viernes, 1 de marzo de 2024

Charles Baudelaire: Poemas en prosa VI. Cada cual con su Quimera

   À ARSÈNE HOUSSAYE

Mon cher ami, je vous envoie un petit ouvrage dont on ne pourrait pas dire, sans injustice, qu’il n’a ni queue ni tête, puisque tout, au contraire, y est à la fois tête et queue, alternativement et réciproquement. Considérez, je vous prie, quelles admirables commodités cette combinaison nous offre à tous, à vous, à moi et au lecteur. Nous pouvons couper où nous voulons, moi ma rêverie, vous le manuscrit, le lecteur sa lecture ; car je ne suspends pas la volonté rétive de celui-ci au fil interminable d’une intrigue superfine. Enlevez une vertèbre, et les deux morceaux de cette tortueuse fantaisie se rejoindront sans peine. Hachez-la en nombreux fragments, et vous verrez que chacun peut exister à part. Dans l’espérance que quelques-uns de ces tronçons seront assez vivants pour vous plaire et vous amuser, j’ose vous dédier le serpent tout entier.

J’ai une petite confession à vous faire. C’est en feuilletant, pour la vingtième fois au moins, le fameux Gaspard de la Nuit, d’Aloysius Bertrand (un livre connu de vous, de moi et de quelques-uns de nos amis, n’a-t-il pas tous les droits à être appelé fameux ?) que l’idée m’est venue de tenter quelque chose d’analogue, et d’appliquer à la description de la vie moderne, ou plutôt d’une vie moderne et plus abstraite, le procédé qu’il avait appliqué à la peinture de la vie ancienne, si étrangement pittoresque.

Quel est celui de nous qui n’a pas, dans ses jours d’ambition, rêvé le miracle d’une prose poétique, musicale sans rythme et sans rime, assez souple et assez heurtée pour s’adapter aux mouvements lyriques de l’âme, aux ondulations de la rêverie, aux soubresauts de la conscience ?

C’est surtout de la fréquentation des villes énormes, c’est du croisement de leurs innombrables rapports que naît cet idéal obsédant. Vous-même, mon cher ami, n’avez-vous pas tenté de traduire en une chanson le cri strident du Vitrier, et d’exprimer dans une prose lyrique toutes les désolantes suggestions que ce cri envoie jusqu’aux mansardes, à travers les plus hautes brumes de la rue ?

Mais, pour dire le vrai, je crains que ma jalousie ne m’ait pas porté bonheur. Sitôt que j’eus commencé le travail, je m’aperçus que non-seulement je restais bien loin de mon mystérieux et brillant modèle, mais encore que je faisais quelque chose (si cela peut s’appeler quelque chose) de singulièrement différent, accident dont tout autre que moi s’enorgueillirait sans doute, mais qui ne peut qu’humilier profondément un esprit qui regarde comme le plus grand honneur du poëte d’accomplir juste ce qu’il a projeté de faire.

Votre bien affectionné,     

C. B.

A ARSÈNE HOUSSAYE

Mi querido amigo, le envío una pequeña obra, de la cual no se podría decir, sin injusticia, que no tiene ni pies ni cabeza, puesto que, al contrario, todo en ella es, al mismo tiempo, cabeza y pies, alternativa y recíprocamente. Considere, se lo ruego, qué admirables comodidades esta combinación nos ofrece a todos, a usted, a mí y al lector. Podemos cortar dónde queramos, yo mi ensoñación, usted el manuscrito, el lector la lectura; porque no dejo que la esquiva voluntad de éste quede pendiendo del hilo interminable de una intriga sutilísima. Saque usted una vértebra, y las dos partes de esta tortuosa fantasía volverán a juntarse sin esfuerzo. Despedácela en numerosos fragmentos, y verá que cada uno puede existir por separado. Con la esperanza de que algunos de estos trozos estarán lo bastante vivos para darle placer y entretenimiento, me atrevo a dedicarle la serpiente completa. 

Tengo que hacerle una pequeña confesión. Hojeando, por vigésima vez al menos, el famoso Gaspar de la Noche, de Aloysius Bertrand (¿un libro que usted y yo, y algunos de nuestros amigos, conocemos no tiene todo el derecho a ser llamado famoso?), se me ocurrió la idea de intentar algo análogo, y de aplicar a la descripción de la vida moderna o, más bien, de una vida moderna y más abstracta, el procedimiento que él había aplicado a la pintura de la vida antigua, tan extrañamente pintoresca.

¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus días de ambición, con el milagro de una prosa poética, musical sin ritmo y sin rima, lo bastante flexible y lo bastante abrupta como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación, a los sobresaltos de la conciencia?

Es sobre todo de la frecuentación de las ciudades inmensas, del entrecruzamiento de sus innumerables relaciones, que nace ese ideal obsesivo. Usted mismo, mi querido amigo, ¿no ha intentado mostrar en una canción el grito estridente del Vidriero, y expresar en una prosa lírica todas las desoladoras sugerencias que ese grito lanza hasta las mansardas, a través de las más altas brumas de la calle?

Pero, para decir la verdad, temo que mi envidia no me haya traído suerte. Apenas comencé el trabajo, me di cuenta de que no sólo me quedaba muy lejos de mi misterioso y brillante modelo, sino incluso que hacía algo (si es que esto puede llamarse algo) singularmente diferente, accidente del cual cualquier otro fuera de mí se enorgullecería quizás, pero que no puede sino humillar profundamente a un espíritu que ve como el más grande honor del poeta realizar únicamente aquello que proyectó hacer.

Suyo muy afectuosamente,

CHARLES  BAUDELAIRE

VI

CHACUN SA CHIMÈRE

Sous un grand ciel gris, dans une grande plaine poudreuse, sans chemins, sans gazon, sans un chardon, sans une ortie, je rencontrai plusieurs hommes qui marchaient courbés.

Chacun d’eux portait sur son dos une énorme Chimère, aussi lourde qu’un sac de farine ou de charbon, ou le fourniment d’un fantassin romain.

Mais la monstrueuse bête n’était pas un poids inerte ; au contraire, elle enveloppait et opprimait l’homme de ses muscles élastiques et puissants ; elle s’agrafait avec ses deux vastes griffes à la poitrine de sa monture ; et sa tête fabuleuse surmontait le front de l’homme, comme un de ces casques horribles par lesquels les anciens guerriers espéraient ajouter à la terreur de l’ennemi.

Je questionnai l’un de ces hommes, et je lui demandai où ils allaient ainsi. Il me répondit qu’il n’en savait rien, ni lui, ni les autres ; mais qu’évidemment ils allaient quelque part, puisqu’ils étaient poussés par un invincible besoin de marcher.

Chose curieuse à noter : aucun de ces voyageurs n’avait l’air irrité contre la bête féroce suspendue à son cou et collée à son dos ; on eût dit qu’il la considérait comme faisant partie de lui-même. Tous ces visages fatigués et sérieux ne témoignaient d’aucun désespoir ; sous la coupole spleenétique du ciel, les pieds plongés dans la poussière d’un sol aussi désolé que ce ciel, ils cheminaient avec la physionomie résignée de ceux qui sont condamnés à espérer toujours.

Et le cortège passa à côté de moi et s’enfonça dans l’atmosphère de l’horizon, à l’endroit où la surface arrondie de la planète se dérobe à la curiosité du regard humain.

Et pendant quelques instants je m’obstinai à vouloir comprendre ce mystère ; mais bientôt l’irrésistible Indifférence s’abattit sur moi, et j’en fus plus lourdement accablé qu’ils ne l’étaient eux-mêmes par leurs écrasantes Chimères.


VI

CADA CUAL CON SU QUIMERA

Bajo un gran cielo gris, en una gran llanura polvorienta, sin caminos, ni césped, sin un cardo, sin una ortiga, encontré a varios hombres que caminaban encorvados.

Cada uno de ellos llevaba sobre sus espaldas una enorme Quimera, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la fornitura de un soldado de infantería romana.

Pero el monstruoso animal no era un peso inerte, al contrario, rodeaba y oprimía al hombre con sus músculos elásticos y potentes; se agarraba con sus dos grandes garras al pecho de su montura; y su cabeza fabulosa coronaba la frente del hombre como uno de esos cascos horribles con que los antiguos guerreros pretendían incrementar el terror del enemigo.

Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole adónde iban de aquel modo. Me contestó que no sabía nada, ni él ni los demás; pero que, sin lugar a dudas, iban a alguna parte, ya que los empujaba una invencible necesidad de andar.

Una cosa curiosa digna de señalar: ninguno de aquellos viajeros parecía estar irritado contra el animal feroz suspendido de su cuello y pegado a su espalda ; se hubiera dicho que lo consideraban como parte de sí mismos. Todos esos rostros fatigados y serios no mostraban ninguna desesperación; bajo la bóveda esplinética del cielo, con los pies hundidos en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo, marchaban con la fisonomía resignada de aquellos que están condenados a esperar siempre.

Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad de la mirada humana.

Y durante algunos instantes me obstiné en querer comprender ese misterio; pero pronto la irresistible Indiferencia se abatió sobre mí, y me quedé más duramente agobiado que ellos mismos con sus abrumadoras Quimeras.

 

Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán

 

NOTA, para la edición italiana más abajo citada, de Massimo Colesanti:

Publicado en « La Presse », el 26 de agosto de 1862. Según algunos comentaristas (Crépet, Prévost), de los que se hace eco Pichois (cfr. Ouvres Complètes en La Pléiade, vol. I, p. 1313), Baudelaire pudo haberse inspirado aquí en un Capricho de Goya, Tú que no puedes (con hombres que llevan a hombros burros monstruosos, símbolos de la opresión política de la España de la época). Sin embargo, este apólogo posee una atmósfera más antigua (las Quimeras, los soldados romanos), y un alcance más general y existencial (como también advertía Prévost): en la Tierra, en un paisaje típico del « spleen » baudelairiano —cfr. en Les Fleurs du Mal, entre otros poemas, De profundis clamavi (XXX), La Béatrice (CXV), Un Voyage à Cythère (CXVI), y los cuatro Spleen (LXXV-LXXVIII)—, y con la bóveda del cielo también aquí « spleenétique », cada uno de esos hombres lleva con resignación la carga de sus propios sueños, de sus propios ideales, sin saber exactamente en qué dirección va, pero con la certeza de que debe « esperar » para seguir viviendo. Pero lo más interesante —y esto no ha sido señalado suficientemente— está en el último párrafo, donde Baudelaire renuncia a penetrar en ese misterio, que además no es tal, y vuelve a caer en la Indiferencia, en la « morne incuriosité », en el aburrimiento, cuyo peso es aún más grave y aplastante.

 

VI

TO EACH HIS CHIMÆRA

Under a wide gray sky, in a great dusty plain, pathless, grassless, without so much as a thistle or a nettle, I came across some men walking, their shoulders bent.

Each carried on his back an enormous Chimæra, heavy as a sack of flour or charcoal, or a Roman foot-soldier’s pack.

But the monstrous beast was no dead weight; on the contrary, it enveloped and mauled its man with supple and powerful muscles; scratching with two enormous claws the chest of its mount. And its fabulous head surmounted the man’s, like one of those horrible helmets ancient warriors wore, hoping to increase the terror of their foes.

I questioned one of these men and asked him where they were going. He told me he didn’t know, nor did the others; but obviously they were going somewhere, since they were driven by an invincible need to go.

Curious to note: none of these travelers seemed annoyed by the fierce beast hanging at his neck and attached to his back; one must suppose he considered it a part of himself. All these faces, tired and serious, betrayed no despair; under the splenetic cupola of sky, feet sunk in the dust of a soil every bit as desolate as the sky, they trudged on, with the resigned faces of those condemned forever to hope.

And the cortege passed by me and sank into the atmosphere at the horizon, where the planet’s rounded surface renders it unavailable to human curiosity.

And for a few moments I persisted in trying to solve the mystery; but soon irresistible Indifference came over me, and I was more heavily burdened with it than they by their crushing Chimæras.

Translated by KEITH WALDROP 

 

VI

A CIASCUNO LA PROPRIA CHIMERA

 

Sotto un gran cielo grigio, in una grande pianura polverosa senza sentieri, senza erba, senza un cardo, senza un’ortica, m’imbattei in diversi uomini che camminavano curvi.

Ognuno portava in spalla un’enorme Chimera, pesante quanto un sacco di farina o di carbone, o quanto il carico di un fante romano.

Ma quella bestia mostruosa non era un peso inerte; anzi, avvinghiava e opprimeva l’uomo con i suoi muscoli elastici e potenti, si agganciava con i due enormi artigli al petto della cavalcatura e la sua testa favolosa sovrastava la fronte dell’uomo, come uno di quegli orribili elmi con cui gli antichi guerrieri speravano di aumentare il terrore del nemico.

Interrogai uno di quegli uomini e gli chiesi dove andassero così. Quello mi rispose che sia lui sia gli altri non ne sapevano nulla ma che evidentemente da qualche parte andavano, visto che erano sospinti da un invincibile bisogno di camminare.

La cosa curiosa è che nessun viaggiatore aveva l’aria irritata contro la bestia feroce appesa al suo collo e appiccicata alle spalle; si sarebbe detto che ognuno la considerasse parte di se stesso. Tutti quei volti affaticati e seri non indicavano alcuna disperazione; sotto la cupola splenetica del cielo, i piedi immersi nella polvere di una terra così desolata come il cielo, essi camminavano con la fisionomia rassegnata di quelli che son condannati all’eterna speranza.

E il corteo mi passò accanto e s’inoltrò nell’atmosfera dell’orizzonte, là dove la rotonda superficie del pianeta si sottrae alla curiosità dello sguardo umano.

E per alcuni istanti mi ostinai a voler capire quel mistero; ma poi l’irresistibile Indifferenza si abbatté su di me e ne fui oppresso più pesantemente di quanto lo fossero quegli uomini dalle loro schiaccianti Chimere.

Traduzione di MASSIMO COLESANTI