miércoles, 30 de enero de 2019

Casiodoro de Reina: Biblia del Oso. Eclesiastés IV, V, VI



La Biblia del Oso de Casiodoro de Reina publicada en Basilea en 1569, es, muy probablemente, uno de los monumentos más desconocidos de la literatura española del Siglo de Oro. Ampliamente corregida por Cipriano de Valera en 1602 (con criterio más teológico y pastoral que literario), es esta última versión (Reina-Valera) la que pasó a la posteridad, como la Biblia protestante por antonomasia de la lengua española. Para estas entradas, recuperamos el texto del ejemplar facsimilar  de la edición original que posee la Biblioteca de Princeton, disponible en el imprescindible Internet Archive.

ECLESIASTÉS
IV


Prosiguiendo la prueba de su tema, todo es vanidad y describe la tiranía y opresión de los grandes sobre los pequeños. La envidia con que es recebida de los unos hermanos la obra útil y buena de los otros, y el remedio que es. No cesar por eso de la buena obra, ya que lo otro es irremediable. El ingenio del avaro y su remedio. El rey sin sabiduría indigno del reino. Reglas teológicas para contratar con Dios.

Y torneme yo y vide todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, y que no tienen quien los consuele; y que la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador.

 Y alabé yo los muertos que ya murieron, más que los vivos que son vivos hasta ahora.

 Y tuve por mejor que ellos ambos al que aún no fue, porque no ha visto las malas obras que se hacen debajo del sol.

Vide también todo trabajo y toda rectitud de obras, que no es sino envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.

El loco pliega sus manos y come su carne.

Más vale un puño lleno con descanso, que ambos puños llenos con trabajo y aflicción de espíritu.

 Yo me torné otra vez, y vide otra vanidad debajo del sol.

 Es el hombre: solo, sin sucesor; que ni tiene hijo ni hermano, y nunca cesa de trabajar, ni aun sus ojos se hartan de sus riquezas, ni piensa: ¿Para quién trabajo yo, y defraudo mi alma del bien? También esto es vanidad y ocupación mala.

Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo.
Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; mas ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.

También si dos durmieren, calentarse han; mas el solo ¿cómo se calentará?

Y si alguno prevaleciere contra el uno, dos estarán contra él; porque cordón de tres dobleces no presto se rompe.

Mejor es el mochacho pobre y sabio, que el rey viejo y loco, que no puede ser avisado.

Porque como de la cárcel salió a reinar: porque en su reino nació pobre.

Vide más: todos los vivientes debajo del sol caminando con el mochacho sucesor, que estará en su lugar.

No tiene fin todo el pueblo que fue antes de ellos; tampoco los que fueren después se alegrarán en él. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.

Cuando fueres a la Casa de Dios mira bien por tu pie; y acércate más para oír que para dar el sacrificio de los locos, porque no saben hacer lo que Dios quiere.


V

Desaconseja los votos temerarios, mostrando el peligro que hay en el votar, prosiguiendo el intento comenzado en la fin del capítulo precedente. Consuela al ánimo pío en las opresiones del mundo con la consideración de la Providencia de Dios en ellas. Los males del avaro. Repite la conclusión de la verdadera felicidad en el mundo.

No te des priesa con tu boca, ni tu corazón se apresure a pronunciar palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras.

Porque como de la mucha ocupación viene el sueño, así la voz del loco de la multitud de las palabras.

Cuando a Dios prometieres promesa, no tardes de pagarla; porque no se agrada de los locos. Lo que prometieres, paga.

Mejor es que no prometas, que no que prometas y no pagues.

No sueltes tu boca para hacer pecar a tu carne; ni digas delante del ángel que fue ignorancia. Porque ¿harás tú que se aíre Dios a causa de tu voz, y que destruya la obra de tus manos?

Porque los sueños son en multitud, y las vanidades y las palabras son muchas; mas teme a Dios.

Si violencias de pobres, y extorsión de derecho y de justicia vieres en la provincia, no te maravilles de esta licencia; porque alto está mirando sobre alto, y más altos están sobre ellos.

Y mayor altura hay en todas las cosas de la tierra; mas el que sirve al campo es rey.

El que ama el dinero, no se hartará de dinero; y el que ama el mucho tener, no habrá fruto. También esto es vanidad.

Cuando los bienes se aumentan, también se aumentan sus comedores. ¿Qué bien, pues, habrá su dueño, sino verlos de sus ojos?

Dulce es el sueño del trabajador, que coma mucho, que poco; mas al rico la hartura no le deja dormir.

Hay otra trabajosa enfermedad que vide debajo del sol: las riquezas guardadas de sus dueños para su mal;

Las cuales se pierden en malas ocupaciones, y a los hijos que engendraron nada les quedó en la mano.

Como salió del vientre de su madre, desnudo, ansí se vuelve, tornando como vino; y nada hubo de su trabajo para llevar en su mano.

Este también es una mala enfermedad, que como vino, ansí se haya de volver. ¿Y de qué le aprovechó trabajar al viento?

Demás de esto, todos los días de su vida comerá en tinieblas, y mucho enojo y dolor y ira.

He aquí pues el bien que yo he visto: Que lo bueno es comer y beber, y gozar del bien de todo su trabajo con que trabajo debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le dio; porque esta es su parte.

Y también que todo hombre a quien Dios dio riquezas y hacienda, también le dio facultad para que coma de ellas, y tome su parte, y goce de su trabajo. Esto es don de Dios.

Porque no se acordará mucho de los días de su vida, porque Dios le responderá con alegría de su corazón. 

VI

El avaro más miserable que el abortino. Vuelve a impugnar el estudio de eternizarse los hombres por sus invenciones, y confirmar su ignorancia en el caso de la verdadera felicidad.

Hay otro mal que he visto debajo del cielo, y muy común entre los hombres:

Hombre a quien Dios dio riquezas y hacienda y honra, y nada le falta de todo lo que su ánima desea; y Dios no le dio facultad de comer de ello, antes los extraños se lo comen. Esto vanidad es, y enfermedad trabajosa.

Si el hombre engendrare ciento, y viviere muchos años, y los días de su edad fueren a faz; si su ánima no se hartó del bien, y también careció de sepultura, yo digo que el abortivo es mejor que él.

Porque en vano vino, y a tinieblas va, y con tinieblas será cubierto su nombre.

Aunque no haya visto el sol, ni conocido nada, más reposo tiene éste que aquél.

Porque si viviere mil años dos veces y no gozó del bien, ciertamente todos van a un lugar.

Todo el trabajo del hombre es para su boca, y con todo eso su deseo no se harta.

Porque ¿qué más tiene el sabio que el loco? ¿Qué más tiene el pobre que supo caminar entre los vivos?

Más vale vista de ojos que deseo que pasa. Y también esto es vanidad y aflicción de espíritu.

El que es, ya su nombre ha sido nombrado; y se sabe que es hombre, y que no podrá contender con el que es más fuerte que él.

Ciertamente las muchas palabras multiplican la vanidad. ¿Qué más tiene el hombre?

Porque ¿quién sabe cuál es el bien del hombre en la vida, todos los días de la vida de su vanidad, los cuales el hace como sombra?Porque ¿quién enseñará al hombre qué será después de él debajo del sol? 

viernes, 25 de enero de 2019

María Zambrano: Rainer Maria Rilke

.

RAINER MARIA RILKE
EL ABOGADO DEL DIABLO ANTE RILKE

En la marejada continua y diversa que las editoriales arrojan a las playas no muy atrayentes de las librerías, saltan de vez en cuando algas, caracolas inesperadas. Una de estas piezas cautivadoras de la atención es la biografía de Rainer Maria Rilke, de la escritora E. M. Butler . Nada sabemos de la autora, sea nuestra ignorancia perdonada; así, la lectura de sus numerosas y compactas páginas resulta de una inocencia verdadera: ningún prejuicio, ninguna determinada exigencia, tan sólo nuestra avidez.
Y la lectura nos va revelando, es decir, confirmando una revelación que se impone desde las primeras páginas: lo útiles y hasta bellos que son los alegatos de “el abogado del diablo” en todo proceso de canonización. Porque “el abogado del diablo” que la Iglesia introduce en tales procesos debe representar, sin duda, a las conciencias más alejadas, más incapaces de sufrir la influencia directa del presunto santo; a esas conciencias cuya honradez acrisolada está hecha de sordera e insensibilidad específica. Regidas por máximas, por reglas inflexibles, movidas por creencias sin matices, significan la más seria oposición ante cualquier irrupción del espíritu; son representantes genuinos del “sentido común” ante el escándalo que siempre supone una personalidad profundamente creadora.
El libro que nos ocupa bien hubiera podido llamarse “el caso Rilke’', pues constituye un examen, que roza con el juicio implacable nacido de la moral, ante esa extraña y poderosa personalidad creadora, sin que de tal examen se desprenda ninguna conclusión verdaderamente concluyente. Tiene la virtud de poner bajo los ojos del lector la vida del personaje en sus entresijos terrestres, en sus idas y venidas, iluminando con fría luz su vida doméstica y sus tribulaciones económicas, por cuya liberación no parece echar al vuelo las campanas. Muy al contrario, desliza la sombra de la sospecha por sobre todo lo que toca a la vida humana del poeta. Tal sucede, asimismo, en el episodio Rilke-Rodin: la autora se fatiga verdaderamente en lanzar sobre la luminosa figura del poeta el mayor número de sombras en nombre de no se sabe bien qué exigencia, aunque en el fondo la moral burguesa deja sentir su cauta reserva, su impenetrabilidad, para todo lo que vive “más allá del bien y del mal”.
Y así resulta el libro de E. M. Butler un documento bastante interesante del espíritu de esta época, que sin duda pasará a la Historia como una de las más pacatas y sordas al anhelo de libertad bajo todas las apariencias de la libertad. Encubierta por la máscara de las libertades legales, crece, poderosa como nunca, la aversión a la libertad viva y creadora, al aliento del espíritu vivificante. Rainer Maria Rilke había de sufrir —y visto así se nos antoja que bien livianamente— el juicio del implacable moralismo burgués que tanto pavor siente ante los personajes de su especie. El hechizo de su mágica personalidad se ha dejado sentir una vez más ante los jueces, siempre en secreta connivencia con todos los Anytos y Melytos del momento.
Y, sin embargo, tiene razón la autora cuando en las primeras páginas enuncia su propósito de examinar libremente la hagiografía rilkeana. En efecto, Rilke ha tenido el poder de haber cristalizado en su torno gran parte de la necesidad de adoración de nuestra época. Junto con Proust, Kafka y algún otro, forma una constelación de estrellas que sólo a la luz de la avidez religiosa podrá ser entendida. Son, al mismo tiempo, representantes, ídolos y sacerdotes de cultos secretos a medias. El fenómeno podía y debía haber sido examinado en las numerosas páginas del libro, según parecía prometerlo. Pero la autora solamente ha examinado, las cortinas descorridas ante un sol amarillo de las cuatro de la tarde, al “caso Rilke”, sin adentrarse en el suelo espiritual, en el supuesto histórico sobre el cual nació y tomó forma tan extraño personaje. El asunto merece la pena y sólo nos queda esperar que algún adepto de una de las luminarias de la constelación se lance a su develamiento, sin temor de que el conocimiento disminuya en nada la pasión ni enfríe la fe de que son portadores.
El “caso Rilke”, como el caso Proust y el caso Kafka, pertenece a la Historia religiosa de Europa. Su figura solamente resplandece (y su figura corresponde al culto de sus devotos) cuando lo vemos nacer y vivir en medio de ese desierto de la vida religiosa que ha sido la Europa última. Desierto tan propicio a los espejismos como todos los desiertos habitados por la sed, pero también promisores de verdaderos florecimientos. No pensamos acometer aquí tal estudio, ni en esquema, pero no podemos pasarnos sin hacer la observación de que en medio de la cultura y el refinamiento intelectuales de la Europa última, el santoral oficial de la Iglesia Romana se haya enriquecido exclusivamente con figuras luminosas y llenas de encanto, sí, pero de extremada inocencia y simplicidad. Santos de la pura simplicidad, en todo su esplendor milagroso y bellísimo, como Bernardette de Lourdes, como Teresita de Lisieux, como el laborioso Cura de Ars. Ninguna figura paralela a los santos de otros tiempos, metidos hasta el fondo en los conflictos de la época, creadores, aunque a veces a su pesar, de Historia.
Y así, paralelamente a este suceso de la exclusiva entrada de los inocentes en el santoral, se presentan estas otras figuras ambiguas y llenas de hechizo, creadores, mártires de todas las torturas de la creación y, más que nada, de la soledad e incomunicación con el mundo, con un mundo del que se sentían huéspedes extraños y enojosos. Su obra y su vida revelan de modo indudable este desierto, esta inhibición religiosa y esta insaciable sed que busca manantiales sin descanso. Y no puede constituir objeción lo que parece ser la tesis de E. M. Butler sobre Rilke: que se trata nada más que de un poeta que adopta actitudes religiosas “por un equívoco entre Arte y Religión”. Sin negar el equívoco, que quizá lo haya —mas por otras razones—, la poesía en Rilke no es de ningún modo extraña al espíritu religioso de Rilke, como no lo ha sido jamás en el seno de toda aurora de una fe. Las religiones han irrumpido poéticamente en el mundo con mucha frecuencia. Y ahondando en el origen del Arte bien pronto se ve que la actividad creadora de “imágenes sagradas” está en su comienzo y no es nunca abolida del todo en la creación artística. Rilke se abrió camino trabajosamente, pero certeramente, a través del laicismo moderno hacia la unidad antigua que quiso restaurar, entre poesía y espíritu religioso, la unidad de la verdadera “poiesis”, la actividad creadora del hombre que engendra Dioses, Mitos, Historias en que la creación del mundo se devela. Su identificación con Orfeo, tan minuciosamente descrita en el libro en cuestión, no puede tener otro  sentido que ese milagro de quien, solitario entre los hombres, descubre el espejo que le devuelve su auténtica imagen, respuesta de la esfinge que era su destino, que al fin se compone con los rasgos verídicos, del cantor eterno, oculto pero viviente como en un palimpsesto, bajo toda poesía de todo tiempo.
Se hace sentir un paralelo que la autora no hace, o diríamos que se va haciendo sólo por virtud de la honradez mental con que el libro está escrito. Es el paralelo con Nietzsche. Un nombre de mujer les une en visible eslabón: Lou Andreas Salome, ángel tutelar del poeta, tropezadero del filósofo-poeta, si hemos de creer ciertos rumores históricos. Confirma la bienhechora amistad de esta mujer privilegiada, la influencia saludable de la mujer para el poeta, la persistencia de la musa, y la enemistad, también antigua, de la mujer hacia el pensamiento en su rigor filosófico, de la que no se conoce sino la excepción de la extraordinaria mujer llamada Heloísa —bien digna, por cierto, de una respetuosa y apasionada rememoración—. El paralelo con el desdichado filósofo-poeta surge no sólo evocado por el nombre de Lou Andreas, sino por el destino que los hace desconocerse a sí mismos, mártires de una perdida unidad del espíritu creador humano que descuartizado espera, nuevo Osiris, el ardiente desvelo de una Isis milagrosa que recoja sus esparcidos miembros.
Más afortunado, quizá más paciente y más sano que Nietzsche, Rainer Maria Rilke sale triunfante del juicio sumarísimo levantado por el abogado del diablo de nuestro tiempo, el espíritu comedido y honrado de la burguesía que ha aprendido ya que a los mártires no se les puede hacer morir en una cruz, fuego y sangre que resucita, sino en cenizas de indiferencia y olvido. Pero el espíritu creador que no descansa aprende también a vencer el olvido, a hechizar lo que parecía inhechizable.
 
Sur, año XIV, agosto de 1944.

domingo, 20 de enero de 2019

Simone Weil y Meleagro de Gadara: Primavera

PRINTEMPS
de Méléagre de Gadara

L’hiver venteux loin de notre air a disparu,
Pourpre sourit, portant des fleurs, ô printemps, ta saison ;
La terre sombre tendrement s’est recouverte d’herbe,
Aux arbres dans leur sève, nouvelle est la chevelure de feuilles,
Ceux dans la douce boisson, nourricière, est la rosée de l’aurore,
Les prés rient, pendant que s’ouvre la rose.
Il  a joie dans sa flûte, le berger parmi les monts qui chante
Et les blancs chevreaux font plaisir au pâtre des chèvres.
Déjà naviguent sur les vastes flots les matelots
Au souffle sans péril du zéphyr qui des voiles fait des seins.
Déjà l’on crie Evohé pour celui qui porte les raisins, Dionysos ;
Des fleurs en grappe couronnent les cheveux, des fleurs de lierre.
Aux travaux savants celles qui naissent des bœufs, les abeilles,
Si beaux, son occupées ; dans leur ruche posées elles travaillent
La blanche et fraîche et poreuse beauté de la cire.
Partout les oiseaux, race à la claire voix, chantent,
Les alcyons sur les flots, les hirondelles autour des toits,
Les cygnes au  bord du fleuve et sous le bois le rossignol.
Si donc dans les forêts la joie vient au feuillage et si la terre fleurit,
Si siffle le berger, si s’ébattent les laineux troupeaux,
Si les matelots naviguent, si Dionysos mène les chœurs,
Si chantent les êtres ailés, si travaillent les abeilles,
Ne doit-il pas aussi, le poète, au printemps bien chanter ?


PRIMAVERA
de Meleagro de Gadara

El invierno ventoso lejos de nuestro aire ha desaparecido;
Púrpura sonríe, llevando flores, oh primavera, tu estación;
La tierra sombría suavemente se ha cubierto de hierba,
En la savia de los árboles es nueva la cabellera de hojas.
En esos cuya dulce bebida nutritiva es el rocío del alba;
Los prados exultan mientras se abre la rosa.
Siente en su flauta la alegría el pastor que por los montes canta
Y los blancos cabritos son el júbilo del guardián de las cabras.
Ya los marineros navegan sobre las vastas olas
Al inocente soplo del céfiro que hincha las velas como senos.
Ya gritan ¡Evohé! para el que lleva los racimos, Dionisos;
Ramos de flores coronan los cabellos, flores de hiedra.
En los sabios trabajos, las que nacen de los bueyes, las abejas,
Trabajos tan bellos, se ocupan; posadas en la colmena, moldean
La blanca y fresca y porosa belleza de la cera.
Por todas partes los pájaros, raza de voz clara, cantan,
Los alciones sobre las olas, las golondrinas alrededor de los techos,
Los cisnes al borde del río, y en el bosque el ruiseñor.
Si en las selvas brota la dicha en los follajes y si florece la tierra,
Si silba el pastor y si retozan los lanudos rebaños,
Si los marineros navegan, si Dionisos conduce los coros,
Si los seres alados cantan, si trabajan las abejas,
¿No debe  el poeta, acaso, cantar también a la primavera?

Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán.







martes, 15 de enero de 2019

Ovidio, Rolfe Humphries y Pedro Sánchez de Viana: Medea, Jasón y el vellocino de oro

MEDEA, JASÓN Y EL VELLOCINO DE ORO
Metamorfosis, Libro VII, 1-158

Ya por el mar los Tésalos remaban,
Y habían visto a Fineo (1) desdichado,
A quien pobreza y ceguedad cansaban.
Y los mozos que el Cierzo había criado,
Las vírgenes Harpías desterraron
De ante el cuitado viejo fatigado.
Sufrieron muchas cosas, y pasaron
Debajo la bandera y estandarte
Del ínclito Jasón, y al fin llegaron
Al cenagoso Fasis (2), de do parte
La gente a ver al Rey, y le pidieron
El vellocino de oro (3). De su parte
Los extranjeros recibidos fueron
Con buena gracia, y él los apercibe
Del horrendo trabajo a que vinieron.
Entretanto Medea en sí concibe
Terrible fuego, bien que rehusaba;
Y viendo su furor, que no recibe
A la razón, de esta arte se hablaba:

«Por demás contradices, oh Medea;
No sé qué Dios estorba el presupuesto;
Lo que me admira en mí no sé qué sea,
O sin dudar Amor es como aquesto.
¿Por qué, por qué razón no me recrea
La forma en que mi padre se ha dispuesto
Mandar? Mas me parece mandamiento
Durísimo, y lo es a lo que siento.

»¿Por qué quien ahora vi, ya finalmente
Deseo con temor que no perezca?
Y de este miedo tal, que es evidente,
¿Qué causa puede haber que bien parezca?
El fuego concebido, que se siente
En tu virginal pecho, desparezca,
Si puedes, desdichada; si pudiese,
Sería más sana, y ojalá sí fuese.

»Mas una poderosa y nueva fuerza
Me fuerza a mi pesar, y sin derecho.
Razón me pide uno, Amor me fuerza
Que quiera y ame otro a mi despecho,
Y aunque a verlo mejor razón me esfuerza,
Y tenerlo por bueno, es sin provecho,
Pues siendo de mí misma yo enemigo,
Lo bueno apruebo y lo contrario sigo.

»Hermosa virgen siendo, y heredera
Del reino paternal, ¿por qué deseas
Marido de región tan extranjera?
Tu tierra puede darte con quien seas
Dichosa; cuanto más que no está fuera
Tu huésped de peligro, ni tú creas
Que no podrá morir; mas con todo eso,
Él viva, y dele Dios muy buen suceso.

»Rogar a Dios que viva sin amarle,
Es lícito; ¿qué cosa ha cometido
Jasón porque merezca difamarle?
¿A quién, si no es cruel, no habrá movido
Su edad, virtud, linaje? y si faltarle
Pudiera esto, fuera conmovido
Cualquiera, sólo en ver tan gran belleza;
A lo menos en mí no halló dureza.

»Si no le favorezco en este caso,
El soplo de los toros le hará daño,
O acometiendo será muerto acaso
Del escuadrón de su semilla extraño.
O si puede escapar de aqueste paso,
No escapará de aquel dragón tamaño.
Si tal yo consintiere, decir quiero
Que tengo corazón de duro acero.

»Confiésome por hija, si tal hago,
De la más cruda tigre que ha nacido,
Y que es mi pecho hierro, y que me pago
De entrañas de peñasco endurecido.
¿Por qué cuando él perece en aquel trago,
No le estoy remirando, y he querido
Hacer que sean mis ojos reputados,
Mirándole, por fieros y malvados?

»¿Por qué a los toros no amonesto y pido
Que vayan contra él con más braveza,
Y a los que de la tierra habrán nacido
No mando en él mostrar su gran fiereza,
Y al Drago velador que embravecido
Se muestre, y muestro yo mi gran crueza?
Mejor lo quiera Dios, aunque acabarlo
Me estaba á mí más bien que no rogarlo.

»Pues ¿cómo entregaré yo a quien me hizo
Y el reino suyo, y trataré que haya
Salud un no sé quién advenedizo?
¿Que vencedor por mí, sin mí se vaya,
Y se case con otra, y el granizo
Del áspero dolor sobre mí caya?
Muera el ingrato, si él ha de hacer esto;
Mas no promete tal su hermoso gesto.

»No puedo yo creer que a do se halla
Tan gran valor de ánimo y nobleza,
Olvido habrá o traición; porque pensada
En tan graciosa cara, es gran bajeza.
Darame antes su fe; para guardada
Haré testigo a Dios. ¿Pues qué tibieza
Con tal seguro tienes, di, Medea?
Ayuda a quien por ti ser vivo crea.

»Sin te tardar ayuda y favorece
A tu Jasón, que a ti será debido.
El cual solemnemente, cual merece
Tal acto, se dará por tu marido.
por la Grecia toda, do esclarece
Su nombre, irá tu fama y apellido;
Serás de cada madre celebrada,
Y de sus hijos vida reputada.

»¿Así que he de dejar mi cara hermana,
Hermano y padre, dioses y contento
Y patria natural, partiendo ufana,
Dejándome en poder al leve viento?
Mi padre es crudo; bárbara y tirana
Mi tierra; en mi hermano yo no siento
(Por ser aún niño) serme muy devoto,
Y mi hermana también es de mi voto (4).

» Grandísimo es el dios que está en mi pecho.
Pequeñas cosas dejo, grandes sigo.
El título me viene de derecho,
De haber librado el escuadrón amigo,
Y la Greciana nave, del cual hecho
Se me podrá seguir, con lo que digo,
Noticia de lugares más gustosos,
Ciudades, pueblos, aun aquí famosos.

»Veré cuál es el arte y policía
De gente tal, que tanta fama tiene,
Gozando de quien yo no trocaría
Por cuanto el universo en sí contiene.
Que siendo él mi marido, yo sería
Dichosa, de lo cual también me viene
Ser a los dioses cara, y desde el suelo
Llegar con la cabeza al alto cielo.

»Mas ¡ay! ¿cómo es posible que tal diga?
Que dicen que hay peñascos que se encuentran
En medio el ancho mar, y la enemiga
Caribdis, a las naves que allá entran
Agora sorbe el agua, y da fatiga,
Tornándola a lanzar, y reconcentran
En el profundo mar los aullidos
Los perros que a ti, Scyla, están ceñidos (5).

»Por cierto yo teniendo a quien bien quiero,
Y en el regazo de Jasón echada,
Navegaré sin miedo por el fiero
Y largo mar, sin sospechar en nada.
O si temiere, mi temor espero
Me tendrá por mi esposo congojada.
¿Qué llamas desposorio? Gentil nombre
Hallaste a tu delito y buen renombre.

»Graciosamente llamas, oh Medea,
A la notoria culpa y manifiesta;
Mejor será mirar lo que desea
Tu voluntad, más libre que modesta.
Si adviertes lo que tanto te recrea,
Hallarás ser traición; luego no resta
Sino poner remedio a tanto daño,
Mientra evitar se puede mal tamaño.»

Ante ella, en acabando, se pusieron
Vergüenza, honestidad, piedad a punto
De guerra, y a Cupido acometieron.
Salíase huyendo, casi ya difunto,
Amor, y al templo de Hécates (6) guiaba
Medea su camino en aquel punto,
El cual, entre arboleda umbrosa estaba
En un secreto bosque, y ya su fuego
Amortiguado casi no quemaba.
Cuando miró a Jasón, y creció luego
La medio muerta llama, de manera
Que se tornó á rendir al niño ciego.
Su cara se inflamó, como si fuera
Centella disfrazada con pavesa,
Que el soplo de algún viento la encendiera.
Tomando aumento y fuerzas tan apriesa,
Que hasta llegar a ser cual ser solía,
La furia de su furia nunca cesa.
Así, su blando amor, que parecía
Que no era amor, como antes se ha inflamado
Con la presencia hermosa que allí vía
De su Jasón, el cual había llegado
Acaso tan hermoso, que pudieras
Haber a la amadora perdonado.
Mirábale, y estaba tan de veras
Atenta, cual si entonces él llegara.
Notando sus facciones y maneras,
No piensa que es humana aquella cara:
La sin juicio estase en él mirando,
Que de ninguna suerte se repara.
Mas luego que la diestra el huésped dando
La comenzó a hablar pidiendo ayuda,
Con baja voz y con semblante blando,
Y la protesta y jura, si le ayuda
En este trance bravo y riguroso,
De se casar con ella muy sin duda,
Con rostro le responde lagrimoso:

«Entiendo lo que haré, que no me engaña.
No, alcanzar la verdad en este caso,
Sino la fuerza del amor extraña
Escaparás sin falta de este paso,
Usando de mi don y de tu maña;
Y siendo vencedor, no seas escaso
De fe y agradecer, y no te pido
Más que me cumplas bien lo prometido.»

Por el sagrado y santo sacrificio,
Y la triforme Hecates él la jura
De se acordar de tanto beneficio.
Y por el Sol, a quien no hay cosa obscura,
Que es padre de su suegro venidero,
Sucesos y peligros la asegura.
Creyole, y con afecto verdadero,
De hierbas encantadas le enriquece,
Aprende el uso , fuese placentero.
Los ojos con que el cielo resplandece,
Había la blanca Aurora de otro día
Con su luz ahuyentado, y ya parece
Que el campo del dios Marte se hinchía
De pueblos circunstantes y otras gentes,
Por ver lo que de allí resultaría.
Sentose el Rey en medio de valientes
Criados, con su cetro marfilino
Y púrpura e insignias excelentes.
Estando en esto, un par de toros vino,
Con los pies de metal, echando fuego
Por las narices de diamante fino.
La hierba del vapor tocada, luego
Se enciende, y como el horno ardiente suena
O la piedra, que en él pasó tal juego
Que en cal se convirtió, si se ve llena
De agua, concibiendo del rocío
Ardor. Así, sonó con larga vena
El pecho de los dos, y con tal brío
El fuego allá encerrado, y se revuelve
Amenazando el fiero desafío.
Mas aunque tan feroces, se resuelve
El hijo de Esón de acometellos ,
Y cada cual terrible al punto vuelve,
El rostro y cuernos, que la punta dellos
De hierro era, al mozo que venía
Sin pensamiento alguno de temellos.
Con los hendidos pies la tierra hería
Cada cual, y la misma en los oídos
De fumosos bramidos retiñía.
Las Tesalas quedaron sin sentidos
Y sin calor, de miedo, y los alientos
Fogosos de Jasón no son sentidos.
Son de tan gran poder encantamientos.
Halaga con la osada diestra el cuello
De cada toro, y ambos mal contentos
Al yugo unidos, a pesar de sello,
El corvo arado tiran, surqueando
Un campo do jamás se hizo aquello.
Estanse los de Colchos admirando,
Y las mujeres, con clamor valiente,
Su ánimo y valor acrecentando.
En un yelmo recoge prestamente
Los viboreznos dientes (7), que procura
Sembrar por el barbecho; la simiente
Cayó en la tierra, que la dio blandura,
Y mediante el encanto y el veneno ,
Tomó de nuevos cuerpos la figura.
Cual el infante en el materno seno
Se perfecciona, y toma forma humana
De sus miembros el número ya lleno,
Y en el vientre se está de buena gana
Hasta que la sazón es ya llegada
De salir a gozar la soberana
Luz del aire común; así formada
La gente en las entrañas do se encierra
Del fértil campo, y ya perfeccionada,
Nació para batalla y cruda guerra,
Y (lo que admira más) salió blandiendo
Las armas, que parió también la Tierra.
Los cuales como vieron pretendiendo
Las lanzas arrojar al mozo griego,
De agudos hierros, con furor horrendo,
El ánimo y color perdieron luego
Los compañeros suyos temerosos,
Y aun ella, que seguro le hizo el juego.
Que como vio con ánimos furiosos
Ir tantos enemigos contra uno,
Hiriéndole continuo tan briosos,
Sin sangre, fría y sin aliento alguno
Se sienta, y amarilla entre sí reza
Encanto al menester bien oportuno.
Con que pretende tengan fortaleza
Las hierbas que ella misma le había dado,
Acógese a sus artes y destreza.
Entonces él, con ánimo esforzado,
Tiró un guijarro entre la gente armada,
Con que quedó seguro; pues mudado
El escuadrón, la lanza y el espada
Contra sí mismos, con sus mismas manos
Menean y braveza no pensada.
Mátanse unos a otros los hermanos
En la civil batalla, a do cayeron
Con heridas y golpes inhumanos.
Los Griegos a Jasón al punto dieron
El parabién de tanto vencimiento;
Mil veces abrazado le tuvieron.
Hacer lo mismo fuera tu contento,
Bárbara; mas vergüenza que te inflama
Estorbó no llegase al fin tu intento.
Que si el temor de no perder tu fama
No lo estorbara, hubiérasle abrazado;
Mas haces lo que puedes con tu llama.
Que es alabar a Dios porque le ha dado
Tan buen suceso, y contentarse dello
En su secreto pecho enamorado.
Mas para concluir y echar el sello,
Adormecer el Drago sólo falta
Con las bastantes hierbas a hacello.
Que con tres lenguas y la cresta alta,
Y dientes corvos, señalado estaba
Velando siempre sin que hubiese falta.
Siendo terrible guarda, que guardaba
El árbol de oro, a éste ha derramado
El zumo con la hierba que llevaba
Del río Leteo, y hale relatado
Tres veces las palabras poderosas
Para engendrar un sueño sosegado,
Y detener las olas espumosas
Del mar turbado y más corriente río
Cuando van más soberbias y furiosas.
Y luego que del sueño el poderío
En los ignotos ojos ha venido,
Gozó Jasón del oro, y con un brío
Soberbio, del despojo conseguido
Y autora de tal don partió gozoso,
Que era otro tal y demás bien cumplido.
Llegó con su mujer y victorioso
A los puertos Yolcíacos, tomando
Refresco, de que viene deseoso.



Notas de la edición de 1887:

(1) Fineo, rey de Tracia fue castigado con la pérdida de la vista y al suplicio de las Harpías por haber abusado del don de la adivinación.
(2) El Fasis, río de la Colchida que desemboca en elmar Negro.
(3) Phryxo, hijo de Athamas, rey de Tebas, tuvo que expatriarse sobre un carnero con lanas de oro que le dio Mercurio. Al llegar a Colchos lo sacrificó al dios Marte y colgó el vellocino en las ramas de una encina sagrada. Después de su muerte se apareció su sombra al rey de Colchida y le predijo que el destino del reino iba unido al del vellocino de oro.
(4) Calciope, hermana de Medea y esposa de Phryxo, temerosa de que sus hijos no recibieran la herencia paterna se interesaba a favor de los griegos.
(5) Alude al estrecho de Mesina. Caribdis es el cabo de la isla de Sicilia que de un lado lo forma y Scila el del continente italiano que por el otro lo limita.
(6) Hecates presidía los encantos. Era lo mismo que Proserpina, Diana y la Luna. Llamábase Luna en los cielos, Diana en la tierra y Proserpina en los infiernos. De aquí el nombre de triple diosa.
(7) Minerva había regalado a Oeeta, algunos de los dientes de la serpiente muerta por Cadmo.

THE STORY OF JASON AND MEDEA

So over the deep the Minyans went sailing.
They had seen Phineus, dragging out his years
In everlasting night, and Boreas' sons
Had driven the Harpies from the poor old king.
They suffered much, but came at last with Jason,
Their brilliant leader, to the muddy waters
Where Phasis meets the sea. They went to the king,
Claiming the golden fleece, by Phrixus given.
And heard the dreadful terms, enormous labors.
And the king's daughter burned with sudden passion.
And fought against it long, and when her reason
Could not subdue her madness, cried: "Medea,
You fight in vain; there is some god or other
Against you. I am wondering whether this
May be the thing called love, or something like it.
Why should my father's orders seem too cruel?
They are too cruel! A fellow I have hardly
Much more than seen may die, and I am fearful!
What for? Unhappy girl, shake from the bosom
This burning fire, if you can. If I could do it,
I would be more sensible, but some new power
Holds me against my will, and reason calls
One way, desire another. I see, approving,
Things that are good, and yet I follow worse ones.
Why do you bum for a stranger, royal maiden?
Why think of marriage into a foreign circle?
This land can give you something to love. If he
Should live or die, let the gods decide; but let him
Live! That I can pray for, even without loving.
What has he done? Only the cruel-hearted
Would not be moved by Jason's youth, his manhood,
His noble birth. And even if these were lacking,
His beauty would move a heart of stone—at least
It has moved mine. And if I do not help him.
The bulls will blow their fiery breath upon him.
The enemy he has sown in earth attack him.
The greedy dragon snatch and seize upon him.
And this, if I allow it, will prove me daughter
Of tigress, stony-hearted, iron-hearted!
Why can not I look on as he is dying.
Disgrace my eyes by looking on? Why can not
I urge the bulls against him, and the warriors
Sprung from the earth, and the unsleeping dragon?
God grant me better grace! But this is not
A question of praying, but doing. Shall I then
Betray my father's kingdom, rescue a stranger.
Who, saved, sails off without me, marries another,
Leaves me to punishment? If he can do it.
If he can place another woman above me.
Then let him die, the ingrate! No! He could not.
He does not look as if he could, his spirit
Is noble, his body handsome. I need never
Fear he would cheat me, or forget my service.
And he will give me a promise, and the gods
Will be our witnesses; I shall compel them.
So, you are safe; why do you fear? Make ready.
Dawdle no more. Jason will owe you, always.
One thing, himself, and he will join you to him
In marriage, and through all the Grecian cities
The women all proclaim how you have saved him.
Do I sail away, then, leave my sister here,
iMy father, brother, native gods and country?
My father, though, is a savage, and my land
Is barbarous, and my brother is a baby,
My sister is on my side; as for the gods.
The greatest god is the one in my own spirit!
I shall not leave great things, but go to meet them:
Great things—a savior's title, and the knowledge
Of better soil than ours, cities whose fame
Thrives even here, civilization, culture.
And one thing more, a man, Jason, my husband,
For whom I would give up gladly all the riches
The rich world holds. I shall be dear to Heaven
As Jason's wife, and my crown shall reach the stars.
But what about those what-do-you-call-em mountains
That clash in the midst of the sea? what about Scylla
With sea-hounds barking in Sicilian waters?
And what about Charybdis, dread of sailors.
Sucking waves down, spitting them up? Ah, holding
That which I love, and safe in Jason's arms,
I shall be borne over long oceans; safe
In his embrace, I shall fear nothing, nothing,
Or, maybe, fear a little for his sake.
You think of him as husband: are you married.
Already, Medea? You had better be watching
What evil you draw near, and flee from crime
While still you may." And, as she finished speaking,
Before her eyes stood Duty, Modesty,
Devotion, and Love was ready for flight, and beaten.

She went to Hecate's old altar, hidden
Deep in a shady forest; she was strong.
Now, and the flame dying down, and she saw Jason,
And the flame rose. Her cheeks grew red, her face
Was burning: as a spark, under the ashes,
Glows at a breath and catches on the tinder,
So now her love, smoldering, almost dying.
You might have thought, blazed into flame again
As Jason stood before her. He was handsome.
Resplendent in that light; no wonder she loved him.
She looked at him, as if she had never seen him,
Thought him a god, infatuated girl.
And could not turn her face away. He spoke,
The stranger, took her hand, asked her to help him.
Promised her marriage, and she answered, weeping:
"I see what I am doing; I shall never
Be fooled by ignorance of the truth, but love.
I will help you, save you—only, keep your promise!"
He swore he would, by the triple goddess' altar,
By any power known to the grove; he swore
By Jove, who sees all things, by his own dangers,
His hope of victory, and she believed him.
Gave him the magic herbs, gave him instruction
In how to use them, watched him happily turning
Back to his lodging.

And the next day came
And all the people gathered in the acres
Sacred to Mars, from the high places watching,
And in their midst the king himself, in crimson,
Holding the ivory sceptre. And they came.
Bronze-footed bulls, fire-breathers, withering grass
From their hot breath. As furnaces roar loud.
As stones in the limekiln hiss with water on them,
Such was the seethe and snort and roar and rumble
From those burnt chests and throats. But Jason went
Forward to meet them, and they lowered their faces
Toward him, most terribly; the horns tipped with iron
Came toward him, and they pawed the ground and bellowed.
The Minyans stiffened in fear, and Jason
Moved in, and did not feel the fire, the panting.
The herbs, it seemed, had too much virtue in them.
His hand went out to stroke the hanging dewlaps.
To stroke and pet them, to put the yoke upon them,
Over the shoulders, made them draw the plough
Through fields that never before had known a furrow.
The Colchians were stunned, but Jason's people
Cheered, and his spirit responded to the cheering.
From the bronze helmet he took serpent's teeth.
Sowing the ploughland with them, and earth softened
The poison-saturated seeds he planted.
They grew, took on new forms, the way a baby
Grows in the womb, in its slow time, and only
Comes forth when fully formed, so, in the earth.
Their pregnant mother, these forms of men were growing,
And when they rose, they rose on teeming soil.
Hundreds and hundreds, and what is even stranger
Rose in full armor, brandishing their weapons,
And the people saw them, aiming spears at Jason,
And their hearts shook and faces paled. Medea
Had made him safe, she knew, but she was frightened.
Bloodless and cold, to see one man the target
Of all those pitiless spears. The herbs might fail,
The charm prove weak, and so she sang a spell.
Called secret arts to her aid. But Jason, hurling
A giant rock among them, turned their fury
From him to each other, and the earth-born brothers
Wounded and killed each other. And they cheered him,
Colchians and Minyans both, and caught him
In arms, to lift him shoulder-high, and held him
With easoi er arms. Medea would have held him
With eager arms, victorious, but Medea
Had to be modest; Medea would have held him
With eager arms, but there were people watching,
There might have been remarks. What she could do.
She did, and that was look upon him, happy.
Not saying a word, just looking, and in her heart
Thanking the gods, the charms and spells they gave her.

One task was left, to put to sleep the dragon
Who never sleeps, the monster with the crest,
The triple tongue, the crooked fangs, the guardian
Of the golden tree. And Jason sprinkled on him
Juice from Lethaean herbs, chanting, three times,
Words that bring quiet slumber, and put to rest
Most angry seas, and stop swift-flowing rivers.
Then sleep came into those eyes, which never before
Had known of sleep, and Jason won the spoil
Of gold, and in his pride took with him also
Another spoil, the woman who helped him win it,
And so at last came home to lolchos' harbor,
A victor with a bride.

Translated by ROLFE HUMPHRIES.


7:1  Iamque fretum Minyae Pagasaea puppe secabant,
 7:2 perpetuaque trahens inopem sub nocte senectam
 7:3 Phineus visus erat, iuvenesque Aquilone creati
 7:4 virgineas volucres miseri senis ore fugarant,
 7:5 multaque perpessi claro sub Iasone tandem
 7:6 contigerant rapidas limosi Phasidos undas.
 7:7 dumque adeunt regem Phrixeaque vellera poscunt
 7:8 lexque datur Minyis magnorum horrenda laborum,
 7:9 concipit interea validos Aeetias ignes
 7:10 et luctata diu, postquam ratione furorem
 7:11 vincere non poterat, 'frustra, Medea, repugnas:
 7:12 nescio quis deus obstat,' ait, 'mirumque, quid hoc est,
 7:13 aut aliquid certe simile huic, quod amare vocatur.
 7:14 nam cur iussa patris nimium mihi dura videntur?
 7:15 sunt quoque dura nimis! cur, quem modo denique vidi,
 7:16 ne pereat, timeo? quae tanti causa timoris?
 7:17 excute virgineo conceptas pectore flammas,
 7:18 si potes, infelix! si possem, sanior essem!
 7:19 sed trahit invitam nova vis, aliudque cupido,
 7:20 mens aliud suadet: video meliora proboque,
 7:21 deteriora sequor. quid in hospite, regia virgo,
 7:22 ureris et thalamos alieni concipis orbis?
 7:23 haec quoque terra potest, quod ames, dare. vivat an ille
 7:24 occidat, in dis est. vivat tamen! idque precari
 7:25 vel sine amore licet: quid enim commisit Iason?
 7:26 quem, nisi crudelem, non tangat Iasonis aetas
 7:27 et genus et virtus? quem non, ut cetera desint,
 7:28 ore movere potest? certe mea pectora movit.
 7:29 at nisi opem tulero, taurorum adflabitur ore
 7:30 concurretque suae segeti, tellure creatis
 7:31 hostibus, aut avido dabitur fera praeda draconi.
 7:32 hoc ego si patiar, tum me de tigride natam,
 7:33 tum ferrum et scopulos gestare in corde fatebor!
 7:34 cur non et specto pereuntem oculosque videndo
 7:35 conscelero? cur non tauros exhortor in illum
 7:36 terrigenasque feros insopitumque draconem?
 7:37 di meliora velint! quamquam non ista precanda,
 7:38 sed facienda mihi. -- prodamne ego regna parentis,
 7:39 atque ope nescio quis servabitur advena nostra,
 7:40 ut per me sospes sine me det lintea ventis
 7:41 virque sit alterius, poenae Medea relinquar?
 7:42 si facere hoc aliamve potest praeponere nobis,
 7:43 occidat ingratus! sed non is vultus in illo,
 7:44 non ea nobilitas animo est, ea gratia formae,
 7:45 ut timeam fraudem meritique oblivia nostri.
 7:46 et dabit ante fidem, cogamque in foedera testes
 7:47 esse deos. quid tuta times? accingere et omnem
 7:48 pelle moram: tibi se semper debebit Iason,
 7:49 te face sollemni iunget sibi perque Pelasgas
 7:50 servatrix urbes matrum celebrabere turba.
 7:51 ergo ego germanam fratremque patremque deosque
 7:52 et natale solum ventis ablata relinquam?
 7:53 nempe pater saevus, nempe est mea barbara tellus,
 7:54 frater adhuc infans; stant mecum vota sororis,
 7:55 maximus intra me deus est! non magna relinquam,
 7:56 magna sequar: titulum servatae pubis Achivae
 7:57 notitiamque soli melioris et oppida, quorum
 7:58 hic quoque fama viget, cultusque artesque locorum,
 7:59 quemque ego cum rebus, quas totus possidet orbis,
 7:60 Aesoniden mutasse velim, quo coniuge felix
 7:61 et dis cara ferar et vertice sidera tangam.
 7:62 quid, quod nescio qui mediis concurrere in undis
 7:63 dicuntur montes ratibusque inimica Charybdis
 7:64 nunc sorbere fretum, nunc reddere, cinctaque saevis
 7:65 Scylla rapax canibus Siculo latrare profundo?
 7:66 nempe tenens, quod amo, gremioque in Iasonis haerens
 7:67 per freta longa ferar; nihil illum amplexa verebor
 7:68 aut, siquid metuam, metuam de coniuge solo. --
 7:69 coniugiumne putas speciosaque nomina culpae
 7:70 inponis, Medea, tuae? -- quin adspice, quantum
 7:71 adgrediare nefas, et, dum licet, effuge crimen!'
 7:72 dixit, et ante oculos rectum pietasque pudorque
 7:73 constiterant, et victa dabat iam terga Cupido.
 7:74 Ibat ad antiquas Hecates Perseidos aras,
 7:75 quas nemus umbrosum secretaque silva tegebat,
 7:76 et iam fortis erat, pulsusque recesserat ardor,
 7:77 cum videt Aesoniden exstinctaque flamma reluxit.
 7:78 erubuere genae, totoque recanduit ore,
 7:79 utque solet ventis alimenta adsumere, quaeque
 7:80 parva sub inducta latuit scintilla favilla
 7:81 crescere et in veteres agitata resurgere vires,
 7:82 sic iam lenis amor, iam quem languere putares,
 7:83 ut vidit iuvenem, specie praesentis inarsit.
 7:84 et casu solito formosior Aesone natus
 7:85 illa luce fuit: posses ignoscere amanti.
 7:86 spectat et in vultu veluti tum denique viso
 7:87 lumina fixa tenet nec se mortalia demens
 7:88 ora videre putat nec se declinat ab illo;
 7:89 ut vero coepitque loqui dextramque prehendit
 7:90 hospes et auxilium submissa voce rogavit
 7:91 promisitque torum, lacrimis ait illa profusis:
 7:92 'quid faciam, video: nec me ignorantia veri
 7:93 decipiet, sed amor. servabere munere nostro,
 7:94 servatus promissa dato!' per sacra triformis
 7:95 ille deae lucoque foret quod numen in illo
 7:96 perque patrem soceri cernentem cuncta futuri
 7:97 eventusque suos et tanta pericula iurat:
 7:98 creditus accepit cantatas protinus herbas
 7:99 edidicitque usum laetusque in tecta recessit.
 7:100 Postera depulerat stellas Aurora micantes:
 7:101 conveniunt populi sacrum Mavortis in arvum
 7:102 consistuntque iugis; medio rex ipse resedit
 7:103 agmine purpureus sceptroque insignis eburno.
 7:104 ecce adamanteis Vulcanum naribus efflant
 7:105 aeripedes tauri, tactaeque vaporibus herbae
 7:106 ardent, utque solent pleni resonare camini,
 7:107 aut ubi terrena silices fornace soluti
 7:108 concipiunt ignem liquidarum adspergine aquarum,
 7:109 pectora sic intus clausas volventia flammas
 7:110 gutturaque usta sonant; tamen illis Aesone natus
 7:111 obvius it. vertere truces venientis ad ora
 7:112 terribiles vultus praefixaque cornua ferro
 7:113 pulvereumque solum pede pulsavere bisulco
 7:114 fumificisque locum mugitibus inpleverunt.
 7:115 deriguere metu Minyae; subit ille nec ignes
 7:116 sentit anhelatos (tantum medicamina possunt!)
 7:117 pendulaque audaci mulcet palearia dextra
 7:118 suppositosque iugo pondus grave cogit aratri
 7:119 ducere et insuetum ferro proscindere campum:
 7:120 mirantur Colchi, Minyae clamoribus augent
 7:121 adiciuntque animos. galea tum sumit aena
 7:122 vipereos dentes et aratos spargit in agros.
 7:123 semina mollit humus valido praetincta veneno,
 7:124 et crescunt fiuntque sati nova corpora dentes,
 7:125 utque hominis speciem materna sumit in alvo
 7:126 perque suos intus numeros conponitur infans
 7:127 nec nisi maturus communes exit in auras,
 7:128 sic, ubi visceribus gravidae telluris imago
 7:129 effecta est hominis, feto consurgit in arvo,
 7:130 quodque magis mirum est, simul edita concutit arma.
 7:131 quos ubi viderunt praeacutae cuspidis hastas
 7:132 in caput Haemonii iuvenis torquere parantis,
 7:133 demisere metu vultumque animumque Pelasgi;
 7:134 ipsa quoque extimuit, quae tutum fecerat illum.
 7:135 utque peti vidit iuvenem tot ab hostibus unum,
 7:136 palluit et subito sine sanguine frigida sedit,
 7:137 neve parum valeant a se data gramina, carmen
 7:138 auxiliare canit secretasque advocat artes.
 7:139 ille gravem medios silicem iaculatus in hostes
 7:140 a se depulsum Martem convertit in ipsos:
 7:141 terrigenae pereunt per mutua vulnera fratres
 7:142 civilique cadunt acie. gratantur Achivi
 7:143 victoremque tenent avidisque amplexibus haerent.
 7:144 tu quoque victorem conplecti, barbara, velles:
 7:145 obstitit incepto pudor, at conplexa fuisses,
 7:146 sed te, ne faceres, tenuit reverentia famae.
 7:147 quod licet, adfectu tacito laetaris agisque
 7:148 carminibus grates et dis auctoribus horum.
 7:149 Pervigilem superest herbis sopire draconem,
 7:150 qui crista linguisque tribus praesignis et uncis
 7:151 dentibus horrendus custos erat arboris aureae.
 7:152 hunc postquam sparsit Lethaei gramine suci
 7:153 verbaque ter dixit placidos facientia somnos,
 7:154 quae mare turbatum, quae concita flumina sistunt,
 7:155 somnus in ignotos oculos sibi venit, et auro
 7:156 heros Aesonius potitur spolioque superbus
 7:157 muneris auctorem secum, spolia altera, portans
 7:158 victor Iolciacos tetigit cum coniuge portus.