2017 marca los 150 años de la muerte de Charles Baudelaire. Para conmemorar este aniversario, mientras nos preparamos para publicar el segundo y último volumen de las fundamentales CARTAS A LA MADRE, seguimos ofreciendo a nuestros lectores una colección de páginas en honor del grand Charles.
JOURNAL, vol. IX
Lundi 3 juin
1895
Ce
soir, Mme Sichel me parlait de ses relations à Honfleur, avec Mme Aupick, la
mère de Baudelaire.
Elle
me peignait cette femme, petite, délicate, mignonne, un rien boscote, avec de
grosses mains noueuses maladroites, pouvant tenir six dominos et, par
là-dessus, si aveugle, qu'elle était obligée de coudre contre son nez.
Puis
elle me décrivait sa maison, au bas de la côte de Grasse, choisie par le
général, autrefois ambassadeur à Constantinople, dans un endroit qui lui
rappelait la Corne d'Or, une maison à la chambre du général, tendue avec de la
toile, et ressemblant à une tente, et à l'écurie renfermant deux carrosses
d'apparat, dont la propriétaire avait été obligée de vendre les chevaux, quand
elle avait été réduite à vivre de sa pension de veuve: carrosses, que les
bonnes sortaient et promenaient, une heure, tous les samedis, sur les pavés de
la cour.
Il
semblait à la jeune fille qu'était Mme Sichel, que la vieille femme avait une
haute idée de l'intelligence de son fils, mais qu'elle n'osait le témoigner,
par suite de l'autorité, qu'avait sur son esprit un vieil ami, regardant son
fils comme un chenapan, qui parlait toujours de venir voir sa mère, ne venait
jamais, et ne lui écrivait que pour lui demander de l'argent.
Une
révélation curieuse de cette causerie, c'est que la mère de Baudelaire, qui
mourait après son fils, mourut de la même maladie, mourut aphasique. Ainsi
tombe la légende, qui attribue à la vie de désordre de Baudelaire, cette
maladie qui ne fut chez lui, qu'un résultat de l'atavisme.
DIARIO, vol. IX
Lunes 3 de junio de 1895
Esta tarde, Madame Sichel me habló de sus relaciones
en Honfleur con Mme Aupick, la madre de Baudelaire.
Me describió a esa mujer pequeña, delicada, bonita,
un poquitín jorobada, con grandes manos nudosas y torpes, en las que podían
caber seis fichas de dominó, y, encima, tan ciega que se veía obligada a coser
pegando la nariz.
Luego me describió su casa, al pie de la costa de
Grasse, elegida por el general, antaño embajador en Constantinopla, en un sitio
que le recordaba el Cuerno de Oro, una casa con la habitación del general
tapizada de lona y parecida a una tienda, y con una caballeriza en que se
guardaban dos carrozas de gala, cuyos caballos la dueña se vio obligada a
vender cuando quedó reducida a vivir de su pensión de viuda: carrozas que las
criadas sacaban y paseaban, una hora, todos los sábados, por el empedrado del
patio.
A la joven que era Madame Sichel le parecía que la
anciana mujer se hacía una gran idea de la inteligencia de su hijo, pero que no
se atrevía a manifestarlo, debido a la autoridad que ejercía sobre su espíritu
un viejo amigo que consideraba a su hijo un bribón que siempre hablaba de ir a
ver a su madre, no iba nunca y sólo le escribía para pedirle dinero.
Una revelación curiosa de esta charla fue que la
madre de Baudelaire, que moriría después que su hijo, murió de la misma
enfermedad, murió afásica. Así cae la leyenda que atribuye a la vida de
desorden de Baudelaire esa enfermedad, que no fue, en él, sino un resultado del
atavismo.
Traducción, para Literatura & Traducciones, de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.