LA PRIMERA TRANSMISIÓN TELEVISIVA EN DIRECTO
[…]
En varias ocasiones, la Bella había visitado todos los
aposentos de aquel palacio encantado; pero de buena gana volvemos a ver las
cosas poco comunes, curiosas y magníficas. Sus pasos la llevaron a un gran
salón que sólo había visto una vez. Esa habitación tenía cuatro ventanas en
cada uno de sus lados: solamente dos estaban abiertas y dejaban pasar muy poca
luz. La Bella quiso darle más claridad, pero en lugar de la luz del día que
creía hacer entrar sólo se encontró con una abertura que daba a un lugar
cerrado. Ese lugar, aunque espacioso, le pareció oscuro, y sus ojos no pudieron
percibir más que un tenue resplandor lejano que sólo parecía llegar hasta ella
a través de una gasa negra y sumamente gruesa. Mientras pensaba para qué podía
servir aquel lugar, una luz intensa la deslumbró de pronto. La tela se levantó
y la Bella descubrió un teatro de los mejor iluminados. En las gradas y en los
palcos, vio a personas de uno y otro sexo de lo más agraciadas y hermosas.
De inmediato, una encantadora sinfonía, que empezó a
dejarse oír, sólo terminó para permitir que actores muy distintos de monos y
loros representasen una hermosísima tragedia, seguida de una obrita que, en su
género, igualaba a la primera. A la Bella le gustaban los espectáculos: era el
único placer que había echado de menos luego de dejar la ciudad. La curiosidad
que tenía por saber de qué tela estaba hecha la alfombra del palco contiguo al
suyo se vio frustrada por un vidrio que los separaba, lo que le hizo descubrir
que aquello, que había creído real, no era más que un artificio que, por medio
de ese vidrio, reflejaba los objetos y los enviaba hacia ella desde lo alto del
teatro de la ciudad más hermosa del mundo. Producir una reverberación desde tan
lejos es la obra maestra de la óptica.
Después de la representación, la Bella permaneció un
rato más en su palco para ver salir al público elegante. La oscuridad que colmó
el lugar la obligó a orientar sus reflexiones en otro sentido. Contenta con su
descubrimiento, del que se prometió hacer uso frecuente, bajó a los jardines.
Los prodigios comenzaban a volvérsele familiares, se daba cuenta con placer de
que sólo ocurrían por su bien y para agradarle.
Después de la cena, la Bestia, conforme a su costumbre,
fue a preguntarle lo que había hecho durante el día. La Bella le dio cuenta con
exactitud de todas sus diversiones y le dijo que había estado en el teatro.
[…]
Todo el tiempo de su sueño transcurrió de ese modo y,
a pesar de la agitación que le causaba, le pareció, sin embargo, que terminó
demasiado pronto, puesto que el despertar la privaba del objeto de su cariño.
Una vez aseada y vestida, distintas labores, los libros y los animales la
entretuvieron hasta el momento de la representación teatral. Ya era hora de que
asistiera a ella. Pero no estaba en el mismo teatro sino en la ópera, que
comenzó en cuanto ella ocupó su lugar. El espectáculo era magnífico y los
espectadores no lo eran menos. Los espejos le mostraban nítidamente hasta el
menor de los atuendos de la platea. Encantada de ver caras humanas, muchas de
las cuales conocía personalmente, hubiera sido un gran placer para ella poder
hablarles y hacerse oír.
Quedó más satisfecha con ese día que con el
precedente, y el resto se pareció a lo que había ocurrido desde que estaba en
aquel palacio. La Bestia llegó por la noche; luego de su visita, se retiró como
de costumbre. La noche fue semejante a las otras, quiero decir que estuvo llena
de sueños agradables.
[…]
El día anterior, al abrir otra ventana, se había
encontrado en la Ópera; para variar sus entretenimientos, abrió una tercera,
que le procuró los placeres de la feria de Saint-Germain, mucho más brillante
por entonces de lo que es hoy en día. Pero como todavía no era la hora en que
llegaba la gente de buen tono, tuvo tiempo para verlo y examinarlo todo. Allí
vio las curiosidades más raras, las producciones extraordinarias de la
naturaleza, las obras de ingeniería; las cosas más insignificantes pasaron
delante de sus ojos. Las mismas marionetas, a la espera de algo mejor, no
fueron una distracción indigna de ella. La ópera cómica estaba en su esplendor.
La Bella quedó muy contenta con todo aquello.
A la salida de ese espectáculo, vio a todas las personas selectas que se paseaban por las tiendas de los comerciantes. Entre ellas reconoció a jugadores profesionales, que iban a ese lugar como a su lugar de trabajo. Reparó en algunos que, perdiendo su dinero por la habilidad de aquellos contra los que jugaban, salían de allí con semblantes menos alegres de los que tenían al entrar. Los jugadores prudentes, que no exponen su fortuna al azar del juego, y que juegan para sacar provecho de su talento, no pudieron ocultarle sus trampas a la Bella. Hubiera querido advertirles a sus víctimas del mal que les estaban haciendo, pero, a más de mil leguas de ellos, tal cosa no estaba en su poder. Oía y veía todo de manera muy nítida, sin que le fuera posible hacerles oír su voz, ni tampoco lograr que la vieran. Los reflejos que llevaban hasta ella lo que veía y oía no eran lo bastante perfectos como para hacer el camino inverso. Estaba situada por encima del aire y el viento, todo llegaba a ella como si lo pensase.
La Bella y la Bestia, Ediciones de La Mirándola, 2012,2016, 2021
Traducción, prólogo, apéndices y notas de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán
[…]
À plusieurs reprises, elle avait visité tous les
appartements de ce palais enchanté ; mais on revoit volontiers des choses
rares, curieuses et riches. La Belle porta ses pas dans un grand salon qu’elle
n’avait vu qu’une fois. Cette pièce était percée de quatre fenêtres de chaque
côté : deux seulement étaient ouvertes et n’y donnaient qu’un jour sombre.
La Belle voulut lui donner plus de clarté, mais au lieu du jour qu’elle croyait
y faire entrer, elle ne trouva qu’une ouverture qui donnait sur un endroit
fermé. Ce lieu, quoique spacieux, lui parut obscur, et ses yeux ne purent
apercevoir qu’une lueur éloignée, qui ne semblait venir à elle qu’au travers
d’un crêpe extrêmement épais. En rêvant à quoi ce lieu pouvait être destiné,
une vive clarté vint tout d’un coup l’éblouir. On leva la toile, et la Belle
découvrit un théâtre des mieux illuminé. Sur les gradins, et dans les loges,
elle vit tout ce que l’on peut voir de mieux fait et de plus beau dans l’un et
l’autre sexe.
À l’instant, une douce symphonie, qui commença
de se faire entendre, ne cessa que pour donner à d’autres acteurs que des
comédiens singes et perroquets, la liberté de représenter une très belle
tragédie, suivie d’une petite pièce qui, dans son genre, égalait la première.
La Belle aimait les spectacles : c’était le seul plaisir qu’en quittant la
ville elle eût regretté. Curieuse de voir de quelle étoffe était le tapis de la
loge voisine de la sienne, elle en fut empêchée par une glace qui les séparait,
ce qui lui fit connaître que ce qu’elle avait cru réel n’était qu’un artifice,
qui par le moyen de ce cristal réfléchissait les objets et les lui renvoyait de
dessus le théâtre de la plus belle ville du monde. C’est le chef d’œuvre de
l’optique de faire réverbérer de si loin.
Après la comédie, elle demeura quelque temps
dans sa loge pour voir sortir le beau monde. L’obscurité qui se répandit dans
ce lieu l’obligea de porter ailleurs ses réflexions. Contente de cette
découverte, dont elle se promettait de faire un usage fréquent, elle descendit
dans les jardins. Les prodiges commençaient à lui devenir familiers, elle
sentait avec plaisir qu’il ne s’en faisait qu’à son avantage et pour lui
procurer de l’agrément.
Après souper, la Bête, à son ordinaire, vint lui
demander ce qu’elle avait fait dans la journée. La Belle lui rendit un compte
exact de tous ses amusements, en lui disant qu’elle avait été à la comédie.
Tout le temps de son sommeil se passa de la
sorte : et malgré l’agitation qu’il lui causait, elle trouva cependant
qu’il finissait trop tôt pour elle, puisque son réveil la privait de l’objet de
sa tendresse. Au sortir de sa toilette, différents ouvrages, les livres, les
animaux l’occupèrent jusqu’à l’heure de la comédie. Il était temps qu’elle s’y
rendît. Mais elle n’était plus au même théâtre, c’était celui de l’opéra, qui
commença dès qu’elle fut placée. Le spectacle était magnifique, et les
spectateurs ne l’étaient pas moins. Les glaces lui représentaient distinctement
jusqu’au plus petit habillement du parterre. Ravie de voir des figures
humaines, dont plusieurs étaient de sa connaissance, c’eût été pour elle un
grand plaisir de leur parler et de s’en faire entendre.
Plus satisfaite de cette journée que de la
précédente, le reste fut semblable à ce qui s’était passé depuis qu’elle était
dans ce palais. La Bête vint le soir ; après sa visite, elle se retira
comme à l’ordinaire. La nuit fut pareille aux autres, je veux dire remplie de
songes agréables.
[…]
Le jour précédent, en ouvrant une autre fenêtre,
elle s’était trouvée à l’Opéra ; pour diversifier ses amusements, elle en
ouvrit une troisième qui lui procura les plaisirs de la foire Saint-Germain,
bien plus brillante alors qu’elle ne l’est aujourd’hui. Mais comme ce n’était
pas l’heure où la bonne compagnie se présentait, elle eut le temps de tout voir
et de tout examiner. Elle y vit les curiosités les plus rares, les productions
extraordinaires de la nature, les ouvrages de l’art ; les plus petites
bagatelles lui tombèrent sous les yeux. Les marionnettes même ne furent pas, en
attendant mieux, un amusement indigne d’elle. L’Opéra-Comique était dans sa splendeur.
La Belle en fut très contente.
Au sortir de ce spectacle, elle vit toutes les
personnes du bon air se promener dans les boutiques des marchands. Elle y
reconnut des joueurs de profession, qui se rendaient en ce lieu comme à leur
atelier. Elle en remarqua qui, perdant leur argent par le savoir faire de ceux
contre lesquels ils jouaient, sortaient avec des contenances moins joyeuses que
celles qu’ils avaient en y entrant. Les joueurs prudents, qui ne mettent point
leur fortune au hasard du jeu, et qui jouent pour faire profiter leur talent,
ne purent cacher à la Belle leurs tours d’adresse. Elle eût voulu avertir les
parties souffrantes du tort qu’on leur faisait, mais éloignée d’eux de plus de
mille lieues, elle ne le pouvait pas. Elle entendait et remarquait tout très
distinctement, sans qu’il lui fût possible de leur faire entendre sa voix, ni
même d’en être aperçue. Les reflets qui portaient jusqu’à elle ce qu’elle
voyait, ce qu’elle entendait, n’étaient pas assez parfaits pour rétrograder de
même. Elle était placée au-dessus de l’air et du vent, tout arrivait jusqu’à
elle en pensant.
[…]
MADAME DE VILLENEUVE
La Belle et la Bête