jueves, 24 de noviembre de 2016

"La Bella y la Bestia" de Gabrielle de Villeneuve en papel

"La Bella y la Bestia" de Gabrielle de Villenueve.
Estimados amigos:
Ediciones De La Mirándola nació en un momento de cambios profundos en los paradigmas establecidos de producción literaria, edición y lectura; cambios mucho más revolucionarios (estábamos y estamos convencidos de ello) que los producidos por la invención de la imprenta, con lo que esta significó en cuanto a la difusión y la democratización del libro y la cultura.
Nació... es decir, nacimos, con la voluntad de sumarnos con entusiasmo a esos cambios y, desde ese entonces (fue a principios de 2012), hemos venido publicando todos los títulos de nuestro catálogo exclusivamente en formato digital, accesibles de inmediato desde cualquier lugar del mundo y a precios módicos.
Los cambios, sin embargo, llevan su tiempo para imponerse, y los hábitos arraigados saben cómo subsistir. Es comprensible que muchos lectores prefieran mantenerse fieles al viejo y querido libro de papel, que desde hace siglos acompaña a una humanidad deseosa de lectura. Para llegar a esos lectores, hemos decidido ir sumando progresivamente todos nuestros títulos al formato tradicional: el libro que se toca, se hojea, se huele, se retira de un estante, se regala, envejece con nosotros y es capaz de sorprendernos, a la vuelta de los años, devolviéndonos algo que anotamos en sus márgenes o que escondimos entre sus hojas, y que habíamos olvidado.
Y, puesto que de metamorfosis se trata, ¿qué mejor, para empezar, que La Bella y la Bestia, título preferido entre todos por nuestros lectores?
El mismo empieza a encontrarse disponible para su adquisición en las distintas tiendas de Amazon (amazon.es, amazon.fr, amazon.it, amazon.co.uk, amazon.de, amazon.jp y, para el resto del mundo, amazon.com); a él se irán sumando, progresivamente, todos los títulos de nuestro catálogo. Y, de allí en adelante, todos nuestros títulos serán publicados tanto en formato digital como en papel.
Los invitamos a acompañarnos en nuestra nueva aventura, y les agradecemos su fidelidad.

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viernes, 11 de noviembre de 2016

Charles Baudelaire: Querida mamá. Primeras cartas a la madre


Entre los muchos libros que Charles Baudelaire se propuso escribir, y que nunca escribió, estaba el que haría real, con auténtica y absoluta sinceridad, el proyecto que Jean-Jacques Rousseau había intentado, con menos franqueza que insidia, en sus Confesiones: la redacción de una obra, Mi corazón al desnudo, en la que volcaría sus pensamientos y sus emociones más íntimos. De aquel proyecto sólo quedarían exiguos y reveladores apuntes. Pero lo que Baudelaire no podía sospechar era que, involuntariamente, lo iba desarrollando con sus apasionantes cartas y, sobre todo, con sus Cartas a la madre, cuyo primer volumen nos enorgullece haber publicado.
En éstas vemos al Baudelaire más espontáneo, al Baudelaire menos “ataviado” para la posteridad, al Baudelaire que no necesita ocultar sus cóleras, su prodigalidad, sus debilidades, sus angustias, sus rencores, sus caprichos infantiles, sus miedos, su inseguridad por lo que le reserva el futuro, su insatisfacción por la manera irregular e inconstante en que se dedica al único interés real de su vida: la literatura, su frustración por no ser capaz de llevar a cabo los innumerables proyectos con los que fantaseó interminablemente a lo largo de tantos y tan difíciles años; y, detrás de cada una de sus líneas, la silueta de la admirable mujer que, a veces calumniada por biógrafos parciales, supo acompañarlo, fielmente y pese a todo, en cada instante de su accidentada vida.



Jueves [6 de febrero de 1834(?)]

  Mamá:



  No te escribo para pedirte perdón, porque sé que ya no me creerías; te escribo para decirte que es la última vez que me dejan sin salida, que de ahora en adelante quiero estudiar y evitar todos los castigos que podrían, aunque más no fuera, retrasar mi salida. Es realmente la última vez, te lo juro, te doy mi palabra de honor. Voy a estudiar; lo creas o no, estarás obligada a creerlo cuando te haya dado pruebas de un cambio completo. No me atrevo a interrumpir el inglés, que me lleva tiempo, porque, como lo empecé y ya lo abandoné el año pasado, me parece que sería una vergüenza no terminar. Este año, sin embargo, ando flojo en la clase, y deseo firmemente ponerme al nivel de los que el año pasado eran tan buenos como yo. Mi padre debe de estar muy disgustado; pero dile en mi nombre lo que te escribo, dile que me arrepiento mucho de no haber estudiado estos tres meses que acaban de pasar. No es una promesa vana; me acordaré de que te juré que estudiaría. Y aunque me haya venido muy abajo, todavía tengo bastante sentido del honor como para no frustrar tu esperanza por segunda vez, sobre todo después de haberte dado mi palabra. No obstante, las mejores acciones del mundo son los actos y no las palabras. Espero que pronto pueda darte pruebas de mi sinceridad. Espero que el jefe de estudios ya no tenga quejas que presentarte sobre mí. Estudiando, volveré a ocupar el sitio honroso que tenía en la clase del año pasado.

  Tráeme por favor al colegio, si no estás enferma, pomada para los labios, porque hace mucho que me duelen.


  Tu hijo CHARLES, muy descontento por causarte tantos disgustos.


  Si a causa de mi mala conducta no quieres traerme tú misma lo que te pido, y si es Joseph el que viene, que me traiga en una cesta o en una cartera los siguientes libros para Songeon, que me expresó su deseo de leerlos, y que tú tendrás la amabilidad de tomar de mi armario:

 Grandeza de los romanos;


 Convalecencia del viejo cuentista;


 Obras selectas de Gresset;


 Viaje de Levaillant (los dos tomos).


***

[Febrero de 1834(?)]

  Mamá:

  Te va extrañar mucho que hoy también me haya quedado sin salida; sin embargo, no he faltado a mis promesas; ya desde el momento en que envié mi última carta puedo asegurar que mi aplicación y mi conducta han mejorado mucho; pero la primera semana (ya estábamos a mediados de la quincena cuando escribí la carta) influyó tanto en el informe de conducta que eso solo hizo que me dejaran sin salida. Sin embargo, la segunda semana mejoró un poco mis notas, ya que todo lo demás es bastante bueno, tanto en la división como en la clase. Privado desde hace mucho del gusto de verte, le ruego a papá que emplee un ardid muy inocente. Si sigo estudiando como lo vengo haciendo desde hace una semana, no podrán negarme para el jueves que viene certificados satisfactorios sobre mi aplicación y mi conducta. Los presentaré. Si papá consiente en alegar ante el jefe de estudios la mala salud que tienes desde hace unos días, podré esperar un permiso especial para salir. Mis calificaciones han sido buenas y estoy décimo primero en traducción inversa y cuarto en historia natural. Sabía mucho para mi examen de historia natural.

  Tu hijo CHARLES.

***

Lyón, 25 de febrero [de 1834].

  Papá y mamá:

  Les escribo esta carta para intentar convencerlos de que todavía queda alguna esperanza de sacarme del estado que los apena tanto. Sé que en cuanto mamá lea el comienzo de esta carta, dirá: ya no le creo más, que papá dirá lo mismo; pero no me desanimo, no quieren venir más a verme al colegio para castigarme por mis tonterías; pero vengan una última vez para darme buenos consejos, para alentarme. Todas estas tonterías proceden de mi atolondramiento y mi holgazanería. Cuando la última vez volví a prometerles que ya no les daría disgustos, hablaba de buena fe, estaba resuelto a estudiar y a estudiar en serio para que ustedes pudiesen decir: tenemos un hijo que reconoce cómo nos ocupamos de él; pero el atolondramiento y la pereza me hicieron olvidar los sentimientos que me animaban al prometer. No es a mi corazón al que hay que reprender, es bueno; es mi mente la que hay que fijar, a la que hay que hacer reflexionar con bastante firmeza para que las reflexiones queden grabadas en ella. Ustedes empiezan a creer que soy un ingrato, tal vez están muy convencidos de ello. ¿Cómo probarles lo contrario? Sé cómo hacerlo: poniéndome a estudiar de inmediato; pero, haga lo que haga, el tiempo que he pasado sumido en la pereza y en el olvido de mi deber para con ustedes será siempre una mancha. ¿Cómo hacerles olvidar en un momento una mala conducta de tres meses? No lo sé y, sin embargo, es lo que querría. Devuélvanme enseguida su confianza y su afecto, vengan a decirme al colegio que me las han devuelto. Será el mejor medio de hacerme cambiar también en un momento.

  Ustedes han desesperado de mí como de un hijo cuyos males no se pueden remediar y para el cual todo se ha vuelto indiferente, que pasa el tiempo sumido en la pereza, que es flojo, débil y no tiene valor para levantar cabeza. He sido flojo, débil, perezoso, durante cierto tiempo no he pensado en nada; pero como nada puede hacer que el corazón cambie, sigo conservando mi corazón, que a pesar de sus defectos tiene su lado bueno. Me ha hecho sentir que no debo desesperar de mí mismo. Pensé que podía escribirles y comunicarles las reflexiones que me sugirió el tedio que me produce una vida que pasé sumido en la pereza y los castigos. Y la sola idea de que ustedes pudiesen considerarme un ingrato me levantó un poco el ánimo. Si ustedes mismos ya no lo tienen para venir al colegio, contéstenme y denme en una carta los consejos y las palabras de aliento que me hubieran dado en persona en el locutorio. El jueves por la mañana van a dar las calificaciones de historia natural, espero sacar una buena. ¿Esta esperanza que tengo puede inducirlos a escucharme? Últimamente he vuelto a sacar una muy mala, una muy mala, pero el deseo de reparar esa afrenta hizo que esta mañana pusiese mucho empeño en mi prueba escrita. Si realmente han tomado la decisión de no venir más al colegio antes que una nueva conducta les demuestre un cambio total de mi parte, escríbanme, guardaré las cartas, las leeré a menudo para luchar contra mi atolondramiento, para hacerme derramar lágrimas de arrepentimiento, para que mi atolondramiento y mi pereza no me hagan olvidar las faltas que tengo que reparar. En fin, como les dije al comienzo de mi carta, el corazón no tiene culpa alguna en esto. Un temperamento superficial, una inclinación irresistible a la pereza me han hecho cometer todas estas faltas. Que no les quepa la menor duda. Ustedes no olvidarán, estoy seguro, que tienen un hijo en el colegio, pero no olviden que ese hijo tiene un corazón. Esto es lo que quería escribirles. Mi objetivo es muy simple, quiero convencerlos de que no tienen que desesperar de mí. ¿Y quién, por otra parte, pensando que sus padres ya no quieren venir a verlo y han llegado al punto de tratarlo con el máximo rigor, no se habría apresurado a escribir para sacarlos de su engaño? No es el trato riguroso lo que me afecta. Es la vergüenza de haberlos obligado a utilizarlo. No es a la casa a la que estoy apegado, como tampoco a las comodidades que encuentro en ella cuando salgo, es al gusto de verlos a lo que soy sensible, al gusto de charlar con ustedes todo un día, a los elogios que pueden hacerme por mis estudios. Les prometo que voy a cambiar, pero no desesperen de mí y sigan confiando en mis promesas.

  CHARLES.
Charles Baudelaire - Querida mamá. Cartas a la madre 1834-1859.
Ediciones De La Mirándola, enero de 2015, 561 páginas, ISBN  978-987-3725-03-6



miércoles, 2 de noviembre de 2016

Alfred Jarry: Costumbres de los ahogados

http://delamirandola.com/titulos/166-el-amor-en-visitas
COSTUMBRES DE LOS AHOGADOS

Hemos tenido ocasión de entablar algunas relaciones bastante íntimas con esos interesantes borrachos perdidos del acuatismo. De acuerdo con nuestras observaciones, un ahogado no es un hombre que ha fallecido por sumersión, pese a que tienda a acreditarlo la opinión: es un ser aparte, con hábitos especiales y que, según creemos, se adaptaría maravillosamente a su medio si aceptáramos dejarlo permanecer allí el tiempo adecuado. Es notable que se conserven mejor en el agua que al aire libre. Sus costumbres son extrañas y, aunque les guste evolucionar en el mismo elemento que a los peces, diametralmente opuestas, si se nos permite expresarnos así, a las de éstos: en efecto, mientras que los peces, como es sabido, sólo viajan contra la corriente, es decir, en el sentido que mejor hace trabajar su energía, las víctimas de la funesta pasión del acuatismo se abandonan al curso del agua como si hubieran perdido todo empuje, con una perezosa indolencia. Sólo revelan su actividad con movimientos de cabeza, reverencias, zalemas, semi-volteretas y otros gestos corteses que les gusta hacer cuando se encuentran con los hombres terrestres. Estas manifestaciones no tienen, según nuestro parecer, ningún alcance sociológico: sólo hay que ver en ellas hipos inconscientes de borracho o los movimientos de un animal.


El ahogado señala su presencia, como la anguila, mediante la aparición de burbujas en la superficie del agua. Se los captura, lo mismo que a la anguila, con una fisga; tender para ellos nansas o líneas de fondo resulta menos ventajoso.


Puede inducirnos a error, en lo que respecta a las burbujas, la gesticulación desconsiderada de un simple ser humano que, por el momento, sólo se encuentra en estado de ahogado practicante. El ser humano, en este caso, es extremadamente peligroso y en todo comparable, como lo hemos anunciado más arriba, a un borracho perdido. La filantropía y la prudencia imponen, pues, distinguir dos fases en su salvataje: 1º la exhortación a la calma; 2º el salvataje propiamente dicho. La primera operación, indispensable, se efectúa muy bien mediante un arma de fuego; pero hace falta tener un buen conocimiento de las leyes de refracción; un golpe de remo basta en la mayoría de las circunstancias. Ya sólo queda —segunda fase— capturar al sujeto con el mismo método que para un ahogado ordinario.


Es poco frecuente que los ahogados se desplacen en cardúmenes, a la manera de los peces. Puede inferirse de esto que su ciencia social está aún en estado embrionario, a menos que se juzgue más simple suponer que es su combatividad y su valor guerrero el que es inferior al de los peces. Por lo que éstos se comen a aquéllos.


Estamos en condiciones de probar que hay un solo punto en común entre los ahogados y los demás animales acuáticos: desovan [1], como los peces, aunque sus órganos reproductores estén, para el observador superficial, constituidos como los de los humanos; desovan, pese a esta objeción más grave: que ningún edicto municipal protege su reproducción mediante una momentánea prohibición de su pesca.


Un ahogado se vende por lo común a veinticinco francos en el mercado de la mayoría de los departamentos: es ésta una fuente de ingresos honestos y provechosos para la simpática población fluvial. Sería, pues, patriótico fomentar su reproducción, tanto más cuanto que, por falta de esta medida, grande es siempre la tentación, entre los ciudadanos ribereños y pobres, de fabricar algunos artificiales, aunque idénticos para la recompensa, mediante el maquillaje por vía húmeda de otros ciudadanos vivos.


El ahogado macho, en la temporada de desove, que dura casi todo el año, se pasea por su desovadero, yendo, según su costumbre, aguas abajo, con la cabeza inclinada hacia adelante, la espalda arqueada para arriba, las manos, los órganos de desove y los pies oscilando sobre el lecho del río. Pasa con gusto horas enteras arrojándose contra las hierbas. La hembra va de igual modo aguas abajo, con la cabeza y las piernas vueltas hacia atrás, panza arriba.

Así es la vida.

[1] Jarry usa el verbo frayer, que significa desovar, para los peces, y tener relaciones amistosas unos con otros, para los seres humanos.

Traducción para Literatura & Traducciones de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.


LES MOEURS DES NOYÉS

Nous avons eu occasion de nouer quelques relations assez intimes avec ces intéressants ivres-morts de l’aquatisme. D’après nos observations, un noyé n’est pas un homme décédé par submersion, malgré que tende à l’accréditer l’opinion commune : c’est un être à part, d’habitudes spéciales et qui s’adapterait, croyons-nous, à merveille à son milieu si l’on voulait bien l’y laisser séjourner un temps convenable. Il est remarquable qu’ils se conservent mieux dans l’eau qu’à l’air libre. Leurs mœurs sont bizarres, et, bien qu’ils aiment à se jouer dans le même élément que les poissons, diamétralement opposées, si nous osons ainsi dire, à celles de ceux-ci : en effet, alors que les poissons, comme on sait, ne voyagent qu’en remontant le courant, c’est-à-dire dans le sens qui exerce le mieux leur énergie, les victimes de la funeste passion de l’aquatisme s’abandonnent au fil de l’eau comme ayant perdu tout ressort, dans un paresseux nonchaloir. Ils ne décèlent leur activité que par des mouvements de tête, révérences, salamalecs, demi-culbutes et autres gestes courtois qu’ils affectionnent à la rencontre des hommes terriens. Ces démonstrations n’ont, à notre avis, aucune portée sociologique : il n’y faut voir que des hoquets inconscients d’ivrogne ou le jeu d’un animal.
Le noyé signale sa présence, comme l’anguille, par l’apparition de bulles à la surface de l’eau. On les capture, de même que l’anguille, à la foëne ; il est moins profitable de tendre à leur intention des verveux ou des lignes de fond.
On peut être induit en erreur, quant aux bulles, par la gesticulation inconsidérée d’un simple être humain qui n’est encore qu’à l’état de noyé stagiaire. L’être humain, dans ce cas, est extrêmement dangereux et comparable en tout, comme nous l’avons annoncé plus haut, à un ivre-mort. La philanthropie et la prudence commandent donc de distinguer deux phases dans son sauvetage : 1° l’exhortation au calme ; 2° le sauvetage proprement dit. La première opération, indispensable, s’effectue fort bien au moyen d’une arme à feu ; mais il faut être familier avec les lois de la réfraction ; un coup d’aviron suffit dans la plupart des circonstances. Il ne reste plus — seconde phase — qu’à capturer le sujet par la même méthode qu’un noyé ordinaire.
Il est rare que les noyés aillent par bancs, à l’instar des poissons. On en peut inférer que leur science sociale est encore embryonnaire, à moins qu’on ne juge plus simple de supposer que c’est leur combativité et leur valeur guerrière qui est inférieure à celle des poissons. C’est pourquoi ceux-ci mangent ceux-là.
Nous sommes en mesure de prouver qu’il y a un seul point commun entre les noyés et les autres animaux aquatiques : ils frayent, comme les poissons, bien que leurs organes reproducteurs soient, pour l’observateur superficiel, conformés comme ceux des humains ; ils frayent, malgré cette objection plus grave, qu’aucun arrêté préfectoral ne protège leur reproduction, par une prohibition momentanée de leur pêche.
Un noyé se vend de façon courante vingt-cinq francs sur le marché de la plupart des départements : c’est là une source de revenus honnêtes et fructueux pour la sympathique population fluviale. Il serait donc patriotique d’encourager leur reproduction, d’autant que, faute de cette mesure, la tentation est toujours grande, chez le citoyen riverain et pauvre, d’en fabriquer d’artificiels, mais égaux devant la prime, au moyen du maquillage par voie humide d’autres citoyens vivants.
Le noyé mâle, en la saison du frai, laquelle dure presque toute l’année, se promène dans sa frayère, descendant, selon sa coutume, le courant, la tête penchée en avant, les reins élevés, les mains, les organes du frai et les pieds ballant sur le lit du fleuve. Il reste volontiers des heures à se balancer dans les herbes. Sa femelle descend pareillement le courant, la tête et les jambes renversées en arrière, le ventre en l’air.
C’est la vie.
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