2017 marca los 150 años de la muerte de Charles Baudelaire. Para conmemorar este aniversario, mientras esperamos la inminente publicación del segundo y último volumen de las fundamentales CARTAS A LA MADRE, hoy le damos la palabra a Caroline Archenbaut-Defayis, más conocida como Madame Aupick, la madre del grand Charles.
CHARLES BAUDELAIRE, MI IDOLATRADO HIJO
CARTAS DE MADAME AUPICK
CARTAS DE MADAME AUPICK
CARTA A THÉODORE DE BANVILLE
Miércoles 18
[1866].
Señor:
Ha debido usted enterarse por los diarios de
la horrible desgracia que ha golpeado a mi pobre hijo Charles Baudelaire. En
cuanto lo supe, acudí a Bruselas para estar a su lado y cuidarlo tres meses,
durante los cuales la parálisis fue disminuyendo, pero sigue sin poder hablar,
o al menos sólo puede decir muy pocas palabras. Instada por los médicos, tuve
que ponerlo en un sanatorio. Como se negaba obstinadamente a venir conmigo a
Honfleur, decidió por su propia voluntad entrar en el sanatorio del doctor Duval,
donde está instalado muy adecuadamente e incluso con alegría. Es allí, señor,
donde usted lo encontrará, si tiene la extrema bondad de ir a verlo; quiero que
sepa que, cuando le propuse a Charles enviarle algunos amigos a visitarlo,
recibió su nombre con muchísima alegría,
porque siente por usted una gran amistad. Esa gran amistad es la que va a
servirme de excusa para con usted, así como el dolor profundo que me agobia.
Charles, aunque no pueda responderle, oirá y comprenderá todo lo que usted le
diga. Aunque los dos ataques de parálisis le hayan dejado el cerebro
reblandecido, ha conservado cierta lucidez. Por lo demás, dado que no es capaz
de expresar sus ideas, ¿podemos saber hasta qué punto la inteligencia, esa
hermosa y elevada inteligencia de élite, ha desaparecido? Si usted se rinde a
la súplica que le hago de ir a ver a ese desdichado, le expreso de antemano mi
agradecimiento y lo saludo atentamente,
C.
VIUDA DE AUPICK.
El
sanatorio del doctor Duval está en la Rue du Dôme n° 2, la calle que desemboca
en la Rue Lauriston, cerca del Arco de Triunfo. Se puede visitar a los enfermos
todos los días y a cualquier hora.
Monsieur,
Vous avez dû
apprendre par les journaux le coup affreux dont mon pauvre fils Charles
Baudelaire a été frappé. Dès que je l’ai su, je suis accourue près de lui à
Bruxelles pour le soigner pendant trois mois, durant lesquels la paralysie a
été diminuant, mais il est resté privé de la parole, ou du moins il ne peut
dire que très peu de mots. Pressée vivement par les médecins, j’ai dû le mettre
dans une maison de santé. Comme il se refusait obstinément à venir chez moi à Honfleur,
il s'est décidé de son plein gré à entrer dans la maison de santé du docteur
Duval où il est installé très sainement et même gaîment. C'est là, Monsieur, que
vous le trouverez, si vous avez l'extrême bonté d'aller le voir ; vous saurez
qu'en lui proposant de lui envoyer quelques amis pour le visiter il a accueilli
votre nom avec une
grande joie, parce qu'il a pour vous beaucoup d’amitié. C'est cette amitié qui va servir
d'excuse près de vous, pour cette importunité, ainsi que la douleur profonde
dont je suis accablée. Charles, sans pouvoir vous répondre, entendra et
comprendra tout ce que vous lui direz. Quoique à ses deux attaques de paralysie
il y ait eu ramollissement du cerveau, il a conservé une certaine lucidité
d'esprit. D'ailleurs, peut-on savoir jusqu'à quel point l'intelligence, cette
belle et haute intelligence d'élite, a disparu, puisqu'il ne peut exprimer ses
idées ? Si vous vous rendez à la supplique que je vous adresse d'aller voir cet
infortuné, je vous offre d'avance mes remerciements avec l'assurance de mes sentiments
les plus distingués.
C. Vve AUPICK
La maison de
santé du docteur Duval, rue du Dôme, 2, donnant dans la rue Laurislon près de
l'arc de Triomphe. On peut voir les malades tous les jours, à toute heure.
§
FRAGMENTO
DE UNA CARTA A POULET-MALASSIS
18 de septiembre
de 1867.
[...]
¡Qué padecimiento el mío! ¡Me he quedado sola
en el mundo, ya sin nada que me ate a la vida! ¡Mi pobre hijo, ese hijo al que
yo idolatraba, ya no existe! Sufrió cruelmente, en los últimos tiempos, a causa
de varias llagas ocasionadas por la prolongada permanencia en la cama, lo que a
veces le arrancaba un grito cuando había que moverlo. Sin embargo, en los
últimos tiempos se había vuelto afable y resignado. Los dos últimos días y las
tres últimas noches que precedieron a su muerte fueron muy calmos. Parecía
dormir con los ojos abiertos, se apagó suavemente, sin agonía ni sufrimiento;
yo lo tenía abrazado desde hacía una hora, porque quería recoger su último
suspiro; le decía mil cosas cariñosas, convencida de que, a pesar de su estado
de postración y de mutismo, debía de comprenderme y podía responderme. Aimée,
que estaba conmigo, me confirmaba en esta idea. “¡Ah, señora, cómo la mira!
¡Claro que sí, la oye, le sonríe!”. ¿Cómo pude resistir semejante golpe? ¡Y
sigo viviendo! Hay que creer que Dios quiere concederme que goce, por algún
tiempo aún, con la hermosa reputación que deja y con su gloria. Usted pierde un
amigo que le tenía mucho cariño; guarde un buen recuerdo suyo, era digno de él.
[...]
Comme je
suis éprouvée ! Me voilà seule au monde sans plus rien qui me rattache à la vie
! Mon pauvre fils, ce fils que j’idolâtrais, n’est plus ! Il a cruellement
souffert, dans les derniers temps, de plusieurs plaies survenues par suite du
séjour prolongé au lit, ce qui lui arrachait parfois un cri, quand il fallait
le remuer. Cependant il était devenu, dans les derniers temps, très doux et
résigné. Les deux derniers jours et les deux dernières nuits qui ont précédé sa
mort ont été très calmes. Il paraissait dormir avec les yeux ouverts, il s’est
éteint tout doucement, sans agonie ni souffrances ; je le tenais embrassé
depuis une heure, voulant recueillir son dernier soupir ; je lui disais mille
tendresses, persuadée que, malgré son état de prostration et de mutisme, il
devait me comprendre et pouvait me répondre. Aimée qui était avec moi, me
confirmait dans cette pensée. Elle me disait : « Oh ! madame, comme
il vous regarde ! Bien sûr, il vous entend, il vous sourit ! » Comment
ai-je pu résister à un tel coup ? Et je vis ! Il faut croire que Dieu veut
m’accorder de jouir, quelque peu de temps, de la belle réputation qu’il laisse,
et de sa gloire. Vous perdez un ami qui vous était bien tendrement attaché ;
conservez-lui un bon souvenir, il en était digne.
[...]
§
FRAGMENTO DE UNA CARTA A CHARLES
ASSELINEAU
[1868.]
Querido señor
Asselineau:
Ésta
es mi respuesta a lo que usted me pregunta en relación con el viaje de Charles:
En
primer lugar, tiene que saber que mi marido, el general Aupick, adoraba a
Charles. Cuando éste era niño, se ocupó mucho él mismo de su educación. Había
dado con una inteligencia tan hermosa, con una mente tan inquisitiva, tan
estudiosa, que lo asombraba en grado sumo, que se apegaba a ella cada día más.
Cuando
llegaron los logros escolares, en el Louis-le-Grand, y una vez terminados los
estudios, concibió para Charles sueños dorados de un brillante porvenir: quería
verlo llegar a una alta posición social, algo no irrealizable, puesto que era
amigo del duque de Orleáns. Pero ¡qué estupefacción para nosotros cuando
Charles se negó a todo lo que queríamos hacer por él, cuando quiso volar con
sus propias alas y ser poeta! ¡Qué desencanto en nuestra vida familiar hasta
entonces tan feliz! ¡Qué pesar! Se nos ocurrió entonces, para darle otro curso
a sus ideas y sobre todo para romper algunas malas relaciones, hacerlo viajar.
El general, que era oriundo de un puerto de
mar, que amaba el mar con pasión, y a quien, a la edad de Charles, le hubiera
encantado navegar, pensó que un viaje por mar era preferible a un viaje por
tierra. Puede que se haya equivocado, pero tenía las mejores intenciones para
con mi hijo. Éste, sin la menor duda, hubiera preferido quedarse; pero, sin
manifestar rechazo, dejó que las cosas siguieran su curso. Así fue como, por
intermedio de un amigo que teníamos en Burdeos, confiamos a Charles a los
cuidados del capitán Saliz, hombre respetable, alegre y de gran ingenio, que
debía de caerle bien a Charles y que, efectivamente, le cayó bien. Ese capitán
partió para Calcuta y tenía que ir más lejos; el viaje tenía que durar
dieciocho meses. Se embarcaron a fines de mayo de 1841, Charles tenía veinte
años. Al cabo de muy poco tiempo, Charles se sumió en un estado de tristeza que
inquietó al capitán, que ponía todos sus esfuerzos en distraerlo, sin poder
lograrlo; vivía en un aislamiento completo, sin trato con los pasajeros, en su
mayoría comerciantes y oficiales. Si hablaba, sólo era para expresar el deseo
de volver a Francia.
Un acontecimiento marítimo terrible, como el
capitán Saliz, según me escribió, nunca había visto en su larga carrera de
marino, y en el que casi pudieron ver la muerte de cerca, sin que Charles se
sintiese, sin embargo, desmoralizado por esto, contribuyó a aumentar quizás su
rechazo por un viaje que, a su modo de ver, no tenía objeto. Cuando llegaron a
la isla Mauricio, su tristeza no hizo más que crecer. Allí, donde todo era
nuevo para él, no vio nada, nada que despertase la facultad de observación que
poseía; quería a todo precio partir para volver a París, y, si no había modo de
hacerlo, prefería quedarse en la isla Mauricio antes que continuar el viaje. El
capitán, temiendo que sufriese esa enfermedad cruel, la nostalgia, cuyos
efectos son a veces tan funestos, le aconsejó vivamente que lo acompañara a
Saint-Denis (Borbón), y, si allí insistía en querer volver a Francia, le daba
su palabra de que le facilitaría los medios para hacerlo. En Borbón declaró,
como en la isla Mauricio, que quería partir; de modo que Monsieur Saliz se puso
de acuerdo con un capitán elegido por Charles, que se embarcaba para Burdeos,
para que lo llevase con él. Así fue como Charles volvió a nuestro lado en el
mes de febrero de 1842.
[...]
Mon cher monsieur Asselineau,
Pour
répondre à ce que vous me demandez au sujet du voyage de Charles, voici :
D'abord, il
faut que vous sachiez que mon mari, le général Aupick, adorait Charles. Quand
il était enfant, il s'était beaucoup occupé lui-même de son éducation. Il était
tombé sur une si belle intelligence, un esprit si curieux, si studieux, qui
l'étonnait au dernier point, qu'il s'y attachait de jour en jour davantage.
Quand sont
arrivés les succès de collège, à Louis-le-Grand, et les études terminées, il a
fait pour Charles des rêves dorés d'un brillant avenir ; il voulait le voir
arriver à, une haute position sociale, ce qui n’était pas irréalisable, étant
l’ami du duc d’Orléans. Mais quelle stupéfaction pour nous, quand Charles s'est
refusé à tout ce qu’on voulait faire pour lui, a voulu voler de ses propres ailes,
et être auteur ! Quel désenchantement dans notre vie d’intérieur si heureuse
jusque-là ! Quel chagrin ! Nous avons eu alors la pensée, pour donner
un autre cours à ses idées, et surtout pour rompre quelques relations
mauvaises, de le faire voyager.
Le général,
qui était d’un port de mer, qui aimait la mer passion, qui, à l’âge où était
Charles, aurait été enchanté de naviguer, a pensé qu’un voyage par mer était
préférable à un voyage par terre. Il a pu se tromper, mais il était pénétré des
meilleures Intentions pour mon fils. Celui-ci aurait préféré rester sans nul
doute ; mais, sans témoigner de répugnance, il s’est laissé faire. C’est ainsi
que, par l’entremise d’un ami, que nous avions à Bordeaux, Charles a été confié
aux soins du capitaine Saliz, homme honorable, gai et de beaucoup d’esprit, qui
devait plaire à Charles et qui, effectivement, lui a plu. Ce capitaine partait
pour Calcutta, il devait aller plus loin ; le voyage devait durer dix-huit
mois. Ils se sont embarqués fin de mai 1841, Charles avait vingt ans. Au bout
de très peu de temps, Charles est tombé dans des tristesses qui inquiétaient le
capitaine, qui faisait tous ses efforts pour le distraire, sans pouvoir y
parvenir ; il vivait dans un isolement complet, ne frayant pas avec les
passagers, commerçants pour la plupart et officiers. S’il parlait, ce n’était
que pour émettre le désir de retourner en France.
Un événement
terrible de mer, tel que le capitaine Saliz m’a écrit n’en avoir jamais vu dans
sa longue carrière de marin, où ils purent presque toucher la mort du doigt,
sans que Charles en fût démoralisé, cependant, vint ajouter peut-être à son
dégoût pour un voyage qui, dans ses idées, était sans but. Arrivé à Maurice, sa
tristesse ne fit qu’augmenter. Là, où tout était nouveau pour lui, il n’a rien
vu, rien qui éveillât la faculté d’observation qu’il possédait ; il voulait à tout prix partir pour retourner
à Paris, et que, s’il n’y avait pas moyen, il préférait rester à Maurice,
plutôt que de continuer ce voyage. Le capitaine, craignant qu’ii ne fût atteint
de cette maladie cruelle la nostalgie, dont les effets parfois sont si
funestes, l’a vivement engagé à l’accompagner à Saint-Denis (Bourbon) et que,
s’il persistait là à vouloir rentrer en France, il lui donnait sa parole qu’il
lui en faciliterait les moyens. À Bourbon, il a déclaré, comme à Maurice, qu’il
voulait partir; de sorte que M. Saliz s’est entendu avec un capitaine du choix
de Charles, qui s’embarquait pour Bordeaux, de l’emmener avec lui. Voilà comme
Charles nous est revenu au mois de février 1842.
[...]
§
FRAGMENTO
DE UNA CARTA A CHARLES ASSELINEAU
24 de marzo [de
1868].
[...]
Si
el padre de Baudelaire hubiera visto crecer a su hijo, ciertamente no se habría
opuesto a su vocación de literato, ¡él, que amaba con pasión la poesía y que
tenía un gusto tan puro! [...] ¡Se hubiera sentido muy orgulloso de verlo
entrar en esa carrera, pese a todos los sinsabores, todas las torturas ligadas
a ella, y que Théo Gautier describe tan bien! ¡Ah, cuán cierto es todo lo que
dice acerca de eso! ¿Mi pobre niño no ha sido el mártir de su gran
inteligencia? ¡Cómo debía de sufrir, sintiendo su propio valor, cuando
mendigaba que le dieran trabajo y lo rechazaban duramente editores que estaban
por debajo de su nivel, con el pretexto de que lo que escribía era demasiado
excéntrico! Cuando fui a pasar dos meses a París, entre nuestras dos embajadas,
Constantinopla y Madrid, ¡en qué cruel situación lo encontré! ¡En qué miseria!
¡Y yo, su madre, con tanto amor en el corazón, tanta buena voluntad para con
él, no pude sacarlo de ese estado!
Hay
algo que no tengo que reprocharme, como algunos padres cuyos hijos se extravían
por no haberse dejado guiar por ellos y que, al ver sus sufrimientos, frente a
su desdicha, cometen la barbaridad de decirles: Yo te lo predije, tendrías que
haberme hecho caso u otras tonterías semejantes, tan duras como impías. Después
de luchar fuertemente contra su vocación, a partir del momento en que publicó
algo, cambié de lenguaje, quizás, sin saberlo, de opinión; siempre lo estimulé,
lo alenté, tanto como pude. Pero ¿lo necesitaba?
Salvo por algunos escasos desfallecimientos,
siempre me pareció fuerte; nunca vi que se dejara abatir en medio de sus
mayores desdichas, ¡porque su amigo fue muy infeliz, más infeliz de lo que
usted puede creer! La Venus negra lo torturó de todos los modos posibles. ¡Ah,
si usted supiera! ¡Y cuánto dinero le hizo dilapidar! En sus cartas, tengo una
pila de ellas, nunca veo una sola palabra de amor. Si lo hubiera amado la
perdonaría, la querría, quizás; pero son pedidos incesantes de dinero. Siempre
es dinero lo que le hace falta, e inmediatamente. Su última carta, de abril de
1866, cuando yo emprendía el viaje para ir a cuidar a mi hijo a Bruselas,
cuando él estaba en su lecho de dolor y paralizado, y sumido en tan grandes
apuros de dinero, ella la escribe por una suma que él tiene que enviarle de
inmediato. ¡Cómo debió de sufrir por ese pedido que no podía satisfacer! Todos
esos tironeos pueden haber agravado su mal, podrían incluso haberlo causado.
[...]
Si le père Baudelaire
avait vu grandir son fils, il ne se serait certes pas opposé à sa vocation
d'homme de lettres, lui qui était passionné pour la littérature et qui avait le
goût si pur ! [...] Il aurait été bien fier de le voir entrer dans cette
carrière, malgré tous les déboires, toutes les tortures qui y sont attachés, et
que Théo Gautier décrit si bien ! Oh ! que c’est vrai, tout ce qu’il
dit là-dessus ! Mon pauvre enfant n’a-t-il pas été le martyr de sa haute
intelligence ? Comme il devait souffrir, sentant sa propre valeur, lorsqu’il
mendiait de l’ouvrage et qu’il était refusé durement par des éditeurs qui ne le
valaient pas, sous prétexte que ce qu’il écrivait était trop excentrique !
Lorsque je suis venue passer deux mois à Paris, entre nos deux ambassades,
Constantinople et. Madrid, dans quelle cruelle position je l’ai trouvé ! Quel
dénuement ! Et moi, sa mère, avec tant d’amour dans le cœur, tant de bonne
volonté pour lui, je n’ai pu le tirer de là !
Je n’ai pas
à me reprocher, comme quelques parents dont les enfants se fourvoient pour ne pas
s’être laissé guider par eux [et qui], en voyant leurs souffrances, en face de
leur malheur, ont la barbarie de leur dire : Je l'avais prédit, il fallait m'écouter
[ou] autres sottises
semblables, aussi dures qu’impies. Après avoir vivement lutté anciennement
contre sa vocation, du moment qu’il a publié quelque chose, j’ai changé de
langage, peut-être même, à mon insu, d’opinion ; je l’ai toujours stimulé,
encouragé, tant que j’ai pu. Mais en avait-il besoin ?
À quelques
rares défaillances près, je l’ai toujours trouvé fort ; je ne l’ai jamais vu se
laisser abattre au milieu de ses plus grands malheurs, car votre ami a été bien
malheureux, plus malheureux que vous ne pouvez croire ! La Vénus noire l’a
torturé de toutes manières. Oh ! si vous saviez ! Et que d’argent elle lui
a dévoré ! Dans ses lettres, j’en ai une masse, je ne vois jamais un mot
d’amour. Si elle l’avait aimé, je lui pardonnerais, je l’aimerais peut-être ;
mais ce sont des demandes incessantes d’argent. C’est toujours de l’argent
qu’il lui faut, et immédiatement. Sa
dernière, en avril 1866, lorsque je partais pour aller soigner mon pauvre fils
à Bruxelles, lorsqu’il était sur son lit de douleur et paralysé, et qu’il était
dans de si grands embarras d’argent, elle lui écrit pour une somme qu’il faut
qu’il lui envoie de suite. Comme il a dû souffrir à cette demande qu’il ne
pouvait satisfaire ! Tous ces tiraillements ont pu aggraver son mal et
pouvaient même en être la cause.
[...]
Charles Baudelaire - Querida madre - Cartas a Madame Aupick 1860-1866
Traducción, prólogo y notas de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.
Ediciones De La Mirándola, diciembre de 2017.
ISBN 978-987-3725-10-4