TIEMPO Y RELIGIÓN EN STEFAN GEORGE
Las palabras con que
Hugo von Hofmannsthal cierra en 1896 su crítica a la segunda obra en orden
cronológico (1895) de su amigo Stefan George pueden considerarse definidoras de
la personalidad entera de este poeta romano-germánico y de sus relaciones con el
mundo circundante: “Los tres libros (de
que se compone la obra) revelan la magnificencia regia, innata de un espíritu
que se gobierna a sí mismo. Nada más extraño a la época, nada más valioso a los
pocos. La época ha de contentarse con descubrir un mero encanto exótico en las
formas esbeltas y tiránicas, en las palabras volcadas con mesura de labio fino,
en esta naturaleza espontáneamente altiva y en este mundo visto a través de la
luz insegura de las tempranas horas matutinas. Pero unos pocos afirman conocer
ahora mejor que antes el valor de la existencia”.
En efecto: Stefan
George, nacido el 12 de julio de 1868 en Büdesheim (Bingen), y señor y
pontífice de un reducido cenáculo de espíritus apostólicos, es una figura
insular de la poesía moderna alemana. Carácter nietzscheano, bebió
profundamente del autor de Zarathustra,
y mantuvo, a la par, una altura lírica digna de un Hölderlin. Ello, empero, sin
perder ni el riguroso equilibrio clásico, apolíneo, con que plasmó toda su
obra, ni la severa conducta sacerdotal, mallarmeana, con que plasmó toda su
vida. Uno a uno, sus libros, desde el primero: Himnos, Peregrinajes, Algabal (1890 a 1892), pasando por Los Libros de las Églogas y Loas, de las Leyendas y los Cantos y de los Jardines Colgantes (1895), El Año del Alma (1897), El Tapiz de la Vida y las Canciones de Sueño y Muerte con un Preludio
(1900), La Cartilla (Selección de
primeros versos, 1901), El Séptimo Anillo
(1907), La Estrella de la Alianza
(1914), La Guerra (1917), Tres Cantos (1921), hasta el último: El Nuevo Reino, aparecido en 1928, cinco
años antes de su muerte en Minusio (Locarno), revelan la antedicha insularidad
de un poeta que, lejos de estar en desacuerdo con su época, siente que su época
está en desacuerdo con él. De allí que no advirtamos en ningún verso suyo
desarraigo o queja algunos, y sí, en cambio, el trabajo del poeta que cava
surcos en su silencio y allí siembra sus voces primordiales, pues sabe que lo
demás es proceso natural y simultáneo en profundidad y altura, en raíz y fruto.
La mayoría hace temporal a una época, no comprende el mester sin prisa de ese
pintoresco individuo que va vestido de tal o cual manera, de ese hombre de
“levitón abotonado hasta el cuello, que, o camina solitario o del brazo de otro
hombre enfundado en la misma vestimenta”, según la descripción que de Stefan
George y sus discípulos hace el profesor Max Dessoir en su Buch der Erinnerung (Libro
del Recuerdo), aparecido en Stuttgart en 1946; la mayoría no concibe cómo
ese nuevo poeta escribe los sustantivos alemanes con minúscula. La minoría, por
el contrario, hace intemporal a una época, no se preocupa por comprender a tal
o cual hombre, por especular en torno de tal o cual particularidad; le basta (
con sentirse universal en él, con encontrar, según las palabras de Friedrich
Gundolf [Friedrich Gundolf: Stefan George
in Unserer Zeit (Stefan George en Nuestro
Tiempo) (1913), en Dichter und Helden
(Poetas y Héroes), del mismo autor,
ed. Georg Bondi, Berlín, 1921], “el punto de apoyo arquimédico, situado fuera
del espíritu de época, que aquel hombre, en tanto fuerza de la naturaleza, ha
mostrado frente a ese falso poder de las relaciones que es el espíritu de
época”.
Hombre de profunda
fe religiosa, desde que en 1889 su visita a París lo convirtiera en discípulo
de Mallarmé y devoto de los simbolistas, hasta el punto de hacérsele misión el
traducir a algunos de ellos al alemán, sabe George que el sentido de la vida no
lo da ningún conocimiento de orden puramente racional; el sentido de la vida es
un llegar a la naturaleza de la cual se ha partido, como el sol, que desde la
aurora llega a la aurora, un “ser consagrado” por una noche de estrellas, tal y
como lo expresan estos versos de su primer libro, donde, no bien “brillan a
través del follaje ciudades de astros y campos bienaventurados:
El vuelo de los tiempos
pierde sus viejos nombres
Y espacio y existencia
quedan sólo en la imagen”.
(Der
zeiten flug verliert die alten namen
Und raum und dasein bleiben nur im bilde.)
Esa misma fe
religiosa lleva a George años más tarde a hallar su dios en la imagen duradera
que le deja, con su temprana muerte, el más joven y amado de sus discípulos:
Maximin. La eternidad sólo es posible cuando la belleza corporal se eleva sin
marchitarse al reino puro del alma, cuando la muerte tempranera vuelca en el
molde de un dios hasta entonces desconocido el contenido de un bello y efímero
ser terrenal. Hallado, pues, su dios, George se erige ante sus discípulos en
sacerdote y profeta del mismo, y así lo proclaman estos versos de su Primer Poema a la Vida y Muerte de Maximin,
donde “también vosotros (los discípulos):
El llamado de un dios
habéis oído”...
y, en consecuencia:
“Load vuestra ciudad donde un dios ha nacido;
Load el tiempo vuestro en que ha vivido un dios.”
(El
Séptimo Anillo)
(Auch ihr haht eines
gottes ruf vernommen...
.....................................................................
Preist eure stadt die
einen gott gebören!
Preist eure zeit in der ein gott gelebt!)
La belleza como
religión y la vida por la belleza. Tal la espada que enarbola George frente al tumulto
de crisis y criteriologías que amenaza a su tiempo. Y así, en La Estrella de la Alianza se anuncia la
“nueva gente” que “con el puñal oculto bajo el ramo de laurel”,
va a elegir por causa y defender como derecho la única relación verdaderamente
libre: la de los hombres que, como dice Gundolf en su ya mencionado trabajo, “están sin mediadores frente a la naturaleza”,
y la de los creadores que, como dice el propio George en Blätter für die Kunst [Hojas
para el Arte, fundadas por George en 1892 y aparecidas en doce series hasta
1919 en edición de Karl August Klein.], “ansian
y eternizan un arte libre de toda servidumbre; un arte que, de seguir a
Zarathustra, puede llegar a ser la misión más alta de la vida; un arte brotado
de la embriaguez por el canto y el sol”.
Revista Sur nº 205, noviembre de 1951
NIETZSCHE
Schwergelbe
wölken ziehen überm hügel
Und kühle stürme
— halb des herbstes boten
Halb frühen frühlings... Also diese mauer
Umschloss den Donnerer — ihn der einzig war
Von tausenden aus staub und rauch um ihn?
Hier sandte er auf flaches mittelland
Und tote stadt die letzten stumpfen blitze
Und ging aus langer nacht zur längsten nacht.
Blöd trabt die menge drunten, scheucht sie
nicht!
Was wäre stich der qualle, schnitt dem kraut!
Noch eine weile walte fromme stille
Und das getier das ihn mit lob befleckt
Und sich im moderdunste weiter mästet
Der ihn erwürgen half sei erst verendet!
Dann aber stehst du strahlend vor den Zeiten
Wie andre führer mit der blutigen krone.
Erlöser du! selbst der unseligste —
Beladen mit der wucht von welchen losen
Hast du der sehnsucht land nie lächeln sehn?
Erschufst du götter nur um sie zu stürzen
Nie einer rast und eines baues froh?
Du hast das nächste in dir selbst getötet
Um neu begehrend dann ihm nachzuzittern
Um aufzuschrein im schmerz der einsamkeit.
Der kam zu spät der flehend zu dir sagte:
Dort ist kein weg mehr über eisige felsen
Und horste grauser vögel — nun ist not:
Sich bannen in den kreis den liebe schliesst...
Und wenn die strenge und gequälte stimme
Dann wie ein loblied tönt in blaue nacht
Und helle flut — so klagt: sie hätte singen
Nicht reden sollen diese neue seele!
………………………………………
NIETZSCHE
Sobre el cerro se espesan nubes ocres
Y frescos vendavales, como heraldos
De otoño y primavera. ¿Así este muro
Rodeó al
Tonante, al único entre miles
De seres de
humo y polvo en torno de él?
Aquí, sobre
llanura y ciudad muerta
Envió sus
rayos últimos y truncos
Y fue de larga
noche a eterna noche.
¡Estulta
multitud! ¡No la espantéis!
¡Qué fuera
herir medusas, cortar hierbas!
Siga reinando
muda devoción
Y al fin la
sabandija que lo mancha
De elogios y
respira junto al lodo
Que lo asfixió,
reviente. Pero entonces
Frente a los
tiempos brillas tú, sangrante
Cual de otros
conductores tu corona.
¡Oh redentor,
el más infortunado!
¿Cargado con
el peso de qué suertes
No viste
sonreír tierras de afán?
¿Creaste
dioses sólo por destruirlos,
Jamás de
treguas o de obrar contento?
Dentro de ti
mataste lo inmediato
Para temblar
de nuevo al anhelarlo,
Para gritar
dolor de soledad.
Llegó muy
tarde aquel que te imploraba:
Ya no hay
caminos en la helada roca
Ni anida el
ave horrenda, ya es preciso
Cerrarnos en
el círculo de amor.
Y si la voz
severa y torturada
A loa suena
luego en noche azul
Y claro fluir,
quejaos: alma nueva,
Debiste ser
canción y no palabra.