jueves, 23 de mayo de 2013

Novedades de mayo de 2013


Estimados amigos:

Tenemos el agrado de presentarles los libros que publicamos este mes. En la lista verán a Alfred JarryRainer Maria Rilke y Kamo no Chômei. En nuestro nuestro sitio pueden descargar los fragmentos gratuitos de los libros incluidos en nuestro catálogo general o dirigirse a los distintos puntos de venta, así como descargar las versiones completas de los títulos que integran nuestra colección gratuita Biblioteca Franca

NUEVOS TÍTULOS:

Obra aparentemente atípica en la producción del autor, El amor en visitas se presenta como un conjunto de once relatos o capítulos en los que se describen los distintos modos de acercamiento a la pasión amorosa. Su amplio abanico expresivo se inicia con episodios vodevilescos que hacen pensar en el hilarante teatro de Georges Feydeau, para llegar, en los últimos, al Jarry más típico, con toda su hondura filosófica, su gozosa extravagancia, su perturbadora poesía y el infaltable e inefable personaje de Ubú. Hay, sin embargo, en el conjunto de estos episodios, una coherencia subyacente que, como se destaca en el prólogo a esta edición, hace de este libro una obra fundamental para entrar en el rico y variado mundo de Alfred Jarry.



Universalmente reconocido como uno de los mayores poetas del siglo XX, Rainer Maria Rilke es asimismo autor de varios poemarios escritos en francés. Vivió en París unos diez años, y, a partir de 1921, se estableció en el cantón suizo del Valais; su primer libro francés data de 1924. En esos años, la lengua francesa pasó de herramienta utilitaria a medio de expresión poética. Rilke sintió, sin duda, los riesgos de escribir en otra lengua para expresar “un vago más o menos que zozobra / o peor aún: el vallado que excluye”, como escribió en VergelesEl presente volumen de Ediciones De La Mirándola reúne, en edición bilingüe, los poemas de Las cuartetas valesanas y Tiernos tributos a Francia.



"Sin cesar fluye el río, pero el agua nunca es la misma [...] Así son, en este mundo, los hombres y sus moradas." Con estas palabras en que es inevitable encontrar un paralelismo con la filosofía de Heráclito, comienza el Hôjôki, estas Notas desde mi cabaña de monje que, en su brevedad y concisión, lograron convertirse en un clásico indispensable del ensayo japonés. Las reflexiones de Kamo no Chômei sobre lo transitorio y lo precario de la existencia, sobre la impermanencia esencial de las vidas y las obras de los hombres, atravesaron los siglos conservando toda su frescura, su intensa poesía, y todo su poder de conmovernos, invitándonos a la reflexión.





Novedades de BIBLIOTECA FRANCA:

Una deliciosa evocación del Buenos Aires de hace 127 años, lúcida y amorosa mirada al pasado, al presente... y al futuro, por un autor argentino de reconocido valor: Ernesto Schoo.


Diógenes Laercio, de quien no sabemos casi nada, nos transmite lo poco que sabemos de la vida de uno de los mayores filósofos de la humanidad.


Dos semblanzas justas, incisivas, inolvidables, del más francés de los escritores argentinos, y el más argentino de los escritores franceses: Paul Groussac.




viernes, 17 de mayo de 2013

Jean de Sponde: Dos sonetos

NUESTRAS MÁS RECIENTES NOVEDADES

Jean de Sponde nació en Mauléon, pequeña localidad de los Bajos Pirineos, en 1557, en el seno de una familia de origen español convertida al protestantismo. Su educación fue confiada a Jeanne d'Albret, reina de Navarra y madre del futuro Enrique IV de Francia.

Realizó sus estudios en el Colegio de Lescar. A los veinte años tradujo a Homero. Gracias al Rey de Navarra, quien lo protegió luego de la muerte de su madre, pudo cursar estudios en la Universidad de Basilea. Fue allí donde publicó traducciones de clásicos griegos.

Es posible que en 1589 haya sido encarcelado en París por los partidarios de la Liga, el poderoso partido católico y pro-español, opuesto a la asunción al trono de Enrique de Navarra.

En septiembre de 1593, siguiendo el ejemplo de su Rey, Jean de Sponde se convirtió al catolicismo. Un año después, su padre, Íñigo de Sponde, fue asesinado por miembros de la Liga. Nuestro poeta se instaló, entonces, en Burdeos y publicó su "Declaración de los principales motivos que conducen al señor de Sponde a unirse a la Iglesia Católica".

Murió en Burdeos el 18 de marzo de 1595.

Fue una antología publicada en Ruán por Raphaël du Petit Val, dos años después de la muerte del poeta, la que dio a conocer la obra de Sponde.

Pese a ser uno de los más grandes poetas de la lengua francesa, fue completamente olvidado durante más de trescientos años hasta que, hacia 1930, el erudito inglés Alan M. Boase reeditó su obra.



Sonnet

Tout s'enfle contre moi, tout m'assaut, tout me tente,
Et le Monde et la Chair, et l'Ange revolté,
Dont l'onde, dont l'effort, dont le charme inventé
Et m'abisme, Seigneur, et m'esbranle, et m'enchante.

Quelle nef, quel appuy, quelle oreille dormante,
Sans peril, sans tomber, et sans estre enchanté,
Me donras tu? Ton Temple où vit la Sainteté,
Ton invincible main, et ta voix si constante?

Et quoy? mon Dieu, je sens combattre maintesfois
Encor avec ton Temple, et ta main, et ta voix,
Cest Ange revolté, ceste Chair, et ce Monde.

Mais ton Temple pourtant, ta main, ta voix sera
La nef, l'appuy, l'oreille, où ce charme perdra,
Où mourra cest effort, où se perdra ceste onde.


Soneto

Contra mí todo se alza y me asalta y me tienta,
Este Mundo, esta Carne y este Ángel rebelde,
Cuyas olas violentas, cuyo encanto supuesto,
Me abisman, Señor, me estremecen, me encantan.

¿Qué navío, qué ayuda, qué oído adormecido,
Sin caer, sin temer, sin quedar encantado,
Has de darme, Señor? ¿El Templo donde habitas,
Tus manos invencibles y tu voz tan constante?

Pero en mí muchas veces, mi Dios, siento el combate
Aún entre tu voz, tus manos y tu Templo,
Y ese Ángel rebelde, esa Carne, ese Mundo.

Sin embargo, tu Templo y tu voz y tus manos
Serán muro y navío que acabará el conjuro,
Donde a morir vendrán, esta fuerza, estas olas.



Sonnet

Mais si faut-il mourir, et la vie orgueilleuse,
Qui brave de la mort, sentira ses fureurs,
Les Soleils hâleront ces journalières fleurs,
Et le temps crèvera cette ampoule venteuse.

Ce beau flambeau qui lance une flamme fumeuse,
Sur le vert de la cire éteindra ses ardeurs,
L'huile de ce Tableau ternira ses couleurs,
Et les flots se rompront à la rive écumeuse.

J'ai vu ces clairs éclairs passer devant mes yeux,
Et le tonnerre encor qui gronde dans les Cieux,
Où d'une ou d'autre part éclatera l'orage,

J'ai vu fondre la neige et ses torrents tarir,
Ces lions rugissants je les ai vu sans rage,
Vivez, hommes, vivez, mais si faut-il mourir.

Soneto

Tendremos que morir, y la vida orgullosa
Que se enfrenta a la muerte sentirá sus furores,
El sol tornará oscura la flor de cada día
Y el tiempo romperá esta ampolla de viento.

Este cirio que arroja una luz humeante
Sobre la verde cera apagará sus fuegos,
Los óleos de este Cuadro perderán sus colores
Y morirán las olas en la costa espumosa.

Pasaron frente a mí los relámpagos blancos
Y también ese trueno que en el Cielo retumba
Cuando de alguna parte nos llega la tormenta,

Vi fundirse la nieve y secarse el torrente,
A los broncos leones los he visto sin rabia,
Vivid, hombres, vivid, mas morir deberemos.


Traducción de Miguel Ángel Frontán.



miércoles, 15 de mayo de 2013

Charles Nodier: La monja sangrienta




LA NONNE SANGLANTE


Un revenant fréquentait le château de Lindemberg, de manière à le rendre inhabitable. Apaisé ensuite par un saint homme, il se réduisit à n'occuper qu'une chambre, qui était constamment fermée. Mais tous les cinq ans, le cinq de mai, à une heure précise du matin, le fantôme sortait de son asile.

C'était une religieuse couverte d'un voile, et vêtue d'une robe souillée de sang. Elle tenait d'une main un poignard, et de l'autre une lampe allumée, descendait ainsi le grand escalier, traversait les cours, sortait par la grande porte, qu'on avait soin de laisser ouverte, et disparaissait.

Le retour de cette mystérieuse époque était près d'arriver, lorsque l'amoureux Raymond reçut l'ordre de renoncer à la main de la jeune Agnès, qu'il aimait éperduement.

Il lui demanda un rendez-vous, l'obtint, et lui proposa un enlèvement. Agnès connaissait trop la pureté du coeur de son amant, pour hésiter à le suivre: «C'est dans cinq jours, lui dit-elle, que la nonne sanglante doit faire sa promenade. Les portes lui seront ouvertes, et personne n'osera se trouver sur son passage. Je saurai me procurer des vêtemens convenables, et sortir sans être reconnue; soyez prêt à quelque distance….» Quelqu'un entra alors et les força de se séparer.

Le cinq de mai, à minuit, Raymond était aux portes du château. Une voiture et deux chevaux l'attendaient dans une caverne voisine.

Les lumières s'éteignent, le bruit cesse, une heure sonne: le portier suivant l'antique usage, ouvre la porte principale. Une lumière se montre dans la tour de l'est, parcourt une partie du château, descend….. Raymond apperçoit Agnès, reconnaît le vêtement, la lampe, le sang et le poignard. Il s'approche; elle se jette dans ses bras. Il la porte presque évanouie dans la voiture; il part avec elle, au galop des chevaux.

Agnès ne proférait aucune parole.

Les chevaux couraient à perte d'haleine; deux postillons, qui essayèrent vainement de les retenir, furent renversés.

En ce moment, un orage affreux s'élève; les vents sifflent déchaînés; le tonnerre gronde au milieu de mille éclairs; la voiture emportée se brise…. Raymond tombe sans connaissance.

Le lendemain matin, il se voit entouré de paysans qui le rappelent à la vie. Il leur parle d'Agnès, de la voiture, de l'orage; ils n'ont rien vu, ne savent rien, et il est à dix lieues du château de Lindemberg.

On le transporte à Ratisbonne; un médecin panse ses blessures, et lui recommande le repos. Le jeune amant ordonne mille recherches inutiles, et fait cent questions, auxquelles on ne peut répondre. Chacun croit qu'il a perdu la raison.

Cependant la journée s'écoule, la fatigue et l'épuisement lui procurent le sommeil. Il dormait assez paisiblement, lorsque l'horloge d'un couvent voisin le réveille, en sonnant une heure. Une secrète horreur le saisit, ses cheveux se hérissent, son sang se glace. Sa porte s'ouvre avec violence; et, à la lueur d'une lampe posée sur la cheminée, il voit quelqu'un s'avancer: C'est la nonne sanglante. Le spectre s'approche, le regarde fixement, et s'assied sur son lit, pendant une heure entière. L'horloge sonne deux heures. Le fantôme alors se lève, saisit la main de Raymond, de ses doigts glacés, et lui dit: Raymond, je suis à toi; tu es à moi pour la vie. Elle sortit aussitôt, et la porte se referma sur elle.

Libre alors, il crie, il appelle; on se persuade de plus en plus qu'il est insensé; son mal augmente, et les secours de la médecine sont vains.

La nuit suivante la nonne revint encore, et ses visites se renouvellèrent ainsi pendant plusieurs semaines. Le spectre, visible pour lui seul n'était apperçu par aucun de ceux qu'il faisait coucher dans sa chambre.

Cependant Raymond apprit qu'Agnès, sortie trop tard, l'avait inutilement cherché dans les environs du château; d'où il conclut qu'il avait enlevé la nonne sanglante. Les parens d'Agnès, qui n'approuvaient point son amour, profitèrent de l'impression que fit cette avanture sur son esprit, pour la déterminer à prendre le voile.

Enfin Raymond fut délivré de son effrayante compagne. On lui amena un personnage mystérieux, qui passait par Ratisbonne; on l'introduisit dans sa chambre, à l'heure où devait paraître la nonne sanglante. Elle le vit et trembla; à son ordre, elle expliqua le motif de ses importunités: religieuse espagnole, elle avait quitté le couvent, pour vivre dans le désordre, avec le seigneur du château de Lindemberg: infidèle à son amant, comme à son Dieu, elle l'avait poignardé: assassinée elle-même par son complice qu'elle voulait épouser; son corps était resté sans sépulture et son âme sans asyle errait depuis un siècle. Elle demandait un peu de terre pour l'un, des prières pour l'autre. Raymond les lui promit, et ne la vit plus.

CHARLES NODIER



LA MONJA SANGRIENTA 

Un fantasma solía aparecerse en el castillo de Lindemberg, volviéndolo inhabitable. Más tarde, aplacado por un santo varón, se limitó a ocupar un solo cuarto, que permanecía cerrado. Pero cada cinco años, el cinco de mayo, a la una en punto de la madrugada, el fantasma salía de su encierro.

Era una religiosa cubierta por un velo y vestida con un hábito manchado de sangre. Llevando un puñal en una mano y una lámpara encendida en la otra, bajaba la escalinata, cruzaba los patios, salía por la puerta principal, que se dejaba siempre abierta, y desaparecía.

Aquel momento misterioso ya estaba acercándose, cuando el enamorado Raymond recibió orden de renunciar a la mano de la joven Agnès, a la que amaba locamente.

Le pidió una cita, la obtuvo y le propuso raptarla. Agnès conocía sobradamente la pureza del corazón de su amante como para dudar en seguirlo:

Faltan cinco días —le dijo— para que la monja sangrienta dé su paseo. Le abrirán las puertas y nadie se atreverá a cruzársele en el camino. Yo sabré cómo conseguir ropas apropiadas y salir sin que me reconozcan. Trata de estar listo no muy lejos de allí...

En ese momento entró alguien y se vieron obligados a separarse.

El cinco de mayo, a la medianoche, Raymond se hallaba en las puertas del castillo. Un coche y dos caballos lo esperaban en una caverna cercana.

Las luces se apagan, cesa el ruido, el reloj da la una: el portero, siguiendo la antigua costumbre, abre la puerta principal. En la torre del este aparece una luz, recorre una parte del castillo, desciende... Raymond ve a Agnès, reconoce la ropa, la lámpara, la sangre y el puñal. Se acerca; ella se le arroja en los brazos. La lleva al coche casi desvanecida; salen juntos, con los caballos al galope.

Agnès no pronunciaba una sola palabra.

Los caballos corrían hasta quedarse sin resuello; dos postillones que en vano intentaron retenerlos fueron a dar al suelo.

En ese momento se levanta una tormenta espantosa; el viento sopla con furia; el trueno ruge en medio de mil relámpagos; el coche, fuera de control, se destroza... Raymond cae desmayado.

A la mañana siguiente despierta en medio de campesinos que tratan de reanimarlo. Les habla de Agnès, del coche, de la tormenta: no han visto nada, no saben nada, y él se encuentra a diez leguas del castillo de Lindemberg.

Lo llevan a Ratisbona; un médico le cura las heridas y le recomienda reposo. El joven enamorado ordena mil búsquedas inútiles y hace cientos de preguntas que nadie puede responder. Todos creen que ha perdido la razón.

Mientras tanto, pasa el día, el cansancio y el agotamiento le traen el sueño. Estaba durmiendo de manera bastante tranquila cuando el reloj de un convento cercano, que da la una, lo despierta. Un secreto horror se apodera de él, se le eriza el pelo, se le hiela la sangre. La puerta se abre violentamente y, a la luz de una lámpara que está encima de la chimenea, ve a alguien que avanza hacia él: es la monja sangrienta. El espectro se le acerca, le clava los ojos y se sienta en la cama una hora entera. El reloj da las dos. Entonces el fantasma se levanta, le agarra la mano a Raymond con sus dedos helados y le dice: “Soy tuya, Raymond, y tú eres mío para toda la vida”. Y en seguida sale y la puerta se cierra tras ella.

Viéndose libre, Raymond grita, llama; todos se convencen cada vez más de que no está en sus cabales; su estado empeora y los auxilios de la medicina son inútiles.

La monja volvió a la noche siguiente, y sus visitas se repitieron de ese modo por varias semanas. El espectro, al que no percibía ninguno de los que, por orden del joven, se acostaban en su cuarto, era visible sólo para él.
Mientras tanto, Raymond se enteró de que Agnès había salido demasiado tarde y lo había buscado en vano por los alrededores del castillo, por lo que dedujo que había raptado a la monja sangrienta. Los padres de Agnès, que desaprobaban su amor, aprovecharon la impresión que produjo esta aventura en su ánimo para que se decidiese a tomar los hábitos.

Finalmente, Raymond fue liberado de su aterradora compañera. Llevaron hasta él a un personaje misterioso que estaba de paso en Ratisbona, introduciéndolo en la habitación a la hora en que debía aparecer la monja sangrienta. Ésta lo vio y se puso a temblar; tras una orden de aquél, explicó el motivo de sus importunas apariciones: era una religiosa española que había abandonado el convento para llevar una vida desordenada con el señor del castillo de Lindemberg; infiel a su amante, como a su Dios, lo había apuñalado; asesinada a su vez por su cómplice, con el que quería casarse, su cuerpo había permanecido insepulto y su alma desamparada erraba desde hacía un siglo. Pedía un poco de tierra para el uno y oraciones para la otra. Raymond le prometió ambas cosas y ya no la volvió a ver.





domingo, 5 de mayo de 2013

Marcel Proust por Reynaldo Hahn


PROMENADE

Je ne connaissais Marcel Proust que depuis peu de temps, quand nous fûmes invités, l'un et l'autre, à passer quelques jours à la campagne chez une amie. Dans nos rares entretiens j'avais admiré l'amabilité ingénieuse de Marcel, sa miraculeuse rapidité de compréhension, son sens du comique ; mais je ne soupçonnais pas son génie, dont je n'eus la révélation que petit à petit, et je ne me doutais même pas qu'il fût quelqu'un d'extraordinaire. Je savais qu'il écrivait, mais il n'en parlait pas, je n'avais rien lu de lui et il ne ressemblait en rien aux hommes de lettres que je fréquentais.

Le jour de mon arrivée, nous allâmes ensemble nous promener dans le jardin. Nous passions devant une bordure de rosiers du Bengale, quand soudain il se tut et s'arrêta. Je m'arrêtai aussi, mais il se remit alors à marcher, et je fis de même. Bientôt il s'arrêta de nouveau et me dit avec cette douceur enfantine et un peu triste qu'il conserva toujours dans le ton et dans la voix : " Est-ce que ça vous fâcherait que je reste un peu en arrière ? Je voudrais revoir ces petits rosiers. " Je le quittai. Au tournant de l'allée, je regardai derrière moi. Marcel avait rebroussé chemin jusqu'aux rosiers. Ayant fait le tour du château, je le retrouvai à la même place, regardant fixement les roses. La tête penchée, le visage grave, il clignait des yeux, les sourcils légèrement froncés comme par un effort d'attention passionnée, et de sa main gauche il poussait obstinément entre ses lèvres le bout de sa petite moustache noire, qu'il mordillait. Je sentais qu'il m'entendait venir, qu'il me voyait, mais qu'il ne voulait ni parler, ni bouger. Je passai donc sans prononcer un mot. Une minute s'écoula puis j'entendis Marcel qui m'appelait. Je me retournai ; il courait vers moi. Il me rejoignit et me demanda si " je n'étais pas fâché ". Je le rassurai en riant et nous reprîmes notre conversation interrompue. Je ne lui adressai pas de questions sur l'épisode des rosiers; je ne fis aucun commentaire, aucune plaisanterie : je comprenais obscurément qu'il ne fallait pas...

Que de fois, par la suite, j'ai assisté à des scènes similaires ! Que de fois j'ai observé Marcel en ces moments mystérieux où il communiait totalement avec la nature ; avec l'art, avec la vie, en ces "minutes profondes" où son être entier, concentré dans un travail transcendant de pénétration et d'aspiration alternées, entrait, pour ainsi dire, en état de transe, où son intelligence et sa sensibilité surhumaines, tantôt par une série de fulgurations aiguës; tantôt par une lente et irrésistible infiltration, parvenaient jusqu'à la racine des choses et découvraient ce que personne ne pouvait voir, - ce que personne, maintenant, ne verra jamais.




PASEO

Hacía poco tiempo que yo conocía a Marcel Proust cuando ambos fuimos invitados a pasar unos días en el campo en casa de una amiga. En nuestras escasas conversaciones había admirado la amabilidad ingeniosa de Marcel, su milagrosa rapidez de comprensión, su sentido de lo cómico, pero no sospechaba su genio, que sólo se me reveló poco a poco, y ni siquiera imaginaba que fuese alguien extraordinario. Sabía que escribía pero él no hablaba de eso, no había leído nada suyo y él no se parecía en nada a los literatos que yo frecuentaba.

El día de mi llegada fuimos juntos a pasearnos por el jardín. Pasábamos junto a una hilera de rosales de Bengala cuando, de pronto, se calló y se detuvo. Yo también me detuve, pero entonces él se puso de nuevo a caminar y yo hice lo mismo. Pronto volvió a detenerse y me dijo con esa dulzura infantil y un poco triste que conservó siempre en el tono y en la voz: “¿Le molestaría seguir solo un momento? Querría volver a ver esos pequeños rosales.” Lo dejé allí. En un recodo del camino miré hacia atrás. Marcel había retrocedido hasta los rosales. Después de dar la vuelta al castillo volví a encontrarlo en el mismo lugar, mirando fijamente las rosas. Tenía la cabeza inclinada, una expresión grave en el rostro, los ojos entornados, las cejas levemente fruncidas como por un esfuerzo de atención apasionada, y con la mano izquierda se metía obstinadamente entre los labios la punta del bigotito negro y lo mordisqueaba. Yo me daba cuenta de que me oía acercarme, de que me veía, pero también me daba cuenta de que no quería ni hablar ni moverse. Pasé de largo, pues, sin decir una palabra. Transcurrió un minuto y luego oí a Marcel que me llamaba. Me di vuelta: venía corriendo hacia mí. Me alcanzó y me preguntó si “no estaba enojado”. Le aseguré, riéndome, que no era así y retomamos nuestra conversación interrumpida. No le hice preguntas sobre el episodio de los rosales; no hice ningún comentario, ninguna broma: comprendía oscuramente que no debía hacerlo...

¡Cuántas veces asistí, más tarde, a escenas similares! Cuántas veces contemplé a Marcel en esos momentos misteriosos en que comulgaba por entero con la naturaleza, con el arte, con la vida; en esos “minutos profundos”  en los que todo su ser, concentrado en un trabajo trascendente de penetración y aspiración alternadas, entraba, por así decirlo, en estado de trance, en el que su inteligencia y su sensibilidad sobrehumanas, a veces por una serie de fulguraciones intensas, a veces por una lenta e irresistible infiltración, llegaban hasta la raíz de las cosas y descubrían lo que nadie podía ver, lo que nadie, ahora, verá jamás.