Del gran Fray Luis de León, Ediciones De la Mirándola, ya ha publicado su traducción de las Bucólicas de Virgilio y, en los próximos días, siempre en Biblioteca Franca, las Odas de Horacio traducidas en verso castellano.
El agua es bien
precioso,
Y, entre el rico
tesoro,
Como el ardiente
fuego en noche escura,
Ansí relumbra el
oro.
Mas, alma, si es
sabroso
Cantar de las
contiendas la ventura,
Ansí como en la
altura
No hay rayo más
luciente
Que el sol, que rey
del día
Por todo el yermo
cielo se demuestra,
Ansí es más
excelente
La olímpica porfía,
De todas las que
canta la voz nuestra.
Materia abundante,
Donde todo elegante
Ingenio alza la
voz, ora cantando
De Rea y de Saturno
el engendrado,
Y juntamente entrando
El techo de Hierón,
alto, preciado.
Hierón, el que
mantiene
El cetro merecido
Del abundoso cielo
siciliano,
Y dentro en sí
cogido
Lo bueno y la flor
tiene
De cuanto valor
cabe en pecho humano;
Y con maestra mano
Discanta señalado
En la más dulce
parte
Del canto, la que
infunde más contento,
Y en el banquete amado
Mayor dulzor
reparte.
Mas toma ya el
laúd, si el sentimiento
Con dulces
fantasías
Te colma y alegrías
La gracia de
Fernico, el que en Alfeo,
Volando sin espuela
en la carrera,
Y venciendo el
deseo
Del amo, le cobró
la voz primera.
Del amo glorioso
En la caballería
Que en Siracusa
tiene el principado,
Y rayos de sí envía
Su gloria en el
famoso
Lugar, que fue por
Pélope fundado,
Por Pélope, que
amado
Fue ya del gran
Neptuno,
Luego que a ver el
cielo
La Cloto le produjo,
relumbrando
En blanco marfil
uno
De sus hombros, al
suelo
Con la extrañez
jamás vista admirando.
Hay espantosos
hechos:
Y en los humanos
pechos,
Más que no la
verdad desafeitada,
La fábula, con
lengua artificiosa
Y dulce fabricada
Para lanzar su
engaño es poderosa.
Merced de la poesía
Que es la
fabricadora
De todo lo que es
dulce a los oídos,
Y ansí lo enmiela y
dora,
Que hace cada día
Los casos no
creíbles ser creídos.
Mas los días
nacidos
Después ven el
engaño.
Lo que al hombre
conviene
Es fingir de los
dioses lo que es dino:
Siquiera es menos
daño.
Por donde a mí me
viene
Al ánimo cantar de
ti, divino
Tantálides, diverso
De lo que canta el
verso
De los antepasados:
y es que, habiendo
A los dioses tu
padre convidado,
Y en Sipilo
comiendo,
Neptuno te robó, de
amor forzado.
Domole Amor el
pecho,
Y en carro
reluciente
Te puso adonde mora
el Jove magno,
A do en la edad
siguiente
Vino al saturnio
lecho
En vuelo Ganimedes
soberano.
Mas como al ojo
humano
Huiste, y mil
mortales,
Que luengo te
buscaron,
A tu llorosa madre
no trajeron
Ni rastro ni
señales,
Por tanto no
faltaron
Vecinos envidiosos
que dijeron
Que por cruel
manera,
En ferviente
caldera
Los dioses te
cocieron, y traído
A la mesa de esta
arte,
Entre ellos te comieron
repartido.
Mas tengo por
locura
Hacer del vientre
esclavo
A celestial alguno,
y carnicero.
Yo al fin mis manos
lavo,
Que de la desmesura
El daño y el
desastre es compañero.
Y más que de
primero
El Tántalo fue
amado
De los gobernadores
Del cielo, si lo
fue ya algún terreno.
Bien que al
amontonado
Tesoro de favores
No le bastando el
pecho, de relleno
Rompió en un daño
fiero,
Que el Júpiter
severo
Le sujetó a la peña
caediza;
Y ansí el huir, que
siempre fantasea,
Y el miedo que le
atiza,
Ajénanle de cuanto
se desea.
Y de favor desnudo
Padece otros tres
males
Demás deste mal
crudo, porque osada
Mente dio a sus
iguales
La ambrosia que no
pudo
Y el néctar dó los
dioses colocada
Tienen su bien hadada
Y no finible vida.
¡Mas, cuánto es
loco y ciego
Quien fía de
encubrir su hecho al cielo!
Después desta caída
También el hijo
luego
Tornaron al lloroso
y mortal suelo.
Y como le apuntaba
La barba ya, y estaba
El mozo en su vigor
y florecía,
Al rico y generoso
casamiento
Que entonces se
ofrecía,
El ánimo aplicó y
el pensamiento.
Ardiendo, pues,
desea
A la Hipodamia,
Del claro Pisadón
ilustre planta;
Ya do la mar batía,
Cuando la noche
afea
Al mundo, sólo
busca al que quebranta
Las ondas, y
levanta.
Al cual, que en continente
Junto dél aparece,
Le dice: -Si
contigo aquel pasado
Tiempo sabrosamente
Algo puede y merece,
Y si ya mi dulzor
te vino en grado,
Enflaquece la mano
Y lanza del Pisano,
Y dame la vitoria,
en Elis puesto,
Que a dilatar las
bodas y concierto
El padre está
dispuesto,
Dado que son ya trece
los que ha muerto.
Lo grande y
peligroso
No es para el
cobarde,
El alto y firme
pecho lo presume.
Y pues, temprano o
tarde,
Es el morir forzoso,
¿Quién es el que
sin nombre y vil consume,
Y en honda noche
sume,
El tiempo de la
vida,
De toda prez ajeno?
Al fin estoy
resuelto en esta empresa,
Y tuya es la
salida,
Y el dar suceso
bueno.
Y dicho esto calló.
Mas no fue aviesa
De aquesta su recuesta
La divinal
respuesta,
Porque, dándole
nueva valentía,
Le puso en carro de
oro, en los mejores
Caballos que tenía,
Con alas no
cansadas voladores.
Y ansí alcanzó
vitoria
Y fue suya la
virgen; y casados
De alto fecho y
gloria,
Seis príncipes,
seis hijos engendrados
Dejaron. Y pasados
Los días, yace
agora
En tumba sumptuosa
A par del agua alfea,
a par de la ara,
De las que el mundo
adora
La más noble y
gloriosa.
Y hace que su
nombre y fama clara
Por mil partes se extienda
La olímpica
contienda
Que se celebra
allí, do el pie ligero,
Do hacen las osadas
fuerzas prueba,
Y quien sale
primero,
Dulcísimo descanso
y gozo lleva
Para toda la vida:
Tanto es precioso y
caro
El premio que
consigue. Y siempre aviene
Ser excelente y
raro
El bien que de
avenida
Y junto y en un día
al hombre viene.
Mas a mí me
conviene
Con alto y noble
canto,
Por más aventajado,
En el veloz caballo
coronarte,
Hierón ilustre. Y cuanto
A todos en estado
Vences, y en claros
hechos, celebrarte
Tanto con más
hermosas
Y más artificiosas
Canciones yo
presumo. Vive y crece,
Que Dios tiene a su
cargo tu ventura,
Y, si no
desfallece,
Aún yo te cantaré
con más dulzura.
Cantarte he
vitorioso
En voladora rueda,
Y Cronio, que hacia
el sol contino mira,
Para que tanto
pueda,
Me infundirá
copioso
Don de palabras
vivas. Que en mí inspira
Fortísima, y me
tira
A sí, hecha señora,
La musa poderosa.
Que cada uno en uno
se señala,
Y todo al rey
adora.
No busques mayor
cosa,
Y el cielo, que en
alto de la escala
Te puso, te
sustente
Allí continuamente;
Y yo, de tan
ilustre compañía,
Me vea de contino
rodeado,
Y claro en poesía
Por todo el griego
suelo andar nombrado.