domingo, 22 de septiembre de 2013

Novedades de septiembre de 2013



Estimados amigos de Ediciones De La Mirándola: cinco son esta vez nuestros nuevos títulos; tres de ellos integran nuestro Catálogo general y los otros dos, para no perder la costumbre, nuestra Biblioteca Franca en descarga libre y gratuita. Dos autores de los primeros son nuevos en nuestro Catálogo: Ambrose Bierce y Carlo Michelstaedter. El primero, sin duda, no necesita presentación, pero la novedad está en la obra que publicamos, traducida por primera vez al español; con el segundo los invitamos a descubrir, si no lo conocen aún, a uno de los representantes más personales e importantes de la filosofía europea del siglo XX, tanto en su faz de pensador como de poeta. Con el tercer título, de Alexandre Dumas, continuamos la publicación de la serie de sus Crímenes célebres. En los próximos días los tres estarán disponibles en los sitios de nuestros distintos puntos de venta que se enumeran en nuestro sitio web; pero los fragmentos gratuitos correspondientes pueden descargarse ya mismo, en formato epub, en nuestro sitio, así como los dos de Biblioteca Franca en los que se conjugan los nombres de Susana Soca, Juan Rodolfo Wilcock,Virgilio y Fray Luis de León.

Esperamos que disfruten con la lectura.


Telarañas de un
                            cráneo vacíoAmbrose Bierce
Telarañas de un cráneo vacío


De la extensa obra de Ambrose Bierce (1842 - c. 1913) se conocen en español, y se reeditan y se leen, su famoso Diccionario del Diablo, con sus ácidas definiciones, sus cínicas Fábulas, sus inquietantes cuentos de terror; el resto sigue siendo desconocido para el lector hispanohablante, salvo por los parciales vislumbres que le permiten algunas antologías. En el centésimo aniversario de su desaparición —y no muerte, ya que, como correspondía al ilusionista que fue, no murió sino que se esfumó en el aire—, Ediciones De La Mirándola lo homenajea publicando una de sus obras aún inédita en español. (Leer más...)



Diálogo de la salud. PoesíasCarlo Michelstaedter
Diálogo de la salud. Poesías



Suicidio que, como temido y quizás previsible corolario, cierra un compromiso vital con el propio pensamiento filosófico, o filosofía que encuentra su alimento en un permanente conflicto entre el exigente impulso de vida y la siempre seductora ansia de muerte: ambas caracterizaciones obtienen igual justificación en las breves vida y obra de Carlo Michelstaedter (1887-1910), y su punto de encuentro en el disparo con que puso fin a sus días, a los veintitrés años, quien es considerado hoy una de las figuras más originales y relevantes de la filosofía europea del siglo XX. (Leer más...)


 La marquesa de BrinvilliersAlexandre Dumas
La marquesa de Brinvilliers



Con este segundo volumen, Ediciones De La Mirándola continúa la primera publicación integral en español de los Crímenes célebres de Alexandre Dumas, iniciada con su relato Los Cenci. En La marquesa de Brinvilliers, Dumas nos hace entrar de lleno en la faz más oscura del siglo del Rey Sol. El proceso famoso que condujo a la ejecución pública de Marie-Magdelaine de Brinvilliers significó el comienzo de una serie de aterradoras revelaciones que llevarían a Luis XIV a instaurar un tribunal especial para investigar el que más tarde se conocería como el “caso de los venenos”. (Leer más...)



En Biblioteca Franca:

Acerca de la nube de la ignoranciaSusana Soca
Alrededor de la nube de la ignorancia



Agudo ensayo acerca de un texto fundamental de la mística cristiana, anónimo inglés de la segunda mitad del siglo XIV, que se completa con amplios fragmentos del mismo traducidos por Juan Rodolfo Wilcock. (Descargar en Biblioteca Franca.)




Bucólicas o ÉglogasVirgilio / Fray Luis de León
Bucólicas o Églogas



La admirable traducción de Fray Luis de León del clásico latino, que es, por mérito propio, un clásico de las letras hispánicas. (Descargar en Biblioteca Franca.)


miércoles, 11 de septiembre de 2013

Paul Groussac: El Parlamento de las Religiones

EL PARLAMENTO DE LAS RELIGIONES

Ironía impremeditada: en mi cartera estos últimos apuntes alternan con los relativos al «Parlamento de las religiones»que celebraba sus sesiones en Art Palace —una «Escuela de bellas artes» inverosímil que, con sus yesos del comercio, vulgares y ennegrecidos, y sus copias de museos por misses aficionadas, forma la base de la enseñanza y la iniciación estética de la juventud.

Allí fraternizaron, en el mismo tablado, delante del mezclado público que llenaba el cobertizo de Columbus Hall, hasta hacer crujir los tabiques de pino (¡estamos en Art Palace!), representantes conspicuos de las principales religiones del orbe, con el objeto de reconocerse mutuamente: atestiguando así ante el mundo, o la igual vaciedad de todos los dogmas oficiales, o su igual legitimidad —o quizás ambas cosas a la vez. Arzobispos católicos, obispos anglicanos, pastores de todos los rebaños protestantes, rabinos judíos, bonzos y lamas budistas; hombres, mujeres y neutros de las innumerables sectas americanas, que pululan en el cadáver del cristianismo como los gusanos en un organismo putrefacto: todos se saludaban, cantaban y rezaban juntos; predicaban sucesivamente con éxito igual en todas las lenguas conocidas, despachaban su boniment inglés con los veinte acentos distintos del imperio británico. El obispo ortodoxo Dionysios se inclinaba ante la elocuencia del Hon Pung Quang Yu, de Pekín; el obispo católico de Brooklyn, de levita negra y corbata con alfiler, felicitaba a la sacerdotisa budista, miss Jane Serabji, de Bombay; monseñor d'Harlez, de Lovaina, aplaudía a la judía miss Lazarus —a quien sus predecesores hubieran dedicado un auto de fe—; en fin, para abreviar la procesión: todos los parásitos de la credulidad humana firmaban, en ese andamio de teatro ambulante, la paz oportunista de las viejas sectas enemigas —y el ilustre cardenal Gibbons, con su cara de asceta politician, encabezaba la farándula del «amor libre» en materia de religión.

Habré de volver en alguna forma sobre ese World's Parliament of religions, que para mí evoca recuerdos alejandrinos, y en el cual he visto diseñarse claramente, no el fin de la religión inmortal, pero sí la incurable caducidad de los cultos establecidos, que abdicaban allí sus dogmas fundamentales y repudiaban su historia secular.

Hace más de un siglo que nos pagamos de frases huecas y sustantivos sonoros: civilización, progreso, tolerancia religiosa, etc. Si esos ministros de las iglesias son creyentes, no han podido ser sinceros. Aquello de «tener la fiesta en paz» no es principio religioso, porque, desde luego, no es principio. La razón es tolerante; pero la intransigencia es la esencia misma de la fe. No nos atrevemos a confesar que nuestra tolerancia es un pseudónimo de nuestra indiferencia. Para la Iglesia, el modus vivendi es un síntoma claro de no poder vivir; y este nuevo consorcio universal ha sido precedido por el divorcio secreto de cada secta con su creencia particular y su dogma sagrado. Más lógicos en el absurdo encontraba a los « liberales » ingenuos que, en el vecino «Hall de Washington», escalera de por medio, atacaban la libertad de ser budista o luterano; o aquellos inefables «evolucionistas» de afición que, después de hacer mesa limpia de toda divinidad, evolucionaban proclamando a Darwin dios y a Spencer profeta —del propio modo que en el drama de Shakespeare, la plebe romana quiere que Bruto sea su segundo César por haber matado al primero.
Así, se agitaban sectas y corporaciones, con el rumor y la eficacia de un enjambre de moscas encerradas en una botella; en tanto que más allá, en su Babel de diecinueve pisos, los convencidos francmasones, estos orfeonistas del libre pensamiento, exhibían sus inocentes jeroglíficos, su bandas complicadas de cabalismo infantil, sus blancos mandiles que parecen baberos, sus afiladas llanas de acero, que sólo han revocado el aéreo castillo del Gr.•. Arq. •. del Un.•., ¡y son más inofensivos que el sable de Prudhomme, más vírgenes que una espada de diplomático! —Por eso, cuando, entre dos sesiones del congreso pan-religioso (¡oh, sabiduría de las palabras!), salía a recorrer las barracas de Midway-Plaisance, respirando la fresca brisa del lago Michigan, parecíame por momentos que estas procesiones y contorsiones carnavalescas, eran en otra forma apenas más exótica y caricatural, la continuación de la pieza interrumpida en el Art Palace; y, así como no fuera aquélla más que el remedo farisaico y la explotación del sentimiento de lo divino, eternamente arraigado en el alma humana, tampoco eran estas groseras exhibiciones más que la parodia soez de la poesía oriental, el disfraz de la libre existencia de la tienda y del aduar en el desierto ilimitado, o del pintoresco vagar de las tribus cazadoras a la sombra de sus selvas primitivas.

Del Plata al Niágara.