viernes, 30 de junio de 2017

William Butler Yeats y Antonio Rivero Taravillo: Los cisnes salvajes de Coole

THE WILD SWANS AT COOLE

The trees are in their autumn beauty, 
The woodland paths are dry, 
Under the October twilight the water 
Mirrors a still sky; 
Upon the brimming water among the stones 
Are nine-and-fifty swans. 

The nineteenth autumn has come upon me 
Since I first made my count; 
I saw, before I had well finished, 
All suddenly mount 
And scatter wheeling in great broken rings 
Upon their clamorous wings. 

I have looked upon those brilliant creatures, 
And now my heart is sore. 
All's changed since I, hearing at twilight, 
The first time on this shore, 
The bell-beat of their wings above my head, 
Trod with a lighter tread. 

Unwearied still, lover by lover, 
They paddle in the cold 
Companionable streams or climb the air; 
Their hearts have not grown old; 
Passion or conquest, wander where they will, 
Attend upon them still. 

But now they drift on the still water, 
Mysterious, beautiful; 
Among what rushes will they build, 
By what lake's edge or pool 
Delight men's eyes when I awake some day 
To find they have flown away? 


LOS CISNES SALVAJES DE COOLE

Los árboles son bellos en otoño,
las sendas de los bosques están secas;
bajo el crepúsculo de octubre, el agua
refleja un cielo inmóvil;
sobre el agua que brilla entre las piedras,
cincuenta y nueve cisnes.

Diecinueve otoños han pasado
desde que los conté por vez primera;
vi, antes de terminar
a todos ascender súbitamente
y dispersarse en grandes semicírculos
sobre sus clamorosas alas.

He admirado a estos seres espléndidos,
mas ahora me duele el corazón.
Todo ha cambiado desde que al ocaso
por vez primera oí en esta orilla
el tañer de sus alas sobre mí
y pasé con un paso más aleve.

Aún sin fatigarse, amante junto a amante,
chapotean en los helados
arroyos amigables o se elevan;
sus corazones no han envejecido;
pasiones o conquistas, donde vayan,
aún los acompañan.

Pero ahora vagan sobre el agua inmóvil,
misteriosos, hermosos;
¿en qué cañaveral harán su nido,
al borde de qué lago o de qué charca
deleitarán los ojos de los hombres
cuando despierte un día y vea que han volado?


Traducción de ANTONIO RIVERO TARAVILLO.

miércoles, 28 de junio de 2017

Ovidio y Pedro Sánchez de Viana: Perseo y Andrómeda



PERSEO Y ANDRÓMEDA
Metamorfosis, Libro IV, 663-752.

Quitaba de la noche el negro velo
El oriental lucero, que nacía
Despertando las obras en el suelo.
Y en la cárcel eterna puesto había
Los vientos Eolo, cuando, pretendiendo
Perseo volar, las alas se ponía
En ambos pies, y el líquido aire hendiendo,
Volando va, su corvo alfanje al lado,
Movidos los talares con estruendo.
Atrás diversas gentes ha dejado;
Llegó a Etiopía con ligero vuelo,
Y al reino de Cefeo [1], do ha hallado,
Atada sin razón y sin consuelo,
A Andrómeda, que a muerte la condena
El más injusto oráculo del suelo.
Hamón, que mereciendo aquella pena
La madre, por su lengua dio respuesta
Que pagase la hija culpa ajena.
La cual, luego que vio en la roca puesta,
Atada con durísima atadura,
Que a un monstruo de la mar estaba expuesta.
Tanta era su beldad, tal su hermosura,
Que si el cabello el viento no moviera,
Creyera estatua ser de piedra pura.
Y si el hermoso rostro no tuviera
De lágrimas de aljófar rociado,
De miedo de la horrible bestia fiera,
No pudiera quedar desengañado,
Y apenas lo quedó, cuando ignorante
Del amoroso fuego fue tocado.
Y vista una belleza semejante,
Se olvida casi de ejercer su vuelo,
Y pídela, poniéndose delante,
Diciendo así, la causa de su duelo:

«¡Oh digna, no de lazos semejantes,
Sino de ver tus miembros rodeados
De aquellos con que Amor a los amantes
En afición estrecha tiene atados!
Suplícote, señora, no te espantes;
Dime tu nombre y tierra, y cuáles hados,
O qué razón te puso en la cadena,
Que a tal beldad parece bien ajena.»

Calló, que siendo él hombre y virgen ella,
No le osa responder, y se tapara
Con sus hermosas manos la doncella,
Si atada como está no se hallara;
Y siéndola imposible, vergonzosa,
De lágrimas bañó su hermosa cara.
Y vuelta en el color purpúrea rosa,
A Perseo, que pregunta con porfía,
Comienza a descubrirse sospechosa.
Que si no respondiese, pensaría
Que por no descubrirle algún pecado
Enorme suyo, no le respondía.
Su nombre y de su tierra ha publicado,
Y cuánta confianza había tenido
Su madre en su hermosura le ha mostrado.
Y aun no el negocio todo referido,
Sonó la mar, que el monstruo horrendo viene
Con fierísimo estruendo embravecido,
Y el ancho mar debajo el pecho tiene;
Da voces la tristísima doncella;
Su padre y madre están como conviene,
Entrambos miserables; pero ella
Con más razón y causa, ni traían
Remedio que pudiese defendella,
Sino en medio de entrambos la tenían,
Y con el justo miedo de la fiera,
Con sentimiento amargo la plañían;
A quienes Perseo habló de esta manera:

«Bastante tiempo os queda para llanto,
En que os entregáis amargamente;
Mas para remediar peligro tanto,
Paréceme brevísimo el presente.
Si siendo Perseo yo, de Jove santo
Y la encerrada Dánae descendiente,
A ésta me entregara por marido,
Sin duda fuera a todos preferido.

»Habiendo yo vencido la fiereza
De la hija de Foreo con mi mano,
Y yendo con extraña ligereza
Por el aire cual pájaro liviano;
Librando allende de esto tal belleza,
Como lo haré, placiendo al soberano,
Si respondéis a mi merecimiento,
Librada dármela heis en casamiento.»

Aceptan el partido, y la doncella
Prometen (¿quién dudara?), suplicando
Reciba el reino paternal con ella.
Y veis aquí, cual suele navegando
Surcar el hondo mar a su despecho
La nave, los remeros trabajando,
Partía las olas el furioso pecho
De la marina bestia por su cebo,
Y estaba del peñasco tanto trecho
Cuanto un tiro de honda; y el mancebo,
Estribando en la tierra, se abalanza
En el aire que ilustra el rojo Febo.
La sombra vio en la mar, a quien se lanza
El monstruo con bravísima fiereza;
Mas él con gran destreza y gran pujanza,
Cual águila de suma ligereza,
Visto el dragón al sol en campo raso
Que a su dorado lomo se endereza.
Que porque no la hiera, vuelto acaso
El hocico crüel en la escamosa
Cerviz se aferra, y no le hiere paso.
El biznieto de Abante el monstruo acosa
En vuelo por el aire levantado,
Con su certera diestra y animosa.
Y en la derecha espalda le ha acertado,
Metiendo todo el hierro de manera,
Que hasta el anzuelo corvo le ha llegado.
Herida de tal arte va la fiera
Fremiendo por el agua, y se endereza
Agora por el aire muy ligera.
Chapúzase otras veces con braveza;
Agora va al través con furia tanta,
Cual jabalí feroz, que en poca pieza
Espera ver la turba que le espanta
De perros sobre sí. Mas Perseo huyendo
Sus golpes, por el aire se levanta.
Y el lado y las costillas escogiendo
Por partes más sin conchas, animoso
Con el alfanje agudo está hiriendo.
Y a las veces la cola, do el bravoso
Marino monstruo fiero en pez acaba,
Con ímpetu es herida riguroso.
El agua tinta en sangre vomitaba,
El aire circunstante rociando,
Que al volador las alas empapaba,
Y en ellas Perseo más no se fiando,
Miró un peñón, del cual la suma cima
Está fuera del mar quieto, y cuando
Se mueve está cubierta, y puesto encima
Estribando de nuevo le ha herido,
Y el monstruo fiero ya se desanima.
Por las ijadas suyas ha metido
De tres a cuatro veces bravamente
El hierro, por lo cual quedó rendido.
El vocear y aplauso de la gente
La ribera del mar hinchó y el cielo.
Casíope y Cefeo prestamente
(Desnudos de la pena y desconsuelo,
Y llenos de contento y alegría)
Saludan a su yerno y su consuelo,
Y cada cual confiesa que él había
Sido el reparador y la coluna
De su casa real, que se caía.
Andrómeda, ya suelta de Fortuna
Y de lazo cruel, se viene andando,
De la batalla el precio, y causa una.
El vencedor con agua está lavando
Las manos, que ensució la sangre fiera,
Con extraño cuidado procurando
Que el rostro de Medusa no se hiera,
Y sobre blandas hojas extendidas
Por el arena blanca en la ribera
Le pone, y unas varas que nacidas
Halló en el mar, arranca, y puestas fueron
Debajo; y como son recién cogidas
Y vivas, el veneno concibieron
Del monstruo, al cual al punto que tocaron,
En rama y hojas yertas se sintieron.
Del caso extrañamente se admiraron
Las Ninfas de la mar, y de curiosas,
En otras muchas varas lo probaron.
Y viendo que así sale, están gozosas;
De las cuales quedó en el mar simiente,
De donde nacen varas milagrosas.
Y su naturaleza está patente
En el coral [2], que dentro el mar es vara,
Y fuera se hace piedra de repente.

NOTAS de la edición de 1887.
NOTA 1: Cefeo era rey de Etiopía, o más bien de Fenicia, conocida entonces con el nombre de Joppia, y uno de los Argonautas. Después de su muerte fue transformado en constelación. Cassiope, madre de Andrómeda, tuvo la vanidad de creerse más bella que Juno o que las Nereidas. Para vengar esta injuria, inundó Neptuno los Estados de Cefeo, quien, conforme al oráculo, tuvo que exponer su hija a un monstruo marino para que tuviese fin este desastre.
NOTA 2: En la antigüedad se creía que el coral era una planta marina.


Clauserat Hippotades aeterno carcere uentos,
admonitorque operum caelo clarissimus alto           
Lucifer ortus erat ; pennis ligat ille resumptis
parte ab utraque pedes teloque accingitur unco
et liquidum motis talaribus aera findit.
Gentibus innumeris circumque infraque relictis
Aethiopum populos Cepheaque conspicit arua.
Illic inmeritam maternae pendere linguae
Andromedan poenas iniustus iusserat Ammon.
Quam simul ad duras religatam bracchia cautes
uidit Abantiades (nisi quod leuis aura capillos
mouerat et tepido manabant lumina fletu,
marmoreum ratus esset opus), trahit inscius ignes
et stupet ; eximiae correptus imagine formae
paene suas quatere est oblitus in aere pennas.
Vt stetit : « O » dixit « non istis digna catenis,
sed quibus inter se cupidi iunguntur amantes,
pande requirenti nomen terraeque tuumque,
et cur uincla geras. » Primo silet illa nec audet
adpellare uirum uirgo, manibusque modestos
celasset uultus, si non religata fuisset ;
lumina, quod potuit, lacrimis inpleuit obortis.
Saepius instanti, sua ne delicta fateri
nolle uideretur, nomen terraeque suumque,
quantaque maternae fuerit fiducia formae,
indicat ; et nondum memoratis omnibus unda
insonuit, ueniensque inmenso belua ponto
inminet et latum sub pectore possidet aequor.
Conclamat uirgo ; genitor lugubris et una
mater adest, ambo miseri, sed iustius illa.
Nec secum auxilium, sed dignos tempore fletus
plangoremque ferunt uinctoque in corpore adhaerent,
cum sic hospes ait : « Lacrimarum longa manere
tempora uos poterunt, ad opem breuis hora ferendam est.
Hanc ego si peterem Perseus Ioue natus et illa,
quam clausam inpleuit fecundo Iuppiter auro,
Gorgonis anguicomae Perseus superator et alis
aetherias ausus iactatis ire per auras,
praeferrer cunctis certe gener ; addere tantis
dotibus et meritum, faueant modo numina, tempto.
Vt mea sit seruata mea uirtute, paciscor. »
Accipiunt legem (quis enim dubitaret ?) et orant
promittuntque super regnum dotale parentes.
Ecce, uelut nauis praefixo concita rostro
sulcat aquas, iuuenum sudantibus acta lacertis,
sic fera dimotis inpulsu pectoris undis,
tantum aberat scopulis, quantum Balearica torto
funda potest plumbo medii transmittere caeli,
cum subito iuuenis pedibus tellure repulsa
arduus in nubes abiit. Vt in aequore summo
umbra uiri uisa est, uisa fera saeuit in umbra ;
utque Iouis praepes, uacuo cum uidit in aruo
praebentem Phoebo liuentia terga draconem,
occupat auersum, neu saeua retorqueat ora,
squamigeris auidos figit ceruicibus ungues,
sic celeri missus praeceps per inane uolatu
terga ferae pressit dextroque frementis in armo
Inachides ferrum curuo tenus abdidit hamo.
Vulnere laesa graui modo se sublimis in auras
attollit, modo subdit aquis, modo more ferocis
uersat apri, quem turba canum circumsona terret.
Ille auidos morsus uelocibus effugit alis ;
quaque patet, nunc terga cauis super obsita conchis,
nunc laterum costas, nunc qua tenuissima cauda
desinit in piscem, falcato uerberat ense.
Belua puniceo mixtos cum sanguine fluctus
ore uomit ; maduere graues adspergine pennae.
Nec bibulis ultra Perseus talaribus ausus
credere conspexit scopulum, qui uertice summo
stantibus exstat aquis, operitur ab aequore moto.
Nixus eo rupisque tenens iuga prima sinistra,
ter quater exegit repetita per ilia ferrum.
Litora cum plausu clamor superasque deorum
inpleuere domos ; gaudent generumque salutant
auxiliumque domus seruatoremque fatentur
Cassiope Cepheusque pater ; resoluta catenis
incedit uirgo, pretiumque et causa laboris.
Ipse manus hausta uictrices abluit unda,
anguiferumque caput dura ne laedat harena,
mollit humum foliis natasque sub aequore uirgas
sternit et inponit Phorcynidos ora Medusae.
Virga recens bibulaque etiamnunc uiua medulla
uim rapuit monstri tactuque induruit huius
percepitque nouum ramis et fronde rigorem.
At pelagi nymphae factum mirabile temptant
pluribus in uirgis et idem contingere gaudent
seminaque ex illis ut erant iactata per undas,
nunc quoque curaliis eadem natura remansit,
duritiam tacto capiant ut ab aere, quodque
uimen in aequore erat, fiat super aequora saxum.

domingo, 25 de junio de 2017

Alphonse de Lamartine y Miguel Antonio Caro: El lago

EL LAGO

¿Y en afán incesante, el rumbo incierto,
Hacia otra, y otra, más lejana orilla,
Rodando iremos sobre el mar desierto,
Sin que un instante en apacible puerto
 Repose nuestra quilla?

¡Oh lago, un año se ha cumplido apenas;
Y heme aquí solitario! ¡Sus pisadas
No volverá a estampar en tus arenas
La que desde esta roca, ayer, serenas
 Fijó en ti sus miradas!

Y así cual ora, entonces resonabas;
Mugiendo estás como en aquellos días,
Contra estas peñas tu furor desbravas,
Y con la blanca espuma el musgo lavas
 Donde sus pies lamías.

Era una tarde. En éxtasis supremo
Íbamos ella y yo bogando a solas,
Y bajo el cielo azul, de extremo a extremo,
Más no se oía que el batir del remo
 Sobre las blandas olas.

Y al piélago dormido, al mudo viento
Cautivó de repente voz divina;
Jamás hombre soñó tan dulce acento
Como el que oyó arrobada en tal momento
 La esfera cristalina:

 Suspende el ala rápida,
 No turbes nuestros éxtasis,
  ¡Oh tiempo volador!
 Gozar por siempre déjanos
 Estos instantes mágicos
  Que aquí nos brinda amor.

 ¿Cuántos no piden míseros
 De la esperanza el bálsamo
  A tu correr fugaz?
 Ve, y sus dolores íntimos
 Alivia tú benéfico;
  ¡Deja al dichoso en paz!

 Mas ¡ay! con vana súplica
 Ruego a esta noche plácida
  Que lento mueva el pie.
 Rueda muda la bóveda,
 Y en el oriente pálido
  Odioso albor se ve.

 Todo, todo es efímero;
 Veloces precipítanse
  Las horas, ¡ay de mí!
 ¡Mas entre tanto, amémonos,
 En el oasis místico
  Que amor nos brinda aquí!

 ¡Ay! en tanto que el mal acerbo dura,
El tiempo, que a su vista se adormece,
A robarnos la dicha se apresura;
Y el momento que encierra más dulzura,
 Huye y desaparece.

 ¿Y nunca ha de volver lo que ha pasado?
¿Aquello que se fue quedó perdido,
Y para siempre lo sepulta el hado
En mudo seno, en insondable vado,
 En sempiterno olvido?

 ¿Y ni aun habremos de guardar sus huellas?
¿A do van las delicias que devoras,
Qué haces, profunda Eternidad, de aquellas
Que descendieron a tu abismo, bellas
 Y fugitivas horas?

 ¡Oh lago! ¡grutas! ¡rocas! ¡selva umbría!
Pues os perdona el tiempo, o la primera
Beldad os restituye, la hermosura
De esa noche guardad. ¡Salva, oh Natura,
 Su recuerdo siquiera!

 ¡Perenne viva aquel recuerdo, oh lago,
En tu recinto; en las suaves frondas
Que te circundan con riente halago;
En estas rocas que con torvo amago
 Penden sobre tus ondas!

 ¡Viva en los ecos que de orilla a orilla
Responden; en el céfiro que vuela
Y hojosa copa susurrante humilla;
En la alba luna que en el éter brilla
 Y en tu cristal rïela!

 ¡Y el fresco aroma que tu ambiente espira,
Tu oleaje, adormido o resonante,
Cuanto aquí se oye, cuanto aquí se admira,
Todo a la vez, cual misteriosa lira,
 Mi amor recuerde y cante!




LE LAC

Ainsi, toujours poussés vers de nouveaux rivages,
Dans la nuit éternelle emportés sans retour,
Ne pourrons-nous jamais sur l'océan des âges
Jeter l'ancre un seul jour ?

Ô lac ! l'année à peine a fini sa carrière,
Et près des flots chéris qu'elle devait revoir,
Regarde ! je viens seul m'asseoir sur cette pierre
Où tu la vis s'asseoir !

Tu mugissais ainsi sous ces roches profondes,
Ainsi tu te brisais sur leurs flancs déchirés,
Ainsi le vent jetait l'écume de tes ondes
Sur ses pieds adorés.

Un soir, t'en souvient-il ? nous voguions en silence ;
On n'entendait au loin, sur l'onde et sous les cieux,
Que le bruit des rameurs qui frappaient en cadence
Tes flots harmonieux.

Tout à coup des accents inconnus à la terre
Du rivage charmé frappèrent les échos ;
Le flot fut attentif, et la voix qui m'est chère
Laissa tomber ces mots :

" Ô temps ! suspends ton vol, et vous, heures propices !
Suspendez votre cours :
Laissez-nous savourer les rapides délices
Des plus beaux de nos jours !

" Assez de malheureux ici-bas vous implorent,
Coulez, coulez pour eux ;
Prenez avec leurs jours les soins qui les dévorent ;
Oubliez les heureux.

" Mais je demande en vain quelques moments encore,
Le temps m'échappe et fuit ;
Je dis à cette nuit : Sois plus lente ; et l'aurore
Va dissiper la nuit.

" Aimons donc, aimons donc ! de l'heure fugitive,
Hâtons-nous, jouissons !
L'homme n'a point de port, le temps n'a point de rive ;
Il coule, et nous passons ! "

Temps jaloux, se peut-il que ces moments d'ivresse,
Où l'amour à longs flots nous verse le bonheur,
S'envolent loin de nous de la même vitesse
Que les jours de malheur ?

Eh quoi ! n'en pourrons-nous fixer au moins la trace ?
Quoi ! passés pour jamais ! quoi ! tout entiers perdus !
Ce temps qui les donna, ce temps qui les efface,
Ne nous les rendra plus !

Éternité, néant, passé, sombres abîmes,
Que faites-vous des jours que vous engloutissez ?
Parlez : nous rendrez-vous ces extases sublimes
Que vous nous ravissez ?

Ô lac ! rochers muets ! grottes ! forêt obscure !
Vous, que le temps épargne ou qu'il peut rajeunir,
Gardez de cette nuit, gardez, belle nature,
Au moins le souvenir !

Qu'il soit dans ton repos, qu'il soit dans tes orages,
Beau lac, et dans l'aspect de tes riants coteaux,
Et dans ces noirs sapins, et dans ces rocs sauvages
Qui pendent sur tes eaux.

Qu'il soit dans le zéphyr qui frémit et qui passe,
Dans les bruits de tes bords par tes bords répétés,
Dans l'astre au front d'argent qui blanchit ta surface
De ses molles clartés.

Que le vent qui gémit, le roseau qui soupire,
Que les parfums légers de ton air embaumé,
Que tout ce qu'on entend, l'on voit ou l'on respire,
Tout dise : Ils ont aimé !