viernes, 15 de mayo de 2009

Arnauld d´Andilly y Teresa de Jesús 2



ROBERT ARNAULD D´ANDILLY

Libro de la Vida. Capítulo II.

Trata cómo fue perdiendo estas virtudes, y lo que importa en la niñez tratar con personas virtuosas.

Paréceme que comenzó a hacerme mucho daño lo que ahora diré. Considero algunas veces cuán mal lo hacen los padres que no procuran que vean sus hijos siempre cosas de virtud de todas maneras; porque con serlo tanto mi madre, como he dicho, de lo bueno no tomé tanto en llegando a uso de razón, ni casi nada, y lo malo me dañó mucho. Era aficionada a libros de cavallerías y no tan mal tomava este pasatiempo como yo le tomé para mí; porque no perdía su lavor, sino desenvolvíamonos para leer en ellos. Y por ventura lo hacía para no pensar en grandes travajos que tenía, y ocupar sus hijos que no anduviesen en otras cosas perdidos. De esto le pesava tanto a mi padre, que se havía de tener aviso a que no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos, y aquella pequeña falta que en ella vi, me comenzó a enfriar los deseos y comenzar a faltar en lo demás; y parecíame no era malo, con gastar muchas horas de el día y de la noche en tan vano ejercicio, anque ascondida de mi padre. Era tan en estremo lo que en esto me embevía, que si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento.

Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cavello, y olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas por ser muy curiosa. No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por mí. Durome mucha curiosidad de limpieza demasiada, y cosas que me parecía a mí no eran ningún pecado, muchos años. Ahora veo cuán malo devía ser.

Tenía primos hermanos algunos, que en casa de mi padre no tenían otros cabida para entrar, que era muy recatado, y pluguiera a Dios que lo fuera de éstos también; porque ahora veo el peligro que es tratar, en la edad que se han de comenzar a criar virtudes, con personas que no conocen la vanidad de el mundo, sino que antes despiertan para meterse en él. Eran casi de mi edad, poco mayores que yo. Andávamos siempre juntos; teníanme gran amor, y en todas las cosas que les dava contento los sustentaba plática, y oía sucesos de sus aficiones y niñerías nonada buenas; y lo que peor fue, mostrarse el alma a lo que fue causa de todo su mal.

Si yo huviera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos; porque aquí está mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor, que a lo mijor. Ansí me acaeció a mí, que tenía una hermana de mucha más edad que yo, de cuya honestidad y bondad, que tenía mucha, de ésta no tomava nada, y tomé todo el daño de una parienta que tratava mucho en casa. Era de tan livianos tratos, que mi madre la había mucho procurado desviar que tratase en casa (parece que adevinaba el mal que por ella me havía de venir), y era tanta la ocasión que havía para entrar, que no havía podido.

A esta que digo, me aficioné a tratar. Con ella era mi conversación, y pláticas, porque me ayudava a todas las cosas de pasatiempo que yo quería, y an me ponía en ellas y dava parte de sus conversaciones, y vanidades. Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años, y creo que más (para tener amistad conmigo, digo, y darme parte de sus cosas), no me parece había dejado a Dios por culpa mortal ni perdido el temor de Dios, anque le tenía mayor de la honra. Éste tuvo fuerza para no la perder del todo; ni me parece por ninguna cosa del mundo en esto me podía mudar, ni había amor de persona dél, que a esto me hiciese rendir. Ansí tuviera fortaleza en no ir contra la honra de Dios, como me la daba mi natural, para no perder en lo que me parecía a mí está la honra del mundo; y no miraba que la perdía por otras muchas vías. En querer esta vanamente, tenía extremo; los medios que eran menester para guardarla, no ponía ninguno; solo para no perderme del todo, tenía gran miramiento.

Mi padre, y hermana sentían mucho esta amistad, reprendíanmela muchas veces; como no podían quitar la ocasión de entrar ella en casa, no les aprovechaban sus diligencias; porque mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha.

Espántame algunas veces el daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por ello, no lo pudiera creer, en especial en tiempo de mocedad debe ser mayor el mal que hace: querría escarmentasen en mí los padres, para mirar mucho en esto. Y es ansí, que de tal manera me mudó esta conversación, que de natural, y alma virtuosos, no me dejó casi ninguno: y me parece me imprimía sus condiciones ella, y otra que tenía la misma manera de pasatiempos.

Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía: y tengo por cierto, que si tratara en aquella edad con personas virtuosas, que estuviera entera en la virtud; porque si en esta edad tuviera quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando fuerzas el alma para no caer. Después quitado este temor del todo, quedome solo el de la honra, que en todo lo que hacía, me traía atormentada. Con pensar que no se había de saber, me atrevía a muchas cosas bien contra ella, y contra Dios.

Al principio dañáronme las cosas dichas, a lo que me parece, y no debía ser suya la culpa, sino mía; porque después mi malicia para el mal bastaba, junto con tener criadas, que para todo mal hallaba en ellas buen aparejo: que si alguna fuera en aconsejarme bien, por ventura me aprovechara; mas el interés las cegaba, como a mí la afición. Y pues nunca era inclinada a mucho mal, porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecía, sino a pasatiempos de buena conversación; mas puesta en la ocasión, estaba en la mano el peligro, y ponía en él a mi padre, y hermanos; de los cuales me libró Dios, de manera que se parece bien procuraba ser tan secreto, que no hubiese harta quiebra de mi honra, y, sospecha en mi padre. Porque no me parece había tres meses que andaba en estas vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este lugar, a donde se criaban personas semejantes, aunque no tan ruines en costumbres como yo: y esto con tan gran disimulación, que sola yo, y algún deudo lo supo; porque aguardaron a coyuntura que no pareciese novedad; porque haberse mi hermana casado, y quedar sola sin madre, no era bien.

Era tan demasiado el amor que mi padre, me tenía, y la mucha disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí, y ansí no quedó en desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo, aunque se entendiese algo, no debía ser dicho con certinidad; porque como yo tenía tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo, a quien todo lo ve. ¡Oh Dios mío, qué daño hace en el mundo tener esto en poco, y pensar que ha de haber cosa secreta, que sea contra vos! Tengo por cierto, que se excusarían grandes males, si entendiésemos, que no está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en no nos guardar de descontentaros a vos.

Los primeros ocho días sentí mucho, y más la sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía, que no de estar allí; porque, ya no andaba cansada, y no dejaba de tener gran temor de Dios cuando le ofendía y procuraba confesarme con brevedad.

Traía un desasosiego, que en ocho días, y aun creo en menos, estaba muy más contenta que en casa de mi padre. Todas lo estaban conmigo, porque en esto me daba el Señor gracia, en dar contento a donde quiera que estuviese, y ansí era muy querida; y puesto que yo estaba entonces ya enemiguísima de ser monja, holgábame de ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de gran honestidad, y religión, y recatamiento.

An con todo esto no me dejaba el demonio de tentar, y buscar los de fuera como me desasosegar con recaudos. Como no había lugar, presto se acabó, y comenzó mi alma a tornarse a acostumbrar en el bien de mi primera edad, y vi la gran merced que hace Dios a quien pone en compañía de buenos. Paréceme andaba su Majestad mirando, y remirando por donde me podía tornar a sí. Bendito seáis vos, Señor, que tanto me habéis sufrido. Amén.

Una cosa tenía, que parece me podía ser alguna disculpa, si no tuviera tantas culpas; y es, que era el trato con quien por vía de casamiento me parecía podía acabar en bien, e informada de con quien me confesaba, y de otras personas, en muchas cosas me decían no iba contra Dios.

Dormía una monja con las que estábamos seglares, que por medio suyo parece quiso el Señor comenzar a darme luz, como ahora diré.

Libro de la Vida. Capítulo I.

TERESA DE AHUMADA Y CEPEDA, por Federico Jiménez Losantos y Ayanta Barilli.



Livre de la Vie. Chapitre II.

Préjudice que reçut la Sainte de la conversation d´une des ses parentes. Combien il importe de ne fréquenter que des personnes vertueuses. On la met en pension dans un monastère.

Il me semble que ce que je vais rapporter me nuisit beaucoup, et il me fait quelquefois considérer combien grande est la faute des pères et des mères qui ne prennent pas soin d´empêcher leurs enfants de rien voir qui ne les puisse porter à la vertu. Car ma mère étant telle que je l´ai dit, tant de bonnes qualités que je voyais en elle firent peu d´impression sur mon esprit lors que je commençai à devenir raisonnable, et ce qu´elle avait de défectueux me fit grand tort. Elle prenait plaisir à lire des romans ; et ce divertissement ne lui faisait pas tant de mal qu´à moi. Car elle ne laissait pas de prendre tout le soin qu´elle devait avoir de sa famille ; et peut-être ne le faisait-elle que pour occuper ses enfants, afin de les empêcher de penser à d´autres choses qui auraient été capables de les perdre. Mais nous oubliions nos autres devoirs pour ne penser qu´à cela seul. Mon père le trouvait si mauvais qu´il fallait bien prendre garde qu´il ne s´en aperçut pas. Je m´appliquai donc entièrement à une si dangereuse lecture ; et cette faute que l´exemple de ma mère me fit faire causa tant de refroidissement dans mes bons désirs qu´elle m´en fit commettre beaucoup d´autres. Il me semblait qu´il n´y avait point de mal à employer plusieurs heures du jour et de la nuit à une occupation si vaine sans que mon père la sue, et ma passion pour cela était si grande que je ne trouvais de contentement qu´à lire quelqu´un de ces livres que je n´eusse point encore vu.

Je commençai de prendre plaisir à m’ajuster et à désirer de paraître bien ; j’avais un grand soin de mes mains et de ma coiffure ; j’aimais les parfums et toutes les autres vanités, et comme j’étais fort curieuse je n’en manquais pas. Mon intention n’était pas mauvaise ; et je n’aurais pas voulu être cause que quelqu’un offensât Dieu pour l’amour de moi. Je demeurai durant plusieurs années dans cette excessive curiosité sans comprendre qu’il y eut du péché, mais je vois bien maintenant qu’il était fort grand.

Comme mon père était extrêmement prudent, il ne permettait l’entrée de la maison qu’à ses neveux, mes cousins germains ; et plût à Dieu qu’il la leur eût refusée aussi bien qu’aux autres. Car je connais maintenant quel est le péril, dans un âge où l’on doit commencer à se former à la vertu, de converser avec des personnes qui non seulement ne connaissent point combien la vanité du monde est méprisable mais qui portent les autres à l’aimer. Ces parents dont je parle n’étaient qu’un peu plus âgés que moi ; nous étions toujours ensemble, ils m’aimaient extrêmement, mon entretient leur était très agréable, ils me parlaient du succès de leurs inclinations et de leurs folies, et qui pis est j’y prenais plaisir, ce qui fut la cause de tout mon mal.

Que si j’avais à donner conseil aux pères et aux mères, je les exhorterais de prendre bien garde de ne laisser voir à leurs enfants à cet âge que ceux dont la compagnie peut leur être utile ; rien n’étant plus important à cause que notre naturel nous porte plutôt au mal qu’au bien. Je le sais par ma propre expérience. Car ayant une sœur plus âgée que moi, fort sage et fort vertueuse, je ne profitai point de son exemple, et je reçu un grand préjudice des mauvaises qualités d’une de mes parentes qui venait souvent nous voir. Comme si ma mère qui connaissait la légèreté de mon esprit eût prévu le dommage qu’elle me devait causer, il n’y avait rien qu’elle n’eût fait pour lui fermer l’entrée de sa maison, mais elle ne le put à cause du prétexte qu’elle avait d’y venir.

Je m’affectionnai extrêmement à elle, et ne me lassais point de l’entretenir parce qu’elle contribuait à mes divertissements et me rendait compte de toutes les occupations que lui donnait la vanité. Je veux croire qu’elle n’avait point d’autre dessein dans nôtre amitié que de satisfaire son inclination pour moi et le plaisir qu’elle prenait à me parler des choses qui la touchaient. J’arrivai enfin à ma quatorzième année ; et il me semble que durant ce temps je n’offensai point Dieu mortellement, ni ne perdis point la crainte, mais j’en avais davantage de manquer à ce que l’honneur du monde oblige. Cette crainte était si forte en moi qu’il me paraît que rien n’aurait été capable de me la faire perdre. Que j’aurais été heureuse si j’avais toujours eu une aussi ferme résolution de ne faire jamais rien de contraire à l’honneur de Dieu ! Mais je ne prenais pas garde que je perdais par plusieurs autres voies cet honneur que j’avais tant de passion de conserver, parce qu’au lieu de me servir des moyens nécessaires pour cela, j’avais seulement un extrême soin de ne rien faire contre ce qui peut ternir la réputation d’une personne de mon sexe.

Mon père et ma sœur voyaient avec un sensible déplaisir l’amitié que j’avais pour cette parente, et me témoignaient souvent de la point approuver. Mais comme ils ne pouvaient lui défendre l’entrée de la maison leurs sages remontrances m’étaient inutiles, et il ne se pouvait rien ajouter à mon adresse pour réussir dans les choses où je m’engageais si imprudemment.

Je ne saurais penser sans étonnement au préjudice qu’apporte une mauvaise compagnie, et je ne le pourrais croire si je ne l’avais éprouvé, principalement, dans une si grande jeunesse. Je souhaiterais que mon exemple pût servir aux pères et aux mères pour leur faire veiller attentivement sur leurs enfants, car il est vrai que la conversation de cette parente me changea de telle sorte que l’on ne reconnaissait plus en moi aucune marque des inclinations vertueuses que mon naturel me donnait, et qu’elle et une autre qui était de son humeur m’inspirèrent les mauvaises idées qu’elles avaient.

C’est ce qui me fait connaître combien il importe de n’être qu’en bonne compagnie, et je ne doute point que si j’en eusse rencontré à cet âge une telle qu’il eût été à désirer et que l’on m’eût instruite dans la crainte de Dieu je me serais entièrement portée à la vertu, et fortifiée contre les faiblesses dans lesquelles je suis tombée. Ayant ensuite entièrement perdu cette crainte de Dieu, il me resta seulement celle de manquer à ce qui regardait mon honneur, et elle me donnait des peines continuelles. Mais me flattant de la créance que l’on n’avait point de connaissance de mes actions, je faisais plusieurs choses contraires à l’honneur de Dieu, et même à celui du monde pour lequel j’avais tant de passion.

Ce que je viens de raconter fut donc à ce qui m’en paraît le commencement de mon mal, et je ne dois pas peut-être en attribuer la cause aux personnes dont j’ai parlé mais à moi-même, puisque ma seule malice suffisait pour me faire commettre tant de fautes, joint que j’avais auprès de moi des filles toujours disposées à me fortifier dans mes manquements, et s’il y en eût eu quelqu’une qui m’eût donné de bons conseils je les aurais peut-être suivis ; mais leur intérêt les aveuglait de même que j’étais aveuglée par mon affection à suivre mes sentiments. Néanmoins comme j’ai naturellement de l’horreur pour les choses déshonnêtes, j’ai toujours été très éloignée de ce qui peut blesser l’honneur, et je me plaisais seulement dans les divertissements et les conversations agréables. Mais parce qu’en ne fuyant pas les occasions on s’expose à un péril évident, je me mettais au hasard de me perdre et d’attirer sur moi la juste fureur de mon père et de mes frères. Dieu m’en garantit par son assistance, quoique ces conversations dangereuses ne purent être si secrètes qu’elles ne donnassent quelque atteinte à ma réputation et que mon père n’en soupçonnât quelque chose. Trois mois ou environ s’étaient passés de la sorte lorsque l’on me mit dans un monastère de la ville où j’étais et où l’on élevait des filles de ma condition, mais plus vertueuses que moi. Cela se fit avec tant de secret qu’il n’y eut qu’un de mes parents qui le sût. On prit pour prétexte le mariage de ma sœur et ce que n’ayant plus de mère je serais demeurée seule dans la maison.

L’affection que mon père avait pour moi était si extraordinaire, et ma dissimulation si grande, qu’il ne me pouvait croire aussi mauvaise que je l’étais. Ainsi je ne tombai point en sa disgrâce, et bien qu’il se répandit quelque bruit de ces entretiens trop libres que j’avais eus on n’en pouvait parler avec certitude, tant parce qu’ils durèrent peu qu’à cause que ma passion pour l’honneur faisait qu’il n’y avait point de soin que je ne prisse pour les cacher, sans considérer, mon Dieu, qu’ils ne pouvaient être cachés à vos yeux qui pénètrent toutes choses. Quel mal, ô mon Sauveur, n’arrive-t-il point de ne se pas représenter cette vérité, et de s’imaginer qu’il puisse y avoir quelque chose de secret de ce qui se fait contre votre volonté ! Pour moi, je suis persuadée que l’on éviterait beaucoup de maux si l’on se mettait fortement dans l’esprit que ce qui nous importe n’est pas de cacher nos fautes aux hommes, mais de prendre garde à ne rien faire qui vous soit désagréable.

Les huit premiers jours que je passai dans cette maison me furent fort pénibles, non pas tant par le déplaisir d’y être que par l’appréhension que l’on eût connaissance de la mauvaise conduite que j’avais eue.

Car j’en étais déjà lasse et, parmi tous ces entretiens si vains et si dangereux, je craignais beaucoup d’offenser Dieu et me confessais fort souvent. Au bout de ce temps, et encore plutôt ce me semble, cette inquiétude se passa, et je me trouvais mieux que dans la maison de mon père. Les religieuses étaient fort satisfaites de moi et me témoignaient beaucoup d’affection, parce que Dieu me faisait la grâce de contenter toutes les personnes avec qui je me trouvais. J’étais alors très éloignée de vouloir être religieuse, mais j’avais de la joie de me voir avec de si bonnes filles, car celles de cette maison avaient beaucoup de vertu, de piété et de régularité.

Le démon ne laissa pas néanmoins, pour me tenter, de pousser des personnes du dehors à tâcher de troubler le repos dont je jouissais mais, comme il n’était pas facile d’entretenir un tel commerce, il céda bientôt. Je commençai à rentrer dans les bons sentiments que Dieu m’avaient donnés dès mon enfance, je connus combien grande est la grâce qu’il fait à ceux qu’il met en la compagnie des gens de bien, et il me semble qu’il n’y avait point de moyen dont son infinie bonté ne se servit pour me faire retourner à lui. Que soyez-vous, mon Sauveur, à jamais béni de m’avoir soufferte si longtemps. Amen.

La seule chose qui me parait me pouvoir excuser dans ma conduite précédente si je n’avais commis tant de fautes, c’est que tout ce commerce que j’avais eu se pouvait terminer avec honneur par un mariage, et que mon confesseur et d’autres personnes dont je prenais conseil en diverses choses me disaient que je n’offensais point Dieu en cela.

Une des religieuses du monastère couchait dans la chambre où j’étais avec les autres pensionnaires, et il me semble que Dieu commença par son moyen à m’ouvrir les yeux ainsi que je le dirai par la suite.

Livre de la Vie. Chapitre I.





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