SOBRE LAS DUNAS
Mar sin sol y sin viento, laso y triste
Como humo opaco de una llama muerta;
Valle —como sepulcro desellado
Sobre el cual de llorar nadie se acuerda—
Desnudo, sin favor que suplicar
Ni flor que resplandezca.
Al borde de los labios de la duna
En donde las agróstides se humillan
Al aire de la mar, donde el calor
Llega a la costa brava y la domina,
Velo, y oigo a mis pies, en el silencio,
Cómo la mar respira.
En las líneas inmensas de la costa,
Sobre el liso horizonte, sin veleros
Ni humo que en pos se cierna como un signo,
Al través de las testas de los brezos
Y las negras verdascas, ya sin flores,
Y los tallos erectos,
Van lejos mis miradas, como en busca
Del consuelo que aquí nada me presta,
En busca de la luz o el aire vivo,
Del lado en que las nubes bajas, piensan,
Del lado en que la mar, ciega y desnuda,
Parece estar atenta.
Todo está ahora como estaba entonces;
Son hoy los hombres lo que siempre fueron;
Tal como estaba allí pretendo hallarme
Aquí encerrado, y nuevamente siento
Extenderse hacia un sitio diferente
La tierra, el mar y el cielo.
Cual reina presa derrumbada en tierra
Sin corona y color, magna y sombría,
Cual palacio real vacío y mudo,
Se hallaba el cielo sin claror ni vida,
Y hallábase la testa del estío
Cubierta de cenizas.
Había escaso viento sobre el mar,
Y en mi poca esperanza se animaba
Para sembrar de blancas flores vívidas
La tétrica llanura abandonada,
O con falsas ideas luminosas
Lograr mover mi alma.
Vogaba por estériles caminos
Mi pobre insatisfecho pensamiento
Buscando con miradas indistintas
Las arenas no holladas por el tedio,
Y en las cuales la vida inconsolable
Yace bajo los cielos.
Erró mi alma hacia el este y oeste
Buscando luz, y el mundo estaba a obscuras,
Y sin hierbas el suelo, que ella hollaba,
Donde a hombres veía haciendo burla
De todos los humanos que no asían
De un Dios la vara augusta.
De los ojos del tiempo resbalaban
Mortales llantos, que dejaban yertos
El corazón y el alma de los años,
Y caían las lágrimas del tiempo,
Sin su consagración, sobre la testa
Del hombre, como miedos.
La esperanza al nacer sólo llevaba
El fruto del «no espero». Hacía vino
De la uva del placer al estrujarlo,
Y el amor, que ignoraba haber bebido.
Como un ser «sólo carne» se moría
Sin proferir un grito.
Y alma y cuerpo vivían separados,
Y la templanza, lasa y sin valor,
Miraba al cielo muerto, y suspiraba:
«¿Es tan vacío de la muerte el don,
O es como el vivo orgullo de los hombres?»
Y hablando así, murió.
Mi alma escuchó los cantos y gemidos
En redor y debajo de los tronos,
Y oyó, al través del cántico del tiempo,
Los semi-sones viejos e imperiosos
Del destino, factor del bien y el mal,
Con siempre el mismo tono.
Luego «¿dónde está Dios? ¿nos presta ayuda?
O ¿cuál es el buen fin de todo esto?»
Decía «No, no hay Dios, ni Dios ni fin;
Para la sinrazón ¿habrá pretexto?
¿Habrá fuerza que pueda libertar
Los pies que están cayendo?»
«¿No hay luz que alumbre y vara que castigue
A los hombres? ¿No hay Dios que les bendiga?
En angustioso círculo de hierro
Mi alma lloraba en tanto proseguía
Junto a los hombres entronados, junto
A aquellos que gemían.
¡Loco! que con tus gritos de dolor
No oyes el canto de la madre anciana
Responder a los montes y a las olas,
Que oyes sólo las voces alteradas
De los que eran espíritus esclavos
Y en las tumbas moraban.
La muy cuerda palabra de la tierra
Sabe bien lo que valen «muerte» y «vida»,
Que ni censuras ni socorros pueden
Cambiar el curso de las cosas vivas,
Ni las ruedas de todo el universo
Dejar un alma extinta.
Con todos sus acentos —vida o muerte—
Y su aliento y sus flores y su sangre,
Desde los años yertos y las cosas
Cumplidas, al oído, nuestra madre
Nos dice: Si eres dios para ti mismo,
Tendrás Dios que te ampare.
Así oyó mi alma, enferma de velar,
Tal prodigio, y cual súrgese de un sueno
Fue surgiendo también, y se agitaron
Las fuentes muertas y sus aguas fueron,
Entre luces y sombras, al callado
Río del pensamiento.
Más allá de la costa y los matojos,
Y la mar —a los brazos de la tierra
Entrelazada— y de las vidas donde
El pensamiento a oír respirar llega
A la vida, en la vida incorporada,
Formose una respuesta.
En la monotonía multiforme
De polvo, flores, piedras y semillas,
En la inmensa pereza de las rocas
Surgiendo en medio de las aguas vivas,
En el amor y el odio de los hombres,
Nace una Luz divina.
Una natura increada y vigorosa
Se nutre de la muerte y de los hados,
Del bien y el mal, del tiempo y sus mudanzas;
Y está en todos los hombres, esperando
La hora en que les ordene sublimarse,
La de subir ¡muy alto!...
Puesto que cada cosa en la invencible
Hora de su destino, da su fruto,
Y el tiempo trae la verdad pensante,
Que a las venas de aquél lleva su impulso.
—Así mi pensamiento junto al mar
Se torna más robusto—.
Y el sol rompió las nubes al surgir,
Y la mar respiró fuerte y lozana;
Rientes las albas ondas deslizáronse
Por las praderas móviles y magnas;
Y encima de este cuadro juvenil
El cielo estaba en brasas.
Cual plegado estandarte que abre el viento.
Sobre el mar —que el estío engalanaba—
agitaron las franjas de su luz;
La bandera del sol, al aire hinchada
Atravesó la albura del Océano
Y sus delicias glaucas.
Y lleno de un terror bello y divino,
Mi espíritu vio alzarse con la inmensa
Pasión de sus pupilas agrandadas,
—Clara, cual de la luz la ley primera—
Por la extensión en calma de los cielos,
Del Tiempo el alba espléndida.
Traducción de FERNANDO MARISTANY
ON THE DOWNS
A FAINT SEA without wind or sun;
A sky like flameless vapour dun;
A valley like an unsealed grave
That no man cares to weep upon,
Bare, without boon to crave,
Or flower to save.
And on the lip’s edge of the down,
Here where the bent-grass burns to brown
In the dry sea-wind, and the heath
Crawls to the cliff-side and looks down,
I watch, and hear beneath
The low tide breathe.
Along the long lines of the cliff,
Down the flat sea-line without skiff
Or sail or back-blown fume for mark,
Through wind-worn heads of heath and stiff
Stems blossomless and stark
With dry sprays dark,
I send mine eyes out as for news
Of comfort that all these refuse,
Tidings of light or living air
From windward where the low clouds muse
And the sea blind and bare
Seems full of care.
So is it now as it was then,
And as men have been such are men.
There as I stood I seem to stand,
Here sitting chambered, and again
Feel spread on either hand
Sky, sea, and land.
As a queen taken and stripped and bound
Sat earth, discoloured and discrowned;
As a king’s palace empty and dead
The sky was, without light or sound;
And on the summer’s head
Were ashes shed.
Scarce wind enough was on the sea,
Scarce hope enough there moved in me,
To sow with live blown flowers of white
The green plain’s sad serenity,
Or with stray thoughts of light
Touch my soul’s sight.
By footless ways and sterile went
My thought unsatisfied, and bent
With blank unspeculative eyes
On the untracked sands of discontent
Where, watched of helpless skies,
Life hopeless lies.
East and west went my soul to find
Light, and the world was bare and blind
And the soil herbless where she trod
And saw men laughing scourge mankind,
Unsmitten by the rod
Of any God.
Out of time’s blind old eyes were shed
Tears that were mortal, and left dead
The heart and spirit of the years,
And on mans fallen and helmless head
Time’s disanointing tears
Fell cold as fears.
Hope flowering had but strength to bear
The fruitless fruitage of despair;
Grief trod the grapes of joy for wine,
Whereof love drinking unaware
Died as one undivine
And made no sign.
And soul and body dwelt apart;
And weary wisdom without heart
Stared on the dead round heaven and sighed,
“Is death too hollow as thou art,
Or as man’s living pride?”
And saying so died.
And my soul heard the songs and groans
That are about and under thrones,
And felt through all time’s murmur thrill
Fate’s old imperious semitones
That made of good and ill
One same tune still.
Then “Where is God? and where is aid?
Or what good end of these?” she said;
“Is there no God or end at all,
Nor reason with unreason weighed,
Nor force to disenthral
Weak feet that fall?
“No light to lighten and no rod
To chasten men? Is there no God?”
So girt with anguish, iron-zoned,
Went my soul weeping as she trod
Between the men enthroned
And men that groaned.
O fool, that for brute cries of wrong
Heard not the grey glad mother’s song
Ring response from the hills and waves,
But heard harsh noises all day long
Of spirits that were slaves
And dwelt in graves.
The wise word of the secret earth
Who knows what life and death are worth,
And how no help and no control
Can speed or stay things come to birth,
Nor all worlds’ wheels that roll
Crush one born soul.
With all her tongues of life and death,
With all her bloom and blood and breath,
From all years dead and all things done,
In the ear of man the mother saith,
“There is no God, O son,
If thou be none.”
So my soul sick with watching heard
That day the wonder of that word,
And as one springs out of a dream
Sprang, and the stagnant wells were stirred
Whence flows through gloom and gleam
Thought’s soundless stream.
Out of pale cliff and sunburnt health,
Out of the low sea curled beneath
In the land’s bending arm embayed,
Out of all lives that thought hears breathe
Life within life inlaid,
Was answer made.
A multitudinous monotone
Of dust and flower and seed and stone,
In the deep sea-rock’s mid-sea sloth,
In the live water’s trembling zone,
In all men love and loathe,
One God at growth.
One forceful nature uncreate
That feeds itself with death and fate,
Evil and good, and change and time,
That within all men lies at wait
Till the hour shall bid them climb
And live sublime.
For all things come by fate to flower
At their unconquerable hour,
And time brings truth, and truth makes free,
And freedom fills time’s veins with power,
As, brooding on that sea,
My thought filled me.
And the sun smote the clouds and slew,
And from the sun the sea’s breath blew,
And white waves laughed and turned and fled
The long green heaving sea-field through,
And on them overhead
The sky burnt red
Like a furled flag that wind sets free,
On the swift summer-coloured sea
Shook out the red lines of the light,
The live sun’s standard, blown to lee
Across the live sea’s white
And green delight.
And with divine triumphant awe
My spirit moved within me saw,
With burning passion of stretched eyes,
Clear as the light’s own firstborn law,
In windless wastes of skies
Time’s deep dawn rise.