Humano capiti ceruicem pictor equinam
iungere si uelit et uarias inducere plumas
undique collatis membris, ut turpiter atrum
desinat in piscem mulier formosa superne,
spectatum admissi, risum teneatis, amici?
EL ARTE POÉTICA
O EPÍSTOLA A LOS PISONES
Si por capricho uniera un dibujante
A un humano semblante
Un cuello de caballo, y repartiera
Del cuerpo en lo restante
Miembros de varios brutos, que adornan
De diferentes plumas, de manera
Que el monstruo cuya cara
De una mujer copiaba la hermosura,
En pez enorme y feo rematara;
Al mirar tal figura,
¿Dejarais de reíros, oh pisones?
Pues, amigos, creed que a esta pintura
En todo semejantes
Son las composiciones
Cuyas vanas ideas se parecen
A los sueños de enfermos delirantes,
Sin que sean los pies ni la cabeza
Partes que a un mismo cuerpo pertenecen.
Pero dirán que con igual franqueza
Siempre pudieron atreverse a todo
Pintores y poetas. Lo sabemos:
Y cuando esta licencia concedemos,
Pedimos nos la den del mismo modo;
Mas no será razón valga este fuero
Para mezclar con lo áspero lo suave,
Con la serpiente el ave,
O con tigre feroz manso cordero.
A veces a un principio altisonante
Que grandes cosas entra prometiendo,
Suele alguno zurcir tal cual remiendo
De púrpura brillante;
Como cuando describe, por ejemplo,
Ya el bosque de Diana, ya su templo;
O el arroyuelo que la fértil vega
Acelerado y tortuoso riega;
O bien el caudaloso
Curso del Rin, o el Iris proceloso.
Pero allí nada de esto era del caso.
Sabrás pintar acaso
Un ciprés: ¿y qué sirve? si el que viene
A darte su dinero, te previene
Le pintes un marítimo fracaso
En que él sobre una tabla destrozada,
Sin esperanza de la vida, nada.
Si hacer una tinaja era tu intento,
¿Por qué, dando a la rueda movimiento
Te ha de salir al fin un pucherillo?
Cualquier asunto, pues, o pensamiento
Debe siempre ser único y sencillo.
A todos, a los más, una apariencia
Del buen gusto deslumbra con frecuencia,
(¡Oh tú, padre pisón, pisones hijos
Dignos de padre tal!) Cuando procuro
Que no pequen mis versos de prolijos,
Tan breve quiero ser, que soy obscuro:
Otro su estilo tanto pule y lima,
Que le quita el vigor, le desanima:
Quiere aquél ser sublime, y es hinchado:
Este que acobardado
Teme la tempestad, y no alza el vuelo,
Siempre humilde se arrastra por el suelo:
Y el que intenta, de un modo extraordinario,
El asunto más simple hacer muy vario,
Surcando el mar a un jabalí figura,
Y a un delfín penetrando la espesura;
Pues, sin el arte, quien un vicio evita,
En vicio no menor se precipita.
En la tienda más próxima a la escuela
En que a esgrimir enseña Emilio, habita
Un escultor que con primor cincela
Las uñas de una estatua, y aun imita
En bronce el pelo suave;
Pero el conjunto de la estatua entera
Le sale mal, porque ajustar no sabe
Las partes al total, como debiera.
Si acaso a este hombre copio,
Cuando de componer me da la idea,
Es contra mi intención; porque es lo propio
Que si yo presumiera de ojos bellos
Y de negros cabellos,
Y una nariz tuviera tosca y fea.
Tome el que escribe, asunto que no sea
Superior a sus fuerzas: reflexione
Cuál es la carga que en sus hombros pone,
Y si pueden con ella, o los abruma:
Piénselo bien; y en suma,
Quien elige argumento
Adecuado a su genio y su talento,
Hallará sin violencia
Método perceptible y elocuencia.
O me engaña mi propio entendimiento,
O no es la menor gracia y excelencia
Que este método mismo en sí contiene,
Que de las cosas que decir conviene,
Algunas desde luego se refieran,
Y otras para otro tiempo se difieran.
El que un poema escriba
Que al lector ponga en justa expectativa,
Algunos pensamientos aproveche,
Y otros con sabia crítica deseche.
El inventar palabras pide tiento,
Delicadeza pide y miramiento.
Hablarás elegante si reúnes
Diestramente dos términos comunes,
Y una voz nueva de los dos resulta.
Cuando a explicar te vieres obligado
Una cosa moderna, extraña, oculta,
Será lícito inventes
Vocablos que jamás hayan llegado
A oídos de tus rancios ascendientes;
Como tengas prudencia
Para usar con templanza esta licencia
Una dicción formada nuevamente
Será bien admitida,
Si su origen dimana
De alguna griega fuente,
Y con leve inflexión viene traída;
Pues la severa crítica romana
No ha de negar a Vario y a Virgilio
Lo que concedió a Plauto y a Cecilio.
¿Habrá algún envidioso que me impida
Aumentar ciertas voces a mi idioma,
Después que Ennio y Catón enriquecieron
El lenguaje de Roma,
Y nuevos nombres a las cosas dieron?
Siempre se pudo, y es razón se pueda
Fabricar algún término reciente
Con el sello corriente
Del día, a imitación de la moneda.
Bien así como el bosque se despoja,
Al declinar el año, de la hoja,
Y otra fresca se viste, así perecen
Los vocablos añejos,
Y otros nuevos retoñan y florecen.
Están los hombres y sus obras lejos
De la inmortalidad; aunque se emprenda
Abrir el Puerto Julio, en que defienda
Neptuno de los fríos
Vientos septentrionales los navíos,
(Obra digna de un rey) o se pretenda
Secar, y convertir en fértil prado
La laguna pontina,
Que el remo antes surcó, y hoy el arado,
Dando ya grano a la región vecina;
O sea que se intente
Refrenar la corriente
Del río que a las mieses fue dañino,
Y enseñarle a seguir mejor camino.
Mas si a este modo es fuerza que perezca
Toda mortal hechura,
¿Quién hará que la gracia y hermosura
De los idiomas viva y permanezca?
Muchas voces veremos renovadas
Que el tiempo destructor borrado había;
Y al contrario, olvidadas
Otras muchas que privan en el día;
Pues nada puede haber que no se altere,
Cuando el uso lo quiere,
Que es de las lenguas dueño, juez y guía.
El que enseñó primero
En qué especie de verso convenía
Cantar guerras fatales,
Y hazañas de los fuertes generales
Y de los reyes, fue el antiguo Homero.
Sólo era en algún tiempo la elegía,
Con versos desiguales,
Propia de quien se queja y de quien llora;
Pero también con ella suele ahora
Pintar su dicha el que algún bien consigue.
Sobre quién fue su autor, gran competencia
Hay entre los gramáticos; y aun sigue
El pleito sin que nadie dé sentencia.
Hicieron el enojo y la impaciencia
Que Arquíloco inventase versos yambos.
El sublime coturno en la tragedia,
Y el zueco en la comedia
Esta clase de metro usaron ambos,
Que imita bien el familiar discurso;
Que, aplacando el bullicio del concurso,
Llama las atenciones;
Y cuadra a las dramáticas acciones.
Caliope misma inspira
Para que se celebren con la lira
Los dioses, o los héroes, o el atleta
En la lucha triunfante,
O el caballo arrogante
Que en la carrera vence, o los amores
De juventud inquieta,
O ya del libre Baco los loores.
¿Por qué razón me han de llamar poeta,
Si no sé distinguir estos colores,
Ni dar a cada estilo su decoro?
¿Qué? tendré por afrenta, o menosprecio
Aprender lo que ignoro,
Antes que ser toda mi vida un necio?
Nunca el asunto cómico permite
Trágicos versos; ni el atroz convite
De Thïestes vulgares expresiones,
Como narración cómica, tolera.
Ninguna de estas dos composiciones
Se aparte de sus límites y esfera.
Con todo, hay ocasiones
En que, elevando el tono la comedia,
Declama airado Cremes en lenguaje
Adecuado a más alto personaje;
Y otras en que se queja la tragedia
Con el humilde y popular estilo.
Así, queriendo Télefo y Peleo,
Pobres y desterrados sin asilo,
A lástima incitar los circunstantes,
La afectación excusan y el rodeo
De términos pomposos, retumbantes.
No basta a los poemas que elegantes
A los preceptos del primor se ajusten,
Si dulcemente el ánimo no mueven.
Es menester que lleven
Tras sí los corazones donde gusten.
Como en el hombre es natural reírse
Siempre que oye reír, lo es igualmente,
Siempre que ve afligidos, afligirse;
Y si contigo quieres me lamente,
Tú mismo debes antes lamentarte:
Sólo así en tu dolor me cabrá parte.
Cualquiera de los dos que sin destreza,
(O Télefo y Peleo) represente
Su papel, ha de darme risa, o sueño.
Debe el triste explicarse con tristeza,
El enojado, amenazar con ceño,
Decir jocosos chistes el risueño,
Y el serio, conservar grave entereza;
Pues la Naturaleza
Desde luego formó los corazones
Propensos a sentir las variaciones
De la fortuna: infúndeles la ira;
O júbilo les causa; o les inspira
Melancólico humor que los abate;
Y hace que, fiel intérprete, relate
La lengua los afectos interiores.
Cuando a la situación de los actores
No vienen las palabras apropiadas,
La nobleza y la plebe
Se burlarán riendo a carcajadas.
Diferenciarse en gran manera debe
Lo que habla un dios, de lo que un héroe dice;
Lo que expresa un anciano
A quien la madurez caracterice,
De lo que un mozo intrépido y liviano;
Lo que una gran matrona representa,
De lo que su afectuosa confidenta;
Lo que habla un mercader que ansioso viaja,
De lo que un aldeano
Que su heredad fructífera trabaja.
Ni el asirio se explique
Como el nacido en Colcos; ni se aplique
De Argos al ciudadano
El estilo que es propio del tebano.
Si pintas, oh escritor, los caracteres,
O bien sigue la fama de la historia,
O haz que no tengan los que tú fingieres
Circunstancia o acción contradictoria.
Si a la escena sacar de nuevo quieres
Al afamado Aquiles, hazle activo,
Arrebatado, inexorable, altivo;
No reconozca ley, ni guarde fuero,
Y todo se lo apropie con su acero.
Sea inflexible y bárbara Medea;
Ino llore en acento lastimero;
Ío vagante sea;
Osténtese Ixïón traidor, malvado,
Y Orestes de las Furias agitado.
Cuando un carácter expresar dispones
No usado en algún drama,
O un héroe nuevo en el teatro expones,
Obre desde el principio de la trama
Hasta el fin de ella igual y consiguiente.
Difícil es pintar exactamente
Los caracteres que podemos todos
Fingir con libertad de varios modos.
Harás mejor si alguna acción imitas
Sacada de la Ilíada de Homero,
Que no en ser el primero
Que represente historias inauditas.
De esta suerte el asunto
Que para todos es un campo abierto,
Será ya tuyo propio; mas te advierto
No sigas (que esto es fácil) el conjunto,
La serie toda, el giro y digresiones
Que usa el original que te propones;
Ni a la letra le robes y traduzcas
Como intérprete fiel que nada inventa;
Ni seas tan servil, que te reduzcas,
Por copiar muy puntual aquel dechado,
A algún temible estrecho,
Del cual salir no puedas sin afrenta,
Cual fuera si te vieses obligado
A describir un hecho
Que no se acomodase
A la ley de un poema de otra clase.
Ni has de empezar diciendo
Como el otro poeta adocenado:
Cantar del celebrado
Príamo la fortuna y guerra emprendo.
¿Qué saldrá, al fin, de esta arrogante oferta
Pregonada con tanta boca abierta?
De parto estaba todo un monte; y luego
¿Qué vino a dar a luz? un ratoncillo.
¡Oh, cuánto más juicioso, más sencillo
Es el principio del poeta griego!
Dime, oh Musa, el varón que aniquilada,
Dejó de Troya la ciudad sagrada;
Y tanta muchedumbre
Vio de extrañas costumbres y naciones.
Su intención es dar humo, y después lumbre;
No lumbre, y después humo,
Hasta llegar por grados a lo sumo
Del primor en las bellas descripciones
De Caribdis, de Scila, del gigante
Polifemo, y del rey de lestrigones.
No así aquel escritor extravagante
Que cantó de Diomedes el regreso,
Y el poema empezó desde el instante
En que llevó la muerte
A Meleagro: de la misma suerte
Que el otro que escribir todo el suceso
De la guerra troyana se propuso
Desde que Leda los dos huevos puso.
Homero velozmente se adelanta
Al fin e intento de la acción que canta;
Y como si estuvieran sus lectores
Ya de antemano impuestos
En los diversos lances anteriores
Que a su poema sirven de supuestos,
Los arrebata al punto,
Y los pone en el medio de su asunto;
Dejando siempre aparte
Toda aquella porción de su argumento
Que no puede, aun limada por el arte,
Adquirir brillantez y lucimiento.
Su ficción es tan grata, y de tal modo
Mezcla con ella la verdad, que en todo
Con el principio el medio allí concuerda,
Y con el medio el fin nunca discuerda.
Ahora, pues, autor, oye y aprende
Lo que de ti deseo,
Y lo que todo el público pretende.
Si quieres atraer al coliseo
Oyentes que sentados se mantengan
Hasta que bajen el telón, y vengan
A pedir el aplauso acostumbrado,
Las diversas costumbres especiales
De cada edad observa con cuidado,
Distinguiendo las prendas naturales
Que a los mudables años pertenecen,
Y que en las varias índoles se ofrecen.
La tierna criatura
Que lo que oye, refiere,
Y ya en andar se suelta y asegura,
Sólo jugar con sus iguales quiere;
Sin causa muestra ceño, o alegría;
Y cada hora condición varía.
Ya libre de ayo el mozo
Que aun no empieza a trocar en barba el bozo
Caballos y lebreles apetece,
Y del campo de Marte el ejercicio,
Blando es cual cera a la impresión del vicio
A quien le da consejos aborrece;
Piensa tarde en lo útil; del dinero
Usa con desperdicio;
Es vano y altanero;
Codicia cuanto ve y al punto olvida
Lo que antes fue la cosa mas querida.
En las inclinaciones diferente,
La varonil edad busca riqueza;
Busca también amigos; y ya empieza
A mirar por su honor; evita y siente
Cometer algún yerro, o bastardía
De que se afrente, o se desdiga un día.
Una tropa de afanes importuna
Al hombre anciano asalta,
Ya porque junta bienes de fortuna,
Y por ruindad mezquina
Para usar de ellos ánimo le falta,
Ya porque en él domina
La fría timidez y la tardanza.
Con su irresolución nada termina;
Difícilmente admite la esperanza;
Tiene a la vida un inmortal cariño;
Siempre gruñe, o se queja;
De la boca no deja
Los elogios del tiempo en que era niño;
Y aburre con sermones y regaños
A todos los que tienen menos años.
Si creciendo la edad, mil bienes trae,
Se los lleva tras sí cuando decae:
Y porque nunca a bulto
Papel de anciano al mozo se adjudique,
Ni al niño el de un adulto,
Conviene que se aplique
El autor a estudiar las propiedades
Que inseparables son de las edades.
Cualquier lance en la escena se reduce
O a representación, o a narrativa.
Cierto es que hace impresión menos activa
Lo que por los oídos se introduce
Que lo que por los ojos se aprehende,
Y el mismo espectador por sí lo entiende.
Mas tal vez no conduce
Que algún hecho en las tablas se practique;
Sino que al pueblo explique
Una fiel narración lo que no vea.
Ni sus hijos a vista de la gente
Despedace Medea;
Ni cueza las entrañas
De sus sobrinos el malvado Atreo;
Ni ave se vuelva Progne, ni serpiente
Cadmo; pues maravillas tan extrañas,
Cuando me las pintáis tan neciamente,
Repugnantes me son, y no las creo.
Para que un drama al público entretenga,
Y éste le pida siempre con deseo,
Ni más ni menos de cinco actos tenga.
Conducido en tramoya un dios no venga
Que el final desenredo facilite,
Cuando el enredo un dios no necesite.
Ni en cada escena llegarán a cuatro
Las personas que ocupen el teatro.
Haga las veces de un actor el coro;
Y entre los actos sea lo que entone
Tan conforme al propósito y decoro
De la acción, que con ella se eslabone.
Al hombre honrado aliente y patrocine;
Únase al buen amigo;
Aplaque al irritado; y apadrine
Al que de la maldad es enemigo;
Aplauda la inocencia y la delicia
De la mesa en que reina la templanza;
La debida alabanza
Tribute a la benéfica justicia;
Cante las leyes, y el estado quieto
De aquel pueblo feliz en que las puertas
Con libertad segura estén abiertas;
Sea fiel al secreto;
Y a las deidades ruegue
Que la fortuna a los soberbios niegue
El logro de sus gustos,
Y atienda a las miserias de los justos.
La flauta a los principios, como ahora,
Con cercos de latón no se adornaba,
Y no era del clarín competidora.
Con sencillez al coro acompañaba,
Siendo corta y de pocos agujeros.
Del soplo a los impulsos más ligeros
En todos los asientos bien se oía,
Los cuales todavía
No eran, como hoy, estrechos y apiñados.
Allí un escaso número asistía
De vecinos contados,
Tan pies y modestos como honrados.
Pero más adelante,
Cuando el pueblo latino
Se vio con más haciendas, más triunfante,
Extendiendo sus muros, y en las fiestas
Impunemente se entregaba al vino,
Y al pasatiempo en público y de día;
Música y poesía
Más libres fueron ya, más descompuestas.
¿Y qué otra cosa producir podía
La ignorancia del rústico aldeano
Que al fin de su labor se hallaba ocioso,
Unido con el culto ciudadano,
Y la mezcla del ruin con el virtuoso?
Así después al arte primitivo
Movimiento más vivo,
Más variedad y lujo dio el flautista;
Y en el tablado con desenvoltura
Arrastraba, a la vista
Del pueblo, rozagante vestidura.
De la propia manera
La lira, que antes fue grave instrumento,
En sus cuerdas y voces tuvo aumento;
Y remontó su estilo hasta la esfera
El coro con insólita osadía.
Su moral documento
Que indagar pretendía
Cuanto es útil al hombre, y las secretas
Sendas investigar de lo futuro,
Usó un idioma enfático y obscuro,
Cual era el de los deíficos profetas.
El mismo autor que a disputar se puso
De la tragedia el premio, que algún día
Era el vil padre de la grey cabría,
Inventó luego el uso
De sátiros desnudos en la escena;
Y una farsa mordaz, de burlas llena
Introducir pensó, sin detrimento
Del serio y grave estilo. Fue su intento
Que hallase el vulgo en las festivas sales
La grata novedad y el atractivo,
Cuando en los sacrificios bacanales
La excesiva licencia
Del comer y beber era incentivo
Del desenfreno y pública insolencia.
Si alegrar deben la tragedia triste
Los sátiros burlescos, decidores,
Alternen los autores
De tal modo las veras con el chiste,
Que aquel dios, o aquel héroe que se viste
De rica grana y oro anterioremente,
Después no se presente
Hablando en el lenguaje humilde y llano
De las tiendas más viles de la plebe;
O por querer usarle muy lozano,
Y distante del ínfimo, se eleve
A la excelsa región del aire vano.
Aquestos versos frívolos, chanceros,
Mezclarse en la tragedia no debieran;
Mas ya que ella sátiros se ingieran,
No sean disolutos ni groseros.
Súfralos con modestia y parcimonia,
A imitación de la matrona honesta
Que se ve en ciertos días de gran fiesta
Precisada a bailar por ceremonia.
Si yo, pisones míos, me ocupara
En satíricos dramas de de este modo,
No me explicara libremente en todo
Con locución desaliñada y clara;
Ni del trágico estilo me apartara
Tanto que confundiera
Con lo que hablase Davo,
Que hace en comedias el papel de esclavo,
Y la atrevida Pitias que el dinero
Saca al viejo Simón, lo que dijera
Sileno, ayo de un dios y compañero.
Fingiera yo sobre un trivial asunto
Una acción bien seguida, de manera
Que oyéndola cualquiera,
Se figurase al punto
Que él otro tanto haría,
Y poniéndose a ello, viese que era
Inútil el sudor y la porfía.
¡Tanto puede una serie de incidentes
Ligados a un buen plan, y consiguientes!
Tantos primores caben
Aun en lo mismo que ya todos saben!
Los faunos que en las selvas se han criado,
Por mi voto, jamás en el tablado
Han de hablar el idioma
Que por calles y plazas se usa en Roma;
Ni pronunciar cual jóvenes galanes
Tiernas y delicadas expresiones;
Ni decir indecencias de truhanes,
O soeces dicterios y baldones;
Que aunque esto es lo que agrada
A los que compran nueces y tostones,
Nunca lo escucha con paciencia el gremio
De gente bien nacida y bien criada,
Como digno de aplausos o de premio.
Llaman yambo el pie rápido en que venga
Una sílaba larga tras la breve.
El verso yambo de seis de ellos nace;
Y esta rapidez hace
Que de trímetro yambo el nombre lleve,
Aunque seis y no tres medidas tenga.
Solía constar antes
De yambos puros todos semejantes;
Pero después acá, porque al oído
Más noble y más pausado sonar pueda,
Los graves espondeos ha admitido.
Complaciente y sufrido;
Con tal que no les ceda
Segundo o cuarto puesto.
Que reservarse para sí ha dispuesto.
Pocos trímetros hechos de esta suerte
Se hallan en los poetas Accio y Enio,
(Aunque se aplauda de ambos el ingenio)
En los cuales se advierte
De lentos espondeos la abundancia.
Que o bien arguyen una incuria omisa,
O demasiada prisa,
O del arte y sus reglas ignorancia.
Pero no, no son todos jueces rectos,
Que en un poema vean los defectos
De harmonía y cadencia;
Y es grande la licencia
Que a nuestros escritores
Han dado injustamente los lectores.
Mas ¿esto me valdrá para que escriba
Sin regla ni concierto?
O bien ¿será razón que aunque conciba
Que todos, si cometo un desacierto,
Me le habrán de notar, quiera, no obstante.
Seguro, confiado y con descuido.
Llevar mis desatinos adelante.
Porque otros el perdón han obtenido?
Y al fin, aun cuando acierto
A observar bien las reglas en mi escrito,
¿Qué habré logrado? la censura evito;
Pero ¿merezco elogio? no por cierto.
Revolved, pues, vosotros, o Pisones,
Las obras de los griegos noche y día.
Mas podrán replicar ¿no merecía
En el tiempo de antaño aclamaciones
La aguda poesía
En que Plauto mezclaba sus gracejos?
Sí; pero aquellos viejos
Los admiraron con bondad paciente,
Y aun estoy por decir que neciamente;
Si ya no es tanta la torpeza mía
Y la vuestra también, que confundamos
La gracia con la vil chocarrería,
Y cuando los pies métricos contamos
Ya por los dedos, ya por el oído,
Apenas distingamos
Lo que es verso arreglado y bien medido.
Fue Thespis el poeta
Que en la Grecia inventó, según es fama.
Nuevo trágico drama,
Y que en una carreta
Por los pueblos llevó representantes,
Recitando unas veces,
Y otras cantando con las turbias heces
Del vino embarnizados los semblantes,
Formando luego Esquilo
De no muy altos leños un tablado,
De una ropa talar ordenó el uso
A los actores; máscara les puso;
Y haciéndolos hablar más alto estilo,
Les destinó el coturno por calzado.
De esta misma tragedia
Fue la antigua comedia
Sucesora feliz, bien aplaudida;
Pero siendo insolente sin medida.
Degeneraba en vicio tan nocivo.
Que presto dio motivo
A que se contuviera
Su audacia con ley pública y severa;
Y enmudeciendo ignominiosamente
El coro a su despecho.
Perdió el libre derecho
De ser ultrajador y maldiciente.
Ya no han dejado asunto
Por tocar nuestros hábiles poetas;
Pero hoy en ningún punto
Merecen alabanzas más completas
Que en separarse de la griega historia,
Y al teatro sacar con nueva gloria
Las notables acciones de romanos,
Unos en las comedias pretextatas,
En que entran los primeros ciudadanos;
Otros en las togatas,
En que hablan gentes de inferior esfera.
Y acaso en letras más ilustre fuera
Que lo es en armas el país del Lacio,
Si ya las obras de la docta pluma
Limasen los ingenios con espacio.
Vosotros, descendientes del gran Numa,
Condenad todo verso
Que con diez correcciones.
Después de muchos días y borrones,
No haya quedado bien pulido y terso.
Porque pensó Demócrito que el arte
Es menos esencial en el poeta
Oye el genio, y porque rígido decreta
Que todo el que no tenga alguna parte
De loco, no ha de entrar en el Parnaso,
Se ven a cada paso
Algunos que se dejan
Crecer uñas y barba expresamente;
Se retiran del trato de la gente,
Y de los baños públicos se alejan.
Tienen por evidente
Que del renombre de poeta ufanos
Pueden estar, con no poner en manos
Del barbero Licino
Las testas en que el tino
Perdieron de tal modo
Que acaso restaurarle no podría
El heléboro todo
Que en tres islas Antíciras se cría.
¡Harto necio soy yo, por vida mía,
Que me tomo al entrar la primavera
Para evacuar la bilis un purgante!
Si no fuera por esto, ¿quién pudiera
Versificar mejor, más elegante?
Mas yo no expongo a tanta costa el juicio.
De piedra de amolar haré el oficio,
Que, aunque por sí no corta,
Hace que corte el hierro: y nada importa
El no ser yo escritor, para que explique
Cuál es la obligación y el ejercicio
De todo aquél que a serlo se dedique:
Cómo encuentra caudal la poesía;
Qué es lo que a un buen poeta instruye y forma;
De lo decente, o no, cuál es la norma;
Adonde el arte, adonde el error guía.
Del escribir con propiedad y peso
El principio y la fuente es tener seso.
En su filosofía
Sócrates la materia nos enseña
De cosas que decir: y al que ya tiene
Bien previsto el asunto en que se empeña,
La explicación naturalmente viene.
Así, quien sabe el proceder humano
Que con patria y amigo usar conviene,
Cómo ha de amar al padre y al hermano,
Cómo a su huésped; qué cuidado encierra
O el empleo de un padre del Senado,
O el de otro magistrado,
O ya el de un general que va a la guerra,
Ese es quien bien adapta y establece
Lo que a cada sujeto pertenece.
El sabio imitador con gran desvelo
Ha de atender, si observa mi mandato,
A la naturaleza, que el modelo
Es de la humana vida y moral trato;
De cuyo original salga una copia
Con la expresión más verdadera y propia.
La comedia, tal vez, que se hermosea
Con las varias sentencias, y observancia
De buenos caracteres, aunque sea
Pobre de arte, energía y elegancia,
Más entretiene al pueblo, y le recrea,
Que el verso sin substancia,
Que suena bien, y al fin es fruslería.
Las musas a los griegos el ingenio
Dieron, y del lenguaje la harmonía.
Aspiran todos por nativo genio
A ser sólo de honor y fama ricos.
Pero acá los romanos desde chicos
Saben hacer prolijas particiones
De un as o de una libra, en cien porciones.
Diga el hijo de Albino el Usurero,
Si de cinco dozavas
Descontar una quiero,
¿Cuánto resta? Ea, di: ¿por qué no acabas?—
Queda un tercio cabal— Bien ajustado.
Sabrás cuidar tu hacienda. Y di ¿si añado
Una dozava más a aquellas cinco,
¿Qué suma? Una mitad cuando este ahínco
En allegar caudal, y esta carcoma
Del perverso interés domina en Roma,
¿Qué versos esperamos que hoy se escriban
Que con jugo de cedro preservados,
Y en tablas colocados
De bruñido ciprés, durables vivan?
Los poetas desean
O que sus obras instructivas sean,
O divertidas, o contengan cosas
Al paso que agradables, provechosas.
Si enseñar quieres, concisión observa;
Que el humano concepto,
Cuando es breve el precepto,
Percibe dócil, y puntual conserva,
Y todo lo superfluo, y no del caso
Rebosa, cual licor que colma el vaso.
Lo que con fin de recrear se invente,
A la verdad se acerque en lo posible:
La cómica ficción no represente
Por antojo o capricho lo increíble;
Ni a la bruja que un niño tragó entero,
Se le saquen del vientre carnicero.
Senadores ancianos
Vituperan las obras que no instruyen,
Y caballeros jóvenes romanos
De las muy serias y profundas huyen.
Mas todos con su voto contribuyen
Al que enseñar y deleitar procura,
Y une la utilidad con la dulzura.
El libro en que ambos méritos se incluyen,
A los libreros socios da dinero;
Pasar el mar merece;
Al autor ennoblece,
Y le asegura un nombre duradero.
Pero son disculpables ciertas faltas;
Pues no siempre despide
La cuerda el son que el tocador la pide,
Que en vez de voces bajas, da las altas;
Ni siempre el tirador al blanco acierta.
Cuando yo en un poema acaso advierta
Gran numero de gracias singulares,
Perdonaré lunares,
Si fueren pocos; porque habrán nacido
O de leve descuido,
O de humana flaqueza.... Mas a espacio
Que no siempre hay perdón. Cuando reacio
Escribe el mal copiante (aunque le enmiendan)
Una misma mentira,
No, no merece que su excusa atiendan.
Si el que tañe la lira
En una cuerda siempre se equivoca,
¿Quién no se ha de reír de lo que toca?
Al que todo lo yerra, yo comparo
Con Chérilo el poeta,
De quien me admiro y rio, si reparo
Que, por acierto raro,
Una cosa discreta,
O a lo más, dos o tres, hay en su escrito;
Y al contrario, me irrito,
Si el buen Homero se descuida o duerme.
Pero también es fuerza convencerme
De que en libro tan lato
No es mucho que al autor dé sueño un rato.
Pintura y poesía se parecen;
Pues en ambas se ofrecen
Obras que gustan más vistas de lejos;
Y otras, no estando cerca, desmerecen.
Cuál debe colocarse en parte obscura;
Cuál de la luz no teme los reflejos,
Ni del perito la sutil censura:
Por la primera vez agrada aquélla;
Esta, diez veces vista, aun es más bella.
Oh tú, hermano mayor de los Pisones,
Aunque el cielo prudencia darte quiso,
Y de tan sabio padre las lecciones,
Ten en memoria este importante aviso.
En ciertas profesiones
Se puede tolerar la medianía.
Suele un Jurisconsulto, un Abogado,
No tener la elocuente valentía
De Mésala, ni ser tan gran letrado
Como es Aulo Caselio; y aun, con todo,
Mérito no le falta en cierto modo;
Mas poetas medianos,
Ni los sufren los dioses soberanos,
Ni tampoco los hombres,
Ni menos los aguantan
Los mismos duros postes en que plantan
Carteles con sus obras y sus nombres.
Cual suele en un banquete regalado
Causar gran desagrado
De una orquesta infeliz la disonancia,
O, para ungirse, una pomada rancia,
O bien la adormidera
Con la miel de Cerdeña mal mezclada;
Porque aquella función muy bien pudiera
Ser buena, sin que de esto hubiera nada;
Así la poesía,
Que para dar recreo fue inventada,
En vil y despreciable degenera,
Si del perfecto grado se desvía.
El que de lidiar bien no se gloría,
No va al Campo de Marte;
Y el que ignora con qué arte
Pelota, disco, y trompo se manejan,
Se abstiene de jugar, por si motejan
Con risas insolentes
Su poca habilidad los concurrentes.
Mas cualquier necio ya, si se le antoja,
A hacer versos se arroja.
Y ¿por qué no, si es hombre que proviene
De estirpe noble y clara;
Mucho más, cuando tiene
Suficiente dinero
Para ser recibido caballero,
Y nadie puede echarle nada en cara?
Tal es tu entendimiento y tu cordura,
Que no harás ni dirás violentamente
Cosa en que el numen obre renitente;
Mas si algo, por ventura,
Escribes algún día,
Sujétalo de Mecio a la censura,
Como a la de tu padre y a la mía;
Y tenlo hasta nueve años reservado;
Porque mientras inéditos guardares
Tus pergaminos, puedes con cuidado,
Corregir los defectos que repares;
Mas es inútil esperar la vuelta
De la palabra que una vez se suelta.
A los hombres feroces
EI sacro Orfeo, intérprete divino,
Separó con lo dulce de sus voces
Del estado brutal en que vivían,
Siendo uno de otro bárbaro asesino:
Y por tales acciones
Todos le atribuían
Que domó fieros tigres y leones.
Del mismo modo los tebanos muros
Edificó Anfión, que con los sones
Del acorde instrumento
Tras sí llevaba los peñascos duros,
Dóciles al poder del blando acento.
Entonces la mejor sabiduría
Era la que prudente discernía
Ya del público bien el bien privado,
O ya de lo profano lo sagrado;
Refrenaba la torpe demasía
De tener las mujeres por comunes;
Los matrimonios conservaba inmunes,
Sanas reglas dictando a los esposos;
Se aplicaba a fundar pueblos dichosos,
Y grababa las leyes en madera.
Llegaron a adquirir de esta manera
Los divinos poetas alta gloria,
Dando a sus versos inmortal memoria.
Luego la poesía
Del celebrado Homero y de Tirteo
Los varoniles ánimos movía
Al logro ilustre del marcial trofeo.
Ya el respetable oráculo de Apolo
Explicaba tan sólo
En verso sus decretos;
Ya de naturaleza los secretos
En verso se enseñaban igualmente:
El favor de los reyes soberanos
Solicitar en verso era frecuente;
Y hallaron los humanos
En las varias poéticas ideas
Gusto y descanso al fin de sus tareas.
Esto refiero aquí, noble mancebo,
Porque el arte canoro
De las discretas musas y de Febo
Alguna vez no tengas por desdoro.
Dudan si el verso digno de alabanza
Del natural ingenio se deriva,
O bien del artificio y enseñanza.
Yo creo que el estudio nada alcanza
Sin la fecundidad de la inventiva;
Ni la imaginación inculta y ruda
Es capaz por sí sola del acierto;
Pues han de darse, unidas de concierto,
Naturaleza y arte mutua ayuda.
El atleta robusto que su brío
Desea ver premiado en la carrera,
Se agitó mucho cuando joven era,
Sufrió mucho también; expuesto anduvo
Siempre al calor y al frío;
Y en fin, del vino y del amor se abstuvo.
El flautista que diestro
Hoy el cántico pitio entonar sabe,
Aprendió con un rígido maestro.
Mas ya basta decir en tono grave:
Nadie, nadie me excede
En hacer un poema prodigioso.
Ruin sea por quien quede:
Que otro me deje atrás no es decoroso;
Ni confesar con injuriosa nota
Que en lo que no aprendí soy un idiota.
Como al puesto en que hay géneros de venta
Convoca un pregonero
Numeroso tropel de compradores:
Así el poeta a quien su campo renta,
Y tiene medios de imponer dinero,
Atrae a la ganancia aduladores.
Si da una buena mesa, además de esto,
Y sale por fiador del que en pobreza
Ha caído por ser mala cabeza,
Y de un pleito funesto
Le liberta benévolo; yo apuesto
Que no tendrá la dicha, ni el buen tino
De conocer qué amigo es falso o fino.
A quien hubieres hecho algún presente,
O hacérsele medites,
Para oír versos tuyos no le cites;
Pues si lleno de júbilo se siente,
Clamará: ¡bueno! ¡lindo! ¡bravamente!
Pálido se pondrá; y aun por ventura
Llorará de amistad y de ternura;
Saltará en el asiento,
Dando fuertes patadas de contento.
Cual suelen demostrar los que alquilados
Van a llorar a un duelo,
En acciones y en voz, más desconsuelo
Que los que están de veras angustiados;
Tal siente, al parecer, el lisonjero
Más que el panegirista verdadero.
Cuéntase de los grandes potentados,
Que para hacer de alguno confianza,
Le dan a beber vino sin templanza:
Con repetidos brindis le atormentan,
Hasta que experimentan
Si de amistad, por su reserva, es digno,
En caso de que escribas poesías,
Harás mal si te fías
De adulador maligno
Que en astucias imita a la raposa.
Cuando a Quintilio Varo
Un autor recitaba alguna cosa,
Le decía bien claro:
Corrige sin temor esto o aquello.
Si el otro replicaba: no es posible,
Pues dos veces o tres me he puesto a ello,
Le ordenaba inflexible
Volver al yunque el verso mal forjado.
Mas si el autor buscaba en su pecado
Disculpas, en lugar de correcciones,
Ya no empleaba en vano
Ni tiempo ni razones;
Y al escritor dejaba mano a mano
Con su obra idolatrada,
Sin más rival que le estorbase en nada.
El que es hombre de bien, y hombre de pulso,
Sabrá tachar el verso flojo, insulso;
Condenará los ásperos e ingratos;
Su pluma borrará con negra raya
Aquéllos en que gracia y arte no haya;
Cercenará los frívolos ornatos;
Lo que está obscuro, mandará se aclare;
Sin que tampoco apruebe
El equívoco ambiguo en que repare;
Notando, en fin, cuanto mudarse debe.
Aristarco será, censor severo;
No de aquéllos que dicen: yo no quiero
En materia tan leve
Disgustar a un amigo por sincero.
Estas leves materias
Algún día tendrán resultas serias
Cuando ya el adulado se haya visto
Entre todos ridículo y malquisto;
Pues el hombre sensato
No menos que a un ictérico, a un leproso,
Y a un demente lunático y furioso,
Huye y teme al Poeta mentecato.
La turba, de muchachos imprudente
Es sólo quien le acosa y quien le hostiga;
Y alguno que inocente
No ve cuánto se expone el que le siga.
S i, vomitando versos remontados,
Se extravía aquel loco, y se desmanda,
Corriendo a todos lados,
Cual cazador que tras los mirlos anda,
Y se cae en un hoyo o en un pozo,
Clamando con sollozo:
¡Favor, Señores! ¿no hay quién me socorra?
Nadie hallará que a libertarle corra,
Mas si alguno, acudiendo en tal fracaso,
Le echa una cuerda, yo diré al momento:
¿Qué sabes tú si acaso
Se arrojó por su gusto, y si su intento
Es que no se le saque del mal paso?
Y citaré la muerte
De Empédocles, poeta de Agrigento;
La cual fue de esta suerte:
Como pasar quería
Por un dios inmortal, se arrojó un día
Con la mayor frescura al Etna ardiente.
Piérdanse los poetas libremente
Cada vez que les diere tal manía;
Pues conservar la vida al que se muere
Por gusto propio, es tanta tiranía
Como matar al que morir no quiere.
No es ya la vez primera
Que ha intentado este raro desatino;
Y aunque de aquel conflicto bien saliera,
No quisiera dejar de ser divino,
Ni olvidara el anhelo que le inflama
De adquirir con tal muerte nombre y fama.
No se sabe, en verdad, por qué delito
Al poeta infundió su mala estrella
De escribir siempre versos el prurito:
Si profanó tal vez la sepultura
De su padre, orinándose sobre ella;
O arrancó por ventura,
Cometiendo un sacrílego atentado,
La señal que denota ser sagrado
El lugar triste en que cayó centella.
Lo cierto es que frenético y rabioso,
A manera del oso
Que de su jaula quebrantó la reja,
Va ahuyentando a ignorantes y discretos
Con los atroces versos que recita;
Al que una vez cogió ya no le deja;
Le asesina leyendo mamotretos;
Y a sanguijuela terca se asemeja,
Que de la piel que chupa no se quita,
Hasta que está de sangre bien ahíta.