LOS LUSÍADAS
POEMA ÉPICO EN DIEZ CANTOS TRADUCIDO EN VERSO CASTELLANO DEL PORTUGUÉS
POR
LUIS GÓMEZ DE TAPIA
(1580)
CANTO PRIMERO
Las armas y varones
señalados
que de la playa
occidua lusitana
pasaron por caminos
nunca usados
el no surcado mar
de Taprobana,
en peligros y
guerras levantados
sobre el valor de
toda fuerza humana,
que entre gente
remota edificaron
reino, con que su
nombre eternizaron:
Las memorias de
príncipes, gloriosas,
que la Fe santa y
su poder mostrando,
fueron con sus
empresas milagrosas
las tierras de Asia
y Libia conquistando:
aquellos que con
obras hazañosas
de la muerte se
fueron libertando,
mi verso cantará por
cualquier parte,
si a tanto me
ayudare ingenio y arte.
Cesen del sabio
griego y del troyano
las prolijas
derrotas que siguieron;
cállese de
Alejandro y de Trajano
la fama de
victorias que tuvieron:
pues canto el pecho
ilustre lusitano
a quien Neptuno y Marte
obedecieron;
cese lo que la Musa
antigua canta,
que otro valor más
alto se levanta.
Vosotras, mis
Tagides, que criado
habéis en mí un
ingenio nuevo ardiente:
si siempre en verso
humilde celebrado
fue de mí vuestro
río alegremente,
dadme un son apolíneo
sublimado,
un estilo
grandílocuo y corriente:
así las nuestras
aguas Febo ordene
no envidien las que
corren de Hipocrene.
Dadme una fuerza
grande sonorosa,
no de silvestre
avena, o flauta ruda,
mas de terrible
trompa belicosa
que el pecho
inflama y la color demuda:
dadme alabanza
igual a la famosa gente,
que el Marte tiene
por su ayuda;
que resuene por
todo el universo,
si tan sublime
precio cabe en verso.
Y vos, oh bien
nacida confianza
de la libertad
santa lusitana,
y no menos certísima
esperanza
del aumento de ley
y fe cristiana,
nuevo temor de la
turquesca lanza,
maravilla fatal de
edad temprana,
a quien el mundo
todo Dios reparte,
porque del mundo a
Dios le dé gran parte:
Vos, tierno y nuevo
ramo floreciente
de la árbol que de
Cristo es más amada
de cuantas han
nacido al Occidente,
Cesárea o
Cristianísima llamada,
miradlo en vuestro
escudo, que presente
os muestra la
victoria ya pasada
en que por armas,
como a regalado,
os dio las que en
la Cruz él ha tomado.
Vos, poderoso Rey
cuyo alto imperio,
luego que nace el
sol, lo ve primero,
y del medio lo ve
de su hemisferio,
y al trasmontar lo
deja por postrero:
vos que seréis el
yugo y vituperio
del ismaelita torpe
caballero,
del enemigo turco y
bruta gente
que aun bebe del
río sacro la corriente:
Inclinad por un
poco la realeza
que en vuestro
tierno rostro yo contemplo,
indicio claro de la
suma alteza
que tendréis cuando
vais al sacro templo:
Los ojos abajad de
la grandeza
de vuestro ser:
veréis un claro ejemplo
de amor, de patrios
hechos valerosos,
en versos celebrado
numerosos.
Veréis amor de
patria, no movido
por premio vil, mas
alto y casi eterno,
pues que no es
premio vil ser conocido
por pregón de su
nido, aunque paterno.
Oíd; veréis el
nombre engrandecido
de aquellos de
quien es vuestro el gobierno,
y juzgaréis cuál es
más excelente,
el ser señor del
mundo, o de esta gente.
Atended y veréis,
no con hazañas
fantásticas,
fingidas, mentirosas,
los vuestros
alabar, ni con extrañas
musas, de
engrandecerse deseosas.
Las verdaderas vuestras
son tamañas
que vencen las
soñadas fabulosas
de Orlando, de
Rugero y Bradamante,
aunque cante verdad
quien de ellos cante.
Por éstos a don
Ñuño os daré, el fiero,
que hizo al Rey y
Reino tal servicio;
un Fuas y un Egas,
para quien de Homero
la sonorosa cítara
codicio:
pues por los doce
Pares daros quiero
los doce de
Inglaterra con Magricio,
el valeroso, sabio,
ilustre Gama,
que para sí tomó de
Eneas la fama.
Y si a trueco de
Carlo, o la pujanza
del gran César,
queréis igual memoria,
ved al primer Alfonso,
cuya lanza
obscurece
cualquiera extraña gloria:
y aquel que dio a
su reino gran bonanza
con la famosa y
próspera victoria,
o al otro Juan,
invicto caballero,
el quinto, el
cuarto Alfonsos, o el tercero.
No dejarán mis
versos olvidados
aquellos que en los
reinos de la Aurora
se hicieron por
armas sañalados
con la bandera
vuestra vencedora;
un Pacheco feroz, y
los amados
Almeidas, por quien
siempre el Tajo llora;
Alburquerque
terrible; Castro fuerte
y otros a quien
rendir no osó la muerte.
Y en cuanto de
éstos canto (pues no puedo
cantar de vos, pues
no me atrevo a tanto),
los vuestros
gobernad con tal denuedo
que deis al reino
paz, materia al canto:
sientan vuestro
valor y tengan miedo
(que por el mundo
todo cause espanto)
de ejércitos y
hechos singulares
tierras en Libia y
en Oriente mares.
En vos los ojos
tiene el Moro frío
por ver ya su
remate figurado;
con veros pierde el
Bárbaro su brío;
y rinde al yugo el
cuello no domado:
Tetis todo el
cerúleo señorío
para vos tiene en
dote reservado,
que, presa de ese
rostro bello y tierno,
desea ya compraros
para yerno.
En vos de la
seráfica morada
de vuestros dos
abuelos las famosas
almas se ven; la
una a la paz dada,
la otra a las
batallas sanguinosas:
esperan que por vos
sea renovada
su memoria con
obras valerosas
y os guardan para
el fin de vuestros días
asiento en las
eternas jerarquías.
Mas en cuanto va el
tiempo vagaroso
gobernad vuestros
pueblos que os desean,
dad favor a mi
pecho temeroso
para que estos mis
versos vuestros sean,
y ved cuál van
cortando el mar furioso
los vuestros
Argonautas; porque vean
que vos los veis, y
ya en el mar airado
acostumbraos,
señor, ser invocado.
Ya el Océano largo
navegaban,
las inquietas ondas
apartando;
los vientos
blandamente respiraban
las altas velas de
las naos hinchando;
de blanca espuma
llenos se mostraban
los mares, do las
proas van cortando
las marítimas aguas
consagradas
que del proteo
ganado son holladas.
Cuando los dioses
en el cielo hermoso
de quien pende el
gobierno de la gente,
se ayuntan en
concilio glorioso
sobre el caso
futuro del Oriente,
pisando el
firmamento luminoso
vienen por la vía láctea
juntamente,
convocados de parte
del Tonante
por el nieto gentil
del viejo Atlante.
Y de los cielos
siete el regimiento
dejaban del poder
más alto dado
(alto poder que con
el pensamiento
gobierna cielo,
tierra y mar airado):
allí se ayuntan
todos al momento
los que el Arturo
habitan congelado,
y los que el Austro
tiene, y partes donde
nace la Aurora, el
claro Sol se esconde.
Con claro
resplandor cual de oro fino
el que los rayos
vibra de Vulcano
en su asiento se
pone cristalino
con un severo
rostro soberano:
del cual respira un
aire tan divino
que en divino
volviera un cuerpo humano
con su corona y
cetro rutilante
de piedra muy más
clara que diamante.
En lucidos asientos
claveteados
de perlas y oro más
abajo estaban
los otros dioses
todos asentados
cual orden y razón
los concertaban:
preceden los
antiguos más honrados,
abajo los menores
se asentaban,
cuando el Júpiter
alto así diciendo
con un tono
comienza grave, horrendo:
«Eternos moradores
del luciente
estelífero Polo y
claro asiento:
si del valor supremo
de esta gente
del Luso no perdéis
el pensamiento,
ya sabéis, y
sabréis más juntamente,
que ha sido de los
hados cierto intento
que por ella se
olviden los humanos
de asirios, persas,
griegos y romanos.
»Ya le fué, bien lo
visteis, concedido,
con pequeño poder,
al Sarraceno
que en sus tierras
estaba guarnecido
ganarle cuanto
riega el Tajo ameno,
pues contra el
Castellano tan temido
el cielo se les dio
blando y sereno,
así que siempre
tuvo en fama y gloria
pendientes los
trofeos de victoria.
»Dejo la fama
antigua y nombre claro
que con gente de
Rómulo alcanzaron
cuando con Viriato
invicto y raro
en la romana guerra
se afamaron,
a que os obliga el
hecho tan preclaro,
pues que por su
caudillo levantaron
al de la cierva
blanca peregrino,
que Oráculo la hizo
ser divino.
»Ahora lo veis
bien, que, cometiendo
el peligroso mar en
un madero,
por caminos no
vistos van sufriendo
del Áfrico y del
Noto el soplo fiero,
que no los sufre el
pecho conociendo
haber tierras
debajo otro hemisfero
sin inclinar su
ánimo y porfía
a ver las partes
donde nace el día.
»Prometido le está
del hado eterno,
cuya alta ley no
puede ser quebrada,
que tengan largos
tiempos el gobierno
del mar que ve del
Sol la roja entrada:
sobre aguas han
pasado el duro invierno,
la gente está
perdida y trabajada,
ya parece bien
hecho que le sea
descubierta la
tierra que desea.
»Y porque en largo
mar tienen pasados
mil trances, de que
sois todos testigos;
tienen climas y
cielos mil probados,
mil vientos
adversarios enemigos,
determino que sean
hospedados
en la costa
africana como amigos,
que, rehecha su tan
desecha flota,
proseguirá con
vientos su derrota.»
Tales palabras
Júpiter decía,
y los dioses por
orden respondiendo,
un parecer del otro
difería,
varias razones
dando y recibiendo.
El Tioneo en nada
consentía
de lo que era
propuesto, conociendo
que olvidará sus
hechos el Oriente
si allá deja pasar
la Lusa gente.
Que por tiempo
vendría, oyó a los hados,
una gente fortísima
de España,
que con virtud y
brazos señalados
venciese cuanto
Doris riega y baña:
con fama de sus
hechos sublimados
la suya eclipsará,
aunque más extraña,
y duélele perder la
antigua gloria
de que Nisa celebra
su memoria.
Ve que ya tuvo el
Indo sojuzgado
y nunca le quitó
fortuna o caso
por vencedor del
Indo ser contado
de cuantos beben agua
del Parnaso.
Teme ahora que sea
sepultado
su tan célebre
nombre en negro vaso
del agua del
olvido, si allá llegan
los fuertes
portugueses que navegan.
Levántase contra él
la Venus bella,
inclinada a la
gente Lusitana,
porque mil
cualidades halla en ella
conformes a su
antigua la Romana:
corazones feroces,
grande estrella
que en la tierra
mostraron Tingitana,
y la lengua, en la
cual cuando imagina,
con poca corrupción
cree es latina.
Esto era lo que a
Ciprio le movía,
y más que de las
Parcas claro entiende
que su fama y loor
se extendería
do la gente
belígera se extiende,
pues Baco, por la
infamia que temía,
y Venus, por las
honras que pretende,
debaten, y en
debate permanecen,
y a cada cual sus
partes favorecen.
Cual Bóreas o
Austro fiero en la espesura
de silvestre
arboleda condensada
los ramos rompen de
la selva obscura
con ímpetu y
braveza nunca usada:
retumba la montaña,
el son murmura
de las hojas con
lucha tan trabada,
de esta suerte los
dioses han tenido
un murmullo confuso
no entendido.
Marte, que de la
diosa sustentaba,
entre todos, las
partes con porfía,
o porque el amor
viejo le obligaba,
o porque la razón
le compelía,
sañudo entre los
más se levantaba,
lleno el semblante
de melancolía,
y el escudo, que al
cuello trae colgado,
lo arroja atrás con
ceño y rostro airado.
La visera del yelmo
de diamante
levantándola un
poco, muy seguro,
para decir su dicho
fue delante
de Júpiter, armado,
fuerte y duro:
un golpe con el
cuento penetrante
del herrado bastón
dio al solio puro,
con que el cielo
tembló, y el sol, turbado,
por un poco de luz
quedó eclipsado.
Y dice: «Oh Padre
eterno, a cuyo imperio
todo aquello
obedece que criaste,
si esta gente que
busca otro hemisferio,
cuyo valor y pecho
tanto amaste,
no quieres que
padezca vituperio
como ya tiempo ha
que lo ordenaste,
no oigas más, pues
eres juez derecho,
razones de quien
tiene airado el pecho.
»Que si aquí la
razón no se mostrase
vencida de temor
demasïado,
justo fuera que
Baco sustentase
la gente que es de
Luso su crïado;
mas esta su
intención ahora pase,
que al fin nace de
estómago dañado,
y nunca estorbará
la envidia ajena
el merecido bien
que el cielo ordena.
»Y tú, Padre de
grande fortaleza,
de la resolución
que está tomada
no te vuelvas
atrás; porque es flaqueza
desistir de la cosa
comenzada,
y pues Cileno vence
en ligereza
al viento y la
saeta de arco echada,
enséñale la tierra
do se informe
de la India, y la gente
se reforme.»
Como esto dijo, el
padre poderoso
inclinó su cabeza,
y consintió
con el dicho de
Marte valeroso,
y néctar sobre
todos esparció.
Por el camino
lácteo glorioso
cada cual de los
dioses se partió,
haciendo su debido
acatamiento,
al conocido puesto
y aposento.
En cuanto esto
pasaba en la hermosa
sala del sacro
Olimpo omnipotente
cortaba el mar la
gente belicosa
ya la banda del
Austro, ya de Oriente:
entre etiopisa
costa, y la famosa
isla de San
Lorenzo, do el ferviente
Febo quema los
dioses que Tifeo
con miedo hizo
peces de Nereo.
Los vientos
blandamente los llevaban
como a quien por
amigo tiene el cielo;
sereno el aire y
tiempos se mostraban
sin de nuevo
peligro haber recelo,
en la Costa Guinea
atrás dejaban
el Promontorio Praso
con gran vuelo,
cuando el mar
descubriendo les mostraba
nuevas islas que en
torno cerca y lava.
Mas el capitán
Gama, valeroso,
que su pecho a tan
alta empresa ofrece
de corazón altivo y
generoso,
a quien fortuna
siempre favorece,
no quiere aquí
tomar algún reposo,
que inhabitada
tierra le parece:
adelante pasar
determinaba,
mas no le sucedió
como pensaba.
Porque le cercan
luego en compañía
mil esquifes de una
isla señalada,
que más llegada a
tierra parecía,
cortando el largo
mar con vela hinchada:
los nuestros se alborotan
de alegría
con ver aquesta
gente no pensada:
«¿qué nación será
aquesta?, en sí decían,
¿qué costumbres,
qué ley, qué rey tendrían?»
Las barcas eran
hechas de manera
que muestran ser
ligeras aunque estrechas;
las velas que
traían son de estera,
de las hojas de
verde palma hechas;
la color de la
gente es la que diera
el loco de Faetón
con las cosechas
de su atrevido
intento, y mal paciente,
que Lampetusa llora
y el Po siente.
Con paños de
algodón vienen vestidos
de diversos colores
listeados:
unos alrededor los
traen ceñidos,
otros con modo
airoso rebozados;
todos del medio
arriba sin vestidos;
por armas traen
adargas y terciados;
tocas en la cabeza:
y navegando,
añafiles y flautas
van tocando.
Con paños y con
manos señalaban
a nuestros Lusitanos
que esperasen;
ya las proas
ligeras se inclinaban
ara que junto de
ellas amainasen;
la gente y
marineros trabajaban,
como si aquí sus
males se acabasen,
en recoger del
mástil la vela alta;
y al soltar de la
amarra, el mar la asalta.
Aun no habían ancorado,
y ya la gente
extraña por las
cuerdas se subía:
vienen con rostro
alegre, y blandamente
el sabio capitán
los recibía:
las tablas poner
manda en continente,
y del licor que el
dulce Baco cría
hinchen vasos de
vidrio, y no desechan
los quemados del
sol cuanto les echan.
Comiendo
alegremente preguntaban
por la arábiga
lengua, dó venían,
quién eran, de qué
tierra, qué buscaban,
o qué partes del
mar corrido habían:
a todo los del Luso
les tornaban
las respuestas que
entonces convenían:
«Los portugueses
somos de Occidente,
que las tierras
buscamos del Oriente.
»Del mar hemos
corrido y navegado
la parte del
Antártico y Calisto
toda la costa libia
rodeado,
cielos y tierras
varias hemos visto:
de un rey súbditos
somos tan amado,
tan querido de
todos y bien quisto,
que por él de la
mar nada tememos
y hasta el
Aqueronte abajaremos.
»Por mandado del
cual a buscar vamos
la región oriental
que el Indo riega;
por ella el mar
remoto navegamos
que sólo de las
focas se navega;
mas ya razón parece
que sepamos,
si la cierta verdad
no se me niega,
quién sois, qué
tierra es ésta,
y si hay señales de
las partes do vamos orientales.»
«Somos, luego un
isleño respondiera,
en la tierra
extranjeros y en la ley,
porque a los
naturales los pusiera
Naturaleza aquí sin
ley ni rey;
mas nosotros
seguimos la que diera
el Profeta sagrado
y gran Muley,
que no hay parte
del mundo do no cuadre
hijo de madre
hebrea y gentil padre.
»Aquesta isla
pequeña que habitamos
es de toda la costa
cierta escala
para los que los
mares navegamos
de Quiloa, Mombaza
y de Zofala;
que por ser
necesaria procuramos
vivirla aunque
entre gente bruta y mala,
y porque todo al
fin se os notifique,
el nombre de la
isla es Mozambique.
»Y ya que de tan
lejos navegando
buscáis el indo
Idaspe y tierra ardiente,
no faltarán pilotos
que guiand
vayan allá la flota sabiamente:
justo será que, un
poco reposando,
toméis algún
refresco; y que el regente
que gobierna la
isla luego os vea
y de mantenimientos
os provea.»
En acabando aquesto
se tornara
a sus barcas el
Moro y compañía:
del capitán y
gentes se apartara
con muestras de
debida cortesía.
Luego Febo en las
aguas encerrara
con cristalino
carro el claro día,
dando cargo a su
hermana que alumbrase
el largo mundo
mientras reposase.
La noche se pasó
dentro en la flota
con extraña alegría
no pensada
por hallar en la
tierra tan remota
nueva de tanto
tiempo deseada.
Entre sí cada cual
discurre y nota
la manera, y la
gente acá apartada,
y cómo los que en
tal secta creyeron
tanto por todo el
mundo se extendieron.
Los rayos de la
Cintia se mostraban
en las aguas del
mar manso seguras
las estrellas sus orbes adornaban
cual campo
revestido de frescuras;
los furiosos
vientos reposaban
por las
concavidades más obscuras,
mas la gente del
mar toda velaba,
como de tiempo
atrás lo acostumbraba.
Y luego que la
Aurora sonrosada
los rayos esparció
de sus cabellos
en el sereno cielo,
dando entrada
al Sol, que
despertó por sólo vellos,
comienza a
embanderarse nuestra armada
con gallardetes mil
de seda bellos,
por recibir con
fiestas y alegría
al regidor que a
verla se partía.
Venía con su gente
navegando
a ver las naos
ligeras lusitanas,
trayéndoles
refresco: en sí pensando
si son aquellas
gentes inhumanas
que, las montañas
Caspias habitando,
a conquistar las
gentes asïanas
vinieron, y por
orden del destino
ganaron el Imperio
a Constantino.
Recibió el capitán
alegremente
al Moro con su
grande compañía;
dale de ricas
piezas un presente
que para aqueste
efecto lo traía;
dale conservas
dulces, y el ardiente
y no usado licor
que da alegría:
el Moro lo recibe
con contento
y el comer y beber
tomó de asiento.
La marítima gente
del gran Luso,
subida por la
jarcia, está admirada
notando el
extranjero modo y uso,
la habla tan
confusa y enredada;
también el Moro
astuto está confuso
mirando la color,
traje y armada;
y preguntando al
Gama, le decía
si venían acaso de
Turquía.
Decíale también que
ver desea
los libros de su
ley, precepto y fe,
por ver si cual la
suya aquélla sea,
o si cristianos
son, como él lo crée;
y porque más lo
note todo y vea,
al capitán le pide
que le dé
la muestra de las
armas de que usaban
cuando con enemigos
peleaban.
El capitán responde
valeroso,
por lengua que el
arábigo entendía:
«Yo te descubriré
no perezoso
quién soy, cuál es
mi ley, qué armas traía.
Nunca en el Caspio
tuve mi reposo,
ni de la gente
vengo de Turquía:
soy de tierra de
Europa belicosa,
busco la oriental
parte tan famosa.
»La ley tengo de
Aquel a cuyo imperio
obedece visible e
invisible;
Aquel que crió todo
el hemisferio,
todo lo que es
sensible o insensible;
que padeció
deshonra y vituperio
haciéndose de Dios
hombre pasible,
y por nos abajó del
cielo al suelo
por podernos subir
del suelo al cielo.
»De aqueste Dios y
hombre, alto, infinito,
los libros que me
pides no los trayo,
que lo que está en
el alma firme escrito
escribirlo en papel
viene a soslayo:
si quieres ver las
armas, tu apetito
se cumplirá,
haciendo aquí un ensayo:
veráslas como
amigo, y más me obligo
que no las quieras
ver como enemigo.»
A los ministros
manda diligentes
del almacén sacar
las armaduras,
los arneses y petos
relucientes,
los arcos, las
pelotas, las aljabas,
partesanas agudas,
chuzas bravas.
Y del fuego las
bombas, juntamente
de pólvora las
ollas tan dañosas;
mas a los
artilleros no consiente
dar fuego a las
bombardas espantosas:
que el generoso
ánimo excelente,
entre gentes tan
pocas y medrosas,
no muestra cuanto
puede, y con razón;
que es flaqueza
entre ovejas ser león.
Todo lo nota y mira
el sarraceno,
y aunque de fuera
muestra algún contento,
un odio se le
fragua allá en el seno,
un dañado rencor y
pensamiento:
encúbrelo con
rostro, al ver, sereno;
disimula con risa
el fingimiento;
tratarlos
blandamente determina
hasta poder mostrar
lo que imagina.
Pilotos le demanda
el fuerte Gama
por quien pueda a la
India ser llevado,
aprometiendo premio
y grande fama
al que por él
tomare este cuidado:
el Moro los
promete, y se derrama
en su pecho un
veneno tan dañado,
que muerte, si
pudiese, en este día,
en lugar de pilotos
le daría.
Fue la voluntad tal
y el odio insano
que concibió contra
estos pasajeros
porque siguen la
ley del Soberano,
que cual lobo se
arroja a los corderos:
secretos de la
eterna y sacra mano
do los juicios
quedan tan rateros,
que no falte
Majencio que persiga
al que la ley de
Dios abrace y siga.
Con esto se partió,
y su compañía,
el Moro, de las
naves despedido,
con engañosa y grande
cortesía,
con alegre
semblante aunque fingido.
Los esquifes
navegan por la vía
más breve de
Neptuno, y recibido
en tierra de un
ilustre ayuntamiento,
el regidor camina a
su aposento.
Mas viendo desde el
cielo el gran Tebano,
de la paterna corva
renacido,
aqueste bando
nuestro Lusitano
ser del moro
envidioso aborrecido,
un engaño revuelve
falso, insano,
con que de todo
quede destruido,
y en cuanto allá en
el pecho el hecho urdía,
esto consigo a sí,
sin sí, decía:
«¿Está del hado ya
determinado
que victorias tan
grandes y famosas
hayan los
Portugueses alcanzado
de las gentes del
Indo belicosas,
y yo, hijo del
padre sublimado,
con tantas
cualidades generosas,
he de sufrir que el
hado favorezca
otro por quien mi
nombre se obscurezca?
»Ya quisieran los
dioses que tuviera
el hijo de Felipe
en esta parte
tanto poder que al
yugo la rindiera
con sangrienta
batalla y fiero Marte.
¿Mas hase de sufrir
que el hado quiera
a tan poquitos dar
tal fuerza y arte
que con el
Macedonio y el Romano
tenga lugar el
nombre Lusitano?
»No será así,
porque antes que llegado
el capitán se vea,
astutamente
le tendré tanto
engaño fabricado
que no pase a las
partes del Oriente:
a tierra bajaré, y
el indignado
pecho revolveré de
aquesta gente:
que aquel sigue la
vía más derecha
que del tiempo
oportuno se aprovecha.»
En diciendo esto,
con la rabia y saña
a la africana
tierra se apresura,
y vestido de traje
y forma extraña,
hacia el Praso se
encierra en la espesura;
para mejor trabar
esta maraña,
se transforma y
emboza en la figura
de un moro en
Mozambique conocido,
viejo, sabio, del
jeque muy querido.
Y entrándole a
hablar a tiempo y horas
para su falsedad
acomodadas,
le dijo que eran
gentes robadoras
las que de nuevo al
puerto son llegadas,
y cómo las naciones
moradoras
de toda aquella
costa son robadas
por ellos desde el
punto que pasaron
y con fingida paz
allí ancoraron.
«Y sabe más, le
dijo: que entendido
de aquéstos tengo
ser sanguinolentos,
que con robos el
mar han destruido,
con incendios y
asaltos truculentos;
y algún engaño
traen de atrás urdido
contra nosotros,
porque sus intentos
no son sino
robarnos y matarnos,
las mujeres e hijos
cautivarnos.
»También sé cómo
está determinado
de mañana saltar
por agua en tierra
el capitán, de
gente acompañado,
que do hay mala
intención el miedo afierra:
tú debes de llevar
tu campo armado
y en celada ponerle
oculta guerra,
que saliendo su
gente descuidada
caerá sobre seguro
en la celada.
»Y cuando no
quedaren de este hecho
o perdidos o
muertos totalmente,
yo tengo ya tramado
acá en mi pecho
un engaño y ardid
que te contente:
piloto le darás que
a algún estrecho
o peligro los lleve
tan patente,
que, sin poder
valerse, sean metidos
do queden rotos,
muertos o perdidos.»
Luego como acabó el
razonamiento,
el Moro, en tales
casos sabio y viejo,
los brazos le echa
al cuello con contento,
agradeciendo mucho
aquel consejo,
y manda que se
apreste en un momento
para la guerra el
bélico aparejo,
porque así al
Portugués se le tornase
en sangre roja el
agua que buscase.
Y más para el
engaño maquinado,
un moro por piloto
le buscaba,
sagaz, astuto,
diestro, sabio, osado,
de quien pueda fiar
lo que pensaba:
avísale que esté
muy recatado
de que la flota
lleve a mar tan brava
de que, si aquí
escapare, allá adelante
vaya a caer do
nunca se levante.
Ya el apolíneo rayo
visitaba
los Nabateos montes
encendido,
cuando el Gama saltar
determinaba
en la tierra, por
agua apercibido:
la gente en los bateles
se aprestaba,
cual si el engaño
fuera ya sabido,
mas puede
sospecharse fácilmente,
que el corazón fïel
a pocos miente.
Y más porque
enviado había a la tierra
antes por el piloto
necesario
y le fue respondido
en son de guerra,
de lo que imaginaba
muy contrario:
por esto, y porque
sabe cuánto yerra
el capitán que popa
a su adversario,
apercibido va como
podía
en solos tres
bateles que tenía.
De los moros que
andaban por la playa,
por defender el
agua deseada,
cuál con escudo
viene y azagaya,
cuál con arco y
saeta enarbolada:
esperan que la
gente a tierra vaya
otros muchos ya
puestos en celada,
y por poder mejor
coger la caza,
unos muy pocos
sirven de añagaza.
Por la ribera
andaban arenosa
aquellos pocos
moros blandeando
el adarga y la
lanza sanguinosa,
los fuertes
Portugueses provocando;
mas no sufre la
gente belicosa
que los perros les
anden más ladrando:
cada cual salta a
tierra tan ligero
que no se conoció
cuál fue el primero.
Cual en el coso
estando el firme amante,
a vista de su dama
deseada,
el toro busca, y
puesto ya delante,
lo burla, corre y
salta y da palmada;
mas el fiero animal
en ese instante,
con la frente
cornígera inclinada,
corre, y aunque al
correr los ojos cierra,
mata al que topa,
hiere y bate en tierra:
Ya en los bateles
fuego se levanta
de fogosa y
ardiente artillería,
la pelota derriba,
el ruido espanta,
el aire con el humo
se cubría,
el corazón del moro
se quebranta,
la sangre un temor
grande le resfría,
escapa el escondido
por ligero
y muere el
descubierto aventurero.
Con esto nuestra
gente no pagada,
siguiendo la
victoria, hiere y mata:
la población sin
muro no guardada
con el fuego la
tala y desbarata;
el jeque llora ya
la cabalgada,
que bien pensó
comprarla más barata:
blasfema de la
guerra, y maldecía
al viejo flaco y la
que el hijo cría.
Huyendo el moro, el
arco va flechando
sin fuerza, de
cobarde, y presuroso
la piedra y cuanto
topa atrás echando,
que el furor arma a
veces al medroso:
la isla toda van
desamparando
con paso en el huir
no vagaroso,
cortando otros del
mar un paso estrecho,
que el serlo les
fue harto de provecho.
Unos van en las
barcas bien cargadas,
otro lo pasa a nado
diligente,
cuál se ahoga en
las ondas levantadas,
cuál bebe el mar y
lo echa juntamente;
aniegan las menudas
bombardadas
las llenas barcas
de esta bruta gente:
de esta arte el
Portugués al fin castiga
la gente de virtud
y fe enemiga.
Victorïosos vuelven
a la armada
con despojo de
guerra y muy temidos;
salen a su placer a
hacer aguada
sin hallar
resistencia en los huidos;
queda la perra
gente lastimada
y en odio antiguo
todos encendidos:
para tomar venganza
de este daño
quieren luego
intentar esotro engaño.
Paces envía a pedir
arrepentido
el regidor de
aquella falsa tierra,
y sin poder de
nadie ser sentido,
en son de paz el
moro le envía guerra,
porque el falso
piloto ha prometido,
cuyo pecho el
forjado engaño encierra,
para darnos la
muerte lo enviaba
como en señal que
paces procuraba.
El capitán, que ve
cuánto conviene
proseguir el camino
comenzado,
que tiempo bueno y
viento blando tiene
para buscar el Indo
deseado,
el piloto recibe
que le viene
mostrándose del
odio ya olvidado:
despide al
mensajero con contento
y manda luego dar
velas al viento.
Partida de la costa
nuestra armada,
las ondas de
Anfitrite dividía,
de las hijas de Néreo
acompañada,
fiel, alegre y
dulce compañía:
el diestro capitán,
que la tramada
tela del falso moro
no entendía,
del mañoso piloto
se informaba
de los mares y
puertos que pasaba.
Mas el moro,
instruido en los engaños
que el malévolo
Baco le enseñara,
de muerte o
cautiverio graves daños,
antes de ir a la
India, le prepara:
del indiano puerto
ha muchos años
que tenía noticia,
le declara;
creyendo ser verdad
lo que decía,
de nada el fuerte
Gama se temía.
Dícele más, con
falso pensamiento
con que Sinón engaña
a los troyanos,
que había cerca una
isla cuyo asiento
fuera siempre
habitado de cristianos:
el capitán, que con
su sano intento
no ve ser dichos locos
y livianos,
con dádivas muy
grandes le rogaba
lo guíe (donde el
moro lo guiaba).
Lo mismo el falso
moro determina
que el seguro
cristiano le demanda,
que en la isla que
dice estar vecina
vive gente de secta
cruel, nefanda:
aquí el engaño y
muerte le imagina
porque en fuerza a
su isla esta isla manda,
que es mayor en
poder: la cual se llama
Quiloa, conocida
por la fama.
Inclinábase allá la
alegre flota;
mas la diosa de
Pafos celebrada,
viendo cómo dejaba
su derrota
por buscar a la
muerte no pensada,
no consiente que en
tierra tan remota
perezca gente de
ella tanto amada
y con contrarios
vientos la desvía
de do el piloto
falso la metía.
Mas el malvado
moro, no pudiendo
llevar este
propósito adelante,
otra maldad y
engaño revolviendo
en su resolución
mala constante,
dícele que en las
aguas discurriendo
lo llevará por
fuerza allá delante
donde hay una isla
cerca cuya gente
son cristianos y
moros juntamente.
También en esto el
moro le mentía
cual por aviso y
orden lo llevaba,
que aquí gente de
Cristo no vivía,
mas la que el
Mahometa celebraba;
el capitán, que en
todo le creía,
las velas vuelve,
la isla demandaba:
mas no queriendo
Venus, no tomaron
la isla: en el mar
alto se ancoraron.
A tierra está la
isla tan llegada
que sólo la divide
un breve estrecho:
una ciudad en ella
situada,
que a la orilla del
mar hace repecho,
de nobles edificios
fabricada,
un muro al derredor
muy fuerte hecho:
isla y ciudad se
llaman de una suerte:
Mombaza; el rey que
tiene es viejo y fuerte.
Pues siendo el capitán
aquí llegado,
extrañamente alegre
porque espera
poder gozar del
pueblo bautizado,
como el falso
piloto le dijera;
de tierra esquifes
vienen, y un recado
del rey, que ya
sabía qué gente era,
que Baco muy más
antes le avisara
en forma de otro
moro que tomara.
El recado que traen
era de amigos,
mas debajo el
veneno está encubierto,
que eran los
pensamientos de enemigos
cual lo mostró el
engaño descubierto.
¡Oh cuán ciertos
son, Muerte, tus postigos!
¡Oh camino de vida
nunca cierto,
que do la gente
pone su esperanza
la vida tiene menos
confïanza!
Tanta tormenta en
mar y tanto daño,
tantas veces la
muerte apercibida,
tantas guerras en
tierra y tanto engaño,
tanta necesidad
aborrecida:
¿dónde se acogerá
de mal tamaño,
dónde estará segura
nuestra vida,
si contra un
gusanillo vil del suelo
se indigna, se
levanta, se arma el cielo?