ADVERTENCIA DEL
TRADUCTOR
Navegando el año pasado de noventa y seis
desde las riquísimas provincias del Perú a los reinos de la Nueva España (más
por curiosidad de verlos que por el interés que por mis empleos pretendía), mi navío
padeció tan grave tormenta en el golfo llamado comúnmente del Papagayo, que a
mí y a mis compañeros nos fue representada la verdadera hora de la muerte; pues
demás de se nos rendir todos los árboles (víspera del gran Patrón de las
Españas a las doce horas de la noche) con espantoso ruido, sin que vela ni
astilla de árbol quedase en el navío, con muerte arrebatada de un hombre, el
combatido bajel daba tan temerarios balances, con más de dos mil quintales de
azogue que (por carga infernal) llevaba, y sin mucho vino y plata, y otras mercaderías
de que estaba suficientemente cargado, que cada momento nos hallábamos hundidos
en las soberbias ondas. Pero Dios (que es piadoso padre), milagrosamente y
fuera de toda esperanza humana (habiéndonos desahuciado el piloto), con las
bombas en las manos y dos bandolas, nos arrojó, día de la Transfiguración, en
Acajú, puerto de Sonsonate. Aquí desembarqué la persona y plata, y no queriendo
tentar a Dios en desaparejado navío, determiné ir por tierra a la gran ciudad
de Méjico, cabeza (y con razón) de la Nueva España. Fueme dificultosísimo el
camino, por ser de trescientas leguas: las aguas eran grandes por ser tiempo de
invierno; el camino áspero, los lodos y pantanos muchos; los ríos peligrosos, y
los pueblos mal proveídos por el cocoliste y pestilencia general que en los
Indios había. Demás de esto y del fastidio y molimiento que el prolijo caminar
trae consigo, me martirizó una continua melancolía por la infelicísima nueva de
Cádiz y quema de la flota mejicana, de que fui sabedor en el principio de este
mi largo viaje. Estas razones y caminar a paso' fastidioso de recua (que no es
la menor en semejantes calamidades), me obligaron (por engañar a mis propios
trabajos) a leer algunos ratos en un libro de las Epístolas del verdaderamente poeta Ovidio Nasón, el cual para
matalotaje de espíritu (por no hallar otro libro) compré a un estudiante en
Sonsonate. De leerlo vino el aficionarme a él; la afición me obligó á
repasarlo, y lo uno y lo otro, y la ociosidad, me dieron ánimo a traducir con
mi tosco y totalmente rústico estilo y lenguaje algunas epístolas de las que
más me deleitaron. Tanto duró el camino, y tanta fue mi constancia, que cuando
llegué a la gran ciudad de Méjico Tenustlitlan hallé traducidas, en tres meses,
de veintiuna epístolas las catorce. Y aunque entiendo muy bien que se me podrá
responder aquí lo que el excelente Apeles al otro pintor, que en este espacio de
tiempo se podrían traducir (según están de mal traducidas y peor entendidas)
otras tres tantas epístolas que estas; como yo no pretendo la fama (no digo de
poeta, que este es nombre célebre y grandioso, sino de metrificador) que el
otro pretendía de pintor, no reparo en ello, ni entonces reparé. Antes
considerando que mi estada en la Nueva España (respecto de la grande falta de
ropa y mercaderías que en ella había) se dilataba por un año, me pareció que no
era justo desistir de esta empresa, y más animado de los pareceres de algunos
hombres doctos: y así mediante la perseverancia, le di el fin que pretendía.
Quise traducirlas en tercetos, por parecerme que corresponden estas rimas con
el verso elegiaco latino: limelas lo mejor que a mi pobre talento fue
concedido, adornándolas con argumentos en prosa, y moralidades que para
inteligencia y utilidad del lector me parecieron convenir: pues es cierto que
la poesía que deleita sin aprovechar con su doctrina, no consigue su fin, como
lo afirma Horacio en su Arte, y mejor
que él Aristóteles en su Poética.
Seguí en la explicación de los conceptos más dificultosos a sus comentadores Hubertino
y Asensio, y a Juan Baptista Egnacio, Veneciano; y en algunas cosas imité a
Remigio Florentino, que en verso suelto las tradujo en su lengua toscana con la
elegancia y estudio que todos los milagrosos ingenios de Italia han siempre
escrito. Demás de lo bueno que en estos autores he hallado, añadí conceptos y sentencias
mías (si tal nombre merecen), así para más declaración de las de Ovidio, como
para rematar con dulzura algunos tercetos. Finalmente, he puesto la diligencia
posible porque esta admirable obra saliese con el mejor atavío y ornato que a
mi entendimiento fuese posible. Y aunque he usurpado algunas licencias, de
suerte que puedo ser mejor llamado imitador que traductor, siempre he procurado
arrimarme a la frasis latina en cuanto en la nuestra es permitido. También he
visto después acá en otras impresiones unos dísticos antepuestos y pospuestos a
aquella por quien yo hice esta traducción, y algunos menos y algunos más: y así
el curioso que quisiere conferir los tercetos por los dísticos, si hallare
alguna variación, entienda que en los diferentes ejemplares está la falta,
fuera de que cada vez que las repaso hallo más que enmendar; lo cual si hiciese
sería proceder en infinito: porque, como afirma el filosofo, a lo hecho es
fácil de añadir; y el mismo Ovidio en el primer libro de Ponto, dice de sí
mismo estos versos:
Cum relego
scripsisse pudet, quid plurima cerno
Me quoque; qui feci iudice digna lini
Nec tamen emendo,
labor hic quam scribere maior
Mensque pati durum
sustinent aegra nihil.
Después de haber puesto fin a esta
traducción, no faltó quien dijo que no había traducido la invectiva intitulada In Ibin, que del mismo Ovidio anda impresa
con estas sus Heroidas o Heroicas Epístolas,
por la gran dificultad que tenía; y así por los desengañar como para servir a
los curiosos, la traducí con la curiosidad y mayor inteligencia que me fue
concedida, poniéndole al margen las historias, sin las cuales tuviera alguna
dificultad, por ser muchas y algunas muy peregrinas.
He querido con alguna prolijidad escribir la
ocasión que tuve en estas mis traducciones, porque se entienda que fue más
entretenimiento de tiempo y recreación de espíritu que presunción de ingenio, pues
sólo sé que sé que no tengo por qué tenerla. El ingenio y talento que Dios fue
servido de darme (si es alguno) es bien poco, y ese, ocupado y distraído en
negocios de familia y en buscar los alimentos necesarios a la vida; la
inquietud del espíritu es tan grande como la del cuerpo, pues ha veinte años
que navego mares y camino tierras por diferentes climas, alturas y
temperamentos, barbarizando entre bárbaros, de suerte que me admiro cómo la
lengua materna no se me ha olvidado, pues muchas veces me acontece lo que a
Ovidio estando desterrado entre los rústicos del Ponto, lo cual significa él en
el quinto libro de Triste, en la décima
séptima, cuando dice que queriendo hablar romano habla sarmático, cuyos versos
son estos:
Ipse ego Romanus
vates, ignoscite Musae
Sarmatico cogor
plurima more loqui
Et pudet, et fateor: iam desuetudine longa
Vix subeunt ipsi
verba latina mihi.
La comunicación con hombres doctos (aunque en
estas partes hay muchos) es tan poca, cuan poco es el tiempo que donde ellos
están habito; demás que en estas partes se platica poco de esta materia, digo
de la verdadera poesía y artificioso metrificar, que de hacer coplas a bulto,
antes no hay quien no lo profese, porque los sabios que de esto podrían tratar
sólo tratan de interés y ganancia, que es a lo que acá los trajo su voluntad; y
es de tal modo, que el que más docto viene se vuelve más perulero, como Ovidio a
este propósito lo afirma de los que iban a los Cetas en el cuarto de Ponto, escribiendo a Severo:
Si quis in hac ipsum terra posuisset Homerum
Esset crede mihi, factus et ille Getes.
Pues para leer y meditar, ¿cómo habrá tiempo
si para descansar no se alcanza? ¡Oh, dichosos (y otra vez dichosos) los que
gozan de la quietud en España, pues con tanta facilidad y con tantas ayudas de
costa pueden ocuparse en ejercicios virtuosos y darse á los estudios de las
letras! y ¡oh mil veces dignos de ser alabados los que a cualquier género de
virtud se aplican en las Indias, pues demás de no haber premio para ella,
rompen por tantos montes de dificultad para conseguirla. Y así, los que leyeren
estas epístolas e invectiva no se admiren de sus imperfecciones y faltas, sino
de que no lleven muchas más, si ya no es que todos mis versos son un continuado
defecto; y si se hallare alguna cosa acertadamente dicha, agradézcase a la fuente
de donde todo lo bueno procede, que es Dios, y su parte a Ovidio, el cual se
esmeró en estas sus epístolas tanto, que en ellas se excedió a sí. Y todo el
resto que no fuere tan puro, tan medido y con tanto espíritu (como ellos
quisieran), asiéntenlo a mi cuenta o perdónenmelo, pues no me queda caudal para
enmendarlo ni pagarlo. Y si las publico sólo es para animar a los buenos
ingenios, de que tanto florece nuestro siglo, que doliéndose de ver al
excelente poeta Ovidio en tan humilde engaste, lo guarnezcan y pongan en el oro
acrisolado de sus entendimientos, traduciéndolo con la perfección que le es
debida.
Y porque sería temeridad querer yo con mi
rustiquez celebrar al príncipe de la poesía, Ovidio, siendo él por sí tan
celebrado y admirado de todos los que han sabido después de él en el mundo,
sólo diré que, aunque a Virgilio se le concede en la majestad el lauro, nuestro
poeta, en imitación, invención, copia, facilidad y conceptos, con muchas ventajas
la hace a todos los poetas latinos. Y pues hemos propuesto al lector el sumo
deleite que esta obra en sí contiene, será bien que descubramos el fruto y
doctrina que con ella se puede granjear. Quiso, pues, dibujar (y
artificiosamente dibujó) Ovidio en estas sus Epístolas la fuerza del amor casto
y el desenfrenamiento del deshonesto, indigno de nombre de amor, sino de
apetito furioso; en unas pinta con soberano pincel la fuerza y firmeza del amor
matrimonial, como en Penélope y Laodamia; en otras manifiesta los ardentísimos
ímpetus de la deshonestidad, como en Fedra y en Safo, para que imitando y
amando la castidad y continencia de las unas, huyamos y detestemos la abominación
y liviandad de las otras; por lo cual esta obra muy justamente tiene parte en
la moral filosofía que los Griegos llaman Ética, pues las virtudes y los vicios
con tan eficaces ejemplos nos enseña. Y aunque Ovidio en ninguna de sus obras expresó
tanto los afectos y ternezas del amor como en estas cartas, ninguna obra amatoria
compuso tan honesta y digna de ser leída; y con estar en esto tan moderado, he
quitado todo lo que en algún modo podía ofender a las piadosas y castas orejas,
dejando de traducir algunos dísticos no tan honestos como es razón que anden en
lengua vulgar, y así irán en el margen apuntados para que el censor entienda se
dejaron de industria; por lo cual no tienen de qué escandalizarse los
escrupulosos si vieren aquí una Fedra incestuosa de deseo, una Ero no muy honesta,
una Elena adúltera y una Safo en todo extremo liviana, pues en ellas, si con atención
las considera el lector, hallará que por sus mismas razones se condenan y
muestran deberse huir su imitación, y por este fin las compuso Ovidio. Y esta
es la misma intención de la Sagrada Escritura cuando nos propone los horrendos
y nefarios pecados de Sodoma, el abominable incesto de Absalón, la desvergüenza
de Can y otros delitos semejantes: esto es para que los huyamos y escarmentemos
en cabeza ajena. Con este santo propósito pueden entrar todos a coger las
flores de este ameno jardín, que demás de las historias y dulzuras que tiene,
encierra más de doscientas sentencias dignas de escribirse en la memoria. Confieso
que no habré entendido muchos lugares según su verdadero sentido, y de los que
alcancé no irán algunos significativamente explicados, y en los explicados faltará
la elegancia del metro; y así dejo abierto el campo para que quien más supiere
y más espacio tuviere tome la pluma y supla con ella mi ignorancia.
VIDA DE OVIDIO
Publio Ovidio Nasón fue de noble sangre, y
caballero romano, natural de la ciudad famosa de Sulmo, y que hoy lo es en
Italia. Nasón, su padre, fue muy rico, y él asimismo gozó de próspero
patrimonio, según él lo afirma en el libro de Ponto; tuvo un hermano mayor un año, y lo que es de notar que
nacieron en un día, a los 14 de marzo, siendo cónsules en Roma Hircio y Pansa,
los cuales murieron en la guerra Antoniana; y como los dos hermanos estudiasen
en Roma, resplandeció Ovidio en retórica y poesía sobre todos los de su edad;
pero juzgando el padre ser este estudio de tan poco fruto y utilidad (como lo
es en nuestros tiempos), persuadiole, y aun le forzó a que estudiase leyes;
estudiolas, y mediante su divino ingenio alcanzó en ellas amplíficos honores.
Mas como tuviese por pesadísima carga la toga, y los estrados y audiencias lo
enfadasen, dándoles de mano, se volvió al estudio de las suaves Musas. Reverenció
á los poetas sus antecesores, y trató benévolamente con sus compañeros. Fue tan
suave y apacible en cuanto escribió, que según veremos en su invectiva jamás
hizo sátira, ni ofendió a persona con sus versos: virtud tan admirable y tan
digna de imitación de los cristianos poetas, que cuando en este ilustre varón
no se hallara otra, merecía ser muy estimado. Fue de virtuosas costumbres,
bebía poco vino y muy aguado, y con sumo estudio y pureza de ánimo huyó el
pecado abominable, por cuya razón leo sus obras con aficionados ojos, pues no
entiendo que otro poeta en aquellos tiempos se pudiese alabar de esta excelente
virtud. Tres veces fue casado: repudió las dos mujeres, y con la tercera vivió
amantísimamente por las virtudes que él canta de ella en los libros de su
destierro; demás de algunos hijos, tuvo dos hijas, y según algunos autores una
sola, de la cual fue hecho abuelo. Sucedió, pues, que ofendiendo gravemente al
emperador Augusto César (sin quererlo Ovidio ofender) fue desterrado á unas
islas del Ponto Euxino, siendo de cincuenta años: las causas diremos en el argumento
del In Ibin. Escribió antes de su
destierro las epístolas que llamó Heroídas,
que son las traducidas. Derivó la etimología de este nombre (según el glorioso
San Agustín en el décimo de La Ciudad de
Dios) de un hijo de la diosa Juno, la cual, en lengua griega, es dicha
Hera, que es lo mismo que aeria o celeste en latín, y de aquí su hijo fue
llamado Hero; y como la ciega gentilidad tuviese a Juno o Hera por suprema
diosa del cielo, seguíase que estimasen a su hijo Hero por el más célebre y
famoso de la tierra. De aquí a todos los hombres ilustres por sangre o por
hazañas célebres llamaron heroicos, y a los versos con que los celebraban los
poetas dieron el mismo nombre, el cual ha llegado á nuestros tiempos; y
asimismo las mujeres ilustres se intitularon heroídas, de donde estas epístolas
tienen el título por ser escritas de mujeres principales. Compuso asimismo
cinco libros de obras amatorias, que reduciéndolos a tres, los dirigió a su
Corina; y demás de los cinco de Arte amandi
y Remedio amoris, escribió los
quince de sus Transformaciones; y
como antes de los limar fuese desterrado, consagrolos al fuego, siendo dignos de
eternizarse; pero como hubiese dado en Roma un traslado, no permitió el cielo
que quedásemos huérfanos de tan grande tesoro, en el cual resplandecen y
hallamos todas las partes que en un excelente y consumado poema épico se
desean; porque la imitación es única, la disposición admirable, los tropos y
figuras muchas y excelentes, los metros puros, el lenguaje casto, artificioso y
lleno de majestad; la encadenación de las cosas la más rara que hasta hoy se ha
visto en poema. Escribió también la tragedia de Medea, donde afirman graves autores que mostró el resplandor de su
ingenio. Compuso en su destierro los de Tristes;
los de Ponto, el In Ibin, el Triunfo del César,
y otras muchas obras, parte de las cuales gozamos, y parte (y no pequeña) ha
consumido el avaro tiempo. Vivió en el destierro ocho años, cantando en ellos como
el cisne que su fin barrunta, y murió siendo de poco más de cincuenta y ocho;
pero su nombre y gloriosa fama vivirá en sus escritos en tanto que durare la
memoria de los hombres, como él mismo lo predijo de sí en el tercero de Tristes, y Propercio en el tercero de
sus Elegías, cuyos versos (para los
curiosos) son estos:
OVIDIO
Singula quid
referam? nihil non mortale tenemus
Pectoris exceptis
ingeniique bonis.
En ego cum patria
caream, vobisque demoque
Raptaque sint adimi, quae potuere mihi.
Ingenio tamen ipse
meo comtiorque, favorque
Caesar in hoc iuris
potuit habere nihil.
Quilibet hanc saevo vitam mihi finiat ense
Me tamen extincto
fama superstes erit.
PROPERCIO
At non ingenio quaesitum
nomen ab aevo