una bruma, una forma! Y cada vez más y
más cerca. Como arrastrada por un espíritu de las aguas, se zambullía, viraba,
barloventeaba.
Al acercarse más, se le antoja una nave; haciendo un terrible esfuerzo
liberta su voz de las ligaduras de la sed.
Las gargantas resecas, los labios negros y
abrasados, no podíamos ni reír ni lamentarnos; la sed terrible nos había
enmudecido todos. Mordiéndome el brazo chupé un poco de sangre y pude gritar al
fin: ¡una vela, una vela!
Una ráfaga de alegría.
Las gargantas resecas, los labios negros y
abrasados, me oyeron gritar estupefactos. ¡Alabado sea el Señor! La alegría
contorsionaba sus rostros y todos respiraron anchamente como si estuviesen
bebiendo ya.
Y el horror tras ella. Pues ¿puede navegar una nave sin marea ni
viento?
¡Mirad, mirad!, grité, ¡ya no cambia de bordada!
¡Hacia acá en socorro nuestro, sin viento ni marejada, con proa firme se nos
viene derechamente encima!
El confín a poniente era una llama. El día tocaba
casi a su término. Al filo casi del confín poniente descansaba el sol ancho y
relumbrante. Cuando, súbitamente, aquella forma extraña se interpuso entre
nosotros y el sol.
Diríase tan sólo el esqueleto de una nave.
Y en seguida el sol se vio cruzado de barrotes
(¡Madre del Cielo, apiádate de nosotros!), como si a través de la reja de un
calabozo nos mirase con su rostro ancho y candente.
Y sus cuadernas resaltan como barrotes sobre la faz del sol poniente.
¡Ay de mí! —pensé, mientras el corazón se me saltaba
del pecho—, ¡cuán de prisa se acerca a nosotros! ¿Serán sus velas esas
palpitantes telarañas que relucen al sol?
La Mujer—Espectro y su acompañante la Muerte, únicos a bordo de la
nave esqueleto.
¿Son ésas sus cuadernas, a través de las cuales
atisba el sol, como a través de una reja? ¿Y será esa mujer su tripulación?
¿Será ésa una Muerte? ¿Son dos, realmente? ¿Será la Muerte quien acompaña a esa
mujer?
¡Tal barco, tal tripulación!
Rojos eran sus labios, atrevida su mirada, sus
crenchas amarillas como el oro, su piel blanca como la de un leproso.
La Muerte y la Vida-en-Muerte han jugado a los dados la tripulación
del barco, y la segunda ha ganado al viejo marinero.
La Pesadilla Vida-en-Muerte era, que hiela y cuaja
la sangre del hombre.
El desnudo casco pasó junto a nosotros. La siniestra
pareja sobre cubierta jugaba a los dados. "¡Acabó el juego! ¡He ganado!
¡He ganado!", gritó la mujer, y silbó tres veces.
Sin crepúsculo en la mansión del sol.
El borde del sol se hundió en el mar; las estrellas
se precipitaron fuera; de un tranco cayó sobre nosotros la noche; y con un
susurro que se oyó a lo lejos sobre las aguas pasó de largo como una centella
el navío espectro.
Al salir la luna,
Escuchábamos, mirando de soslayo el cielo. El miedo,
en mi corazón, como una ventosa parecía sorber la sangre de mi vida. Las
estrellas eran sin brillo; densa la noche; la faz del timonel brillaba muy
blanca a la luz de su farol; el rocío goteaba de las velas; hasta que sobre la
borda de Oriente ascendió la luna en menguante, con una estrella
resplandeciente junto al cuerno inferior.
Uno tras otro,
Uno tras otro, bajo la luna en pos de su estrella,
tan bruscamente que no hubo lugar para gemido ni suspiro, uno tras otro, fueron
volviendo el rostro con una congoja terrible y me maldijeron con la mirada.
Sus camaradas de a bordo caen muertos.
Cuatro veces cincuenta hombres vivos (y sin que
oyera gemido ni suspiro), con un golpe sordo, bultos sin vida, fueron cayendo
uno tras otro.
Pero Vida-en-Muerte comienza su obra con el viejo marinero.
Las almas se escaparon volando de sus cuerpos...
volando hacia la bienaventuranza o los tormentos. Y cada alma pasó junto a mí
con un zumbido semejante al que hace la cuerda de mi arco.
PART IV
'I fear thee, ancient Mariner!
I fear thy skinny hand!
And thou art long, and lank, and brown,
As is the ribbed sea-sand.
I fear thee and thy glittering eye,
And thy skinny hand, so brown.'—
Fear not, fear not, thou Wedding-Guest!
This body dropt not down.
Alone, alone, all, all alone,
Alone on a wide wide sea!
And never a saint took pity on
My soul in agony.
And they all dead did lie:
And a thousand thousand slimy things
Lived on; and so did I.
I looked upon the rotting sea,
And drew my eyes away;
I looked upon the rotting deck,
And there the dead men lay.
But or ever a prayer had gusht,
A wicked whisper came, and made
My heart as dry as dust.
I closed my lids, and kept them close,
And the balls like pulses beat;
For the sky and the sea, and the sea and the sky
Lay dead like a load on my weary eye,
And the dead were at my feet.
The cold sweat melted from their limbs,
Nor rot nor reek did they:
The look with which they looked on me
Had never passed away.
An orphan's curse would drag to hell
A spirit from on high;
But oh! more horrible than that
Is the curse in a dead man's eye!
Seven days, seven nights, I saw that curse,
And yet I could not die.
And no where did abide:
Softly she was going up,
And a star or two beside—
Like April hoar-frost spread;
But where the ship's huge shadow lay,
The charmèd water burnt alway
A still and awful red.
Beyond the shadow of the ship,
I watched the water-snakes:
They moved in tracks of shining white,
And when they reared, the elfish light
Fell off in hoary flakes.
I watched their rich attire:
Blue, glossy green, and velvet black,
They coiled and swam; and every track
Was a flash of golden fire.
O happy living things! no tongue
Their beauty might declare:
A spring of love gushed from my heart,
And I blessed them unaware:
Sure my kind saint took pity on me,
And I blessed them unaware.
The self-same moment I could pray;
And from my neck so free
The Albatross fell off, and sank
Like lead into the sea.
Parte IV
El mozo teme
que le esté hablando un espíritu.
"¡Me das miedo, viejo marinero! ¡Me da miedo tu
mano sarmentosa! Y eres largo y seco y renegrido como las rayadas arenas del
mar.
Me dan miedo tus ojos relumbrantes, y tu mano
sarmentosa, tan obscura".
Pero el viejo
marinero le afirma su vida corporal y continúa relatando su terrible expiación.
¡No temas, no temas, mozo! Este cuerpo que aquí ves
no cayó entonces sin vida.
¡Solo, solo, y siempre solo; solo sobre el inmenso
mar! ¡Y sin que ningún santo de allá arriba se compadeciese de mi alma en
agonía!
Desprecia a
las criaturas de la calma.
Los hombres todos, ¡tan hermosos!, todos ahora yacen
muertos; y mil y mil seres viscosos continuaban viviendo, y yo también
continuaba.
Y siente
envidia de que tantas vivan, mientras tantos hombres están muertos.
Fijé la mirada en el mar estancado y tuve que
apartar los ojos; fijé la mirada en la cubierta inmóvil, sobre la cual yacían
los muertos.
Levanté la mirada al cielo y traté de rezar; pero en
vez de brotar una oración, sólo un murmullo maligno me vino a los labios,
dejando mi corazón seco como el polvo. Cerré los párpados, manteniéndolos bien
apretados, y las niñas de los ojos me latían como pulsos; que el cielo y el
mar, y el mar y el cielo, pesaban sobre mis ojos cansados, y los muertos yacían
a mis pies.
Pero la
maldición vive para él en los ojos de los muertos.
Un sudor frío corría de sus miembros; la podredumbre
no hacía presa en ellos; y la mirada que clavaron en mí no se había extinguido
en sus ojos.
La maldición de un huérfano es capaz de arrastrar a
un espíritu desde las alturas al infierno; pero, ¡ah!, más horrenda aún es la
maldición en los ojos de un muerto. Siete días y siete noches oí esta
maldición, sin poder morir no obstante.
En su soledad
y abandono ansía la luna viajera y las estrellas que aun con morada fija,
avanzan sin embargo de continuo; y en todas partes el cielo azul les pertenece
y es su lugar de reposo señalado, y su país de origen y sus propios hogares
naturales, en los que entran sin anunciarse, como dueños a pesar de lo cual
siempre acoge su llegada un silencio jubiloso.
La luna errante ascendió por el firmamento, sin
detenerse en punto alguno; suavemente iba ascendiendo, acompañada de una o dos
estrellas...
Sus rayos engañaban el océano bochornoso,
esparciendo sobre él como una escarcha abrileña; pero allí donde se proyectaba
la sombra enorme del barco, el agua embrujada se encendía en un rojo innoble y
terrible.
A la luz de la
luna, contempla a las criaturas de Dios de la gran calma.
Más allá de la sombra del barco, contemplaba las
serpientes marinas: Movíanse abriendo surcos de un blanco deslumbrante y,
cuando se erguían, la luz fantasmal rezumaba de ellos en un halo de blancas
centellas.
En la sombra del barco, contemplaba su rico atavío:
azul y verde lustrosos, y un negro aterciopelado, retorcíanse y nadaban; y cada
surco era una llamarada de áureo fuego.
Su hermosura y
su felicidad.
Las bendice en
el fondo de su corazón.
¡Oh bienaventuradas criaturas vivas! Lengua alguna
podría describir su hermosura; un manantial de amor brotaba de mi corazón, e
instintivamente las bendecía en mis adentros. Sin duda mi santo patrón se
apiadó de mí, e instintivamente las bendecía en mis adentros.
El hechizo
empieza a quebrarse.
En el instante mismo pude rezar; y de mi cuello así
libertado cayó el cadáver del albatros y como un plomo hundióse en el mar.
Richard Burton reads S.T. Coleridge's The Rime of the ancient Mariner.
SAMUEL TAYLOR COLERIDGE.
GUSTAVE DORÉ.
SAMUEL TAYLOR COLERIDGE.
Traducción de RICARDO BAEZA.