viernes, 3 de noviembre de 2017

Ovidio y Pedro Sánchez de Viana: La insolencia de Níobe

LA INSOLENCIA DE NÍOBE
Metamorfosis, Libro VI, 146-315


Habíala conocido Niobe, cuando,
Doncella siendo, en Sypilo vivía,
Y en Meonia se estaba recreando.
Y aunque su desacato y pena había
Sabido, la soberbia y desafío,
No quiso escarmentar, como debía.
De muchas cosas la nacía su brío;
Mas ni el marido y sangre, do vinieron
Los dos, ni su palacio y señorío,
Ni todo junto la desvanecieron
(Aunque la daba aquello extraño gusto),
Cual los hijos e hijas lo hicieron.
Y si ella no se diera nombre injusto
De madre más dichosa que ninguna,
Que se le dieran todos fuera justo.
Mas ensoberbeciola su fortuna,
Y fue abatida, por tenerse en tanto,
Con pena a culpa tal muy oportuna.
Porque profetizó la sacra Manto,
Del divino Tiresias procreada,
Movida del espritu suyo santo,
Y dijo así, de todas escuchada :

«Tebanas, procurad con gran frecuencia
A Latona y sus hijas dar ofrenda,
Con tanta devoción y tal conciencia,
Que vuestro incienso no se reprehenda.
Y el cabello llevad, sin diferencia
De verde lauro ornado y blanca venda.
Oíd que os amonesto, gente loca,
La Diosa es la que habla por mi boca.»

Al punto la obedecen, y adornaron
Las Ismenias mujeres su cabeza,
Y sus devotos ruegos comenzaron.
Y veis aquí con suma gentileza
Niobe bizarrísima venía,
Cuyo ornamento aumenta su belleza,
Con mucha guarda y noble compañía,
Trayendo a fuer de Frigia su vestido,
Que el oro recamado ennoblecía.
Y cuanto su furor ha permitido
Hermosa, meneando su cabello,
Que lleva por los hombros esparcido.
Con un semblante airado como bello,
En medio se paró, y al punto advierte
El sacrificio; y no pudiendo vello,
Habló soberbia a todos de esta suerte:

«¿A dó tenéis, Tebanas, el sentido?
¿Qué furor es aqueste? ¿qué locura
Haber a los presentes preferido
Los dioses nunca vistos del altura?
Si no es así, ¿por qué habéis encendido
Esta llama a Latona, y mi hermosura
Y mi divinidad está olvidada?
¡Oh gente sin prudencia mal mirada!

»Es Tantalo mi padre y éste sólo
Fue digno de tocar las sacras mesas.
Porque pariese aquélla al rojo Apolo,
 Ofrendas se la deben y promesas?
Mi abuelo es quien, con uno y otro polo,
Contino las cervices tiene opresas.
 Mi madre de las Pléyadas hermana,
Y es más que yo la madre de Diana?

»El sumo Jove es padre de mi padre,
Y él engendró a Anfión, que es mi marido;
Yo soy (si alguna hay) dichosa madre,
Pues que catorce veces he parido[1].
No puede haber loor que no me cuadre;
Mi mando es de los Frigios muy temido;
Yo reina soy de Tebas verdadera;
De Cadmo sucesora y heredera.

»Acá y allá que mire, veo riqueza
Inmensa; en mi real casa pomposa
Formome tan gentil naturaleza,
Que esto bastaba sólo a ser yo diosa.
Siete hijos de suma gentileza
Y siete hijas, cada cual hermosa,
Me suben y colocan en el cielo;
Mirad si halláis a mi soberbia suelo.

»Pues es así, decidme: ¿cómo veo
En todos tal locura y osadía?
Que anteponéis a mí la hija de Ceo,
A quien negó lugar la tierra fría
Para parir la triste, y su deseo
El cielo, ni la mar no la cumplía;
Que vuestra Diosa, agora venerada,
De todo el mundo anduvo desterrada.

»Y como de ninguno era admitida,
Andaba vagamunda y sin sosiego,
Hasta que Asterie, en Delos convertida,
Con pena de tan gran desasosiego,
La dijo: «Tú en la tierra perseguida,
Y yo en la mar; juntémonos te ruego».
Y diola en sí lugar, mas movedizo,
Do luego de dos hijos madre se hizo.

»Parió de un parto dos; mas qué hace al caso,
Habiendo siete tantos yo parido?
Dichosa soy, que nadie es tan escaso
Que este nombre me niegue a mí debido;
Y aunque en ventura y dicha a todos paso,
Ninguno dudará que lo que he sido
Y soy me ha de durar en sempiterno,
Porque la Copia me ha entregado el cuerno.

»No tiene la Fortuna señorío
En mí, cuyo poder es ya tamaño,
Que, aunque con su soberbio poderío
Me quiera perseguir, no me hará daño.
Aunque me quite mucho, tanto es mío,
Y mi valor tan grande y tan extraño,
Que más me ha de quedar en mucho extremo:
Con tantos bienes ya ningún mal temo.

»Fingid que me quitasen algún día
Del pueblo de mis hijos parte alguna;
Con todo, tan sin ellos no estaría
Que no tuviese más de uno y una.
Dejad el sacrificio, suso vía,
La guirnalda a mis ojos importuna
Del molesto laurel, y tal simpleza
A nadie más le caiga en la cabeza».

Dejaron la corona y sacrificio,
Y a la santa Latona venerando,
Hicieron entre dientes el oficio.
La Diosa se indignó de suerte, cuando
Aquello vio pasar, que ya  quisiera
Vengarse de un delito tan nefando.
Los hijos la cansaban de manera,
Y su soberbia madre cuan de grado
Con ellos ella estaba placentera.
Y sobre el monte Cyntho, en el collado
Más alto, a sus dos hijos de tal arte
Habló Latona, que de lo pasado,
Diciendo de esta suerte, les dio parte:

«Veisme aquí vuestra madre, y animosa
Con tales hijos tanto y tan ufana,
Que no daré ventaja a nadie en cosa,
Sino es a Juno sola soberana.
De mí se duda agora si soy diosa,
Y si lo consentís, de buena gana
Me quitarán los templos conocidos
Y tantos años antes concedidos.

»Y no es aquesto sólo mi tormento;
De las palabras ásperas me duelo
Con que la hija de Tántalo, sin tiento,
Quitó mi sacrificio y mi consuelo,
Sus hijos prefiriendo y su contento
A vosotros y el mío, y en el suelo
Osó con lengua tal, como su padre,
Llamarme (véase así) huérfana madre».

Quería rogarles. Febo ha respondido:
«No gastes tiempo en esto, que conviene
Gastarle en el castigo merecido».
El mismo parecer Diana tiene,
Y por el aire, con ligero vuelo,
Cada uno hasta llegar a Tebas viene.
Cada cual de las nubes hizo velo
Para estar disfrazado. Muy cercano
A los muros estaba un ancho suelo,
Do, por ser espacioso, fresco y llano,
Con coches y caballos cada día
Era pisado a una y otra mano.
Y parte de los hijos que tenía
Amphión, en caballos poderosos
Andaban con extraña gallardía.
De carmesí bordados los hermosos
Jaeces y con frenos de oro fino,
Corriendo y paseándose gozosos.
De los cuales, Ismenio, que fue dino
De ser el mayorazgo, gobernaba
Un brioso caballo, cual convino.
Y mientra en caracol le galopaba
Con espumoso freno, a su despecho,
«¡Ay de mí, que soy muerto!», voceaba.
Y una vira clavada está en su pecho;
Soltó las riendas luego de la mano,
Y poco a poco al lado cae derecho.
Muy cerca de él estaba el otro hermano,
Que de la leve flecha oyó el sonido,
De quien pensó huir, pero fue en vano.
Que le ha a Sypilo agora acaecido
Cual suele al marinero que adivina
Tormenta, y remediarla ha pretendido.
Para lo cual al punto determina
Calar las velas todas, que del viento
Süave se recata y amohína.
Así, al caballo freno da al momento;
Mas poco la huida le aprovecha,
Aunque va con ligero movimiento.
Porque tras el cuitado va derecha,
Y en su cerviz se hinca desde el cielo
La vengadora, aguda y presta flecha.
Estaba boca abajo, y en el suelo
Cayó de aquella suerte, traspasado
A la garganta el hierro, y fue su duelo
De forma, que en la tierra revolcado,
Con su caliente sangre la teñía,
Y estaba el duro suelo colorado.
El desdichado Fédimo ya había
Con Tántalo (que el nombre y apellido
Del padre de su madre poseía)
El ejercicio usado despedido,
Y a la lucha paléstrica inclinados
El uno al otro se han muy bien asido.
Y estando con los pechos enfrontados,
Procuran derrocarse; mas cayeron
De sola una saeta traspasados
Los cuerpos juntos ambos, y gimieron
Entrambos de un dolor, y juntamente
Sus moribundos ojos se volvieron.
Las almas exhalaron de repente;
Alfenor lo miraba, y ver el pecho
De los hermanos tal, lloró agriamente.
A calentar los miembros va derecho
Que el frío de la muerte está ocupando;
Mas la piedad le ha sido sin provecho.
Porque le clavó Delio al punto, cuando
Con más blandura de ellos se dolía,
Las internas entrañas traspasando.
Y parte del pulmón se parecía
En la saeta corva ya sacada,
Por do la sangre y alma se salía.
La cual a Damasithon fue clavada
En la nerviosa corva, donde acaba
El muslo y es la pierna comenzada.
Mas, mientras que sacarla procuraba,
Herirse por el cuello de otra siente,
Que hasta las mismas plumas se le clava.
La sangre la ha expelido, y prestamente
El aire barrenando sale afuera,
Con forma y con sonido conveniente.
El último, Ilioneo, que quisiera
Escaparse rogando, ya extendía
Los brazos, y decía de esta manera:
«¡Oh dioses todos (que él aun no sabía
Que el manso ruego a todos los del cielo
En este caso no les convenía),
»Perdonadme os suplico!» y a su celo
(La vira irrevocable disparada)
Estaba ya movido el dios de Delo.
Murió el cuitado herido casi nada,
Mas en el corazón, y fue bastante
La herida a ser su ánima exhalada.
La fama de desastre semejante,
El llanto y el dolor de sus criados
La madre avisa, y manda que se espante
Y enoje de que fuesen tan osados
Los dioses, y pudiesen tan de hecho
Dejar a sus contrarios destrozados.
Amphión, su dolor y su despecho
Y vida acaba al punto traspasando
Con una aguda espada el triste pecho.
¡Cuán otra es esta Níobe de cuando
Al pueblo poco antes maldecía,
Porque a Latona estaban venerando!
La cual, con gran soberbia y gallardía,
Por la ciudad briosa paseaba,
A quien el pueblo honraba y aun temía.
Pero la triste agora tal estaba,
Que a su enemigo mismo lastimara,
Y los ya muertos hijos pesquisaba.
Hallándolos, con ansia nunca para
De dar besos sin orden y sin tino;
Los brazos alza al cielo, y en la cara
(Diciendo así) mostró su desatino:

«Susténtate crüel de mi tormento
Latona, fiera más que tigre Hircana;
Hártese con mi daño descontento
Tu crudo corazón y furia insana,
Y ese rabioso pecho de alimento
Satisfarás a tu apetito y gana.
Pues que mis siete hijos tienes muertos,
Salta, porque tus triunfos ya son ciertos.

»Triunfa, triunfa, enemiga victoriosa.
Mas ¡ay! ¿por qué te llamo vencedora?
Más tengo yo infeliz que tú dichosa,
Y muy mejor que tú soy aun agora.
Aun después de estas muertes, no hay en cosa
Que comparada a ti no sea señora:
No pienses, cruda, no, que me convenzo,
Que aun después de estos daños yo te venzo».

De decir acabó, cuando el flechado
Arco hizo un sonido, cuyo espanto
A todos (salvo a Níobe) ha turbado;
La cual osada es por su mal tanto.
Estaban las hermanas enlutadas,
Vestidas de dolor, de pena y llanto,
Esparcido el cabello, desgreñadas,
Haciendo lastimero sentimiento
Delante de las camas ocupadas
Con los hermanos muertos, y al momento
A una (traspasado el tierno pecho
Con una vira) la faltó el aliento
Besando un muerto hermano, y el despecho
De Niobe otra de ellas aliviando,
Herida ocultamente a su despecho
Cayó y cerró la boca, sino cuando
El alma apasionada se salía,
El miserable cuerpo ya dejando.
Otra cayó, que por demás huía,
Sobre la cual cae otra, y de esta suerte
Aquesta muere, aquella se desvía.
Y entregadas ya seis a fiera muerte
Con diversas heridas, mas cualquiera
Cruel, inevitable, extraña y fuerte.
Restaba la menor y la postrera,
A quien con todo el cuerpo y vestidura
Cubría su madre ansiada y lastimera.
Y así decía la triste sin ventura:
«De muchas, no te pido sino una,
La una y la menor, Latona dura».
Y en tanto que rogando la importuna,
Aquella por quien ruega muerta vido,
La cual quedó esperando su fortuna.
Entre hijos e hijas y marido,
Ya muertos, se ha sentado sin consuelo,
Huérfana ya de todo y sin sentido.
Quedó con tantos males como un hielo:
No mueve su cabello ningún viento;
Su rostro muestra bien su desconsuelo.
No hace con los ojos movimiento.
Ninguna cosa en ella se parece
Dotada de vital virtud o aliento.
La lengua y paladar se empedernece,
No pueden sus arterias menearse,
Y todo como piedra se endurece.
Sus brazos ya no pueden emplearse
En bravos ademanes; está yerta,
Que su cerviz no puede ya doblarse.
Aunque moverse quiera, esté bien cierta
Que no lo harán sus pies, y vuelta en canto,
Aun dentro en las entrañas está muerta.
Pero ocupada siempre en triste llanto,
Y de un furioso viento arrebatada
Con tanta ligereza que era espanto,
En la cumbre de un monte fue clavada[2],
Y en mármol convertida, siempre llora,
Derretida en su tierra la cuitada.
Tenida fue por diosa y por señora
De todos y de todas, y temida
Latona más, desde este punto y hora.


Notas de la edición de 1887:

[1] Los autores antiguos no están de acuerdo acerca del número de hijos de Níobe. Herodoto dice que eran dos hijos y tres hijas; Hesíodo, diez hijos y diez hijas; Homero y Propercio, doce hijos. Píndaro dice que fue veinte veces madre.

[2] Dice Pausanias que en la cumbre del monte Sypilo veíase una roca que desde lejos parecía una mujer agobiada por el dolor, pero de cerca no tenía tal forma. Ovidio imaginó transportar a Níobe a esta montaña y transformarla en roca, para expresar lo inmóvil y muda que la dejó su aflicción. Calímaco, Apolodoro, Diodoro de Sicilia y otrosescritores de la antigüedad han referido la fábula de Níobe.


Lydia tota fremit, Phrygiaeque per oppida facti
rumor it et magnum sermonibus occupat orbem.
ante suos Niobe thalamos cognoverat illam,
tum cum Maeoniam virgo Sipylumque colebat;
nec tamen admonita est poena popularis Arachnes,
cedere caelitibus verbisque minoribus uti.
multa dabant animos; sed enim nec coniugis artes
nec genus amborum magnique potentia regni
sic placuere illi, quamvis ea cuncta placerent,
ut sua progenies; et felicissima matrum
dicta foret Niobe, si non sibi visa fuisset.
nam sata Tiresia venturi praescia Manto
per medias fuerat divino concita motu
vaticinata vias: 'Ismenides, ite frequentes
et date Latonae Latonigenisque duobus
cum prece tura pia lauroque innectite crinem:
ore meo Latona iubet.' paretur, et omnes
Thebaides iussis sua tempora frondibus ornant
turaque dant sanctis et verba precantia flammis.

Ecce venit comitum Niobe celeberrima turba
vestibus intexto Phrygiis spectabilis auro
et, quantum ira sinit, formosa; movensque decoro
cum capite inmissos umerum per utrumque capillos
constitit, utque oculos circumtulit alta superbos,
'quis furor auditos' inquit 'praeponere visis
caelestes? aut cur colitur Latona per aras,
numen adhuc sine ture meum est? mihi Tantalus auctor,
cui licuit soli superorum tangere mensas;
Pleiadum soror est genetrix mea; maximus Atlas
est avus, aetherium qui fert cervicibus axem;
Iuppiter alter avus; socero quoque glorior illo.
me gentes metuunt Phrygiae, me regia Cadmi
sub domina est, fidibusque mei commissa mariti
moenia cum populis a meque viroque reguntur.
in quamcumque domus adverti lumina partem,
inmensae spectantur opes; accedit eodem
digna dea facies; huc natas adice septem
et totidem iuvenes et mox generosque nurusque!
quaerite nunc, habeat quam nostra superbia causam,
nescio quoque audete satam Titanida Coeo
Latonam praeferre mihi, cui maxima quondam
exiguam sedem pariturae terra negavit!
nec caelo nec humo nec aquis dea vestra recepta est:
exsul erat mundi, donec miserata vagantem
"hospita tu terris erras, ego" dixit "in undis"
instabilemque locum Delos dedit. illa duorum
facta parens: uteri pars haec est septima nostri.
sum felix (quis enim neget hoc?) felixque manebo
 (hoc quoque quis dubitet?): tutam me copia fecit.
maior sum quam cui possit Fortuna nocere,
multaque ut eripiat, multo mihi plura relinquet.
excessere metum mea iam bona. fingite demi
huic aliquid populo natorum posse meorum:
non tamen ad numerum redigar spoliata duorum,
Latonae turbam, qua quantum distat ab orba?
ite -- lig;satis pro re sacri -- lig;laurumque capillis
ponite!' deponunt et sacra infecta relinquunt,
quodque licet, tacito venerantur murmure numen.

Indignata dea est summoque in vertice Cynthi
talibus est dictis gemina cum prole locuta:
'en ego vestra parens, vobis animosa creatis,
et nisi Iunoni nulli cessura dearum,
an dea sim, dubitor perque omnia saecula cultis
arceor, o nati, nisi vos succurritis, aris.
nec dolor hic solus; diro convicia facto
Tantalis adiecit vosque est postponere natis
ausa suis et me, quod in ipsam reccidat, orbam
dixit et exhibuit linguam scelerata paternam.'
adiectura preces erat his Latona relatis:
'desine!' Phoebus ait, 'poenae mora longa querella est!'
dixit idem Phoebe, celerique per aera lapsu
contigerant tecti Cadmeida nubibus arcem.

Planus erat lateque patens prope moenia campus,
adsiduis pulsatus equis, ubi turba rotarum
duraque mollierat subiectas ungula glaebas.
pars ibi de septem genitis Amphione fortes
conscendunt in equos Tyrioque rubentia suco
terga premunt auroque graves moderantur habenas.
e quibus Ismenus, qui matri sarcina quondam
prima suae fuerat, dum certum flectit in orbem
quadripedis cursus spumantiaque ora coercet,
'ei mihi!' conclamat medioque in pectore fixa
tela gerit frenisque manu moriente remissis
in latus a dextro paulatim defluit armo.
proximus audito sonitu per inane pharetrae
frena dabat Sipylus, veluti cum praescius imbris
nube fugit visa pendentiaque undique rector
carbasa deducit, ne qua levis effluat aura:
frena tamen dantem non evitabile telum
consequitur, summaque tremens cervice sagitta
haesit, et exstabat nudum de gutture ferrum;
 ille, ut erat, pronus per crura admissa iubasque
volvitur et calido tellurem sanguine foedat.
Phaedimus infelix et aviti nominis heres
Tantalus, ut solito finem inposuere labori,
transierant ad opus nitidae iuvenale palaestrae;
et iam contulerant arto luctantia nexu
pectora pectoribus, cum tento concita nervo,
sicut erant iuncti, traiecit utrumque sagitta.
ingemuere simul, simul incurvata dolore
membra solo posuere, simul suprema iacentes
lumina versarunt, animam simul exhalarunt.
adspicit Alphenor laniataque pectora plangens
advolat, ut gelidos conplexibus adlevet artus,
inque pio cadit officio; nam Delius illi
intima fatifero rupit praecordia ferro.
quod simul eductum est, pars et pulmonis in hamis
eruta cumque anima cruor est effusus in auras.
at non intonsum simplex Damasicthona vulnus
adficit: ictus erat, qua crus esse incipit et qua
mollia nervosus facit internodia poples.
dumque manu temptat trahere exitiabile telum,
altera per iugulum pennis tenus acta sagitta est.
expulit hanc sanguis seque eiaculatus in altum
emicat et longe terebrata prosilit aura.
ultimus Ilioneus non profectura precando
bracchia sustulerat 'di' que 'o communiter omnes,'
dixerat ignarus non omnes esse rogandos
'parcite!' motus erat, cum iam revocabile telum
non fuit, arcitenens; minimo tamen occidit ille
vulnere, non alte percusso corde sagitta.

Fama mali populique dolor lacrimaeque suorum
tam subitae matrem certam fecere ruinae,
mirantem potuisse irascentemque, quod ausi
hoc essent superi, quod tantum iuris haberent;
nam pater Amphion ferro per pectus adacto
finierat moriens pariter cum luce dolorem.
heu! quantum haec Niobe Niobe distabat ab illa,
quae modo Latois populum submoverat aris
et mediam tulerat gressus resupina per urbem
invidiosa suis; at nunc miseranda vel hosti!
corporibus gelidis incumbit et ordine nullo
oscula dispensat natos suprema per omnes;
a quibus ad caelum liventia bracchia tollens
'pascere, crudelis, nostro, Latona, dolore,
pascere' ait 'satiaque meo tua pectora luctu!
 [corque ferum satia!' dixit. 'per funera septem]
efferor: exsulta victrixque inimica triumpha!
cur autem victrix? miserae mihi plura supersunt,
quam tibi felici; post tot quoque funera vinco!'

Dixerat, et sonuit contento nervus ab arcu;
qui praeter Nioben unam conterruit omnes:
illa malo est audax. stabant cum vestibus atris
ante toros fratrum demisso crine sorores;
e quibus una trahens haerentia viscere tela
inposito fratri moribunda relanguit ore;
altera solari miseram conata parentem
conticuit subito duplicataque vulnere caeco est.
 [oraque compressit, nisi postquam spiritus ibat]
haec frustra fugiens collabitur, illa sorori
inmoritur; latet haec, illam trepidare videres.
sexque datis leto diversaque vulnera passis
ultima restabat; quam toto corpore mater,
tota veste tegens 'unam minimamque relinque!
de multis minimam posco' clamavit 'et unam.'
dumque rogat, pro qua rogat, occidit: orba resedit
exanimes inter natos natasque virumque
deriguitque malis; nullos movet aura capillos,
in vultu color est sine sanguine, lumina maestis
stant inmota genis, nihil est in imagine vivum.
ipsa quoque interius cum duro lingua palato
congelat, et venae desistunt posse moveri;
nec flecti cervix nec bracchia reddere motus
nec pes ire potest; intra quoque viscera saxum est.
flet tamen et validi circumdata turbine venti
in patriam rapta est: ibi fixa cacumine montis
liquitur, et lacrimas etiam nunc marmora manant.

 Tum vero cuncti manifestam numinis iram
femina virque timent cultuque inpensius omnes
magna gemelliparae venerantur numina divae