PRIMERA
ODA OLÍMPICA
A GERÓN
, REY DE SIRACUSA ,
VENCEDOR
EN LAS CARRERAS DE CABALLOS.
Nada
hay mejor que el agua: brilla el oro
Como
luciente llama en noche oscura
Entre
las joyas de real tesoro.
¿No ves
¡oh Musa! en la celeste altura
Que en
medio al solitario firmamento
Ninguna
estrella como el sol fulgura?
Si
celebrar victorias es tu intento,
A la
Olímpica lid lleva tu lira;
Que
otra no habrá más digna de tu acento.
Ella a
los vates el cantar inspira
Del Tonante
en honor; con que resuena
La
augusta casa do Gerón respira;
Rey que
a Sicilia (de ganados llena)
Mientras
la flor de las virtudes liba,
Con
cetro bienhechor rige y ordena.
La
música dulcísima cultiva,
Y,
brillante cantor, el arpa hiere
Con que
el poeta en el festín cautiva.—
Descuelga
ya del clavo que la adhiere
A la
pared, la cítara de Doria
¡Oh
Musa! si cantar tu numen quiere
Del
Alfeo y Ferénico la gloria.
¡Noble
bridón! corrió sin acicate
Y a los
brazos llevó de la victoria
A su
dueño, de Pisa en el combate.
¡Ah!
Con razón del Rey siracusano.
Sus
corceles al ver, el pecho late.
Su fama
admira el pueblo fuerte y sana
Que
Pélope de Lidia condujera;
A quien
amó Neptuno soberano,
Después
que en la purísima caldera
Volvió
á formar su cuerpo Cloto santa
Y el
hombro de marfil le dio hechicera.
Mil
maravillas hay; y al hombre encanta
Fábula
que de bella se gloría,
Más que
verdad cuya crudeza espanta.
Tal
hermosura da la Poesía
Y tanta
autoridad, que hace creíble
Lo que
antes imposible parecía.
Mas la
posteridad es infalible
Juez.
Hable de los Númenes el sabio
Sin
proferir jamás calumnia horrible.
¡Hijo
insigne de Tántalo! el agravio
De
repetir antiguas falsedades,
No te
hará, no, mi reverente labio.
Cuando,
correspondiendo a sus bondades
En Sípilo
a banquete sin mancilla
Convidó
tu buen padre a las Deidades,
El
dios, cuyo tridente al ponto humilla,
Sobre
sus yeguas de oro, enamorado,
Te
trasportó de Olimpo a la alta silla,
Do el
tierno Ganimedes fue llevado
Por el
águila, el néctar delicioso
A
propinar a Jove destinado.
Buscábante
con rostro congojoso
Tu
madre y sus amigos por doquiera;
Mas
todo en vano. Entonces envidioso
Vecino,
murmuró que en la caldera
Hecho
pedazos mil, en agua hirviente
Tu
cuerpo sumergió venganza fiera,
Y tus
miembros, en mesa irreverente
Colocaron
los Dioses, su apetito
E n ti cebando
con horrible diente.
Yo
blasfemias tamañas no repito.
¿Cómo
acusar a un dios de intemperancia?
Es el
murmurador siempre maldito.
Si
algún mortal se vio desde la infancia
Colmado
de riquezas y de honores,
Por los
que habitan la celeste estancia,
Ese
Tántalo fue; mas de favores
Gozar
no supo su soberbia loca,
A sus
débiles fuerzas superiores;
Y sobre
su cabeza enorme roca
Suspende
Jove: aterrador castigo
Que a una
inquietud eterna lo provoca .
Y esta
vida sin techo y sin abrigo,
De la
sed y del hambre los tormentos,
Y de
insomnio sin fin, lleva consigo.
El néctar y ambrosía tuvo alientos.
De
robar a los Dioses inmortales,
Y dar
como vulgares alimentos
En
eterno festín, a sus iguales,
Los que
inmortal lo hicieron. ¡Loca empresa!
¿Qué se
oculta a los ojos celestiales?
Por
crimen tal lo arrojan de su mesa
Sus
divos padres; y sobre él de muerte
La
sentencia común, de nuevo pesa.—
Su
juvenil mejilla apenas vierte
La flor
del primer bozo, cuando ansía
A
gloriosa doncella unir su suerte;
Mas
antes de pedir a Hipodamía
Al
Príncipe de Pisa, a la ribera
Del
mar, va solitario en noche umbría;
Y al
que en el ponto bramador impera
Con el
áureo Tridente, el joven llama;
Y el
Numen de las aguas salta fuera.
«¡Neptuno
(dice), si de Venus ama
Tu
ardiente pecho los preciosos dones,
Hoy tus
favores sobre mí derrama!
»Ya de
Enomao, trece corazones
La
lanza atravesó; de su hija el lecho
Negando
a los espléndidos varones.
»Su
férrea punta aparta de mi pecho;
Y a Elis
volando en rápida cuadriga,
A la
victoria llévame derecho.
«Aborrece
el peligro y la fatiga
Imbele
corazón; mas el valiente
Que de
morir la certidumbre abriga,
»¿Cómo
será posible que indolente,
Sin
gloria y sin honor, vejez oscura
En paz
inútil a aguardar se siente?
»De la
victoria pende mi ventura,
Y
emprenderé la lid: a mis afanes
El
anhelado triunfo tú asegura. »
Dijo: y
no fueron súplicas inanes.
Neptuno
lo agració con carro de oro
Y
alados incansables alazanes.
Ganó a
Enomao el virginal tesoro,
Que
seis héroes le dio, de las fulgentes
Virtudes,
gratos al celeste coro.
Y hoy
día, a funerales esplendentes
Cabe su
altar y túmulo, a la orilla
Concurren
del Alfeo extrañas gentes.
De
Pélope la prez de lejos brilla
En la
Olímpica lid, de ligereza
Y de
atléticas fuerzas maravilla.
¡Dichoso
aquel que ciñe su cabeza
Con el
lauro del triunfo! De dulzura
Vida
eterna, y de paz, para él empieza.
Place
al mortal felicidad que dura
Más que
otro galardón. Al caballero
Cuyo bridón
cual vencedor figura,
Con eólicos himnos tejer quiero
Corona
triunfal. De altos loores
Otro
más digno señalar no espero.
¿Quién
de los más esplendidos señores
Los
corceles como él doma robusto,
O
conoce del arte los primores?
Tu
numen protector, ¡Gerón augusto!
Con tal
afán sobre tu gloria vela,
Que
ordena los sucesos a tu gusto.
Que
presto entonaré, tu ardor revela,
Himno
más dulce a tu veloz cuadriga,
Si no
te deja su eficaz tutela.
De
Cronio la región, que el sol abriga,
Palabras
me dará: flecha volante
Me
guarda en su carcaj la musa amiga.
Es de
mil modos el mortal brillante:
La
regia dignidad es la suprema;
No
aspires a pasar más adelante.
Conserva
hasta la muerte la diadema:
Cual la
presente, espléndidas victorias
A mis
cánticos den sublime tema,
Y
admire Grecia por doquier mis glorias.