sábado, 14 de agosto de 2021

Paul Valéry y Carlos Ramírez de Dampierre: La joven parca

LA JOVEN PARCA

 

¿Quién llora ahí? ¿Es el viento sencillo en esta hora,

sola con los diamantes extremos?... ¡Ah! ¿Quién llora

tan cerca de mí misma, cuando empieza a llorar?

 

Esta mano que sueña mi rostro acariciar,

distraídamente dócil a una intención profunda,

de mi ternura espera que en lágrimas se funda,

y que de mis destinos lentamente extraído,

lo más puro ilumine mi corazón herido.

La sombra de un reproche la mar me está diciendo,

o a sus grutas de roca, con suavidad, sorbiendo

—como cosa que hastía, bebida amargamente—

un rumor de congoja y de queja doliente...

¿Qué haces tú, erizada, y qué esta mano helada,

y qué estremecimiento, como de hoja esquivada,

persiste entre las islas de mis senos sin velo?

Yo brillo al reflejarte, desconocido cielo.

Mi sed fatal alumbra racimos luminosos.

Astros inevitables, ausentes, poderosos,

que vertéis de tan lejos sobre lo temporal

un no sé qué de puro y sobrenatural;

que hundís hasta la fuente de los llantos humanos

las armas invencibles, los rayos soberanos

y las palpitaciones de vuestra eternidad:

yo estoy entre vosotros, temblando, en soledad.

He dejado mi lecho, y en el escollo, alerta,

le pregunto a mi alma qué dolor la despierta,

qué crimen sobre mí o por mí consumado...

...O si el mal me persigue de un sueño clausurado

cuando (muerto en las lámparas a un soplo el oro inquieto)

con mis brazos espesos mis dos sienes sujeto

y un resplandor del alma sobre la carne espero.

¿Toda? Sí, toda mía. Yo vi mi ser entero,

la extensión de mi carne que en un temblor se tensa,

y dorada, sinuosa, y a mi sangre suspensa

yo me veía verme, llevando un resplandor,

de mirada en mirada, a mi selva interior.

Por ella me internaba, siguiendo a una serpiente

que me había mordido.

 

 

                                ¡Qué repliegue insistente

de deseos su cola! .. ¡Qué caos de ansiedad,

y qué sombría sed de toda claridad!

 

¡Oh, qué astucia! A la luz con el dolor venida

aún más que vulnerada me sentí conocida...

En lo oscuro del alma siento un punzante roce;

mi veneno, el veneno, me alumbra y se conoce;

a una virgen colora a sí misma enlazada,

celosa... ¿mas de quién celosa, amenazada?

¿Y cuál es el silencio que habla a mi posesor?

 

Una secreta hermana arde en el interior de mi llaga,

y suplanta a la atenta extremada.

 

 

Ya de ti, sierpe ingenua, no necesito nada.

A mí misma me enlazo ¡vertiginoso ser!

La trama de tus nudos ya no he de menester,

ni tu fidelidad que me huye y me adivina...

Mi alma propia me basta —ornamento de, ruina—

que, esparciendo el dolor sobre mi sombra, sabe

de mi pecho en las noches morder la roca suave;

la leche de los sueños mamarme largamente...

Deja, pues, desmayar el brazo reluciente

que amenaza de amor cuanto el alma recrea

Sobre mí nada puedes que menos cruel me sea,

cruel y deseable... Calma esas ondas, esas

vorágines que mueven tus inmundas promesas...

La sorpresa se abrevia en mis ojos abiertos.

Yo no esperaba menos de mis ricos desiertos

que un tal engendramiento de furor y ansiedad:

su fondo apasionado brilla de sequedad,

y hasta donde en mis ojos la sed de ver avanza

de infiernos pensativos ve el fin sin esperanza...

Lo sé: como un teatro mi cansancio parece.

Yo es tan puro el espíritu que a desear no empiece

su fuga solitaria, como la antorcha iría

apartando los muros de su tumba sombría.

De una espera infinita todo aquí nacer puede;

a una cierta agonía la sombra misma cede,

se entreabre el alma avara, de un monstruo cede al ruego

que gime ante el dintel de una puerta de fuego...

Pero, aunque caprichoso y pronto a las delicias,

¡oh reptil recorrido de vivientes caricias!,

tu próxima impaciencia, tu grave laxitud

¿qué son ante mi noche de eterna longitud?

Contemplabas dormir mi hermosa negligencia...

Mas para mis peligros ¡ya tengo inteligencia!

que en perfidia y astucia los vence con exceso.

¡Toma el hilo viscoso del oscuro regreso!

Ofrece a ojos más ciegos esas danzas lascivas,

resbala hacia otros lechos tus pieles sucesivas,

incuba en otros pechos el germen de su mal.

¡Que en la anillada cárcel de tu sueño animal

hasta el alba jadee una inocencia ansiosa!

Yo velo. Yo resurjo, pálida y prodigiosa,

toda húmeda de un llanto que jamás he vertido,

de una ausencia con formas de mortal, que ha mecido

aquel llanto... Y rompiendo la tumba encantadora,

yo me incorporo inquieta y al par dominadora,

pues cuando la mirada con la noche se junta

el orgullo alucina cuanto el alma pregunta.

 

 

Mas temía perder una angustia divina,

y besando en mi mano la mordedura fina

ya, de mi antiguo cuerpo insensible, sabía

tan sólo aquella llama que en mis bordes ardía.

 

¡Adiós, mi yo, mi hermana mortal y evanescente!...

 

 

Armoniosa yo, de un sueño diferente,

mujer flexible y firme, con silencios seguidos

de actos puros!... Cabellos, que en ondas esparcidos,

desde la frente el viento velludo se los lleva,

—largas briznas que el vuelo esparce, mezcla, eleva...—

¡Decid!... Yo era la igual y la esposa del día,

sólo apoyo sonriente que de amor se ofrecía

a aquella omnipotente altitud adorada...

 

¡Qué chispa en mis pestañas ciegamente dorada,

oh párpados que oprimen un nocturno tesoro!

Yo estaba orando a tientas en vuestra gruta de oro.

A lo eterno porosa y en lo eterno encerrada,

me ofrendaba en mi fruto para ser devorada

por lo eterno, ignorando que un ansia de acabar

en esta rubia pulpa pudiese madurar :

aun mi sabor amargo estaba en su trasluz;

sólo un hombro desnudo sacrifiqué a la luz,

y en el pecho de miel en cuyo nacimiento

¡tan tierno! encuentra el cielo su dulce cumplimiento,

la figura del mundo dormía desposada.

Luego, en el dios brillante, errante encarcelada,

yo me agitaba ardiente, pisando el firme suelo,

atando y desatando mis sombras bajo el velo.

Feliz entre la altura de umbelas florecidas

que al aire de mi falda se inclinan sometidas,

de su frágil orgullo en breve abatimiento;

feliz cuando refrenan su libre movimiento,

y el velo, luchar quiere con la rebelde espina,

y el cuerpo, en arco brusco, me afirma y se adivina,

desnudo bajo el velo de vivientes colores

que disputa mi raza a un abrazo de flores.

 

Sólo a medias añoro esta vana potencia...

Una con el deseo, yo he sido la obediencia

inminente, a estas suaves rodillas sometida;

mi voluntad nacía plena de acción cumplida,

y apenas si más ágil su causa resultaba.

En pos de mis sentidos luminosos nadaba

mi rubia y ciega arcilla, y en esa paz ardiente

que llenaba de sueños naturales mi mente,

lo que es sólo infinito eterno parecía.

Si no fuese ¡Esplendor! que a mis pies se escondía,

inesperadamente, mi sombra, la enemiga,

la momia inquieta y ágil que al buscarme me hostiga

de mi ausencia pintada, besando siempre inerte

el suelo, donde huyo de esta ligera muerte.

Entre la rosa y yo se abriga; se intercala

entre el polvo que baila; por las hojas resbala

que su paso no irrita; rota y reconstruida

resbala ¡oh barca fúnebre!...

 

 

                                 Y yo, viviente, erguida,

dura, de mi vacío secretamente armada,

como para el amor la mejilla inflamada,

y aspirando una brisa que aromó el limonero,

sólo devuelvo al día un mirar extranjero...

¡Cuánto puede crecer en mi noche curiosa,

del corazón aislada, la parte misteriosa,

y acendrarse mi arte con ensayos oscuros!

Estoy cautiva, lejos de los entornos puros;

de un desvanecimiento de aromas abatida,

sintiendo por el sol mi estatua estremecida;

del capricho del oro su mármol recorrido...

Mas yo sé lo que ve mi mirar evadido:

su negrura es el atrio de una infernal morada.

A la brisa del tiempo, yo pienso, abandonada,

—de su amarga raíz ya el alma sin retorno—

pienso (del Universo sobre áureo contorno),

en esa sed de muerte que a la Pitia transida

le hace mugir su anhelo de que acabe la vida.

Mis enemigas, mis dioses, renuevo en mis sentidos;

mis pasos, de palabras al cielo interrumpidos;

mis pausas, ya con sueño sobre el pie vacilante,

que, con reflejos de alas sigue un ave cambiante,

que cien veces al sol con la nada porfía

y arde, en la cima atenta de mi estatua sombría...

 

 

¡Oh, peligrosamente botín de su mirada!

 

El ojo espiritual, en su playa dorada,

vio el alba y el ocaso de tanto y tanto día,

cuyo color y curso mi mente predecía.

El claro aburrimiento de ver sus variaciones

me daba de mi vida funestas previsiones:

el alba me anunciaba todo un día de tedio:

yo estaba medio muerta y acaso también medio

inmortal, sospechando que sólo sea una gema

el porvenir: diamante que cierra la diadema

en que se cambia el frío de los males futuros

entre otros tantos fuegos que en mi frente arden puros.

 

¿Osará el Tiempo alzar, de mis tumbas diversas,

la tarde favorita de palomas dispersas

que se lleva en la estela de un jirón andariego

de mi dócil infancia un reflejo de fuego

y un rosa pudoroso por la esmeralda extiende?

 

 

¡Recuerdo, ardiente pira cuyo viento me ofende!

En mi máscara apaga la roja rebeldía

de ser yo, en llamas, otra que la que ser solía...

¡Ven mi sangre, y enciende la tibia circunstancia

que ennobleció el azul de la santa distancia

y el iris insensible del tiempo que he querido!

Ven, y en mí se consume tu don descolorido.

Ven, para que los odie y reconozca al par,

la niña taciturna, el cómplice mirar,

la turbia transparencia que en los bosques se baña,

y que en mi pecho helado brote la voz extraña

que ignoraba tan ronca y de amor tan velada...

Busca el hermoso cuello la cazadora alada.

 

¿No tuve el corazón sobre sí desmayado?

 

¡Oh tierra, oh luz del cielo! ¿No estuvo ya enterrado

en la postrer dulzura que a tu violencia ríe?...

¿Pámpano que en mi rostro tercos hilos deslíe,

o telar de pestañas y de troncos fluidos,

luz tierna y tarde rota de brazos confundidos?

 

 

"¡Que al cielo alce mi vista y en él trace mi templo,

y sobre mí repose un altar sin ejemplo!"

 

Grita en todo mi cuerpo la piedra su Palor...

La tierra me es ya sólo un aro de color

que se esquiva a la frente que el vértigo blanquea...

Sobre mi tallo el mundo tiembla y se tambalea;

a mí misma te escapas, corona pensativa;

la muerte aspirar quiere tu rosa fugitiva

y a su fin tenebroso su dulzura endereza.

 

Que si mi aroma embriaga tu vacía cabeza,

a esta esclava de rey, respira al fin, oh muerte.

Desátame, interpélame, desespérame, oh inerte

cansada de ti misma, oh imagen condenada.

No esperes más... Escucha... La primavera alada

secretos movimientos para mi sangre anuncia;

a sus diamantes últimos el hielo al fin renuncia...

Mañana, con suspiros de bondad sonrientes,

viene la primavera a desellar las fuentes.

¡Primavera asombrosa!... ¿Por dónde habrá llegado?

Ríe y ríe..., viola... Su candor, goteado

casi en palabras, hinche la tierra enternecida.

Los árboles vibrantes de savia estremecida,

cargados y agobiados de horizontes y ramas,

arden sonoros, bailan en crepitantes llamas,

suben al aire, baten todas sus alas (levas

de millaradas hojas que ellas se sienten nuevas)

Son como nombres aéreos. ¿No escuchas su zumbido,

oh sorda? ¿En el espacio de mil lazos prendido,

ves la copa insumisa que, hacia el cielo vibrante,

por y contra los dioses rema el árbol constante?

¿Ves la flotante selva cuyos troncos potentes

llevan piadosamente a sus inquietas fuentes,

—al adiós desgarrado de sus islas felices—

un río tierno, oh muerte, oculto en sus raíces?

 

 

¿Quién a este remolino, siendo mortal, resiste?

¿Qué mortal?

                              Yo, tan pura, en las mías persiste

el terror de rodillas sin defensa. Estoy rota

por el aire. Las aves traspasan con su nota

inaudita de infancia la sombra en que se apiña

mi corazón. ¡Y rosas!, mi suspiro os aniña,

vencedor, en los brazos que os llevan en bandeja...

Entre mi cabellera pesa como una abeja

—siempre más ebrio hundiéndose con beso más ansioso—

de mi jornada ambigua el cénit delicioso...

¡Luz!... ¡Y tú también, muerte!, al más pronto me entrego.

¡Late mi corazón, que arde y me arrastra ciego!

¡Ah, que se hinche, se llene y se tense este duro

dulce testigo, preso en mi red de azul puro!...

Duro en mí... y a la boca infinita ofrecido...

 

Caras sombras nacientes cuyo afán me está unido.

¡Deseos! ¡Rostros claros!... ¡Frutos de amor carnal!

¿Los dioses no me dieron mi forma maternal,

mi orilla sinuosa, mi cáliz, mis caricias,

para que arda la vida en su altar de delicias,

donde, al retorno eterno el alma entretejiendo,

simiente, sangre y leche estén siempre surtiendo?

¡No! ¡El horror me ilumina, execrable armonía!

Cada beso presagia una nueva agonía...

Del honor de la carne fluyen, huyen, corrientes

de millones amargos de manes impotentes...

No, soplos; no, ternuras... a quien mi ser convida;

pueblo de mí sediento que me implora la vida,

no la obtendréis de mí: marchad, id, angustiados

espectros por la noche vanamente exhalados.

Juntaréis de los muertos el número impalpable.

No quiero que a unas sombras la luz concierte y hable.

Lejos vuestro mi mente vive clara y siniestra:

¡No pasará la chispa de mi boca a la vuestra!

Y a más... mi corazón su rayo os ha negado...

Me apiado de nosotros ¡polvo arremolinado!

 

¡Dioses! ¡Pierdo en vosotros, desconcertada, el pie!

Tu débil claridad ya sólo imploraré,

tanto tiempo a mi rostro de asomar impaciente

y única en contestarme, oh lágrima inminente,

que haces temblar delante de mis ojos mortales

una diversidad de sendas funerales.

Gloria del laberinto; tú en el alma nacida,

me traes del corazón esta gota exprimida,

de mi zumo interior distracción misteriosa

que en mis ojos mis sombras sacrifica piadosa,

¡del ante-pensamiento libación delicada!

En la gruta de espanto, dentro de mí excavada,

rezuma muda el agua su misteriosa sal.

¿fíe dónde naces, lágrima? ¿Cuál es tu manantial?

¿Qué trabajo tan nuevo y triste, eternamente

desde mi sombra amarga te exprime lentamente?

De madre y de mortal vas mis gradas subiendo,

¡oh, testaruda carga!, desgarrando y rompiendo

tu camino en mi tiempo. Tu lentitud segura

me, ahoga... Yo, en silencio, beberé tu amargura...

¿Quién te llama en auxilio de mi joven herida?...

 

Sollozo, herida, esfuerzo, ¿por qué vuestra venida?

¿Vara quién, crueles joyas, marcáis el cuerpo helado,

al que una mano abierta la esperanza ha ocultado?

¿A dónde puede ir en la eterna distancia,

sin encontrar respuesta a su propia ignorancia,

este cuerpo en la noche pasmado de su fe?

Tierra turbia de algas, ofrécete a mi pie,

sostenme dulcemente... ¿Mi laxitud nevada

podrá caminar tanto que encuentre su celada?

¿Dónde boga mi cisne? ¿Dónde, busca su vuelo?

 

...¡Consistencia preciosa! ¡Sentimiento del suelo!

Fundaba en ti mi paso su firmeza sagrada,

mas bajo el pió viviente de nuevo eres creada,

y al tocar con horror en tu pacto natal,

esta tierra tan firme hiere mi pedestal.

Cercano, entre estos pasos, sueña mi precipicio.

Resbaladizo de algas y a la fuga propicio

el insensible escollo (siempre en sí solitario)

comienza... El viento teje al través de un sudario

una confusa trama de añoranzas marinas,

de remos que se mezclan a las olas en ruinas...

Tantos entrechocados estertores de muertes,

rotos, recomenzados... y echadas ya las suertes

desesperadamente diversas y flotando

en el voraz olvido... ¡Ay!, quien vaya encontrando

mis huellas ¿dejará de pensar en sí mismo?

 

¡Tierra turbia de algas, sostenme en el abismo!

 

 

¡Misteriosa yo, que vives todavía!...

Vas a reconocerte, al despertar el día,

amargamente igual a tu antigua figura...

Un espejo se eleva en el mar que fulgura...

Y una risa de ayer sobre el labio sediento,

que anuncia de los Signos el desvanecimiento,

hiela ya en el oriente la blanca alineación

de luces y de piedras, y la total prisión

en que flotará luego del único horizonte

el anillo perfecto... Ya es la hora... Disponte

a mirar: se ve un brazo que, puro, se desnuda...

Te vuelvo a ver. mi brazo me traes el alba...

                                                                               ¡Oh ruda

presencia de una víctima sin consumar! Umbral

tan dulce y transparente cual banco de coral

lavado en la mar baja por una onda postrera...

Al dejarme la sombra. hostia imperecedera,

a unos nuevos deseos me descubre al dorar

mi carne, del recuerdo sobre el terrible altar.

 

La escama allí se esfuerza por hacerse visible,

y allí, titubeando en la barca sensible

y a lomo de las olas va el pescador eterno.

Cumplirá cada cosa su fin grave y materno

de siempre renacer incomparable y casta,

y le será devuelto a la tumba entusiasta

el estado de gracia del gozo universal.

 

 

¡Salve, divinidades por la rosa y la sal!

Seréis de la luz joven el juguete primero.

¡Islas!... Pronto colmenas, cuando el sol mañanero

haga que en vuestra roca, islas ya presentidas,

pujantes paraísos reclamen nuevas vidas.

Cimas que el sol fecunda y la luz no intimida,

selvas resonadoras de ideas y de vida

caliente de animales y felices criaturas.

¡Islas!... Entra un rumor de marinas cinturas

madres vírgenes siempre, a pesar de esas marcas,

sois como arrodilladas, maravillosas Parcas:

nada iguala las flores que regaláis al mundo,

pero os tiemblan de frío los pies en lo profundo.

 

 

¡Oh adorno de mi alma, bajo mi sien creada!

¡Oh muerte, hija secreta y ya entera formada!

¡Divinas repugnancias, castas separaciones

que fuisteis el impulso de mis elevaciones!

¡Oh fervor! ¿No habréis sido más que noble constancia?

Ninguna osó oponer a más corta distancia

la frente de los dioses y su soplo raptor,

e implorando a la noche perfecta su espesor

aspirar por el labio al murmullo supremo.

 

De la muerte purísima soportaba el extremo

resplandor, como otrora al del sol resistía...

Desnudo, exasperado, mi cuerpo se tendía

y el alma ebria de sí, de silencio y de gloria,

pronta a desvanecerse en su propia memoria,

escucha esperanzada tras sus muros piadosos

llamar el corazón... que a golpes misteriosos

se arruina, y que tan sólo debe a su complacencia

un último temblor de hoja... mi presencia.

 

Vana esperanza, vana... Morir no puede ahora

quien, para enternecerse, ante su espejo llora.

 

 

¿No hubiese mejor sido, oh loca, en cumplimiento

de mi fin asombroso, preferir por tormento

el lúcido desdén del matiz de la suerte?

¿Encontrarás jamás más transparente muerte,

ni pendiente más pura que a mi pérdida ascienda,

que esta larga mirada de víctima en ofrenda,

sangrando resignada, pálida y sin objeto?

¿Qué le importa una sangre que ya no es su secreto?

¡En qué paz blanca queda, su púrpura al perder,

bella de ser tan débil y al extremo del ser!...

Ella ha calmado al Tiempo que a aboliría venía...

Mas pálida el momento dejarla no podría,

¡tan cerca está la carne de su oscura fontana!

Se torna cada vez más sola y más lejana,

y el corazón tan cerca de su destino, crece,

se mece de cipreses... y hacia morir se mece...

¡Hacia un futuro de humo oloroso llevada

me sentía: ofrecida, total y consumada,

a las nubes felices prometida en mi ser!

Al árbol vaporoso me llegué a parecer,

de quien la majestad perdida levemente

se abandona al amor fundiéndose al ambiente.

¡Me gana el ser inmenso, y en mi pecho crepita

el incienso que expira una forma infinita...

¡Tiemblan todos los cuerpos radiantes en mi esencia!

 

¡No! ¡No! ¡No irrites más esta reminiscencia,

lirio oscuro, del cielo alusión tenebrosa!

Tu vigor no ha logrado zozobrar mi preciosa

barca. Entre los instantes llegabas al supremo.

—¿Pero quién vencería a aquel poder extremo,

ávido por tus ojos de admirar el día claro,

y que escogió tu frente por luminoso faro?

 

Pregúntate a lo menos por qué sordo arcaduz,

vuelves, de entre los muertos, por la noche a la luz.

Recuérdate a ti misma, del instinto separa

el hilo que tu mano disputa al alba clara,

y cuya delgadez, ciegamente seguida,

hasta estas mismas playas ha devuelto tu vida...

¡Sé sutil... y cruel... más sutil todavía!

¡Miente, pero conoce!... Di, ¿por qué hechicería

no has sabido esquivar su tibia vaharada,

ni la obsesión de un pecho de arcilla perfumada?

¿Por dónde has vuelto, oh Sierpe, a tu guarida eterna,

a tus tristes espíritus y a tu olor de caverna?

 

 

Ayer me traicionó la carne dominante

y profunda... ¡Oh, sin sueños ni caricias de amante!

Ni demonio ni aroma me tendió la celada

de entregarme a unos brazos virilmente enlazada,

ni de aquel Cisne-dios, de plumas ofendida,

la ardorosa blancura me acarició dormida.

 

¡En mí hubiera encontrado el mejor de los nidos!,

pues toda por la gracia de mis miembros unidos,

en la sombra fui, virgen, una ofrenda adorable...

Mas se enamoró el sueño de un dulzor tan amable,

que anudada a mí misma entre el hueco sedoso

de mi pelo, perdí mi dominio nervioso.

En medio de mis brazos me sentí, otra mujer

¿que se ajena?... ¿que vuela? ¿que no puede caer

ya más sobre su carne?... Y el corazón hundido

repite ¿en qué lugar? el nombre que ha perdido.

¿Sé acaso qué reflujo traidor me ha retirado

tan pura y prematura de mi ser extremado,

y ha robado el sentido a mi vasto gemir?

Como el ave se posa me tuve que dormir.

 

Acaso fue en la hora gastada y aun naciente,

y el alma, la adivina, se volvió indiferente.

Ella ya no es la misma. Es una niña triste

que a las gradas oscuras vanamente resiste

y reclama a lo lejos sus manos olvidadas.

Hay que acatar los ruegos de muertes coronadas

y aceptar para rostro un soplo...

                                                            Dulcemente

heme aquí: a esa renuncia se somete mi frente...

Yo perdono a este cuerpo y gusto su ceniza,

feliz a la pendiente me entrego escurridiza,

entre negros testigos, las manos supliciadas,

entre voces sin fin, y sin mí balbuceadas.

Duerme, cordura, duérmete. Fórmate de esa ausencia:

vuelve al germen, regresa a la oscura inocencia;

entrégate a las sierpes tan vivamente inerme.

¡Desciende!... Duerme siempre..., desciende.., duerme..., duerme...

(Sólo pasa la gasa por esta baja puerta...

Todo muere y se ríe en la boca entreabierta...

Bebe el ave en tu labio, pero no oyes su canto...

Ven más bajo..., habla quedo... Lo negro no lo es tanto...)

 

 

Deliciosos sudarios, desorden tibio y ledo,

lecho donde me extiendo, me interrogo y me cedo,

donde del corazón sofocaba el latido;

sepulcro casi vivo, en mi alcoba erigido

y sobre el cual se escucha la eternidad entera.

Lugar lleno de mí que de mí se apodera

—oh forma de mi forma y tibieza vacía—

forma que imprimió el sueño y reconozco mía.

He aquí que tanto orgullo que en tus pliegues se hunde,

con todas las bajezas del sueño se confunde.

Sobre el lienzo en que, laxo, su muerte imita, inerme,

ídolo a pesar suyo, se dispone y se duerme,

lacia mujer total, los ojos en sus llantos,

sus secretos desnudos, sus antros, sus encantos

y aquel resto de amor que al cuerpo retenían,

su pérdida en acordes mortales corrompían.

Arca toda secreta y que tan cerca estabas,

mi transporte, esta noche, pensó romper tus trabas,

y he mecido tan sólo con mis lamentaciones

tus flancos, ay, cargados de luz y de creaciones.

¡Qué fríamente mis ojos, que el azul extravía,

del astro fino y raro miraron la agonía!,

y este sol juvenil de mis deslumbramientos

parece de una abuela alumbrar los tormentos,

tanto su alegre llama la presencia evapora

de los remordimientos, y compone de aurora

el cuerpo que de tumba se empezaba a formar!...

¡Oh, qué bello a mis pies y sobre todo el mar!

¡Ven!... Sigo siendo aquella que siempre has respirado.

¡Me huye hacia tu imperio mi velo evaporado!...

 

¡Ay! Entonces, si vivo ¿seré la despedida

eterna de mis sueños?... De un éxtasis vestida

sí vengo, sin horror, a ver la espuma airada,

y a beber su amargura riente en la mirada

por lo vivo del aire sintiéndome abrazar,

recibiendo en el rostro la llamada del mar;

si el alma intensa sopla, lanzando enfurecida

la onda fuerte y pujante sobre la onda abatida;

si en el cabo tonante su ofrenda blanca inmola;

si el secreto del mar viene a arrojar la ola

contra el acantilado, y salta hasta mi frente

un resplandor de chispas, helado y reluciente

y por mi piel mordida del agrio despertar:

mi corazón, entonces, oh sol, a mi pesar

adoraré, al que bajas para reconocerte,

del placer de nacer, retorno dulce y fuerte,

fuego hacia el que una virgen de sangre se levanta,

en las especies de oro de un pecho que te canta.

PAUL VALÉRY

Traducción de Carlos Ramírez de Dampierre. 

 

LA JEUNE PARQUE

 

à André Gide
Depuis bien des années
j’avais laissé l’art des vers :
essayant de m’y astreindre encore
 j’ai fait cet exercice
que je te dédie.
1917

Le Ciel a-t-il formé cet amas de merveilles

Pour la demeure d’un serpent ?

PIERRE CORNEILLE.

 

Qui pleure là, sinon le vent simple, à cette heure

Seule, avec diamants extrêmes ?… Mais qui pleure,

Si proche de moi-même au moment de pleurer ?

 

Cette main, sur mes traits qu’elle rêve effleurer,

Distraitement docile à quelque fin profonde,

Attend de ma faiblesse une larme qui fonde,

Et que de mes destins lentement divisé.

Le plus pur en silence éclaire un cœur brisé.

La houle me murmure une ombre de reproche,

Ou retire ici-bas, dans ses gorges de roche,

Comme chose déçue et bue amèrement,

Une rumeur de plainte et de resserrement…

Que fais-tu, hérissée, et cette main glacée,

Et quel frémissement d’une feuille effacée

Persiste parmi vous, îles de mon sein nu ?…

Je scintille, liée à ce ciel inconnu…

L’immense grappe brille à ma soif de désastres.

Tout-puissants étrangers, inévitables astres

Qui daignez faire luire au lointain temporel

Je ne sais quoi de pur et de surnaturel ;

Vous qui dans les mortels plongez jusques aux larmes

Ces souverains éclats, ces invincibles armes,

Et les élancements de votre éternité,

Je suis seule avec vous, tremblante, ayant quitté

Ma couche ; et sur l’écueil mordu par la merveille,

J’interroge mon cœur quelle douleur l’éveille,

Quel crime par moi-même ou sur moi consommé ?…

… Ou si le mal me suit d’un songe refermé,

Quand (au velours du souffle envolé l’or des lampes)

J’ai de mes bras épais environné mes tempes,

Et longtemps de mon âme attendu les éclairs ?

Toute ? Mais toute à moi, maîtresse de mes chairs,

Durcissant d’un frisson leur étrange étendue,

Et dans mes doux liens, à mon sang suspendue,

Je me voyais me voir, sinueuse, et dorais

De regards en regards, mes profondes forêts.

 

J’y suivais un serpent qui venait de me mordre.

 

 

Quel repli de désirs, sa traîne !… Quel désordre

De trésors s’arrachant à mon avidité,

Et quelle sombre soif de la limpidité !

 

Ô ruse !… A la lueur de la douleur laissée

Je me sentis connue encor plus que blessée…

Au plus traître de l’âme, une pointe me naît ;

Le poison, mon poison, m’éclaire et se connaît :

Il colore une vierge à soi-même enlacée,

Jalouse… Mais de qui, jalouse et menacée ?

Et quel silence parle à mon seul possesseur ?

 

Dieux ! Dans ma lourde plaie une secrète sœur

Brûle, qui se préfère à l’extrême attentive.

 

 

« VA ! je n’ai plus besoin de ta race naïve,

Cher Serpent… Je m’enlace, être vertigineux !

Cesse de me prêter ce mélange de nœuds

Ni ta fidélité qui me fuit et devine…

Mon âme y peut suffire, ornement de ruine !

Elle sait, sur mon ombre égarant ses tourments,

De mon sein, dans les nuits, mordre les rocs charmants ;

Elle y suce longtemps le lait des rêveries…

Laisse donc défaillir ce bras de pierreries

Qui menace d’amour mon sort spirituel…

Tu ne peux rien sur moi qui ne soit moins cruel,

Moins désirable… Apaise alors, calme ces ondes,

Rappelle ces remous, ces promesses immondes…

Ma surprise s’abrège, et mes yeux sont ouverts.

Je n’attendais pas moins de mes riches déserts

Qu’un tel enfantement de fureur et de tresse :

Leurs fonds passionnés brillent de sécheresse

Si loin que je m’avance et m’altère pour voir

De mes enfers pensifs les confins sans espoir…

Je sais… Ma lassitude est parfois un théâtre.

L’esprit n’est pas si pur que jamais idolâtre

Sa fougue solitaire aux élans de flambeau

Ne fasse fuir les murs de son morne tombeau.

Tout peut naître ici-bas d’une attente infinie.

L’ombre même le cède à certaine agonie,

L’âme avare s’entr’ouvre, et du monstre s’émeut

Qui se tord sur le pas d’une porte de feu…

Mais, pour capricieux et prompt que tu paraisses.

Reptile, ô vifs détours tout courus de caresses,

Si proche impatience et si lourde langueur,

Qu’es-tu, près de ma nuit d’éternelle longueur ?

Tu regardais dormir ma belle négligence…

Mais avec mes périls, je suis d’intelligence,

Plus versatile, ô Thyrse, et plus perfide qu’eux.

Fuis-moi ! du noir retour reprends le fil visqueux !

Va chercher des yeux clos pour tes danses massives.

Coule vers d’autres lits tes robes successives,

Couve sur d’autres cœurs les germes de leur mal,

Et que dans les anneaux de ton rêve animal

Halète jusqu’au jour l’innocence anxieuse !…

Moi, je veille. Je sors, pâle et prodigieuse,

Toute humide des pleurs que je n’ai point versés,

D’une absence aux contours de mortelle bercés

Par soi seule… Et brisant une tombe sereine,

Je m’accoude inquiète et pourtant souveraine,

Tant de mes visions parmi la nuit et l’œil,

Les moindres mouvements consultent mon orgueil. »

 

 

Mais je tremblais de perdre une douleur divine !

Je baisais sur ma main cette morsure fine,

Et je ne savais plus de mon antique corps

Insensible, qu’un feu qui brûlait sur mes bords :

 

Adieu, pensai-je, MOI, mortelle sœur, mensonge…

 

 

Harmonieuse MOI, différente d’un songe,

Femme flexible et ferme aux silences suivis

D’actes purs !… Front limpide, et par ondes ravis,

Si loin que le vent vague et velu les achève,

Longs brins légers qu’au large un vol mêle et soulève,

Dites !… J’étais l’égale et l’épouse du jour,

Seul support souriant que je formais d’amour

À la toute-puissante altitude adorée…

 

Quel éclat sur mes cils aveuglément dorée,

Ô paupières qu’opprime une nuit de trésor,

Je priais à tâtons dans vos ténèbres d’or !

Poreuse à l’éternel qui me semblait m’enclore,

Je m’offrais dans mon fruit de velours qu’il dévore ;

Rien ne me murmurait qu’un désir de mourir

Dans cette blonde pulpe au soleil pût mûrir :

Mon amère saveur ne m’était point venue.

Je ne sacrifiais que mon épaule nue

A la lumière ; et sur cette gorge de miel,

Dont la tendre naissance accomplissait le ciel,

Se venait assoupir la figure du monde.

Puis dans le dieu brillant, captive vagabonde,

Je m’ébranlais brûlante et foulais le sol plein,

Liant et déliant mes ombres sous le lin.

Heureuse ! À la hauteur de tant de gerbes belles,

Qui laissais à ma robe obéir les ombelles,

Dans les abaissements de leur frêle fierté ;

Et si, contre le fil de cette liberté,

Si la robe s’arrache à la rebelle ronce,

L’arc de mon brusque corps s’accuse et me prononce,

Nu sous le voile enflé de vivantes couleurs

Que dispute ma race aux longs liens de fleurs !

 

Je regrette à demi cette vaine puissance…

Une avec le désir, je fus l’obéissance

Imminente, attachée à ces genoux polis ;

De mouvements si prompts mes vœux étaient remplis

Que je sentais ma cause à peine plus agile !

Vers mes sens lumineux nageait ma blonde argile,

Et dans l’ardente paix des songes naturels,

Tous ces pas infinis me semblaient éternels.

Si ce n’est, ô Splendeur, qu’à mes pieds l’ennemie,

Mon ombre ! la mobile et la souple momie,

De mon absence peinte effleurait sans effort

La terre où je fuyais cette légère mort.

Entre la rose et moi, je la vois qui s’abrite ;

Sur la poudre qui danse, elle glisse et n’irrite

Nul feuillage, mais passe, et se brise partout…

Glisse ! Barque funèbre…

                                               Et moi vive, debout,

Dure, et de mon néant secrètement armée,

Mais, comme par l’amour une joue enflammée,

Et la narine jointe au vent de l’oranger,

Je ne rends plus au jour qu’un regard étranger…

Oh ! combien peut grandir dans ma nuit curieuse

De mon cœur séparé la part mystérieuse,

Et de sombres essais s’approfondir mon art !…

Loin des purs environs, je suis captive, et par

L’évanouissement d’aromes abattue,

Je sens sous les rayons, frissonner ma statue,

Des caprices de l’or, son marbre parcouru.

Mais je sais ce que voit mon regard disparu ;

Mon œil noir est le seuil d’infernales demeures !

Je pense, abandonnant à la brise les heures

Et l’âme sans retour des arbustes amers,

Je pense, sur le bord doré de l’univers,

A ce goût de périr qui prend la Pythonisse

En qui mugit l’espoir que le monde finisse.

Je renouvelle en moi mes énigmes, mes dieux,

Mes pas interrompus de paroles aux deux,

Mes pauses, sur le pied portant la rêverie,

Qui suit au miroir d’aile un oiseau qui varie,

Cent fois sur le soleil joue avec le néant,

Et brûle, au sombre but de mon marbre béant.

 

 

Ô dangereusement de son regard la proie !

Car l’œil spirituel sur ses plages de soie

Avait déjà vu luire et pâlir trop de jours

Dont je m’étais prédit les couleurs et le cours.

L’ennui, le clair ennui de mirer leur nuance,

Me donnait sur ma vie une funeste avance :

L’aube me dévoilait tout le jour ennemi.

J’étais à demi morte ; et peut-être, à demi

Immortelle, rêvant que le futur lui-même

Ne fut qu’un diamant fermant le diadème

Où s’échange le froid des malheurs qui naîtront

Parmi tant d’autres feux absolus de mon front.

 

Osera-t-il, le Temps, de mes diverses tombes,

Ressusciter un soir favori des colombes,

Un soir qui traîne au fil d’un lambeau voyageur

De ma docile enfance un reflet de rougeur,

Et trempe à l’émeraude un long rose de honte ?

 

 

Souvenir, ô bûcher, dont le vent d’or m’affronte,

Souffle au masque la pourpre imprégnant le refus

D’être en moi-même en flamme une autre que je fus…

Viens, mon sang, viens rougir la pâle circonstance

Qu’ennoblissait l’azur de la sainte distance,

Et l’insensible iris du temps que j’adorai !

Viens consumer sur moi ce don décoloré ;

Viens ! que je reconnaisse et que je les haïsse,

Cette ombrageuse enfant, ce silence complice,

Ce trouble transparent qui baigne dans les bois…

Et de mon sein glacé rejaillisse la voix

Que j’ignorais si rauque et d’amour si voilée…

Le col charmant cherchant la chasseresse ailée.

 

Mon cœur fut-il si près d’un cœur qui va faiblir ?

 

Fut-ce bien moi, grands cils, qui crus m’ensevelir

Dans l’arrière douceur riant à vos menaces…

Ô pampres sur ma joue errant en fils tenaces,

Ou toi… de cils tissue et de fluides fûts,

Tendre lueur d’un soir brisé de bras confus ?

 

 

« Que dans le ciel placés, mes yeux tracent mon temple !

Et que sur moi repose un autel sans exemple ! »

 

Criaient de tout mon corps la pierre et la pâleur…

La terre ne m’est plus qu’un bandeau de couleur

Qui coule et se refuse au front blanc de vertige…

Tout l’univers chancelle et tremble sur ma tige,

La pensive couronne échappe à mes esprits,

La Mort veut respirer cette rose sans prix

Dont la douceur importe à sa fin ténébreuse !

 

Que si ma tendre odeur grise ta tête creuse,

Ô Mort, respire enfin cette esclave de roi :

Appelle-moi, délie !… Et désespère-moi,

De moi-même si lasse, image condamnée !

Écoute… N’attends plus… La renaissante année

À tout mon sang prédit de secrets mouvements :

Le gel cède à regret ses derniers diamants…

Demain, sur un soupir des Bontés constellées,

Le printemps vient briser les fontaines scellées :

L’étonnant printemps rit, viole… On ne sait d’où

Venu ? Mais la candeur ruisselle à mots si doux

Qu’une tendresse prend la terre à ses entrailles…

Les arbres regonflés et recouverts d’écailles

Chargés de tant de bras et de trop d’horizons,

Meuvent sur le soleil leurs tonnantes toisons,

Montent dans l’air amer avec toutes leurs ailes

De feuilles par milliers qu’ils se sentent nouvelles…

N’entends-tu pas frémir ces noms aériens,

Ô Sourde !… Et dans l’espace accablé de liens,

Vibrant de bois vivace infléchi par la cime,

Pour et contre les dieux ramer l’arbre unanime,

La flottante forêt de qui les rudes troncs

Portent pieusement à leurs fantasques fronts,

Aux déchirants départs des archipels superbes,

Un fleuve tendre, ô Mort, et caché sous les herbes ?

 

 

Quelle résisterait, mortelle, à ces remous ?

Quelle mortelle ?

                                     Moi si pure, mes genoux

Pressentent les terreurs de genoux sans défense…

L’air me brise. L’oiseau perce de cris d’enfance

Inouïs… l’ombre même où se serre mon cœur,

Et, roses ! mon soupir vous soulève, vainqueur

Hélas ! des bras si doux qui ferment la corbeille…

Oh ! parmi mes cheveux pèse d’un poids d’abeille,

Plongeant toujours plus ivre au baiser plus aigu,

Le point délicieux de mon jour ambigu…

Lumière !… Ou toi, la Mort ! Mais le plus prompt me prenne !…

Mon cœur bat ! mon cœur bat ! Mon sein brûle et m’entraîne !

Ah ! qu’il s’enfle, se gonfle et se tende, ce dur

Très doux témoin captif de mes réseaux d’azur…

Dur en moi… mais si doux à la bouche infinie !…

 

Chers fantômes naissants dont la soif m’est unie,

Désirs ! Visages clairs !… Et vous, beaux fruits d’amour,

Les dieux m’ont-ils formé ce maternel contour

Et ces bords sinueux, ces plis et ces calices,

Pour que la vie embrasse un autel de délices,

Où mêlant l’âme étrange aux éternels retours,

La semence, le lait, le sang coulent toujours ?

Non ! L’horreur m’illumine, exécrable harmonie !

Chaque baiser présage une neuve agonie…

Je vois, je vois flotter, fuyant l’honneur des chairs

Des mânes impuissants les millions amers…

Non, souffles ! Non, regards, tendresses… mes convives,

Peuple altéré de moi suppliant que tu vives,

Non, vous ne tiendrez pas de moi la vie !… Allez,

Spectres, soupirs la nuit vainement exhalés,

Allez joindre des morts les impalpables nombres !

Je n’accorderai pas la lumière à des ombres,

Je garde loin de vous, l’esprit sinistre et clair…

Non I Vous ne tiendrez pas de mes lèvres l’éclair !…

Et puis… mon cœur aussi vous refuse sa foudre.

J’ai pitié de nous tous, ô tourbillons de poudre !

 

Grands Dieux ! Je perds en vous mes pas déconcertés !

Je n’implorerai plus que tes faibles clartés,

Longtemps sur mon visage envieuse de fondre,

Très imminente larme, et seule à me répondre,

Larme qui fais trembler à mes regards humains

Une variété de funèbres chemins ;

Tu procèdes de l’âme, orgueil du labyrinthe.

Tu me portes du cœur cette goutte contrainte,

Cette distraction de mon suc précieux

Qui vient sacrifier mes ombres sur mes yeux,

Tendre libation de l’arrière-pensée !

D’une grotte de crainte au fond de moi creusée

Le sel mystérieux suinte muette l’eau.

D’où nais-tu ? Quel travail toujours triste et nouveau

Te tire avec retard, larme, de l’ombre amère ?

Tu gravis mes degrés de mortelle et de mère,

Et déchirant ta route, opiniâtre faix,

Dans le temps que je vis, les lenteurs que tu fais

M’étouffent… Je me tais, buvant ta marche sûre…

— Qui t’appelle au secours de ma jeune blessure ?

 

Mais blessures, sanglots, sombres essais, pourquoi ?

Pour qui, joyaux cruels, marquez-vous ce corps froid,

Aveugle aux doigts ouverts évitant l’espérance !

Où va-t-il, sans répondre à sa propre ignorance,

Ce corps dans la nuit noire étonné de sa foi ?

Terre trouble… et mêlée à l’algue, porte-moi,

Porte doucement moi… Ma faiblesse de neige

Marchera-t-elle tant qu’elle trouve son piège ?

Où traîne-t-il, mon cygne, où cherche-t-il son vol ?

… Dureté précieuse… O sentiment du sol,

Mon pas fondait sur toi l’assurance sacrée !

Mais sous le pied vivant qui tâte et qui la crée

Et touche avec horreur à son pacte natal,

Cette terre si ferme atteint mon piédestal.

Non loin, parmi ces pas, rêve mon précipice…

L’insensible rocher, glissant d’algues, propice

À fuir, (comme en soi-même ineffablement seul),

Commence… Et le vent semble au travers d’un linceul

Ourdir de bruits marins une confuse trame,

Mélange de la lame en ruine, et de rame…

Tant de hoquets longtemps, et de râles heurtés,

Brisés, repris au large… et tous les sorts jetés

Éperdument divers roulant l’oubli vorace…

 

Hélas ! de mes pieds nus qui trouvera la trace

Cessera-t-il longtemps de ne songer qu’à soi ?

 

Terre trouble, et mêlée à l’algue, porte-moi !

 

 

Mystérieuse MOI, pourtant, tu vis encore !

Tu vas te reconnaître au lever de l’aurore

Amèrement la même…

                                            Un miroir de la mer

Se lève… Et sur la lèvre, un sourire d’hier

Qu’annonce avec ennui l’effacement des signes,

Glace dans l’orient déjà les pâles lignes

De lumière et de pierre, et la pleine prison

Où flottera l’anneau de l’unique horizon…

Regarde : un bras très pur est vu, qui se dénude.

Je te revois, mon bras… Tu portes l’aube…

                                                           Ô rude

Réveil d’une victime inachevée… et seuil

Si doux… si clair, que flatte, affleurement d’écueil,

L’onde basse, et que lave une houle amortie !…

L’ombre qui m’abandonne, impérissable hostie,

Me découvre vermeille à de nouveaux désirs,

Sur le terrible autel de tous mes souvenirs.

 

Là, l’écume s’efforce à se faire visible ;

Et là, titubera sur la barque sensible

À chaque épaule d’onde, un pêcheur éternel.

Tout va donc accomplir son acte solennel

De toujours reparaître incomparable et chaste,

Et de restituer la tombe enthousiaste

Au gracieux état du rire universel.

 

 

Salut ! Divinités par la rose et le sel,

Et les premiers jouets de la jeune lumière,

Iles !… Ruches bientôt, quand la flamme première

Fera que votre roche, îles que je prédis,

Ressente en rougissant de puissants paradis ;

Cimes qu’un feu féconde à peine intimidées,

Bois qui bourdonnerez de bêtes et d’idées,

D’hymnes d’hommes comblés des dons du juste éther,

Iles ! dans la rumeur des ceintures de mer,

Mères vierges toujours, même portant ces marques,

Vous m’êtes à genoux de merveilleuses Parques :

Rien n’égale dans l’air les fleurs que vous placez,

Mais, dans la profondeur, que vos pieds sont glacés !

 

 

De l’âme les apprêts sous la tempe calmée,

Ma mort, enfant secrète et déjà si formée,

Et vous, divins dégoûts qui me donniez l’essor,

Chastes éloignements des lustres de mon sort,

Ne fûtes-vous, ferveur, qu’une noble durée ?

Nulle jamais des dieux plus près aventurée

N’osa peindre à son front leur souffle ravisseur,

Et de la nuit parfaite implorant l’épaisseur,

Prétendre par la lèvre au suprême murmure…

 

Je soutenais l’éclat de la mort toute pure

Telle j’avais jadis le soleil soutenu…

Mon corps désespéré tendait le torse nu

Où l’âme, ivre de soi, de silence et de gloire,

Prête à s’évanouir de sa propre mémoire,

Écoute, avec espoir, frapper au mur pieux

Ce cœur, — qui se ruine à coups mystérieux,

Jusqu’à ne plus tenir que de sa complaisance

Un frémissement fin de feuille, ma présence…

 

Attente vaine, et vaine… Elle ne peut mourir

Qui devant son miroir pleure pour s’attendrir.

 

 

Ô n’aurait-il fallu, folle, que j’accomplisse

Ma merveilleuse fin de choisir pour supplice

Ce lucide dédain des nuances du sort ?

Trouveras-tu jamais plus transparente mort

Ni de pente plus pure où je rampe à ma perte

Que sur ce long regard de victime entr’ouverte,

Pâle, qui se résigne et saigne sans regret ?

Que lui fait tout le sang qui n’est plus son secret ?

Dans quelle blanche paix cette pourpre la laisse,

A l’extrême de l’être, et belle de faiblesse !

Elle calme le temps qui la vient abolir,

Le moment souverain ne la peut plus pâlir,

Tant la chair vide baise une sombre fontaine !…

Elle se fait toujours plus seule et plus lointaine…

Et moi, d’un tel destin, le cœur toujours plus près,

Mon cortège, en esprit, se berçait de cyprès…

Vers un aromatique avenir de fumée,

Je me sentais conduite, offerte et consumée,

Toute, toute promise aux nuages heureux !

Même, je m’apparus cet arbre vaporeux,

De qui la majesté légèrement perdue

S’abandonne à l’amour de toute l’étendue.

L’être immense me gagne, et de mon cœur divin

L’encens qui brûle expire une forme sans fin…

Tous les corps radieux tremblent dans mon essence !...

 

Non, non !… N’irrite plus cette réminiscence !

Sombre lys ! Ténébreuse allusion des cieux,

Ta vigueur n’a pu rompre un vaisseau précieux…

Parmi tous les instants tu touchais au suprême…

— Mais qui l’emporterait sur la puissance même,

Avide par tes yeux de contempler le jour

Qui s’est choisi ton front pour lumineuse tour ?

 

Cherche, du moins, dis-toi, par quelle sourde suite

La nuit, d’entre les morts, au jour t’a reconduite ?

Souviens-toi de toi-même, et retire à l’instinct

Ce fil (ton doigt doré le dispute au matin),

Ce fil dont la finesse aveuglément suivie

Jusque sur cette rive a ramené ta vie…

Sois subtile… cruelle… ou plus subtile !… Mens

Mais sache !… Enseigne-moi par quels enchantements

Lâche que n’a su fuir sa tiède fumée,

Ni le souci d’un sein d’argile parfumée,

Par quel retour sur toi, reptile, as-tu repris

Tes parfums de caverne et tes tristes esprits ?

 

 

Hier la chair profonde, hier, la chair maîtresse

M’a trahie… Oh ! sans rêve, et sans une caresse !…

Nul démon, nul parfum ne m’offrit le péril

D’imaginaires bras mourant au col viril ;

Ni, par le Cygne-Dieu, de plumes offensée

Sa brûlante blancheur n’effleura ma pensée…

 

Il eût connu pourtant le plus tendre des nids !

Car toute à la faveur de mes membres unis,

Vierge, je fus dans l’ombre une adorable offrande…

Mais le sommeil s’éprit d’une douceur si grande,

Et nouée à moi-même au creux de mes cheveux,

J’ai mollement perdu mon empire nerveux.

Au milieu de mes bras, je me suis faite une autre…

Qui s’aliène ?… Qui s’envole ?… Qui se vautre ?…

À quel détour caché, mon cœur s’est-il fondu ?

Quelle conque a redit le nom que j’ai perdu ?

Le sais-je, quel reflux traître m’a retirée

De mon extrémité pure et prématurée,

Et m’a repris le sens de mon vaste soupir ?

Comme l’oiseau se pose, il fallut m’assoupir.

 

Ce fut l’heure, peut-être, où la devineresse

Intérieure s’use et se désintéresse :

Elle n’est plus la même… Une profonde enfant

Des degrés inconnus vainement se défend,

Et redemande au loin ses mains abandonnées.

Il faut céder aux vœux des mortes couronnées

Et prendre pour visage un souffle…

                                                                 Doucement,

Me voici : mon front touche à ce consentement…

Ce corps, je lui pardonne, et je goûte à la cendre.

Je me remets entière au bonheur de descendre,

Ouverte aux noirs témoins, les bras suppliciés,

Entre des mots sans fin, sans moi, balbutiés…

Dors, ma sagesse, dors. Forme-toi cette absence ;

Retourne dans le germe et la sombre innocence.

Abandonne-toi vive aux serpents, aux trésors…

Dors toujours ! Descends, dors toujours ! Descends, dors, dors !

(La porte basse c’est une bague… où la gaze

Passe… Tout meurt, tout rit dans la gorge qui jase…

L’oiseau boit sur ta bouche et tu ne peux le voir…

Viens plus bas, parle bas… Le noir n’est pas si noir…)

 

 

Délicieux linceuls, mon désordre tiède,

Couche où je me répands, m’interroge et me cède,

Où j’allai de mon cœur noyer les battements,

Presque tombeau vivant dans mes appartements,

Qui respire, et sur qui l’éternité s’écoute,

Place pleine de moi qui m’avez prise toute,

Ô forme de ma forme et la creuse chaleur

Que mes retours sur moi reconnaissaient la leur,

Voici que tant d’orgueil qui dans vos plis se plonge

À la fin se mélange aux bassesses du songe !

Dans vos nappes, où lisse elle imitait sa mort

L’idole malgré soi se dispose et s’endort,

Lasse femme absolue, et les yeux dans ses larmes,

Quand, de ses secrets nus les antres et les charmes,

Et ce reste d’amour qui se gardait le corps

Corrompirent sa perte et ses mortels accords.

Arche toute secrète, et pourtant si prochaine,

Mes transports, cette nuit, pensaient briser ta chaîne ;

Je n’ai fait que bercer de lamentations

Tes flancs chargés de jour et de créations !

Quoi ! mes yeux froidement que tant d’azur égare

Regardent là périr l’étoile fine et rare,

Et ce jeune soleil de mes étonnements

Me paraît d’une aïeule éclairer les tourments,

Tant sa flamme aux remords ravit leur existence,

Et compose d’aurore une chère substance

Qui se formait déjà substance d’un tombeau !…

Ô, sur toute la mer, sur mes pieds, qu’il est beau !

Tu viens !… Je suis toujours celle que tu respires,

Mon voile évaporé me fuit vers tes empires…

 

… Alors, n’ai-je formé, vains adieux si je vis,

Que songes ?… Si je viens, en vêtements ravis,

Sur ce bord, sans horreur, humer la haute écume,

Boire des yeux l’immense et riante amertume,

L’être contre le vent, dans le plus vif de l’air,

Recevant au visage un appel de la mer ;

Si l’âme intense souffle, et renfle furibonde

L’onde abrupte sur l’onde abattue, et si l’onde

Au cap tonne, immolant un monstre de candeur,

Et vient des hautes mers vomir la profondeur

Sur ce roc, d’où jaillit jusque vers mes pensées

Un éblouissement d’étincelles glacées,

Et sur toute ma peau que morde l’âpre éveil,

Alors, malgré moi-même, il le faut, ô Soleil,

Que j’adore mon cœur où tu te viens connaître,

Doux et puissant retour du délice de naître,

Feu vers qui se soulève une vierge de sang

Sous les espèces d’or d’un sein reconnaissant !