martes, 1 de mayo de 2018

Casiodoro de Reina: Libro de Job, III

 
La Biblia del Oso de Casiodoro de Reina publicada en Basilea en 1569, es, muy probablemente, uno de los monumentos más desconocidos de la literatura española del Siglo de Oro. Ampliamente corregida por Cipriano de Valera en 1602 (con criterio más teológico y pastoral que literario), es esta última versión (Reina-Valera) la que pasó a la posteridad, como la Biblia protestante por antonomasia de la lengua española. Para estas entradas, recuperamos el texto de la edición original que posee la Biblioteca de Princeton, disponible en el imprescindible Internet Archive.

LIBRO DE JOB
III

Lamenta Job casi desesperadamente con la graveza de la tentación, deseando no haber nacido, o a lo menos avergonzado del beneficio del morir, antes de venir al mundo para tanta calamidad; Espacíase en alabanzas de la muerte.

Después de esto abrió Job su boca, y maldijo su día.

Y exclamó Job, y dijo:

Perezca el día en que yo fui nacido, y la noche que dijo: Concebido es varón.

Aquel día fuera tinieblas, y Dios no curara de él desde arriba, ni claridad resplandeciera sobre él.

Ensuciáranlo tinieblas y sombra de muerte; reposara sobre él nublado, que lo hiciera horrible como día caluroso.

Aquella noche ocupara escuridad, ni fuera contada entre los días del año, ni viniera en el número de los meses.

¡Oh, si fuere aquella noche solitaria, que no viniera en ella canción!

Maldijéranla los que maldicen al día, los que se aparejan para levantar su llanto.

Las estrellas de su alba fueran escurecidas; esperara la luz, y no viniera, ni viera los párpados de la mañana.

Porque no cerró las puertas del vientre donde yo estaba, ni escondió de mis ojos la miseria.

¿Por qué no morí yo desde la matriz, o fui traspasado saliendo del vientre?

¿Por qué me previnieron las rodillas? ¿Y para qué las tetas que mamase?

Porque ahora yaciera y reposara; durmiera, y entonces tuviera reposo,

Con los reyes y con los consejeros de la tierra, que edifican para sí los desiertos;

O con los príncipes que poseen el oro, que llenan sus casas de plata.

¿O por qué no fui escondido como abortivo, como los pequeñitos que nunca vieron luz?

Allí los impíos dejaron el miedo, y allí descansaron los de cansadas fuerzas.

Allí también reposaron los cautivos; no oyeron la voz del exactor.

Allí está el chico y el grande; allí es el siervo libre de su señor.

¿Por qué dio luz al trabajado, y vida a los amargos de ánimo?

Que esperan la muerte, y no la hay; y la buscan más que tesoros.

Que se alegran de grande alegría, y se gozan cuando hallan el sepulcro.

Al hombre que no sabe por donde vaya, y que Dios lo encerró.

Porque antes que mi pan, viene mi sospiro; y mis gemidos corren como aguas.

Porque el temor que me espantaba me ha venido, y hame acontecido lo que temía.

Nunca tuve paz, nunca me asosegué, ni nunca me reposé; y vínome turbación.

Biblia del Oso, 1569.