miércoles, 31 de mayo de 2023

Leonardo Castellani: La apologética de Chesterton

LA APOLOGÉTICA

¿Apologética en una novela y en una novela policial?

¿Pero dónde?

1. Superficialmente está la apologética en los chistes, en las alusiones, en los apotegmas, en las definiciones y distingos fulminantes en los famosos saetazos con que Chesterton hace 25 años clava contra la pared al dean Inge, al arzobispo de Westminster Barnes, al novelista Wells, a todo el que se atreva a tocar ignorantemente o neciamente el Catecismo: está en la definición del socialismo del periodista Crook, en el sermoncito del Padre Brown a Flambeau trepado al árbol 1, en el suicidio de Mr. Armstrong, profesor de optimismo, en las tajantes moralejas del Libro III LA INCREDULIDAD DEL PADRE BROWN.

2. Una capa más profunda de apologética hay en la hábil construcción de las novelitas, en el carácter del Padre Brown por ejemplo. Yo veo en el pimpante curita de Essex, un gracioso y exacto símbolo, Chenterton no ha perdido su inveterada afición al símbolo. El Padre Brown es el católico tal como lo ven los ojos protestantes y tal como es en realidad, el católico visto por fuera y por dentro. El curita petizo cara de luna, simple, distraído, insignificante, extraño y vago (“o you little celibate simpleton” ) solteroncito sonso, le dice Flambeau en el momento en que creyendo haberlo vencido está en realidad en sus manos), es un ser soportable y bueno, pero que se deja a un lado hasta que se llega a un atolladero. Pero cuando se llega a un atolladero (y todo mortal llega por lo menos a un Atolladero), entonces el curita tonto se crece como un campanario, dice una palabra extraña, una palabra misteriosa que es una explosión de magnesio que ilumina todo: porque él ve las cosas como son y los otros solo las apariencias. Así el papista es un ser pobrete, atrasado, infeliz y retrógrado; pero en realidad, él tiene la clave de toda cosa, el cabo de todo nudo y sobre todo tiene la Dicha.

3. Pero la gran apologética de este libro está en la Dicha. Todos sabemos y decimos que es una dicha la fe, conforme a Cristo: “Gaudium meum do vobis” ; pero pocos han recibido el don de que esa dicha se transparente en ellos en forma de ejercer un influjo atrayente en otros. No está la cosa en que Chesterton diga en cada página de sus libros: “Yo tengo la Fe” , sino en que lo dice a carcajadas, así como Claudel lo dice a gritos. Las razones que los mártires daban ante cónsules y pretores de su creencia en Cristo, son sublimes muchas veces; pero no era eso lo que convertía a los verdugos, sino el que las dijesen riendo. Chesterton ha sido fiel a la misión que en 1908 le asignara Claudel: “rehacer una imaginación y una sensibilidad católicas, marchitadas hace cuatro siglos gracias al triunfo de la literatura puramente laica”. Pero diversamente. La mission de Claudel ha sido la de “rassembleur de la terre de Dieu”, recoger todas las cosas visibles e invisibles, ponerlas juntas para que se iluminen unas a otras y sacrificarlas a Dios en una gran hecatombe de palabras; mientras que la misión de este otro enfant terrible es la de reír, fantasear, disputar, tirarse en el pasto y hacer pininos, cantar las verdades más gordas a la tiesa Inglaterra, decir siempre lo contrario de lo que dicen Ellos, denigrar copiosamente a los políticos, banqueros, aristócratas, dentistas y literatos, embromar a sus enemigos y creer en la Iglesia Católica Romana. Pero la gracia está en que esto último es lo que le da poder y derecho a todo lo primero. La fe es lo que le permite su risa franca, insoportable, irreverente, inextinguible, inexorable. “Tan humilde y sincero, que es el único en el mundo capaz de triunfar de uno en el campo de las ideas, permaneciendo amigo suyo íntimo en la vida privada”, dijo un crítico. Es un hecho perfectamente histórico, es el caso entre Chesterton y Bernard Shaw. Comprendo ahora la devoción de este niño grande a San Francisco de Asís —cuya estatua adorna el hall de su casita de Beaconfield—, otro poeta de la dicha de creer, y otro enfant terrible que hace niñadas sublimes en los caminos dorados de la Umbría, y otro hombre inmensamente creyente y humilde, y por lo tanto inmensamente independiente y libre.

EL ÚLTIMO LIBRO DE CHESTERTON

Gilbert K. Chesterton acaba de escribir sobre Roma 2 un libro de ensayos, que no desdice de los buenos suyos. Venido a la Ciudad Eterna para notar las cosas que en ella renacen (desde el fascismo hasta el arte barroca, a la cual van saliendo ahora defensores ilustres, Croce, Claudel, Hugo Ojetti, Chesterton) ha pergeñado durante este otoño desde el observatorio de su hotel sobre el monte Pincio cinco ensayos caprichosos al modo suyo —The Story of the Statues o defense del barroco, The Pillar of the Lateran o el retorno de la Edad Media, The return of the Gods o sea el Renacimiento, The return of the Romans o sea el facismo, The Holy Island o la reaparición del poder temporal del Papa—, cinco sinfonías en tomo de la frase resurrección, llenas de fugas, fiorituras, injertos y staccati al modo suyo, porque si es verdad como él dice “que el arte barroco más bien que escultura es dibujo” , también los ensayos suyos más bien que arquitectura son música. Ha añadido un capítulo inicial The outline of a city pare dar unidad a los cinco (es inútil: no lo consigue) y dos apéndices para disculparse de no conseguirlo (es inútil: no se lo reprochamos). Ha tenido el tino de limitar y concentrar su asunto, hablar de lo que sabe solamente; y el acierto de elaborar sus impresiones (visita al Papa, entrevista con Mussolmi, visiones de arte, paisajes y notas de color) y encajarlas en unas meditaciones, haciendo así algo más que un vulgar libro de viajes. El dice que no lo pretende, antes bien protesta en el prólogo su intención de “no hacer convertidos, sino buenos turistas; no pretendo que usted acepte a Roma; solamente que comprenda a Roma” . Pero es de balde que Chesterton las eche de dibujante o de humorista, no puede sustraerse a su sino fatal de apologeta; o será que Roma es una ciudad tan papista y papal que “no se puede hablar inteligentemente de ella sin meter en el medio al Papa” , como notó cuando era secretario de Roca aquí nuestro Ingenieros, una de las pocas veces en que habló inteligentemente. El caso es que Chesterton en medio de sus salidas y sus juegos de pasapasa se encuentra al rato enseñando Catecismo a los ingleses, por medio del sentido común inglés. A los ingleses imperials que se creen únicos en el mando les recuerda que existe Italia:

…y si alguno no sabe aún que Italia vive, lo major es que venga y vea.

A los ingleses protestantes para quienes la historia de Inglaterra comienza en la Reforma, él les muestra que comienza en Julio César y mejor todavía en Gregorio el Magno:

…y si alguno piensa aún que Roma ha muerto, tolle, lege.

Y ésta es la profunda unidad de esta obra que habla de todo, unidad que no conseguía Chesterton con símbolos y paradojas: explicar. Explicar cosas malquistas a un auditorio muy irritable; mantener la atención en una clase inquieta a una materia despreciada, no hay profesor que no me entienda. Hay que agarrarlo por sorpresa. Hay que hacer milagros. Hay que hacer cabriolas. Y dichoso aquél que ha recibido de Dios la habilidad de malabarista y prestidigitador, de saber contar chistes e imitar a los gallegos, todo sirve. Así Don Bosco un día, santo hombre, enseñó el catecismo en su terruño.

En su peligroso y complicado oficio de deshacer prejuicios dañosos aunque haya que hacer a ratos el bufón para eso, Chesterton topa con un prejuicio ingles o mejor norteamericano sobre Sud América, el apodo de Dago con el cual ñas designan en Yanquilandia y en Londres. Es muy interesante para nosotros el trozo, así que lo traduzco:

“Y seguramente la hez de la borra que se nos ha ocurrido tomar o recibir del más bajo nivel de la americana inteligencia (o ininteligencia) es ahora la comunísima moda inglesa de usar la palabra Dago.

Los supuestos históricos de este apodo son muy divertidos. El Dago, generalmente hablando, es un miembro de esas oscuras razas que han colonizado Sur América y cuyo original plantel ha de buscarse en las penínsulas del Mediterráneo. Las características principales del Dago son cuchillos, harapos, pasiones románticas, conducta frenética, ajo, cebollas y guitarras. Con estas cosas los seres en cuestión originan un perpetuo barullo, enormemente desproporcionado a su importancia (o en otras palabras, a sus riquezas) y han sido un terrible estorbo a las otras sólidas sociedades que están informadas del Reino de la Ley. Hace un tiempo considerable, por ejemplo, una manga de estos matachines se agarraron en una feroz pelea a cuchillo, en la cual uno fue dejado por muerto y el resto fue perseguido por los amigos del finado en una típica “vendetta” . Este sórdido incidente fue exagerado y hecho el asunto de unos dramas o melodramas, de modo que hasta los chicos de la escuela aprenden hoy que el nombre del muerto era Julio César, y que el otro tipo que lo mató hizo una especie de protesta oratoria de ser su hijo o su amigo. Otros incidentes por el estilo, miserables y sensacionales, han halagado desgraciadamente la vanidad de los Dagos; un Dago de uno de esos sucios islotes parece que se disparó y sentó de soldado, como tantos otros chiflados, y causó notable agitación en toda Europa, hasta que su criminal carrera acabó naturalmente en ser agarrado y metido en una cárcel en Santa Elena. Hoy otra sórdida historia, en la cual no hay que parar mucho, acerca de un mariner vagabundo que se alababa verdaderamente de un modo poco respetable y que acabó después por descubrir América. Se ha dicho una vez con malhumor que el descubrimiento éste hay que pasarlo por alto. Pero es que no es fácil ignorar que fue otro Dago quien descubrió la Gran Bretaña; posiblemente hay que pasarlo también por alto. Sería de muchísimo mejor gusto que los Dagos hubiesen pasado por alto todas las cosas que hicieron en la historia; solamente que entonces quedaría poca historia. No conviene detenernos en este desagradable tema; pero habiendo hablado de harapos, basta añadir que hubo una vez un Dago por lo menos, que decididamente declaró que él prefería ser pobre. Vivió en Asís y el obispo Barnes cree que su manera de vivir absolutamente no sería decente en Bírmingan...

En fin, si realmente hubiera que tomar la leyenda de los sucios y negros Dagos como un specimen de la cultura de Norte América, temo que mucha gente que ha saludado la historia va a seguir tomando sus nociones del viejo mundo. Y habiendo encontrado la leyenda tan lindamente inadecuada en el caso de los Dagos de Sur Europa, quizá empezarán a dudar de su infalible exactitude respecto de los Dagos de Sur América. Por lo demás, si todo lo que es despreciable en ellos es ser una nidada de republiquetas bailando en revoluciones, pueden extender su desprecio a la Hélade en el siglo de Pericles y la Italia en el siglo de Dante.

En suma, es todo tontería. Insubstancial inhistórica tontería…”

Hasta aquí Chesterton.


Al que sepa inglés y tenga dos días libres, le conviene leer este libro. No le conviene esperar de él propiamente historia o filosofía o crítica de arte, aunque de todo hay en un cajón de sastre. Topará con inexactitudes o ligerezas de detalle, como una comparación demasiado forzada entre Venus y Nuestra Señora (!) , un grossissement en la narración del Iconoclasrno, una opinión muy opinable sobre las causas de la guerra, y muchas veces se le va la mano en busca del retruécano:

“The Popes fasted and made their city beautiful, the Puritan feasted and left their city hideous.” 1

Pero no hay que enredarse en los adornos ni querer comer del rábano las hojas. Muchos tropiezan en las paradojas de Chesterton, sin dejar de confesar que son graciosas, pero ¿serán verdaderas? ¿Y por qué no? Ninguno que aepa leer debe tropezar jamás (por lo menos si aprobó cuarto año nacional) en un tropo y una figura, sea de las lógicas o sea de la pintorescas, como allí se dice. Se puede decir verdad en metáforas, como Isaías, y también mentir derecho, como France; y hacer historia y metahistoria sólida se puede usando la paradoja, la perogrullada, la aliteración y el retruécano, tan caro a don Francisco de Quevedo, con el cual el humorista inglés no tiene un punto de contacto solo. Chesterton habla en paradojas, como Hugo en antithesis o los poetas en rima. Y así como nunca, a ningún poeta que tal sea, le ha estorbado nada la rima para decir al fin lo que quiere, así estas bizarrías verbales si se hacen sonar contra la mesa (contra la mesa de estudio) dan un son limpio de historia y de sentido común de 18 quilates,

Basta decir, pues, de este estilo que es un estilo. Se podría decir más. Se podría probar que en Chesterton es el estilo. Que es natural y necesario en Chesterton dados sus dotes y sus designios, como es necesario al cristal ser poliédrico y es el estilo de la rosa ser polipétala y es natural a nuestro mundo moderno o al menos, a su mundo inglés, ser artificioso.

“Me dicen que yo no puedo hablar de nada sin hablar de todo” , sonríe el ensayista al cerrar sus pirotecnias sobre la Capital del Mundo Católico. Pero aquí tiene la culpa también un poco el tema. Es natural que para considerar la Ciudad Católica haya que superponer el Universo o, para decirlo a la Chesterton (otra y basta): que para poder ver la Urbe haya que mirar el Orbe.

Roma, 1930.

LEONARDO CASTELLANI 

Crítica literaria. Notas a caballo de un país en crisis (1945)

NOTAS:

1 The flying Stars.

2 Chesterton, The Resurrection of Rome, Hodder Stoughton, London, 1931.

3 Los Papas ayunaban y hacian su ciudad hermosa, el Puritano banquetea y deja su ciudad fea (aliteracion intraducihle de fasted - feasted).