CÍRCULO PRIMERO: LIMBO
PÁRVULOS INOCENTES, PATRIARCAS Y HOMBRES ILUSTRES
Un trueno despierta al poeta de su letargo. Sigue el
viaje con su guía desciende al limbo, que es el primer círculo del infierno.
Encuentra allí las almas que vivieron virtuosamente, pero que están excluidas del
paraíso por no haber recibido el agua del bautismo. Los grandes poetas
antiguos. Los espíritus magnos. Después, desciende al segundo círculo.
Rompió mi sueño un trueno estrepitoso,
que sacudió con fuerza mi cabeza,
y desperté, mi cuerpo tembloroso;
y el ojo reposado, con sorpresa,
me levanté, miré en contorno mío,
por conocer el sitio con fijeza;
y vi, que estaba en el veril sombrío,
del valle del abismo doloroso,
y ayes sin fin subían del bajío:
era oscuro, profundo y nebuloso,
que aun hundiendo de fijo la mirada,
no alcanzaba su fondo tenebroso.
Mi guía, con la faz amortajada,
dijo: «Bajemos a ese mundo ciego :
primero yo: tú, sigue mi pisada».
Yo, que su palidez vi desde luego,
respondí: «Si el bajar a ti te espanta,
¿Quién a mi pecho infundirá sosiego!»
«Es la angustia,» dijo él, «por pena tanta,
y la piedad pintada en mi semblante;
no pienses que es temor que me quebranta.
«Vamos: el trecho es largo y apremiante».
Y entramos en el círculo primero,
que ceñía el abismo colindante.
Aquí volvía el grito lastimero,
de suspiros sin fin, más no de llanto,
que en aire eterno tiembla plañidero.
Era rumor de pena, sin quebranto,
de hombres, niños, mujeres, numerosos,
que en turba iban girando, sin espanto.
«Quiero sepas, que espíritus llorosos,
son esos que tú ves», el maestro dijo,
«antes de ir a otros antros tenebrosos.
«No pecaron, ni el cielo los maldijo;
pero el bautismo, nunca recibieron,
puerta segura que tu fe predijo.
«Antes del cristianismo, ellos nacieron;
no adoraron al dios omnipotente,
y uno soy yo de los que así murieron.
«Por tal culpa aquí yacen solamente,
y el castigo, es desear sin esperanza,
piadosa remisión del inocente».
Un gran dolor al pecho se abalanza,
al hallar en el limbo tanta gente,
digna de la celeste bienandanza.
«Dime, maestro, dime ciertamente»,
pregunté, para estar más cerciorado,
de la fe que al error vence potente:
«¿Salió de esta mansión algún penado,
por méritos que el cielo le abonaba?»
Y comprendido el razonar velado,
me respondió: «Apenas aquí entraba,
cuando miré venir un prepotente,
que el signo de victoria coronaba.
«Sacó la sombra del primer viviente,
de su hijo Abel, y de Noé el del Arca,
y de Moisés, que legisló obediente;
«con la de Isaac, la de Abrahán, patriarca;
y a Jacob con Raquel, por la que hizo
tanto, y su prole; y a David monarca;
«y muchos más, a quienes dio el bautizo;
que hasta entonces, jamás alma nacida,
subió de esta región al paraíso».
Sin parar nuestra; marcha de seguida,
íbamos al través de selva espesa,
digo, selva de gente dolorida.
Casi vencida la primera empresa,
un fuego vi, que en forma de hemisferio
vencía de la sombra la oscureza.
Sin comprender de lejos el misterio,
bien pude discernir, siquiera en parte,
que era de noble gente cautiverio.
«¡Oh tú! que honras la ciencia a par del arte,
¿Quiénes tienen tal honra, y en qué nombre
de las almas la vida así se parte?»
Y respondiome: «El caso no te asombre;
la fama que publica tu planeta
se propicia en el cielo con renombre».
«¡Honremos al altísimo poeta!
Su sombra vuelve a hacernos compañía»,
Clamó una voz, y se calló discreta.
Al expirar la voz, que así decía,
vi, cuatro grandes sombras por delante,
que ni dolor mostraban ni alegría.
«¡Míralos en su gloria fulgurante!»
Dijo el maestro: «El que la espada en mano,
se adelanta a los otros arrogante,
«es Homero, el poeta soberano:
el otro Horacio: Ovidio es el tercero;
y el que les sigue, se llamó Lucano.
«Como cada uno cree merecedero,
el nombre que me dio la voz aislada,
me honran con sentimiento placentero».
Así, la bella escuela vi adunada,
del genio superior del alto canto,
águila sobre todos encumbrada.
Luego que hubieron departido un tanto,
hacia mí se volvieron placenteros,
y el maestro sonriose con encanto.
Mayor honor me hicieron lisonjeros;
y dándome un lugar en compañía,
el sexto fui, contado entre primeros.
Y así seguimos, hasta ver del día
la dulce luz, en cuento razonado,
que es bien callar, y allí muy bien venía.
Un castillo encontramos, rodeado
con siete muros de soberbia altura,
de un hermoso arroyuelo circundado.
Paso el arroyo dio cual tierra dura;
siete puertas pasamos y seguimos,
hasta pisar de un prado la verdura.
Gentes de tardos ojos allí vimos,
de grande autoridad en su semblante,
y que muy bajo hablaban, percibimos.
Montamos una altura dominante,
que campo luminoso dilataba,
y que a todos mostraba por delante;
y en el prado, que todo lo esmaltaba
los espíritus vi del genio magno,
y de sólo mirarlos, me exaltaba.
A Electra vi en un grupo soberano:
a Héctor reconocí, y al justo Enea;
y armado, César, de ojos de milano.
Y vi a Camila, y vi a Pentisilea,
a la otra parte; y vide el rey Latino
que con su hija Lavinia se
parea.
Y vide a Bruto, que expelió a Tarquino;
Lucrecia y Julia y Marcia, y a Cornelia;
y solo, aparte, estaba Saladino.
Y ante la luz, que mi mirada auxilia,
vi al maestro, que el saber derrama,
sentado, en filosófica familia:
todos le admiran, le honran, se le aclama,
de Platón y de Sócrates cercado,
y de Zenón, y otros de excelsa fama:
Demócrito, que al caso todo ha dado:
Diógenes, Anaxágoras, y Tales,
y Heráclito, de Empédocles al lado;
Dioscórides, en ciencias naturales,
el gran observador; y vide a Orfeo,
y a Tulio y Livio y Séneca, morales:
al sabio Euclides, cabe a Tolomeo;
Hipócrates, Galeno y Avicena,
y Averroes, de la ciencia corifeo.
Mas a todos nombrar fuera gran pena,
y así, debo dejar interrumpido,
este discurso, que no todo llena.
Quedó a dos nuestro grupo reducido:
por otra senda me llevó mi guía,
del aura quieta al aire estremecido,
INFERNO. CANTO QUARTO
Canto quarto, nel quale mostra del primo cerchio de
l’inferno, luogo detto Limbo, e quivi tratta de la pena de’ non battezzati e
de’ valenti uomini, li quali moriron innanzi l’avvenimento di Gesù Cristo e non
conobbero debitamente Idio; e come Iesù Cristo trasse di questo luogo molte
anime.
Ruppemi l’alto sonno ne la testa
un greve truono, sì ch’io mi riscossi
come persona ch’è per forza desta; 3
e l’occhio riposato intorno mossi,
dritto levato, e fiso riguardai
per conoscer lo loco dov’io fossi. 6
Vero è che ’n su la proda mi trovai
de la valle d’abisso dolorosa
che ’ntrono accoglie d’infiniti guai. 9
Oscura e profonda era e nebulosa
tanto che, per ficcar lo viso a fondo,
io non vi discernea alcuna cosa. 12
"Or discendiam qua giù nel cieco mondo",
cominciò il poeta tutto smorto.
"Io sarò primo, e tu sarai secondo". 15
E io, che del color mi fui accorto,
dissi: "Come verrò, se tu paventi
che suoli al mio dubbiare esser conforto?". 18
Ed elli a me: "L’angoscia de le genti
che son qua giù, nel viso mi dipigne
quella pietà che tu per tema senti. 21
Andiam, ché la via lunga ne sospigne".
Così si mise e così mi fé intrare
nel primo cerchio che l’abisso cigne. 24
Quivi, secondo che per ascoltare,
non avea pianto mai che di sospiri
che l’aura etterna facevan tremare; 27
ciò avvenia di duol sanza martìri,
ch’avean le turbe, ch’eran molte e grandi,
d’infanti e di femmine e di viri. 30
Lo buon maestro a me: "Tu non dimandi
che spiriti son questi che tu vedi?
Or vo’ che sappi, innanzi che più andi,
33
ch’ei non peccaro; e s’elli hanno
mercedi,
non basta, perché non ebber battesmo,
ch’è porta de la fede che tu credi; 36
e s’e’ furon dinanzi al cristianesmo,
non adorar debitamente a Dio:
e di questi cotai son io medesmo. 39
Per tai difetti, non per altro rio,
semo perduti, e sol di tanto offesi
che sanza speme vivemo in disio". 42
Gran duol mi prese al cor quando lo ’ntesi,
però che gente di molto valore
conobbi che ’n quel limbo eran sospesi. 45
"Dimmi, maestro mio, dimmi, segnore",
comincia’ io per volere esser certo
di quella fede che vince ogne errore: 48
"uscicci mai alcuno, o per suo merto
o per altrui, che poi fosse
beato?".
E quei che ’ntese il mio parlar coverto, 51
rispuose: "Io era nuovo in questo stato,
quando ci vidi venire un possente,
con segno di vittoria coronato. 54
Trasseci l’ombra del primo parente,
d’Abèl suo figlio e quella di Noè,
di Moïsè legista e ubidente; 57
Abraàm patrïarca e Davìd re,
Israèl con lo padre e co’ suoi nati
e con Rachele, per cui tanto fé, 60
e altri molti, e feceli beati.
E vo’ che sappi che, dinanzi ad essi,
spiriti umani non eran salvati". 63
Non lasciavam l’andar perch’ei dicessi,
ma passavam la selva tuttavia,
la selva, dico, di spiriti spessi. 66
Non era lunga ancor la nostra via
di qua dal sonno, quand’io vidi un foco
ch’emisperio di tenebre vincia. 69
Di lungi n’eravamo ancora un poco,
ma non sì ch’io non discernessi in parte
ch’orrevol gente possedea quel loco. 72
"O tu ch’onori scïenzïa e arte,
questi chi son c’ hanno cotanta onranza,
che dal modo de li altri li diparte?". 75
E quelli a me: "L’onrata nominanza
che di lor suona sù ne la tua vita,
grazïa acquista in ciel che sì li avanza". 78
Intanto voce fu per me udita:
"Onorate l’altissimo poeta;
l’ombra sua torna, ch’era dipartita". 81
Poi che la voce fu restata e queta,
vidi quattro grand’ombre a noi venire:
sembianz’avevan né trista né lieta. 84
Lo buon maestro cominciò a dire:
"Mira colui con quella spada in mano,
che vien dinanzi ai tre sì come sire: 87
quelli è Omero poeta sovrano;
l’altro è Orazio satiro che vene;
Ovidio è ’l terzo, e l’ultimo Lucano. 90
Però che ciascun meco si convene
nel nome che sonò la voce sola,
fannomi onore, e di ciò fanno bene". 93
Così vid’i’ adunar la bella scola
di quel segnor de l’altissimo canto
che sovra li altri com’aquila vola. 96
Da ch’ebber ragionato insieme alquanto,
volsersi a me con salutevol cenno,
e ’l mio maestro sorrise di tanto; 99
e più d’onore ancora assai mi fenno,
ch’e’ sì mi fecer de la loro schiera,
sì ch’io fui sesto tra cotanto senno. 102
Così andammo infino a la lumera,
parlando cose che ’l tacere è bello,
sì com’era ’l parlar colà dov’era. 105
Venimmo al piè d’un nobile castello,
sette volte cerchiato d’alte mura,
difeso intorno d’un bel fiumicello. 108
Questo passammo come terra dura;
per sette porte intrai con questi savi:
giugnemmo in prato di fresca verdura. 111
Genti v’eran con occhi tardi e gravi,
di grande autorità ne’ lor sembianti:
parlavan rado, con voci soavi. 114
Traemmoci così da l’un de’ canti,
in loco aperto, luminoso e alto,
sì che veder si potien tutti quanti. 117
Colà diritto, sovra ’l verde smalto,
mi fuor mostrati li spiriti magni,
che del vedere in me stesso m’essalto. 120
I’ vidi Eletra con molti compagni,
tra ’ quai conobbi Ettòr ed Enea,
Cesare armato con li occhi grifagni. 123
Vidi Cammilla e la Pantasilea;
da l’altra parte vidi ’l re Latino
che con Lavina sua figlia sedea. 126
Vidi quel Bruto che cacciò Tarquino,
Lucrezia, Iulia, Marzïa e Corniglia;
e solo, in parte, vidi ’l Saladino. 129
Poi ch’innalzai un poco più le ciglia,
vidi ’l maestro di color che sanno
seder tra filosofica famiglia. 132
Tutti lo miran, tutti onor li fanno:
quivi vid’ïo Socrate e Platone,
che ’nnanzi a li altri più presso li
stanno; 135
Democrito che ’l mondo a caso pone,
Dïogenès, Anassagora e Tale,
Empedoclès, Eraclito e Zenone; 138
e vidi il buono accoglitor del quale,
Dïascoride dico; e vidi Orfeo,
Tulïo e Lino e Seneca morale; 141
Euclide geomètra e Tolomeo,
Ipocràte, Avicenna e Galïeno,
Averoìs che ’l gran comento feo. 144
Io non posso ritrar di tutti a pieno,
però che sì mi caccia il lungo tema,
che molte volte al fatto il dir vien meno. 147
La sesta compagnia in due si scema:
per altra via mi mena il savio duca,
fuor de la queta, ne l’aura che trema. 150
E vegno in parte ove non è che luca.
E vegno in parte ove non è che luca.
Divina Commedia, a cura di Giorgio Petrocchi.
Casa Editrice Le Lettere. Firenze, 1994.