miércoles, 26 de septiembre de 2018

Louis-Sébastien Mercier: La destrucción de París

"Tengo un libro hermosísimo para llevarte; pero estoy trabajando enormemente en ese tema: Segundo cuadro de París por Sébastien Mercier, París durante la Revolución, del 93 hasta Bonaparte; es maravilloso".

10 de agosto de 1862. 


LA DESTRUCCIÓN DE PARÍS
Cuadro de París, vol. II, cap. CXXXIII
¿Qué pasará con París?

Tebas, Tiro, Persépolis, Cartago, Palmira, ya no existen. Esas ciudades que se alzaban altivamente sobre el planeta, cuya grandeza, poderío y solidez parecían prometer una duración casi eterna, han dejado huellas equívocas incluso del lugar que ocuparon.
Otras ciudades, antaño prósperas y pobladas, hoy sólo ofrecen, en un horroroso desierto, algunas columnas desparramadas, algunos monumentos derruidos, tristes restos de su magnificencia pasada. ¡Ay!, las grandes ciudades modernas padecerán un día las mismas revoluciones.
Este río, útilmente bordeado por majestuosos muelles de piedra, obstaculizado por montones inmensos de escombros, se desbordará y formará pantanos cenagosos e infectos; las ruinas de los edificios bloquearán estas calles perfectamente rectas, y en estas plazas donde se agita la muchedumbre, los animales venenosos, hijos de la putrefacción, reptarán alrededor de las columnas caídas y medio enterradas.
¿Es una guerra, es la peste, es la hambruna, es un terremoto, es una inundación, es un incendio, es una revolución política lo que aniquilará esta soberbia ciudad? ¿O acaso varias causas reunidas llevarán a cabo esa vasta destrucción?
Es algo inevitable bajo la mano lenta y terrible de los siglos, que mina los imperios más firmes, borra las ciudades y llama a nuevos pueblos a establecerse sobre el polvo apagado de los pueblos antiguos.
¡Escapa, libro mío, escapa de las llamas de los bárbaros: diles a las generaciones futuras lo que fue París; diles que cumplí con mi deber de ciudadano, que no permanecí en silencio delante de los venenos secretos que les provocan a las ciudades, primero, las agitaciones de la enfermedad y, luego, las convulsiones de la muerte! Cuando la espantosa opulencia que se concentra cada vez más en un pequeño número de manos, le haya dado a la desigualdad de las fortunas una desproporción aun más aterradora, entonces ese gran cuerpo ya no podrá mantenerse en pie; se derrumbará sobre sí mismo y perecerá.
Perecerá, ¡ay, Dios mío!; cuando la tierra cubra lentamente sus ruinas, cuando el trigo crezca en el lugar elevado en el que escribo, cuando ya no quede sino una memoria confusa del reino y de la capital, el instrumento del labriego, hundiéndose en la tierra, chocará quizás contra la cabeza de la estatua ecuestre de Luis XV; los anticuarios se reunirán y harán deducciones infinitas, como hoy las hacemos nosotros sobre las ruinas de Palmira.
Pero ¿cuál no será el asombro de la generación de entonces si la curiosidad la empuja a hurgar en las ruinas de esta gran ciudad, enterrada y muerta? Su esqueleto gigantesco espantará las miradas, los trabajos incentivarán nuevos trabajos, nuestros descendientes, al encontrar nuestros mármoles, nuestros bronces, nuestras monedas, nuestras inscripciones, se conmoverán pensando en lo que hemos sido; y, si mi libro escapa a la destrucción, tomarán las verdades que he consignado en él por una novela fantástica, ¡hasta tal punto sus costumbres y sus ideas diferirán de las nuestras!; ¡ciudades antiguas del Asia que ya no existen!, ¡imperios borrados!, ¡generaciones cuyos nombres incluso nos son desconocidos!, ¡famosos atlantes!, y ustedes, pueblos que respiraron sobre este planeta, cuyos territorios han sido constantemente desplazados, dígannos cuales fueron sus artes. ¿Es preciso que todo perezca? ¿Y los trabajos acumulados del hombre (que ha creído inmortalizar con el precioso descubrimiento de la imprenta) terminarán pereciendo, puesto que el aire, el fuego, el despotismo, los trastornos del planeta y la barbarie destruyen hasta las ligeras hojas en las que están impresos los pensamientos útiles del genio?
Nuestra vista, en el mundo histórico, abarca cuatro mil años, no mucho más; además, solamente percibimos de este mundo las cimas rodeadas por las nubes, donde la vista se pierde. Todos esos hechos alejados, aunque estén separados por grandes distancias, se tocan como si fueran muy cercanos; y en ese intervalo de siglos, una prodigiosa cantidad de acontecimientos se nos escapa. Lo mismo ocurrirá con nosotros; el porvenir devorará los hechos más importantes, para no dejar más que el recuerdo o el nombre de los siglos. ¡Oh tiempo, los individuos, las ciudades, los reinos, todo termina con un hic jacet!
Herculano y Pompeya, ciudades destruidas por una sola y única erupción del Vesubio, hace casi mil setecientos años, exhumadas en nuestro tiempo, nos muestran sus pinturas, sus esculturas, sus arcos, los utensilios de sus hogares domésticos; y eso nos da una idea de la imaginación fecunda y de la habilidad de sus antiguos artistas. La lava, las cenizas, la piedra pómez, han conservado sus monumentos, como para ofrecernos una imagen futura de eso en lo que se transformarán, a su vez, nuestras ciudades; pero, ¿se puede pensar en esa catástrofe sin temer los accidentes de la naturaleza, la furia de los elementos, y, más terrible aún, la de los conquistadores? Dentro de dos mil años, ¿qué ofreceremos nosotros a los ojos curiosos y escrutadores? ¿Cuál es la estatua, cuál es el libro que quedará flotando sobre el abismo de nuestras artes consumidas o destruidas por los ultrajes del tiempo, o por la cólera de los reyes?
La pólvora infernal (cuyos depósitos se han multiplicado en Europa por todas partes, y a los que les basta con una chispa para devorarlo todo), ¿no se vuelve, en manos de la ambición o de la venganza, un medio inmenso de destrucción, y mil veces más peligroso que la materia ardiente que vomitan los volcanes por sus inagotables cráteres? Las catástrofes de la naturaleza ya no son nada en comparación con las que el hombre ha creado para su ruina y la de las populosas ciudades que habita.
Los manuscritos hallados en las casas de Herculano y de Pompeya que se desenrollan con tanta lentitud, muestran las letras de la lengua griega; pero es el azar que no preservó unos y no otros: así, en tres mil años, ¿cuál será obra destinada a darles a nuestros descendientes una idea de nuestros conocimientos morales y físicos? ¿Cuál será el libro que tendrá el honor de volver a encender la antorcha apagada de las ciencias? Determinado diccionario, quizás, que hoy despreciamos, será recibido con fervor; y alguna de nuestras compilaciones que juzgamos fastidiosas, será quizás para la posteridad más preciosa que los versos de Corneille, Racine, Boileau y Voltaire. Sí, quizás un folleto desdeñado acaparará toda la atención de esos nuevos pueblos.
Que nuestros orgullosos escritores no se arroguen, pues, el derecho de despreciar a cualquiera que hoy, como ellos, se sirve de la pluma, ya que al autor que será considerado en tres mil años, que dominará las mentes de ese tiempo, que las iluminará, nadie, de la generación actual, es capaz de nombrarlo o adivinarlo.
¡París destruido! Jerjes, después de mirar atentamente el prodigioso ejército que comandaba, derramó lágrimas al pensar que en poco tiempo tantos miles de hombres desparecerían de la superficie de la tierra. ¿No puedo yo, conmovido por igual sentimiento, llorar de antemano por esta magnífica ciudad?
Hemos visto en un abrir y cerrar de ojos una ciudad sepultada entre sus ruinas; cuarenta y cinco mil personas segadas por la muerte; la fortuna de doscientos mil súbditos, destruida; una pérdida general de miles de millones: ¡qué imagen de las vicisitudes de las cosas humanas! Ese acontecimiento terrible ocurrió el 1º de noviembre de 1755.
Y bien, ese rayo que lo destruyó todo, salvó a Portugal en lo que concierne la política: hubiera sido conquistado sin ese desastre que propició el inicio de las reformas, puso igualdad entre las fortunas particulares, reunió los corazones y los espíritus, y alejó las revoluciones que lo amenazaban.
Si se consideraba su aspecto físico, la antigua Lisboa no era más que una ciudad de África, es decir una gran aldea, sin orden, sin proporciones: las calles eran estrechas y mal trazadas. El terremoto abatió en tres minutos lo que a la mano tímida de los hombres le hubiera llevado tanto tiempo derribar. Cayó el deplorable gusto de los moros y la ciudad se levantó suntuosa y soberbia.
¿Qué sabemos sobre lo que surge del fondo de los desastres? ¿Qué sabemos?... París destruido. ¡Ah, como en Memnón, no dejaré de decir: qué gran lástima!

Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán.


"J'ai un très beau livre à t'apporter; mais je fais un gros travail à ce sujet: Second tableau de Paris par Sébastien Mercier, Paris pendant la Révolution de 93 jusqu'à Bonaparte; c'est merveilleux."

Charles Baudelaire, lettre à Mme Aupick,10 aôut 1862.


TABLEAU DE PARIS
SECOND VOLUME. CHAPITRE CXXXIII
Que deviendra Paris ?

Thèbes, Tyr, Persépolis, Carthage, Palmyre ne sont plus. Ces villes qui s'élevaient fièrement sur le globe, dont la grandeur, la puissance et la solidité semblaient promettre une durée presqu'éternelle, ont laissé équivoques les traces même du lieu qu'elles ont occupé !
D'autres cités, jadis florissantes et peuplées, n'offrent plus aujourd'hui dans un effrayant désert, que quelques colonnes éparses, quelques monuments brisés, tristes restes de leur  magnificence passée. Hélas ! les grandes villes  modernes éprouveront un jour la même révolution.
Cette rivière utilement resserrée dans des  quais majestueux et formés de pierres, encombrée par des débris immenses, se débordera, et formera des étangs bourbeux et infects ; les ruines des édifices boucheront ces rues alignées au cordeau, et dans ces places où un peuple nombreux s'agite, les animaux venimeux, enfants de la putréfaction, ramperont autour des colonnes renversées, et à moitié ensevelies.
Est-ce la guerre, est-ce la peste, est-ce la famine, est-ce un tremblement de terre, est-ce une inondation, est-ce un incendie, est-ce une révolution politique, qui anéantira cette superbe ville ? Ou plutôt plusieurs causes réunies opéreront-elles cette vaste destruction ?
Elle est inévitable sous la main lente et terrible des siècles, qui mine les empires les  mieux affermis, efface les villes, et appelle des peuples nouveaux sur la poussière éteinte des peuples anciens.
Échappez, mon livre, échappez aux flammes ou aux barbares : dites aux générations futures ce que Paris a été ; dites que j'ai rempli mon devoir de citoyen, que je n'ai pas passé sous silence les poisons secrets qui donnent aux cités les agitations de la maladie, et bientôt les convulsions de la mort ! Quand l'épouvantable opulence, qui se concentre de plus en plus dans un plus petit nombre de mains, aura donné à l'inégalité des fortunes une disproportion plus effrayante encore, alors ce grand corps ne pourra plus se soutenir ; il s'affaissera sur lui-même et périra.
Il périra ! Dieu ! ah ! quand le sol couvrira insensiblement ses débris, que le blé croîtra  au lieu élevé où j'écris, qu'il ne restera plus qu'une mémoire confuse du royaume et de la capitale, l'instrument du cultivateur, en fendant la terre, viendra heurter peut-être la tête de la statue équestre de Louis XV ; les antiquaires assemblés feront des raisonnements à l'infini, comme nous en faisons aujourd'hui sur les débris de Palmyre.
Mais de quel étonnement ne sera pas frappée la génération d'alors, si la curiosité la porte à fouiller les débris de cette grande ville, ensevelie et décédée ? Son squelette gigantesque épouvantera les regards, les travaux exciteront à de nouveaux travaux, nos neveux, en trouvant nos marbres, nos bronzes, nos médailles, nos inscriptions, s'agiteront sur ce que nous avons été, et si mon livre échappe à la destruction, ils prendront peut-être pour un roman fantastique les vérités qui y sont déposées, tant leurs mœurs et leurs idées seront différentes des nôtres ! villes anciennes de l'Asie, et qui n'êtes plus ! empires effacés ! générations dont les noms nous sont même inconnus ! fameux Atlantes ; et vous peuples qui avez respiré sur ce globe, dont la superficie est incessamment déplacée, dites quels étaient vos arts ? Faut-il que tout périsse ? Et les travaux accumulés de l'homme (qu'il a cru immortaliser par la précieuse découverte de l'imprimerie) périront-ils, à la fin ; puisque le feu, le despotisme, les secousses du globe et la barbarie détruisent jusqu'aux feuilles légères où sont empreintes les pensées utiles du génie ?
Notre vue plonge dans le monde historique à quatre mille ans, pas davantage ; encore n’apercevons-nous de ce monde, que des sommités qu'environnent des nuages, et où la vue se perd. Tous ces faits éloignés, quoique séparés par de grandes distances, se touchent comme très voisins ; et dans cet intervalle de siècles une foule prodigieuse d'événements nous échappent. Il en sera de même pour nous ; l'avenir engloutira les faits les plus importants, pour ne laisser que le souvenir ou le nom des siècles. Ô temps ! les individus, les villes, les royaumes, tout finit par hic jacet.
Herculanum et Pompéia, villes détruites par une seule et même éruption du Vésuve, il y a près de dix-sept cents ans, exhumées de nos jours, nous montrent leurs peintures, leurs sculptures, leurs arcs, les ustensiles de leurs foyers domestiques ; et nous avons une idée de l'imagination féconde et de l'habileté des anciens artistes. La lave, les cendres, la pierre-ponce ont conservé ces monuments, comme pour nous offrir une future image de ce que nos cités deviendront à leur tour ; mais peut-on réfléchir à cette catastrophe sans redouter les accidents de la nature, la fureur des éléments, celle des conquérants, plus terrible encore ? Qu'offrirons-nous dans deux mille ans aux regards curieux et scrutateurs ? Quelle est la statue, quel est le livre qui surnagera sur l’abîme de nos arts engloutis ou renversés par les ravages du temps, ou par le courroux des rois ?
La poudre infernale (dont les magasins se sont multipliés surtout en Europe, et auxquels une étincelle suffit pour tout dévorer) ne devient-elle pas, dans les mains de l'ambition ou de la vengeance, un moyen immense de destruction, et plus dangereux mille fois que les matières embrasées que les volcans vomissent de leur inépuisable cratère ? Les fléaux de la nature ne sont plus rien en comparaison de ceux que l'homme a créés pour sa ruine et celle des populeuses cités qu'il habite.
Les manuscrits trouvés dans les maisons d'Herculanum et de Pompéia, qui se déroulent si lentement, manifestent les caractères de la langue grecque ; mais c'est le hasard qui nous a livré l'un plutôt que l'autre : ainsi dans trois mille ans, quel sera l'ouvrage destiné à donner à nos descendants une idée de nos connaissances morales et physiques ? Quel livre aura l'honneur de rallumer le flambeau éteint des sciences ? Tel dictionnaire, peut-être, que nous méprisons aujourd'hui, sera accueilli avec transport ; et une de nos compilations que nous jugeons fastidieuses, deviendra plus précieuse sans doute à la postérité, que les vers de Corneille, de Racine, de Boileau et de Voltaire. Oui, il appartiendra peut-être à une brochure dédaignée, de fixer de préférence l'attention de ces peuples nouveaux.
Que nos orgueilleux écrivains ne s'arrogent donc pas le droit de mépriser quiconque aujourd'hui tient la plume comme eux car l'auteur qui fera fortune dans trois mille ans, qui dominera les esprits d'alors, qui les éclairera, nul de la génération actuelle, ne peut ni le nommer ni le deviner.
Paris détruit ! Xerxès, après avoir attentivement considéré la prodigieuse armée qu'il  commandait, versa des larmes en songeant qu'avant peu tant de milliers d'hommes disparaitraient de dessus la terre. Et ne puis-je pas aussi, affecté du même sentiment, pleurer d'avance sur cette superbe ville ?
On a vu en un clin d'œil une capitale ensevelie sous ses ruines ; quarante-cinq mille personnes frappées d'un coup de mort ; la fortune de deux cents mille sujets détruite ; une perte générale de deux milliards : quel tableau des vicissitudes des choses humaines ! Ce phénomène terrible arriva le premier novembre 1755.
Eh bien, ce coup de foudre qui abîma tout, sauva le Portugal aux yeux de la politique : il était conquis, sans ce désastre qui prêta à la réformation, mit une égalité aux fortunes particulières, réunit les cœurs et les esprits, et détourna les révolutions qui le menaçaient.
Considérée du côté physique, l'ancienne Lisbonne n'était qu'une cité d'Afrique, c'est-à-dire, une vaste bourgade, sans ordre, sans proportions : les rues étaient étroites et mal distribuées. Le tremblement abattit en trois minutes ce que la main timide des hommes aurait été si longtemps à renverser. Le goût déplorable des Maures tomba, et la ville se releva pompeuse et superbe.
Que savons-nous sur ce qui sort du sein de désastres ? Que savons-nous ?... Paris détruit. Oh ! je dirai toujours comme dans Memnon : ce sera bien dommage.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Horacio y Esteban Manuel de Villegas: Oda I, Libro I

ODA I
A MECENAS

Ilustre descendiente
de abuelos generosos y reales,
¡oh, tú que fuiste amparo y honra mía!
Cuál hallarás que quiera,
siguiendo sus pasiones naturales,
coger en carro ardiente
el polvo de la olímpica porfía;
a quien la limitada
señal de la carrera,
a  la rueda vecina y no tocada,

y la famosa rama
de la palma inmortal, feliz victoria,
le levanta a los dioses soberanos,
señores de la tierra.
Otro verás que tiene ya por gloria,
con que apoya su fama,
seguir del vulgo los favores vanos;
y en este sordo empleo
él mismo se hace guerra
con cuidado, con ansia y con deseo.

Otro, que ya colmado
tiene el granero de la mies dorada
que en sus eras extiende el africano,
gusta notablemente
cavar el campo con robusta azada,
de su padre heredado;
y al uno y otro si le das (es llano)
del rey Atalo el oro,
porque el mar surque herviente,
dejará del rey Atalo el tesoro.

El mercader medroso,
viendo luchar el ábrego valiente
con el cristal azul del mar Icario,
alaba el patrio techo
y el fértil campo; y luego en consiguiente,
recogido al reposo,
cansado de tenerle de ordinario,
los vasos adereza
y al mar vuelve derecho:
que está mal enseñado en la pobreza.

Hay otro que procura
darse al regalo con el sacro vino
que las viñas de Másico producen;
ni desprecia del día
hurtarle un rato al pleito más contino,
ya puesto a la frescura
de los árboles verdes que le inducen;
ya de la dulce fuente
escucha la armonía
que entre las guijas forma su corriente.

A cuántos hay que agrada
las tiendas y aparatos de milicia,
y el rumor de la trompa, acompañado
con el clarín sonoro,
y juntamente aquel furor envicia
de la sangrienta espada,
en bullicio feroz y en campo armado,
de quien hijas y madres
abominan con lloro,
porque unas pierden hijos y otras padres.

El cazador que ha dado
al verde bosque todo su ejercicio,
de la tierna mujer el lecho deja,
y al campo se retira,
o ya porque del ciervo le da indicio
el despierto cuidado
de los sagaces perros que le aqueja,
o ya porque deshizo
el jabalí con ira
los fuertes lazos del cordel rollizo.

A mí la verde yedra,
premio glorioso de las doctas sienes,
al Cielo con los dioses me levanta;
y también me retira
del vulgo popular y sus vaivenes,
do la virtud no medra,
el bosque lleno de una y otra planta,
y los coros livianos,
cuando el viento respira,
de las Ninfas y Sátiros silvanos.

Pero si no me ruega
tocar Euterpe, dulce Musa mía,
la chirimía que se esparce al viento,
ni Polimnia rehúsa
que me ocupe en la lesbia poesía,
y tú me ofreces soberano asiento
entre los que han usado
a la lírica Musa,
me verás en el Cielo colocado.
 Las Eróticas, 1618.





Maecenas, atavis edite regibus,
O et praesidium et dulce decus meum,
Sunt quos curriculo pulverem Olympicum
Collegisse iuvat, metaque fervidis

Evitata rotis palmaque nobilis
Terrarum dominos evehit ad deos.
Hunc, si mobilium turba Quiritium
Certat tergeminis tollere honoribus ;

Illum, si proprio condidit horreo
Quidquid de Libycis verritur areis.
Gaudentem patrios findere sarculo
Agros Attalicis condicionibus

Numquam demoveas, ut trabe Cypria
Myrtoum pavidus nauta secet mare.
Luctantem Icariis fluctibus Africum
Mercator metuens otium et oppidi

Laudat rura sui : mox reficit rates
Quassas indocilis pauperiem pati.
Est qui nec veteris pocula Massici
Nec partem solido demere de die 

Spernit, nunc viridi membra sub arbuto
Stratus, nunc ad aquae lene caput sacrae.
Multos castra iuvant et lituo tubae
Permixtus sonitus bellaque matribus

Detestata. Manet sub Iove frigido
Venator tenerae coniugis immemor,
Seu visa est catulis cerva fidelibus
Seu rupit teretes Marsus aper plagas.

Me doctarum hederae praemia frontium
Dis miscent superis, me gelidum nemus
Nympharumque leves cum Satyris chori
Secernunt populo, si neque tibias

Euterpe cohibet nec Polyhymnia
Lesboum refugit tendere barbiton.
Quod si me lyricis vatibus inseres,
Sublimi feriam sidera vertice.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Pablo Picasso: Cuatro poemas surrealistas

20 AGOSTO XXXV

la persiana que el aire sacude mata jilgueros que vuelan les envía a golpear y manchar de sangre la espalda del cuarto escucha pasar la blancura del silencio que la muerte se lleva en la boca aroma de armonio su ala tira del pozo la cuerda

los jilgueros son el aroma que golpea de su ala el café que refleja la persiana en el fondo del pozo y escucha pasar el aire que el silencio de la blancura de la taza

el silencio escucha pasar el reflejo que el jilguero golpea en el pozo y borra en el silencio del café la blancura del ala

agita la cortina que se retuerce
baila el garrotín
cuando pichón entre dedos que aprietan
sacrifica
nieve que vuela en el horno
su bandera perpetua


17 SEPTIEMBRE XXV

doy arranco tuerzo mato atravieso incendio y quemo – acaricio lamo beso miro – repico a todo vuelo las campanas hasta que sangren – espanto a los palomos y los hago volar alrededor del palomar hasta caer al suelo ya muertos de cansancio – taparé todas ventanas y las puertas con tierra y con tus cabellos ahorcaré todos los pájaros que cantan – y cortaré todas las flores – meceré en mis brazos al cordero y le daré a devorar mi pecho – lo lavaré con mis lágrimas de placer y de penas – y lo adormiré con el canto de mi soledad por soleares – y grabaré con aguafuerte los campos de trigo y de avena y los veré morir tendidos cara al sol – y envolveré los ríos en papel de periódicos y los tiraré por la ventana al arroyo que arrepentido pero con todos sus pecados a cuestas se va contento y riendo a pesar de todo hacer su nido en la cloaca – y romperé la música del bosque contra las rocas de las olas del mar – y morderé al león en la mejilla – y haré llorar al lobo de ternura delante de un retrato del agua que en el baño deja caer su brazo


24-28 NOVIEMBRE XXXV

lengua de fuego abanica su cara en la flauta
la copa
que cantándole roe la puñalada del azul
tan gracioso
que sentado en el ojo del toro
inscrito en su cabeza
adornada con jazmines
espera que hinche la vela el trozo de cristal
que el viento envuelto en el embozo del mandoble
chorreando caricias
reparte el pan
al ciego y a la paloma
color de lilas
y aprieta
de toda su maldad
contra los labios
del limón ardiendo
el cuerno retorcido
que espanta
con sus gestos de adiós
la catedral
que se desmaya
en sus brazos
sin un olé
estallando en su mirada la radio amanecida
que fotografiando
en el beso
una chinche de sol
se come el aroma de la hora
que cae
y atraviesa la página que vuela
deshace el ramillete
que se lleva metido
entre el ala que suspira y el miedo que sonríe
el cuchillo que salta de contento
dejándole aún hoy
flotando como quiere y de cualquier manera
al momento preciso y necesario
en lo alto del pozo
el grito
del rosa
que la mano
le tira
como una limosnita


5 DICIEMBRE XXXV

lengua que hace su cama cuando ya no se le importa un pito el rocío que le pega la jaca haciendo su arroz con pollo en la sartén y organiza en el amor la noche con sus guantes de risas alrededor de la línea de fuego más de lo que parece ofendido y tan pálido de ver como jamón no huele y queso se estremece y el pájaro que canta retuerce la cortina que abanica su cara y la corta en la nieve que cuece sus cintas de todos los colores en la flauta la copa que cantándole como si cantar pudiese la calavera que le muerde la mano y se la lleva suspendida por el anillo envuelto en el ruido de las alas de las moscas que la nota que sostiene el violín no deja de respirar apretándole el cuello con sus tenazas roe la puñalada que hincha en el globo atado con longanizas extremeñas la razón perentoria del azul tan gracioso que sentado en su silla curula y arreglándose las faldas a cada momentito cuando pasa la flecha tan veloz le echa pimienta y sal y lee el porvenir en el ojo del toro puchero roto cuchara hecha de boj y reloj de pulsera orégano laurel y aljofaina de plata y zapato de seda y recuerdo del paso de una mano por la rodilla inscrito en su cabeza retratada en el cartel con su nombre primoroso y el de su ganadería adornada con jazmines junta las mil razones de estar callado y sordo a la pulga que mea la lluvia de tanto café con leche que sacude la cabellera que espera escondida detrás de la puerta de hierro que hincha la vela la buena educación que recibió tendido todo el día en la cama el trozo de cristal para que el viento envuelto en el embozo del mandoble chorreando caricias no haga más que correr y maldecir las castañas pilongas y el cardo y no se le pueda decir que si reparte el pan olvida al ciego y a la paloma color de lilas pero ahora que ya es tarde y que la noche se pone ya el sombrero y busca su paraguas y cuenta los naipes de la baraja de 2 a 4 y de 50 a 28 si asesina y aprieta de toda su maldad contra los labios del limón del espejo ardiendo como un loco y se quema la boca el cántaro flautín y pide al ciego que le indique el camino más corto que raje su color en la capa el cuero retorcido ya sabes tú por quién la luz que cae y se estrella en su cara repica en la campana que espanta con sus gestos de adiós la catedral que el aire que persigue a latigazos el león que se disfraza de torero se desmaya en sus brazos sin olé ahora ya así estallando y en su mirada la radio amanecida con tantas cuentas atrasadas a cuestas reteniendo el aliento y llevando en el plato en equilibrio la tajada de luna la sombra que el silencio desmorona hace que el reo siga fotografiando en el beso una chinche de sol sin la fa re si mi fa do si la do fa se come el aroma de la hora que cae y atraviesa la página que vuela y si después de hacer su petate deshace el ramillete que se lleva metido entre el ala que ya sé por qué suspira y el miedo que le da su imagen vista en el lago si la punta del poema sonríe tira el telón y el cuchillo que salta de contento no tiene más remedio que morir de placer cuando dejándole aún hoy flotando como quiere y de cualquier manera al momento preciso y necesario necesario para mí nada más ve pasar como un rayo en lo alto del pozo el grito del rosa que la mano le tira como una limosnita


Poesía surrealista en español. Ángel Pariente.
Paris, Éditions La Sirène, 2002.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Homero y Luis Segalá y Estalella: Ilíada II, catálogo de las naves

Auden ha hablado sobre la cualidad epifánica de los Nombres Propios;  ha negado que pueda tener algún gusto por las letras, la capacidad de entender o escribir poesía, aquél que no sabe disfrutar, real y fervorosamente, del catálogo de las naves de Homero y de las genealogías bíblicas. Es la fe, tan antinatural como es antinatural toda la literatura, en el valor evocatorio, mágico y ceremonial de las palabras. “Erígone, Aretusa, Berenice” no es sólo un verso; es una fórmula que actúa.
Giorgio Manganelli - La letteratura come menzogna (Splendide larve).

 
ILÍADA. CANTO II
CATÁLOGO DE LAS NAVES

484 Decidme ahora, Musas que poseéis olímpicos palacios y como diosas lo presenciáis y conocéis todo, mientras que nosotros oímos tan sólo la fama y nada cierto sabemos, cuáles eran los caudillos y príncipes de los dánaos. a la muchedumbre no podría enumerarla ni nombrarla, aunque tuviera diez lenguas, diez bocas, voz infatigable y corazón de bronce: sólo las Musas olímpicas, hijas de Júpiter, que lleva la égida, podrían decir cuántos a Ilión fueron. Pero mencionaré los caudillos y las naves todas.
494 Mandaban a los beocios Penéleo, Leito, Arcesilao, Protoenor y Clonio. Los que cultivaban los campos de Hiria, Áulide pétrea, Esqueno, Escolo, Eteono fragosa, Tespia, Grea y la vasta Micaleso; los que moraban en Harma, Ilesio y Eritras; los que residían en Eleón, Hila, Peteón, Ocalea, Medeón, ciudad bien construída, Copas, Eutresis y Tisba, en palomas abundante; los que habitaban en Coronea, Haliarto herbosa, Platea y Glisante; los que poseían la bien edificada ciudad de Hipotebas, la sacra Onquesto, delicioso bosque de Neptuno; y las ciudades de Arna en uvas abundosa, Midea, Nisa divina y Antedón fronteriza: todos estos llegaron en cincuenta naves. En cada una se habían embarcado ciento veinte beocios.
511 De los que habitaban en Aspledón y Orcómeno Minieo eran caudillos Ascálafo y Yálmeno, hijos de Marte y de Astíoque, que los había dado a luz en el palacio de Áctor Azida. Astíoque, que era virgen ruborosa, subió al piso superior, y el terrible dios se unió con ella clandestinamente. Treinta cóncavas naves en orden les seguían.
517 Mandaban a los focenses Esquedio y Epístrofo, hijos del magnánimo Ifito Naubólida. Los de Cipariso, Pitón pedregosa, Crisa divina, Dáulide y Panopeo; los que habitan en Anemoría, Hiámpolis y la ribera del divino Cefiso; los que poseían la ciudad de Lilea en las fuentes del mencionado río: todos estos habían llegado en cuarenta negras naves. Los caudillos ordenaban entonces las filas de los focenses, que en las batallas combatían a la izquierda de los beocios.
527 Acaudillaba a los locrenses, que vivían en Cino, Opunte, Calíaro, Besa, Escarfa, Augías amena, Tarfa y Tronio, a orillas del Boagrio, el ligero Ayax de Oileo, menor, mucho menor que Áyax Telamonio: era bajo de cuerpo, llevaba coraza de lino y en el manejo de la lanza superaba a todos los helenos y aqueos. Seguíanle cuarenta negras naves, en las cuales habían venido los locrenses que viven más allá de la sagrada Eubea.
536 Los abantes de Eubea, que residían en Calcis, Eretria, Histiea en uvas abundosa, Cerinto marítima, Dío, ciudad excelsa, Caristo y Estira, eran capitaneados por el magnánimo Elefenor Calcodontíada, vástago de Marte. Con tal caudillo llegaron los ligeros abantes, que dejaban crecer la cabellera en la parte posterior de la cabeza: eran belicosos y deseaban siempre romper con sus lanzas de fresno las corazas en los pechos de los enemigos. Seguíanle cuarenta negras naves.
546 Los que habitaban en la bien edificada ciudad de Atenas y constituían el pueblo del magnánimo Erecteo, a quien Minerva, hija de Júpiter, crió—habíale dado a luz la fértil tierra—y puso en su rico templo de Atenas, donde los jóvenes atenienses ofrecen todos los años sacrificios propiciatorios de toros y corderos a la diosa, tenían por jefe a Menesteo, hijo de Peteo. Ningún hombre de la tierra sabía como ése poner en orden de batalla, así a los que combatían en carros, como a los peones armados de escudos; sólo Néstor competía con él, porque era más anciano. Cincuenta negras naves le seguían.
557 Áyax había partido de Salamina con doce naves, que colocó cerca de las falanges atenienses.
559 Los habitantes de Argos, Tirinto amurallada, Hermíona y Ásina en profundo golfo situadas, Trecena, Eyonas y Epidauro en vides abundosa, y los jóvenes aqueos de Egina y Masete, eran acaudillados por Diomedes, valiente en la pelea; Esténelo, hijo del famoso Capaneo, y Euríalo, igual a un dios, que tenía por padre al rey Mecisteo Talayónida. Era jefe supremo Diomedes, valiente en la pelea. Ochenta negras naves les seguían.
569 Los que poseían la bien construida ciudad de Micenas, la opulenta Corinto y la bien edificada Cleonas; los que cultivaban la tierra en Ornías, Aretirea deleitosa y Sición, donde antiguamente reinó Adrasto; los que residían en Hiperesia y Gonoesa excelsa, y los que habitaban en Pelene, Egio, el Egíalo todo y la espaciosa Hélice: todos estos habían llegado en cien naves a las órdenes del rey Agamenón Atrida. Muchos y valientes varones condujo este príncipe que entonces vestía el luciente bronce, ufano de sobresalir entre los héroes por su valor y por mandar a mayor número de hombres.
581 Los de la honda y cavernosa Lacedemonia que residían en Faris, Esparta y Mesa, en palomas abundante; moraban en Brisías o Augías amena; poseían las ciudades de Amiclas y Helos marítima, y habitaban en Laa y Etilo: todos estos llegaron en sesenta naves al mando del hermano de Agamenón, de Menelao, valiente en el combate, y se armaban formando unidad aparte. Menelao, impulsado por su propio ardor, los animaba a combatir y anhelaba en su corazón vengar la huída y los gemidos de Helena.
591 Los que cultivaban el campo en Pilos, Arena deliciosa, Trío, vado del Alfeo, y la bien edificada Epi, y los que habitaban en Ciparisa, Anfigenia, Pteleo, Helos y Dorio (donde las Musas, saliéndole al camino a Tamiris el tracio, le privaron del canto cuando volvía de la casa de Eurito el ecaleo; pues jactose de que saldría vencedor, aunque cantaran las propias Musas, hijas de Júpiter, que lleva la égida, y ellas irritadas le cegaron, le privaron del divino canto y le hicieron olvidar el arte de pulsar la cítara), eran mandados por Néstor, caballero gerenio, y habían llegado en noventa cóncavas naves.
603 Los que habitaban en la Arcadia al pie del alto monte de Cilene y cerca de la tumba de Epitio, país de belicosos guerreros; los de Féneo, Orcómeno en ovejas abundante, Ripa, Estratia y Enispe ventosa; y los que poseían las ciudades de Tegea, Mantinea deliciosa, Estínfalo y Parrasia: todos estos llegaron al mando del rey Agapenor, hijo de Anceo, en sesenta naves. En cada una de éstas se embarcaron muchos arcadios ejercitados en la guerra. El mismo Agamenón les proporcionó las naves de muchos bancos, para que atravesaran el vinoso ponto; pues ellos no se cuidaban de las cosas del mar.
615 Los que habitaban en Buprasio y en el resto de la divina Élide, desde Hirmina y Mírsino la fronteriza por un lado y la roca Olenia y Alisio por el otro, tenían cuatro caudillos y cada uno de estos mandaba diez veleras naves tripuladas por muchos epeos. De dos divisiones eran respectivamente jefes Anfímaco y Talpio, hijo aquél de Ctéato y éste de Eurito y nietos de Áctor; de la tercera, el fuerte Diores Amarincida, y de la cuarta, el deiforme Polixeno, hijo del rey Agástenes Augeída.
625 Los de Duliquio y las sagradas islas Equinas, situadas al otro lado del mar frente a la Élide, eran mandados por Meges Filida, igual a Marte, a quien engendrara el jinete Fileo, caro a Júpiter, cuando por haberse enemistado con su padre emigró a Duliquio. Cuarenta negras naves le seguían.
631 Ulises acaudillaba a los magnánimos cefalenios. Los de Ítaca y su frondoso Nérito; los que cultivaban los campos de Crocilea y de la escarpada Egílipe; los que habitaban en Zacinto; los que vivían en Samos y sus alrededores; los que estaban en el continente y los que ocupaban la orilla opuesta: todos ellos obedecían a Ulises, igual a Júpiter en prudencia. Doce naves de rojas proas le seguían.
638 Toante, hijo de Andremón, regía a los etolos que habitaban en Pleurón, Óleno, Pilene, Calcis marítima y Calidón pedregosa. Ya no existían los hijos del magnánimo Eneo, ni éste; y muerto también el rubio Meleagro, diéronse a Toante todos los poderes para que reinara sobre los etolos. Cuarenta negras naves le seguían.
645 Mandaba a los cretenses Idomeneo, famoso por su lanza. Los que vivían en Cnoso, Gortina amurallada, Licto, Mileto, blanca Licasto, Festo y Ritio, ciudades populosas, y los que ocupaban la isla de Creta con sus cien ciudades: todos eran gobernados por Idomeneo, famoso por su lanza, que con Meriones, igual al homicida Marte, compartía el mando. Seguíanle ochenta negras naves.
653 Tlepólemo Heraclida, valiente y alto de cuerpo, condujo en nueve buques a los fieros rodios que vivían, divididos en tres pueblos, en Lindo, Yaliso y Camiro la blanca. De éstos era caudillo Tlepólemo, famoso por su lanza, a quien Astioquía concibió del fornido Hércules cuando el héroe se la llevó de Éfira, de la ribera del Seleente, después de haber asolado muchas ciudades defendidas por nobles mancebos. Cuando Tlepólemo, criado en el magnífico palacio, hubo llegado a la juventud, mató al anciano tío materno de su padre, a Licimnio, vástago de Marte; y como los demás hijos y nietos del fuerte Hércules le amenazaran, construyó naves, reunió mucha gente y huyó por mar. Errante y sufriendo penalidades pudo llegar a Rodas, y allí se estableció con los suyos, que formaron tres tribus. Se hicieron querer de Júpiter, que reina sobre los dioses y los hombres, y el Saturnio les dio abundante riqueza.
671 Nireo condujo desde Sima tres naves bien proporcionadas; Nireo, hijo de Aglaya y el rey Cáropo; Nireo, el más hermoso de los dánaos que fueron a Troya, si exceptuamos al eximio Pelida; pero era tímido y poca la gente que mandaba.
676 Los que habitaban en Nísiro, Crápato, Caso, Cos, ciudad de Eurípilo, y las islas Calidnas, tenían por jefes a Fidipo y Ántifo, hijos del rey Tésalo Heraclida. Treinta cóncavas naves en orden les seguían.
681 Cuantos ocupaban el Argos pelásgico, los que vivían en Alo, Álope y Traquina y los que poseían la Ptía y la Hélade de lindas mujeres, y se llamaban mirmidones, helenos y aqueos, tenían por capitán a Aquiles y habían llegado en cincuenta naves. Mas éstos no se curaban entonces del combate horrísono, por no tener quien los llevara a la pelea: el divino Aquiles, el de los pies ligeros, no salía de las naves, enojado a causa de la joven Briseida, de hermosa cabellera, a la cual hiciera cautiva en Lirneso, cuando después de grandes fatigas destruyó esta ciudad y las murallas de Tebas, dando muerte a los belicosos Mines y Epístrofo, hijos del rey Eveno Selepíada. Afligido por ello, se entregaba al ocio; pero pronto había de levantarse.
695 Los que habitaban en Fílace, Píraso florida, que es lugar consagrado a Ceres; Itón, criadora de ovejas; Antrón marítima y Pteleo herbosa, fueron acaudillados por el aguerrido Protesilao mientras vivió, pues ya entonces teníalo en su seno la negra tierra: matole un dárdano cuando saltó de la nave mucho antes que los demás aqueos, y en Fílace quedaron su desolada esposa y la casa a medio acabar. Con todo, no carecían aquéllos de jefe, aunque echaban de menos al que antes tuvieron, pues los ordenaba para el combate Podarces, vástago de Marte, hijo del opulento Ificles Filácida y hermano menor del animoso Protesilao. Éste era mayor y más valiente. Sus hombres, pues, no estaban sin caudillo; pero sentían añoranza por él, que tan esforzado había sido. Cuarenta negras naves le seguían.
711 Los que moraban en Feras situada a orillas del lago Bebeis, Beba, Gláfiras y Yaolco bien edificada, habían llegado en once naves al mando de Eumelo, hijo querido de Admeto y de Alcestes, divina entre las mujeres, que era la más hermosa de las hijas de Pelias.
716 Los que cultivaban los campos de Metona y Taumacia y los que poseían las ciudades de Melibea y Olizón fragosa, tuvieron por capitán a Filoctetes, hábil arquero, y llegaron en siete naves: en cada una de éstas se embarcaron cincuenta remeros muy expertos en combatir valerosamente con el arco. Mas Filoctetes se hallaba, padeciendo terribles dolores, en la divina isla de Lemnos, donde lo dejaron los aqueos cuando fue mordido por ponzoñoso reptil. Allí permanecía afligido; pero pronto en las naves habían de acordarse los argivos del rey Filoctetes. No carecían aquéllos de jefe, aunque echaban de menos a su caudillo, pues los ordenaba para el combate Medonte, hijo bastardo de Oileo, asolador de ciudades, de quien lo tuvo Rena.
729 De los de Trica, Itoma de quebrado suelo, y Ecalia, ciudad de Eurito el ecaleo, eran capitanes dos hijos de Esculapio y excelentes médicos: Podalirio y Macaón. Treinta cóncavas naves en orden les seguían.
734 Los que poseían la ciudad de Ormenio, la fuente Hiperea, Asterio y las nevadas cimas del Títano, eran mandados por Eurípilo, hijo preclaro de Evemón. Cuarenta negras naves le seguían.
738 a los de Argisa, Girtona, Orta, Elona y la blanca ciudad de Oloosón, los regía el intrépido Polipetes, hijo de Pirítoo y nieto de Júpiter inmortal (habíalo dado a luz la ínclita Hipodamia el mismo día en que Pirítoo, castigando a los hirsutos Centauros, los echó del Pelión y los obligó a retirarse hacia los etiquios). Con él compartía el mando Leonteo, vástago de Marte, hijo del animoso Corono Cenida. Cuarenta negras naves les seguían.
748 Guneo condujo desde Cifo en veintidós naves a los enienes e intrépidos perebos; aquéllos tenían su morada en la fría Dodona y éstos cultivaban los campos a orillas del hermoso Titaresio que vierte sus cristalinas aguas en el Peneo de argénteos vórtices; pero no se mezcla con él, sino que sobrenada como aceite, porque es un arroyo del agua de la Estigia que se invoca en los terribles juramentos.
756 a los magnetes gobernábalos Protoo, hijo de Tentredón. Los que habitaban a orillas del Peneo y en el frondoso Pelión, tenían, pues, por jefe al ligero Protoo. Cuarenta negras naves le seguían.
760 Tales eran los caudillos y príncipes de los dánaos. Dime, Musa, cuál fue el mejor de los varones y cuáles los más excelentes caballos de cuantos con los Atridas llegaron. Entre los corceles sobresalían las yeguas del Feretíada, que guiaba Eumelo: eran ligeras como aves, apeladas, y de la misma edad y altura; criólas Apolo, el del arco de plata, en Perea, y llevaban consigo el terror de Marte. De los guerreros el más valiente fue Áyax Telamonio mientras duró la cólera de Aquiles, pues éste le superaba mucho; y también eran los mejores caballos los que llevaban al eximio Pelida.