martes, 21 de febrero de 2023

Remy de Gourmont: Sobre Poe y Baudelaire

MARGINALIA SOBRE EDGAR POE Y BAUDELAIRE 

1 

No creo que el medio estadounidense fuera más hostil a Poe que el francés a cualquiera de nuestros contemporáneos. Tenía enemigos, pero también amigos literarios, admiradores; vivía con dos mujeres a las que adoraba, Mrs Clemm y Virginia; se ganaba la vida con un trabajo que no parece haberle disgustado, pues le encantaba escribir, y no sólo sus cuentos y poemas, sino también sus artículos; era un luchador, se entretenía, se deleitaba con polémicas en las que quería tener la última palabra, aunque su insolencia era poco adecuada para desarmar a sus adversarios.

No se conocía su valía, pero se admitía su relativa superioridad; parece seguro que, de haber vivido, sus últimos años habrían sido los de un dominador literario; estaba destinado a superar, incluso en la inteligencia tosca de sus compatriotas, la reputación de Longfellow, con quien fue cruel y quien, sin embargo, le hizo justicia.

En Inglaterra, sí, habría sido mejor apreciado; hay un público verdaderamente intelectual, verdaderamente aristocrático, para el que una página original es una bendición y que sabe ser agradecido pecuniariamente. El inglés paga por sus placeres.

En Francia, Poe tal vez habría sufrido más. No habría podido ganarse la vida más que Baudelaire, que Flaubert, que Villiers, que Verlaine, que Mallarmé ; sus cuentos de tan rica idealidad habrían sido, como los de Villiers, despreciados por la masa de lectores demócratas, y ninguna revista, ningún periódico habría acogido su crítica desdeñosa, violenta, que de pronto deja de ser agresiva sólo para tratar con un estilo de una precisión a veces un poco dura los problemas más oscuros de la expresión del pensamiento.

Un escritor de gran inteligencia siempre juzga su medio como el peor de todos aquellos en los que podría haber vivido. El desprecio que Poe profesaba por los norteamericanos, Schopenhauer lo sentía por los alemanes, Carlyle por los ingleses, Leopardi por los italianos, Flaubert por los franceses. Algunos saben que todos los rebaños humanos son iguales: no envidian el pastar en otros prados una hierba siempre envenenada por la maldad de los hombres.

 

2

No siempre existe una relación lógica entre la vida y la obra de un escritor. La vida fluye como el agua de un torrente, de un río cansado, de un arroyo alegre, y las flores y las obras que crecen en sus orillas tienen su propio carácter distintitivo: el pequeño arroyo se adorna con los lirios más orgullosos y el torrente con las flores más insulsas; el río fluye entre la uniformidad de las hierbas. Una obra trágica no implica una vida atormentada; la literatura de los tiempos revolucionarios es a menudo el balido de un redil; se ha buscado en Cromwell la explicación de Milton: las fábulas de Florian aparecieron en 1793.

La vida de Poe no tuvo nada de extraordinario. Fue la de un hombre de letras que alternaba la colaboración con la dirección de revistas. Como otros, había dividido sabiamente su vida: el gran poeta era también un activo literato que, a menudo, llevaba hasta la pedantería una original necesidad de sermonear a sus contemporáneos. Es absurdo imaginar a Poe como un soñador enfermizo; era un hombre educado hasta la erudición, y su inteligencia precisa y sagaz tenía algo de lo que Pascal llamaba el espíritu geométrico. Cabe suponer que vivió perfectamente consciente de su destino y de su genio.

 

3

La familia de Poe era de origen irlandés. ¿Puede esto, y la estancia en Baltimore, explicar el olor a catolicismo que se desprende de su obra? A veces habla como Tertuliano y como Joseph de Maistre. Ama la regla, defiende la regla, cree que somete del todo a la regla, él cuya originalidad es tan particular.

 

4

Se parecía prodigiosamente a su madre; es el mismo rostro, uno femenino, el otro masculino; algo de viril en la actitud de la actriz aumenta la ilusión. Ella sólo pudo ejercer en él una influencia puramente física; la perdió a los dos años; su padre ya había muerto. La originalidad de Poe se desarrolló tanto más libremente cuanto que no fue obstaculizada por ninguna suave autoridad; muchos niños, demasiado estrechamente vigilados, demasiado bien educados, demasiado amados y a los que siempre se les está encima, modelan su joven inteligencia de acuerdo con la de sus padres, y así reciben huellas a menudo tan profundas que determinan su actividad cerebral para siempre, y la mayoría de las veces la anulan. ¡Cuántos padres mediocres han ejercido así una influencia deprimente sobre sus hijos!

 

5

No hay rastro en la vida de Poe de grandes amistades entre hombres; pero sí de profundos afectos femeninos, Mrs. Clemm, Frances Osgood. Además, no tenía ningún prejuicio contra las mujeres; en su crítica nunca hizo distinciones previas entre la literatura de los hombres y la de las mujeres. Admiraba sinceramente a Frances Osgood. Amaba la sociedad de las mujeres, su conversación, su ingenio, y nunca parece haberles pedido más; la castidad de sus escritos era la de su vida, un acuerdo muy poco común, pues sabemos que entre las obras y los hombres sólo existe una relación de lo más inconstante. Lascivia est nobis pagina, le escribe Ausonio a Paulino, enviándole el Centón Nupcial, vita proba, y cita a todos los autores antiguos quibus severa vita fuit et læta materia.

 

6

El contraste aquí es excesivo entre Poe y Baudelaire, que sin embargo son inteligencias de la misma forma. Un prefacio inédito a Les Fleurs du Mal resume su estética:

 

Su venerable vicio extendido en la seda

Y su virtud risible —

Porque la quintaesencia he extraído de todo:

Tú me diste tu barro y con él yo hice oro.

 

Baudelaire desprecia a la mujer civilizada, porque es demasiado poco civilizada, demasiado natural, demasiado instintiva: “La mujer tiene hambre y quiere comer; sed y quiere beber. Está en celo y quiere que la monten; ¡vaya mérito!” (Mon coeur mis à nu) La trata como a un inferior, porque en sus manifestaciones de amor, la mujer nunca separa el alma del cuerpo, el sentimiento de la sensación. En efecto, esto puede considerarse una debilidad, pero el día en que la mujer haya adquirido la fuerza de separar, como el varón, sentimiento y sensación, se habrá convertido en un ser tan diferente del que conocemos que necesitará otro nombre. También es cierto que su libertad tiene este precio: quizá sea un poco alto.

 

7

Poe no expresa en ninguna parte sus opiniones sobre el pueblo.

El proletariado obrero no existía en su época en los Estados Unidos, como tampoco existía en Europa, tiempos en que había tierras libres; Poe no vio ninguna revolución.

Es entonces cuando se ve al pueblo, cuando sale de sus madrigueras y va a hacerse matar en beneficio de una docena de sinvergüenzas. Baudelaire no despreciaba el papel político de los bribones; pensaba que las personas honradas eran demasiado cobardes: “Sólo los bribones están lo bastante convencidos como para triunfar”. Al significado de la palabra bribón le daba un significado bastante amplio, hasta el punto de aplicarla al burgués serio y lleno de aforismos: “Personaje frío, razonable y vulgar; que habla constantemente sólo de virtud y economía, dos ideas que combina fácilmente; tiene una especie de inteligencia à la Franklin; es un bribón à la Franklin” (del libreto para El fin de Juan). Este juicio rápido no carece de elegancia. 

 

8

Poe defiende de buena gana a los poetas. Declara que su irritabilidad proviene del hecho de que tienen una percepción muy nítida de lo bello y, por lo tanto, de lo feo, de lo verdadero, de lo falso, de lo justo, de lo injusto. Quien no es irritable no es poeta. Es su propia defensa, pues era muy irritable; muchos de sus juicios literarios son malvados hasta la crueldad. Baudelaire tiene otra forma de defender la poesía y a los poetas: “La canalla. Con la canalla me refiero a los que no saben poesía” (carta a Jules Janin).

 

9

The Murders of the Rue Morgue fue publicado por Poe en abril de 1841 en el Graham's Magazine. En 1846 apareció en La Quotidienne una adaptación de ese cuento, pero presentada como una producción original, aunque sin firma, bajo el título de The Orang-Outang. Poco después, Le Commerce publicaba, dándole su verdadero título, una traducción completa del mismo cuento: ese traductor, que firmaba Old-Nick, era E. D. Forgues, quien daría a conocer a Edgard Poe el 15 de octubre siguiente mediante un estudio publicadopor la Revue des Deux Mondes. Hubo un juicio, o al menos una disputa, entre los dos periódicos, y el nombre de Poe se escribió por primera vez en Francia. Poe tuvo un conocimiento bastante vago de esta historia (pensaba que se había hablado de él en Le Charivari —como consta en sus Marginalia); como no podía pensar, en vista del estado de la legislación literaria, en obtener beneficio alguno de la traducción de sus obras, tuvo que limitarse a saborear las puras alegrías de la fama. Se dice que, al enterarse de que este relato se había traducido al francés sin su nombre, tuvo un momento de indignación. Fue, sin embargo, el comienzo de su fama europea: casi siempre hay en el comienzo de una gran fama literaria, incluso de la más justificada, un escándalo, un juicio, un ruido ajeno a la obra. Por eso podemos recordar con indulgencia e incluso con gratitud el nombre del primer traductor o arreglista de Edgar Poe. Se trata de una tal Isabelle Meunier, esposa de un divulgador científico llamado Amédée-Victor Meunier, nacido en 1817. Madame Meunier debía de ser muy joven cuando tuvo la feliz idea de traducir El doble asesinato. Siguió dando a conocer los cuentos más curiosos de Poe a un público por lo demás poco entusiasta, hasta que Baudelaire se ocupó del gran escritor del que iba a ser el colaborador tanto como el traductor.

Baudelaire, que no había podido leer L'Orang-Outang sin sentir “una singular conmoción” (carta a Armand Fraisse), siguió  de cerca la disputa y en cuanto supo el nombre de Poe preguntó por sus obras. Se ha dicho que aún no se habían reunido en volúmenes, que yacían dispersas en las colecciones de varios periódicos y revistas estadounidenses, Graham's, Southern Literary Messenger, The Sun, etc., publicaciones todas ellas muy difíciles de conseguir en Francia. Se trata de un error evidente, ya que los Tales of the Grotesque and the Arabesque, objeto de los dos primeros volúmenes de la traducción de Baudelaire, habían aparecido en 1839; para los volúmenes siguientes, Baudelaire se basó en la edición de las obras póstumas publicada por Rufus Griswold. Fue en julio de 1848, un año antes de la muerte de Poe, cuando hizo su primera traducción, Révélation magnétique, en La Liberté de penser. Es absolutamente falso que aprendiera inglés a propósito; como señala Eugène Crépet (Œuvres posthumes de Baudelaire), de niño había aprendido el inglés con su madre.

 

10

Edgar Poe nos impresiona menos por las apariencias lógicas de sus deducciones que por el tono soberano de un verbo afirmativo y absoluto; tiene una manera de apoderarse del lector con los gestos de una dominación desdeñosa, contra la que no se encuentra defensa. Así el comienzo, las seis primeras páginas, sobrias, fuertes, nítidas, exactas, poderosas, conminatorias del Manuscrito encontrado en una botella: habiéndose apoderado de nosotros, nos conduce como a esclavos a la nada irónica de su conclusión, y vamos a perdernos de buena gana en los abismos míticos del Río Océano.

(continuará)

REMY DE GOURMONT

Promenades littéraires, vol. 1

Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán



MARGINALIA SUR EDGAR POE ET SUR BAUDELAIRE

1

Je ne crois pas que le milieu américain ait été plus hostile à Poe que le milieu français à tel de nos contemporains. Il avait des ennemis, mais aussi des amis littéraires, des admirateurs ; il vivait avec deux femmes qu’il adorait, Mrs. Clemm et Vir­ginia ; il gagnait sa vie par un labeur qui ne semble pas lui avoir déplu, car il aimait à écrire, et non seulement ses contes, ses poèmes, mais ses articles ; il est batailleur, il s’attarde, il se complaît en des polémiques où il veut le dernier mot, quoique son insolence soit mal faite pour désarmer ses adversaires.

On ne connaissait pas sa valeur, mais on admettait sa su­périorité relative ; il paraît certain que, s’il eût vécu, ses der­nières années auraient été celles d’un dominateur littéraire ; il était destiné à vaincre, même dans l’intelligence fruste de ses compatriotes, la réputation de Longfellow, pour qui il fut cruel et qui pourtant lui a rendu justice.

En Angleterre, oui, il aurait été mieux apprécié, il y a là un public vraiment intellectuel, vraiment aristocratique, pour le­quel une page originale est un bienfait et qui sait se montrer pécuniairement reconnaissant. L’Anglais paie ses plaisirs.

En France, Poe eût peut-être souffert davantage. Pas plus que Baudelaire, que Flaubert, que Villiers, que Verlaine, que Mallarmé, il n’eût été capable de gagner sa vie ; ses contes d’une si riche idéalité auraient été, comme ceux de Villiers, méprisés de la masse des lecteurs démocratiques et nulle revue, nul jour­nal n’aurait accueilli ses critiques dédaigneuses, violentes, et qui ne cessent brusquement d’être agressives que pour traiter en un style d’une précision parfois un peu dure les problèmes les plus obscurs de l’expression de la pensée.

Un écrivain de haute intelligence juge toujours que son mi­lieu est le pire de tous ceux où il aurait pu vivre. Le mépris que Poe professait pour les Américains, Schopenhauer l’éprouvait pour les Allemands, Carlyle pour les Anglais, Léopardi pour les Italiens, Flaubert pour les Français. Quelques-uns savent que tous les troupeaux humains sont pareils : ils n’envient pas de pâturer en d’autres prairies une herbe toujours empoisonnée par la méchanceté des hommes.

2

Il n’y a pas toujours de relation logique entre la vie et l’œuvre d’un écrivain. La vie s’en va comme l’eau d’un torrent, d’un fleuve las, d’un ruisseau gai, et les fleurs et les œuvres qui croissent sur les rives ont leur caractère distinct : le ruisselet s’orne des plus orgueilleux flambes et le torrent, des fleurettes les plus fades ; le fleuve coule parmi l’uniformité des herbes. Une œuvre tragique n’implique pas une vie tourmentée ; la lit­térature des époques révolutionnaires est souvent le bêlement d’une bergerie ; on a cherché dans Cromwell l’explication de Milton : les fables de Florian parurent en 1793.

La vie de Poe n’eut rien d’extraordinaire. Elle fut celle d’un homme de lettres tour à tour collaborateur et directeur de ma­gazines. Comme d’autres, il avait sagement dédoublé sa vie : le grand poète était aussi un littérateur actif et qui poussa souvent jusqu’au pédantisme, un besoin originel de sermonner ses contemporains. Il est absurde de se représenter Poe tel qu’un maladif rêveur ; il était instruit jusqu’à l’érudition et son intel­ligence précise et sagace avait quelque chose de ce que Pascal appelait l’esprit géométrique. On peut supposer qu’il vécut par­faitement conscient de sa destinée et de son génie.

3

La famille de Poe était d’origine irlandaise. Cela, et le séjour à Baltimore, peut-il expliquer l’odeur de catholicisme qui est répandue dans son œuvre ? Il parle quelquefois comme Tertul­lien et comme Joseph de Maistre. Il aime la règle, il défend la règle, il croit s’asservir à la règle, lui dont l’originalité est si particulière.

4

Il ressemblait prodigieusement à sa mère ; c’est le même visage, l’un féminin, l’autre mâle; encore quelque chose de garçonnier dans l’attitude de l’actrice ajoute-t-il à l’illusion. Elle ne put avoir sur lui qu’une influence purement physique ; il la perdit à l’âge de deux ans ; son père était déjà mort. L’originalité de Poe se développa d’autant plus librement qu’elle ne fut entravée par aucune douce autorité ; beaucoup d’enfants, trop surveillés, trop bien élevés, trop aimés et tenus de près, modèlent leur jeune intelligence sur celle de leurs parents, re­çoivent ainsi des empreintes souvent si profondes qu’elles dé­terminent à jamais leur activité cérébrale et le plus souvent l’annulent. Que de parents médiocres ont ainsi déprimé leurs enfants !

5

Nulle trace dans la vie de Poe de grandes amitiés d’homme à homme ; mais de profondes affections féminines, Mrs. Clemm, Frances Osgood. Il n’a d’ailleurs aucun préjugé contre les femmes ; dans ses critiques, il ne fait jamais de distinction préalable entre la littérature des hommes et celle des femmes. Il admirait sincèrement Frances Osgood. Aimant la société des femmes, leur conversation, leur esprit, il ne semble pas leur avoir jamais demandé davantage ; la chasteté de ses écrits était celle de sa vie, accord bien rare, car on sait qu’il n’y a qu’un rapport des plus inconstants entre les œuvres et les hommes. Lascivia est nobis pagina, écrit Ausone à Paulin, en lui envoyant le Centon Nuptial, vita proba, et il cite tous les auteurs anciens quibus severa vita fuit et læta materia.

6

Le contraste est ici excessif entre Poe et Baudelaire, qui pourtant sont des intelligences de même forme. Une préface non publiée des Fleurs du Mal résume son esthétique :

Son vice vénérable étalé dans la soie

Et sa vertu risible —

Car j’ai de chaque chose extrait la quintessence :

Tu m’as donné ta boue et j’en ai fait de l’or.

Baudelaire méprise la femme civilisée, parce qu’elle est trop peu civilisée, trop naturelle, trop instinctive : « La femme a faim et elle veut manger ; soif, et elle veut boire. Elle est en rut, et elle veut être baisée ; le beau mérite ! » (Mon cœur mis à nu.) Il la traite en inférieure, parce que dans ses manifestations d’amour elle ne sépare jamais l’âme du corps, le sentiment de la sensation. On peut en effet voir là une faiblesse, mais le jour où la femme aurait acquis la force de pouvoir séparer, comme le mâle, le sentiment et la sensation, elle serait devenue un être tellement différent de celui que nous connaissons qu’il lui fau­drait un autre nom. Il est vrai aussi que sa liberté est à ce prix : c’est peut-être un peu cher.

7

Poe n’exprime nulle part ses opinions touchant le peuple.

Le prolétariat ouvrier n’existait pas de son temps aux États-­Unis, pas plus qu’il n’exista en Europe, au temps qu’il y avait des terres libres ; il ne vit pas de révolution.

C’est à ce moment qu’on voit bien le peuple, quand il sort de ses tanières et vient se faire tuer pour le profit d’une douzaine de gredins. Baudelaire ne méprisait pas le rôle politique des coquins ; il trouvait les honnêtes gens trop lâches : « Les co­quins seuls sont assez convaincus pour réussir. » Il étendait assez loin la signification du mot, jusqu’à l’appliquer au bourgeois grave et plein d’aphorismes : « Personnage froid, raisonnable et vulgaire ; ne parlant sans cesse que de vertu et d’économie, il associe volontiers ces deux idées ; il a une espèce d’intelligence à la Franklin ; c’est un coquin à la Franklin. » (Scénario de La Fin de Don Juan.) Ce jugement rapide ne manque pas d’élégance.

8

Poe défend volontiers les poètes. Il déclare que leur irrita­bilité vient de ce qu’ils ont une perception très nette du beau et par conséquent du laid, du vrai, du faux, du juste, de l’injuste. Qui n’est pas irritable n’est pas poète. C’est sa propre défense, car il était fort irritable ; plusieurs de ses jugements littéraires sont méchants jusqu’à la cruauté. Baudelaire a une autre ma­nière de défendre la poésie et les poètes : « Canaille. Par ca­naille, j’entends ceux qui ne se connaissent pas en poésie. » (Lettre à Jules Janin.)

9

The Murders of the Rue Morgue furent publiés par Poe en avril 1841 dans le Graham’s Magazine. En 1846, une adaptation de ce conte, mais donnée comme une production originale, quoique non signée, parut dans La Quotidienne, sous le titre de L’Orang-Outang. Peu de temps après, le Commerce publiait, en lui rendant son vrai titre, une traduction intégrale du même conte : ce traducteur, qui avait signé Old-Nick, était E. D. Forgues, qui devait, le 15 octobre suivant, faire connaître Edgard Poe par une étude donnée à la Revue des Deux Mondes. Il y eut procès, ou du moins querelle, entre les deux journaux, et le nom de Poe fut écrit pour la première fois en France. Poe eut une assez vague connaissance de cette histoire (il croit avoir été démarqué par Le Charivari (Marginalia) ; comme il ne pou­vait songer, vu l’état de la législation littéraire, à retirer aucun profit de la traduction de ses œuvres, il dut se borner à goûter les joies pures de la renommée. On dit qu’en apprenant qu’on avait donné ce conte en français sans y mettre son nom il avait eu un moment d’indignation. Ce fut cependant le commen­cement de sa gloire européenne : il y a presque toujours au début des grandes renommées littéraires, même les mieux justifiées, un scandale, un procès, un bruit extérieur à l’œuvre. C’est pourquoi on peut retenir avec indulgence et même avec reconnaissance le nom du premier traducteur ou arrangeur d’Edgar Poe. C’était une dame Isabelle Meunier, femme d’un publiciste scientifique nommé Amédée-Victor Meunier, né en 1817. Madame Meunier devait donc être toute jeune lorsqu’elle eut l’heureuse idée de traduire Le Double Assassinat. Elle conti­nua à faire connaître à un public, d’ailleurs peu enthousiaste, les plus curieux contes de Poe, jusqu’au moment où Baudelaire s’empara du grand écrivain dont il devait être le collaborateur autant que le traducteur.

Baudelaire, qui n’avait pu lire L’Orang-Outang sans ressen­tir « une commotion singulière » (Lettre à Armand Fraisse), suivit la querelle et dès qu’il connut le nom de Poe s’enquit de ses œuvres. On a dit qu’elles n’avaient pas encore été réunies en volumes, qu’elles gisaient éparses dans les collections de plu­sieurs journaux et magazines américains, Graham’s, Southern Literary Messenger, The Sun, etc., toutes publications fort difficiles à se procurer en France. C’est une erreur manifeste, puisque les Tales of the Grotesque and the Arabesque, matière des deux premiers volumes de la traduction de Baudelaire, avaient paru en 1839 ; pour les volumes suivants, Baudelaire puisa dans l’édition des œuvres posthumes publiée par Rufus Griswold. C’est en juillet 1848, un an avant la mort de Poe, qu’il donna, dans La Liberté de penser, sa première traduction, Ré­vélation magnétique. Il est absolument faux qu’il ait appris l’anglais exprès ; comme le fait remarquer M. Crépet (Œuvres posthumes de Baudelaire), il avait appris l’anglais, tout enfant, de sa mère.

10

Edgar Poe nous en impose moins par les apparences lo­giques de ses déductions que par le ton souverain d’un verbe affirmatif et absolu ; il a une manière de s’emparer du lecteur avec les gestes d’une domination méprisante, contre laquelle on ne trouve aucune défense. Ainsi le début, les six premières pages, sobres, fortes, nettes, exactes, puissantes, comminatoires du Manuscrit trouvé dans une bouteille : nous ayant pris, il nous mène en esclave au néant ironique de sa conclusion, et nous allons volontiers nous perdre dans les abîmes mythiques du Fleuve Océan.