lunes, 24 de julio de 2017

Píndaro e Ignacio Montes de Oca: Segunda oda olímpica

SEGUNDA ODA OLIMPICA
A TERÓN, REY DE AGRIGENTO,
VENCEDOR CON EL CARRO.

¡Himnos, que de la lira
Monarcas sois y dueños!
¿Qué semidiós, qué numen,
Cuál héroe cantaremos?
De Júpiter es Pisa,
Y estableció los juegos
Olímpicos Alcides
Cual bélico trofeo.

Hoy celebrar el triunfo
Con voz sonora debo
Que la veloz cuadriga
Donó a Terón excelso,
Varón hospitalario,
Columna de Agrigento,
Flor de gloriosa raza,
Señor de vasto reino.

A esta sagrada margen
Trajo destino adverso
A sus mayores, astros
Del siciliano suelo.
Propicia la fortuna,
Oro y favor perpetuo,
De ingénitas virtudes
Les dio por justo premio.

¡Hijo de Rhea, Jove,
Que diriges el cielo,
Y el más alto certamen,
Y el cristalino Alfeo!
Por mi cantar movido,
A sus ilustres nietos
Conserven tus bondades
El heredado imperio.

Mas ¡ay! justo o injusto,
Lo que pasó, ni el Tiempo
A deshacer alcanza,
Aunque de todo es dueño.
Con mejor suerte, olvido
Vendrá: cuando consuelo
Manda el Hado, perece
Del mal hasta el recuerdo.

De Cadmo, a mi discurso
Sirven de noble ejemplo,
Las vírgenes augustas
Que tanto padecieron;
Pero de las cuitadas
Cedió el enorme duelo
De bienes más durables
Bajo el precioso peso.

Aunque del rayo herida,
De Olimpo bajo el techo
Vive Semele hermosa,
La de gentil cabello.
Minerva la ama siempre,
Jove la adora tierno,
Y su hijo (que de hiedras
Se corona) Lieo.

Vida inmortal de numen
Ino en el ponto inmenso
Lleva con las marinas
Hijas del gran Nereo.
El hombre de su muerte
No sabe ni el momento,
Ni si un día felice
Querrá engendrarle Febo.

Las olas de la vida
Con incesante juego,
Ya dan prosperidades,
Ya dolores sin cuento.
E l Hado así propicio
Sonrió a tus abuelos,
Haciéndolos dichosos,
Y grandes, y opulentos.

Mas antes la desgracia
Manchó el hogar paterno,
Desque el fatal Edipo
Con homicida acero
Atravesó a su padre
Layo, sin conocerlo,
El oráculo antiguo
De Pitona cumpliendo.

Erinis mira el crimen,
Y en fratricida duelo
Destruye vengativa
Sus vástagos guerreros;
Tersandro sobrevive
A Polinices muerto,
Famoso en la palestra
Y en combates sangrientos.

Él fue de los Adrástidas
Vengador y renuevo;
Progenitor del grande
Hijo de Enesidemo,
A cuyo triunfo, cantos
Encomiásticos debo
Consagrar, de mi lira
Con los sonoros ecos.

Terón en Pisa ciñe
Su frente sola. En Delfos
Y el Istmo, con su hermano
Divide los trofeos
Que a sus cuadrigas áureas
Concede fallo recto,
Al verlas doce veces
Girar con raudo vuelo.

El gozo que da el triunfo
Destierra el humor negro.
Riqueza que acompaña
A la virtud y al mérito
A la victoria al hombre
Lleva por mil senderos,
Y, astro luciente, excita
Noble ambición su fuego.

No ocúltase a quien goza
Tal bien, lo venidero:
Sabe qué penas sufren
Las almas de los muertos;
Crímenes cometidos
De Jove en el imperio,
Castiga inexorable
Un juez en el Infierno.

Cual de día, en las noches
Alumbra el sol al bueno.
¡Cuan superior su vida
Es a la del perverso!
Labrar no necesita
El ingrato terreno,
Ni atravesar los mares
En busca de sustento.

Al lado de los Dioses
Que venera el Averno,
Los que guardaron fieles
Sus santos juramentos
Sin lágrimas disfrutan
Reposo sempiterno,
Mientras al malo afligen
Terríficos tormentos.

Y a los que por tres veces
Cambiando mortal velo,
Sin pecado en el mundo
Y en el Orco vivieron,
De Júpiter les abre
El benigno decreto
Camino de Saturno
Hasta el alcázar regio.

¡Oh, cuan bella es la isla
De los santos recreo!
La bañan perfumadas
Las brisas del Océano;
Brillan doradas flores,
Ya sobre el verde suelo,
Ya en los copudos árboles,
O ya del agua en medio.

Guirnaldas entretejen
Y sartas con sus pétalos,
Con que alegres circundan
Frente, manos y cuello,
Los bienaventurados
Que a aquel paraje ameno,
De Radamanto envía
E l fallo justiciero.

Saturno, que disfruta
E l más sublime asiento
En Olimpo, y de Rhea
E l conyugal afecto,
Por asesor lo tiene;
Y entrambos concedieron
Estancia en aquella isla
A Cadmo y a Peleo.

Allí condujo Tetis,
Ablandando con ruegos
E l corazón de Jove,
A Aquiles, cuyo acero
Derribó a la columna
Invicta de Ilión, Héctor,
Y a Cicno, y de la Aurora
Al vástago moreno.

Mil dardos voladores
E n el carcaj reservo
Pendiente de mis hombros,
Que disparar deseo;
Pero tan sólo el sabio
Puede entender mis versos,
E intérpretes sufridos
Requiere el vulgo necio.

Al cielo eleva al vate
Su natural talento;
Pero aquel a quien forma
Estudio sin ingenio,
Insoportable grazna
Como estúpido cuervo
Que al águila de Jove
Quiere seguir rastrero.

Al blanco ¡oh Musa mía!
Tiende el arco certero.
¿A quién nuestras benévolas
Flechas dirigiremos?
Oíd los que, apuntando
A la ínclita Agrigento,
Entusiasmado entono
Elogios verdaderos:

Desque, cien años hace,
Surgió de sus cimientos
La gran Ciudad (lo juro),
No produjo su seno
Amigo más constante,
Príncipe más benéfico,
Que Terón, de varones
Generoso modelo.

Su fama excita envidia;
E ingratos turbulentos
Pretenden con maldades
Oscurecer sus hechos.
¡E n vano! ¿Quién la arena
Contó del mar inmenso?
¿Ni quién narrar podría
Sus favores sin cuento?