CONFESIONES, LIBRO VIII
capítulos VIII y IX
Tum in illa grandi rixa interioris domus meae, quam fortiter excitaueram cum anima mea in cubiculo nostro, corde meo, tam uultu quam mente turbatus inuado Alypium, exclamo: quid patimur? quid est hoc, quod audisti? surgunt indocti et caelum rapiunt, et nos cum doctrinis nostris ecce ubi uolutamur in carne et sanguine! an quia praecesserunt, pudet sequi, et non pudet nec saltem sequi? dixi nescio qua talia, et abripuit me ab illo aestus meus, cum taceret attonitus me intuens. neque enim solita sonabam. plus loquebantur animum mecum frons, genae, oculi, color, modus uocis, quam uerba, quae promebam. hortulus quidam erat hospitii nostri, quo nos utebamur sicut tota domo: nam hospes ibi non habitabat, dominus domus. illuc me abstulerat tumultus pectoris, ubi nemo impediret ardentem litem, quam mecum aggressus eram, donec exiret. qua tu sciebas, ego autem non: sed tantum insaniebam salubriter et moriebar uitaliter, gnarus, quid mali essem, et ignarus, quid boni post paululum futurus essem. abscessi ergo in hortum et Alypius pedem post pedem. neque enim secretum meum non erat, ubi ille aderat. et quando me sic affectum desereret? sedimus quantum potuimus remoti ab aedibus. ego fremebam spiritu, indignans indignatione turbulentissima, quod non irem in placitum et pactum tecum, deus meus, in quod eundum esse omnia ossa mea clamabant et in caelum tollebant laudibus: et non illuc ibatur nauibus aut quadregis aut pedibus, quantum saltem de domo in eum locum ieram, ubi sedebamus. nam non solum ire, sed uelle fortiter et integre, non semisauciam hac atque hac uersare et iactare uoluntatem, parte adsurgente cum alia parte cadente luctantem.
Denique tam multa faciebam corpore in ipsis cunctationis aestibus, quae aliquando uolunt homines et non ualent, si aut ipsa membra non habeant aut ea uel conligata uinculis uel resoluta languore uel quoquo modo impedita sint. si uulsi capillum, si percussi frontem, si consertis digitis amplexatus sum genu, quia uolui, feci. potui autem uelle et non facere, se mobilitas membrorum non obsequeretur. tam multa ergo feci, ubi non hoc erat uelle quod posse: et non faciebam, quod et imcomparabili affectu amplius mihi placebat, et mox, ut uellem, possem, quia mox, ut uellem, utique uellem. ibi enim facultas ea, quae uoluntas, et ipsum uelle iam facere erat; et tamen non fiebat, faciliusque obtemperabat corpus tenuissimae uoluntati animae, ut ad nutum membra mouerentur, quam ipsa sibi anima ad uoluntatem suam magnam in sola uoluntate perficiendam.
Vnde hoc monstrum? et quare istuc? luceat misericordia tua, et interrogem, si forte mihi respondere possint latebrae poenarum hominum et tenebrosissimae contritiones filiorum Adam. unde hoc monstrum? et quare istuc? imperat animus corpori, et paretur statim: imperat animus sibi, et resistitur. imperat animus, ut moueatur manus, et tanta est facilitas, ut uix a seruitio discernatur imperium: et animus animus est, manus autem corpus est. imperat animus, ut uelit animus, nec alter est nec facit tamen. unde hoc monstrum? et quare istuc? imperat, inquam, ut uelit, qui non imperaret, nisi uellet, et non facit quod imperat. sed non ex toto uult: non ergo ex toto imperat. nam in tantum imperat, in quantum uult, quoniam uoluntas imperat, ut si uoluntas, nec alia, sed ipsa. non itaque plena imperat; ideo non est, quod imperat. nam si plena esset, nec imperaret, ut esset, quia iam esset. non igitur monstrum partim uelle, partim nolle, sed aegritudo animi est, quia non totus assurgit ueritate subleuatus, consuetudine praegrauatus. et ideo sunt duae uoluntates, quia una earum tota non est, et hoc adest alteri, quod deest alteri.
VIII
Aquí vieras la gran contienda de mi casa interior, la cual yo fuertemente había movido con mi alma en la cámara de mi corazón. Y, turbado en el rostro y en el alma, fuime para Alipio y di voces, exclamando: ¿Qué padecemos? ¿Qué es esto que has oído? ¿Levántanse los indoctos, y roban el cielo, y nosotros con nuestras doctrinas sin corazón mira cómo andamos, zapuzados en la carne y en la sangre? ¿Por ventura habemos vergüenza de los seguir porque nos van delante; y no es más vergüenza no seguillos? Dije no sé qué palabras en esta manera y arrebatome dél mi congoja, callando él, atónito de verme, porque yo no hablaba como solía, porque más hablaban las mejillas, frente, ojos, color, y el modo de la voz, que las palabras que yo profería. Había un huerto en nuestra posada, del cual usábamos como de lo demás de la casa, porque el señor de la casa no moraba allí. A este huerto me llevó el alboroto de mi corazón, porque ninguno impidiese la encendida rencilla que había trabado conmigo, hasta que tuviese el fin que tú sabías, yo no lo sabía, mas enloquecía saludablemente, y moría para vivir sabiendo el mal que tenía, sin saber el bien que presto de allí me había de suceder. De manera que me aparté a aquel huerto, y Alipio me siguió pie ante pie. Porque no dejaba de estar en secreto aunque estuviese delante. ¿Cómo me había él de desamparar estando yo de aquella manera? Asentámonos lo más apartado que podimos de las casas. Yo gemía y sospiraba fuertemente, indignándome con una indignación alborotada, porque no te seguía, mi Dios, como todos mis huesos deseaban y clamaban loándote; y, lo que es más, que allí no se iba con naos, carretas, pies, y cosas desta manera, como habíamos ido de aquella casa al lugar donde nos habíamos asentado, porque no sólo el partir, mas el llegar allí, no era otra cosa sino el querer ir, no cualquiera, mas un querer fuerte y entero, sin muchas veces mover y revolver, de una parte que cae y otra que se levanta.
De manera que mi ser era como el de aquellos que quieren algunas veces hacer cosas que no pueden, o porque les faltan los miembros, porque los tienen presos, o con la enfermedad desgobernados, o de otra cualquiera manera impedidos. Si arranqué el cabello, si me herí en la frente, si crucé las manos y ansí apreté con ellas las rodillas, hícelo porque quise, y pude querello y no lo hacer si los miembros no me obedecieran. De manera que muchas cosas hice adonde no era lo mismo el querer y el poder, y no hacía lo que como afecto incomparable más me agradaba, y adonde en queriendo pudiera, porque el poder no era otra cosa sino el querer, y ése le tuviera en queriendo, porque allí es el poder lo mismo que la voluntad, y el querer es hacer; y con todo no se hacía, y más fácilmente obedecía el cuerpo a la más flaca voluntad del ánima para moverse en queriendo, que no obedece el alma a sí mesma para poner en efecto su mayor deseo, lo cual con solo el querer está hecho.
IX
¿De dónde nace este monstruo, y por qué es esto? Resplandezca tu misericordia y preguntaré, a ver si por ventura pueden dar respuesta de sí las penas escondidas de los hombres, y las escurísimas quiebras de los hijos de Adán. ¿De dónde es este monstruo, y por qué es esto? Manda el ánimo al cuerpo y obedécele luego, y manda el ánimo a sí mesmo y halla resistencia. Manda el ánimo que se mueva la mano, y es tanta la facilidad que apenas se puede discernir el servicio del mandamiento; el ánimo es ánimo y la mano es cuerpo. Manda el ánimo que quiera el ánimo, y no lo hace, siendo una cosa el mandado y el que manda: ¿de dónde este monstruo y qué es esto? Manda que quiera, el cual no mandaría sin no quisiese, y no se hace lo que manda. Mas no quiere del todo; luego, no manda del todo. Porque en tanto es visto mandar en cuanto quiere, y en tanto no se hace lo que manda en cuanto no quiere. Porque la voluntad manda que sea voluntad, no otra, mas la mesma. No está entera del todo cuando así manda, y por tanto no se hace lo que manda, porque si fuese entera no mandaría que fuese, porque ya sería. Luego no es monstruo en parte querer, y en parte no querer, mas es enfermedad de ánimo, porque no se levanta del todo esforzado de la verdad, por estar cargado con la costumbre antigua y, por tanto, son dos voluntades, porque una de ellas no es entera, y lo que una tiene le falta a la otra.
Traducción de FRAY SEBASTIÁN TOSCANO
(1554)
VIII
Estando yo en esta tormenta y congojosa contienda de mi corazón, con el rostro y con la mente turbada, me fui a Alipio, y comencé a decir a gritos: ¿Qué es esto qué padecemos? ¿Qué es esto que habéis oído? Levántanse los indoctos y arrebatan el cielo, y nosotros con nuestras doctrinas, faltos de corazón, andamos sumidos debajo de las olas de nuestra carne y sangre. ¿Por ventura, porque ellos van delante tenemos vergüenza siquiera de no seguirlos? Dije no sé qué palabras como ésas, y con aquella ansia y angustia me aparté de Alipio que, atónito, callaba y me miraba, porque ya no hablaba lo que solía, y más declaraba mi ánimo en la frente, con el semblante, con los ojos, con el color del rostro y la manera de la voz, que no con las palabras que decía. Había en la casa de nuestra morada un huerto, del cual y de toda la casa gozábamos, porque el señor de ella estaba ausente. A este huerto me llevó el desasosiego de mi corazón, para que ninguno me impidiese ni me quitase de la lid que yo había comenzado conmigo mismo, hasta que se acabase con el fin que vos sabíais, yo no lo sabía, mas enloquecía sabiamente, y moría para vivir, sabiendo el mal que tenía, y no sabiendo el bien que de allí a poco había de tener. Partime, pues, para el huerto, y Alipio se fue tras mí paso ante paso, porque por estar él presente no por eso dejaba yo de estar secreto, ni estando yo como estaba él me dejara. Sentámonos lo más lejos de la casa que pudimos, yo daba bramidos con mi espíritu, y me enojaba gravemente conmigo porque no iba a vos, Dios mío, y me abrazaba con vuestro santo beneplácito y voluntad, como todos mis huesos clamaban y me debían que lo debía hacer; especialmente, que había de ir con naves, ni con coches, ni con mis pies (como habíamos ido de la casa al lugar donde estábamos) porque no sólo el ir, pero aun el llegar allá, no era más que un querer ir, pero un querer entero, fuerte, y con voluntad resoluta, y no tibia y floja, tal que quiere y no quiere.
De manera que yo me hallaba como algunos hombres, que algunas veces quieren hacer lo que no pueden, o porque no tienen miembros para hacerlo, o porque los tienen atados o flacos con alguna enfermedad, o de otra cualquiera suerte impedidos. Cuando arranqué el cabello, herí la frente, crucé las manos, y con ellas apreté las rodillas: hícelo porque lo quise hacer; pero si los miembros con que lo había de ejecutar no me hubieran obedecido, aunque lo quisiera hacer no lo hiciera. Así que muchas cosas hice, en las cuales no era lo mismo querer y poder; y entonces no hacía lo que con un afecto vehemente más me agradaba, y adonde en queriendo pudiera, porque el poder no era otra cosa sino el querer. Porque en esto el poder es lo mismo que el querer, y el querer es hacer, y con todo eso no se hacía; y más fácilmente obedecía el cuerpo a la más flaca voluntad del ánima, y se movía luego a su mandato, que la misma alma obedecía a sí misma, poniendo en efecto lo que con sola su voluntad se había de hacer y cumplir.
IX
¿De dónde nace este monstruo, Señor, y de dónde viene esto? Descubrid el rayo de vuestra misericordia sobre mí, y preguntaré a ver si por ventura me podrán responder las penas escondidas de los hombres, y las congojas secretísimas y oscurísimas de los hijos de Adán, ¿de dónde es este monstruo y por qué es esto? Manda el ánimo al cuerpo y luego es obedecido. Manda el ánimo a sí mismo, y halla resistencia. Manda el ánimo que se mueva la mano, y hácese con tanta facilidad que apenas se puede distinguir el mandamiento del servicio, y el ánimo y la mano es cuerpo. Manda el ánimo que quiera el ánimo, no se hace, siendo él mismo el que manda y el que es mandado. ¿De dónde nace este monstruo y de dónde viene esto? Manda, digo, que quiera , y no lo mandaría si no quisiese, y no se hace lo que manda. Pero no quiere del todo y, así, no manda del todo. Porque en tanto manda, en cuanto quiere; y en tanto no se hace lo que manda, en cuanto no quiere. Porque la voluntad manda que sea voluntad, y no otra voluntad sino ella misma. No está entera del todo cuanto así manda, y por tanto no se hace lo que manda, porque a ser entera no mandaría que fuese, porque ya sería. Luego no es monstruo querer en parte, y en parte no querer, mas una enfermedad de ánima, por la cual no se levanta del todo esforzada de la verdad, por estar pesada con la costumbre antigua; y, por tanto, son dos voluntades, porque la una de ellas no es entera, y lo que tiene la una le falta a la otra.
Traducción de PEDRO DE RIBADENEYRA
(1607)