martes, 15 de octubre de 2019

José María de Heredia y Antonio de Zayas: Antonio y Cleopatra

ANTONIO Y CLEOPATRA

EL CYDNUS

Bajo el azul triunfal al sol enrojecido,
la trirreme de plata blanquea el río denso
y su estela en él deja un perfume de incienso
y, con sones de flautas, de sedas el crujido.

En la proa radiante do el neblí se ha cernido,
de su dosel Cleopatra olvida el brillo intenso
y oteando del Vésper, de pie, el confín inmenso,
parece un ave de oro que ya la presa ha olido.

Tarsis. Allí el guerrero la espera desarmado;
la morena Lagida abre al aire encantado
los brazos ambarinos y manos primorosas;

y sus ojos no han visto, presagio de su suerte,
deshojando a su lado en la agua turbia rosas,
dos divinos Infantes: el Deseo y la Muerte.


TARDE DE BATALLA

Ha sido rudo el choque. Los Centuriones, juntos
con los Tribunos, unen las cohortes vacilantes.
Por el aire, que atruenan aun sus voces vibrantes,
el hedor de la carne da de muerte barruntos.

Los soldados contaban sus amigos difuntos
de los adversos hierros por los cortes tajantes,
mientras que los arqueros de Faortes, jadeantes,
con el sudor perlaban los rostros cejijuntos.

Entonces surge, al cuerpo las saetas prendidas,
rojo del flujo cálido de sus frescas heridas,
bajo la excelsa púrpura y el éneo paramento,

de los clarines roncos a la armonía tosca
soberbio refrenando el corcel que se enfosca
bajo el cielo inflamado, el Caudillo sangriento.


ANTONIO Y CLEOPATRA

Bajo la alta terraza donde estaban, dormía
el Egipto abrumado por cielo sofocante
y, atravesando el negro Delta, del río gigante
hasta Buhaste o Sais la onda densa corría.

El Romano en su peto escamado sentía,
—soldado a quien arrulla el sueño de un infante—
y arrellanarse sobre su corazón triunfante
el cuerpo voluptuoso que su brazo ceñía.

La pálida cabeza de lóbregos cabellos
volviendo al que embriagaba de aromas y destellos,
tendiole ella las claras pupilas hechiceras;

y el Caudillo, los bríos ante sus pies postrados,
vio en sus ojos, de puntos de oro constelados,
toda una mar por donde huyendo iban galeras.



ANTOINE ET CLÉOPÂTRE

LE CYDNUS

Sous l’azur triomphal, au soleil qui flamboie,
La trirème d’argent blanchit le fleuve noir
Et son sillage y laisse un parfum d’encensoir
Avec des sons de flûte et des frissons de soie.

À la proue éclatante où l’épervier s’éploie,
Hors de son dais royal se penchant pour mieux voir,
Cléopâtre debout en la splendeur du soir
Semble un grand oiseau d’or qui guette au loin sa proie.

Voici Tarse, où l’attend le guerrier désarmé ;
Et la brune Lagide ouvre dans l’air charmé
Ses bras d’ambre où la pourpre a mis des reflets roses.

Et ses yeux n’ont pas vu, présage de son sort,
Auprès d’elle, effeuillant sur l’eau sombre des roses,
Les deux enfants divins, le Désir et la Mort.


SOIR DE BATAILLE

Le choc avait été très rude. Les tribuns
Et les centurions, ralliant les cohortes,
Humaient encor dans l’air où vibraient leurs voix fortes
La chaleur du carnage et ses âcres parfums.

D’un œil morne, comptant leurs compagnons défunts,
Les soldats regardaient, comme des feuilles mortes,
Au loin, tourbillonner les archers de Phraortes ;
Et la sueur coulait de leurs visages bruns.

C’est alors qu’apparut, tout hérissé de flèches,
Rouge du flux vermeil de ses blessures fraîches,
Sous la pourpre flottante et l’airain rutilant,

Au fracas des buccins qui sonnaient leur fanfare,
Superbe, maîtrisant son cheval qui s’effare,
Sur le ciel enflammé, l’Imperator sanglant.


ANTOINE ET CLÉOPÂTRE

Tous deux ils regardaient, de la haute terrasse,
L’Égypte s’endormir sous un ciel étouffant
Et le Fleuve, à travers le Delta noir qu’il fend,
Vers Bubaste ou Saïs rouler son onde grasse.

Et le Romain sentait sous la lourde cuirasse,
Soldat captif berçant le sommeil d’un enfant,
Ployer et défaillir sur son cœur triomphant
Le corps voluptueux que son étreinte embrasse.

Tournant sa tête pâle entre ses cheveux bruns
Vers celui qu’enivraient d’invincibles parfums,
Elle tendit sa bouche et ses prunelles claires ;

Et sur elle courbé, l’ardent Imperator
Vit dans ses larges yeux étoilés de points d’or

Toute une mer immense où fuyaient des galères.


jueves, 10 de octubre de 2019

Ovidio y Diego Mexía de Fernangil: Fedra a Hipólito

HEROIDAS - EPÍSTOLA IV

Es tan notoria y vulgar la historia del Minotauro y su laberinto, y hemos de tratar de ella tantas veces en estas epístolas, que bastara decir agora que, como por las leyes impuestas del rey Minos a los Atenienses, fuesen obligados a enviar a Creta siete hijos e hijas cada un año para ser pasto del Minotauro, cayó la suerte en el tercer año de esta terrible imposición a Teseo, hijo de Egeo, rey de los Atenienses; el cual con la industria y favor de Ariadna, hija del rey Minos, librándose del intrincado laberinto, dio la muerte al espantoso Minotauro. Conseguida la victoria, como por este beneficio hubiese prometido Teseo de se casar con Ariadna, partió con ella y con su hermana Fedra de Creta huyendo a su floreciente reino de Atenas. Sucedió que en el navío, enamorándose Teseo de su cuñada, propuso dejar (como en efecto la dejó) a Ariadna en la isla de Naxos o Chío, casándose con Fedra alevemente. Pasados algunos días, haciendo Teseo ausencia de Atenas, como tuviese por hijo a Hipólito de Hipólita noble Amazona, Fedra enamorada de su entenado, y rendida a su apetito, como de palabra no se atreviese por la gravedad del pecado a descubrirle su pena, le escribe esta carta, donde le persuade a su bruta y totalmente ilícita voluntad. Por la cual se verá la libertad y desenvoltura que tiene la mujer que pierde el temor a Dios y la vergüenza al mundo. Es una de las artificiosas y elegantes epístolas de este libro; porque no ha habido gente tan bárbara que aunque apetezca el mal, no lo procure dorar y afeitar por hacerlo menos feo y menos culpable.

FEDRA A HIPÓLITO

La dama Cresa, a ti el gallardo fruto
De la Amazona Hipólita, te envía
Salud (después del alma) por tributo.

y aunque salud te envío, oh gloria mía
Si de tus manos yo no la recibo.
Me faltará, pues falta la alegría.

Lee todo cuanto en esta carta escribo,
Que poco daño te verná en leella.
Ni en un papel ¿qué puede haber nocivo?

Nunca la carta ofende; antes en ella
Podrás hallar (que en fin eres discreto)
Alguna cosa que te agrade el vella.

En las cartas se escribe lo secreto
Del pecho, y por la tierra y mar caminan
Llevando a los ausentes su conceto.

Los que son enemigos no se indinan
De que le escriba cartas su enemigo,
Porque ellas siempre alumbran y encaminan,

Tres veces procuré hablar contigo,
Y tres veces mi lengua se me anuda,
Y asida al paladar calla conmigo.

Y otras tres a mi boca y lengua ruda
Los acentos y voces han faltado.
Que tú me has hecho balbuciente y muda.

Demás que es bien que amor esté mezclado
Con la vergüenza, freno omnipotente
Que enfrena el apetito desbocado.

Mas lo que la vergüenza no consiente
Que diga de palabra, el dios Cupido
Manda que te lo escriba de presente.

¿Y quién será tan loco y atrevido
Que lo que manda amor, con dichos vanos.
Sustente no ha de ser obedecido?

Es rey amor no sólo en los humanos,
Pero su ley también fue poderosa
Sobre todos los Dioses soberanos.

Él, lo primero, estando yo dudosa
De escribirte, me dijo: «Acaba, escribe,
Que no me sirvo yo de alma medrosa.

»Que aunque de hierro te parece, y vive
Allá en los montes, rendirá su frente
Al mesmo ardor que tu furor concibe.»

Así suceda; y como el fuego ardiente
De amor me abrasa, así el muchacho ciego
Rinda a mi gusto tu cerviz valiente.

Yo con maldad ni deshonesto fuego
No pretendo romper el nudo honroso
De nuestra fe, do estriba mi sosiego.

Porque mi nombre y esplendor glorioso
(Quisiera te informaras de mi fama)
Carece de pecado ignominioso.

Mientras más tarde amor rinde a una dama,
Con mucha menos fuerza y resistencia
Puede sufrir la exorbitante llama.

Abrásome acá dentro, y la violencia
Del fuego es tal, que el pecho está llagado,
Y cancerada el alma por tu ausencia.

Y como el primer yugo es más pesado
Al novillejo, y causa más tormento
El duro freno al potro no domado,

Así mi pecho, que ha vivido exento
De amor, ni se acomoda a su esperanza,
Ni tiene en mí su carga buen asiento.

Cuando en la juventud y en su terneza
Se aprende a amar, su carga es menos dura,
Que es la costumbre en nos naturaleza.

Pero la dama que en edad madura
Comienza a obedecer de amor los fueros,
Le es carga el gusto, acíbar la dulzura.

Tú cogerás primero los primeros
Frutos de mi jardín, guardado en vano
A fuerza de arrogancias y de fieros.

Y de nosotras cada cual ufano
Gozará de los premios amorosos
Que otorga amor con dadivosa mano.

Que es gusto de los ramos fructuosos
Coger la dulce fruta sazonada,
Sin nota ni calumnia de envidiosos.

Y es bien particular la aljofarada
Rosa, que está entre púrpura y rocío,
Cortar con uña tierna y delicada.

Y ya que aquel honor primero mío
(En el cual me mostré sin mancha y culpa)
Propuse de perder con desvarío,

En perderlo contigo no me culpa,
O a lo menos me excusa; que el que yerra
Forzado del amor, tiene disculpa.

Téngote en tanto, que si acá en la tierra
La diosa Juno a Jove me entregara
Con cuanta alteza y majestad encierra,

A Hipólito eligiera, y desechara
A Júpiter; porque eres mis trofeos,
Y no quiero otro cielo que tu cara.

Y ya (no lo creerás) me dan deseos
De ser por esos bosques cazadora,
Tus pasos imitando y devaneos.

Incítame el amor con voladora
Planta seguir la tíguere inhumana,
Y la veloz corcilla trepadora.

Ya la Diosa que adoro es tu Diana,
Insigne en el aljaba y la saeta,
Que en imitarte a ti me hallo ufana.

La maleza del bosque más secreta
Gusto correr, y ver a los venados
En la engañosa red que los sujeta.

Huélgome por los riscos empinados
Animar a los perros, que siguiendo
Van a los fuertes osos fatigados.

O el femenino brazo sacudiendo,
Arrojar el venablo por el cielo.
Que va en el aire con furor crujiendo.

O encima de la grama y verde suelo,
La cabeza arrimada a algún guijarro.
Poner el cuerpo y recibir consuelo.

Muchas veces quisiera al leve carro
Correr y revolver en el arena,
Con gran destreza y con primor bizarro.

Y al caballo veloz que no se enfrena
Holgara reprimir. Aunque sería
Más justo reprimir mi grave pena.

Agora con la gran melancolía
Me arrebata un furor muy semejante
Al que en la turba Eleida Baco envía.

O como aquel que en Ida el abundante
Ocupa las que en honra de sus Diosas
Hacen un son confuso y resonante.

O tal como el que rige las furiosas
Mujeres del divino ardor tocadas,
De Faunos y de Dríadas hermosas.

Y así cuando en mí vuelvo, mis criadas
Dicen que digo en este desvarío
Que tengo las entrañas abrasadas.

Puede ser que un oculto poderío
O fuerza de mi hado inevitable
Me hace amar al que es pariente mío.

Y que la Diosa en Chipre venerable
Quiera de mí el tributo que ha llevado
De todo mi linaje miserable.

Júpiter amó a Europa en sumo grado
(Que él fue el primer origen de mi gente),
Siendo en hermoso toro transformado.

Y mi madre Pasife torpemente.
Sujeta a un toro en acto bruto y feo,
Parió aquel monstruo horrífico, inclemente.

Después, siguiendo el pérfido Teseo
El hilo que le dio mi cara hermana.
Huyó del laberinto y su rodeo.

Y porque nadie con simpleza vana
Dudase yo ser hija verdadera
De Minos y su sangre soberana,

Vesme agora seré la que postrera
Cumpla de mi linaje la sentencia.
Quiera el amor que salga verdadera.

Esto es fatal y viéneme de herencia,
Pues agradó a tu padre y le dio gusto
De dos simples hermanas la tenencia.

Y así es razón que si gozó él injusto
De mi querida hermana sin contrastes,
Te goce yo sin el menor disgusto.

Y pues los dos la libertad robastes
De dos hermanas, publicad victoria.
Preciaos de los despojos que ganastes.

En aquel día, origen de esta historia.
Quisiera estar en Creta; digo el día
Que fue sagrado a Ceres y a su gloria.

Que si en Creta estuviera, el alma mía
En el templo de Eleusis no gozara
De tu presencia, garbo y gallardía.

Entonces hincó amor su ardiente jara
(Bien que tú me agradabas antes desto)
En mis medulas con potencia rara.

Vite de blanco, y de jazmín compuesto
Ese cabello de oro, en cuya alteza
Echó natura su potencia y resto.

Vi el rosicler divino y su fineza
En ese rostro honesto cuanto grave,
Que encierra en sí la suma de belleza.

Y el rostro que por fiero y no süave
Juzgaron otras, fue de mí juzgado
Ser de valor y de virtud la llave.

Huya de mí el Adonis enrizado.
Váyase el mozo que color se pone
Y anda en almizcle y ámbar sepultado.

Que al hombre poco adorno le compone,
Y bástale al varón la vestidura
Según su estado y la razón dispone.

Y no te aumenta poco la hermosura
Ese descuido tuyo en el cabello,
Y el polvo que te sirve de blancura.

Si haces mal como jinete bello
Al caballo feroz, y lo revuelves
En breve espacio, admírome de vello,

Y si el valiente brazo desenvuelves.
Sacudiendo con fuerza el dardo crudo.
Donde vuelves el brazo allí me vuelves.

Y cuando hieres con venablo agudo
Al bravo jabalí, de enamorada
Quisiera allí ponerme por tu escudo.

En fin, cualquiera cosa que es obrada
De tu gallardo cuerpo me arrebata
La vista, de la tuya aficionada.

Tú agora olvida y deja el alma ingrata,
Y la escabrosidad del pecho duro
Allá en los montes entre alguna mata.

Que amando Fedra con amor tan puro,
No merezco morir por tu aspereza,
Ni que me arrojes en el reino escuro.

¿Qué te incita, me di, con tal firmeza
(De Venus evitando la dulzura)
Seguir de tu Diana la rudeza?

Todo lo que carece de holgura,
De deleite y descanso en esta vida,
No es permanente ni de grande dura.

Éste repara y vuelve la perdida
Fuerza, y alienta la flaqueza humana.
Que si le apuran queda consumida.

Y ya que imitar quieres a Diana,
Sus flechas y arco imita; pues la escoges
Por ejemplar y muestra soberana.

Procura que la cuerda al arco aflojes.
Que no terná el resor menesteroso
(Si no la aflojas) cuando el tiro arrojes,

Fue Gáfalo en las selvas tan famoso.
Que siguiendo la fuerza de su estrella.
Mataba el jabalí, la tigre, el oso.

Mas no era esquivo, ni a la Aurora bella
Negaba que le amase tiernamente,
Antes gozaba de su amor y de ella.

Y ya nuncia del Sol, como prudente
Del anciano Titón dejaba el techo
Para gozar del cazador valiente.

Muchas veces sirvió de blando lecho
La grama a Venus y a su Adonis: tanta
Es la fuerza de amor si abrasa un pecho.

Meleagro también por Atalanta
Se ardía, y ella guarda de la fiera
La cabeza y la piel por prenda santa.

Amémonos los dos de esta manera,
Seamos de este número dichoso,
Y habrá en el bosque eterna primavera.

Que si el fruto de Venus amoroso
Del bosque quitas, toda su frescura
Se ha de volver en páramo enfadoso.

Yo te acompañaré por la espesura,
Sin que recele algún impedimento
De blanda arena ni de peña dura.

Ni me dará pavor el turbulento
Y fiero jabalí, que si barrunta
La muerte, es de temer su movimiento.

Dos mares con sus ondas a una punta
De tierra baten, y si aquél resuena,
Este rebrama y con aquél se junta.

Aquí contigo la ciudad Trezena
Habitaré, la cual por ti me ha sido
Mas que mi Creta ubérrima y amena.

Ausente está y ha estado mi marido,
Y lo estará entretanto que vivieres.
Porque es de su Pirítoo detenido.

No estima por Pirítoo (si no quieres
Negar lo que es tan cierto) al que es su hijo,
Ni estima de su esposa los placeres.

Y no por esto sólo yo me aflijo,
Que otros muchos agravios nos ha hecho,
Cuyo discurso te será prolijo.

Él con su fuerte clava y feroz pecho,
Los huesos esparciendo de mi hermano,
Dejó su cuerpo mísero deshecho.

Él a mi hermana (en fin como tirano)
Por pasto y por manjar dejó a las fieras.
Contra las leyes del linaje humano.

Aquella que en virtud, valor y veras
El primero lugar tuvo contino
Entre las damas ínclitas guerreras.

Fue madre tuya; y esto así convino,
Porque ella sola pudo merecerte,
Y tú de sus virtudes fuiste dino.

Si dónde está preguntas, diole muerte
Tu padre con espada y brazo airado.
Que aun no estuvo segura con tenerte.

Matola sin haberse desposado
Con ella, porque fueses mal nacido
Y no heredases todo su reinado.

De mí te ha dado hermanos, y no he sido
La causa yo, ni Fedra los criara
Si no lo obedeciera por marido.

Pluguiera al cielo que antes reventara
(¡Oh el más hermoso de lo que es hermoso!)
Que Juno en daño tuyo me alumbrara.

Ve agora, y reverencia codicioso
La cama de este padre que te daña,
La cama de este padre incestüoso.

Mejor será la tengas por extraña:
Mejor será que vengas a mi ruego,
Y no que estés cual bestia en la montaña.

No mires en escrúpulos, ven luego;
Así tu ingratitud y rebeldía
Perdone el Dios que es causa de mi fuego.

Y aunque mi majestad no permitía
Rogar, sino mandar, ruego y suplico.
Que mal puedo mandar si no soy mía.

¿Dónde está, ay triste, mi facundia...?
¿Dónde mi gravedad? ya está por tierra.
Ya por esclava y presa me publico.

Creí, si en el amor verdad se encierra.
Poderme resistir y no entregarme
A la culpa y furor que me da guerra.

Pero venció el amor hasta humillarme,
Y así a tus pies me postro, y con abrazos
Vencida ruego quieras ampararme.

Que estando un alma en amorosos lazos,
Como ciega no ve lo que es honesto,
Y así atropella estorbos y embarazos.

Venció al amor honesto el deshonesto,
La vergüenza he perdido y la firmeza,
Perdona, pues, mi error tan manifiesto.

Doma tu corazón y su aspereza.
Siquiera porque Minos me ha engendrado,
Que muchas islas tiene y gran riqueza,

Y porque el rayo ardiente y denodado
Es de mi omnipotente bisabuelo
Al mundo con estrépito enviado,

Y porque el rubio Dios (que allá en su cielo
Ciñe la frente con los rayos de oro,
Y fabrica los años) es mi abuelo.

La majestad, la sangre y el decoro.
La nobleza, la pompa y los honores
Yacen ante el amor a quien adoro.

Ten reverencia a mis progenitores,
Y cuando perdonarme no quisieres.
Perdónalos a ellos por mayores.

Darete en dote, si mi gusto hicieres,
A Greta, que es de Júpiter querida,
Y el alma te daré, si el alma quieres.

La isla, el alma, el corazón, la vida
Sirva a mi bello Hipólito, y el mundo
La obediencia le dé que le es debida.

Sujeta y vence el ánimo iracundo,
Que pues venció mi madre a un toro horrible.
¿Serás tú más que un toro furibundo?

Si fuere en mis demandas insufrible,
Perdóname por Venus, que en mi pecho
Lo que es posible puede y lo imposible.

Así nunca te halles en estrecho
Tal, que en la redondez de este horizonte
Ames alguna dama, y sin provecho.

Y así la Diosa que preside al monte
Propicia se te muestre en los jarales,
Y no te aflija el padre de Faetonte.

Y así te dé gran copia de animales
La selva por sus sendas y caminos,
Y sombra el bosque, y fruta sus frutales.

Y así el dios Pan y Sátiros divinos
Te ayuden siempre con feliz agüero
Con los más semidioses campesinos.

Y así se rinda el jabalí severo
(Por más que muestre sus ebúrneos dientes)
A la violencia de tu dardo fiero.

Y así las sacras Ninfas de las fuentes
Te den el agua fresca en abundancia.
Para templar tu sed con sus corrientes.

Aunque ya saben en aquella estancia:
Que con las damas siempre eres esquivo
De amor, de la virtud o de arrogancia.

En fin, a cuantos ruegos aquí escribo.
Mil lágrimas añado y mil querellas;
Si las querellas vieres, finge al vivo
Que ves también mis lágrimas en ellas.




Quam nisi tu dederis, caritura est ipsa, salutem
     mittit Amazonio Cressa puella viro.
perlege, quodcumque est—quid epistula lecta nocebit?
     te quoque in hac aliquid quod iuvet esse potest;
his arcana notis terra pelagoque feruntur. 5
     inspicit acceptas hostis ab hoste notas.
Ter tecum conata loqui ter inutilis haesit
     lingua, ter in primo restitit ore sonus.
qua licet et sequitur, pudor est miscendus amori;
     dicere quae puduit, scribere iussit amor. 10
quidquid Amor iussit, non est contemnere tutum;
     regnat et in dominos ius habet ille deos.
ille mihi primo dubitanti scribere dixit:
     'scribe! dabit victas ferreus ille manus.'
adsit et, ut nostras avido fovet igne medullas, 15
     figat sic animos in mea vota tuos!
Non ego nequitia socialia foedera rumpam;
     fama—velim quaeras—crimine nostra vacat.
venit amor gravius, quo serius—urimur intus;
     urimur, et caecum pectora vulnus habent. 20
scilicet ut teneros laedunt iuga prima iuvencos,
     frenaque vix patitur de grege captus equus,
sic male vixque subit primos rude pectus amores,
     sarcinaque haec animo non sedet apta meo.
ars fit, ubi a teneris crimen condiscitur annis; 25
     cui venit exacto tempore, peius amat.
tu nova servatae capies libamina famae,
     et pariter nostrum fiet uterque nocens.
est aliquid, plenis pomaria carpere ramis,
     et tenui primam delegere ungue rosam. 30
si tamen ille prior, quo me sine crimine gessi,
     candor ab insolita labe notandus erat,
at bene successit, digno quod adurimur igni;
     peius adulterio turpis adulter obest.
si mihi concedat Iuno fratremque virumque, 35
     Hippolytum videor praepositura Iovi!
Iam quoque—vix credes—ignotas mittor in artes;
     est mihi per saevas impetus ire feras.
iam mihi prima dea est arcu praesignis adunco
     Delia; iudicium subsequor ipsa tuum. 40
in nemus ire libet pressisque in retia cervis
     hortari celeris per iuga summa canes,
aut tremulum excusso iaculum vibrare lacerto,
     aut in graminea ponere corpus humo.
saepe iuvat versare leves in pulvere currus 45
     torquentem frenis ora fugacis equi;
nunc feror, ut Bacchi furiis Eleleides actae,
     quaeque sub Idaeo tympana colle movent,
aut quas semideae Dryades Faunique bicornes
     numine contactas attonuere suo. 50
namque mihi referunt, cum se furor ille remisit,
     omnia; me tacitam conscius urit amor.
Forsitan hunc generis fato reddamus amorem,
     et Venus ex tota gente tributa petat.
Iuppiter Europen—prima est ea gentis origo— 55
     dilexit, tauro dissimulante deum.
Pasiphae mater, decepto subdita tauro,
     enixa est utero crimen onusque suo.
perfidus Aegides, ducentia fila secutus,
     curva meae fugit tecta sororis ope. 60
en, ego nunc, ne forte parum Minoia credar,
     in socias leges ultima gentis eo!
hoc quoque fatale est: placuit domus una duabus;
     me tua forma capit, capta parente soror.
Thesides Theseusque duas rapuere sorores— 65
     ponite de nostra bina tropaea domo!
Tempore quo nobis inita est Cerealis Eleusin,
     Gnosia me vellem detinuisset humus!
tunc mihi praecipue (nec non tamen ante placebas)
     acer in extremis ossibus haesit amor. 70
candida vestis erat, praecincti flore capilli,
     flava verecundus tinxerat ora rubor,
quemque vocant aliae vultum rigidumque trucemque,
     pro rigido Phaedra iudice fortis erat.
sint procul a nobis iuvenes ut femina compti!— 75
     fine coli modico forma virilis amat.
te tuus iste rigor positique sine arte capilli
     et levis egregio pulvis in ore decet.
sive ferocis equi luctantia colla recurvas,
     exiguo flexos miror in orbe pedes; 80
seu lentum valido torques hastile lacerto,
     ora ferox in se versa lacertus habet,
sive tenes lato venabula cornea ferro.
     denique nostra iuvat lumina, quidquid agis.
Tu modo duritiam silvis depone iugosis; 85
     non sum militia digna perire tua.
quid iuvat incinctae studia exercere Dianae,
     et Veneri numeros eripuisse suos?
quod caret alterna requie, durabile non est;
     haec reparat vires fessaque membra novat. 90
arcus—et arma tuae tibi sunt imitanda Dianae—
     si numquam cesses tendere, mollis erit.
clarus erat silvis Cephalus, multaeque per herbas
     conciderant illo percutiente ferae;
nec tamen Aurorae male se praebebat amandum. 95
     ibat ad hunc sapiens a sene diva viro.
saepe sub ilicibus Venerem Cinyraque creatum
     sustinuit positos quaelibet herba duos.
arsit et Oenides in Maenalia Atalanta;
     illa ferae spolium pignus amoris habet. 100
nos quoque quam primum turba numeremur in ista!
     si Venerem tollas, rustica silva tua est.
ipsa comes veniam, nec me latebrosa movebunt
     saxa neque obliquo dente timendus aper.
Aequora bina suis obpugnant fluctibus isthmon, 105
     et tenuis tellus audit utrumque mare.
hic tecum Troezena colam, Pittheia regna;
     iam nunc est patria carior illa mea.
tempore abest aberitque diu Neptunius heros;
     illum Pirithoi detinet ora sui. 110
praeposuit Theseus—nisi si manifesta negamus—
     Pirithoum Phaedrae Pirithoumque tibi.
sola nec haec ad nos iniuria venit ab illo;
     in magnis laesi rebus uterque sumus.
ossa mei fratris clava perfracta trinodi 115
     sparsit humi; soror est praeda relicta feris.
prima securigeras inter virtute puellas
     te peperit, nati digna vigore parens;
si quaeras, ubi sit—Theseus latus ense peregit,
     nec tanto mater pignore tuta fuit. 120
at ne nupta quidem taedaque accepta iugali—
     cur, nisi ne caperes regna paterna nothus?
addidit et fratres ex me tibi, quos tamen omnis
     non ego tollendi causa, sed ille fuit.
o utinam nocitura tibi, pulcherrime rerum, 125
     in medio nisu viscera rupta forent!
i nunc, sic meriti lectum reverere parentis—
     quem fugit et factis abdicat ipse suis!
Nec, quia privigno videar coitura noverca,
     terruerint animos nomina vana tuos. 130
ista vetus pietas, aevo moritura futuro,
     rustica Saturno regna tenente fuit.
Iuppiter esse pium statuit, quodcumque iuvaret,
     et fas omne facit fratre marita soror.
illa coit firma generis iunctura catena, 135
     inposuit nodos cui Venus ipsa suos.
nec labor est celare, licet peccemus, amorem.
     cognato poterit nomine culpa tegi.
viderit amplexos aliquis, laudabimur ambo;
     dicar privigno fida noverca meo. 140
non tibi per tenebras duri reseranda mariti
     ianua, non custos decipiendus erit;
ut tenuit domus una duos, domus una tenebit;
     oscula aperta dabas, oscula aperta dabis;
tutus eris mecum laudemque merebere culpa, 145
     tu licet in lecto conspiciare meo.
tolle moras tantum properataque foedera iunge—
     qui mihi nunc saevit, sic tibi parcat Amor!
non ego dedignor supplex humilisque precari.
     heu! ubi nunc fastus altaque verba iacent? 150
et pugnare diu nec me submittere culpae
     certa fui—certi siquid haberet amor;
victa precor genibusque tuis regalia tendo
     bracchia! quid deceat, non videt ullus amans.
depudui, profugusque pudor sua signa reliquit. 155
     Da veniam fassae duraque corda doma!
quod mihi sit genitor, qui possidet aequora, Minos,
     quod veniant proavi fulmina torta manu,
quod sit avus radiis frontem vallatus acutis,
     purpureo tepidum qui movet axe diem— 160
nobilitas sub amore iacet! miserere priorum
     et, mihi si non vis parcere, parce meis!
est mihi dotalis tellus Iovis insula, Crete—
     serviat Hippolyto regia tota meo!
Flecte, ferox, animos! potuit corrumpere taurum 165
     mater; eris tauro saevior ipse truci?
per Venerem, parcas, oro, quae plurima mecum est!
     sic numquam, quae te spernere possit, ames;
sic tibi secretis agilis dea saltibus adsit,
     silvaque perdendas praebeat alta feras; 170
sic faveant Satyri montanaque numina Panes,
     et cadat adversa cuspide fossus aper;
sic tibi dent Nymphae, quamvis odisse puellas
     diceris, arentem quae levet unda sitim!
Addimus his precibus lacrimas quoque; verba precantis 175
     qui legis, et lacrimas finge videre meas!