PARÁFRASIS DE LAS RUBAIYAT DE OMAR KHAYYAM
Castellanizadas del inglés de Edward Fitzgerald
por Jorge Guillermo Borges.
I
Ya levantan
sus tiendas las estrellas
del
agredido campo nocturnal,
con flechas
de oro el cazador de oriente
acribilla
la torre del sultán.
II
Suena
el clarín del gallo, en la taberna
dice
una voz :—¡Hermanos despertad!
¡Si se
seca la copa de la vida
ya
nunca más se volverá a llenar!
III
Y
aquellos que esperaban
de la
taberna fuera en el portal
¡breve es
el plazo, gritan, si partimos
ya no
podremos retornar jamás!
IV
Con el
año que empieza, verdemente
el
prado torna a su florida edad,
de sus
tibias cenizas los deseos
a
repetir las súplicas vendrán.
V
El Iram
y sus rosas se perdieron
en la
blanca extensión del arenal,
pero aún
la vid nos brinda sus rubíes
y junto
al agua hay un vergel de paz.
VI
David
rezando calla, mas la flauta
del ruiseñor
alegre en su cantar
dice a
la rosa : vino, rojo vino
tu
pálida mejilla encenderá.
VII
¡Llenad
la copa, en el ardiente estío
quemad
el manto de invernal pesar!
El tiempo
es ave que fugaz se aleja
Ya el
ave alerta sobre el ala está!
VIII
Rosas a
miles nacen cada día
y a miles
mueren cuando el sol se va.
El
mismo mes que nos regala rosas
arrebata
a Jamshyd y a Kaikobad.
IX
Ven con
el viejo Omar y no lamentes
porque
Jamshyd se fuera y Kaikobad
deja
que llame Rustrum a las armas
o grite
¡Jatim vamos a yantar!
X
Sobre,
el verde tapete que separa
el
campo en flor del árido arenal,
¿quién
al amo distingue del esclavo,
quién
codicia la fama del sultán?
XI
Bajo el
verde dosel un libro amigo,
una bota
de vino, blanco pan
tú a mi
lado cantando y el desierto
fuera
de veras el jardín de Alláh.
XII
Unos
buscan la gloria de este mundo
otros
buscan la gloria celestial.
Venga
el dinero en mano y vaya el resto,
deja el
tambor lejano retumbar.
XIII
En el jardín,
desatan sus corolas
los
floridos rosales y nos dan
el
áureo polen y aromado incienso
que las
brisas esparcen al pasar.
XIV
¡Las
terrenales ansias realizadas
sombra
de polvo son y nada más!
como la
nieve en el desierto brillan
un instante
fugaz…
XV
Oro
atesores, despilfarres oro,
la
tumba os mide con criterio igual.
El barro
de tu cuerpo es siempre barro
¡Y el
barro de la tierra abonará!
XVI
En este
albergue en ruinas cuyas puertas
son noches
y son días ¡cuanto afán!
¡Cuánto
fiero señor por breves horas
detuvo
el paso y se volvió a marchar!
XVII
¡Los
patios de Jamshyd! donde su gozo
ardiera
un día—albergan el chacal,
¡silvestres
asnos pastan a su antojo
donde
descansa el cazador Bohram!
XVIII
Donde
muriera el paladín, las rosas
como
teñidas por su sangre están.
¡Sueñas
acaso de que blanco pecho
estos
jazmines dicen la beldad!
XIX
Y este musgo
viviente que tapiza
la tierra
de finísimo lampás,
sé leve
a su blandura, pues quién sabe
de qué cuerpo
gentil llegó a brotar.
XX
Llena
la copa que resguarda el pecho
de
torpe miedo y de infantil pesar.
¡Mañana!
¿Dónde me hallaré mañana?
¿Cuando
la luz se apaga, dónde va?
XXI
Cuanto
noble varón de claro empeño
en el embate
quieto del azar
vació
su copa y se perdió en silencio
entre
la bruma gris del más allá.
XXII
Entretanto
busquemos la ventura,
que
presto cesa, en el oscuro umbral
donde
la muerte aguarda; dime ¿sabes
ese
hondo lecho para quién será?
XXIII
Gozad
la vida, fenecida pasa
a nadas
de insaciable eternidad,
polvo
de polvo, sin amor ni amada,
sin vino,
sin canción y sin soñar.
XXIV
XXIV
A
cuantos se desvelan por las cosas
de este
mundo o del mundo que vendrá
un muezín
de la torre grita: ¡tontos!,
la recompensa
no está aquí ni allá.
XXV
Los
santos y los sabios que charlaban
de esto
y de aquello en tono doctoral
como
falsos profetas se eclipsaron.
Tierra
es su boca, tierra es su verdad.
XXVI
Deja
charlar al sabio, nuestras vidas
gotas
son en la sed del arenal.
La rosa
muere y muere su perfume
esto
sabemos, ¡y no indagues más!
XXVII
Cuando joven
cursé las academias
del
mucho discutir y fue tenaz
mi empeño
de saber más por la puerta
de entrada,
la salida hube de hallar.
XXVIII
Yo
sembré de sapiencia mi sendero
y el desencanto
sólo vi brotar;
como
resopla el viento y corre el agua
así la
vida viene, así se va.
XXIX
¿Por qué
he venido al mundo, quién responde?
¿Agua
que corre ciega hacia la mar?
¡Como
el agua y el viento que no saben
por qué
corren y soplan y se van!
XXX
¿Quién
al mundo nos trajo, quién nos lleva?
¿Y
dónde iremos luego: á que avatar?
Llenad
la copa para ahogar en ella
el recuerdo
de tanta necedad.
XXXI
Al
trono de Saturno en los espacios
me
elevé por el séptimo portal
y
muchos nudos desaté a mi paso
pero no
el nudo del humano azar.
XXXII
Hallé
una puerta que no tiene llave,
un velo
que no pude penetrar;
hoy
hablarán un poco de nosotros
y luego,
no hablarán.
XXXIII
Entonces
a la altura interrogando
dije:
¿qué ley me guía, qué verdad?
Y una
Voz infinita respondiome:
Tienes
un ciego instinto y nada más.
XXXIV
En la copa
de arcilla el labio puse
el enigma
tratando de aclarar,
ella me
dijo: mientras vive, bebe;
la
avara tumba nada te dará.
XXXV
La arcilla
de esta copa en otro tiempo
un
bebedor alegre fue quizás.
¡Oh cuanta
boca habrá besado el barro
que hoy
a mis labios de beber les da.
XXXVI
Recuerdo
que una tarde a un alfarero
que una
copa moldeaba en el bazar
la
arcilla dijo musitando apenas:
ten
cuidado hermanito, me haces mal.
XXXVII
Llenad
la copa que la vida alegra;
el tiempo
en fuga hacia la nada va.
Ayer ha
muerto, por venir mañana,
con hoy
tan solo es lícito contar.
XXXVIII
Palidecen
los astros, ya la noche
toca a
su Fin. La caravana, ¡helás!,
se
apresta para el alba de la nada.
¡En marcha
pues, el paso apresurad!
XXXIX
¿Porqué
estas ansias que se agitan ciegas
en pos
de un vano inasequible ideal?
Mejor
el fruto de la fresca vida
que el
fruto amargo que esas ansias dan.
XL
¡Venid,
hermanos, entonemos presto
de
nuevas bodas la canción nupcial,
la
estéril razón dejo y por esposa
llamo
al lecho la hija del lagar.
XLI
Arriba,
abajo, de derecha a izquierda
mi lógica
sondó la realidad,
al
fondo de las cosas no he llegado
solo
del vaso el fondo supe hallar.
XLII
Ha
tiempo que a la hora del ocaso
un ángel
me detuvo en el umbral
de la
oscura taberna, y de sus labios
el fruto
de la vid me dio a probar.
XLIII
El
fruto de la vid que con severa
elocuencia
refuta el razonar
de
todas las escuelas, alquimista
que el plomo
trueca en fúlgido metal.
XLIV
El gran
Mahmúd que vence en un instante
las penas
de la triste humanidad
y con
su fuerza mágica nos libra
de
torpe sombra y de más torpe afán.
XLV
Venid
conmigo y que discutan sabios
del
universo el misterioso plan;
también
el vino es elocuente y sabio,
y todo
enigma descifrar sabrá.
XLVI
El mundo
es sólo el cuadro iluminado
que
arroja la linterna del juglar
cuya vela
es el sol, y nuestras vidas,
sombras
que vienen, sombras que se van.
XLVII
Y si el
vino que bebes y la dulce
caricia
de la amada pasarán
como
todo en la vida pasa y muere,
¡que
más ni menos te podrán quitar!
XLVIII
Bebe
conmigo el fruto de la viña
mientras
arda la rosa en el rosal
y
cuando el ángel de la muerte tienda
a ti su
copa, riente beberás.
XLIX
El
mundo es un tablero cuyos cuadros
son noches
y son días, y el azar
a un antojo
nos mueve como a piezas,
luego las
piezas a la caja van.
L
La mano
escribe y pasa, y tu ternura
tus
rezos, tu saber o tu piedad
no lograrán
que vuelva o que he haga
o borre
aquello que ya escrito está.
LI
Y esa
copa invertida que sustenta
el cielo
prometido del Corán
en su
propia impotencia rueda, rueda
ajena a
todo bien y a todo mal.
LII
Del barro
que dio el ser al primer hombre
ha de
formarse el último mortal,
estaba
escrito en la primer mañana
lo que
el postrer crepúsculo dirá.
LIII
Los
astros arrojaron en la senda
de la
vida, su sombra y su pesar.
En la
senda las piedras están listas
donde
los pasos tropezando van.
LIV
Aúlle
fuera el derviche sus plegarias,
de la
cerrada puerta en el umbral
nunca,
insensato, encontrará la llave
que el
vino excelso, generoso, da.
LV
Tú que
la senda hicistes engañosa
donde
debí perderme y tropezar,
no
afirmes luego que la culpa es mía.
¡Tuyo
es el mundo, tuya es su maldad!
LVI
Tú que
moldeaste el vaso de mi cuerpo
en él
vertiendo sombras y pesar,
tú que
el Edén hiciste y la serpiente:
nuestro
perdón recibe, ¡perdonad!
LVII
Cuando
se extinga el fuego que me anima,
mi
cuerpo en rojo vino lavarás,
y en
pámpano silvestre amortajado
que
descanse a la sombra de un parral.
LVIII
Y mis
cenizas muertas al ambiente
fragancia
tan sutil arrojarán
que
hasta el creyente absorto en su plegaria
al
grato dogma de la vid vendrá.
LIX
Los ídolos
que amara tanto tiempo
derrocharon
ingratos mi caudal,
ahogaron
mi buen nombre en una copa
y al barro
denigrose mi verdad.
LX
¡Aymé,
que el tiempo pase, que las rosas
una a
una abandonen el rosal,
que el blanco
velo de la infancia ceda
al
triste luto de la triste edad!
LXI
¡Oh
dicha de mi amor siempre constante,
la luna
asoma en el palmar su faz,
vendrá
la noche en que esa misma luna
ha de
buscarme y no me encontrará!
LXII
Y
cuando tú como la luna vuelvas
con pies
de plata y no me encuentres ya
derrama
el vaso que jamás mi boca
en noche
alguna volverá a gustar.
LXIII
¡Oh
dicha de mi amor!, yo estaré quieto
tendido
en tierra de una larga paz
durmiendo
el sueño que no tiene sueños
ni
auroras, ni inquietud, ni despertar.
JORGE GUILLERMO BORGES
Revista Proa nº 5 y nº 6 (Buenos Aires, 1924).
Revista Proa nº 5 y nº 6 (Buenos Aires, 1924).