domingo, 17 de mayo de 2020

Virgilio y Graciliano Afonso: Eneida, Libro I

ENEIDA
Libro I

El héroe canto, que su patria deja
Prófugo, y llega en el hesperio suelo,
Del Olimpo la víctima y del Hado,
Monstruos. ¡Oh Juno! de tu orgullo fiero
Siempre por mar y tierra perseguido
Y de la guerra sosteniendo el peso,
De Ilión llevando los penates dioses
Al Lacio, a cimentar el grande imperio,
Cuna de Alba la fiera y de los padres
Que de Roma esplendor y gloria fueron.
¡Oh Musa! dime: ¿qué irritado orgullo
De Juno pudo rechazar severo
A Héreo tan piadoso? ¿Tanto enojo
Pudo anidarse en un celeste pecho?

Mirando a Italia, al Tíber no domado,
 Hijo de tirios un antiguo pueblo,
Alza la frente la Cartago altiva,
Opulenta e indomable en todos tiempos;
Al mundo todo la prefiere Juno,
Ni a Samos tributara tanto obsequio;
Su carro y armas allí están y piensa
Que la reina será del universo.

Pero sabe que un día los troyanos
Destruirán los muros de los penos,
Y que aquel pueblo rey rendirá altivo
(La parca así lo quiere) el tiro imperio.
Aún recuerda los hórridos combates
Que delante de Troya diera el griego;
Y su resentimiento en nueva llama
Arde profundamente dentro el pecho,
Y el juez que la insultara su belleza,
Y el joven Ganimedes en el cielo.
Su odio a los frigios perseguía implacable
Del cruel Aquiles los indignos restos
Errantes en las ondas inhumanas;
¡Tanto importaba, oh Roma, alzar tu imperio!

Los troyanos dejaban la Sicilia,
Sus bajeles cortando el Ponto fiero;
Cuando Juno abrasada en viva llama,
“Seré, dice, vencida yo en mi intento?
¿Ni a los troyanos alejar de Italia
Lo impide el hado? pero el crudo ceño
Y la encendida cólera rabiosa
De Palas, naves incendió; y los griegos
Abismó; y pudo hundir a Áyax impío;
Lanza ella misma el fulminante fuego,
El mar se agita con las rotas naves,
Y ardiente dardo atravesando el pecho,
Sobre un escollo lo clavó implacable.
Y yo hermana y esposa del supremo
Jove, combato con mortales viles;
¿Y habrá quién quiera frecuentar mi Templo?
Y a la reina de dioses humillada
Habrá quien le tribute sus respetos?”

Juno abrasada en un volcán de rabia
Se dirige al imperio de los Vientos;
A la Eolia donde Éolo preside
Con tempestades y huracanes fieros,
Que braman encerrados resistentes;
Sobre una roca el rey empuña el cetro
Con que su rabia y su furor modera,
Que si no, confundieran tierra y cielo.
Para estorbar tal ruina, el dios potente.
De una gruta los guarda en hondo seno,
Y los cubriera un empinado monte;
Las riendas en sus manos oprimiendo,
Retiene o larga su furor insano.

Con suplicante voz Juno al momento
De Éolo en la presencia, dice: “Jove
Te diera de las ondas el imperio;
Un pueblo, que detesto, a Etruria lleva
Los penates de Troya últimos restos;
Los huracanes suelta, y sus bajeles
Devore el Ponto, y destrozados cuerpos;
Ninfas catorce que en mi corte brillan

Y de todas Diope su ornamento,
Ella te dará a ti dichosos días,
Y hermosísima prole en su himeneo,
De tan gran beneficio recompensa”.

“Mandad, Eolo dice, yo obedezco,
 Tu siervo soy, y lo que ordenas sea
 Que a tu poder le debo cuanto tengo;
De tu favor es obra esta corona,
Y en el banquete celestial asiento”.

Así dijera, y el potente brazo
La cúspide revuelve; airados vientos
Salen cual batallón precipitados;
El Áfrico y el Austro que violentos
Remueven de la mar el hondo abismo
Sus ondas inundando el ancho suelo;
Silban las cuerdas, su clamor redoblan,
Tiende la noche sus profundos velos
Sobre el cielo y la tierra y los bajeles;
Y el relámpago lanza oscuro fuego:
Doquier se pinta de la muerte el rostro.

El héroe pierde su guerrero aliento,
Gime y sus brazos levantando pío
Al cielo, exclama: “¡Qué felices fueron
Los que a la vista de la patria amada
Fuertes cayeron! ¡Oh hijo de Tideo!,
¿Por qué tu espada no acabó mis días
En los campos do yacen mis abuelos?
Con Héctor que matara el duro Aquiles
Y Sarpedón que duerme eterno sueño,
Adonde lleva el Jauto en crespas ondas,
Escudos, lanzas y sangrientos cuerpos”.

El viento rompe las hinchadas velas,
 Las espumas salpican los luceros,
Los remos se deshacen y en la nave
Cual monte cae el espumoso piélago;
Ya se agita en la altura suspendida,
Y la recoge del abismo el centro
Y la bullente arena la confunde;
Tres bajeles rompiera el Noto fiero
En las rocas, que altares llamó Italia,
En donde se repliega el mar inmenso
Y los combate con rabiosa saña:
Y allí los hunde el arenoso cerco.

De fuertes licios con el fiel Orontes,
La nave hiere el implacable viento,
El piloto volviendo su cabeza
Con la nave lo traga siempre hambriento,
Rápido el incansable remolino,
Del abismo despojos revolviendo,
Ya el viejo Aletes y el valiente Abante,
Acates e Ilioneo el Ponto vieron,
La instante muerte; y Aquilón sañoso
Contra las naves desplego su ceño.

Mas Neptuno potente oye en las ondas
Amargas un extraño movimiento,
Y observa; mas su enojo disimula.
Y apacible mirando el mar revuelto
Los troyanos bajeles vio abismados
Por Aquilón y el tempestuoso cielo.
De su hermana conoce la perfidia;
De vientos llama al escuadrón ligero;
“¿En qué fundáis, les dice, tanto orgullo
Que fieros trastornáis los elementos,
Sin que os lo mande yo mover las ondas?
Yo.... mas la tempestad calmaré luego:
Insolentes huid y al rey decidle
Que por la suerte del tridente tengo
El mando yo; y él las altas rocas...
Euro tu casa y la prisión del Viento”.

Al punto del océano agitado
Calma las iras reluciente Febo;
El Tritón apoyado y Cimotoe
Desencallan las naves con su esfuerzo,
Y él mismo y su tridente las sostiene,
Las sirtes abre, torna el mar sereno,
Y en líquida llanura el carro vuela.

Cual suele suceder si en algún pueblo,
Entre los altos muros rebelada
Inquieta multitud levanta el eco,
Y vuelan piedras, las antorchas brillan,
Si allá aparece un venerado viejo;
El pueblo calla con atento oído
Y calma infunde en los rabiosos pechos;
Así Neptuno con mirar potente
Al aire impuso y a la mar silencio;
Él sus corceles vuelve, y vuela el carro
Sueltas las riendas del dorado freno.

La fatigada Troya un puerto ansiando
La proa inclina al africano suelo;
Asilo le presenta una ensenada
Que una isla protege puesta en medio
De altísimos peñascos do se estrellan
Las irritadas ondas con estruendo;
Soberbios se levantan los dos lados
Amenazando al encumbrado cielo;
Calla el mar en la cima y en el lago,
Y en torno 1a cercara un bosque ameno,
Que su imagen retrata en los cristales;
Y una apacible gruta está en el medio
De las hermosas ninfas habitada,
Con dulces aguas y campestre asiento;
Ni el áncora la nave aprisionara
Sosteniendo su peso el corvo fierro.

Siete naves guiara el pío Eneas
Y los Troyanos con ardiente anhelo,
Saltan gozosos procurando todos
Reposo dar a fatigados miembros.
Del duro pedernal la chispa sale
Que prendió Acates en arbustos secos;
Sacan luego de Ceres corrompido,
Y aun cansados, del pan los instrumentos:
Y lo tuestan y muelen en las piedras,
Cuanto servir pudiera a su alimento.

En tanto Eneas a un escollo sube,
Por si a Anteo divisa o los remeros
Del valiente Caico, o bien las armas
De Capis en las naves reluciendo.

Nave ninguna viera, mas descubre
A tres robustos y gallardos ciervos,
Que un escuadrón guiara al bosque umbroso;
Párase y pide con el arco fiero
Las flechas que conduce amigo Acates,
Tendidos deja en tierra los primeros
Jefes, cargados con ramosas astas;
Mas luego, activo, persiguiera el resto,
Y en el bosque murieron otros tantos
Cuantos los buques de su escuadra fueron.
Torna después al puerto y los reparte,
Y les diera también el vino añejo
Que en la ribera de Sicilia ofrece
Al huéspede troyano Acestes bueno,
Y con dulces palabras razonando
Consolaba á sus tristes compañeros.

“Camaradas, les dice, el mal conozco,
Y fin a nuestros males dará el cielo.
Si trabajos sufristeis indecibles,
De Scila horrible su furor venciendo,
Y los bárbaros Cíclopes burlando:
Alejad el temor de vuestros pechos;
Amigos, puede ser que estos trabajos
Algún día serán dulces recuerdos.

La suerte en Lacio nos mostró un asilo
Y su frente alzará Pérgamo excelso;
Sufrid para alcanzar triunfos más grandes”.
Así habla, el pecho de dolor opreso,
Finge esperanza y su temor reprime.

Los Troyanos la presa dividiendo
A los ciervos despojan de sus pieles;
Rodea al bronce el centellante fuego
Y el hierro horada la sangrienta carne
Y repara las fuerzas néctar viejo.
Y el hambre satisfecha, ya la mesa
Se alza y principiaron los recuerdos
De amigos numerosos que lamentan,
Entre las ansias y el temor suspensos.
¿Los veremos aún?, ¿serán perdidos?
Lloraba Eneas por Oronte fiero,
Licas y Amico que murieron juntos
Y al valiente Cloanto y Gias recto.

Jove, cuya ojeada lo ve todo
 Y el oceano que el bajel ligero
Corre y los grandes pueblos numerosos;
Sidón contempla desde su alto asiento.
Entonces de dolor a Venus bella,
Asaltaban crueles pensamientos
Y explica sus recelos y temores:

“De mortales y dioses, rey supremo,
Que eres señor del centellante rayo;
¿Troya y Eneas, qué delito hicieron?
¿Será pues, que a esta raza perseguida
Con el Tíber se niegue el universo?
¿No juraste siguiera a horrores tantos,
Que a Pérgamo sirviera en algún tiempo,
El Poniente y la Aurora encadenados?
¿De dónde nace esta mudanza, ¡oh cielos!,
Menos lloraba yo de Ilión la pena,
Confiando en Destinos tan serenos,
Para que así aliviaras sus miserias?
¿En qué tierra, Señor, estarán quietos?
Anténor triunfó ya de Argos altiva,
Pasa tranquilo el italiano suelo,
Encontrando en Liguria patria cara
De pasados trabajos el contento,
Y domando el Timavo y sus montañas
Nueve bocas sus aguas divirtiendo;
La mugidora mar su campo inunda,
Y en su lugar levanta un nuevo reino;
Le da su nombre y de pelear cansado,
De la dichosa paz duerme en el seno.
Nosotros a quien debes alto rango,
Juno nos abismara en mar inmenso;
¡Qué!, sus pies han hollado nuestra gloria,
¿Así se nos pagara nuestro cetro?

Mas Júpiter la acoge con sonrisa
Que al mar aplaca y animoso viento,
Benigno besa la pudica frente
Y la dice: “Citera, aleja el miedo,
De tu hijo la gloria queda ilesa,
Y de Ilión los destinos viven quietos.
Tú verás renacer su alzado muro,
Y espera mi palacio al rey guerrero,
Y jamás esta ley será violada;
Mas en tu corazón triste despecho
Arde cruel, y quiero revelarte
Que vencerá tu hijo muchos pueblos;
Y en tres inviernos aniquile al Rútulo;
Y Ascanio más feliz que á Julio hicieron,
Por treinta estíos reinará potente,
Y en Alba afirmará su alcázar regio,
Allí adorado vivirá tres siglos
Hasta que nazcan fuertes dos gemelos,
De Ilia sacerdotisa y Marte airado,
Y una salvaje Loba les dé el pecho.
Y Rómulo esforzado en nombre grande
De Roma alce los muros altaneros,
Y brillando sin término su gloria,
Sin límites gobierne el universo.
Juno misma, esa Juno tan altiva
Que contra Troya mueve tierra y cielo,
Ya renunciando a su implacable enojo
Al romano dará del orbe el cetro.
Tal es mi voluntad, edad dichosa
Que hasta ahora tardía oprime el tiempo,
No tardes, ven, para que el yugo sufran,
Argos, Tesalia y los vencidos griegos
A la sangre de Asáraco sumisos.
Y tú, Cesar también, hijo del cielo,
Que tu gloria cubriendo el orbe todo,
Honre tu nombre el religioso incienso,
Y en mi palacio habites victorioso.
Y la Fe y Vesta con Quirino y Remo,
Leyes darán al mundo en fuerte brazo,
Y de Belona el ominoso templo
Cerrado para siempre, el Furor brame
Atado por la espalda en bronce y fierro,
Sentado encima de sangrientas armas,
Ni al orbe asuste con su voz de trueno.
Del Olimpo al instante su hijo envía;
“Tú, Mercurio, le dice, en presto vuelo
Parte, y harás que la fermosa reina
Abra su corazón hacia los teucros”.
El dios parte y su vuelo el aire hiende
Y mira al punto abrasador desierto,
Y sumisa a su voz, la ciudad toda
Su aspereza depone, viendo luego
Que ardiente anhela por la paz tranquila.

Mas el piadoso jefe el pensamiento
Ocupado tenía; ante la aurora
Explora las riberas con intento;
Sale y registra si los nuevos climas
Pertenecen al hombre, o son desiertos
Que los habitan las feroces bestias,
Para informar después a los viajeros.
Mas ante todo, sus bajeles puso
Al abrigo de un bosque muy espeso,
Bajo una roca, que cavada fuera
Honda, y cubriera de árboles el tiempo,
Con sombra impenetrable en el recinto.
Acates sigue a Eneas compañero,
Lleva dos dardos de anchurosa hoja.
Venus allí aparece desde luego
Como Virgen de Esparta bien armada;
Tal se viera Harpalice en un ligero
Corcel fugaz, y mucho más avanza
La rapidez del animoso viento.
De la espalda pendía el arco y flechas
De cazadora, al aire desparciendo
Su cabellera; y su brillante traje
Apenas cubre la rodilla el vuelo.

Venus se acerca y dice: “¿Acaso visteis
Algunas de mis vírgenes, guerreros,
Persiguiendo en clamor fuera del bosque
Con piel de lince y arco prestos ciervos?
Venus así les habla; y él responde
Con un gozo mezclado de respeto:
“Ni a tus hermanas vi, ni oí en la selva,
Ni belleza a ti igual mis ojos vieron:
¿Cómo te nombraré virgen garrida?
Pareces una diosa en voz y gesto.
¿Eres de Febo hermana, o ninfa bella
Del coro de Diana? ¡Oh, quiera el cielo
Que piadosa aliviéis nuestros trabajos!
Dinos ¿a do nos trajo el Ponto fiero?
¿En que salvajes di mas nos hallamos
Por la furia implacable de los vientos?
La sangre bañará vuestros altares.”
“Digna no soy de tal honor supremo;
Las hijas de Sidón llevan aljaba
Y brillante coturno el pie ligero.
Los hijos de Agenor aquí dominan,
Mas la guerrera Libia no está lejos;
Aquí la tiria Dido el mando tiene;
De su hermano ella huyó; largo es el cuento,
Diré lo principal; fue desposada
Virgen hermosa con el gran Siqueo,
Riquísimo fenicio; ella le diera
Tesoro de beldad en su himeneo,
Cuya antorcha alma Venus encendiera.
Pigmaleón su hermano, ¡monstruo horrendo!,
Que la tiria nación aborreciera,
Fatigaba a Sidón con su gobierno.
El odio les devora, y el tirano
Del oro infame más y más sediento,
Despreciando los lazos de la sangre,
Un agudo puñal clavó en su pecho;
Y engañando con vanas esperanzas
A su hermana ocultaba el cruel suceso.
Mas su esposo en la noche, ¡o triste acaso
Se le aparece cual sangriento espectro,
De una espada su pecho atravesado,
Y de tanta maldad corriendo el velo:
‘Deja, la dice, este lugar maldito,
Huye que te amenaza hado funesto’.
Asustada al instante ya prepara
Dido la fuga, y son sus compañeros
Los que al tirano odiaran o temieran;
Preparada una escuadra está en el puerto
Que del tirano la riqueza lleva,
Y una sola mujer hizo tal hecho.
A unos lugares llega donde mira
Se alzan los muros de Cartago excelsos
Que Birza se llamó, porque los mide
La piel de un toro señalando el cerco.
Y tú; ¿cuál es tu sangre? ¿Do naciste?
¿Y hacia do se encamina tu sendero?”
Eneas suspiraba y con gemidos
Responde: “De Ilión narrar los hechos
Y la historia contar de mis trabajos,
Antes termina el día el fiel lucero;
Si oíste hablar de Troya, ésa es mi patria;
Y arrastrado por mares y por vientos,
Del África he llegado a las orillas;
Soy el piadoso Eneas, conduciendo
De las llamas salvados mis Penates,
La Italia sigo con inmensos riesgos;
Mi nombre y mis reveses han volado
Hasta los astros, y mi madre Venus
Muestra el camino y mis bajeles guía,
De los que solo siete están ilesos;
Yo del Asia y Europa rechazado,
Indigente y proscrito a este mar llego...”
Interrumpe la diosa este discurso,
 “No os aborrece infatigable el cielo,
Ni alzó la tempestad que aquí os trajera;
Id de Dido al palacio sin recelo,
Que tus bajeles hallarán bien pronto
La protección de un compasivo pecho,
Si el paterno saber no me ha engañado,
Si de Eolo las furias combatieron;
¿No ves los cisnes que en el aire vago
Del águila de Jove van huyendo,
Y la banda se escapa de su odio
Y presto toca el inmediato suelo?
Que depuesto el temor ya va volando
Y que girando en torno suelta el eco?
Tales vuestros bajeles ya gozosos,
Entran a velas llenas en el puerto.
Apresúrate pues”. Venus separa
De ellos sus ojos y un olor sabeo
Se esparce al punto, y a sus plantas cae
De su largo ropaje todo el vuelo,
Y ser diosa en su porte manifiesta.
Reconócela el hijo y clama luego:
“¿Que a tu hijo engañar te place tanto?
 Así me trata tu materno pecho?
Ése es el premio del filial cariño?
¿No oiré tu dulce y melodioso acento?”
Así se queja y marcha a las murallas.
Venus los cubre con un vapor denso,
Y de profunda nube entre los pliegues
Ambos adelantaban en secreto.
A Pafos ella vuela victoriosa
Y a ver tomaba su glorioso templo,
Adonde cien altares con ofrendas
Vierten aromas de oloroso incienso.

Envueltos en el manto nebuloso,
Suben ambos la cima del repecho,
De donde miran a Cartago alzada
Sobre chozas humildes que allí fueron,
Con sus puertas doradas y anchas vías,
Grandeza respirando desde lejos.
Todo es trabajo; álzanse las torres,
Ruedan las rocas de grandioso peso.
Señala cada cual cerca y morada,
Y el palacio también del gran congreso.
Se ahonda el puerto, del teatro admiten
Altas columnas con profundo escenio;
Honor eterno de la edad futura.
Cual en día de estío el campo ameno
Con la abeja económica resuena,
E1 néctar de las flores recogiendo;
Y las unas reciben el tesoro
Que otras guardan al punto en el secreto,
Ahuyentando los zánganos ociosos,
Formando escuadra el batallón guerrero,
Oliendo el timo con la miel dorada.
“¡Dichosos, clama Eneas, los que vieron
Alzar los muros de la ciudad nueva!”
Y de la espesa nube bien cubiertos
Avanzan, ¡oh prodigio!, sin ser vistos.

Hay un sombrío bosque en medio al pueblo,
Donde los pemos un asilo hallaron;
Y allí cavando de un bridón guerrero,
Encuentra Dido la orgullosa testa
Que muestra de Cartago el hado cierto,
De riqueza y valor que Juno ostenta.
Allí elevara Dido un alto templo
Que relucía con metal brillante,
Y gira sobre el bronce el gozne fiero.

Los héroes desterrando sus pesares
En la fortuna fían sin recelo,
Porque admirando las soberbias obras
Maravillas del arte y sus esfuerzos,
Allí muda pintura retrataba
Combates que han llenado el universo;
Allí Príamo estaba y los atridas

Y Aquiles a los dos siempre funesto.
“¡Qué, no hay ningún país que el sol ilustra
Que de nuestras desgracias no esté lleno!
Aquí Príamo está.... ¡qué, el infortunio
También hallara un compasivo pecho
Y su premio reparte a la alabanza!
Ten ya confianza y abandona el miedo
Que salvadora fama nos protege”.

Su alma se sacia en el sagaz bosquejo
Inundando su rostro amargo llanto.
Allí los muros ve de Ilión soberbios,
Y a Héctor combatiendo a los argivos,
Y Aquiles en su carro con su yelmo
Disparando sus dardos encendidos;
Allí la tienda está del triste Reso
Que Diomedes con sangre la bañara
De la pérfida noche en el silencio,
Degollando implacable los bridones
Sin que en el Janto beban, conduciendo
A su real la presa victorioso,
Destruyendo de Troya los abuelos.
Sin armas y vencidos viera a Troilo,
¡Oh joven infeliz que a Aquiles fiero
Se atrevió combatir, y él derribado
Con la frente barriendo el duro suelo
Y revuelta la lanza el polvo escribe
A par que el raudo carro iba corriendo!

En tanto al templo que preside Palas
Van las troyanas con doliente duelo,
Un velo ofrecen y su pecho herían;
Palas las mira con mirar severo.
A Héctor, Aquiles del troyano muro
Tres veces le arrastrara en torno huyendo,
Y a precio de oro su cadáver vende.
Saca un hondo gemido de su pecho
Al ver de Héctor el carro y los despojos,
Y suplicando Príamo a los griegos.
Él mismo allí se viera en los combates,
Y del negro Memnón a los guerreros.
Y el batallón de fieras amazonas
Con Pentesílea al frente un pecho menos,
Con lunados escudos peleando,
Que al varón combatir le place al sexo.

Mientras Eneas mira estos prodigios
Que el arte retrataba con esmero,
Al templo se acercaba Dido hermosa
Seguida de un brillante y gran cortejo.
Así en el Cynto, monte del Eurotas,
Aparece Diana precediendo
Al coro de las ninfas, que danzando
La cadencia marcaba el pie ligero.
Del hombro pende la dorada aljaba,
Alta la frente las demás venciendo,
Y a Latona en secreto el gozo inunda.
Así Dido se muestra alegre en medio
De tirios, los trabajos alentando
De la voz el encanto al gesto uniendo,
Sobre un trono pomposo rodeada
De sus fuertes guerreros toma asiento,
Da leyes sabias y con suerte justa,
E1 trabajo divide a los obreros.

Pero luego se nota entre el concurso
De troyano caudillo, un gran congreso
Que el huracán con poderosa rabia
Lanzado había al africano suelo.
Del gozo y del espanto poseídos
Desean abrazar sus compañeros
Que perdonó la muerte, mas suspenden
Ocultos en la nube su deseo
Hasta saber por qué fortuna rara,
Su escuadra se salvara y también ellos;
Con asombro contemplan los enviados
Que al templo avanzan con señal de ruego,
AI fin son admitidos hasta el trono
Y comienza Ilioneo en blandos ecos:
“¡Oh reina, a quien dio Jove omnipotente,
Dichosa gobernar tu nuevo reino;
A los troyanos miserables salva
Y a sus bajeles de la mar trofeos:
A la pía nación benigna acoge
Que ni a tus dioses insultar queremos,
Ni piratas robar vuestros tesoros:
Los vencidos no tienen tanto aliento.

“Hay un lugar que el griego Hesperia nombra
Que los enotrios antes poseyeron,
En espigas y en triunfos abundantes
Que Italia fue llamada por sus nietos.
Allí quiso el destino conducirnos,
Cuando Orión tempestuoso en rudo ceño
Nos lanzó en estas rocas y en tus mares.
Los pocos que escapamos fueron presos
Por un pueblo inhumano, ¡cielos santos!
¿Tanta crueldad domina en este suelo?
De guerra el grito suena y nos combaten,
Ni nos dejan llegar al borde mesmo.
Si al hombre despreciáis y hasta las almas,
El poder celestial temed al menos.
Nuestro rey era Eneas el piadoso,
Justo y valiente cual jamás vio el cielo.
Si mirase aun sus ojos la luz pura,
Si hasta ahora no duerme el sueño eterno,
No temas excederle generosa;
Tiene la gran Sicilia inmensos pueblos
Donde el troyano Acestes justo manda;
Permitid nuestras naves reparemos
De mástiles y remos en los bosques,
Y si a nuestro monarca vuelve el cielo
Nos verá un día la soberbia Italia,
Que a la Italia nos debe el hado fiero.
Pero si tú, gran padre de troyanos,
Y a ti las aguas el sepulcro abrieron,
Que Acestes y Sicilia nos concedan
De males tantos un asilo cierto”.

Él dice; y los troyanos con murmullo
Aplauden su discurso, asaz contentos.
Dido, bajos los ojos, los escucha
Y les dice: “Troyanos, los recelos
Disipe la esperanza; rigurosa
Debo guardar este naciente imperio:
¿Quién no conoce a Troya y sus hazañas
Y su guerra infeliz y horrible incendio?
Ni abrigan en sus pechos los fenicios
Corazones tan duros a los ruegos,
Ni de la ciudad tiria sus corceles
Tan lejos no los junta el rubio Febo.
Sea que naveguéis hasta la Hesperia
O Acestes os reciba asaz benévolo
Mi poder os liberta en este clima;
Mas si queréis dejando vuestros remos
En Cartago fijar vuestra esperanza
Troya y Sidón igual rijan mi cetro,
¡Y ojalá que los dioses permitieran
Trajese al rey el tempestuoso viento!
Enviaré a toda Libia exploradores
En solitaria playa o bosque yermo”.

Depuesto ya el temor el padre Eneas
De la nube romper arde en deseo
Como Acates también, el que le dice:
“¿Cuál es ahora, di, tu pensamiento?
¡Oh hijo de la Diosa! a los troyanos
Y a tus bajeles sin peligro vemos;
«Tal fue el anuncio de tu madre augusta”.
Habla, y la nube se rompió al momento
Y ellos se dejan ver, el héroe brilla
Como un dios celestial, dando al cabello
El perfume su madre, y al semblante
La hermosa juventud con ojos bellos;
Como brilla el marfil y el mármol pario
Si añade el oro y plata artista diestro.
“Aquí está este mortal que tu alma busca;
El hijo de ese Anquises que el mar fiero
De Lidia ha perdonado, ¡oh reina sola
Que sientes compasiva nuestro duelo
Y de Troya salváis la última gloría
Y das casa y ciudad a nuestros restos!
Daros excelsa reina justas gracias
Ni mi poder alcanza, ni los teucros
Que ya esparcidos por el mundo fueran
Y de su gloria con asombro lleno;
Los dioses solos, que virtudes premian
 A tu misma virtud darán el premio.
¿Qué siglos venturosos te trajeran?
¿Qué padres tal grandeza produjeron?
Mientras los ríos a la mar desciendan
Sus espumosas olas conduciendo,
Y la sombra del monte gire en torno
Del sol huyendo el luminoso vuelo,
Y haya estrella en el polo, honor y gloria
Y alabanza de ti dirán los pueblos”.

Dice, y alarga la siniestra mano,
A Ilioneo la diestra y Sergesto,
A Cloanto y a Gías; admirada
Quedó sidonia Dido en tal aspecto,
Que el porte de los dioses anunciara,
De varón tan insigne y caso adverso,
Y así le hablara: “De los dioses hijo,
¿Qué destino crüel te va siguiendo,
Y a la ribera extraña te conduce?
¿No eres tú aquel Eneas, hijo excelso
De Anquises noble y la ciprina diosa,
Junto al Símois que baña el frigio suelo?
Me acuerdo que a Sidonia Teucro vino,
Por rebelde lanzado de su reino,
Implorando de Belo el fuerte brazo,
Cuando de Chipre vencedor guerrero
Mi padre la mandaba; y desde entonces
Conozco a Troya y su voraz incendio,
Sus poderosos reinos y su nombre;
Y aunque enemigo, ponderaba Teucro
Vuestro valor, y con orgullo muestra
Ser de la sangre del linaje vuestro.
¿Qué os detiene? venid a mi palacio,
Yo también he sufrido el hado adverso.
De mi país lanzada a suelo extraño,
Aprendió compasión mi noble pecho”.
Así dice, y a Eneas conducía
Al alto alcázar y palacio regio;
Prepara sacrificios adornando
De las deidades los soberbios templos,
Y a las naves troyanas enviara
Veinte toros valientes, y cien puercos
Y cien corderos que a su madre siguen,
Y del sabroso Baco el don risueño.

Con real aparato y lujo brilla
Lo interior del palacio; y ya dispuesto
Está el banquete en el salón que cubre
El artesón de su dorado techo,
Con soberbios tapices de oro y grana
Y ricos vasos de subido precio,
D cinceladas cuentan las hazañas
De los mayores que no marca el tiempo.

En tanto Eneas ni acallar podía
La gran zozobra de su amor paterno,
Y manda a Acates que trajera al punto
A su hijo Ascanio de su amor el centro,
Y con el traiga de abrasada Troya
Las prendas caras y preciosos restos:
Un manto con figuras recamado;
De acanto guarnecido un rico velo,
Que Leda diera a la espartana Helena
Cuando a Troya le trajo amor funesto:
Y de la mayor hija de Príamo,
Ilione, traiga la corona y cetro,
Y el precioso collar que guarnecían
De perlas, y diamantes doble cerco;
Acates obedece y pronto marcha.

Pero Citera arbitra nuevos medios;
Quiere que Amor asemejando en todo
Del dulce Ascanio el porte y rostro bello,
Y llevando los dones incendiara
La tierna Dido en amoroso fuego,
Porque temiera la dudosa casa,
Y los tirios bilingües no sinceros.
Venus le abraza en la callada noche,
Y al fin dice al Amor con blandos ecos:
“Hijo amado, mi fuerza y poderío
Que desprecia los rayos de Tifeo,
A ti solo me acojo suplicante;
A ti recurro en humildoso ruego;
Tu hermano Eneas que persigue Juno,
Tú sabes, le ha arrojado al Libio imperio;
Y tú también sentiste mis pesares;
Me oprime el corazón un gran recelo,
Juno convierta en ruina este hospedaje,
Que no menguan su odio los sucesos,
Y que no sea la fenicia Dido
Con sus blandas caricias su instrumento;
Yo quiero adelantarme en los engaños,
Inflamar a la reina en amor pienso
Que ninguna deidad mudarla pueda
De Eneas en insano amor ardiendo.
Mas como esto ha de ser, escucha ahora;
Ya va a partir llamado el joven regio,
Mi cuidado y mi amor, hacia Cartago
Con dones que perdona el mar y el fuego.
Le llevaré dormido al bosque idalio
O de Citera al perfumado templo
A do mi voluntad es respetada
Sin conocer mi engaño y mis proyectos;
Por una sola noche el rostro tinge,
El porte y marcha y los pueriles juegos,
Engáñala si quiere amable y dulce
Acariciarte en su oloroso gremio,
Entre las mesas y el alegre Baco
Con tierno abrazo y regalado beso,
Y con tu fuego tu veneno inspira”.

El Amor obedece a los preceptos
De su madre querida, ya las alas
Deja y camina como Julio mesmo.
Venus en tanto recibiera a Ascanio
En su regazo, y apacible sueño
En sus miembros derrama y le conduce
Al bosque idalio de amaranto oliendo:
Sigue a Acates Cupido, asaz gozoso,
Los magníficos dones conduciendo;
Al llegar ve a la reina en su palacio
Ocupando un brillante y rico lecho

Y al padre Eneas; y al troyano joven
Sobre soberbia grana le pusieron:
El aguamanos daban las doncellas,
Y el albo pan en los canastos bellos;
Y vírgenes cincuenta bien provistas
Lámparas reglan, y oloroso incienso
A los penates queman, y servían
Riquísimos manjares otras ciento,
Y a Liëo otras ciento en copas anchas
Do el brillante licor está luciendo:
En gran número asisten los tirianos
Nobles que ocupan prolongados lechos,
Y al héroe y presentes con el niño
Alaban todos; y él fingiera diestro
Y conociera de su amor la fuerza
Suaves palabras con mirar de fuego.

La desgraciada que en amor se abrasa
Nunca se sacia de mirar el bello
Niño, y al padre y los presentes ricos,
Bebiendo en todo su fatal veneno;
Ascanio al padre besa y luego abraza
Con los brazos de ardiente y puro fuego
A la infeliz fenicia, quien le estrecha
A su pecho y recibe el blando premio,
Fijos en él los ojos ignorando
El dios que cerca tiene tan tremendo.
Mas de su madre observa los mandatos
Borrando la memoria de Siqueo,
Y luego abrasa con ardiente llama
El corazón que ya apagó su fuego.

Cuando el banquete cesa, grandes copas
De flores coronadas brillan luego,
Estrépito y clamor llenan los atrios,
Vence la noche el luminoso incendio.
La reina entonces se levanta y llena
Un gentil vaso que heredó de Belo.
Y reinando el silencio más profundo
Ella dijera entonces: “Jove excelso,
Que a la hospitalidad leyes prescribes;
Que a los troyanos y valientes penos
Sea este día de feliz memoria
Asistiendo con Juno, alegre el evio,
Y vosotros, ¡oh tirios!, con aplausos

Llenad el aire con sonoros ecos”.
Dijo, y la libación al punto hiciera;
Luego la gusta con sus labios bellos,
Y a Bicias animando el vaso daba,
Pronto lo toma y lo vació sin miedo,
Beben también los próceres y Iopas
De larga cabellera toma el plectro,
Y su dorada cítara pulsando.
Cantó lo que enseñara Atlas excelso;
Los trabajos del sol y de la luna,
De donde el hombre y animal nacieron;
La lluvia, el fuego, Arturo y las lluviosas
Híadas , y por qué Febo en el invierno
Se apresura a bañarse en el océano
El curso de la noche deteniendo.

Aplauden los troyanos con los tirios,
Y en plática sabrosa pasa el tiempo;
Pero Dido infeliz que amor bebía,
De Príamo pregunta y bravo Héctor,
De las armas del hijo de la Aurora,
Y de Diomedes y de Aquiles fiero;
Luego le dice: “Empieza, huésped mío,
Cuenta las asechanzas de los griegos,
Cuéntanos tus trabajos y tus viajes,
Perseguido del hado mas funesto:
Que ya corrieran siete largos años,
Que errante giras por la tierra y piélago”.

Versión de GRACILIANO AFONSO