viernes, 21 de agosto de 2020

Stefan George y Carlos F. Grieben: Nietzsche

TIEMPO Y RELIGIÓN EN STEFAN GEORGE

Las palabras con que Hugo von Hofmannsthal cierra en 1896 su crítica a la segunda obra en orden cronológico (1895) de su amigo Stefan George pueden considerarse definidoras de la personalidad entera de este poeta romano-germánico y de sus relaciones con el mundo circundante: “Los tres libros (de que se compone la obra) revelan la magnificencia regia, innata de un espíritu que se gobierna a sí mismo. Nada más extraño a la época, nada más valioso a los pocos. La época ha de contentarse con descubrir un mero encanto exótico en las formas esbeltas y tiránicas, en las palabras volcadas con mesura de labio fino, en esta naturaleza espontáneamente altiva y en este mundo visto a través de la luz insegura de las tempranas horas matutinas. Pero unos pocos afirman conocer ahora mejor que antes el valor de la existencia”.
En efecto: Stefan George, nacido el 12 de julio de 1868 en Büdesheim (Bingen), y señor y pontífice de un reducido cenáculo de espíritus apostólicos, es una figura insular de la poesía moderna alemana. Carácter nietzscheano, bebió profundamente del autor de Zarathustra, y mantuvo, a la par, una altura lírica digna de un Hölderlin. Ello, empero, sin perder ni el riguroso equilibrio clásico, apolíneo, con que plasmó toda su obra, ni la severa conducta sacerdotal, mallarmeana, con que plasmó toda su vida. Uno a uno, sus libros, desde el primero: Himnos, Peregrinajes, Algabal (1890 a 1892), pasando por Los Libros de las Églogas y Loas, de las Leyendas y los Cantos y de los Jardines Colgantes (1895), El Año del Alma (1897), El Tapiz de la Vida y las Canciones de Sueño y Muerte con un Preludio (1900), La Cartilla (Selección de primeros versos, 1901), El Séptimo Anillo (1907), La Estrella de la Alianza (1914), La Guerra (1917), Tres Cantos (1921), hasta el último: El Nuevo Reino, aparecido en 1928, cinco años antes de su muerte en Minusio (Locarno), revelan la antedicha insularidad de un poeta que, lejos de estar en desacuerdo con su época, siente que su época está en desacuerdo con él. De allí que no advirtamos en ningún verso suyo desarraigo o queja algunos, y sí, en cambio, el trabajo del poeta que cava surcos en su silencio y allí siembra sus voces primordiales, pues sabe que lo demás es proceso natural y simultáneo en profundidad y altura, en raíz y fruto. La mayoría hace temporal a una época, no comprende el mester sin prisa de ese pintoresco individuo que va vestido de tal o cual manera, de ese hombre de “levitón abotonado hasta el cuello, que, o camina solitario o del brazo de otro hombre enfundado en la misma vestimenta”, según la descripción que de Stefan George y sus discípulos hace el profesor Max Dessoir en su Buch der Erinnerung (Libro del Recuerdo), aparecido en Stuttgart en 1946; la mayoría no concibe cómo ese nuevo poeta escribe los sustantivos alemanes con minúscula. La minoría, por el contrario, hace intemporal a una época, no se preocupa por comprender a tal o cual hombre, por especular en torno de tal o cual particularidad; le basta ( con sentirse universal en él, con encontrar, según las palabras de Friedrich Gundolf [Friedrich Gundolf: Stefan George in Unserer Zeit (Stefan George en Nuestro Tiempo) (1913), en Dichter und Helden (Poetas y Héroes), del mismo autor, ed. Georg Bondi, Berlín, 1921], “el punto de apoyo arquimédico, situado fuera del espíritu de época, que aquel hombre, en tanto fuerza de la naturaleza, ha mostrado frente a ese falso poder de las relaciones que es el espíritu de época”.
Hombre de profunda fe religiosa, desde que en 1889 su visita a París lo convirtiera en discípulo de Mallarmé y devoto de los simbolistas, hasta el punto de hacérsele misión el traducir a algunos de ellos al alemán, sabe George que el sentido de la vida no lo da ningún conocimiento de orden puramente racional; el sentido de la vida es un llegar a la naturaleza de la cual se ha partido, como el sol, que desde la aurora llega a la aurora, un “ser consagrado” por una noche de estrellas, tal y como lo expresan estos versos de su primer libro, donde, no bien “brillan a través del follaje ciudades de astros y campos bienaventurados:

El vuelo de los tiempos pierde sus viejos nombres
Y espacio y existencia quedan sólo en la imagen”.
(Der zeiten flug verliert die alten namen
Und raum und dasein bleiben nur im bilde.)

Esa misma fe religiosa lleva a George años más tarde a hallar su dios en la imagen duradera que le deja, con su temprana muerte, el más joven y amado de sus discípulos: Maximin. La eternidad sólo es posible cuando la belleza corporal se eleva sin marchitarse al reino puro del alma, cuando la muerte tempranera vuelca en el molde de un dios hasta entonces desconocido el contenido de un bello y efímero ser terrenal. Hallado, pues, su dios, George se erige ante sus discípulos en sacerdote y profeta del mismo, y así lo proclaman estos versos de su Primer Poema a la Vida y Muerte de Maximin, donde “también vosotros (los discípulos):

El llamado de un dios habéis oído”...

y, en consecuencia:
“Load vuestra ciudad donde un dios ha nacido;
Load el tiempo vuestro en que ha vivido un dios.”
(El Séptimo Anillo)
(Auch ihr haht eines gottes ruf vernommen...
.....................................................................
Preist eure stadt die einen gott gebören!
Preist eure zeit in der ein gott gelebt!)

La belleza como religión y la vida por la belleza. Tal la espada que enarbola George frente al tumulto de crisis y criteriologías que amenaza a su tiempo. Y así, en La Estrella de la Alianza se anuncia la “nueva gente” que “con el puñal oculto bajo el ramo de laurel”, va a elegir por causa y defender como derecho la única relación verdaderamente libre: la de los hombres que, como dice Gundolf en su ya mencionado trabajo, “están sin mediadores frente a la naturaleza”, y la de los creadores que, como dice el propio George en Blätter für die Kunst [Hojas para el Arte, fundadas por George en 1892 y aparecidas en doce series hasta 1919 en edición de Karl August Klein.], “ansian y eternizan un arte libre de toda servidumbre; un arte que, de seguir a Zarathustra, puede llegar a ser la misión más alta de la vida; un arte brotado de la embriaguez por el canto y el sol”.

Revista Sur nº 205, noviembre de 1951


NIETZSCHE

Schwergelbe wölken ziehen überm hügel
Und kühle stürme — halb des herbstes boten
Halb frühen frühlings... Also diese mauer
Umschloss den Donnerer — ihn der einzig war
Von tausenden aus staub und rauch um ihn?
Hier sandte er auf flaches mittelland
Und tote stadt die letzten stumpfen blitze
Und ging aus langer nacht zur längsten nacht.

Blöd trabt die menge drunten, scheucht sie nicht!
Was wäre stich der qualle, schnitt dem kraut!
Noch eine weile walte fromme stille
Und das getier das ihn mit lob befleckt
Und sich im moderdunste weiter mästet
Der ihn erwürgen half sei erst verendet!
Dann aber stehst du strahlend vor den Zeiten
Wie andre führer mit der blutigen krone.

Erlöser du! selbst der unseligste —
Beladen mit der wucht von welchen losen
Hast du der sehnsucht land nie lächeln sehn?
Erschufst du götter nur um sie zu stürzen
Nie einer rast und eines baues froh?
Du hast das nächste in dir selbst getötet
Um neu begehrend dann ihm nachzuzittern
Um aufzuschrein im schmerz der einsamkeit.

Der kam zu spät der flehend zu dir sagte:
Dort ist kein weg mehr über eisige felsen
Und horste grauser vögel — nun ist not:
Sich bannen in den kreis den liebe schliesst...
Und wenn die strenge und gequälte stimme
Dann wie ein loblied tönt in blaue nacht
Und helle flut — so klagt: sie hätte singen
Nicht reden sollen diese neue seele!
………………………………………



NIETZSCHE

Sobre el cerro se espesan nubes ocres
Y frescos vendavales, como heraldos
De otoño y primavera. ¿Así este muro
Rodeó al Tonante, al único entre miles
De seres de humo y polvo en torno de él?
Aquí, sobre llanura y ciudad muerta
Envió sus rayos últimos y truncos
Y fue de larga noche a eterna noche.

¡Estulta multitud! ¡No la espantéis!
¡Qué fuera herir medusas, cortar hierbas!
Siga reinando muda devoción
Y al fin la sabandija que lo mancha
De elogios y respira junto al lodo
Que lo asfixió, reviente. Pero entonces
Frente a los tiempos brillas tú, sangrante
Cual de otros conductores tu corona.

¡Oh redentor, el más infortunado!
¿Cargado con el peso de qué suertes
No viste sonreír tierras de afán?
¿Creaste dioses sólo por destruirlos,
Jamás de treguas o de obrar contento?
Dentro de ti mataste lo inmediato
Para temblar de nuevo al anhelarlo,
Para gritar dolor de soledad.

Llegó muy tarde aquel que te imploraba:
Ya no hay caminos en la helada roca
Ni anida el ave horrenda, ya es preciso
Cerrarnos en el círculo de amor.
Y si la voz severa y torturada
A loa suena luego en noche azul
Y claro fluir, quejaos: alma nueva,
Debiste ser canción y no palabra.