ECO Y
NARCISO
Metamorfosis, Libro III, 339-510
Ninguno
había en Aonia que no honrase
El
nuevo adivinar, ni preguntado
En cosa
alguna vano le hallase.
La
primera de todas ha tentado
Liriope
[1] hasta cuánto se extendía
La
gracia que en aquello Dios le ha dado.
La
cual, del río Cefiso vista un día,
Y en
sus aguas clarísimas forzada
(Que no
pudiera hacerse de otra vía),
De sola
aquella vez quedó preñada,
Y parió
un niño tal en hermosura,
Que
pudo desde luego ser amada.
Narciso
le llamó, de quien procura
Saber
de aquel fatídico adivino
Si
había de llegar a edad madura.
«Si no
se viere, así lo determino»,
Responde,
y la respuesta fue tenida
Por
vana mucho tiempo y sin camino.
Mas el
suceso y muerte nunca oída,
La
novedad extraña de locura,
Contra
opinión la hicieron ser creída.
Porque
de veintiún años su figura
Parece
de muchacho y de mancebo,
Mas fue
su condición de piedra dura.
Mil
mozos y doncellas que de nuevo
Vieron
su perfección y gallardía
Deseaban
gozar tan dulce cebo.
Mas él
con tal desdén los despedía,
Que
aunque eran muy hermosas y hermosos,
Tocarse
de ninguno permitía.
Los
ciervos ojeaba temerosos:
Viole
la ninfa Eco [2] en el instante
Con
ojos y semblantes amorosos.
La
cual, como responde semejante
Acento,
sin faltar, hablando alguno,
Así no
sabe hablar jamás delante.
Cuerpo
tenía entonces, mas ninguno
La vio
más replicar de lo postrero
De la
razón que oía a cada uno.
Juno la
dio el castigo lastimero,
Porque
como pudiese a su marido
Coger
en adulterio verdadero,
En
medio del camino la ha tenido
Más de
una vez con su parlar extraño,
Y en
tanto se han las Ninfas acogido.
Mas
como vio Saturnia aqueste engaño,
La
dice: «Con la lengua me has burlado,
Pero de
hoy más harame poco daño.»
Con
obra confirmó lo amenazado,
Que no
puede hablar sino doblando
El fin
de las razones que ha escuchado.
Pues
como vio a Narciso andar cazando,
Toda
inflamada en fuego de quien ama,
Por sus
pisadas iba caminando.
Y
cuanto más le sigue más se inflama
Con la
vecina lumbre, como suele
De las
brasas sacar azufre llama.
Cuantas
veces rogar que la consuele
Quisiera,
con palabras amorosas,
De su
naturaleza en fin se duele,
Que la
estorbó el principio de estas cosas,
Y a lo
que la concede aparejada,
Por
descubrir sus ansias congojosas,
Espera
alguna voz que replicada
Descubra
su amorosa desventura
Y
voluntad sincera enamorada.
El
hermoso mancebo, por ventura
De los
demás galanes apartado,
Dio
voces en el campo y espesura.
«¿Quién
está aquí?» «Está aquí», ha replicado
Eco;
mas él, en torno remirando,
No
viendo quién responde está pasmado.
En alta
voz que venga replicando,
Sin ver
ninguno oye estando atento
Que
como llama él le están llamando.
Y no
viniendo nadie en el momento,
«¿Por
qué huyes de mí?» (la dice), y siente
Que en
sus orejas suena el mismo acento
De
aquella voz, que en nada es diferente
De la
que forma él tan engañado,
Deseando
saber si había allí gente.
«Juntémonos»,
replica, tan de grado
A
ninguna otra voz le respondiera,
«Juntémonos»,
responde y no ha tardado
En
salir de la selva, porque espera
A su
cuello hermosísimo abrazada
Gozar
de su belleza en gran manera.
Vista
la Ninfa, no la tiene en nada:
Huye, y
huyendo escapa de sus manos
Que ya
tenían la presa deseada.
«Permítanme
los dioses soberanos
Morir,
y no que en algo satisfaga
(La
dice) a tus deseos tan insanos.
La
misma muerte antes me deshaga,
Que tú
goces de mí.» No le responde,
Aunque
con tal desdén la trata y paga,
Mas que
goces de mí, y desde donde
Se vio
menospreciada, vergonzosa
Se fue
a las cuevas, donde está y se esconde.
Fatígala
el amor, pero la cosa
Que la
consume, mata y desfallece
Fue
aquella despedida desdeñosa.
Su
cuerpo con cuidados se enflaquece,
El
húmedo se gasta, de manera
Que
sólo voz y huesos permanece.
Y aun
dicen que los huesos (la primera
Figura
despedida) se han mudado
En
piedra, y es la voz cual antes era.
Escóndese
en las selvas de su grado,
Nadie
la ve, de todos es oída,
Que
sólo la voz viva le ha restado.
Ille per Aonias fama celeberrimus urbes
inreprehensa dabat populo responsa petenti.
Prima fide uocisque ratae temptamina sumpsit
caerula
Liriope, quam quondam flumine curuo
inplicuit
clausaeque suis Cephisos in undis
uim
tulit : enixa est utero pulcherrima pleno
infantem
nymphe, iam tunc qui posset amari,
Narcissumque
uocat. De quo consultus, an esset
tempora
maturae uisurus longa senectae,
fatidicus
uates : « Si se non nouerit » inquit.
Vana
diu uisa est uox auguris : exitus illam
resque
probat letique genus nouitasque furoris.
Namque
ter ad quinos unum Cephisius annum
addiderat
poteratque puer iuuenisque uideri :
multi
illum iuuenes, multae cupiere puellae ;
sed
fuit in tenera tam dura superbia forma,
nulli
illum iuuenes, nullae tetigere puellae.
Adspicit
hunc trepidos agitantem in retia ceruos
uocalis
nymphe, quae nec reticere loquenti
nec
prior ipsa loqui didicit, resonabilis Echo.
Corpus
adhuc Echo, non uox erat et tamen usum
garrula
non alium, quam nunc habet, oris habebat,
reddere
de multis ut uerba nouissima posset.
Fecerat hoc Iuno, quia, cum deprendere posset
sub Ioue saepe suo nymphas in monte iacentis,
illa deam longo prudens sermone tenebat,
dum fugerent nymphae. Postquam
hoc Saturnia sensit :
«
Huius » ait « linguae, qua sum delusa, potestas
parua
tibi dabitur uocisque breuissimus usus »,
reque
minas firmat. Tamen haec in fine loquendi
ingeminat
uoces auditaque uerba reportat.
Ergo
ubi Narcissum per deuia rura uagantem
uidit
et incaluit, sequitur uestigia furtim,
quoque
magis sequitur, flamma propiore calescit,
non
aliter quam cum summis circumlita taedis
admotas rapiunt uiuacia sulphura flammas.
O
quotiens uoluit blandis accedere dictis
et
mollis adhibere preces ! Natura repugnat
nec
sinit, incipiat, sed, quod sinit, illa parata est
exspectare sonos, ad quos sua uerba remittat.
Forte
puer comitum seductus ab agmine fido
dixerat
: « Ecquis adest ? » et « adest » responderat Echo.
Hic
stupet, utque aciem partes dimittit in omnis,
uoce
« Veni » magna clamat : uocat illa uocantem.
Respicit
et rursus nullo ueniente : « Quid » inquit
«Me
fugis ? » et totidem, quot dixit, uerba recepit.
Perstat
et alternae deceptus imagine uocis :
«
Huc coeamus » ait, nullique libentius umquam
responsura sono « coeamus » rettulit Echo ;
et
uerbis fauet ipsa suis egressaque silua
ibat, ut iniceret sperato bracchia collo ;
ille
fugit fugiensque : « manus conplexibus aufer !
Ante » ait « emoriar, quam sit tibi copia nostri » ;
rettulit illa nihil nisi « sit tibi copia nostri ! »
Spreta latet siluis pudibundaque frondibus ora
protegit
et solis ex illo uiuit in antris ;
sed
tamen haeret amor crescitque dolore repulsae ;
et
tenuant uigiles corpus miserabile curae
adducitque
cutem macies et in aera sucus
corporis
omnis abit ; uox tantum atque ossa supersunt :
uox
manet, ossa ferunt lapidis traxisse figuram.
Inde
latet siluis nulloque in monte uidetur,
omnibus
auditur : sonus est, qui uiuit in illa.
NOTAS de la edición de 1887.
NOTA 1: La ninfa Liriope dio a luz un hijo que llamó Narciso. A la versión que de esta fábula da Ovidio, añade Pausanias otra muy distinta, cual es que Narciso tenía una hermana a él muy parecida y a quien tiernamente amaba. El único consuelo que tuvo, cuando la perdió, fue el de contemplar en el agua de una fuente el reflejo de su rostro.
NOTA 1: La ninfa Liriope dio a luz un hijo que llamó Narciso. A la versión que de esta fábula da Ovidio, añade Pausanias otra muy distinta, cual es que Narciso tenía una hermana a él muy parecida y a quien tiernamente amaba. El único consuelo que tuvo, cuando la perdió, fue el de contemplar en el agua de una fuente el reflejo de su rostro.