miércoles, 5 de abril de 2017

Diego Mexía de Fernangil: Prefacio a las Heroidas y Vida de Ovidio

ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR

Navegando el año pasado de noventa y seis desde las riquísimas provincias del Perú a los reinos de la Nueva España (más por curiosidad de verlos que por el interés que por mis empleos pretendía), mi navío padeció tan grave tormenta en el golfo llamado comúnmente del Papagayo, que a mí y a mis compañeros nos fue representada la verdadera hora de la muerte; pues demás de se nos rendir todos los árboles (víspera del gran Patrón de las Españas a las doce horas de la noche) con espantoso ruido, sin que vela ni astilla de árbol quedase en el navío, con muerte arrebatada de un hombre, el combatido bajel daba tan temerarios balances, con más de dos mil quintales de azogue que (por carga infernal) llevaba, y sin mucho vino y plata, y otras mercaderías de que estaba suficientemente cargado, que cada momento nos hallábamos hundidos en las soberbias ondas. Pero Dios (que es piadoso padre), milagrosamente y fuera de toda esperanza humana (habiéndonos desahuciado el piloto), con las bombas en las manos y dos bandolas, nos arrojó, día de la Transfiguración, en Acajú, puerto de Sonsonate. Aquí desembarqué la persona y plata, y no queriendo tentar a Dios en desaparejado navío, determiné ir por tierra a la gran ciudad de Méjico, cabeza (y con razón) de la Nueva España. Fueme dificultosísimo el camino, por ser de trescientas leguas: las aguas eran grandes por ser tiempo de invierno; el camino áspero, los lodos y pantanos muchos; los ríos peligrosos, y los pueblos mal proveídos por el cocoliste y pestilencia general que en los Indios había. Demás de esto y del fastidio y molimiento que el prolijo caminar trae consigo, me martirizó una continua melancolía por la infelicísima nueva de Cádiz y quema de la flota mejicana, de que fui sabedor en el principio de este mi largo viaje. Estas razones y caminar a paso' fastidioso de recua (que no es la menor en semejantes calamidades), me obligaron (por engañar a mis propios trabajos) a leer algunos ratos en un libro de las Epístolas del verdaderamente poeta Ovidio Nasón, el cual para matalotaje de espíritu (por no hallar otro libro) compré a un estudiante en Sonsonate. De leerlo vino el aficionarme a él; la afición me obligó á repasarlo, y lo uno y lo otro, y la ociosidad, me dieron ánimo a traducir con mi tosco y totalmente rústico estilo y lenguaje algunas epístolas de las que más me deleitaron. Tanto duró el camino, y tanta fue mi constancia, que cuando llegué a la gran ciudad de Méjico Tenustlitlan hallé traducidas, en tres meses, de veintiuna epístolas las catorce. Y aunque entiendo muy bien que se me podrá responder aquí lo que el excelente Apeles al otro pintor, que en este espacio de tiempo se podrían traducir (según están de mal traducidas y peor entendidas) otras tres tantas epístolas que estas; como yo no pretendo la fama (no digo de poeta, que este es nombre célebre y grandioso, sino de metrificador) que el otro pretendía de pintor, no reparo en ello, ni entonces reparé. Antes considerando que mi estada en la Nueva España (respecto de la grande falta de ropa y mercaderías que en ella había) se dilataba por un año, me pareció que no era justo desistir de esta empresa, y más animado de los pareceres de algunos hombres doctos: y así mediante la perseverancia, le di el fin que pretendía. Quise traducirlas en tercetos, por parecerme que corresponden estas rimas con el verso elegiaco latino: limelas lo mejor que a mi pobre talento fue concedido, adornándolas con argumentos en prosa, y moralidades que para inteligencia y utilidad del lector me parecieron convenir: pues es cierto que la poesía que deleita sin aprovechar con su doctrina, no consigue su fin, como lo afirma Horacio en su Arte, y mejor que él Aristóteles en su Poética. Seguí en la explicación de los conceptos más dificultosos a sus comentadores Hubertino y Asensio, y a Juan Baptista Egnacio, Veneciano; y en algunas cosas imité a Remigio Florentino, que en verso suelto las tradujo en su lengua toscana con la elegancia y estudio que todos los milagrosos ingenios de Italia han siempre escrito. Demás de lo bueno que en estos autores he hallado, añadí conceptos y sentencias mías (si tal nombre merecen), así para más declaración de las de Ovidio, como para rematar con dulzura algunos tercetos. Finalmente, he puesto la diligencia posible porque esta admirable obra saliese con el mejor atavío y ornato que a mi entendimiento fuese posible. Y aunque he usurpado algunas licencias, de suerte que puedo ser mejor llamado imitador que traductor, siempre he procurado arrimarme a la frasis latina en cuanto en la nuestra es permitido. También he visto después acá en otras impresiones unos dísticos antepuestos y pospuestos a aquella por quien yo hice esta traducción, y algunos menos y algunos más: y así el curioso que quisiere conferir los tercetos por los dísticos, si hallare alguna variación, entienda que en los diferentes ejemplares está la falta, fuera de que cada vez que las repaso hallo más que enmendar; lo cual si hiciese sería proceder en infinito: porque, como afirma el filosofo, a lo hecho es fácil de añadir; y el mismo Ovidio en el primer libro de Ponto, dice de sí mismo estos versos:

Cum relego scripsisse pudet, quid plurima cerno
Me quoque; qui feci iudice digna lini
Nec tamen emendo, labor hic quam scribere maior
Mensque pati durum sustinent aegra nihil.

Después de haber puesto fin a esta traducción, no faltó quien dijo que no había traducido la invectiva intitulada In Ibin, que del mismo Ovidio anda impresa con estas sus Heroidas o Heroicas Epístolas, por la gran dificultad que tenía; y así por los desengañar como para servir a los curiosos, la traducí con la curiosidad y mayor inteligencia que me fue concedida, poniéndole al margen las historias, sin las cuales tuviera alguna dificultad, por ser muchas y algunas muy peregrinas.

He querido con alguna prolijidad escribir la ocasión que tuve en estas mis traducciones, porque se entienda que fue más entretenimiento de tiempo y recreación de espíritu que presunción de ingenio, pues sólo sé que sé que no tengo por qué tenerla. El ingenio y talento que Dios fue servido de darme (si es alguno) es bien poco, y ese, ocupado y distraído en negocios de familia y en buscar los alimentos necesarios a la vida; la inquietud del espíritu es tan grande como la del cuerpo, pues ha veinte años que navego mares y camino tierras por diferentes climas, alturas y temperamentos, barbarizando entre bárbaros, de suerte que me admiro cómo la lengua materna no se me ha olvidado, pues muchas veces me acontece lo que a Ovidio estando desterrado entre los rústicos del Ponto, lo cual significa él en el quinto libro de Triste, en la décima séptima, cuando dice que queriendo hablar romano habla sarmático, cuyos versos son estos:

Ipse ego Romanus vates, ignoscite Musae
Sarmatico cogor plurima more loqui
Et pudet, et fateor: iam desuetudine longa
Vix subeunt ipsi verba latina mihi.

La comunicación con hombres doctos (aunque en estas partes hay muchos) es tan poca, cuan poco es el tiempo que donde ellos están habito; demás que en estas partes se platica poco de esta materia, digo de la verdadera poesía y artificioso metrificar, que de hacer coplas a bulto, antes no hay quien no lo profese, porque los sabios que de esto podrían tratar sólo tratan de interés y ganancia, que es a lo que acá los trajo su voluntad; y es de tal modo, que el que más docto viene se vuelve más perulero, como Ovidio a este propósito lo afirma de los que iban a los Cetas en el cuarto de Ponto, escribiendo a Severo:

Si quis in hac ipsum terra posuisset Homerum
Esset crede mihi, factus et ille Getes.

Pues para leer y meditar, ¿cómo habrá tiempo si para descansar no se alcanza? ¡Oh, dichosos (y otra vez dichosos) los que gozan de la quietud en España, pues con tanta facilidad y con tantas ayudas de costa pueden ocuparse en ejercicios virtuosos y darse á los estudios de las letras! y ¡oh mil veces dignos de ser alabados los que a cualquier género de virtud se aplican en las Indias, pues demás de no haber premio para ella, rompen por tantos montes de dificultad para conseguirla. Y así, los que leyeren estas epístolas e invectiva no se admiren de sus imperfecciones y faltas, sino de que no lleven muchas más, si ya no es que todos mis versos son un continuado defecto; y si se hallare alguna cosa acertadamente dicha, agradézcase a la fuente de donde todo lo bueno procede, que es Dios, y su parte a Ovidio, el cual se esmeró en estas sus epístolas tanto, que en ellas se excedió a sí. Y todo el resto que no fuere tan puro, tan medido y con tanto espíritu (como ellos quisieran), asiéntenlo a mi cuenta o perdónenmelo, pues no me queda caudal para enmendarlo ni pagarlo. Y si las publico sólo es para animar a los buenos ingenios, de que tanto florece nuestro siglo, que doliéndose de ver al excelente poeta Ovidio en tan humilde engaste, lo guarnezcan y pongan en el oro acrisolado de sus entendimientos, traduciéndolo con la perfección que le es debida.


Y porque sería temeridad querer yo con mi rustiquez celebrar al príncipe de la poesía, Ovidio, siendo él por sí tan celebrado y admirado de todos los que han sabido después de él en el mundo, sólo diré que, aunque a Virgilio se le concede en la majestad el lauro, nuestro poeta, en imitación, invención, copia, facilidad y conceptos, con muchas ventajas la hace a todos los poetas latinos. Y pues hemos propuesto al lector el sumo deleite que esta obra en sí contiene, será bien que descubramos el fruto y doctrina que con ella se puede granjear. Quiso, pues, dibujar (y artificiosamente dibujó) Ovidio en estas sus Epístolas la fuerza del amor casto y el desenfrenamiento del deshonesto, indigno de nombre de amor, sino de apetito furioso; en unas pinta con soberano pincel la fuerza y firmeza del amor matrimonial, como en Penélope y Laodamia; en otras manifiesta los ardentísimos ímpetus de la deshonestidad, como en Fedra y en Safo, para que imitando y amando la castidad y continencia de las unas, huyamos y detestemos la abominación y liviandad de las otras; por lo cual esta obra muy justamente tiene parte en la moral filosofía que los Griegos llaman Ética, pues las virtudes y los vicios con tan eficaces ejemplos nos enseña. Y aunque Ovidio en ninguna de sus obras expresó tanto los afectos y ternezas del amor como en estas cartas, ninguna obra amatoria compuso tan honesta y digna de ser leída; y con estar en esto tan moderado, he quitado todo lo que en algún modo podía ofender a las piadosas y castas orejas, dejando de traducir algunos dísticos no tan honestos como es razón que anden en lengua vulgar, y así irán en el margen apuntados para que el censor entienda se dejaron de industria; por lo cual no tienen de qué escandalizarse los escrupulosos si vieren aquí una Fedra incestuosa de deseo, una Ero no muy honesta, una Elena adúltera y una Safo en todo extremo liviana, pues en ellas, si con atención las considera el lector, hallará que por sus mismas razones se condenan y muestran deberse huir su imitación, y por este fin las compuso Ovidio. Y esta es la misma intención de la Sagrada Escritura cuando nos propone los horrendos y nefarios pecados de Sodoma, el abominable incesto de Absalón, la desvergüenza de Can y otros delitos semejantes: esto es para que los huyamos y escarmentemos en cabeza ajena. Con este santo propósito pueden entrar todos a coger las flores de este ameno jardín, que demás de las historias y dulzuras que tiene, encierra más de doscientas sentencias dignas de escribirse en la memoria. Confieso que no habré entendido muchos lugares según su verdadero sentido, y de los que alcancé no irán algunos significativamente explicados, y en los explicados faltará la elegancia del metro; y así dejo abierto el campo para que quien más supiere y más espacio tuviere tome la pluma y supla con ella mi ignorancia.


VIDA DE OVIDIO

Publio Ovidio Nasón fue de noble sangre, y caballero romano, natural de la ciudad famosa de Sulmo, y que hoy lo es en Italia. Nasón, su padre, fue muy rico, y él asimismo gozó de próspero patrimonio, según él lo afirma en el libro de Ponto; tuvo un hermano mayor un año, y lo que es de notar que nacieron en un día, a los 14 de marzo, siendo cónsules en Roma Hircio y Pansa, los cuales murieron en la guerra Antoniana; y como los dos hermanos estudiasen en Roma, resplandeció Ovidio en retórica y poesía sobre todos los de su edad; pero juzgando el padre ser este estudio de tan poco fruto y utilidad (como lo es en nuestros tiempos), persuadiole, y aun le forzó a que estudiase leyes; estudiolas, y mediante su divino ingenio alcanzó en ellas amplíficos honores. Mas como tuviese por pesadísima carga la toga, y los estrados y audiencias lo enfadasen, dándoles de mano, se volvió al estudio de las suaves Musas. Reverenció á los poetas sus antecesores, y trató benévolamente con sus compañeros. Fue tan suave y apacible en cuanto escribió, que según veremos en su invectiva jamás hizo sátira, ni ofendió a persona con sus versos: virtud tan admirable y tan digna de imitación de los cristianos poetas, que cuando en este ilustre varón no se hallara otra, merecía ser muy estimado. Fue de virtuosas costumbres, bebía poco vino y muy aguado, y con sumo estudio y pureza de ánimo huyó el pecado abominable, por cuya razón leo sus obras con aficionados ojos, pues no entiendo que otro poeta en aquellos tiempos se pudiese alabar de esta excelente virtud. Tres veces fue casado: repudió las dos mujeres, y con la tercera vivió amantísimamente por las virtudes que él canta de ella en los libros de su destierro; demás de algunos hijos, tuvo dos hijas, y según algunos autores una sola, de la cual fue hecho abuelo. Sucedió, pues, que ofendiendo gravemente al emperador Augusto César (sin quererlo Ovidio ofender) fue desterrado á unas islas del Ponto Euxino, siendo de cincuenta años: las causas diremos en el argumento del In Ibin. Escribió antes de su destierro las epístolas que llamó Heroídas, que son las traducidas. Derivó la etimología de este nombre (según el glorioso San Agustín en el décimo de La Ciudad de Dios) de un hijo de la diosa Juno, la cual, en lengua griega, es dicha Hera, que es lo mismo que aeria o celeste en latín, y de aquí su hijo fue llamado Hero; y como la ciega gentilidad tuviese a Juno o Hera por suprema diosa del cielo, seguíase que estimasen a su hijo Hero por el más célebre y famoso de la tierra. De aquí a todos los hombres ilustres por sangre o por hazañas célebres llamaron heroicos, y a los versos con que los celebraban los poetas dieron el mismo nombre, el cual ha llegado á nuestros tiempos; y asimismo las mujeres ilustres se intitularon heroídas, de donde estas epístolas tienen el título por ser escritas de mujeres principales. Compuso asimismo cinco libros de obras amatorias, que reduciéndolos a tres, los dirigió a su Corina; y demás de los cinco de Arte amandi y Remedio amoris, escribió los quince de sus Transformaciones; y como antes de los limar fuese desterrado, consagrolos al fuego, siendo dignos de eternizarse; pero como hubiese dado en Roma un traslado, no permitió el cielo que quedásemos huérfanos de tan grande tesoro, en el cual resplandecen y hallamos todas las partes que en un excelente y consumado poema épico se desean; porque la imitación es única, la disposición admirable, los tropos y figuras muchas y excelentes, los metros puros, el lenguaje casto, artificioso y lleno de majestad; la encadenación de las cosas la más rara que hasta hoy se ha visto en poema. Escribió también la tragedia de Medea, donde afirman graves autores que mostró el resplandor de su ingenio. Compuso en su destierro los de Tristes; los de Ponto, el In Ibin, el Triunfo del César, y otras muchas obras, parte de las cuales gozamos, y parte (y no pequeña) ha consumido el avaro tiempo. Vivió en el destierro ocho años, cantando en ellos como el cisne que su fin barrunta, y murió siendo de poco más de cincuenta y ocho; pero su nombre y gloriosa fama vivirá en sus escritos en tanto que durare la memoria de los hombres, como él mismo lo predijo de sí en el tercero de Tristes, y Propercio en el tercero de sus Elegías, cuyos versos (para los curiosos) son estos:

OVIDIO

Singula quid referam? nihil non mortale tenemus
Pectoris exceptis ingeniique bonis.
En ego cum patria caream, vobisque demoque
Raptaque sint adimi, quae potuere mihi.
Ingenio tamen ipse meo comtiorque, favorque
Caesar in hoc iuris potuit habere nihil.
Quilibet hanc saevo vitam mihi finiat ense
Me tamen extincto fama superstes erit.

PROPERCIO

At non ingenio quaesitum nomen ab aevo

Excidit ingenio, stat sine morte decus.
DIEGO MEXÍA DE FERNANGIL, Sevilla, 1608.