lunes, 2 de junio de 2025

Léon Bloy: La Medusa Astruc

Léon Bloy escribió La Méduse-Astruc, primero de sus poemas en prosa, inspirándose en el busto de Barbey d'Aurevilly realizado por el escultor Zacharie Astruc, que sería más tarde el modelo de Gacougnol, personaje de su novela La Femme Pauvre (La mujer pobre). Bloy encontraba que dicho busto tenía los ojos de Medusa, lo que explica el título de su texto.

Una vez escrito su poema, se lo envió a Barbey d'Aurevilly, entonces en Valognes, quien le agradeció enviándole una carta elogiosa y llena de igualmente laudatorias notas marginales.

Bloy, halagado, hizo con la carta, las observaciones y su poema, una edición artesanal que repartió entre sus amigos. Es la versión que hemos utilizado para nuestra traducción, en la que omitimos la carta de Barbey y las notas.

El poema, posteriormente, no fue recogido por la viuda de Bloy, Jeanne Molbech, en su edición de los Poemas en prosa de Bloy, por lo que la presente traducción vale como complemento a la edición de dicho libro hecha por Ediciones De LaMirándola.


LA MEDUSA ASTRUC

XII

Durante la última guerra oí, una noche, un grito terrible. Nos estábamos alejando del campo de batalla y la jornada, como de costumbre, no había sido afortunada. Dejábamos a nuestras espaldas a algunos camaradas moribundos que no podíamos llevar con nosotros en la desbandada, y que la muerte, más afortunada que nosotros, debía llevarse en su victoria. La nieve caía al mismo tiempo que la noche y mezclaba la melancolía de su blancura a la negra melancolía del día agonizante. El campo, a lo lejos, estaba lleno de trampas y amenazas, y nosotros avanzábamos, callados y sombríos, a través de un lóbrego bosque sin follaje, alrededor del cual humeaba aún la llanura trágica, ebria, aquella noche, de la sangre de Francia. Una tristeza pesada y negra —como un presentimiento de muerte exhalado por la boca abierta de los muertos— se extendía sobre nosotros y nos envolvía irresistiblemente. ¡Momentos temibles! ¡¡¡Horas pánicas de la Guerra, en las que los más altivos corajes se aflojan y se hunden, después del tumulto y las tormentosas agitaciones de la cólera, en un sordo y latente pensamiento de terror!!! De pronto —cuando ya la noche había acabado de tender sobre nuestras cabezas su más sombrío manto—, un grito, un solo grito, más aterrador que todos los espectros que hubiesen podido aparecérsenos —¡el grito de un Dolor supremo que pare una Muerte desesperada!—, se dejó oír junto a nosotros, en aquellas tinieblas palpables que nuestros ojos desmesuradamente abiertos ya no eran capaces de atravesar. ¡Y el efecto de aquel clamor solitario fue tan terrible y tan repentino que nuestra columna entera recibió instantáneamente su impacto y se dio vuelta!… ¡¡como si la Muerte misma hubiera pasado por allí y como si hubiera sido necesario que escoltásemos hasta el fondo de los infiernos a aquella Reina de los Espantos!! Hoy recuerdo los terrores de aquella noche espantosa y vuelvo a oír aquel grito, ¡aquel grito inolvidable, de una angustia sobrenatural! Está en mí, de ahora en adelante, como la realidad exterior y sensible de los sueños más desgarradores del Dolor, pero también como una expresión acabada de los pensamientos y los sentimientos más elevados, cuando alcanzan una excepcional intensidad y ya no hay palabras terrenales para formularlos. ¡Las tormentas interiores del alma humana —¿quién podría, en efecto, ignorarlo?—, los dolores y las alegrías inmensas, la Admiración, el Amor supremos, todos los sentimientos excesivos —todo lo que nos desarraiga de la tierra para aplastarnos contra las puertas de zafiro de la eterna patria de los cielos—, todo eso es inexpresable en un lenguaje articulado y docto, pero, a falta de todo lenguaje, el grito permanece, el grito supremo, verbo único del corazón, en el que el alma apasionada todavía puede precipitarse, cuando está demasiado conmocionada y ya no es capaz de contenerse!

XIII

El Dolor, que tanto hace gritar a los pobres hombres y que éstos tan poéticamente han tildado de cruel, aun cuando no los agobiaba, el Dolor dispone de un poder tan grande, en su gobierno misericordioso, que es nuestra medida y nuestro peso —nuestro mérito y nuestra única esperanza, en esas sombras formidables que nos llegan en la agonía y nos envuelven cuando empezamos a resistirnos en el sepulcro. El Dolor lo es todo en la vida, y, porque lo es todo, extraemos de él, como del inagotable girón de Dios, todos los tipos de nuestros pensamientos y todas la formas superiores de la Verdad. Por eso, la expresión suprema del Dolor —¡el GRITO!— es también la expresión de la alegría suprema y del amor que ya no tiene medida, ¡ya sea el amor terrenal o el divino Amor, la alegría del cielo o la alegría del infierno! Y cuando los Poetas —esas águilas consumadas en el cielo del amor— se esfuerzan por cantar como la tierra jamás ha cantado, su alma se eleva y se escapa de ellos, como el grito trágico de aquel pobre soldado que agonizaba en las tinieblas, y es entonces cuando son tan sublimes y se adueñan tan despóticamente de nuestros corazones! El viejo Homero gritaba, sumido en las tinieblas de su clarividente ceguera, Esquilo gritaba, y Dante también y tú, gran Shakespeare, ¡¡qué clamores lanzaron ustedes, capaces de hacer caer las inmóviles estrellas de ese cielo ardiente del que apenas descendían sus almas!!… Pero el más altivo de todos, el Grande entre los más grandes, ¡Blaise Pascal, en fin!, ¿qué hizo toda su vida sino gritar y eructar su corazón hacia Dios, con los esfuerzos espantosos de su genio pascaliano en lucha con el infernal genio de la Desesperación?

LÉON BLOY

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán


XII

Pendant la dernière guerre, j’entendis, un soir, un cri terrible. On s’éloignait du champ de bataille et la journée, selon l’ordinaire, n’avait point été heureuse. On laissait derrière soi quelques camarades mourants qu’il n’était pas possible d’emporter dans la déroute et que la mort, plus heureuse que nous, devait emporter dans sa victoire. La neige tombait en même temps que la nuit et mêlait la mélancolie de sa blancheur à la noire mélancolie du jour expirant. La campagne, au loin, était pleine d’embûches et de menaces et nous allions, silencieux et sombres, à travers un morne bois dépouillé, autour duquel fumait encore la plaine tragique, saoûle, ce soir là, du sang de la France. Une tristesse pesante et noire, — comme un pressentiment de mort exhalé de la bouche ouverte des morts, — s’étendait sur nous et nous enveloppait invinciblement. Moments redoutables ! heures paniques de la Guerre où les plus fiers courages se détendent et s’affaissent, après le tumulte et les orageuses agitations de la colère dans une sourde et latente pensée de terreur !!! Tout-à-coup, — la nuit ayant achevé de dérouler sur nos têtes son plus sombre manteau, — un cri, un seul cri, plus effrayant que tous les spectres qui eussent pu nous apparaître, — le cri d’une Douleur suprême accouchant d’une Mort désespérée ! — se fit entendre à côté de nous, dans ces ténèbres palpables que nos yeux démesurément ouverts n’avaient plus la force de pénétrer : Et l’effet de cette clameur solitaire fut si terrible et si soudain que notre colonne toute entière en reçut instantanément la commotion et se retourna !... comme si la Mort elle-même avait passé là et comme s’il avait fallu que nous escortassions jusqu’au fond des enfers, cette Reine des Épouvantements !! — Aujourd’hui, je me souviens des terreurs de cette nuit épouvantable et ce cri, cet inoubliable cri, d’une angoisse presque surnaturelle, je l’entends encore ! Il est en moi désormais, comme la réalité extérieure et sensible des rêves les plus poignants de la Douleur, mais aussi, comme une expression accomplie des pensées et des sentiments les plus hauts, quand ils atteignent à une exceptionnelle intensité et qu’il n’y a plus de paroles terrestres pour les formuler. Les orages intérieurs de l’âme humaine, — qui donc, en effet, pourrait l’ignorer ! — les douleurs et les joies immenses, l’Admiration, l’Amour suprêmes, tous les sentiments excessifs, — tout ce qui nous déracine de la terre pour nous écraser contre les portes de saphir de l’éternelle patrie des cieux, — tout cela est inexprimable en un langage articulé et savant, mais, à défaut de tous les langages, le cri reste toujours, le suprême cri, verbe unique du cœur, où l’âme éperdue peut encore se précipiter, quand elle est par trop bouleversée et qu’elle n’est plus capable de se contenir !

XIII

La Douleur qui fait tant crier les pauvres hommes et qu’ils ont si poétiquement traitée de cruelle alors même qu’elle ne les accablait pas, la Douleur dispose d’un si grand pouvoir, dans son gouvernement miséricordieux, qu’elle est notre mesure et notre poids, — notre mérite et notre seul espoir, dans ces ombres formidables qui nous arrivent à l’agonie et qui nous enveloppent quand nous commençons de broncher dans le tombeau. La Douleur est tout dans la vie, et parce qu’elle est tout, nous puisons en elle comme dans l’inépuisable giron de Dieu, tous les types de nos pensées et toutes les formules supérieures de la Vérité. À cause de cela, l’expression suprême de la Douleur, — le CRI ! — est aussi l’expression de la joie suprême et de l’amour qui n’a plus de mesure, que ce soit l’amour terrestre ou le divin Amour, la joie du ciel ou la joie de l’enfer ! Et lorsque les Poëtes, — ces aigles consumés dans le ciel de l’amour, — s’efforcent de chanter comme la terre n’a jamais chanté, leur âme s’élance et s’échappe d’eux, comme le cri tragique de ce pauvre soldat mourant dans les ténèbres, et c’est alors qu’ils sont si sublimes et qu’ils s’emparent si despotiquement de nos cœurs ! Le vieil Homère criait, dans les ténèbres de sa clairvoyante cécité, Eschyle criait, et le Dante aussi et toi, grand Shakespeare ! ne poussâtes-vous pas des clameurs à faire tomber les immobiles étoiles de ce ciel brûlant d’où vos âmes descendaient à peine !!.. Mais le plus fier de tous, le Grand, parmi les plus grands, Blaise Pascal, enfin ! qu’a-t-il fait toute sa vie, sinon de crier et d’éructer son cœur vers Dieu, dans les efforts épouvantables de son génie pascalien aux prises avec l’infernal génie du Désespoir ?