lunes, 15 de mayo de 2017

Virgilio y Miguel Antonio Caro: Geórgicas. Libro II

GEÓRGICAS. LIBRO SEGUNDO.

Hasta aquí de los campos la cultura
He cantado, y del cielo las estrellas.
Ahora a ti cantaré, Baco, y contigo
Los silvestres arbustos, y la prole
De la tarda en crecer, plácida oliva.
Ven, ¡oh Padre Leneo! De tus dones
Todo aquí lleno está, todo te ríe:
Cargado con las dádivas de otoño
Aquí el campo florece, y la vendimia
Hierve, y sobre los bordes se derrama,
Ven, ¡oh Padre Leneo, y olvidando
El severo coturno, ven conmigo
En mosto nuevo a hundir los pies desnudos.

En modos diferentes, lo primero,
Por virtud natural las plantas brotan.
No de humanas industrias obligadas,
Mas por sí vienen unas, y a lo largo
Campos invaden y errabundos ríos:
Así el ligero mimbre, y las flexibles
Retamas; así el álamo, y el sauce
De verdicanas hojas coronado.
De yacentes semillas nacen otras;
Los castaños erguidos,
Y el ésculo, gigante de los bosques,
A Jove dedicado, y las encinas,
Cual oráculos ya de Grecia honradas.
Otras por la raíz se multiplican
En densa muchedumbre de renuevos:
Olmos, cerezos, y el laurel de Apolo,
Que tierno se alza a la materna sombra
Del tronco protector. Sabia Natura
Desde era inmemorial por modos tales
Al nacer de los árboles preside,
Cuantos la tierra pueblan,
Agrestes selvas y sagrados bosques.

Allende de esto hay árboles que trajo
Oficiosa experiencia a su servicio.
Uno en surcos renuevos deposita
Que a la cepa matriz su mano saca;
Otro ramas entierra,
Ya trozo herido en cruz, ya aguda estaca.
Tal árbol hay montés, que si rastreros
Los vástagos le encorvas, toma creces,
Y gozoso propaga
Hijuelos vivos en su propia tierra.
No piden otros árboles raíces,
Y viose al podador sembrar mil veces
Puntas de ramas, y brotar felices;
Y mil veces también (aunque imposible
Referido parezca) por pedazos
Plantose un tronco, y germinar fue vista
La olivosa raíz del seco leño.
Y de un árbol los ramos,
El orden natural violando impunes,
En los de otro mudarse contemplamos:
Trocadas peras el manzano injerto
Por suyas muestra, y al cornejo duro
Ves de ciruelas rojear cubierto.

¡Ea, pues, labradores! de esta suerte
Ásperos frutos suavizar es dado:
No las tierras dejéis en ocio inerte,
Estudiad de las plantas los cultivos:
Viñas cubran el Ismaro sagrado,
El gran Taburno revestid de olivos.

Mas ya en piélago abierto suelta el ala,
Y en la empresa que arrostro a darme aliento
Acude ¡oh tú, de mi pobreza gala,
Y por título justo, gran Mecenas,
Parte preciosa de la fama mía!
No el emprendido asunto
En pobres versos apurar intento;
No si cien voces yo, si lenguas ciento
Tuviese, y férrea voz, lo intentaría.
Ven, y rayendo la vecina playa,
Tierra a tierra boguemos. Y no temas
Que yo cantando a entretenerme vaya
En largo exordio y fabulosos temas.

Arboles que en los montes
A gozar de la luz y de la vida,
Por sí mismos del suelo se levantan,
Frutos no ofrecen; mas en cambio bellos
Y valientes se ostentan, que Natura
Vivificó sus gérmenes. Y aun ellos,
Si con otros se injertan por ventura
O en bien mullidas hoyas se trasplantan,
Depondrán sus selváticas maneras,
Y a fuerza de cultura y de cuidados,
Irán con giro dócil a los grados
De perfección a que llevarlos quieras.
Los que estériles yacen
En extremas raíces sustentados
También prosperarán si se traspasan
A escampado plantel; que en mustia alfombra
Las hojas altas y maternos ramos
Con humillante sombra
El fruto impiden, o al brotar le abrasan.
Suben con melancólica tardanza
Los árboles que nacen de simientes;
Al sembrador conceden la esperanza,
La sombra a sus remotos descendientes.
¡Cuántas veces en ellos
Olvidando la fruta los suaves
Antiguos jugos, decaer la vimos!
¡Cuántas veces la vid se dio a las aves
Villana presa en míseros racimos!
Así todos los árboles requieren
Labor constante, educadora mano
Que haga mercedes y tributos cobre.
Mas de rama mejor prende la oliva,
Y de mugrón las vides
Mejor se extienden, y de estaca dura
Se alza el mirto gentil que en Pafos priva.
Plántanse de postura
El robusto avellano, el fresno ingente.
El tronco umbroso que corona a Alcídes,
Y del Dios de Caonia las encinas,
Y el ardua palma, y el abeto osado
Que baja a ver el ponto y sus ruinas.
Tal vez injerto el áspero madroño
Se viste de nogal; ni es caso extraño
Que manzanas el plátano infecundo
Hermosísimas rinda, o del castaño
Ornato para sí las hayas tomen;
¡Tanto el arte alcanzó! Silvestre fresno
Del peral con las flores encanece,
Y los cerdos tal vez bellotas comen
Que sacudido el olmo les ofrece.

Ni ya ingerir e inocular son uno;
Pues o bien, donde en medio a la corteza,
La delgada película impeliendo
Brotan las yemas, en el nudo mismo
Harás breve incisión, y allí la yema
Asentarás de otro árbol, con tal arte
Que al jugoso patrón prospere unida;
O troncos lisos cortarás, y grieta
Honda con cuñas en el leño abriendo,
Fértil púa hincarás. No habrá pasado
Largo tiempo, y al cielo árbol ingente
Ya con ramos espléndidos se eleva,
De sus recientes frondas admirado
Y de los frutos que prestados lleva.

Natura misma varïar de arreo
Concede a cada tipo: el olmo fuerte,
Y sauce, y loto, y el ciprés ideo,
No son todos doquiera de igual suerte.
También semblantes muda el pingüe olivo;
Que éste verás redondo, aquél picudo;
Otro la amarga Pausia rinde esquivo.
Libertad no menor en los manzanos
Hay, y en cuantos frutales
Cultivó en sus jardines Alcinoo:
Cuál árbol Sirias peras, o Crustumias,
Cuál las Volemias brinda, al puño iguales.
Ni es una la vendimia
Que aquí de nuestros árboles pendiente
Orgulloso contemplo, y la que coge
De la Metimnia vid la lesbia gente.
Mira: pámpanos Tasios en ligera
Tierra se nutren, y en asiento fuerte
La alba vid Mareótica prospera:
Y la uva Psitia sazonado vino
Cela, herida del sol; mientras la breve
Leporaria destila el jugo fino
Que enreda lengua y pies a quien lo bebe.
Tampoco a las purpúreas la voz mía,
Ni a vosotras, tempranas, callar debe.
¿Mas con qué dignos versos osaría
Tu excelencia decir, Rética uva?
No tanta que a igualarse tu ambrosía
Con las riquezas de Falerno suba.
¿Y qué la Amínea casta,
La de vinos que nunca desmerecen,
A quien el rico Tmolo y el Faneo,
Rey de viñedos, homenaje ofrecen?
¿Qué la Argitis menor, con quien ninguna
En fluyente abundancia y larga vida
Osara competir? Prestar te veo,
Rodia, a los Dioses libaciones gratas
En medio del festín; y tú, Vacuna,
En hinchados racimos te dilatas.
Mas de vides y vinos
¿Quién dirá las especies, quién los nombres?
Cuento no tienen, ni apreciarlo importa;
Que si inquirirlo esperas,
Las arenas también sabrás que a solas
El Céfiro remueve entre bajíos
En el líbico mar; sabrás las olas
Que mueren en las jónicas riberas
Cuando el Euro sacude los navíos.

Mas no en todos los climas
Hacen todos los árboles morada:
Trata el sauce los ríos;
Ceñir densa laguna al olmo agrada;
Arraiga el fresno en escabrosas cimas;
El tejo el Bóreas ama, ama los fríos;
Gozosos mirtos en las playas crecen,
Y tus racimos, Baco,
Despejadas colinas apetecen.
Mira el orbe en sus últimas regiones
Avasallado a la cultura; mira
Ya el Árabe y sus tiendas orientales,
1 Ya el pintado Gelono. Cada planta
En su alindado reino se levanta.
Sola el ébano negro la India envía;
De la gente Sabea
La vara es propia que el incienso cría.
Ni olvidará mi canto
El bálsamo divino que gotea
De los fragantes leños; ni las gomas
Del florecido, vividor acanto.
¿O los bosques diré del Etïope
Con suavísimas lanas blanquecinos,
Y cómo a sus florestas
Peinan los Seres los vellones finos?
¿Diré las selvas que en su fértil seno
Con quien límites parte el Oceano,
Final región del mundo, India sustenta?
No hay recuerdo de flecha voladora
Que el tope de sus árboles sublime
Venciese disparada
(Ni secretos del arco el Indo ignora).
La de largo sabor e ingratos zumos
Vivificante cidra, el Medo exprime:
Antídoto entre todos soberano,
Ella acude y redime
Humanas vidas al letal veneno,
Si con hierbas y mágicas palabras
La copa emponzoñó madrastra impía.
Es el prócero cidro en su figura
Semejante al laurel; si no esparciera
Su privativo olor, laurel sería:
No lo desnuda el viento;
Tenaz la flor como las hojas dura;
Quita a las bocas enfermizo aliento,
Ancianos pechos de fatigas cura.

Mas no los Medos con sus selvas ricos,
No el Ganges bello, y turbio el Hermo de oro
No Bactria, no los Indos, no Pancaya
Con arenas de incienso envanecida,
Osen a Italia disputar sus glorias:
Italia, a quien el seno
No con la reja revolvieron toros
Que por la ancha nariz llamas despiden
Y a dientes de dragón la tierra mullen;
Mies de guerreros no espigó sus campos
Con duros yelmos y apretadas picas:
No; mas ¿ves cuál abunda
En llenas mieses y suaves vinos,
Cuál olivos la alegran y rebaños?
Allá erguido campea
El guerrero corcel: acá, bañadas
Frecuentes veces en tu sacro río,
Miro albas reses, y el fornido toro,
Cabeza de las víctimas, Clitumno,
Que romanas conquistas
Condujeron en triunfo al Capitolio.
Eterna, primavera, aquí floreces;
Mitiga ajenos tiempos el estío;
Dos veces cada un año
Prole anuncian las hembras del rebaño;
Y da sus pomas el frutal dos veces.
No aquí rabiosos tigres, de leones
La raza maldecida aquí no prueba;
Ni vegetal ponzoña, al que en el campo
Hierbas cogiendo va, traidora engaña;
No rastrera en enormes vueltas gira,
Ni en tanto espacio como en lueñes tierras
Cierra la sierpe su escamosa espira.

Contempla luego, y mira
Tanta egregia ciudad, tanta obra insigne;
Tantos castillos, fábrica del hombre,
Acumulada piedra sobre piedra,
Que dan temor; y las corrientes aguas
Que viejos muros sojuzgadas lamen.
¿O el mar diré que a un lado y a otro lado
La Patria ciñe? ¿Tantos lagos bellos?
¿A ti, príncipe entre ellos,
Lario, o a ti, que al férvido Oceano
En olas y fragor, Benacio, copias?
¿O cantaré los diques, del Lucrino
Las allegadas moles; y el furioso
Rugir del mar, por donde la onda Julia
Lejos retumba al ímpetu del ponto,
Y el Tirreno agitado
Hierve, y las fauces del Averno invade?
Tierra en todo fecunda,
Venas de argento y cobre Italia encierra,
Y en oro bullidor su seno abunda.
Y ella hijos fuertes a sus pechos cría:
Los Marsos, las sabélicas legiones,
El sufrido Ligur, el Volsco armado
De dardo invicto; Marios ella y Decios
Brota, grandes Camilos, Escipiones
Nacidos a la guerra; y madre es tuya,
Oh César soberano!
Que hoy triunfante en las últimas regiones
Del Asia, haces que el Indo tiemble, y huya
De las almenas del poder romano.
¡Salve, madre feliz, de mieses rica,
Rica en hombres de pro, Saturnia tierra!
¡Salve! En tu honor mi voz y mi deseo
A las artes agrícolas levanto
Que celebraron las antiguas gentes;
El sello rompo de las sacras fuentes,
Y las lecciones del anciano ascreo
Por las romanas poblaciones canto.

De los terrenos ya las condiciones,
La fuerza, el modo, la color veamos
Que cuadran a sus varias producciones.
Tierras ingratas, ásperas colinas
Donde estéril arcilla y piedras yacen
En espinoso lecho,
A la oliva vivaz que ilustra Palas,
Acogen, y en servirla se complacen.
Aquellas son donde de trecho en trecho
Acebuches hallares, y esparcido
El suelo vieres de silvestres bayas.
Mas tierras pingües, las de hinchado seno,
Que embeben dulce humor, y hierbas brotan,
Cuales solemos en los huecos valles
Que hacen los montes, contemplar, a donde
Arroyos de las cumbres desatados
El fertilizador légamo arrastran;
Campos que al Austro caen, y el helecho,
Al corvo arado aborrecible, crían,
Riquísimos viñedos
Cultivados darán. En campos tales
Crecen las uvas que el licor gotean
Con que el oro tal vez de nuestras copas
Teñir usamos, cuando a par del ara
Su flauta de marfil sopla el obeso
Etrusco; cuando vamos
Las entrañas de víctimas, que humean,
En fuentes a ofrendar que dobla el peso.
Luego, si en ti el amor de los ganados
Mayores vence, y quieres tus novillos
O las cabras guiar y corderillos
Cuyos dientes agostan los sembrados,
Responderán los bosques y lejanas
Comarcas de Tarento a tus deseos;
O a campos ve cuales perdió infelice
Mantua inocente, la que cisnes nutre
Émulos de la nieve
En las herbosas orlas de su río:
Allí aguas puras y abundoso pasto
Tendrá tu grey, y del verdor el gasto
En largos días, repondralo, en breve
Callada noche, el gélido rocío.

Tierras negruzcas que fecundo seno,
Hondo entrando el arado, manifiestan,
Tierras muelles y fofas
(¿Ni qué más a imitar la reja aspira?)
Campo de trigos son. No de otro alguno
Tantos volver verás a la alquería
Carros tirados de calmosos hueves.
Ni menor prez merece el suelo en donde
Reinaba bosque secular, y luego
Vino el cultor, y con airadas manos
Postró la estéril pompa, y los antiguos
Palacios de las aves
Arrancó de raíz. Ellas dolientes
Álzanse huyendo en la región vacía.
¿Qué ves? Campo de escombros. Ya la reja
De esperanza le viste y de alegría.
Ni a cascajosas cuestas
Que apenas a la abeja voladora
Humildes casias y romero ofrecen;
Ni a la toba escabrosa, ni a la greda
Que negros roen los quelidros, pidas
Fruto jamás; mudas decir parecen:
«No hay campo que también como éste pueda
Dulce sustento dar, corvas guaridas
A las serpientes.» Tierra, en fin, que exhala
Tenue niebla, volátiles vapores,
Y humor bebe y le suelta si le place;
Tierra que de perpetua verde gala
Con no prestadas gramas se reviste,
Y a útil hierro no afea
Con salitroso orín o moho triste,
Alegres vides tejerá a tus olmos,
O cubrirá de frutos tus olivas,
Y, propicia al ganado
Y dócil al arado,
Esclava la tendrás si la cultivas.
Tales los campos son de quien tributo
Capua recibe, que en riqueza abunda:
Tales los que al Vesabio mal seguros
Ciñen en torno, y los que Clanio inunda;
De Acerra infausto a los yermados muros.

Tiempo es ya que mi voz te enseñe el modo
De catar los terrenos. El que exploras
Mira si es grueso asaz o tal vez flaco;
Que uno es propicio al pan, otro a las viñas;
Ceres prefiere el denso; el flojo, Baco.
Sitio elija, ante todo,
Tu mirada sagaz: abrir ordena
Hondo un hoyo de sólidas paredes,
Y en él vaciando cuanto de él sacares,
Tus pies igualen los rehenchidos bordes.
Que si te falta arena,
Tierra aquella es delgada,
Cimiento a la alma vid, pasto a las greyes;
Mas si ella misma a su nativo asiento
Volver repugna, y, la oquedad colmada,
Aun sobra, campo es grueso, do anunciarse
Terrones pingües ves y surcos dobles;
Árale ufano con robustos bueyes.
Tierra salobre y la que amarga nombran
No es para siembras adecuada. En balde
El arado a domarla probaría;
En ella sienten generosas vides .
Su sangre empobrecerse; allí las pomas
Su fama pierden. Suelo tan menguado
Reconocer te es dado
Si del humoso campesino techo
Cestos de mimbres aprestados tomas
O coladeros de lagar: en ellos
Con la indiciada tierra
Mezcla a colmo agua dulce de una fuente:
El líquido impaciente
Huye, y los mimbres gruesas gotas bañan:
El paladar consulta: manifiesto
El amargo al sentido,
Triste hará al catador torcer el gesto.

Oye últimos indicios:
Tierra pingüe será la que se pega
A los dedos cual pez mientras se estrega,
No así la que se escurre en polvo vano.
Hierbas la húmida cría
Altas, y en vicio engañador abunda.
¡Ay, a los Cielos plega
Que en su brote primero, en demasía
No se me ostente mi heredad fecunda!
Si es tal tierra liviana o grave, el peso
No tarda en descubrirlo; ojo avisado
Dirá si es prieta o de color distinta.
Mas ¡cuán difícil es mostrar si un campo
Guarda malvado frío en sus entrañas!
Sólo el pino silvestre y las negrales
Hiedras, a veces, y nocivos tejos,
Dan de tan triste, condición señales.

Ya el terreno explorado,
Aun falta el campo apercibir; aún falta
Con hoyas barrenar los grandes montes,
Y mantener al Aquilón expuestos
Los revueltos terrones, mucho antes
Que en el sitio adoptado
La alegre tribu de las vides plantes.
El de friable seno
Es a las viñas óptimo terreno:
Cuidan darle sazón vientos y heladas,
Y el cavador robusto,
Trastornando sus fértiles yugadas.
Mas aquel labrador que de prudente
Nunca el nombre desmiente,
Nueva industria medita, y el terrazgo
En que ordenadas traspondrá las vides,
Semejante le elige al que primero
Cual nativo las plantas ocuparon,
Porque al tierno sarmiento
No duela el cambio del materno asiento.
Y hállase quien señale
Del cielo la región, en la corteza
Del árbol que traslada,
Y, todos cual crecieron, orientada
Esta parte al calor austral, aquella
Al Septentrión mirando, fiel dispone
Que hábil mano las leyes no atropella
Que en años tiernos la costumbre impone.

Temprano considera
Si debes en los cerros, o en el llano,
Colocar tu viduño. ¿Campo es grueso,
Y pingüe tierra? Sembraraslo espeso;
Que en trabado plantío
No menos liberal Baco prospera.
¿O es desigual terreno en que se empina
Una y otra colina?
Siémbralo entonces con mayor holgura;
Mas, a cordel los árboles plantando,
Nunca los saques de la usual figura,
Y a cerrarla concurra cada hilera.
¿Quién vio tal vez cuando en marcial alarde
A lid apercibida, sus cohortes
Despliega una legión? Los combatientes
En ordenadas haces se adelantan,
Y el campo ocupan, que ondear parece
Con el vivo lucir de los aceros:
No ha estallado el conflicto; aún en silencio
Marte indeciso por los cuadros vaga.
Tus vides de esta suerte
A iguales trechos pon en rectas calles;
No tanto por la bella perspectiva
Que al ánimo dará vano contento,
Mas porque así la tierra equitativa
Vitales jugos distribuye, y pueden
Libres los ramos dilatarse al viento.

De los hoyos la hondura
Acaso aguardas que mi voz te diga.
La vid, somera yo sembrar no dudo:
Más profundo en la tierra
Y más secreto el árbol alto aferra;
Sobre todos el ésculo, que cuanto
El cielo hiere con su copa altiva,
Con raíz honda en el averno estriba.
Ni horrísona tormenta,
Ni lluvia impetuosa le derriba:
Él las generaciones de los hombres
Contempla renovarse, y victorioso
Ve los años pasar, los siglos cuenta:
A un lado y a otro lado
Sus brazos de gigante retorciendo,
En torno de su basa el campo escombra,
Y en su centro firmísimo asentado,
La majestad sostiene de su sombra.

No miren a Occidente
Tus vides; avellanos no se pongan
Entre ellas; ni eminente
Sarmiento elijas, ni en la cima vayas
Las plantas a tomar, sino en lo bajo;
¡Que el amor de la tierra tanto vale!
Con embotado hierro los pimpollos
No toques; y en tus vides
Troncos no mezcles de silvestre olivo;
Que a veces, descuidados los pastores,
Saltó lampo de fuego, que furtivo
En la pingüe corteza se cautela;
Y luego más activo
Ciñe el tronco, a las altas hojas vuela,
Y a cielo abierto resplandece y brama:
Ya va de rama en rama
Triunfante, y la alta copa señorea;
Sobre el bosque de vides se derrama,
El resinoso pasto le embravece,
Y a la región vacía
Espesas nubes de su seno envía.
¡Y qué, si la tormenta
Envuelve a los sembrados, y en sus alas
Al incendio recibe y lo acrecienta!
No el abrasado campo los felices
Sarmientos ornarán de nuevas galas:
Que, agostados los jugos y raíces,
Sólo, padrón aciago,
El acebuche sus amargas hojas
Tiende infeliz sobre el común estrago.

Nadie, aun sabio muestro, te persuada
A remover la tierra
Cuando boreales soplos la endurecen;
Que el temporal la cierra
Entonces con el hielo, y la plantada
Simiente oprime, y la raíz no aferra.
Sazón propicia de sembrar las vides
Te dará la purpúrea primavera,
Cuando con blancas alas torna el ave
Que las largas culebras aborrecen;
Y del otoño los primeros fríos.
Cuando, huyendo el verano,
Rápido el sol no toca todavía
Con sus corceles al hibierno cano.
¡Oh, cómo es dadivosa
La primavera a bosque y selva umbría!
A su influjo la tierra hinche su seno
Y a geniales semillas lo abre ansiosa:

El Éter, padre omnipotente, entonces
En lluvia fecundante
Baja al regazo de la alegre esposa;
Le envuelve el cuerpo inmenso, inmenso él mismo,
Y los principios de los seres cría.
Trinan en la floresta
Alados coros, y en preciso día
Juegos de amor renuevan los ganados.
El campo sus tesoros manifiesta,
Y el césped se desata
A los soplos del Céfiro templados;
Tierno humor en los prados se dilata.
Las flores sin recelo
Al nuevo sol esperan cortesano;
Y el pámpano del Austro soplo insano
No teme ya, ni que barriendo el cielo
En lluvia el aquilón súbito rompa;
Antes abre sus yemas, y despliega
Todo el alarde de su hojosa pompa.

No creo que otros los tempranos días
Fueran del universo, ni otra fuera
Su ley original: primaverales
Tiempos fueron; hermosa primavera
Señoreaba el mundo, a quien el Euro
No ofendía con hálitos glaciales,
Cuando la luz primera
Bebieron los ganados, cuando el hombre
Holló, férrea, progenie, el duro suelo,
Y de fieras los montes se erizaron,
Y brillaron estrellas por el cielo.
Ni adelantado habría el orbe infante
Su desenvolvimiento laborioso,
Si no hubiese tan grande paz doquiera,
Y promediando la calor y el frío,
La divina piedad no le valiera.

Y luego, cualesquiera
Plantones que en las hoyas estrechares,
Esparce abono fértil, y con mucha
Tierra los cubre,o piedras absorbentes
En torno siembra y escamosas conchas:
En libre giro pasarán entre ellas
Líquidas aguas, hálitos sutiles,
Y así las plantas se alzarán más bellas
Cobrando oculta fuerza. Agricultores
Hay que con grave piedra y teja ingente
Arropan el mugrón, o por guardalle
Contra turbión intempestivo, o cuando
Atormentada por el Can, su seno
Con anhelante sed abre la tierra.

Ya las cepas plantadas, atenciones
Tienes aún; que o tierra a las raíces
Traerás constante, y tenderás la dura
Azada de dos dientes; o moviendo
Bajo la hincada reja
El suelo, guiarás entre la viña
El paso torpe de rebeldes bueyes.
También de apercibir tiempo es entonces
Cañas pulidas y desnudas varas,
Y pértigas de fresno,
Y horquillas, en que empiece vid infante
Sus pasos a ensayar, desprecie al viento,
Y en difuso ornamento
A la cima del olmo se levante.

En sus primeros juveniles días
Indulgencia la vid pide y merece.
Mientras fiado al aura que le mece
Ledo el pámpano ensaya
Su libertad, la podadera evite
Tu mano; y sola, cual la armó Natura,
Hojas superfluas arrancando vaya.
Recorta los cabellos, y los brazos
Hiere a la vid, cuando su lujo explaya
Ciñendo al olmo en arraigados lazos;
Ella antes de eso la nociva fuerza
Teme del hierro: entonces, sólo entonces
Tu mano imperio riguroso ejerza,
Y sus ramos soberbios tenga a raya.

Ni retejer olvides
Los setos; y defiende del ganado
La tierna hoja de nacientes vides.
A más de hielo duro y sol ardiente:
Embístenla tenaces
El uro agreste y vagabundas cabras;
La oveja misma y la voraz becerra
No la perdonan. Y en verdad, ni el frío
En albísima escarcha macizado,
Ni el ardor del estío
Que áridas rocas con su peso oprime,
Tanto daña a la vid como el ganado
Con la ponzoña de su duro diente,
Que en el tronco inocente
Funesta cicatriz, hincado, imprime.

No otra culpa se expía
Guando se inmola en los altares todos
A Baco un macho de cabrío, y cuando
Vemos en los teatros celebrarse
Antiguos dramas; no con otro intento
En aldeas también y encrucijadas
Los hijos de Teseo
Con premios los ingenios convidaron,
Y entre el plácido estruendo de las copas
Sobre aceitados odres, en las muelles
Praderas, cabriolas ensayaron.
Los romanos colonos, de igual suerte,
Antigua raza que de Troya vino,
Riendo sin compás, rústicos versos
Improvisan; de cóncavas cortezas
Semblantes para sí toman horrendos;
Y en alegres canciones
Te invocan, Baco, y en tu honor suspenden
De los pinos erguidos
Tus móviles afables mascarillas.
A su influjo el viñedo
Lozano ostenta sus adultos bríos,
Y huecos valles y profundos bosques
Rebosan abundancia, y a doquiera
Que el Dios volver se digna el rostro ledo,
El campo brota y ríe.
Cantemos, pues, de Baco los loores
En religiosa fiesta,
En los versos que niños aprendimos;
Con sacros panes y tempranas frutas
Coronemos su altar, y ante él parezca,
Llevado de los cuernos, escogido
Cabrón, y en asadores de avellano
Pingües entrañas examine el fuego.

Otro esmero demanda
La cultivada vid; que es en las vides
Necesidad jamás bien satisfecha
Por asidua labor, tres, cuatro veces
Cada año el suelo abrirles,
Y, vuelto el azadón, sin paz, sin tregua
Romperles los terrones, y el plantío
Aliviar de su hojosa pesadumbre.
Apenas acabadas, las faenas
Vuelven del labrador; sobre sus pasos
Siempre en círculo igual ruedan los días.
Cuando, en fin, de la hoja
Última se despoja
La vid, y el verde honor del bosque umbrío
Sacude Bóreas frio,
Ya al año venidero
Próvido extiendes, labrador, tus miras,
Y de Saturno con el corvo diente
A la atreguada vid en sus raíces
Embistes, y podando, la compones.
Tú el primero la tierra cava, quema
Los sarmientos podados tú el primero,
Y lleva a la alquería
Tú el primero también, los rodrigones;
Y vendimia entre todos el postrero.
Dos veces a la vid sombras invaden,
Y dos veces al año
Hierbas le estrechan su espinoso sitio;
Y uno y otro apareja ímprobo empeño.
Alaba, pues, un campo grande; sólo
Cultiva uno pequeño.
¿Qué más? La áspera rama
Del rusco, por el bosque; en la ribera
Córtase el junco que los ríos ama;
Y del sauce silvestre
El cuidado tus ocios ejercita.
Ya las vides atadas me figuro,
Y en paz la podadera,
Y de sus cuadros ya en la extrema hilera
Cansado el viñador alegre canta.
Solicitar la tierra todavía
Falta empero, y abrir las glebas duras;
Aun debes, por las uvas ya maduras,
De los aires temer mudanza impía.

Muy otro el sacro olivo,
Nada pide al cultivo,
Nada a la corva hoz, nada le debe
Al rastrillo tenaz, como ya en firme
Haya arraigado y vientos sobrelleve.
Si la azada la mueve.
La tierra suficiente jugo luego
Ofrece al olivar; y si la reja,
Rico le para de copiosos frutos:
Tal el árbol se nutre que agradables
Rinde a la Paz sus fértiles tributos.

Y todos los frutales,
Cuando sus troncos vigorosos sienten,
Y las fuerzas conocen que en sí llevan,
Con orgulloso brío, en muestra ufana,
A los astros se elevan,
No socorridos ya de industria humana.

En tanto la abundancia
Miro del bosque que sin trabas crece:
Cada rústica estancia
De las aves del cielo,
Con sangrientas frutillas se enrojece.
¿Ves afeitar el cítiso las cabras?
¿Las teas ves que el alta selva ofrece
Y a nocturnas hogueras alimento
Son, y a la ancha campaña lumbre amiga)
¿Y a Natura oficiosa
Corresponder aún dudas, hombre lento,
Con tu parte de esfuerzo y de fatiga?
Callaré de los árboles mayores:
El sauce estéril, la retama humilde
Dan hoja a los ganados,
Dan sombra a los pastores,
Y seto a los sembrados,
Y pábulo a la miel. Y es gran delicia
Contemplar el Citoro
Que de bojes cubierto olas semeja,
Los resinosos bosques de Naricia,
Y campos que jamás violó la reja
Ni atormentó del hombre la codicia.
Aun las selvas, que estériles dijeras,
Que la cumbre del Cáucaso dominan,
En cuyo daño renovando embates
Indómitos los Euros se amotinan,
Múltiples elementos dan: en pinos
Tablas a los marinos
Brindan, y a los artífices de casas
En cedros y cipreses dan maderas.
De ahí el cultor para sus carros forma
Ruedas sin rayos, o los rayos de ellas,
Y cóncavos costados a los barcos.
Tiende el sauce su vara
Profusamente, su hoja el olmo ofrece,
Valiente astil el arrayan depara,
El cerezo a guerreros favorece,
Y dóblase, y en arcos
Itureos su forma el tejo trueca;
Y el boj, al torno dócil, y el liviano
Tilo mudan también la suya, y ceden
Al agudo cincel que los ahueca:
Al Po lanzado el álamo ligero
En la undosa corriente sobrenada.
Y las doctas abejas sus enjambres
En las huecas cortezas y en el seno
Guardan también de una cascada encina.
¿Hay algo que a estos dones, en la historia
De los dones de Baco se equipare?
Tú a crímenes a veces, Baco, incitas:
Tu influjo a par de muerte
Fue de Centauros a la ardida tropa,
Y a Folo, a Reto, a Hileo;
Hileo, que feroz a los Lapitas
Por ti amenaza con disforme copa.

¡Oh una y muchas veces venturosos
Los labradores, si estimar supiesen
Los bienes de que gozan! ¡Venturosos
Los que del seno de la madre tierra
Centuplicados los suaves frutos
En posesión pacífica reciben,
Lejos del ruido de civil discordia!
Palacios no hay allí que en pompa regia
Por sus pórticos todos, desde el alba
A oleadas los áulicos derramen:
No la vista suspende
Incrustado dintel de conchas bellas:
Tampoco ricas telas y brocados,
O insignes bronces que Corinto envía:
Ni al limpio aceite allí vició la casia,
Ni fenicio veneno albos vellones.
En cambio paz segura,
Y un sabroso vivir libre de engaños
Y en la copia profuso de sus dones,
Tiene el agricultor. Aquella holgura
Y alma serenidad de la campaña,
Umbrosas espeluncas, vivos lagos,
El fresco valle y verde, los mugidos
Del perezoso buey, los apacibles
Sueños gozados bajo amenas sombras,
A su dicha no faltan. En el campo
Sobria, fuerte, a fatigas avezada
Verás la juventud. ¿Cazar te plugo?
Bosques tendrás, enmarañados bosques,
Fieras y grutas. ¿La virtud te guía?
Aquí verás la religión honrada,
Honrada la vejez. Cuando del suelo
Impuro se ausentaba la Justicia,
Dejó en los campos sus postreras huellas.

Antes que todo, aquellas
Más que nada en el mundo
Dulces al corazón, divinas Musas,
A quienes, de su culto sacerdote,
Con infinito anhelo amo y adoro,
Piadosas en su gremio me reciban.
Los caminos me enseñen
Del cielo, el voltear de las estrellas,
Las ausencias del Sol, las mutaciones
De la Luna; quién hace que de pronto
Trema la tierra; cuál oculta fuerza
Entumece y desborda
Sobre diques al mar; cómo él de nuevo
Torna en su lecho a reposar en calma;
Quién los soles de hibierno precipita
Impaciente en las olas de Oceano,
Y quién retarda las estivas noches.
Si no alcanzare mi talento humilde
Tan altas maravillas, y en mi pecho
Vital calor al entusiasmo falta,
Sin otra gloria que el amor tranquilo
Del campo, el campo buscaré y las selvas.
Selvas y valles, y encantados ríos.
¡Quién al Esperquio me llevara! Al centro
Llevadme del Taigeto, que frecuentan
Vírgenes de Laconia! Allá, a los fríos
Valles del Hemo conducidme, y alta
Sombra me cerque de obsequiosos ramos!

¡Feliz aquel que las ocultas causas
Penetró de Natura, y sin cuidarse
De lo que traigan los futuros días,
Cual polvo vano los temores tristes
Huella, y los ecos de Aqueronte avaro!
¡Feliz también aquel que sólo agrestes
Divinidades conoció: Silvano,
El añoso Silvano,
Pan, y la tribu de las ninfas bella!
No los fasces del pueblo, no le turba
La púrpura real; no los infieles.
Hermanos que honda disensión separa;
No el Daco, descendiendo de los ríos
Que su salvaje juramento sellan;
No romanas empresas, no de imperios
Lejanos la ruina. Ni crüeles
Miserias ve que a compasión le inclinen,
Ni altivas pompas que a furor o envidia.
Frutos con que de suyo
Los árboles le brindan y los campos,
Alcanza sin fatiga. Duras leyes
No conoció en sus días,
Públicas tablas ni agitado foro.

Otros bogando el remo
Hienden el mar, a las espadas corren,
Y de altos Reyes la mansión invaden.
Cuál ciudades destruye
Y pobres techos con el suelo iguala
Por reclinarse en púrpura de Tiro
Y beber (¡gran conquista!) en copa de oro;
Cuál riquezas sepulta, y azorado
Sobre ellas duerme. Quién absorto admira.
Al popular tribuno;
Quién atónito escucha en el teatro
Aplausos que a los próceres tributan
Patricios y plebeyos. O en la sangre
De sus hermanos con placer se lavan;
Y el que probó contraria a la fortuna,
Trueca a destierro el dulce hogar nativo
Y patria busca en los extraños climas.

Mas el cultivador con el arado
Corvo la tierra mueve: así comienza
Del año las prolíficas labores
Con que a la Patria nutre, y su familia
Sustenta, y sus ganados,
Y aquellas yuntas que tan bien le sirven.
Ni hay tregua ya; que exuberante el año
Pomas vierte, o rebosa en nuevas crías;
O allega Ceres sus manojos rubios,
O la abundancia en los sembrados ríe,
Y las trojes rehinche y se derrama.
¿Llega el hibierno? La preciosa oliva
Se exprime en el lagar; vuelven los cerdos
Repletos de bellota a la zahúrda.
Madroños da la selva. Ya hace alarde
Otoño de sus bienes;
Y la dulce vendimia, al sol expuesta,
En escabrosas cimas se sazona.
Sus hijuelos en tanto
Cuélganse en torno a disputar sus besos:
Fe conyugal y honesto amor guarece
Su inmaculado hogar. La mansa vaca
Para él dilata sus lecheras ubres;
Y en los herbosos prados,
Fieros ya de sus cuernos se acometen
Los bien medrados juguetones chivos.
Fiel las fiestas celebra: reclinados
Sobre la hierba, donde en medio brilla
El fuego del altar, sus compañeros
Cíñenle en flores el colmado vaso,
Y él le empina en tu honor, ¡oh buen Leneo!
Premios allí propone a los pastores,
O ya en el olmo erguido el blanco fije
A donde asesten las veloces flechas,
O ya a rústica lucha aderezados
Desnudos muestren sus fornidos miembros.

Los antiguos Sabinos
Tal manera de vida instituyeron;
Costumbres como aquestas nos legaron
Rómulo y Remo; así la fuerte Etruria
Creció; así Roma levantó la frente,
Y de alcázares siete amurallada,
Del mundo apareció gentil señora.
Y aun antes del reinado de Dicteo;
Antes que con novillos degollados
El hombre, ímpio linaje, sala hiciese,
Esta vida feliz vivió en la tierra
Saturno, padre de los siglos de oro.
No a impulso de aire resonar clarines
Entonces, ni crujir oyera el hombre
Puestas al duro yunque las espadas.

Mas hemos recorrido
Campo inmenso; tiempo es que a los caballos
Soltemos ya los humeantes cuellos.