martes, 25 de abril de 2017

Dante y Bartolomé Mitre: Infierno, Canto III

INFIERNO. CANTO TERCERO

VESTÍBULO: COBARDÍA
LA PUERTA INFERNAL, EL VESTÍBULO DE LOS COBARDES Y EL PASO DEL AQUERONTE.

Llega el poeta a la puerta del infierno y lee en ella una inscripción pavorosa. Confortado por Virgilio, penetran en las sombras de los condenados. Encuentra a la entrada a los cobardes que de nada sirvieron en la vida. Siguen los dos poetas su camino, y llegan al Aqueronte. Caronte, el barquero infernal, transporta las almas al lugar de su suplicio a la otra margen del Aqueronte. Un terremoto estremece el campo de las lagrimas y un relámpago rojizo surca las tinieblas. El poeta cae desfallecido en profundo letargo.


Por mí se va, a la ciudad doliente;
por mí se va, al eternal tormento;
por mí se va, tras la maldita gente.

Movió a mi Autor el justiciero aliento:
hízome la divina gobernanza,
el primo amor, el alto pensamiento.

Antes de mí, no hubo jamás crianza,
sino lo eterno: yo por siempre duro:
¡Oh, los que entráis, dejad toda esperanza!

Esta leyenda de color oscuro,
que vide inscripta en lo alto de una puerta,
me hizo exclamar: «¡ Cual su sentido es duro!»

Habló el maestro, cual persona experta:
«Todo temor deseche tu prudencia;
toda flaqueza debe aquí ser muerta.

«Es el sitio de que hice ya advertencia,
donde verás las gentes dolorosas
que perdieron el don de inteligencia.»

Y tendiendo sus manos cariñosas,
me confortó con rostro placentero,
y me hizo entrar en las secretas cosas.

Llantos, suspiros, aúllo plañidero,
llenaban aquel aire sin estrellas,
que me bañó de llanto lastimero.

Lenguas diversas, hórridas querellas,
voces altas y bajas en son de ira,
con golpeos de manos a par de ellas,

como un tumulto, en aire tinto gira
siempre, por tiempo eterno, cual la arena
que en el turbión remolinear se mira.

De incertidumbres la cabeza llena,
pregunté: «¿Quién con voz tan dolorosa
parece así vencido por la pena?»

El maestro: «Es la suerte ignominiosa
de las míseras almas que vivieron,
sin infamia ni aplauso, vida ociosa.

«En el coro infernal se confundieron
con los míseros ángeles mezclados,
que fieles ni rebeldes, a Dios fueron;

«los que del alto cielo desterrados,
perdida su belleza rutilante,
son por el mismo infierno desechados.»

Y yo: «Maestro, ¿qué aguijón punzante,
les hace rebramar queja tan fuerte?»
Y él respondió: «Te lo diré al instante.

«No tienen ni esperanza de la muerte,
y es su ciega existencia tan escasa,
que envidian de otros réprobos la suerte.

«No hay memoria en el mundo de su raza:
caridad y justicia los desdeña;
¡no hablemos de ellos; pero mira y pasa!»

Entonces vide una movible enseña,
revolotear tan temblorosamente,
que de quietud no parecía dueña.

Detrás de ella, venía tal torrente
de muertos, que a no haberle contemplado,
no creyera a la muerte tan potente.

Luego que algunos hube señalado,
la sombra vi, del que cobardemente,
la gran renuncia hiciera de su estado;

y comprendí de luego, ciertamente,
era la triste secta, renegada
por Dios y su enemigo, juntamente.

Esta turba, que en vida no fue nada,
desnuda va, por nubes incesantes,
de tábanos y avispas, hostigada,

que regaban de sangre sus semblantes,
y a sus pies con sus lágrimas caía,
chupándola gusanos repugnantes.

A otro lado tendí la vista mía,
y vi gente a la orilla de un gran río
que en tropel a su margen acudía.

«¿Puedo saber, por qué tanto gentío,»
interroguele, «al paso se apresura
según columbro en este sitio umbrío?»

Y él: «Lo sabrás, cuando la orilla oscura
del Aqueronte triste, la ribera
pisemos con la planta bien, segura.»

Temiendo que mi hablar molesto fuera,
bajé los ojos, y calladamente
seguimos hasta el río la carrera.

Y en una barca, vimos de repente,
un viejo, blanco con antiguo pelo,
que así gritaba: «¡Guay! ¡maldita gente!

«¡No esperéis más volver a ver el cielo:
vengo a llevaros a la opuesta riba,
a la eterna tiniebla, al fuego, al hielo!

«Y tú, que aquí has venido, ánima viva,
vete; no es tu lugar entre los muertos.»
Y viendo que suspenso no me iba,

dijo: «Por otra playa y otros puertos
encontrarás esquife más liviano,
que te conduzca por caminos ciertos.»

Y el guía a él: «Caronte, no así en vano,
te encolerices, ni preguntes nada:
lo quiere allá quien manda soberano.»

Y la lanosa faz quedó aquietada,
del nauta de la lívida laguna,
con dos cercos de fuego su mirada.

Pero las almas lasas que él aduna,
pálidas y desnudas, baten dientes,
al escuchar su acento, cada una.

Blasfeman de su Dios, de sus parientes,
del tiempo, del lugar y su crianza,
y de la especie humana y sus simientes.

Y amontonada, aquella grey se avanza,
gimiendo, a la ribera maldecida,
que espera al que en su dios no tuvo fianza.

Caronte, de ojos de ascua enrojecida,
da la señal, y al río las arroja
con el remo, si atardan la partida.

Como vuelve el otoño hoja tras hoja
sus despojos al suelo, cuando rasa
el mustio gajo que al final despoja,

así de Adán la pervertida raza
obedece la voz de su barquero,
como el ave al reclamo de la caza;

y así las sombras van en hervidero,
por las oscuras ondas, y al momento
las reemplaza en la orilla otro reguero.

«Hijo mío,» prorrumpe el maestro atento,
«los que la ira de Dios señala en muerte,
acuden en continuo movimiento,

«para vadear el río de esta suerte:
la justiciera espuela les desfrena,
el temor convirtiendo en ansia fuerte.

«Por aquí nunca pasa ánima buena,
y si a Caronte irrita tu venida,
ya sabes tú lo que su dicho suena.»

Y aquí, la negra tierra estremecida
tembló con furia tal, que hasta ahora siento
baña el sudor mi mente espavorida.

La tierra lacrimosa sopló un viento,
que hizo relampaguear una luz roja,
que me postró, y caí sin sentimiento,

cual hombre a quien el sueño le acongoja.

Versión castellana de BARTOLOMÉ MITRE.

INFERNO. CANTO III
Canto terzo, nel quale tratta de la porta e de l’entrata de l’inferno e del fiume d’Acheronte, de la pena di coloro che vissero sanza opere di fama degne, e come il demonio Caron li trae in sua nave e come elli parlò a l’auttore; e tocca qui questo vizio ne la persona di papa Cilestino.


Per me si va ne la città dolente,
per me si va ne l'etterno dolore,
per me si va tra la perduta gente. 3

Giustizia mosse il mio alto fattore;
fecemi la divina podestate,
la somma sapïenza e ’l primo amore. 6

Dinanzi a me non fuor cose create
se non etterne, e io etterna duro.
Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate
’. 
9

Queste parole di colore oscuro
vid’ïo scritte al sommo d’una porta;
per ch’io: "Maestro, il senso lor m’è duro". 
12

Ed elli a me, come persona accorta:
"Qui si convien lasciare ogne sospetto;
ogne viltà convien che qui sia morta. 
15

Noi siam venuti al loco ov’i’ t’ ho detto
che tu vedrai le genti dolorose
c’ hanno perduto il ben de l’intelletto". 
18

E poi che la sua mano a la mia puose
con lieto volto, ond’io mi confortai,
mi mise dentro a le segrete cose. 
21

Quivi sospiri, pianti e alti guai
risonavan per l’aere sanza stelle,
per ch’io al cominciar ne lagrimai. 
24

Diverse lingue, orribili favelle,
parole di dolore, accenti d’ira,
voci alte e fioche, e suon di man con elle 
27

facevano un tumulto, il qual s’aggira
sempre in quell’aura sanza tempo tinta,
come la rena quando turbo spira. 
30

E io ch’avea d’error la testa cinta,
dissi: "Maestro, che è quel ch’i’ odo?
e che gent’è che par nel duol sì vinta?". 
33

Ed elli a me: "Questo misero modo
tegnon l’anime triste di coloro
che visser sanza ’nfamia e sanza lodo. 
36

Mischiate sono a quel cattivo coro
de li angeli che non furon ribelli
né fur fedeli a Dio, ma per sé fuoro. 
39

Caccianli i ciel per non esser men belli,
né lo profondo inferno li riceve,
ch’alcuna gloria i rei avrebber d’elli". 
42

E io: "Maestro, che è tanto greve
a lor che lamentar li fa sì forte?".
Rispuose: "Dicerolti molto breve. 
45

Questi non hanno speranza di morte,
e la lor cieca vita è tanto bassa,
che ’nvidïosi son d’ogne altra sorte. 
48

Fama di loro il mondo esser non lassa;
misericordia e giustizia li sdegna:
non ragioniam di lor, ma guarda e passa". 
51

E io, che riguardai, vidi una ’nsegna
che girando correva tanto ratta,
che d’ogne posa mi parea indegna; 
54

e dietro le venìa sì lunga tratta
di gente, ch’i’ non averei creduto
che morte tanta n’avesse disfatta. 
57

Poscia ch’io v’ebbi alcun riconosciuto,
vidi e conobbi l’ombra di colui
che fece per viltade il gran rifiuto
60

Incontanente intesi e certo fui
che questa era la setta d’i cattivi,
a Dio spiacenti e a’ nemici sui. 
63

Questi sciaurati, che mai non fur vivi,
erano ignudi e stimolati molto
da mosconi e da vespe ch’eran ivi. 
66

Elle rigavan lor di sangue il volto,
che, mischiato di lagrime, a’ lor piedi
da fastidiosi vermi era ricolto. 
69

E poi ch’a riguardar oltre mi diedi,
vidi genti a la riva d’un gran fiume;
per ch’io dissi: "Maestro, or mi concedi 
72

ch’i’ sappia quali sono, e qual costume
le fa di trapassar parer sì pronte,
com’i’ discerno per lo fioco lume". 
75

Ed elli a me: "Le cose ti fier conte
quando noi fermerem li nostri passi
su la trista riviera d’Acheronte". 
78

Allor con li occhi vergognosi e bassi,
temendo no ’l mio dir li fosse grave,
infino al fiume del parlar mi trassi. 
81

Ed ecco verso noi venir per nave
un vecchio, bianco per antico pelo,
gridando: "Guai a voi, anime prave! 
84

Non isperate mai veder lo cielo:
i’ vegno per menarvi a l’altra riva
ne le tenebre etterne, in caldo e ’n gelo. 
87

E tu che se’ costì, anima viva,
pàrtiti da cotesti che son morti".
Ma poi che vide ch’io non mi partiva, 
90

disse: "Per altra via, per altri porti
verrai a piaggia, non qui, per passare:
più lieve legno convien che ti porti". 
93

E ’l duca lui: "Caron, non ti crucciare:
vuolsi così colà dove si puote
ciò che si vuole, e più non dimandare
". 
96

Quinci fuor quete le lanose gote
al nocchier de la livida palude,
che ’ntorno a li occhi avea di fiamme rote. 
99

Ma quell’anime, ch’eran lasse e nude,
cangiar colore e dibattero i denti,
ratto che ’nteser le parole crude. 
102

Bestemmiavano Dio e lor parenti,
l’umana spezie e ’l loco e ’l tempo e ’l seme
di lor semenza e di lor nascimenti. 
105

Poi si ritrasser tutte quante insieme,
forte piangendo, a la riva malvagia
ch’attende ciascun uom che Dio non teme. 
108

Caron dimonio, con occhi di bragia
loro accennando, tutte le raccoglie;
batte col remo qualunque s'adagia.
 
111

Come d’autunno si levan le foglie
l’una appresso de l’altra, fin che ’l ramo
vede a la terra tutte le sue spoglie, 
114

similemente il mal seme d’Adamo
gittansi di quel lito ad una ad una,
per cenni come augel per suo richiamo. 
117

Così sen vanno su per l’onda bruna,
e avanti che sien di là discese,
anche di qua nuova schiera s’auna. 
120

"Figliuol mio", disse 'l maestro cortese,
"quelli che muoion ne l'ira di Dio
tutti convegnon qui d'ogne paese; 123

e pronti sono a trapassar lo rio,
ché la divina giustizia li sprona,

sì che la tema si volve in disio. 
126

Quinci non passa mai anima buona;
e però, se Caron di te si lagna,
ben puoi sapere omai che ’l suo dir suona". 
129

Finito questo, la buia campagna
tremò sì forte, che de lo spavento
la mente di sudore ancor mi bagna. 
132

La terra lagrimosa diede vento,
che balenò una luce vermiglia
la qual mi vinse ciascun sentimento; 
135

e caddi come l’uom cui sonno piglia.

Divina Commediaa cura di Giorgio Petrocchi.
Casa Editrice Le Lettere. Firenze, 1994.