GEÓRGICAS.
LIBRO PRIMERO
Qué da
a las mieses su esplendor risueño;
Bajo
qué astro feliz la dura tierra
Mover,
Mecenas, y enlazar conviene
Las
vides a los olmos; qué cuidados
Los
bueyes y rebaños hermosean;
Cuál
solícita industria, en fin, exige
La
abejuela frugal, cantar emprendo.
¡Vos,
del mundo fulgentes luminares,
Que al
año volador medís los plazos!
¡Tú,
padre Baco, y tú, fecunda Ceres!
(Pues
ya el hombre cambió, dádiva vuestra.
La
caonia bellota en pingüe espiga,
Y el
jugo que las uvas recataran
A las
ondas mezcló del Aqueloo);
Y vos,
a la campaña familiares,
¡Faunos!
¡Dríadas ninfas! venid presto,
Todos venid,
que vuestros dones canto.
¡Y tú,
Neptuno, a cuya voz la tierra,
La
tierra herida de tu gran tridente
El
primer pisador brotó gallardo;
Y oh tú
que tratas bosques, tú que en Cea
Trescientos,
en tu honor, níveos becerros
Miras
pacer sus fértiles llanuras;
Y oh Pan
Tegeo, guardador de ovejas,
Tú
mismo, si en el Ménalo te gozas,
El
patrio bosque y selvas de Liceo
Desampara,
te ruego, y ven propicio!
Y del
olivo, tú, descubridora,
Minerva;
y tú, mancebo que inventaste
El
combo arado, y tú también, Silvano,
Qué
arrancado un ciprés fácil meneas:
Cuantos
favorecéis la agricultura,
Dioses
todos y Diosas; los que abrigo
Dais a
la planta que nació baldía,
Y los
que dispensáis lluvias del cielo,
Al
sediento sembrado, yo os invoco.
Tú
asimismo, a doquier fueres más tarde
Sitio a
elegir en celestiales coros:
O ya
ciudades proteger te plazga;
O el
orbe superior, César te acoja
Por
dador de abundancia y rey del trueno,
Y del
materno mirto orne tu frente;
O prefieras reinar dios de Ios mares,
A quien
sólo doquiera el nauta implore,
Y
homenaje te dé la última Tule,
Y yerno
para sí te compre Tetis
Con el
caudal inmenso de sus ondas;
O
fijado entre Erígone y las Celas
(Do el
ardiente Escorpión por recibirte
Sus brazos
encogiendo escombra el cielo),
Estrella
ilustres los tardíos meses:
Quienquier
fueres (que no el Averno espera
Gozarte
emperador, ni a ti, confío,
Tan
triste adquisición vendrá en deseo,
Por más
que Grecia los Elíseos Campos .
Alabe,
y, mal atenta Proserpina
Al
materno, clamor, volver rehúse),
Tú, si
conmigo del cultor te apiadas
Que el
tino pierde, a mi atrevido ensayo
Ven
fácil, ven benigno, y dame aliento;
Cumple
tu alta misión, y desde ahora
A
humanos votos el oído enseña.
Al
apuntar la primavera, cuando
Helados
chorros de las canas cumbres
Ruedan,
y de los céfiros al soplo
Sazonado
el terrón se desmenuza,
Entonces
bajo el peso del arado
En los
surcos sumido, ya mis yuntas
Comiencen
a quejárseme, y en ellos
Gastada
empiece a relucir la reja.
Aquel
terrazgo que sentido hubiere
Dos
veces el calor, y dos los fríos,
Cumplirá,
en fin, los votos del avaro
Agricultor:
a contener sus frutos
No bastarán
las atestadas trojes.
Mas
antes de asulcar campos ignotos.
Los
vientos dominantes y del cielo
El
vario influjo investigar importa;
Las
usadas maneras de cultivo,
Las
condiciones del lugar geniales;
Saber
qué frutos brinda y cuáles niega.
En unos
sitios prueba el pan, en otros
La vid
prospera; aquí nace arbolado.
El
pasto natural allá enverdece.
.¿No
ves cuál nos envía el rico Etmolo
Oloroso
zafrán, marfil la India,
Y los blandos
sabeos sus aromas,
Y su
hierro los cálibes desnudos,
Y el
Ponto sus castores saludables,
Y sus
yeguas Epiro, que arrebatan
En
Elide la palma triunfadora?
Que así
a ciertas regiones dar sus bienes
En
justa partición plugo a Natura,
Y la
acordada ley perpetua guarda
Desque
Deucalion, vagando solo,
Tiró
guijarros sobre el yermo suelo,
Do los
hombres nacieron, raza dura.
Ea,
pues: si la tierra fuere rica,
Al
principiar el año, con la reja
Bueyes
robustos a volverla empiecen,
Tal,
que llegando el polvoroso estío,
Los
terrones expuestos a su influjo
Con el
lleno recueza de sus soles;
Mas si
el campo no es fértil, por encima
Dale
una reja al asomar de Arturo:
Aquello,
a fin de que viciosas hierbas
No la
risueña mies brotando ahoguen;
Esto,
porque del breve humor que cría
Desamparada
la heredad, no avenga
Que a arena
estéril reducida quede.
Cuida,
tras eso, que si rinde un año
Tu
campo, al otro descansar le otorgues,
Y en la
huelga vigor la tierra crie.
O allí,
mudada la sazón y el tiempo,
El
rubio grano sembrarás de donde
Primero
hubieres el legumbre, ufano
Con sus
locas vainillas, recogido,
O las
tenues semillas de la arveja,
O las
frágiles cañas y ruidosa
Pompa
de los amargos altramuces.
Ten
sabido que el lino y el avena,
Y las
adormideras, que destilan
El agua
soporosa del Leteo,
Mieses
son tales que la tierra agotan.
Ellas,
empero, en interpuestos años,
Fáciles
te serán, si pingüe abono
Al
campó exhausto dieres, y de inmunda
Ceniza
cubres las desnudas hazas.
Mudando
de simientes, el terreno
Así descansa,
sin que en tanto duerma
Exento
a la labor, al dueño ingrato.
También
a veces incendiar convino
Los
estériles campos, y rastrojos
Secos
arder con bulliciosas llamas;
Ya
porque así la tierra ocultas tuerzas
Recibe,
y alimento vigoroso,
O ya
porque a poder del fuego, el vicio
'Se le
cuece, y humor inútil suda;
O ya
porque el calor, secretas vías
Le
abre, y respiraderos por do vaya
A
animar nuevas hierbas fácil jugo;
O bien
más la endurece, y tal le aprieta
Las
grietas bostezantes, que ni tenues
Lluvias,
ni recio sol basta a dañarla,
Ni
Bóreas mugidor envuelto en hielos.
Mucho
también el que con rastros rompe
Las
estériles glebas, y de mimbres
Zarzas
arrastra, beneficia el campo;
A éste
no sin favor la blonda Ceres
Torna
los ojos desde el alto Olimpo:
Lo
mismo el que al través, vuelto el arado.
Parte
los surcos con que el campo eriza
Que aró
primero, y en labor constante
Vuelve
el seno a la tierra, y la avasalla.
Vos
lluviosos veranos y suaves
Hibiernos
implorad, agricultores;
Grato a
los campos y a las mieses grato
Es el
polvo hibernal. No a otro cultivo,
De su
fertilidad Misia es deudora,
Que de
rica presume; y si en asombro
Trueca
el Gárgaro mismo su ufanía,
No otra
causa hallarás a creces tantas.
¿Qué
diré en prez del que, esparcido el grano,
Hace
rostro a la tierra, y rueda al punto
Mezquinas
torres de ambiciosa arena;
Y luego
a los sembrados encamina
Corrientes
aguas que su intento siguen
En larga
vena; y si abrasado el suelo,
Mustias
las hierbas ya, penarle mira,
He aquí
de una empinada cuesta el agua
Suelta?
Ella cae, entre desnudas piedras
Forma
estrépito ronco, y con sus tumbos
Templa
el ardor de los sedientos campos.
¿Y qué
diré del que en la tierna hierba,
Paciéndolos,
rebaja del sembrado
Los
viciosos aumentos, cuando al surco
El lomo
iguala; y a la caña evita
Que de
espigas cargada desfallezca?
¿Y qué
del que humedad que lagos forma,
Con
absorbente arena extraer cuida,
Cuanto
más si en mudable estación crecen
Los ríos,
y sus aguas derramando,
Con el
légamo hostil todo lo invaden,
Causa
de cavidades cenagosas
Que
tépidos vapores siempre exhalan?
Mas
aunque hombres y bueyes a porfía
Con tan
asiduo afán la tierra labren,
Ni el
ánade malvado, ni importuna
Con sus
amargas fibras la achicoria,
Hará, y
las grullas que a Estrimón frecuentan,
Estrago
menos fiero; ni las sombras
Cesarán
de dañar. El mismo Jove,
Divino
institutor de la cultura,
De
abrojos erizar quiso el camino;
El
fundó el arte de mover la tierra,
Con la
necesidad estimulando
Humanos
pechos, y vedó por siempre
Que en
letárgica paz yazgan sus reinos.
Antes
de Jove manos no se hallaron
Que
tratasen los campos; aun entonces
Partirlos
ni acotarlos fue costumbre;
Que era
todo de todos, y la tierra
El
fruto anticipaba a los deseos.
Jove a las
negras sierpes su nociva
Ponzoña
dio; por él a ser rapaces
Los
lobos se enseñaron; manda al ponto
Revolverse
y bramar; las ricas mieles
Agosta
que las hojas goteaban;
Esconde
el germen de la luz, y extingue
El vino
natural que antes huía
Como
agora las aguas, en arroyos;
Porque,
recursos meditando, el hombre
Paso
tras paso a la invención se alzase
De las
útiles artes, a los surcos
Pidiendo
espigas, y en secretas venas
Del
pedernal herido hallando el fuego.
Entonces
sobre sí, no antes usados,
Huecos
troncos nadar sienten los ríos:
Sigue
el nauta en su anhelo
Las
estrellas del cielo,
Y de él
Pléyades, Híadas, la clara
Artos
de Licaón, nombre reciben.
Coger
con lazos y engañar con liga
Las
libres alimañas,
Ideose
también; también con perros
Rodeó
el cazador los grandes bosques.
Y ya
con redes uno ancha, corriente
Por
ella entrando, hiere; aquél tremola
Por el
piélago azul húmedos linos.
Apreciose
el rigor de los metales;
Y, hoja
estridente, apareció la sierra;
(Que en
la edad primitiva, para hendirle,
Sólo
fuerza de cuñas se hizo al roble.)
Tal las
artes en fin se coronaron;
Que al
hombre urgiendo, la escasez le educa,
Y el
trabajo tenaz todo lo allana.
Ceres,
sabia maestra, a los mortales
El seno
de la tierra a abrir indujo
Cuando
faltaron en las sacras selvas
Bellotas
y madroños, y Dodona
El
sustento habitual negó cansada.
Creció
en esmeros el cultivo, en cuanto
Funesta
a las espigas la impía nubla,
Y
hórrido a los sembrados sobrevino
El
torpe cardo. Y ya la mies fallece.
Que la
áspera maleza en torno crece,
Y el
abrojo la invade y el espino;
Oprimen
ya el espléndido sembrado
Triste
zizaña, estériles avenas.
Tú,
pues, como afanado
Las
gramas no persigas
Con
incansable rastro; si no alejas
Con
ruidos las aves enemigas;
Si,
hiriendo ociosas ramas,
El
asombrado campo no despejas,
Ni con
voto eficaz la pluvia llamas,
Triste con
sesgos ojos de vecina
Heredad
mirarás la parva enhiesta,
Y tu
hambre en la floresta
Aliviará
la sacudida encina.
Del
rústico fornido
Diré
las armas propias, sin las cuales
Ni la
mies se sembrara ni creciera.
La
reja, la primera,
Y el
recio, corvo arado:
De la
Madre Eleusina
También
el carro, en el rodar pesado;
Trillos,
carretas, rastros desiguales:
El humilde
utensilio de Celeo.
Todo de
mimbres: zarzos de madroño:
La
zaranda de Baco peregrina:
Esto
cuida tener aderezado,
Si de
veras del campo afortunado
Quieres
la gloria merecer divina.
Ve,
pues, ve presto al monte; allí derriba
Con
esforzado aliento un ramo enorme;
Corva
figura el olmo haz que reciba;
Cama al
arado a su pesar le forme.
Mida,
de ahí naciendo,
Ocho
pies el timón; aleta doble
Y
sólido dental empalma luego:
Ya
antes el tilo leve
Habrás
cortado para yugo: el haya
La
esteva te dará, con que el labriego,
Siguiendo
al buey, el instrumento mueve;
Y, al
hogar suspendidas las maderas,
El humo
lento su excelencia pruebe.
¡Cuántos
usos rurales
Que fe
lograron desde antiguos días
Puedo
enseñarte, si atención dispensas,
Y de
nimios consejos no te hastías!
Con
ingente cilindro la era iguala
Ante
todo; revuélvala tu mano,
Y con
greda tenaz la torne fuerte;
Tal,
que ni en sí fomente hierba mala,
Ni del
polvo vencida se abra inerte
Y
enemigos arteros
Burlados
queden; que el ratón enano
Casa y
troj subterránea hacer estila;
Y el
ciego topo en nido hondo se asila;
Y hállanse
en agujeros
El vil
escuerzo, y cuanto bicho existe;
En el
seno fecundo de la tierra:
Grandes
montones talador devora
El
gorgojo; y la hormiga, a quien la triste
Vejez
asusta, próvida atesora.
Mira
también en la floresta opaca
Cuando
vestido en flores, opulento
Dobla
el almendro los fragantes ramos:
De sus
frutos a par irán las mieses;
Que si
ellos lo vicioso sobrepujan,
Trilla
grande en los máximos calores
Tendrás;
mas si el follaje con su pompa
Oprimiere
los árboles, en vano
En la
era luego trillarás espigas
En que
abunda la paja y falta el grano.
Yo he
visto cierto a muchos labradores
Medicinar
primero la semilla,
Y con
nitro bañarla y negra amurca,
Porque
granos mayores
La planta
cuaje en la falaz vainilla,
Y, aun
con débil calor, sazón alcance.
Mas
simientes compuestas de esa suerte
Y a cumplir
esperanzas obligadas,
Las vi
degenerar, si humana industria
No hizo
nuevo escrutinio cada un año
Con
mano asidua. ¡Universal destino!
Todo a menos
camina, o retrocede :
Al que
su lancha, así, corriente arriba
Lleva a
impulso de remos, si concede
Al
afanado brazo algún reposo,
La
fuerza de las aguas le derriba
Y le
arrebata remolino undoso.
Allende
de esto, por tu bien, de Arturo
Consultarás
las luces, y los días
De las
Cabrillas, y el Dragón luciente;
Que
provechosos guías
Son al
agricultor, cuanto al viajero
Que
osa, en pos de la patria, maldecidos
Del
ostrífero Abidos
Los senos
arrostrar, y el Ponto fiero.
Cuando
a sueño y vigilia la Balanza
En
igual división mide las horas,
Y da
que sobre el orbe noche y día
Justos
compensen su dominio alterno,
Vos los
toros uncid, y las cebadas
Id esparciendo,
oh gentes labradoras,
Hasta
las lluvias últimas de hibierno.
Tiempo
es también de que cubráis entonces
El lino
y la cereal adormidera,
Ni los
brazos perdonen los arados
Mientras
enjuto el suelo los tolera
Y aun
penden por el aire los nublados.
Cumple
el haba sembrar en primavera;
Y torne
el mijo con su anual cuidado,
Y el
surco sazonado
Te
acoja, alfalfa, a ti, de larga vida,
Cuando
abra el año el albicante Toro
Con sus
cuernos de oro,
Y dando
el puesto al astro retrogrado,
El Can
en occidente se despida.
Mas si
el campo que aras
A que
en trigos te rinda su tributo
Y en
valientes escandas le preparas,
Y de
espigas tan sólo pides fruto;
Mientras
su faz las Pléyades de oriente
No
oculten, y de Ariadna la Corona
No
hubieres visto que su ardor desmaya,
No
vueles a la tierra renuente
La
esperanza a fiar que envuelve el año:
Retenle
al surco el grano que le adeudas;
Muchos,
anticipándose de Maya
A la
declinación, sembrar pudieron;
Pero
todos la mies del desengaño
En
avenas inútiles cogieron.
Que si
la arveja y el plebeyo fríjol
Presumes
educar, y no desdeñas
De la
egipcia lenteja la cultura,
Advierte
que Bootes a tu anhelo
Señal
no oscura al inclinarse envía;
Comienza
entonces, y en sembrar porfía
Hasta mediada
la estación del hielo.
He aquí
el dorado sol, los doce signos
Tratando
de la esfera, el orbe rige
En
partes ciertas dividido. El cielo
Cinco
zonas ocupan: de ellas una
En la
lumbre solar siempre encendida,
Con el
fuego solar siempre tostada:
En torno
suyo a diestra y a siniestra
Comprimidas
las últimas se extienden
Con
tristes lluvias y cerúleos hielos:
Otras
dos entre aquéllas y éstas caen
(Por
merced especial que hacer quisieron
Los
Dioses a los míseros humanos);
Y entre
ambas el camino va por donde
Oblicuo
el orden de los astros gira.
El
mundo, cuanto yerto se levanta
Hacia
la Escitia y los Rifeos montes,
Por los
líbicos páramos australes
Tanto
desciende. De los polos, uno
Sobre
nosotros siempre se descubre;
El negro
Estigio y los profundos Manes
Debajo
de sus pies miran el otro.
Con
giros sinuosos como un río
El
enorme Dragón acá se espacia
Y por
medio y por cima de las Osas:
(Las
Osas, que a mojarse no se atreven
En el
húmedo seno de Oceano).
Y allá,
fama es común, o por ventura
Reina
noche eternal y alto silencio,
Y más y
más las sombras se condensan;
O tal
vez, de nosotros trasponiendo,
La
Aurora a esas regiones lleva el día,
Y
cuando con sus soplos matinales
Los
caballos de Oriente nos saludan,
Allá
entretanto reluciente y bello
Héspero
enciende su fanal tardío.
Nace de
aquí que, ambiguo el cielo estando,
Las
tempestades predecirse puedan,
Y de la
siega adivinar el día,
Y el
tiempo de la siembra, y cuándo cumple
Con
remos azotar el ponto aleve,
Cuándo
a punto el bajel sacar del puerto,
O en la
selva en sazón herir el pino.
Ni es
ociosa labor que de los astros
El
ocaso estudiemos y el levante,
Y en
cuatro diferentes estaciones
Partido
el año en sucesión constante.
¿Encierra
al labrador la lluvia fría?
Cosas
puede esmerar que festinara
En
horas libres de sereno día:
El duro
diente a la mellada reja
El
arador afila,
O el
tronco ahonda destinado a barca.
O el
ganadillo marca,
O
números imprime a sus montones:
Otro
estacas y horcones
Aguza, o
adereza por ventura
A la
flexible vid firme atadura,
Y es
propicia ocasión de que tu mano
Labre
de dócil mimbre fácil cesta;
Tú mismo
al fuego tuesta
O en la
piedra a su vez quebranta el grano.
Allende
de esto en los festivos días
Con las
leyes divinas las humanas
Ejercicios
permiten inocentes;
Que jamás
Religión vedó al labriego,
Ni
reparar las cercas del plantío,
Ni a las
campiñas devolver el riego;
Al ave
armar engaño
Tampoco
impide, o en salubre río
Sumir
tal vez el bajador rebaño;
Y va en
paz de los Dioses el colono
Que al
asnillo espacioso a quien arrea
Aceite
carga o pobres frutas lía,
Y del
pueblo tornando a la alquería
Trae
algún asperón o parda brea.
La Luna
misma en señalar no yerra
Faustos
a empresas varias varios días.
Teme el
quinto; nació pálido el Orco
En él y
las Euménides bravías;
En él
dio en parto infando- a luz la Tierra
A
Japeto y a Ceo,
Y al
hórrido Tifeo;
Y en él
alzarse a los hermanos miro
Que el
cielo a desgarrar se conjuraron:
Tres
veces con esfuerzo grande, el Osa
Asentar
sobre el Pélion intentaron;
Sí, y
el frondoso Olimpo sobre el Osa;
Y tres
veces el Padre Omnipotente
Con
rayo ejecutivo
Desbarató
los hacinados montes.
Séptimo
día al décimo siguiente,
A que
vid plantes, o telar aprontes,
O
enyugues hosco buey, sazón es buena.
Propicia
al fugitivo,
Es
contraria al ladrón la luz novena.
Hay
atenciones que en la noche fría
Mejor
que en tiempo alguno hallan camino,
O bien
cuando rocía
Los
campos el lucero matutino.
Leves
rastrojos y resecos prados
Ve por
las noches a segar, que nunca
Faltó a
las noches humedad propicia.
Tal hay
que las veladas hibernales
Al
claror de sus fuegos beneficia,
Labrando
al cabo de espigada tea
Con
hierro agudo; y con suave canto
Solazando
el fastidio a la tarea,
La
mujer entretanto
Sonoro
el peine por la tela corre,
O a fuego
lento el mosto dulce cuece,
Y con
hojas tal vez el caldo espuma
De la
olla que hirviendo se estremece.
En lo
recio del sol la mies se corta,
La
rubia mies, y tríllase en la era
En lo
recio del sol el seco grano.
Ara
desnudo tú, siembra desnudo,
Que mal
hacello pudo
Flojo
el cultor en el hibierno cano;
Antes
gozan, del frío en los rigores,
El
allegado bien los labradores,
Y con mutuos
festines se regalan
Cuando
al placer invita
La
estación genial que penas quita:
Tal,
cuando avistan puerto y velas calan
Cargadas
naves tras embates fieros,
Con
guirnaldas las popas engreídas
Coronan
los alegres marineros.
Empero,
las bellotas encinales
Tiempo
es entonces que cogiendo vayas,
Y del
laurel las bayas,
Frutos
de oliva y de sangriento mirto.
Lazo
pon a la grulla, red al ciervo,
O a la
orejuda liebre
Acosa
entonces; o, siguiendo al corzo,
Regida
de tu mano el honda gima,
Mientras
en hielos se entretiene el río
Y
blanquea la nieve en la alta cima.
¿Del
otoño diré los temporales
Y sus
astros? ¿Diré lo que al colono
Hace
avisado cuando a ser principian
Breves
los días y el calor menguante?
¿O qué
cuando lluviosa primavera
Pasa, y
barbada mies el campo eriza?
¿O
cuando en leche ya los frumenticios
Hinchen
las verdes cañas? ¡Cuántas veces
Cuando
a sus rojas hazas el colono
Llevaba
al segador, y las cebadas
Con sus
frágiles vástagos cogía,
Vi
furiosos bajar todos los vientos,
Y las
cargadas mieses descuajando,
Alzarlas
por el aire y esparcirlas
Con
ímpetu veloz; y así llevarse
En
negro torbellino la borrasca
Leves
cañas y pajas voladoras!
¡Cuántas
veces avino
Caer
gran golpe de aguas de lo alto,
Y las
nubes de todo el horizonte
Con
turbiones venir engrandeciendo
La
oscura tempestad! La etérea cumbre
Parece
desatada desplomarse
En
líquida sonante pesadumbre:
Las
zanjas hinche el agua;
Los
nítidos sembrados,
Fábrica
de paciencia, desparecen;
Los huecos
ríos con estruendo crecen,
Y
hierve el mar en sus profundos vados.
El
Padre de los Dioses
Dardos
fulmina entre las densas sombras
Meneando
la diestra coruscante:
Los
valles se estremecen,
Las
fieras se guarecen,
Derramado
pavor las gentes postra;
Y él su
cólera ardiente aun no desbrava,
Y en el
Atos, o el Ródope, o los yertos
Ceraunios
montes sus centellas clava.
Crecen
los austros y el llover espeso,
Y
zumban de los vientos bajo el peso
Las
selvas removidas,
Y
plañen las riberas combatidas.
¿El
daño temes? En el cielo estudia
Las
sazones del tiempo y sus señales:
Ten
cuenta a dó se esconde
Frígido
el astro de Saturno, y mira
A las
celestes órbitas por donde
Fúlgido
el astro de Cilene gira.
Y ante
todo a los Númenes venera:
En los
herbosos prados
El añal
sacrificio a la alma Ceres
Renueva
siempre, cuando hibierno espira
Y
primavera entre celajes ríe.
Pingües
están entonces los corderos,
Y los
vinos suavísimos; entonces
Dulces
los sueños son, densas las sombras
En los
selvosos montes. Anda, y toda
La
agreste juventud vaya contigo,
Y a la
alma Ceres reverente adore:
Tú de
miel sazonada y dulce néctar
Ofrece
libaciones; y tres veces
Circule
en torno de los nuevos trigos
La
propiciante víctima, y en coro
Los rústicos
gozosos la acompañen,
Y a Ceres
clamen que a sus techos venga,
Y nadie
las maduras
Espigas
con la hoz toque imprudente
Si
primero en honor de la gran Diosa,
Retorciendo
a la sien rama de encina,
No
ensayó danzas y entonó canciones.
Y a fin
que por señales no dudosas
Los
calores, las lluvias y los vientos
Que fríos
acarrean
Simple
labriego adivinar pudiese,
El Padre
mismo de los Dioses quiso
Establecer
lo que la Luna enseña
Mudando
sus semblantes; en qué punto
Aquiétanse
los austros,
Y qué
es lo que, sentido, a los pastores
Cerca
de los establos aconseja
El
ganadillo retener medrosos.
Alzándose
los vientos, desde luego
Las
agitadas ondas
A
hincharse empiezan, y árido crujido
Oír se
deja por los montes altos,
O ya a lo
lejos las extensas playas
Retumban,
y el rumor crece en los bosques.
Mal al
combo bajel la onda respeta
Cuando
de en medio el mar ves que los mergos
A la
costa dirigen
Con el
rápido vuelo los clamores,
O si en
la orilla enjuta
Las
marinas gaviotas se solazan,
Y la
usada laguna abandonando
Sube la
garza y por las nubes vuela.
Verás
también, cuando amenazan vientos,
Rápidas
en la noche deslizarse
Fugitivas
estrellas
En pos
dejando luminosas huellas
Del
cielo en las opacas soledades;
Y verás
por los suelos
Leves
pajas girar y hojas caídas,
Y a flor
de agua bullir nadantes plumas.
Mas si
acaso en relámpagos la parte
Del
aterido Bóreas arde, y truenan
Del
Céfiro y él Euro las regiones,
El agua
cauces colma y campos cubre,
Y cogen
en el mar todos los nautas
La
húmeda vela. De sorpresa nunca
La
lluvia sobreviene; que o se alzaron
Del
fondo de los valles
Huyendo
de ella las aerias grullas,
O ya al
cielo mirando la becerra
Con
abierta nariz sorbió los vientos,
O a vuelo
la piante golondrina
Triscó
en torno del lago, o en el limo
A su
antiguo llorar volvió la rana.
Más a menudo
aún, nunciando lluvia,
Sus
huevos de sotierra
En
cobro pone la viajera hormiga,
Trillando
angosta senda; y aguas bebe
El arco
que domina el firmamento,
Y
volviendo del pasto
En
ejército inmenso las cornejas
El aire
oprimen con crujientes alas.
Y las
aves acuáticas que pueblan
En mil
especies las salobres ondas,
Y las
que a salto y vuelo
Las
dulces aguas del Caístro pican
En los
asianos paludosos prados,
Nuevas
señas te dan cuando a porfía
Cubren sus
hombros de deshechas perlas,
Hienden,
zabullen, giran y se lavan
Sin
saciarse jamás. Huraño el grajo
Se
espacia a solas en la seca arena,
Y
ahuecando la voz, la lluvia llama.
Aun las
zagalas el llover predicen
De
noche en el hogar, cuando a porfía
Hilando
repartida la tarea
Ven que
el aceite en el candil chispea
Y
esponjosa humedad la mecha cría.
Ni te
faltan pronósticos por donde,
Enjugándose
el agua, vaticines
Soles
serenos y apacibles días;
Que
entonces ni sus fuegos las estrellas
Marchitos
paran, ni humillada a Febo
La Luna
encoge sus tendidos rayos,
Ni de
lana cardados vellocinos
Se
llevan por los aires; ni en la orilla
Los
amados de Tetis alcedones
Anchas
al tibio sol tienden las alas;
Ni a sacudir
y destrozar manojos
Locos
embisten los inmundos cerdos:
Entonces
a los valles
Bajan
las nieblas, y los valles cubren;
Y a la
puesta del Sol atento el búho
En
elevada cumbre,
Ejerce
en balde su agorero canto.
En la
altura mayor del limpio cielo
Niso
aparece remontado, y Scila
Tímida
huye, y por el rizo pena,
El
blondo rizo que segó su mano:
Él,
doquiera que Scila
Corta
el aire sutil y huye volando,
Con
estridentes alas por el viento
Persigúela
feroz; ella, doquiera
Que
Niso por el cielo se levanta,
Corta
el aire sutil y huye volando.
Con
apretadas fauces,
Tres,
cuatro veces dan voces más puras,
Que
vibran a distancia, las cornejas:
En sus
altas mansiones
Tal vez
de un nuevo gozo se estremecen,
Y
forman de tropel en la hojarasca
Misteriosos
ruidos,
Ledas
volviendo a ver tras la borrasca
La
tierna prole y les amables nidos.
Y no
que yo partícipes las crea
De
superiores celestiales luces
Por
merced de los Dioses y los hados;
Mas
sucede que así como se alejan
Del
cielo los vapores fluctuantes
Y huyó
la tempestad; a par que Jove,
La
humedad de los austros recogiendo,
Lo
flojo aprieta y lo concreto extiende,
Múdanse
en los vivientes de igual modo
Las mentales
imágenes, y pasa
El alma
de uno en otro sentimiento,
No ya
cuales solía
Cuando
las nubes arrollaba el viento:
Nace de
aquí, por montes y por prados,
Del
coro de las aves el ruido,
Y el
visible placer de los ganados,
Y de
los cuervos el triunfal graznido.
Que si
al Sol raudo y a la móvil Luna
En sus
varios semblantes atendieres,
A fe
que ni otro día
Faltará
a tus avisos, ni en el lazo
Caerás
que tienden las serenas noches.
Luna
que, apenas cobra
Los
fuegos renacientes, triste abraza
Con
negros cuernos tenebroso espacio,
Lluvia
a colonos y a marinos trae:
Luna
teñida en virginal vergüenza
Vientos
dice; que siempre con los vientos
Enrojeció
su rostro la áurea Febe:
Y si
ella al cuarto día
(Presagio
es infalible) pura avanza,
No
embotadas las puntas, por el cielo,
Todo
ese día y los que de él nacieren
No
habrá, hasta el fin del mes, lluvias ni vientos,
Y a Glauco,
a Melicertes el de Ino,
Y a Panopea,
en las amigas playas
Salvo
sus votos cumplirá el marino.
Naciente
el Sol y cuando al mar se inclina
También
señales da: veraces ellas
Con la
luz le acompañan matutina,
Le
siguen con la luz de las estrellas.
Sol que
de sombras matizó su oriente,
Que en
nubes se reboza,
Y hurta y deprime de su disco el centro,
Lluvias
indica; de hacia el mar entonces
A
plantas y a cosechas y a ganados
'Funesto
el Noto ya marchando viene.
Si
despuntando el luminar del día
Quiebra
y esparce de su ardor los rayos
Entre allegados
nublos, o si el lecho
Arrebolado
de Titón dejando,
Con
amarilla faz se alza la Aurora,
¡Ay!
mal podrán los pámpanos las uvas,
Las
tiernas uvas defender; copioso
Estallará
en los techos el granizo.
Cuando,
medido el cielo, el Sol declina,
Con
atención mayor, mayor provecho
Contemplarle
podrás; su faz entonces
Tintes
diversos inmutarle suelen:
Lluvias
promete la color cerúlea,
Y
semblanzas de fuego Euros presagian;
Que si
la rutilante llama vician
Azules
manchas, a agitarlo todo
Concertarse
verás vientos y nimbos:
No en
noches tales amenaza o ruego
Mi
barca apartará de la ribera.
Mas si
a traer y a sepultar el día
El Sol
tornare con luciente disco.
Vanos temores
causarán las nubes;
Amenazas
barriendo
Sesgo
Aquilón agitará las selvas.
¿Qué
traiga en fin el Véspero tardío,
Cuándo
y de dónde las que arrastra el viento
Nubes,
malignas no serán, qué anuncia
Húmido
el Austro, conocer deseas?
Respuestas
pide al Sol, que el Sol no engaña;
Y aun
traiciones y gritas populares
A menudo
ha anunciado, y el solemne
Momento
de estallar las grandes guerras.
Muerto
César, tú, oh Sol, compadecido
De
Roma, la cabeza esplendorosa
Mortecina
mostraste, a las malvadas
Gentes
con noche amenazando eterna.
Bien
que entonces las tierras y los mares,
Ladrantes
perros y aves importunas
Señales
ominosas ofrecieron.
Vimos
al Etna abrir sus hondas fraguas
Una vez
y otra vez, y las campiñas
De los
Ciclopes devastar, volcando
Globos
de fuego y derretidas piedras.
Oyó el
germano por el aire todo
Estruendo
de armas: despertando el Alpe,
Se
estremeció bajo su eterna nieve.
Triste
lamento en los callados bosques
Vago
sonaba al espirar el dio,
Y
pálidos espectros fueron vistos.
Lágrimas
vivas el marfil y el bronce
Empapan
en los templos: se detiene
El
torrente, la tierra se entreabre,
¡Y
hablan los brutos! De repente airado,
Rey de ríos
Erídano soberbio
Remolina
sus ondas, y las selvas:
Oprime
con enorme pesadumbre,
Y
establos y ganados ciego arrastra.
Males
en tanto de anunciar no cesan
Palpitando
las víctimas, y sangre
Corre
en las fuentes públicas, y aullando
Lobos
nocturnos las ciudades cruzan.
Nunca,
sereno el aire, tan frecuentes
Rayos,
cayeron; nunca tan infausta
Estrella
ardió con extendidas crines.
Así los
campos de Filipos vieron
Por vez
segunda con iguales armas,
Entre
sí combatir nuestras legiones:
Impasible
los Númenes dejaron
Por vez
segunda que la sangre nuestra
Los
campos macedonios fecundase.
Día
vendrá cuando en aquellos sitios
Con
corvo arado el labrador moviendo
El
césped, picas soterradas halle
Roídas
del orin, o ya con rostro
Pesado
hará sonar cóncavos yelmos:
Cavando,
en olvidadas sepulturas
Dará, y
abiertas, con espanto mudo
Huesos
enormes mirará en el fondo.
¡Padre
inmortal de la romana gente!
¡Tú,
madre Vesta, del etrusco Tibre
Y
Palatino monte protectora!
¡Oh
Dioses todos de la patria mía!
Si un
joven héroe al vacilante mundo
Ahora
sustenta en sus robustos hombros,
No, al
menos, lo estorbéis. Asaz con sangre
Nuestra,
infeliz generación, la culpa
De
Laomedonte pérfido expiamos.
Tiempo
hace ya que nos envidia el Cielo
Tu
posesión, oh César; ni le agrada
Que a humanos
triunfos la atención conviertas.
Pues he
aquí confundidas las nociones
Están
del vicio y la virtud; con fases
Varias
doquier la iniquidad domina:
Yace el
arado sin honor; de luto
Se
muestran las campiñas (los colonos
Arrebatados
por la guerra), y visten
Adusto
abrojo, y convertida luce
La
corva hoz en fratricida espada.
Acá el
Rhin, allá Eufrates con profundo
Rumor
de guerra amagan: las ciudades,
Rotos
los pactos, entre sí se hieren;
Campo
parece de batalla el mundo.
Así en
el circo rápidas cuadrigas
Parten
a un tiempo: el conductor en balde
Parar
de pronto intentará su carro,
Que a la
voz sordo, indócil a la rienda
Cual relámpago vuela impetuoso.