LA PESTE EN EGINA Y LA METARMOFOSIS DE LOS MIRMIDONES
Metamorfosis Libro VII
v. 517-660
Eaco dio un gemido, y con tristeza
Al caballero dijo de esta suerte:
«Lloroso fue el principio y de aspereza;
Después fue la Fortuna menos fuerte.
¡Ojalá yo pudiese su dureza
Por extenso decir! Por no tenerte
Suspenso mucho tiempo, determino
Contarte, no por orden, lo que avino.
»En huesos convertidos y ceniza
Están los de quien tienes tú memoria.
Y fue lo menos que me martiriza,
Según mis cosas vueltas vi en escoria.
Cayó una pestilencia (1), que la atiza
La ira de Junón sobre mi gloria
Y tierra, porque el nombre la amohína,
Siendo, como es, de su combleza Egina(2).
»En tanto que este mal pareció humano,
Y la nociva causa está latente,
Tentamos el remedio con la mano,
Del arte sobre todas excelente.
La obra de los médicos fue en vano
Contra el estrago duro y pestilente.
El aire a los principios nos cobija
De espesa y estuosísima canija.
»El ábrego con soplo inficionado
Nos ha por cuatro lunas perseguido.
Las fuentes y lagunas se han dañado
Del venenoso aliento corrompido.
Millares de serpientes se han hallado
Acá y allá en los campos, do ha nacido
Sembrarse la ponzoña más sin freno,
Los ríos ocupando su veneno.
»Las aves, perros, bueyes, con su muerte,
Y las restantes fieras, han mostrado
En el principio el mal, y fue de suerte
Que se han los labradores admirado,
Viendo caerse muerto el toro fuerte
En la mitad del surco comenzado,
Pelarse las ovejas y carneros
Enfermos, con balidos lastimeros.
»El brioso caballo que solía
Pasar con ligereza su carrera,
Gime al pesebre, y ya morir querría,
Degenerando de quien antes era.
El oso no usa ya su valentía,
Acometiendo a otra bestia fiera.
Cómo ha de huir la cierva ya no mira,
Ni el jabalí se acuerda de su ira.
»El mal lo tiene todo de su mano;
Do quiera hay cuerpos muertos, que hediendo,
Ocupan los caminos, monte y llano,
Con su vapor el aire corrompiendo.
Y es gran admiración que el lobo cano,
Las aves y los perros van huyendo;
Que no se siente alguno tan hambriento
Que toque a tan hediondo nutrimiento.
»Derrítense y están evaporando
En el aire ponzoña pestilente,
Con muy mayores daños ocupando
El grave mal la miserable gente,
Ni aun a los ciudadanos perdonando.
Y cuanto a lo primero, llama ardiente
Los quema, y el aliento lo declara,
Y el color encendido de su cara.
»La lengua áspera se hincha en el momento,
Y con la boca abierta se procura
Proveer cada cual del tibio viento,
Por remediar el fuego y la secura.
Frustrados del deseo y vano intento,
En la cama ninguno no asegura;
Que cada cobertura les atierra,
Y póstranse los tristes en la tierra.
»Mitigar procurando sus ardores,
Se arrojan en la tierra, la cual queda
Hirviendo; ni por eso son menores
Sus fuegos, ni se halla alguien que pueda
Poner algún alivio a sus dolores;
Que en el médico mismo que lo veda
Se pega el pernicioso mal extraño,
Haciéndole su ciencia aqueste daño.
»Cuanto uno es más cercano y cuidadoso
En servir al enfermo, y diligente,
Más presto del afecto contagioso
Y de la muerte asido estar se siente.
La esperanza se pierde de reposo
Y de salud en todos igualmente.
La enfermedad se acaba con la vida;
Ninguno puede ver otra salida.
»Procuran alegrarse, pretendiendo
Desafogar el ánimo afligido,
Al útil y provecho no advirtiendo;
Mas no hay utilidad. Y sin sentido,
Los pozos, ríos, fuentes inquiriendo,
Sin vergüenza a beber se han abatido,
Y bebiendo, primero están sin vida
Que se mate su sed con la bebida.
»Y con beber habiéndose hinchado,
No pueden levantarse ni moverse,
Y han en las aguas muchos espirado;
Mas no por eso dejan de beberse.
Aborrecen la cama en sumo grado,
Dejándola; y si no pueden tenerse,
Revuélcanse en la tierra, con intento
De escaparse del lecho y aposento.
»A cada cual parece sepultura
Su casa, do padecen mal tamaño,
Del cual, por ser la causa tan obscura,
Infaman el lugar do ven el daño.
Pudieras ver andar a su ventura
Por esas calles, con semblante extraño,
Los que pueden tenerse, y mil llorando,
Postrados otros, otros boqueando.
»Y a do la triste muerte los tomaba,
Los vieras extender al alto cielo
Las manos. ¿Qué tal piensas que yo estaba?
¿Qué ánimo fue el mío, o qué consuelo?
Tan bueno, que la muerte deseaba,
Por serles compañero en tanto duelo.
Doquiera que los ojos revolvía,
Montón de cuerpos muertos allí vía.
»De la manera misma amontonados
Los cuerpos miserables vi sin vidas,
Que se caen de los ramos meneados
Bellotas y manzanas ya podridas.
Bien ves aquellos templos sublimados,
Frontero. Son de Jove, do encendidas
Plegarias ¿quién no hizo a Dios inmenso,
En vano derritiendo el sacro incienso?
»¡Oh cuántas, cuántas veces procuraron
Rogar a Dios mujeres por maridos,
Los padres por los hijos, y espiraron
En el templo, do no fueron oídos!
Y buscadas sus manos, les hallaron
Inciensos no gastados y ofrecidos.
Fueron sus oraciones de tal suerte,
Que las previno la importuna muerte.
»¡Y cuántas veces, mientra se dispone
Para rogar a Dios devotamente
El sacerdote, y cuando ya propone
Verter entre dos cuernos y en la frente
El vino puro al toro, que se pone
Para ser sacrificio conveniente,
Al mismo a sus pies siente derrocado,
Del mal y no herida acogotado!
»Cuando yo mismo hacía sacrificio
A Júpiter por mí, y le suplicaba
Por mi patria y tres hijos, que el oficio
De padre y rey a esto me obligaba,
La res aparejada a mi servicio,
Que con bramidos fieros se quejaba,
Sobre el cuchillo súbito ha caído,
Con poca sangre habiéndole teñido.
»Y estaba lo interior tan estragado,
Que no se vía señal en las entrañas
De lo que había de hacerse en tal estado
Para aplacar a Dios las justas sañas.
¡Habían tan altamente penetrado
Las fuerzas de la peste tan extrañas!
Muy muchos cuerpos muertos vi arrojados
Delante de los templos consagrados.
»Delante de los templos, y aun delante
De los altares, muchos vi de suerte
Que dieron fin a su vivir restante,
Por padecer más envidiosa muerte.
Mas otros, por librarse en un instante
De un ansia congojosa, horrible y fuerte,
Muriendo (al triste cuello un lazo atado),
Del miedo de morir han escapado.
»Acelerando el hado que venía,
Colgándose, salen de pena dura.
Los cuerpos ocupó la muerte fría,
Mas ellos no ocuparon sepultura.
De los cuales tal número salía
De la ciudad, que no se hallaba anchura
Por las puertas, y así muy muchos fueron
Que de honras funerales carecieron.
»O quedan por la tierra derramados,
Sin sepulcros, ofrendas y sin ruego,
O los que de ellos son mejor librados,
Sin reverencia alguna queman luego.
Y sobre cuáles han de ser quemados
Primero, aun con ajena llama y fuego,
Debaten, y el morir se extiende tanto,
Que no hay quien dé lugar al justo llanto.
»Sin que por ellas hagan sentimiento,
Las ánimas vagaban exhaladas
De hijos y de madres y de ciento,
Viejos y mozos, y do ser cavadas
Las sepulturas no hay lugar, ni siento
Ya leña para el fuego; yo anudadas
Mis manos con el daño y pena fuerte,
Al sumo Jove dije de esta suerte:
»—¡Oh sacra deidad, santa, divina,
Si la pasada gente verdad dice,
Que fuiste amante de mi madre Egina,
Si yo por ser su hijo no te hice
Enojo, y ser mi padre te amohína,
No des lugar, señor, me martirice
Con tanto mal, con tanta desventura;
Dame mi gente, o entre ellos sepultura.—
»Un relámpago claro y un tronido
Me dio señal clarísima al momento.
—Esta señal, señor, que he recibido,
De más ventura sea y más contento
Que tengo yo (replico), y si habrá sido,
Mudando en dicha todo mi tormento,
De que son recibidas mis ofrendas,
Tan favorable agüero tomo en prendas.—
»Cuando esto acaecía, estar me veo
Acaso do la encina consagrada
A Júpiter, del monte Dodoneo,
En nuestra tierra ha sido trasplantada.
Debajo de ella vi venir arreo
Gran número de hormigas, ocupada
Cada cual con más carga que a su talle
Conviene , y todas siguen una calle.
»Estándome admirando de que vía
Tal muchedumbre, dije : —Padre eterno,
Para quitar el ansia y pena mía,
Híncheme la ciudad de mi gobierno
De otros tantos vecinos ;—yo decía
Aquesto con afecto blando y tierno.
Tremió la encina haciendo movimiento
Sus ramos, sin moverlos algún viento.
»Apenas vi los ramos meneados,
Y comencé a temblar de puro miedo ,
Sentime los cabellos erizados.
Con todo eso, lo mejor que puedo,
El tronco y los lugares consagrados
Besé, no que tuviese yo denuedo
De publicar aquello que esperaba,
Mas esperando a Dios lo suplicaba.
»La noche y sueño a los cansados vino,
Y estando yo durmiendo, parecía
Los ramos , las hormigas el divino
Árbol allí tener que visto había.
El cual, movido con tremor contino,
De los hojosos ramos sacudía
Hormigas, que bajaban y subían,
Y en la vecina tierra se esparcían.
»Y pareciome ver que en el momento
El escuadrón de hormigas se hizo gente,
Tomando a mucha priesa crecimiento
Y andando cada cual derechamente.
El moreno color dejarles siento,
Y su flaqueza extraña de repente,
Y el número de pies y su hechura ,
Tomada ya de hombres la figura.
»Despierto y de mi sueño estoy mohíno,
Y quéjome que en Dios no se halle ayuda.
Mas pareciome oír un torbellino
Como de gente que al palacio acuda.
Y mientras de las voces me amohíno,
Y si aun entonces sueño estoy en duda,
A Telamón venir a prisa oía,
Que abierto mi aposento me decía:
«Salid, oh padre mío, sin tardanza,
»Y veréis cosas grandes, y que creo
»Exceden toda fe y aun esperanza.»
Yo salgo, y tanta gente al punto veo,
Y con figura tal y semejanza
Cual antes en mi sueño y devaneo.
Conocilos, hablelos de que entraron,
Como a su propio rey me saludaron.
»A Júpiter pagué lo prometido,
Y luego, entre los nuevos moradores,
La ciudad y las tierras yo divido
Que estaban ya sin dueños y señores.
Mirmídonas los doy por apellido
Del caso, porque son trabajadores.
Los cuerpos viste, y guardan al presente
El trato que solían antiguamente.
»Acostumbrados al trabajo, agora
Trabajan su costumbre conservando.
Es gente en todo extremo guardadora,
Y que jamás se cansa trabajando.
Un brío y una edad en ellos mora,
Y en tu favor irán al punto, cuando
Solano, que te trajo (había aquél sido),
En ábrego se hubiere convertido.»
NOTAS:
(1) Puede ser comparada esta descripción de la peste con la que hace Virgilio en el libro III de las Geórgicas y Lucrecio en el libro VI de su poema De Rerum Natura.
(2) Júpiter hizo a Egina madre de Eaco.
Aeacus sighed: “A better fortune followed
A sad beginning; I am very sorry
I cannot mention one without the other.
I will try to make the story brief. They are
All bones and ashes, now, those men you ask for.
How great a part of my fortunes perished with them!
A dreadful plague came on our people. Juno
Hated our land, named for a rival of hers.
But this we did not know; we thought the cause
Was mortal, and we fought with every resource
Of medicine against it, but the evil
Had too much strength for us. In the beginning
Was darkness, and a murk that kept the summer
Shut in the sullen clouds, four months of summer,
Four months of hot south wind, and deadly airs.
Fountains and lakes went dry, serpents came crawling
Over deserted fields, thousands on thousands.
Tainting our streams with poison. The animals
Went first, the dogs and birds, the sheep and cattle,
The beasts of the wild woods. The unlucky farmer
Stood in dumb wonder as the strong bulls stumbled,
Fell, in the furrow, and the wool fell off
The feebly bleating sheep, with wasted bodies.
The race-horse, whose proud spirit used to bring him
Home winner over the dust of the track, trains off,
Trails off, to nothing, droops and sags in his stall.
The boar forgets his raging, and the deer
No longer trusts his swiftness, and the bear
Lets the weak herds alone. A life in death
Seizes them all. In woods and fields and highways
Lie bodies rotting, and the air is all
One smell of death. Even the very buzzards.
Jackals, gray wolves, refused to touch this carrion.
Contagion thickens, and the plague, grown stronger.
Fastens on men, on the walls of the great city.
Men’s vitals seem to burn: the proof is given
By a red flush and difficult breath; the tongue
Thickens, and lips are cracked and dry; the sick
Can not lie still in bed, they cannot bear
The weight of covers over them; they try
To get some coolness from the ground, and lie there,
And get no coolness from the ground, which burns.
Itself, from the heat of their fever. Even our doctors
Fare as the others do, or worse; the nearer
One comes to the sick, the greater his devotion
In looking after others, the more quickly
He comes to the share of death. As hope of safety
Departs, men see no end, or one end only
To suffering; abandoned, they care for nothing,
There is nothing to care for. So, with no compunction,
They lie in the spring, the streams, any basin of water,
In rabid thirst, cured only by death, not drinking.
And many, too feeble to rise, die in the water
And others drink that water. In delirium
Many poor souls leap from their beds, and stagger
Too weak to stand, and others, too weak for leaping.
Roll out on the ground. They flee their household gods,
Since no man’s home is sacred. Each man’s home
Seems to him Death’s abode. Since no man knows
The cause, he blames his little habitation.
You could see them walking along the roads, half lifeless,
As long as they could totter; you could see them
Sobbing, and lying on the ground, and rolling
Their dull eyes upward with a last weak effort;
You could see them holding out their arms to heaven,
Breathing their last wherever death had seized them.
What was my feeling then? As any man would,
I hated life and longed to join my people.
Wherever I looked was a great heap of bodies
Lying like rotten apples or wormy acorns.
You see Jove’s temple, from its great stairs rising?
Who did not come there, bringing his silly incense.^
How many times a husband for his wife
Prayed there, or father for son, and even in prayer
Gone down to death before the prayer was finished.
The incense in the dying hand still smoking!
The sacrificial bulls, brought to the temples.
While priests were praying over them and pouring
Wine over their horns, went down and never waited
The sacrificial axe. I had this happen
Myself, when I was making sacrifice
To Jove, for kingdom and country and my sons.
The victim bellowed, and before I touched it.
Dropped dead, and had so little blood it barely
Turned the knife red, and the entrails had no markings
Of truth or the gods’ will, for this corruption
Ate even into the entrails. The temple doors
Were choked with corpses, and the very altars
Reeked with death’s hateful smell. Some hung themselves
Driving the fear of death away by death.
By going out to meet it. No one buried
The dead in the old way; there were too many.
They lay on the ground, or high on funeral pyres
Were stacked, all honorless. There was no honor
By now for dead men; people fought for pyres.
Stole fire to burn them with; there were no mourners.
The souls, unmourned, went wandering out, the matrons,
The brides, the old, the young. There was no more room
For graves, there was no more wood for funeral pyres.
Stunned, shaken, I cried: ‘Great Jove, unless men lie
Calling you lover of Asopos’ daughter,
Aegina, whose name we have given to our country,
If you are not ashamed of being our father.
Give back my people to me, or strike me down
To darkness with them!’ And the thunder sounded.
The lightning flashed, as if he heard. I took it
For favorable omen, a binding pledge.
There was an oak nearby, a great tree spreading
Its branches wide, a holy tree, a scion
Of old Dodona, and I saw a column
Of ants along its wrinkled bark, grain-bearers.
Each with its tiny jaws holding its load.
Keeping its path. I wondered at their numbers.
Praying: ‘O kindly Father, grant our people
May equal theirs, and fill our empty walls!’
The leaves all rustled in the windless air.
And I was frightened, but I kissed the ground,
The tree; I did not dare admit that I
Was hoping, but I was, and in my mind
I kept my prayers alive, and night came on
And sleep prevailed over our anxious bodies.
I saw the oak again, and all those branches,
And all those little creatures, shaking, stirring
With the same motion as before, and falling.
The ants, grain-bearing, on the ground. They seemed
Suddenly to grow larger, larger, always,
To raise themselves, to stand upright, to lose
Their wiry shape, their feet, and their black color,
To take on human limbs and form. Sleep left me.
And I thought little of my dream, lamenting
The helplessness of the gods. But a noise sounded,
Confusion in the palace, a stir, a murmur,
And I thought I was hearing voices I had known
Unheard for long in my hallucination,
But Telamon came running, ‘Father, father!’
He cried, flung open the door, ‘There is more to see
Than you could ever believe or dare to hope for!
Come out!’ I came, and with my waking eyes
Saw men as I had seen them in my slumber,
Coming to me, and greeting me as ruler.
I offered thanks to Jove, and gave the city
In shares to my new people, assigned them fields
Forsaken by their previous possessors.
And gave them a name. The Myrmidons, a title
True to their origin. You have seen their bodies,
And they still have their customary talents.
Industry, thrift, endurance; they are eager
For gain, and never easily relinquish
What they have won. These men will follow you
To the wars; you will find them, both in years and courage,
Good steady men. When the east wind shifts to the south,
They will be ready to sail.”
Dira lues ira populis Iunonis iniquae
incidit, exosae dictas a paelice terras...