viernes, 5 de mayo de 2017

Virgilio y Miguel Antonio Caro: Geórgicas. Libro I


GEÓRGICAS. LIBRO PRIMERO

Qué da a las mieses su esplendor risueño;
Bajo qué astro feliz la dura tierra
Mover, Mecenas, y enlazar conviene
Las vides a los olmos; qué cuidados
Los bueyes y rebaños hermosean;
Cuál solícita industria, en fin, exige
La abejuela frugal, cantar emprendo.

¡Vos, del mundo fulgentes luminares,
Que al año volador medís los plazos!
¡Tú, padre Baco, y tú, fecunda Ceres!
(Pues ya el hombre cambió, dádiva vuestra.
La caonia bellota en pingüe espiga,
Y el jugo que las uvas recataran
A las ondas mezcló del Aqueloo);
Y vos, a la campaña familiares,
¡Faunos! ¡Dríadas ninfas! venid presto,
Todos venid, que vuestros dones canto.
¡Y tú, Neptuno, a cuya voz la tierra,
La tierra herida de tu gran tridente
El primer pisador brotó gallardo;
Y oh tú que tratas bosques, tú que en Cea
Trescientos, en tu honor, níveos becerros
Miras pacer sus fértiles llanuras;
Y oh Pan Tegeo, guardador de ovejas,
Tú mismo, si en el Ménalo te gozas,
El patrio bosque y selvas de Liceo
Desampara, te ruego, y ven propicio!
Y del olivo, tú, descubridora,
Minerva; y tú, mancebo que inventaste
El combo arado, y tú también, Silvano,
Qué arrancado un ciprés fácil meneas:
Cuantos favorecéis la agricultura,
Dioses todos y Diosas; los que abrigo
Dais a la planta que nació baldía,
Y los que dispensáis lluvias del cielo,
Al sediento sembrado, yo os invoco.

Tú asimismo, a doquier fueres más tarde
Sitio a elegir en celestiales coros:
O ya ciudades proteger te plazga;
O el orbe superior, César te acoja
Por dador de abundancia y rey del trueno,
Y del materno mirto orne tu frente;
 O prefieras reinar dios de Ios mares,
A quien sólo doquiera el nauta implore,
Y homenaje te dé la última Tule,
Y yerno para sí te compre Tetis
Con el caudal inmenso de sus ondas;
O fijado entre Erígone y las Celas
(Do el ardiente Escorpión por recibirte
Sus brazos encogiendo escombra el cielo),
Estrella ilustres los tardíos meses:
Quienquier fueres (que no el Averno espera
Gozarte emperador, ni a ti, confío,
Tan triste adquisición vendrá en deseo,
Por más que Grecia los Elíseos Campos .
Alabe, y, mal atenta Proserpina
Al materno, clamor, volver rehúse),
Tú, si conmigo del cultor te apiadas
Que el tino pierde, a mi atrevido ensayo
Ven fácil, ven benigno, y dame aliento;
Cumple tu alta misión, y desde ahora
A humanos votos el oído enseña.

Al apuntar la primavera, cuando
Helados chorros de las canas cumbres
Ruedan, y de los céfiros al soplo
Sazonado el terrón se desmenuza,
Entonces bajo el peso del arado
En los surcos sumido, ya mis yuntas
Comiencen a quejárseme, y en ellos
Gastada empiece a relucir la reja.
Aquel terrazgo que sentido hubiere
Dos veces el calor, y dos los fríos,
Cumplirá, en fin, los votos del avaro
Agricultor: a contener sus frutos
No bastarán las atestadas trojes.

Mas antes de asulcar campos ignotos.
Los vientos dominantes y del cielo
El vario influjo investigar importa;
Las usadas maneras de cultivo,
Las condiciones del lugar geniales;
Saber qué frutos brinda y cuáles niega.
En unos sitios prueba el pan, en otros
La vid prospera; aquí nace arbolado.
El pasto natural allá enverdece.
.¿No ves cuál nos envía el rico Etmolo
Oloroso zafrán, marfil la India,
Y los blandos sabeos sus aromas,
Y su hierro los cálibes desnudos,
Y el Ponto sus castores saludables,
Y sus yeguas Epiro, que arrebatan
En Elide la palma triunfadora?
Que así a ciertas regiones dar sus bienes
En justa partición plugo a Natura,
Y la acordada ley perpetua guarda
Desque Deucalion, vagando solo,
Tiró guijarros sobre el yermo suelo,
Do los hombres nacieron, raza dura.
Ea, pues: si la tierra fuere rica,
Al principiar el año, con la reja
Bueyes robustos a volverla empiecen,
Tal, que llegando el polvoroso estío,
Los terrones expuestos a su influjo
Con el lleno recueza de sus soles;
Mas si el campo no es fértil, por encima
Dale una reja al asomar de Arturo:
Aquello, a fin de que viciosas hierbas
No la risueña mies brotando ahoguen;
Esto, porque del breve humor que cría
Desamparada la heredad, no avenga
Que a arena estéril reducida quede.

Cuida, tras eso, que si rinde un año
Tu campo, al otro descansar le otorgues,
Y en la huelga vigor la tierra crie.
O allí, mudada la sazón y el tiempo,
El rubio grano sembrarás de donde
Primero hubieres el legumbre, ufano
Con sus locas vainillas, recogido,
O las tenues semillas de la arveja,
O las frágiles cañas y ruidosa
Pompa de los amargos altramuces.
Ten sabido que el lino y el avena,
Y las adormideras, que destilan
El agua soporosa del Leteo,
Mieses son tales que la tierra agotan.
Ellas, empero, en interpuestos años,
Fáciles te serán, si pingüe abono
Al campó exhausto dieres, y de inmunda
Ceniza cubres las desnudas hazas.
Mudando de simientes, el terreno
Así descansa, sin que en tanto duerma
Exento a la labor, al dueño ingrato.

También a veces incendiar convino
Los estériles campos, y rastrojos
Secos arder con bulliciosas llamas;
Ya porque así la tierra ocultas tuerzas
Recibe, y alimento vigoroso,
O ya porque a poder del fuego, el vicio
'Se le cuece, y humor inútil suda;
O ya porque el calor, secretas vías
Le abre, y respiraderos por do vaya
A animar nuevas hierbas fácil jugo;
O bien más la endurece, y tal le aprieta
Las grietas bostezantes, que ni tenues
Lluvias, ni recio sol basta a dañarla,
Ni Bóreas mugidor envuelto en hielos.
Mucho también el que con rastros rompe
Las estériles glebas, y de mimbres
Zarzas arrastra, beneficia el campo;
A éste no sin favor la blonda Ceres
Torna los ojos desde el alto Olimpo:
Lo mismo el que al través, vuelto el arado.
Parte los surcos con que el campo eriza
Que aró primero, y en labor constante
Vuelve el seno a la tierra, y la avasalla.

Vos lluviosos veranos y suaves
Hibiernos implorad, agricultores;
Grato a los campos y a las mieses grato
Es el polvo hibernal. No a otro cultivo,
De su fertilidad Misia es deudora,
Que de rica presume; y si en asombro
Trueca el Gárgaro mismo su ufanía,
No otra causa hallarás a creces tantas.
¿Qué diré en prez del que, esparcido el grano,
Hace rostro a la tierra, y rueda al punto
Mezquinas torres de ambiciosa arena;
Y luego a los sembrados encamina
Corrientes aguas que su intento siguen
En larga vena; y si abrasado el suelo,
Mustias las hierbas ya, penarle mira,
He aquí de una empinada cuesta el agua
Suelta? Ella cae, entre desnudas piedras
Forma estrépito ronco, y con sus tumbos
Templa el ardor de los sedientos campos.
¿Y qué diré del que en la tierna hierba,
Paciéndolos, rebaja del sembrado
Los viciosos aumentos, cuando al surco
El lomo iguala; y a la caña evita
Que de espigas cargada desfallezca?
¿Y qué del que humedad que lagos forma,
Con absorbente arena extraer cuida,
Cuanto más si en mudable estación crecen
Los ríos, y sus aguas derramando,
Con el légamo hostil todo lo invaden,
Causa de cavidades cenagosas
Que tépidos vapores siempre exhalan?

Mas aunque hombres y bueyes a porfía
Con tan asiduo afán la tierra labren,
Ni el ánade malvado, ni importuna
Con sus amargas fibras la achicoria,
Hará, y las grullas que a Estrimón frecuentan,
Estrago menos fiero; ni las sombras
Cesarán de dañar. El mismo Jove,
Divino institutor de la cultura,
De abrojos erizar quiso el camino;
El fundó el arte de mover la tierra,
Con la necesidad estimulando
Humanos pechos, y vedó por siempre
Que en letárgica paz yazgan sus reinos.

Antes de Jove manos no se hallaron
Que tratasen los campos; aun entonces
Partirlos ni acotarlos fue costumbre;
Que era todo de todos, y la tierra
El fruto anticipaba a los deseos.
Jove a las negras sierpes su nociva
Ponzoña dio; por él a ser rapaces
Los lobos se enseñaron; manda al ponto
Revolverse y bramar; las ricas mieles
Agosta que las hojas goteaban;
Esconde el germen de la luz, y extingue
El vino natural que antes huía
Como agora las aguas, en arroyos;
Porque, recursos meditando, el hombre
Paso tras paso a la invención se alzase
De las útiles artes, a los surcos
Pidiendo espigas, y en secretas venas
Del pedernal herido hallando el fuego.
Entonces sobre sí, no antes usados,
Huecos troncos nadar sienten los ríos:
Sigue el nauta en su anhelo
Las estrellas del cielo,
Y de él Pléyades, Híadas, la clara
Artos de Licaón, nombre reciben.
Coger con lazos y engañar con liga
Las libres alimañas,
Ideose también; también con perros
Rodeó el cazador los grandes bosques.
Y ya con redes uno ancha, corriente
Por ella entrando, hiere; aquél tremola
Por el piélago azul húmedos linos.
Apreciose el rigor de los metales;
Y, hoja estridente, apareció la sierra;
(Que en la edad primitiva, para hendirle,
Sólo fuerza de cuñas se hizo al roble.)
Tal las artes en fin se coronaron;
Que al hombre urgiendo, la escasez le educa,
Y el trabajo tenaz todo lo allana.

Ceres, sabia maestra, a los mortales
El seno de la tierra a abrir indujo
Cuando faltaron en las sacras selvas
Bellotas y madroños, y Dodona
El sustento habitual negó cansada.
Creció en esmeros el cultivo, en cuanto
Funesta a las espigas la impía nubla,
Y hórrido a los sembrados sobrevino
El torpe cardo. Y ya la mies fallece.
Que la áspera maleza en torno crece,
Y el abrojo la invade y el espino;
Oprimen ya el espléndido sembrado
Triste zizaña, estériles avenas.
Tú, pues, como afanado
Las gramas no persigas
Con incansable rastro; si no alejas
Con ruidos las aves enemigas;
Si, hiriendo ociosas ramas,
El asombrado campo no despejas,
Ni con voto eficaz la pluvia llamas,
Triste con sesgos ojos de vecina
Heredad mirarás la parva enhiesta,
Y tu hambre en la floresta
Aliviará la sacudida encina.

Del rústico fornido
Diré las armas propias, sin las cuales
Ni la mies se sembrara ni creciera.
La reja, la primera,
Y el recio, corvo arado:
De la Madre Eleusina
También el carro, en el rodar pesado;
Trillos, carretas, rastros desiguales:
El humilde utensilio de Celeo.
Todo de mimbres: zarzos de madroño:
La zaranda de Baco peregrina:
Esto cuida tener aderezado,
Si de veras del campo afortunado
Quieres la gloria merecer divina.
Ve, pues, ve presto al monte; allí derriba
Con esforzado aliento un ramo enorme;
Corva figura el olmo haz que reciba;
Cama al arado a su pesar le forme.
Mida, de ahí naciendo,
Ocho pies el timón; aleta doble
Y sólido dental empalma luego:
Ya antes el tilo leve
Habrás cortado para yugo: el haya
La esteva te dará, con que el labriego,
Siguiendo al buey, el instrumento mueve;
Y, al hogar suspendidas las maderas,
El humo lento su excelencia pruebe.

¡Cuántos usos rurales
Que fe lograron desde antiguos días
Puedo enseñarte, si atención dispensas,
Y de nimios consejos no te hastías!
Con ingente cilindro la era iguala
Ante todo; revuélvala tu mano,
Y con greda tenaz la torne fuerte;
Tal, que ni en sí fomente hierba mala,
Ni del polvo vencida se abra inerte
Y enemigos arteros
Burlados queden; que el ratón enano
Casa y troj subterránea hacer estila;
Y el ciego topo en nido hondo se asila;
Y hállanse en agujeros
El vil escuerzo, y cuanto bicho existe;
En el seno fecundo de la tierra:
Grandes montones talador devora
El gorgojo; y la hormiga, a quien la triste
Vejez asusta, próvida atesora.

Mira también en la floresta opaca
Cuando vestido en flores, opulento
Dobla el almendro los fragantes ramos:
De sus frutos a par irán las mieses;
Que si ellos lo vicioso sobrepujan,
Trilla grande en los máximos calores
Tendrás; mas si el follaje con su pompa
Oprimiere los árboles, en vano
En la era luego trillarás espigas
En que abunda la paja y falta el grano.

Yo he visto cierto a muchos labradores
Medicinar primero la semilla,
Y con nitro bañarla y negra amurca,
Porque granos mayores
La planta cuaje en la falaz vainilla,
Y, aun con débil calor, sazón alcance.
Mas simientes compuestas de esa suerte
Y a cumplir esperanzas obligadas,
Las vi degenerar, si humana industria
No hizo nuevo escrutinio cada un año
Con mano asidua. ¡Universal destino!
Todo a menos camina, o retrocede :
Al que su lancha, así, corriente arriba
Lleva a impulso de remos, si concede
Al afanado brazo algún reposo,
La fuerza de las aguas le derriba
Y le arrebata remolino undoso.

Allende de esto, por tu bien, de Arturo
Consultarás las luces, y los días
De las Cabrillas, y el Dragón luciente;
Que provechosos guías
Son al agricultor, cuanto al viajero
Que osa, en pos de la patria, maldecidos
Del ostrífero Abidos
Los senos arrostrar, y el Ponto fiero.
Cuando a sueño y vigilia la Balanza
En igual división mide las horas,
Y da que sobre el orbe noche y día
Justos compensen su dominio alterno,
Vos los toros uncid, y las cebadas
Id esparciendo, oh gentes labradoras,
Hasta las lluvias últimas de hibierno.
Tiempo es también de que cubráis entonces
El lino y la cereal adormidera,
Ni los brazos perdonen los arados
Mientras enjuto el suelo los tolera
Y aun penden por el aire los nublados.
Cumple el haba sembrar en primavera;
Y torne el mijo con su anual cuidado,
Y el surco sazonado
Te acoja, alfalfa, a ti, de larga vida,
Cuando abra el año el albicante Toro
Con sus cuernos de oro,
Y dando el puesto al astro retrogrado,
El Can en occidente se despida.

Mas si el campo que aras
A que en trigos te rinda su tributo
Y en valientes escandas le preparas,
Y de espigas tan sólo pides fruto;
Mientras su faz las Pléyades de oriente
No oculten, y de Ariadna la Corona
No hubieres visto que su ardor desmaya,
No vueles a la tierra renuente
La esperanza a fiar que envuelve el año:
Retenle al surco el grano que le adeudas;
Muchos, anticipándose de Maya
A la declinación, sembrar pudieron;
Pero todos la mies del desengaño
En avenas inútiles cogieron.
Que si la arveja y el plebeyo fríjol
Presumes educar, y no desdeñas
De la egipcia lenteja la cultura,
Advierte que Bootes a tu anhelo
Señal no oscura al inclinarse envía;
Comienza entonces, y en sembrar porfía
Hasta mediada la estación del hielo.

He aquí el dorado sol, los doce signos
Tratando de la esfera, el orbe rige
En partes ciertas dividido. El cielo
Cinco zonas ocupan: de ellas una
En la lumbre solar siempre encendida,
Con el fuego solar siempre tostada:
En torno suyo a diestra y a siniestra
Comprimidas las últimas se extienden
Con tristes lluvias y cerúleos hielos:
Otras dos entre aquéllas y éstas caen
(Por merced especial que hacer quisieron
Los Dioses a los míseros humanos);
Y entre ambas el camino va por donde
Oblicuo el orden de los astros gira.
El mundo, cuanto yerto se levanta
Hacia la Escitia y los Rifeos montes,
Por los líbicos páramos australes
Tanto desciende. De los polos, uno
Sobre nosotros siempre se descubre;
El negro Estigio y los profundos Manes
Debajo de sus pies miran el otro.
Con giros sinuosos como un río
El enorme Dragón acá se espacia
Y por medio y por cima de las Osas:
(Las Osas, que a mojarse no se atreven
En el húmedo seno de Oceano).
Y allá, fama es común, o por ventura
Reina noche eternal y alto silencio,
Y más y más las sombras se condensan;
O tal vez, de nosotros trasponiendo,
La Aurora a esas regiones lleva el día,
Y cuando con sus soplos matinales
Los caballos de Oriente nos saludan,
Allá entretanto reluciente y bello
Héspero enciende su fanal tardío.
Nace de aquí que, ambiguo el cielo estando,
Las tempestades predecirse puedan,
Y de la siega adivinar el día,
Y el tiempo de la siembra, y cuándo cumple
Con remos azotar el ponto aleve,
Cuándo a punto el bajel sacar del puerto,
O en la selva en sazón herir el pino.

Ni es ociosa labor que de los astros
El ocaso estudiemos y el levante,
Y en cuatro diferentes estaciones
Partido el año en sucesión constante.
¿Encierra al labrador la lluvia fría?
Cosas puede esmerar que festinara
En horas libres de sereno día:
El duro diente a la mellada reja
El arador afila,
O el tronco ahonda destinado a barca.
O el ganadillo marca,
O números imprime a sus montones:
Otro estacas y horcones
Aguza, o adereza por ventura
A la flexible vid firme atadura,
Y es propicia ocasión de que tu mano
Labre de dócil mimbre fácil cesta;
Tú mismo al fuego tuesta
O en la piedra a su vez quebranta el grano.
Allende de esto en los festivos días
Con las leyes divinas las humanas
Ejercicios permiten inocentes;
Que jamás Religión vedó al labriego,
Ni reparar las cercas del plantío,
Ni a las campiñas devolver el riego;
Al ave armar engaño
Tampoco impide, o en salubre río
Sumir tal vez el bajador rebaño;
Y va en paz de los Dioses el colono
Que al asnillo espacioso a quien arrea
Aceite carga o pobres frutas lía,
Y del pueblo tornando a la alquería
Trae algún asperón o parda brea.

La Luna misma en señalar no yerra
Faustos a empresas varias varios días.
Teme el quinto; nació pálido el Orco
En él y las Euménides bravías;
En él dio en parto infando- a luz la Tierra
A Japeto y a Ceo,
Y al hórrido Tifeo;
Y en él alzarse a los hermanos miro
Que el cielo a desgarrar se conjuraron:
Tres veces con esfuerzo grande, el Osa
Asentar sobre el Pélion intentaron;
Sí, y el frondoso Olimpo sobre el Osa;
Y tres veces el Padre Omnipotente
Con rayo ejecutivo
Desbarató los hacinados montes.
Séptimo día al décimo siguiente,
A que vid plantes, o telar aprontes,
O enyugues hosco buey, sazón es buena.
Propicia al fugitivo,
Es contraria al ladrón la luz novena.

Hay atenciones que en la noche fría
Mejor que en tiempo alguno hallan camino,
O bien cuando rocía
Los campos el lucero matutino.
Leves rastrojos y resecos prados
Ve por las noches a segar, que nunca
Faltó a las noches humedad propicia.
Tal hay que las veladas hibernales
Al claror de sus fuegos beneficia,
Labrando al cabo de espigada tea
Con hierro agudo; y con suave canto
Solazando el fastidio a la tarea,
La mujer entretanto
Sonoro el peine por la tela corre,
O a fuego lento el mosto dulce cuece,
Y con hojas tal vez el caldo espuma
De la olla que hirviendo se estremece.
En lo recio del sol la mies se corta,
La rubia mies, y tríllase en la era
En lo recio del sol el seco grano.
Ara desnudo tú, siembra desnudo,
Que mal hacello pudo
Flojo el cultor en el hibierno cano;
Antes gozan, del frío en los rigores,
El allegado bien los labradores,
Y con mutuos festines se regalan
Cuando al placer invita
La estación genial que penas quita:
Tal, cuando avistan puerto y velas calan
Cargadas naves tras embates fieros,
Con guirnaldas las popas engreídas
Coronan los alegres marineros.
Empero, las bellotas encinales
Tiempo es entonces que cogiendo vayas,
Y del laurel las bayas,
Frutos de oliva y de sangriento mirto.
Lazo pon a la grulla, red al ciervo,
O a la orejuda liebre
Acosa entonces; o, siguiendo al corzo,
Regida de tu mano el honda gima,
Mientras en hielos se entretiene el río
Y blanquea la nieve en la alta cima.

¿Del otoño diré los temporales
Y sus astros? ¿Diré lo que al colono
Hace avisado cuando a ser principian
Breves los días y el calor menguante?
¿O qué cuando lluviosa primavera
Pasa, y barbada mies el campo eriza?
¿O cuando en leche ya los frumenticios
Hinchen las verdes cañas? ¡Cuántas veces
Cuando a sus rojas hazas el colono
Llevaba al segador, y las cebadas
Con sus frágiles vástagos cogía,
Vi furiosos bajar todos los vientos,
Y las cargadas mieses descuajando,
Alzarlas por el aire y esparcirlas
Con ímpetu veloz; y así llevarse
En negro torbellino la borrasca
Leves cañas y pajas voladoras!
¡Cuántas veces avino
Caer gran golpe de aguas de lo alto,
Y las nubes de todo el horizonte
Con turbiones venir engrandeciendo
La oscura tempestad! La etérea cumbre
Parece desatada desplomarse
En líquida sonante pesadumbre:
Las zanjas hinche el agua;
Los nítidos sembrados,
Fábrica de paciencia, desparecen;
Los huecos ríos con estruendo crecen,
Y hierve el mar en sus profundos vados.
El Padre de los Dioses
Dardos fulmina entre las densas sombras
Meneando la diestra coruscante:
Los valles se estremecen,
Las fieras se guarecen,
Derramado pavor las gentes postra;
Y él su cólera ardiente aun no desbrava,
Y en el Atos, o el Ródope, o los yertos
Ceraunios montes sus centellas clava.
Crecen los austros y el llover espeso,
Y zumban de los vientos bajo el peso
Las selvas removidas,
Y plañen las riberas combatidas.

¿El daño temes? En el cielo estudia
Las sazones del tiempo y sus señales:
Ten cuenta a dó se esconde
Frígido el astro de Saturno, y mira
A las celestes órbitas por donde
Fúlgido el astro de Cilene gira.

Y ante todo a los Númenes venera:
En los herbosos prados
El añal sacrificio a la alma Ceres
Renueva siempre, cuando hibierno espira
Y primavera entre celajes ríe.
Pingües están entonces los corderos,
Y los vinos suavísimos; entonces
Dulces los sueños son, densas las sombras
En los selvosos montes. Anda, y toda
La agreste juventud vaya contigo,
Y a la alma Ceres reverente adore:
Tú de miel sazonada y dulce néctar
Ofrece libaciones; y tres veces
Circule en torno de los nuevos trigos
La propiciante víctima, y en coro
Los rústicos gozosos la acompañen,
Y a Ceres clamen que a sus techos venga,
Y nadie las maduras
Espigas con la hoz toque imprudente
Si primero en honor de la gran Diosa,
Retorciendo a la sien rama de encina,
No ensayó danzas y entonó canciones.

Y a fin que por señales no dudosas
Los calores, las lluvias y los vientos
Que fríos acarrean
Simple labriego adivinar pudiese,
El Padre mismo de los Dioses quiso
Establecer lo que la Luna enseña
Mudando sus semblantes; en qué punto
Aquiétanse los austros,
Y qué es lo que, sentido, a los pastores
Cerca de los establos aconseja
El ganadillo retener medrosos.
Alzándose los vientos, desde luego
Las agitadas ondas
A hincharse empiezan, y árido crujido
Oír se deja por los montes altos,
O ya a lo lejos las extensas playas
Retumban, y el rumor crece en los bosques.
Mal al combo bajel la onda respeta
Cuando de en medio el mar ves que los mergos
A la costa dirigen
Con el rápido vuelo los clamores,
O si en la orilla enjuta
Las marinas gaviotas se solazan,
Y la usada laguna abandonando
Sube la garza y por las nubes vuela.
Verás también, cuando amenazan vientos,
Rápidas en la noche deslizarse
Fugitivas estrellas
En pos dejando luminosas huellas
Del cielo en las opacas soledades;
Y verás por los suelos
Leves pajas girar y hojas caídas,
Y a flor de agua bullir nadantes plumas.

Mas si acaso en relámpagos la parte
Del aterido Bóreas arde, y truenan
Del Céfiro y él Euro las regiones,
El agua cauces colma y campos cubre,
Y cogen en el mar todos los nautas
La húmeda vela. De sorpresa nunca
La lluvia sobreviene; que o se alzaron
Del fondo de los valles
Huyendo de ella las aerias grullas,
O ya al cielo mirando la becerra
Con abierta nariz sorbió los vientos,
O a vuelo la piante golondrina
Triscó en torno del lago, o en el limo
A su antiguo llorar volvió la rana.
Más a menudo aún, nunciando lluvia,
Sus huevos de sotierra
En cobro pone la viajera hormiga,
Trillando angosta senda; y aguas bebe
El arco que domina el firmamento,
Y volviendo del pasto
En ejército inmenso las cornejas
El aire oprimen con crujientes alas.
Y las aves acuáticas que pueblan
En mil especies las salobres ondas,
Y las que a salto y vuelo
Las dulces aguas del Caístro pican
En los asianos paludosos prados,
Nuevas señas te dan cuando a porfía
Cubren sus hombros de deshechas perlas,
Hienden, zabullen, giran y se lavan
Sin saciarse jamás. Huraño el grajo
Se espacia a solas en la seca arena,
Y ahuecando la voz, la lluvia llama.
Aun las zagalas el llover predicen
De noche en el hogar, cuando a porfía
Hilando repartida la tarea
Ven que el aceite en el candil chispea
Y esponjosa humedad la mecha cría.

Ni te faltan pronósticos por donde,
Enjugándose el agua, vaticines
Soles serenos y apacibles días;
Que entonces ni sus fuegos las estrellas
Marchitos paran, ni humillada a Febo
La Luna encoge sus tendidos rayos,
Ni de lana cardados vellocinos
Se llevan por los aires; ni en la orilla
Los amados de Tetis alcedones
Anchas al tibio sol tienden las alas;
Ni a sacudir y destrozar manojos
Locos embisten los inmundos cerdos:
Entonces a los valles
Bajan las nieblas, y los valles cubren;
Y a la puesta del Sol atento el búho
En elevada cumbre,
Ejerce en balde su agorero canto.
En la altura mayor del limpio cielo
Niso aparece remontado, y Scila
Tímida huye, y por el rizo pena,
El blondo rizo que segó su mano:
Él, doquiera que Scila
Corta el aire sutil y huye volando,
Con estridentes alas por el viento
Persigúela feroz; ella, doquiera
Que Niso por el cielo se levanta,
Corta el aire sutil y huye volando.
Con apretadas fauces,
Tres, cuatro veces dan voces más puras,
Que vibran a distancia, las cornejas:
En sus altas mansiones
Tal vez de un nuevo gozo se estremecen,
Y forman de tropel en la hojarasca
Misteriosos ruidos,
Ledas volviendo a ver tras la borrasca
La tierna prole y les amables nidos.
Y no que yo partícipes las crea
De superiores celestiales luces
Por merced de los Dioses y los hados;
Mas sucede que así como se alejan
Del cielo los vapores fluctuantes
Y huyó la tempestad; a par que Jove,
La humedad de los austros recogiendo,
Lo flojo aprieta y lo concreto extiende,
Múdanse en los vivientes de igual modo
Las mentales imágenes, y pasa
El alma de uno en otro sentimiento,
No ya cuales solía
Cuando las nubes arrollaba el viento:
Nace de aquí, por montes y por prados,
Del coro de las aves el ruido,
Y el visible placer de los ganados,
Y de los cuervos el triunfal graznido.

Que si al Sol raudo y a la móvil Luna
En sus varios semblantes atendieres,
A fe que ni otro día
Faltará a tus avisos, ni en el lazo
Caerás que tienden las serenas noches.
Luna que, apenas cobra
Los fuegos renacientes, triste abraza
Con negros cuernos tenebroso espacio,
Lluvia a colonos y a marinos trae:
Luna teñida en virginal vergüenza
Vientos dice; que siempre con los vientos
Enrojeció su rostro la áurea Febe:
Y si ella al cuarto día
(Presagio es infalible) pura avanza,
No embotadas las puntas, por el cielo,
Todo ese día y los que de él nacieren
No habrá, hasta el fin del mes, lluvias ni vientos,
Y a Glauco, a Melicertes el de Ino,
Y a Panopea, en las amigas playas
Salvo sus votos cumplirá el marino.

Naciente el Sol y cuando al mar se inclina
También señales da: veraces ellas
Con la luz le acompañan matutina,
Le siguen con la luz de las estrellas.
Sol que de sombras matizó su oriente,
Que en nubes se reboza,
 Y hurta y deprime de su disco el centro,
Lluvias indica; de hacia el mar entonces
A plantas y a cosechas y a ganados
'Funesto el Noto ya marchando viene.
Si despuntando el luminar del día
Quiebra y esparce de su ardor los rayos
Entre allegados nublos, o si el lecho
Arrebolado de Titón dejando,
Con amarilla faz se alza la Aurora,
¡Ay! mal podrán los pámpanos las uvas,
Las tiernas uvas defender; copioso
Estallará en los techos el granizo.
Cuando, medido el cielo, el Sol declina,
Con atención mayor, mayor provecho
Contemplarle podrás; su faz entonces
Tintes diversos inmutarle suelen:
Lluvias promete la color cerúlea,
Y semblanzas de fuego Euros presagian;
Que si la rutilante llama vician
Azules manchas, a agitarlo todo
Concertarse verás vientos y nimbos:
No en noches tales amenaza o ruego
Mi barca apartará de la ribera.
Mas si a traer y a sepultar el día
El Sol tornare con luciente disco.
Vanos temores causarán las nubes;
Amenazas barriendo
Sesgo Aquilón agitará las selvas.

¿Qué traiga en fin el Véspero tardío,
Cuándo y de dónde las que arrastra el viento
Nubes, malignas no serán, qué anuncia
Húmido el Austro, conocer deseas?
Respuestas pide al Sol, que el Sol no engaña;
Y aun traiciones y gritas populares
A menudo ha anunciado, y el solemne
Momento de estallar las grandes guerras.

Muerto César, tú, oh Sol, compadecido
De Roma, la cabeza esplendorosa
Mortecina mostraste, a las malvadas
Gentes con noche amenazando eterna.
Bien que entonces las tierras y los mares,
Ladrantes perros y aves importunas
Señales ominosas ofrecieron.
Vimos al Etna abrir sus hondas fraguas
Una vez y otra vez, y las campiñas
De los Ciclopes devastar, volcando
Globos de fuego y derretidas piedras.
Oyó el germano por el aire todo
Estruendo de armas: despertando el Alpe,
Se estremeció bajo su eterna nieve.
Triste lamento en los callados bosques
Vago sonaba al espirar el dio,
Y pálidos espectros fueron vistos.
Lágrimas vivas el marfil y el bronce
Empapan en los templos: se detiene
El torrente, la tierra se entreabre,
¡Y hablan los brutos! De repente airado,
Rey de ríos Erídano soberbio
Remolina sus ondas, y las selvas:
Oprime con enorme pesadumbre,
Y establos y ganados ciego arrastra.
Males en tanto de anunciar no cesan
Palpitando las víctimas, y sangre
Corre en las fuentes públicas, y aullando
Lobos nocturnos las ciudades cruzan.
Nunca, sereno el aire, tan frecuentes
Rayos, cayeron; nunca tan infausta
Estrella ardió con extendidas crines.

Así los campos de Filipos vieron
Por vez segunda con iguales armas,
Entre sí combatir nuestras legiones:
Impasible los Númenes dejaron
Por vez segunda que la sangre nuestra
Los campos macedonios fecundase.
Día vendrá cuando en aquellos sitios
Con corvo arado el labrador moviendo
El césped, picas soterradas halle
Roídas del orin, o ya con rostro
Pesado hará sonar cóncavos yelmos:
Cavando, en olvidadas sepulturas
Dará, y abiertas, con espanto mudo
Huesos enormes mirará en el fondo.

¡Padre inmortal de la romana gente!
¡Tú, madre Vesta, del etrusco Tibre
Y Palatino monte protectora!
¡Oh Dioses todos de la patria mía!
Si un joven héroe al vacilante mundo
Ahora sustenta en sus robustos hombros,
No, al menos, lo estorbéis. Asaz con sangre
Nuestra, infeliz generación, la culpa
De Laomedonte pérfido expiamos.
Tiempo hace ya que nos envidia el Cielo
Tu posesión, oh César; ni le agrada
Que a humanos triunfos la atención conviertas.
Pues he aquí confundidas las nociones
Están del vicio y la virtud; con fases
Varias doquier la iniquidad domina:
Yace el arado sin honor; de luto
Se muestran las campiñas (los colonos
Arrebatados por la guerra), y visten
Adusto abrojo, y convertida luce
La corva hoz en fratricida espada.
Acá el Rhin, allá Eufrates con profundo
Rumor de guerra amagan: las ciudades,
Rotos los pactos, entre sí se hieren;
Campo parece de batalla el mundo.
Así en el circo rápidas cuadrigas
Parten a un tiempo: el conductor en balde
Parar de pronto intentará su carro,
Que a la voz sordo, indócil a la rienda
Cual relámpago vuela impetuoso.