domingo, 3 de enero de 2021

Pedro de Ribadeneyra: Vida de Santa Genoveva de París

 

SANTA GENOVEVA, PATRONA DE PARÍS

 

La santa virgen Genoveva, defensora y patrona de la ciudad de París, cabeza del reino de Francia, nació en una aldea de allí cerca: su padre se llamó Severo, y su madre Gerónica. Desde niña resplandeció en ella la gracia del Señor, en tanto grado, que San Germán Antisiodorense, santísimo obispo y varón apostólico, yendo en compañía de San Lupo, obispo de Troya, a Inglaterra, queriendo arrancar de ella los errores y herejías, que el malvado Pelagio había sembrado; y pasando por la tierra de Genoveva, saliendo todo el pueblo a recibir, honrar y reverenciar aquellos dos santísimos obispos, que eran en su tiempo dos lumbreras de la Iglesia católica; entre los otros, que salieron, fueron los padres de Genoveva, y tras ellos iba su hija.

Viola de lejos San Germán: luego puso los ojos en ella; y alumbrado de la luz del cielo, entendió, que aquella niña era singularmente escogida de Dios, y que había de ser muy gran sierva suya. Quiso saber como se llamaba, y quienes eran sus padres; y habiéndolo sabido, les dijo que eran dichosos y bienaventurados por ser padres de tal hija, y que la criasen para Dios; y se la mandó llevar otro día a la posada, donde estaba, y con blandas y dulces palabras exhortó a la niña, a que se abrazase con Jesucristo, como con su esposo, y menospreciase todas las cosas de la tierra. Y entendiendo de ella, que este mismo era su deseo y su intento, 1e dio en señal de que la consagraba a Dios, una cruz, para que la trajese al cuello, como una preciosa joya, y diese de mano a todas las galas y atavíos de mujeres: y con esto, el santo prelado, encomendando a sus padres la niña, se partió. Sucedió después, que un día de fiesta solemne, queriendo la madre ir a la iglesia, ordenó a su hija, que se quedase en casa y reposase; mas la hija, como estaba encendida en el amor de Dios, y desease mas ir al templo, que quedarse en casa, rogó a la madre, que la llevase consigo; y como la madre no viniese en ello, y la hija la importunase con demasiada instancia: enojose la madre y diole un bofetón, y luego quedó ciega, y lo estuvo dos años, hasta que rogó a su misma hija, que le trajese un poco de agua de un pozo, y que hiciese la señal de la cruz sobre ella, y lavándose los ojos con el agua, cobró la vista: y este fue el principio de otros muchos milagros, que Nuestro Señor después obró por ella. Siendo ya de mas edad, fue con otras dos doncellas mayores que ella, para que el obispo las bendijese y consagrase al Señor; y el obispo lo hizo comenzando por Genoveva, porque tenía menos años, y por divina inspiración entendió los tesoros y gracias divinas, que en su pecho se encerraban. Murieron sus padres, y ella fue a vivir a París; porque así se lo ordenó su superiora y espiritual madre. Aquí la visitó el Señor con una enfermedad de perlesía trabajosa y tan terrible, que parecía que se le despedazaban los miembros; pero después de haberla probado y ejercitado su humildad y paciencia, le dio entera salud; y por medio de la misma enfermedad la hizo conocer a la gente, y publicó más las virtudes y santidad, con que ella resplandecía.

Vino en este tiempo a Francia Atila, rey de los hunos, que se llamó azote de Dios, y realmente lo fue, por las provincias que destruyó y arruinó, y por la mucha sangre que derramó, y por la crueldad y fiereza con que ejecutó la saña y furor del Señor. Llegó cerca de la ciudad de París; y temiendo los naturales de ella que la destruyese y asolase, como había hecho con otras muchas ciudades, determinaron, para salvar sus personas, mujeres, hijos y hacienda, desamparar la ciudad y retirarse a partes remotas y seguras. Súpolo Genoveva, y habló con algunas mujeres principales, y rogándolas que detuviesen a sus maridos, y les persuadiesen que no se arredrasen ni temiesen tanto, sino que ellos y ellas acudiesen a Dios con oraciones, limosnas y ayunos, y esperasen de su misericordia que defendería la ciudad; y que aquella bestia fiera no la destruiría, ni entraría en ella. Hízose así; y la santa virgen con su continua y fervorosa oración y lágrimas, encomendaba a su dulce esposo la defensa de su patria, y daba esperanzas a todos que no recibirían daño. Mas para que se vea cómo Dios nuestro Señor quiere que los suyos, por hacer bien, padezcan mal de los mismos a quienes hacen beneficio, permitió que algunos de los ciudadanos de París, o más medrosos, o más deseosos de salir de la ciudad y por salir del peligro, viendo que Santa Genoveva era de contrario parecer y que la gente la seguía, se determinaron a matarla y quemarla viva, o echarla en el río, o darle otra muerte cruel; y no se la dieron luego, por tratar del género de la muerte, que le habían de dar; y habiendo venido un arcediano, enviado a París del santo obispo Germán, y entendido lo que aquellos hombres desalmados trataban, y la muerte que querían dar a la bienaventurada virgen, apenas pudo con las palabras y buenas razones aplacarlos y persuadirlos que dejasen aquel cruel e inhumano intento, y que le creyesen, pues Dios moraba en ella, y en los ojos de San Germán era tan gloriosa, como podían ver por los dones, que el santo pontífice por su mano le enviaba. Fue Dios servido, que por los merecimientos de Santa Genoveva el ejército de Atila, no llegase a París, y quedase exenta y libre del furor de tan cruel y bárbaro enemigo.

La vida de este santa virgen fue admirable, y llena de todas las virtudes, de castidad, caridad, prudencia, simplicidad, paciencia y mansedumbre; pero su abstinencia, fue extremada, porque desde los quince años de su edad hasta los cincuenta, solamente comía dos días de la semana, que eran domingo y jueves; y entonces comía un poco de pan de cebada, y una escudilla de habas. Pasados los cincuenta años, por mandárselo así los obispos, comenzó a comer un poco de leche y algunos pececillos. En todo el tiempo de su vida no bebió vino, ni cerveza, ni cosa de las que suelen emborrachar. Siempre que alzaba los ojos al cielo, se enternecía y lloraba muchas lágrimas. Tuvo gran devoción a san Dionisio Areopagita, y procuró que se le edificase un solemne templo en el lugar donde estaba sepultado; y aunque ella era pobre, y hallaba grandes dificultades para obra tan grande, el Señor las allanó, y proveyó de cal, que faltaba, para el edificio, casi milagrosamente, y movió muchas personas piadosas, para que con sus limosnas ayudasen, y a muchos oficiales que trabajasen en ella; y habiéndoles faltado que beber, la santa les proveyó abundante y milagrosamente. Muchos, grandes y notorios fueron los milagros, que el Señor obró por intercesión de su dulce esposa Genoveva. Estando una noche en oración, a obscuras, se encendió de suyo una vela, que allí estaba; y después los pedazos de ella dieron salud a muchos enfermos. Otra noche, yendo con sus compañeras a la iglesia, se les apagó una luz, que llevaban; y en tomádola la santa virgen en la mano, luego tornó a arder. Hurtó una mujer unos zapatos, y luego al punto quedó ciega; y conociendo su culpa y pidiendo perdón, cobró la vista, haciendo oración por ella santa Genoveva. Sanó a una doncella, que nueve años había estado tan fatigada de perlesía, que no podía usar de ninguno de sus miembros. Trujáronla una vez, estando en París, doce endemoniados, y con sus oraciones los libró. Resucitó a un niño muerto, que había caído en un pozo, y aun no era bautizado; y a otro hombre manco le restituyó la mano. Solía la santa virgen, para estar más recogida, y darse más a la penitencia y oraciones, encerrarse en su celda desde la fiesta de los Reyes hasta el jueves santo. Hubo una mujer, que con vana curiosidad quiso acecharla, para ver lo que hacía, y luego quedó ciega; y lo estuvo hasta que la santa salió de su encerramiento, y con sus oraciones le volvió la vista, que había perdido. Rogó una vez a un señor, que perdonase a un criado suyo, que le había ofendido: hízose sordo el señor, y no quiso perdonarle; y la santa con grande confianza le dijo: Si tú no quieres oírme, y hacer lo que te ruego, mi Señor Jesucristo me oirá; y luego volviendo el señor a su casa, le dio una mortal calentura; y conociendo su culpa, se echó a los pies de Santa Genoveva, suplicándole, que le socorriese y se compadeciese de su trabajo; y ella lo hizo, y con su oración alcanzó salud al enfermo, y perdón al criado. No es desemejante a esto, lo que le aconteció al rey de Francia Childerico, el cual, aunque no era bautizado, tenía gran devoción, y respeto a la santa virgen; y una vez, habiendo mandado hacer justicia de algunos delincuentes, y temiendo, que la santa le había de pedir, que los perdonase, y que él no se lo podría negar; se salió de la ciudad, y mandó, que estuviesen cerradas las puertas, para que la santa no pudiese salir, ni irle a buscar. Súpolo Genoveva: llegó a las puertas de la ciudad, las cuales de suyo se abrieron, quedando los guardas asombrados: y siguiendo su camino, y llegando al rey, alcanzó de él la vida, de los que ya estaban condenados, y a las puertas de la muerte.

Otros muchos milagros hizo Dios, por esta sierva suya, sanando a los enfermos de muchas dolencias; echando de los cuerpos a los demonios con sus oraciones, multiplicando en un vaso vacío el aceite bendito, con que los solía echar; suspendiendo las nubes, para que no lloviesen en sus haces, estando ella segando, y lloviendo en las demás; y penetrando los corazones y las vidas de algunos que exteriormente parecían santos, e interiormente eran ruines y flacos; y otras cosas obró Dios por Santa Genoveva, raras, admirables y divinas, las cuales mas largamente se cuentan en su vida. Solo quiero añadir, que estando la ciudad de París muy afligida por falta de pan, y pereciendo los pobres de pura hambre; ella, compadeciéndose de tan grave calamidad, se determinó, sin tener respeto a su persona, de embarcarse con otra gente en el río Sena, que pasa por París, a buscar trigo para socorrer aquella necesidad. Embarcose; y navegando, halló en la ribera del mismo río un árbol grandísimo, que con sus ramas abrazaba el río, y embarazaba las naves, que no pudiesen pasar: y tratando, los que iban con la santa, como podrían cortar aquel árbol, y quitar aquel impedimento ; ella se puso en oración, y luego se arrancó el árbol, no sufriendo la fuerza de la oración de la santa virgen, y de dentro de él salieron dos serpientes de extremada grandeza, y de malísima olor. En este mismo viaje, volviendo con las naves cargadas de trigo, tuvieron una borrasca peligrosa entre unas peñas, de la cual les libró el Señor por sus oraciones, y les volvió a la ciudad de París cargados de provisión y bastimento para el sustento, y gozo de toda la ciudad.

Finalmente, habiendo esta preciosa virgen vivido mas de ochenta años con rarísimo ejemplo de santidad, y siendo al mundo peregrina, al pueblo venerable, y a Cristo gratísima, acabó el curso de su santísima vida a los 3 de enero, y fue enterrada en la ciudad de Paris con gran devoción de todo el pueblo, pompa y solemnidad, donde es reverenciada y tenida por especial patrona y amparo de toda aquella nobilísima y populosa ciudad; y el rey Clodoveo, y la reina Clotilde, su mujer, después le edificaron un suntuoso templo.

De Santa Genoveva, hacen mención los martirologios Romano, de Beda, Usuardo y Adón. Pone su vida el P. Fr. Lorenzo Surio, en su primer tomo, sacado de los libros antiguos, escritos de mano. Escriben también de Santa Genoveva, San Gregorio Turonense en el libro de la Gloria de los confesores, capitulo 91, y en su Historia de Francia, libro IV, capítulo 1; y Sigisberto en su Crónica, el año 457. Hácese mención de ella en la vida de san German, obispo Antisiodorense, la cual escribió Constancio. Floreció esta santa en tiempo del emperador Valeriano III, que comenzó a imperar el año 425, y llegó hasta el reinado de Clodoveo, que fue el primero rey de Francia que se bautizó, y comenzó a reinar el año 484, según el cardenal Baronio.

Entre las alabanzas de esta virgen, una es, y no la menor, que viviendo en su tiempo en las partes del Oriente el gran Simeón Estilita, que era un prodigio de santidad en el mundo: solía por los mercaderes y otras personas, que venían de aquellas partes a Francia, enviar a visitar a Santa Genoveva, y rogarla afectuosamente, que rogase a Dios por él: porque a la que no conocía de vista corporal, conocía en espíritu; y alumbrado con la lumbre del cielo entendía, cuan regalada era del Señor, y cuan altos eran sus merecimientos, y que por ellos podía él alcanzar mayor gracia y perfección. 

PEDRO DE RIBADENEYRA