lunes, 10 de abril de 2017

Ovidio y Diego Mexía de Fernangil: Penélope a Ulises

ARGUMENTO A LA PRIMERA EPÍSTOLA

Dando principio los Griegos a su numerable guerra contra la ciudad de Troya para vengar la injuria y afrenta hecha a Menelao por Paris, robando a Elena su mujer, fue llevado a ella Ulises, hijo de Laertes, rey de Itaca, contra su voluntad, para valerse de su mucha prudencia en aquel prolijo cerco; y no fue vana la elección de los Griegos, pues se atribuye a Ulises la mayor parte de aquella victoria. Conseguida, pues, la venganza, y Troya totalmente destruida, volviendo los Griegos vencedores a sus patrias, por la indignación de Minerva muchos de ellos fueron hundidos en la mar, otros muertos con miserables fines, y algunos anduvieron peregrinando mucho tiempo por diversas regiones. Entre los cuales Ulises, vagando diez años por el mundo, a su mujer Penélope dio ocasión a que le escribiese (entre otras muchas) esta carta. Muéstrale por ella su firmeza y casto propósito: acúsale la tardanza, señal de cierto olvido, y escríbele los muchos trabajos y agravios que con los que la pretendían por mujer (creyendo que Ulises fuese muerto) padecía. Pintase en esta epístola muy al vivo la fortaleza y valor, y lo mucho que merece la mujer que es verdaderamente honrada en presencia y en ausencia de su mando.

EPÍSTOLA PRIMERA
PENÉLOPE A ULISES

Tu desdichada esposa, aunque constante,
Penélope, que espera y ha esperado
La vuelta de su esposo y dulce amante,

A ti, mi Ulises, lento y descuidado.
Esta te envía; no te sea molesta
Por ser de quien en Frigia has olvidado.

Si del antiguo amor algo te resta.
No me respondas, ven tú mismo luego;
A ti, mi señor, quiero por respuesta.

Ya cayó Troya, cierto; ya es hoy fuego
Quien a las damas griegas era odiosa.
Porque era impedimento a su sosiego.

Érales tan horrible y espantosa,
Que apenas fue su rey Príamo dino
De tal rencor, ni de ira tan rabiosa

¡Oh! ojalá pluguiera a algún divino
Poder, cuando al Egeo con la armada
Veloz cortaba Paris el malino,

En Cila diera, o en Caribdi airada.
De suerte que el adúltero y su gente
Fueran hundidos en la mar salada.

No abrazaría el aire vanamente
En el desierto lecho, ni sintiera
El frío de la noche y del ausente.

No me quejara que mil siglos era
Un día en esta ausencia, imaginando
Que el sol se detenía en su carrera:

Ni las manos viudas macerando
Tejiera esta mi tela, con que peno,
Por ir las noches y horas engañando.

Cuando no temí yo en el tiempo bueno
Mayores riesgos de los que has pasado,
Pues siempre está el amor de temor lleno.

Fingía contra ti de Troya armado
Un escuadrón, y solo en acordarme
De Héctor, quedaba en un sudor helado.

O si alguno venía por contarme
Que Antíloco por Héctor fue vencido,
Antíloco era causa de turbarme.

O viendo que a Patroclo no han valido
Las falsas armas para de los daños
De la parca cruel ser redimido.

Lloraba (¡ay triste!), que de los extraños
Sucesos infería mi tormento,
Y ser en vano todos tus engaños.

Renovó mi dolor ver que el cruento
Sarpedón en el fuerte Tlepolemo
Ensangrentó la lanza hasta el cuento.

En fin, cualquiera Griego que el extremo
Espíritu enviaba al siglo escuro
Turbaba al fuego en que por ti me quemo.

Mas proveyó algún Dios a mi amor puro.
Pues siendo salvo mi consorte amado.
Abrasó a Troya y allanó su muro.

Ya muchos Capitanes han tornado
A sus queridas patrias y lugares,
Y alivian el cansancio que han pasado.

Ya humean con incienso los altares,
Ya en los templos se cuelgan los famosos
Trofeos y despojos militares.

Las damas, viendo libres sus esposos.
Traen dones a los Dioses soberanos,
Y ellos les cuentan casos espantosos:

Cuentan cómo vencieron con sus manos
A Troya, y cómo a Janto y su corriente
Ocuparon los cuerpos de Troyanos.

Enarca el viejo la arrugada frente
De espanto, y la doncella sin rüido
Se maravilla, y oye atentamente.

La mujer de la boca del marido
Está colgada atenta, contemplando
Los trances y naufragios que ha sufrido.

Alguno con el dedo señalando
En la mesa las guerras demostraba
A Troya en breve círculo pintando.

Por aquí el Simoente caminaba
Con curso arrebatado; aquí el Sigeo
Monte al supremo cielo amenazaba:

Aquí el alcázar es donde el trofeo
De sus pasados Príamo el anciano
Guardaba; aquí hería el mar Egeo.

Allí tenía a la derecha mano
Su tienda o pabellón Aquiles hecho,
Y Ulises a esta parte en aquel llano.

Héctor aquí arrastrado a su despecho.
Espantó los caballos desbocados,
Y de Hécuba afligió el materno pecho.

Estos sucesos, y otros olvidados,
Los supe de Telémaco mi hijo.
Que en parte dan alivio a mis cuidados.

El sabio Néstor, dice, se los dijo.
Cuando te fue a buscar, a mí volviendo
Sin ti, y con nuevas con que más me aflijo.

Mas me contó que a Reso muerto habiendo
Y a Dolone, triunfaste en darles muerte,
Por ser a aquél con fraude, a éste durmiendo.

Y que tu ardid y audacia fue de suerte
(Oh padre del descuido y del olvido),
Que bien se echó de ver tu pecho fuerte.

Pues en el Tracio campo entremetido
De noche, y con un solo compañero,
Lo dejaste (cual rayo) destruido.

En un tiempo eras cauto, y no ligero
En los peligros, y era que me amabas;
Mas ya de amante te has mudado en fiero.

Mientras yo oía tus empresas bravas.
Los miembros un temor me iba ocupando.
Temiendo el grande riesgo con que andabas.

Hasta que en torno del amigo bando
Entendí que triunfaste de la guerra.
Los caballos Ismarios conquistando.

Pero ¿qué me aprovecha que por tierra
Hayan echado al Ilión vuestros brazos,
Donde el valor de Marte está y se encierra?

¿Qué me aprovecha ver los embarazos
De Troya concluidos, y su gente
Muerta, y sus muros hechos ya pedazos,

Si quedo yo tan sola, tan ausente.
Como durando Troya, y sin marido
Viuda he de vivir eternamente?

Para las otras ella ha perecido.
Mas vive para mí, pues no he gozado
El parabién de mi recién venido.

Ya donde Troya fue se ve el sembrado,
Y la tierra de sangre frigia llena
Produce a tiempo el fruto deseado.

El medio sepultado hueso suena
Cuando el arado con su diente fiero
Lo hiere y desmenuza como arena.

Y allí donde el alcázar fue primero,
Y el templo de magnífica opulencia,
Se ve de espesa yerba un bosque entero.

Tú, vencedor, estás en triste ausencia,
Y saber a mí sola se me niega
La provincia que goza tu presencia.

Si acaso nave peregrina llega
A este mi puerto, luego a sus patrones
Por ti pregunto, y déjanme más ciega.

Agora escribo en breve estos renglones,
Con nuestro amado Meso, el cual se aparta
De mí por te buscar en mil naciones.

Otras veces ha ido a Pilo, a Esparta
En busca tuya, y no ha sabido cosa
Por relación, por nuevas o por carta.

Mejor me fuera que la licenciosa
Llama no hubiera en humo convertido
De Febo la muralla milagrosa.

Y pésame de cuanto he prometido
A los eternos Dioses, porque oyera
Ser el Dardano pueblo destruido.

Porque Troya viviendo, yo tuviera
Nuevas de ti, y aun cartas cada día,
Y solo el riesgo de tu osar temiera.

La pena, el sobresalto, la agonía.
Igual nos fuera a todos de este modo,
Que es dulce, en bien o en mal, la compañía.

Qué tema no lo sé, y lo temo todo;
Porque un temor allá en el alma crece,
Con que a temer mi daño me acomodo.

Lo que en sí tiene el mar, lo que se ofrece
De peligro en la tierra, o todo junto,
Ser causa de tu ausencia me parece.

Con este pensamiento, luego al punto
(Según los hombres sois libidinosos)
Que preso estás de nuevo amor, barrunto.

Y pienso que en los trances amorosos
Dirás a tu querida (que de gana
Escuchará tus dichos engañosos):

—Yo tengo en Grecia a mi mujer, que lana
Y lino, como rústica, adereza:—
Rústica sí seré, mas no liviana.

Al sumo Jove y a su eterna alteza
Ruego sea falso lo que yo imagino,
Porque iguale tu fe con mi firmeza.

Que estando libre del adulterino
Amor, yo espero que estos mis tormentos
Abrirán a tu vuelta algún camino.

Mi viejo padre riñe por momentos,
Y manda desampare el viudo lecho,
Tu tardanza increpando y mis lamentos.

Ríñame, mande, increpe, a su despecho
He de ser tuya, y tuya he de nombrarme;
De solo Ulises ha de ser mi pecho.

Él, viendo es imposible desviarme
De ti, se rinde a mi valor constante,
Y templa su importuno aconsejarme.

Gran copia de mancebos desde el Zante,
Desde Samo y Dulcigno aquí han venido
Con aparato y término arrogante.

Pretende cada cual ser mi marido,
Y todos, sin que nadie lo defienda,
Tienen por casa tu paterno nido.

Disipan y destruyen tu hacienda
Y tu riqueza, que es nuestras entrañas,
Y nadie de ellos hay que no te ofenda.

¿Qué te podré contar de las extrañas
Maldades de Pisandro y de Polibo,
Y de Medonte las infames mañas?

¿Qué del soberbio Antino, y del altivo
Erimaco, de mal seguras manos?
¿Qué de otra mucha gente que no escribo?

A los cuales, y a muchos más tiranos
Que éstos, mantienes por estar ausente,
Sufriendo yo sus términos villanos.

Iro el mendigo, pobre y maldiciente,
Y Melanio el glotón son los autores
De nuestro daño y libertad presente.

Tres somos de tu parte defensores,
y todos tres sin fuerza y sin potencia.
Contra tantos y tales amadores:

Tu padre el uno, ya sin suficiencia,
El otro yo, que siento nuestros daños,
Y Telémaco falto de experiencia.

Laertes viejo, flaco, lleno de años.
Yo mujer, y Telémaco pequeño,
A quien tengo perdido por engaños.

Perdilo agora, que en un barco isleño
(A pesar de éstos) ir tuvo ordenado
A Pilo, por buscar al que es su dueño.

Ruego a los Dioses que permita el hado
Que nos alcance en días, y él te vea
Antes del fin a todos señalado.

Esto el boyero pide, esto desea
El porquerizo, y esto al cielo santo
Demanda el alma que en te amar se emplea.

Mas ni Laertes puede valer tanto
(Los justos Dioses de esto son testigos).
Según su edad lo aflige, y más mi llanto.

Que en medio de tan fuertes enemigos.
El pueda solo defender, viviendo.
Tu reino, sin tener fuerza ni amigos.

Pero crece Telémaco, y creciendo
Su vigor y sus fuerzas con los días,
Para este hecho irán convaleciendo.

Agora está en la edad, cuando podías
Con tu favor y ciencias ampararlo,
Si no eres otro ya del que solías.

Ni yo tan grave mal puedo estorbarlo.
Que echar de casa a tantos amadores.
Siendo mujer no puedo efectuarlo.

Ven tú presto, y castiga estos traidores,
Tú que eres puerto y viento deseado
De quien gozar espera tus favores.

Un hijo tienes, justo es que industriado
Quede en la juventud tierna y florida
En las artes que al mundo has enseñado.

Tu padre está en lo extremo de su vida,
Y quiere que en su hora postrimera
Sus ojos cierres por la despedida.

Yo, que gozaba fresca primavera
Cuando partiste, y la madeja de oro
En mis cabellos se mostraba entera.

Perdido hallarás aquel decoro
De mi belleza antigua, y vuelto en plata.
Que ya acabó tu ausencia este tesoro,

Y el veloz tiempo todo lo maltrata.