jueves, 1 de junio de 2017

Luís de Camões y Luis Gómez de Tapia: Los Lusíadas, Canto I

LOS LUSÍADAS
POEMA ÉPICO EN DIEZ CANTOS TRADUCIDO EN VERSO CASTELLANO DEL PORTUGUÉS
POR
LUIS GÓMEZ DE TAPIA
(1580)

CANTO PRIMERO

Las armas y varones señalados
que de la playa occidua lusitana
pasaron por caminos nunca usados
el no surcado mar de Taprobana,
en peligros y guerras levantados
sobre el valor de toda fuerza humana,
que entre gente remota edificaron
reino, con que su nombre eternizaron:

Las memorias de príncipes, gloriosas,
que la Fe santa y su poder mostrando,
fueron con sus empresas milagrosas
las tierras de Asia y Libia conquistando:
aquellos que con obras hazañosas
de la muerte se fueron libertando,
mi verso cantará por cualquier parte,
si a tanto me ayudare ingenio y arte.

Cesen del sabio griego y del troyano
las prolijas derrotas que siguieron;
cállese de Alejandro y de Trajano
la fama de victorias que tuvieron:
pues canto el pecho ilustre lusitano
a quien Neptuno y Marte obedecieron;
cese lo que la Musa antigua canta,
que otro valor más alto se levanta.

Vosotras, mis Tagides, que criado
habéis en mí un ingenio nuevo ardiente:
si siempre en verso humilde celebrado
fue de mí vuestro río alegremente,
dadme un son apolíneo sublimado,
un estilo grandílocuo y corriente:
así las nuestras aguas Febo ordene
no envidien las que corren de Hipocrene.

Dadme una fuerza grande sonorosa,
no de silvestre avena, o flauta ruda,
mas de terrible trompa belicosa
que el pecho inflama y la color demuda:
dadme alabanza igual a la famosa gente,
que el Marte tiene por su ayuda;
que resuene por todo el universo,
si tan sublime precio cabe en verso.

Y vos, oh bien nacida confianza
de la libertad santa lusitana,
y no menos certísima esperanza
del aumento de ley y fe cristiana,
nuevo temor de la turquesca lanza,
maravilla fatal de edad temprana,
a quien el mundo todo Dios reparte,
porque del mundo a Dios le dé gran parte:

Vos, tierno y nuevo ramo floreciente
de la árbol que de Cristo es más amada
de cuantas han nacido al Occidente,
Cesárea o Cristianísima llamada,
miradlo en vuestro escudo, que presente
os muestra la victoria ya pasada
en que por armas, como a regalado,
os dio las que en la Cruz él ha tomado.

Vos, poderoso Rey cuyo alto imperio,
luego que nace el sol, lo ve primero,
y del medio lo ve de su hemisferio,
y al trasmontar lo deja por postrero:
vos que seréis el yugo y vituperio
del ismaelita torpe caballero,
del enemigo turco y bruta gente
que aun bebe del río sacro la corriente:

Inclinad por un poco la realeza
que en vuestro tierno rostro yo contemplo,
indicio claro de la suma alteza
que tendréis cuando vais al sacro templo:
Los ojos abajad de la grandeza
de vuestro ser: veréis un claro ejemplo
de amor, de patrios hechos valerosos,
en versos celebrado numerosos.

Veréis amor de patria, no movido
por premio vil, mas alto y casi eterno,
pues que no es premio vil ser conocido
por pregón de su nido, aunque paterno.
Oíd; veréis el nombre engrandecido
de aquellos de quien es vuestro el gobierno,
y juzgaréis cuál es más excelente,
el ser señor del mundo, o de esta gente.

Atended y veréis, no con hazañas
fantásticas, fingidas, mentirosas,
los vuestros alabar, ni con extrañas
musas, de engrandecerse deseosas.
Las verdaderas vuestras son tamañas
que vencen las soñadas fabulosas
de Orlando, de Rugero y Bradamante,
aunque cante verdad quien de ellos cante.

Por éstos a don Ñuño os daré, el fiero,
que hizo al Rey y Reino tal servicio;
un Fuas y un Egas, para quien de Homero
la sonorosa cítara codicio:
pues por los doce Pares daros quiero
los doce de Inglaterra con Magricio,
el valeroso, sabio, ilustre Gama,
que para sí tomó de Eneas la fama.

Y si a trueco de Carlo, o la pujanza
del gran César, queréis igual memoria,
ved al primer Alfonso, cuya lanza
obscurece cualquiera extraña gloria:
y aquel que dio a su reino gran bonanza
con la famosa y próspera victoria,
o al otro Juan, invicto caballero,
el quinto, el cuarto Alfonsos, o el tercero.

No dejarán mis versos olvidados
aquellos que en los reinos de la Aurora
se hicieron por armas sañalados
con la bandera vuestra vencedora;
un Pacheco feroz, y los amados
Almeidas, por quien siempre el Tajo llora;
Alburquerque terrible; Castro fuerte
y otros a quien rendir no osó la muerte.

Y en cuanto de éstos canto (pues no puedo
cantar de vos, pues no me atrevo a tanto),
los vuestros gobernad con tal denuedo
que deis al reino paz, materia al canto:
sientan vuestro valor y tengan miedo
(que por el mundo todo cause espanto)
de ejércitos y hechos singulares
tierras en Libia y en Oriente mares.

En vos los ojos tiene el Moro frío
por ver ya su remate figurado;
con veros pierde el Bárbaro su brío;
y rinde al yugo el cuello no domado:
Tetis todo el cerúleo señorío
para vos tiene en dote reservado,
que, presa de ese rostro bello y tierno,
desea ya compraros para yerno.

En vos de la seráfica morada
de vuestros dos abuelos las famosas
almas se ven; la una a la paz dada,
la otra a las batallas sanguinosas:
esperan que por vos sea renovada
su memoria con obras valerosas
y os guardan para el fin de vuestros días
asiento en las eternas jerarquías.

Mas en cuanto va el tiempo vagaroso
gobernad vuestros pueblos que os desean,
dad favor a mi pecho temeroso
para que estos mis versos vuestros sean,
y ved cuál van cortando el mar furioso
los vuestros Argonautas; porque vean
que vos los veis, y ya en el mar airado
acostumbraos, señor, ser invocado.

Ya el Océano largo navegaban,
las inquietas ondas apartando;
los vientos blandamente respiraban
las altas velas de las naos hinchando;
de blanca espuma llenos se mostraban
los mares, do las proas van cortando
las marítimas aguas consagradas
que del proteo ganado son holladas.

Cuando los dioses en el cielo hermoso
de quien pende el gobierno de la gente,
se ayuntan en concilio glorioso
sobre el caso futuro del Oriente,
pisando el firmamento luminoso
vienen por la vía láctea juntamente,
convocados de parte del Tonante
por el nieto gentil del viejo Atlante.

Y de los cielos siete el regimiento
dejaban del poder más alto dado
(alto poder que con el pensamiento
gobierna cielo, tierra y mar airado):
allí se ayuntan todos al momento
los que el Arturo habitan congelado,
y los que el Austro tiene, y partes donde
nace la Aurora, el claro Sol se esconde.

Con claro resplandor cual de oro fino
el que los rayos vibra de Vulcano
en su asiento se pone cristalino
con un severo rostro soberano:
del cual respira un aire tan divino
que en divino volviera un cuerpo humano
con su corona y cetro rutilante
de piedra muy más clara que diamante.

En lucidos asientos claveteados
de perlas y oro más abajo estaban
los otros dioses todos asentados
cual orden y razón los concertaban:
preceden los antiguos más honrados,
abajo los menores se asentaban,
cuando el Júpiter alto así diciendo
con un tono comienza grave, horrendo:

«Eternos moradores del luciente
estelífero Polo y claro asiento:
si del valor supremo de esta gente
del Luso no perdéis el pensamiento,
ya sabéis, y sabréis más juntamente,
que ha sido de los hados cierto intento
que por ella se olviden los humanos
de asirios, persas, griegos y romanos.

»Ya le fué, bien lo visteis, concedido,
con pequeño poder, al Sarraceno
que en sus tierras estaba guarnecido
ganarle cuanto riega el Tajo ameno,
pues contra el Castellano tan temido
el cielo se les dio blando y sereno,
así que siempre tuvo en fama y gloria
pendientes los trofeos de victoria.

»Dejo la fama antigua y nombre claro
que con gente de Rómulo alcanzaron
cuando con Viriato invicto y raro
en la romana guerra se afamaron,
a que os obliga el hecho tan preclaro,
pues que por su caudillo levantaron
al de la cierva blanca peregrino,
que Oráculo la hizo ser divino.

»Ahora lo veis bien, que, cometiendo
el peligroso mar en un madero,
por caminos no vistos van sufriendo
del Áfrico y del Noto el soplo fiero,
que no los sufre el pecho conociendo
haber tierras debajo otro hemisfero
sin inclinar su ánimo y porfía
a ver las partes donde nace el día.

»Prometido le está del hado eterno,
cuya alta ley no puede ser quebrada,
que tengan largos tiempos el gobierno
del mar que ve del Sol la roja entrada:
sobre aguas han pasado el duro invierno,
la gente está perdida y trabajada,
ya parece bien hecho que le sea
descubierta la tierra que desea.

»Y porque en largo mar tienen pasados
mil trances, de que sois todos testigos;
tienen climas y cielos mil probados,
mil vientos adversarios enemigos,
determino que sean hospedados
en la costa africana como amigos,
que, rehecha su tan desecha flota,
proseguirá con vientos su derrota.»

Tales palabras Júpiter decía,
y los dioses por orden respondiendo,
un parecer del otro difería,
varias razones dando y recibiendo.
El Tioneo en nada consentía
de lo que era propuesto, conociendo
que olvidará sus hechos el Oriente
si allá deja pasar la Lusa gente.

Que por tiempo vendría, oyó a los hados,
una gente fortísima de España,
que con virtud y brazos señalados
venciese cuanto Doris riega y baña:
con fama de sus hechos sublimados
la suya eclipsará, aunque más extraña,
y duélele perder la antigua gloria
de que Nisa celebra su memoria.

Ve que ya tuvo el Indo sojuzgado
y nunca le quitó fortuna o caso
por vencedor del Indo ser contado
de cuantos beben agua del Parnaso.
Teme ahora que sea sepultado
su tan célebre nombre en negro vaso
del agua del olvido, si allá llegan
los fuertes portugueses que navegan.

Levántase contra él la Venus bella,
inclinada a la gente Lusitana,
porque mil cualidades halla en ella
conformes a su antigua la Romana:
corazones feroces, grande estrella
que en la tierra mostraron Tingitana,
y la lengua, en la cual cuando imagina,
con poca corrupción cree es latina.

Esto era lo que a Ciprio le movía,
y más que de las Parcas claro entiende
que su fama y loor se extendería
do la gente belígera se extiende,
pues Baco, por la infamia que temía,
y Venus, por las honras que pretende,
debaten, y en debate permanecen,
y a cada cual sus partes favorecen.

Cual Bóreas o Austro fiero en la espesura
de silvestre arboleda condensada
los ramos rompen de la selva obscura
con ímpetu y braveza nunca usada:
retumba la montaña, el son murmura
de las hojas con lucha tan trabada,
de esta suerte los dioses han tenido
un murmullo confuso no entendido.

Marte, que de la diosa sustentaba,
entre todos, las partes con porfía,
o porque el amor viejo le obligaba,
o porque la razón le compelía,
sañudo entre los más se levantaba,
lleno el semblante de melancolía,
y el escudo, que al cuello trae colgado,
lo arroja atrás con ceño y rostro airado.

La visera del yelmo de diamante
levantándola un poco, muy seguro,
para decir su dicho fue delante
de Júpiter, armado, fuerte y duro:
un golpe con el cuento penetrante
del herrado bastón dio al solio puro,
con que el cielo tembló, y el sol, turbado,
por un poco de luz quedó eclipsado.

Y dice: «Oh Padre eterno, a cuyo imperio
todo aquello obedece que criaste,
si esta gente que busca otro hemisferio,
cuyo valor y pecho tanto amaste,
no quieres que padezca vituperio
como ya tiempo ha que lo ordenaste,
no oigas más, pues eres juez derecho,
razones de quien tiene airado el pecho.

»Que si aquí la razón no se mostrase
vencida de temor demasïado,
justo fuera que Baco sustentase
la gente que es de Luso su crïado;
mas esta su intención ahora pase,
que al fin nace de estómago dañado,
y nunca estorbará la envidia ajena
el merecido bien que el cielo ordena.

»Y tú, Padre de grande fortaleza,
de la resolución que está tomada
no te vuelvas atrás; porque es flaqueza
desistir de la cosa comenzada,
y pues Cileno vence en ligereza
al viento y la saeta de arco echada,
enséñale la tierra do se informe
de la India, y la gente se reforme.»

Como esto dijo, el padre poderoso
inclinó su cabeza, y consintió
con el dicho de Marte valeroso,
y néctar sobre todos esparció.
Por el camino lácteo glorioso
cada cual de los dioses se partió,
haciendo su debido acatamiento,
al conocido puesto y aposento.
En cuanto esto pasaba en la hermosa
sala del sacro Olimpo omnipotente
cortaba el mar la gente belicosa
ya la banda del Austro, ya de Oriente:
entre etiopisa costa, y la famosa
isla de San Lorenzo, do el ferviente
Febo quema los dioses que Tifeo
con miedo hizo peces de Nereo.

Los vientos blandamente los llevaban
como a quien por amigo tiene el cielo;
sereno el aire y tiempos se mostraban
sin de nuevo peligro haber recelo,
en la Costa Guinea atrás dejaban
el Promontorio Praso con gran vuelo,
cuando el mar descubriendo les mostraba
nuevas islas que en torno cerca y lava.

Mas el capitán Gama, valeroso,
que su pecho a tan alta empresa ofrece
de corazón altivo y generoso,
a quien fortuna siempre favorece,
no quiere aquí tomar algún reposo,
que inhabitada tierra le parece:
adelante pasar determinaba,
mas no le sucedió como pensaba.

Porque le cercan luego en compañía
mil esquifes de una isla señalada,
que más llegada a tierra parecía,
cortando el largo mar con vela hinchada:
los nuestros se alborotan de alegría
con ver aquesta gente no pensada:
«¿qué nación será aquesta?, en sí decían,
¿qué costumbres, qué ley, qué rey tendrían?»

Las barcas eran hechas de manera
que muestran ser ligeras aunque estrechas;
las velas que traían son de estera,
de las hojas de verde palma hechas;
la color de la gente es la que diera
el loco de Faetón con las cosechas
de su atrevido intento, y mal paciente,
que Lampetusa llora y el Po siente.

Con paños de algodón vienen vestidos
de diversos colores listeados:
unos alrededor los traen ceñidos,
otros con modo airoso rebozados;
todos del medio arriba sin vestidos;
por armas traen adargas y terciados;
tocas en la cabeza: y navegando,
añafiles y flautas van tocando.

Con paños y con manos señalaban
a nuestros Lusitanos que esperasen;
ya las proas ligeras se inclinaban
ara que junto de ellas amainasen;
la gente y marineros trabajaban,
como si aquí sus males se acabasen,
en recoger del mástil la vela alta;
y al soltar de la amarra, el mar la asalta.

Aun no habían ancorado, y ya la gente
extraña por las cuerdas se subía:
vienen con rostro alegre, y blandamente
el sabio capitán los recibía:
las tablas poner manda en continente,
y del licor que el dulce Baco cría
hinchen vasos de vidrio, y no desechan
los quemados del sol cuanto les echan.

Comiendo alegremente preguntaban
por la arábiga lengua, dó venían,
quién eran, de qué tierra, qué buscaban,
o qué partes del mar corrido habían:
a todo los del Luso les tornaban
las respuestas que entonces convenían:
«Los portugueses somos de Occidente,
que las tierras buscamos del Oriente.

»Del mar hemos corrido y navegado
la parte del Antártico y Calisto
toda la costa libia rodeado,
cielos y tierras varias hemos visto:
de un rey súbditos somos tan amado,
tan querido de todos y bien quisto,
que por él de la mar nada tememos
y hasta el Aqueronte abajaremos.

»Por mandado del cual a buscar vamos
la región oriental que el Indo riega;
por ella el mar remoto navegamos
que sólo de las focas se navega;
mas ya razón parece que sepamos,
si la cierta verdad no se me niega,
quién sois, qué tierra es ésta,
y si hay señales de las partes do vamos orientales.»

«Somos, luego un isleño respondiera,
en la tierra extranjeros y en la ley,
porque a los naturales los pusiera
Naturaleza aquí sin ley ni rey;
mas nosotros seguimos la que diera
el Profeta sagrado y gran Muley,
que no hay parte del mundo do no cuadre
hijo de madre hebrea y gentil padre.

»Aquesta isla pequeña que habitamos
es de toda la costa cierta escala
para los que los mares navegamos
de Quiloa, Mombaza y de Zofala;
que por ser necesaria procuramos
vivirla aunque entre gente bruta y mala,
y porque todo al fin se os notifique,
el nombre de la isla es Mozambique.

»Y ya que de tan lejos navegando
buscáis el indo Idaspe y tierra ardiente,
no faltarán pilotos que guiand
 vayan allá la flota sabiamente:
justo será que, un poco reposando,
toméis algún refresco; y que el regente
que gobierna la isla luego os vea
y de mantenimientos os provea.»

En acabando aquesto se tornara
a sus barcas el Moro y compañía:
del capitán y gentes se apartara
con muestras de debida cortesía.
Luego Febo en las aguas encerrara
con cristalino carro el claro día,
dando cargo a su hermana que alumbrase
el largo mundo mientras reposase.

La noche se pasó dentro en la flota
con extraña alegría no pensada
por hallar en la tierra tan remota
nueva de tanto tiempo deseada.
Entre sí cada cual discurre y nota
la manera, y la gente acá apartada,
y cómo los que en tal secta creyeron
tanto por todo el mundo se extendieron.

Los rayos de la Cintia se mostraban
en las aguas del mar manso seguras
 las estrellas sus orbes adornaban
cual campo revestido de frescuras;
los furiosos vientos reposaban
por las concavidades más obscuras,
mas la gente del mar toda velaba,
como de tiempo atrás lo acostumbraba.

Y luego que la Aurora sonrosada
los rayos esparció de sus cabellos
en el sereno cielo, dando entrada
al Sol, que despertó por sólo vellos,
comienza a embanderarse nuestra armada
con gallardetes mil de seda bellos,
por recibir con fiestas y alegría
al regidor que a verla se partía.

Venía con su gente navegando
a ver las naos ligeras lusitanas,
trayéndoles refresco: en sí pensando
si son aquellas gentes inhumanas
que, las montañas Caspias habitando,
a conquistar las gentes asïanas
vinieron, y por orden del destino
ganaron el Imperio a Constantino.

Recibió el capitán alegremente
al Moro con su grande compañía;
dale de ricas piezas un presente
que para aqueste efecto lo traía;
dale conservas dulces, y el ardiente
y no usado licor que da alegría:
el Moro lo recibe con contento
y el comer y beber tomó de asiento.

La marítima gente del gran Luso,
subida por la jarcia, está admirada
notando el extranjero modo y uso,
la habla tan confusa y enredada;
también el Moro astuto está confuso
mirando la color, traje y armada;
y preguntando al Gama, le decía
si venían acaso de Turquía.

Decíale también que ver desea
los libros de su ley, precepto y fe,
por ver si cual la suya aquélla sea,
o si cristianos son, como él lo crée;
y porque más lo note todo y vea,
al capitán le pide que le dé
la muestra de las armas de que usaban
cuando con enemigos peleaban.

El capitán responde valeroso,
por lengua que el arábigo entendía:
«Yo te descubriré no perezoso
quién soy, cuál es mi ley, qué armas traía.
Nunca en el Caspio tuve mi reposo,
ni de la gente vengo de Turquía:
soy de tierra de Europa belicosa,
busco la oriental parte tan famosa.

»La ley tengo de Aquel a cuyo imperio
obedece visible e invisible;
Aquel que crió todo el hemisferio,
todo lo que es sensible o insensible;
que padeció deshonra y vituperio
haciéndose de Dios hombre pasible,
y por nos abajó del cielo al suelo
por podernos subir del suelo al cielo.

»De aqueste Dios y hombre, alto, infinito,
los libros que me pides no los trayo,
que lo que está en el alma firme escrito
escribirlo en papel viene a soslayo:
si quieres ver las armas, tu apetito
se cumplirá, haciendo aquí un ensayo:
veráslas como amigo, y más me obligo
que no las quieras ver como enemigo.»

A los ministros manda diligentes
del almacén sacar las armaduras,
los arneses y petos relucientes,
los arcos, las pelotas, las aljabas,
partesanas agudas, chuzas bravas.

Y del fuego las bombas, juntamente
de pólvora las ollas tan dañosas;
mas a los artilleros no consiente
dar fuego a las bombardas espantosas:
que el generoso ánimo excelente,
entre gentes tan pocas y medrosas,
no muestra cuanto puede, y con razón;
que es flaqueza entre ovejas ser león.

Todo lo nota y mira el sarraceno,
y aunque de fuera muestra algún contento,
un odio se le fragua allá en el seno,
un dañado rencor y pensamiento:
encúbrelo con rostro, al ver, sereno;
disimula con risa el fingimiento;
tratarlos blandamente determina
hasta poder mostrar lo que imagina.

Pilotos le demanda el fuerte Gama
por quien pueda a la India ser llevado,
aprometiendo premio y grande fama
al que por él tomare este cuidado:
el Moro los promete, y se derrama
en su pecho un veneno tan dañado,
que muerte, si pudiese, en este día,
en lugar de pilotos le daría.

Fue la voluntad tal y el odio insano
que concibió contra estos pasajeros
porque siguen la ley del Soberano,
que cual lobo se arroja a los corderos:
secretos de la eterna y sacra mano
do los juicios quedan tan rateros,
que no falte Majencio que persiga
al que la ley de Dios abrace y siga.

Con esto se partió, y su compañía,
el Moro, de las naves despedido,
con engañosa y grande cortesía,
con alegre semblante aunque fingido.
Los esquifes navegan por la vía
más breve de Neptuno, y recibido
en tierra de un ilustre ayuntamiento,
el regidor camina a su aposento.

Mas viendo desde el cielo el gran Tebano,
de la paterna corva renacido,
aqueste bando nuestro Lusitano
ser del moro envidioso aborrecido,
un engaño revuelve falso, insano,
con que de todo quede destruido,
y en cuanto allá en el pecho el hecho urdía,
esto consigo a sí, sin sí, decía:

«¿Está del hado ya determinado
que victorias tan grandes y famosas
hayan los Portugueses alcanzado
de las gentes del Indo belicosas,
y yo, hijo del padre sublimado,
con tantas cualidades generosas,
he de sufrir que el hado favorezca
otro por quien mi nombre se obscurezca?

»Ya quisieran los dioses que tuviera
el hijo de Felipe en esta parte
tanto poder que al yugo la rindiera
con sangrienta batalla y fiero Marte.
¿Mas hase de sufrir que el hado quiera
a tan poquitos dar tal fuerza y arte
que con el Macedonio y el Romano
tenga lugar el nombre Lusitano?

»No será así, porque antes que llegado
el capitán se vea, astutamente
le tendré tanto engaño fabricado
que no pase a las partes del Oriente:
a tierra bajaré, y el indignado
pecho revolveré de aquesta gente:
que aquel sigue la vía más derecha
que del tiempo oportuno se aprovecha.»

En diciendo esto, con la rabia y saña
a la africana tierra se apresura,
y vestido de traje y forma extraña,
hacia el Praso se encierra en la espesura;
para mejor trabar esta maraña,
se transforma y emboza en la figura
de un moro en Mozambique conocido,
viejo, sabio, del jeque muy querido.

Y entrándole a hablar a tiempo y horas
para su falsedad acomodadas,
le dijo que eran gentes robadoras
las que de nuevo al puerto son llegadas,
y cómo las naciones moradoras
de toda aquella costa son robadas
por ellos desde el punto que pasaron
y con fingida paz allí ancoraron.

«Y sabe más, le dijo: que entendido
de aquéstos tengo ser sanguinolentos,
que con robos el mar han destruido,
con incendios y asaltos truculentos;
y algún engaño traen de atrás urdido
contra nosotros, porque sus intentos
no son sino robarnos y matarnos,
las mujeres e hijos cautivarnos.

»También sé cómo está determinado
de mañana saltar por agua en tierra
el capitán, de gente acompañado,
que do hay mala intención el miedo afierra:
tú debes de llevar tu campo armado
y en celada ponerle oculta guerra,
que saliendo su gente descuidada
caerá sobre seguro en la celada.

»Y cuando no quedaren de este hecho
o perdidos o muertos totalmente,
yo tengo ya tramado acá en mi pecho
un engaño y ardid que te contente:
piloto le darás que a algún estrecho
o peligro los lleve tan patente,
que, sin poder valerse, sean metidos
do queden rotos, muertos o perdidos.»

Luego como acabó el razonamiento,
el Moro, en tales casos sabio y viejo,
los brazos le echa al cuello con contento,
agradeciendo mucho aquel consejo,
y manda que se apreste en un momento
para la guerra el bélico aparejo,
porque así al Portugués se le tornase
en sangre roja el agua que buscase.

Y más para el engaño maquinado,
un moro por piloto le buscaba,
sagaz, astuto, diestro, sabio, osado,
de quien pueda fiar lo que pensaba:
avísale que esté muy recatado
de que la flota lleve a mar tan brava
de que, si aquí escapare, allá adelante
vaya a caer do nunca se levante.

Ya el apolíneo rayo visitaba
los Nabateos montes encendido,
cuando el Gama saltar determinaba
en la tierra, por agua apercibido:
la gente en los bateles se aprestaba,
cual si el engaño fuera ya sabido,
mas puede sospecharse fácilmente,
que el corazón fïel a pocos miente.

Y más porque enviado había a la tierra
antes por el piloto necesario
y le fue respondido en son de guerra,
de lo que imaginaba muy contrario:
por esto, y porque sabe cuánto yerra
el capitán que popa a su adversario,
apercibido va como podía
en solos tres bateles que tenía.

De los moros que andaban por la playa,
por defender el agua deseada,
cuál con escudo viene y azagaya,
cuál con arco y saeta enarbolada:
esperan que la gente a tierra vaya
otros muchos ya puestos en celada,
y por poder mejor coger la caza,
unos muy pocos sirven de añagaza.

Por la ribera andaban arenosa
aquellos pocos moros blandeando
el adarga y la lanza sanguinosa,
los fuertes Portugueses provocando;
mas no sufre la gente belicosa
que los perros les anden más ladrando:
cada cual salta a tierra tan ligero
que no se conoció cuál fue el primero.

Cual en el coso estando el firme amante,
a vista de su dama deseada,
el toro busca, y puesto ya delante,
lo burla, corre y salta y da palmada;
mas el fiero animal en ese instante,
con la frente cornígera inclinada,
corre, y aunque al correr los ojos cierra,
mata al que topa, hiere y bate en tierra:

Ya en los bateles fuego se levanta
de fogosa y ardiente artillería,
la pelota derriba, el ruido espanta,
el aire con el humo se cubría,
el corazón del moro se quebranta,
la sangre un temor grande le resfría,
escapa el escondido por ligero
y muere el descubierto aventurero.

Con esto nuestra gente no pagada,
siguiendo la victoria, hiere y mata:
la población sin muro no guardada
con el fuego la tala y desbarata;
el jeque llora ya la cabalgada,
que bien pensó comprarla más barata:
blasfema de la guerra, y maldecía
al viejo flaco y la que el hijo cría.

Huyendo el moro, el arco va flechando
sin fuerza, de cobarde, y presuroso
la piedra y cuanto topa atrás echando,
que el furor arma a veces al medroso:
la isla toda van desamparando
con paso en el huir no vagaroso,
cortando otros del mar un paso estrecho,
que el serlo les fue harto de provecho.

Unos van en las barcas bien cargadas,
otro lo pasa a nado diligente,
cuál se ahoga en las ondas levantadas,
cuál bebe el mar y lo echa juntamente;
aniegan las menudas bombardadas
las llenas barcas de esta bruta gente:
de esta arte el Portugués al fin castiga
la gente de virtud y fe enemiga.

Victorïosos vuelven a la armada
con despojo de guerra y muy temidos;
salen a su placer a hacer aguada
sin hallar resistencia en los huidos;
queda la perra gente lastimada
y en odio antiguo todos encendidos:
para tomar venganza de este daño
quieren luego intentar esotro engaño.

Paces envía a pedir arrepentido
el regidor de aquella falsa tierra,
y sin poder de nadie ser sentido,
en son de paz el moro le envía guerra,
porque el falso piloto ha prometido,
cuyo pecho el forjado engaño encierra,
para darnos la muerte lo enviaba
como en señal que paces procuraba.

El capitán, que ve cuánto conviene
proseguir el camino comenzado,
que tiempo bueno y viento blando tiene
para buscar el Indo deseado,
el piloto recibe que le viene
mostrándose del odio ya olvidado:
despide al mensajero con contento
y manda luego dar velas al viento.

Partida de la costa nuestra armada,
las ondas de Anfitrite dividía,
de las hijas de Néreo acompañada,
fiel, alegre y dulce compañía:
el diestro capitán, que la tramada
tela del falso moro no entendía,
del mañoso piloto se informaba
de los mares y puertos que pasaba.

Mas el moro, instruido en los engaños
que el malévolo Baco le enseñara,
de muerte o cautiverio graves daños,
antes de ir a la India, le prepara:
del indiano puerto ha muchos años
que tenía noticia, le declara;
creyendo ser verdad lo que decía,
de nada el fuerte Gama se temía.

Dícele más, con falso pensamiento
con que Sinón engaña a los troyanos,
que había cerca una isla cuyo asiento
fuera siempre habitado de cristianos:
el capitán, que con su sano intento
no ve ser dichos locos y livianos,
con dádivas muy grandes le rogaba
lo guíe (donde el moro lo guiaba).

Lo mismo el falso moro determina
que el seguro cristiano le demanda,
que en la isla que dice estar vecina
vive gente de secta cruel, nefanda:
aquí el engaño y muerte le imagina
porque en fuerza a su isla esta isla manda,
que es mayor en poder: la cual se llama
Quiloa, conocida por la fama.

Inclinábase allá la alegre flota;
mas la diosa de Pafos celebrada,
viendo cómo dejaba su derrota
por buscar a la muerte no pensada,
no consiente que en tierra tan remota
perezca gente de ella tanto amada
y con contrarios vientos la desvía
de do el piloto falso la metía.

Mas el malvado moro, no pudiendo
llevar este propósito adelante,
otra maldad y engaño revolviendo
en su resolución mala constante,
dícele que en las aguas discurriendo
lo llevará por fuerza allá delante
donde hay una isla cerca cuya gente
son cristianos y moros juntamente.

También en esto el moro le mentía
cual por aviso y orden lo llevaba,
que aquí gente de Cristo no vivía,
mas la que el Mahometa celebraba;
el capitán, que en todo le creía,
las velas vuelve, la isla demandaba:
mas no queriendo Venus, no tomaron
la isla: en el mar alto se ancoraron.

A tierra está la isla tan llegada
que sólo la divide un breve estrecho:
una ciudad en ella situada,
que a la orilla del mar hace repecho,
de nobles edificios fabricada,
un muro al derredor muy fuerte hecho:
isla y ciudad se llaman de una suerte:
Mombaza; el rey que tiene es viejo y fuerte.

Pues siendo el capitán aquí llegado,
extrañamente alegre porque espera
poder gozar del pueblo bautizado,
como el falso piloto le dijera;
de tierra esquifes vienen, y un recado
del rey, que ya sabía qué gente era,
que Baco muy más antes le avisara
en forma de otro moro que tomara.

El recado que traen era de amigos,
mas debajo el veneno está encubierto,
que eran los pensamientos de enemigos
cual lo mostró el engaño descubierto.
¡Oh cuán ciertos son, Muerte, tus postigos!
¡Oh camino de vida nunca cierto,
que do la gente pone su esperanza
la vida tiene menos confïanza!

Tanta tormenta en mar y tanto daño,
tantas veces la muerte apercibida,
tantas guerras en tierra y tanto engaño,
tanta necesidad aborrecida:
¿dónde se acogerá de mal tamaño,
dónde estará segura nuestra vida,
si contra un gusanillo vil del suelo
se indigna, se levanta, se arma el cielo?