THE WONDERING UNICORN
FOREWORD
When the true history of our literature —and not an apology
for it— comes to be written, Manuel Mujica Lainez will at last be seen as a
benefactor. Novel-writing as a form, these future chroniclers will say, had
declined. The misnamed psychological novel, grinding to a halt, had become the
static novel. The realistic novel was lost in trivial anecdotes, in mere
picturesque sketches and social denunciation, in the learned abuse of bad
language, in detailed obscenity and a welter of household inventories. Future
critics will find our novel of imagination irresponsible, awkwardly juggling
with verb tenses instead of offering straightforward chronology. It is sad to
think that a careful study of the opening paragraph of Don Quixote or the first three lines of The Divine Comedy might have spared us all this nonsense; but the
arduous experiments of Joyce seem to have put paid to any idea that a novel can
also be a pleasure.
The novel, as we know, descends from the epic and we
would do well occasionally to recall those mighty origins. Manuel Mujica Lainez
brings back to contemporary writing the sense of destiny, of adventure with its
hopes and fears, the tradition of Stevenson, Hugo and -why not?- Ariosto. I
have used the word "adventure", but Mujica Lainez' characters are
more than actors in an adventure story plot: they have life beyond their
settings. An attentive reader of the great Russians and of Henry James, Mujica
Lainez gives us that special delight of intimate portraiture, of watching the
gradual unfolding of personality.
The Wandering Unicorn is not a
reconstruction of time past; it is like a glowing dream set in the past. We
neither feel the burden of archaeology nor hear the music of nostalgia, but
live out the fate of his people as though it were our own. The books of Manuel
Mujica Lainez afford us personal pleasure, and that fact is more important than
their eventual place in history.
JORGE
LUIS BORGES
Buenos
Aires 1982.
PRÓLOGO A
« EL UNICORNIO »
DE
MANUEL MUJICA LAINEZ
Cuando
la auténtica historia de nuestra literatura —y no su apología— se escriba,
Manuel Mujica Lainez será visto, por fin, como un benefactor. La forma novela,
dirán esos cronistas futuros, había declinado. La mal llamada novela
psicológica, cuyos engranajes chirriaron hasta detenerse, se había convertido
en la novela estática. La novela realista se había extraviado en anécdotas
triviales, en meros esbozos pintorescos y en denuncia social, en el erudito
abuso del lenguaje soez, en la obscenidad detallada y una confusión de
inventarios domésticos. A los críticos futuros nuestra novela de imaginación
les parecerá irresponsable, dedicada a jugar torpemente con tiempos verbales en
vez de proponer una cronología directa. Es triste pensar que un cuidadoso
estudio del párrafo inicial de Don
Quijote o de los tres primeros versos de la Divina Comedia podían habernos ahorrado todo este sinsentido; pero
los arduos experimentos de Joyce parecen haber terminado con cualquier idea de
que una novela puede también ser un goce.
La
novela, como sabemos, desciende de la épica y a veces haríamos bien en recordar
esos potentes orígenes. Manuel Mujica Lainez le devuelve a la literatura
contemporánea el sentido del destino, de la aventura con sus esperanzas y sus
miedos, la tradición de Stevenson, Hugo y, por qué no, Ariosto. He usado la
palabra « aventura », pero los personajes de Mujica Lainez son algo
más que actores en la trama de un cuento de aventuras: tienen vida más allá del
marco en que se mueven. Atento lector de los grandes rusos y de Henry James,
Mujica Lainez nos comunica el deleite especial de los retratos íntimos, de la
contemplación del gradual desarrollo de la personalidad.
El Unicornio no es
una reconstrucción del pasado; es como un sueño resplandeciente situado en el
pasado. No sentimos el peso de la arqueología ni oímos la música de la
nostalgia, pero vivimos el destino de sus personajes como si fuera el nuestro.
Los libros de Manuel Mujica Lainez nos brindan un placer personal, y este hecho
es más importante que el lugar que les deparará la historia.
Traducción, para Literatura &
Traducciones, de Carlos Cámara.