sábado, 16 de enero de 2021

Saint-John Perse y Lysandro Galtier: Invocación

 

 

INVOCACIÓN

Y VOSOTROS, MARES...

 

I

¿Y vosotros, Mares, que leíais en más vastos sueños, nos abandonaréis una noche a los rostros de la Ciudad, entre la piedra pública y los pámpanos de bronce?

Más anchurosa, oh muchedumbre, en nuestra audiencia sobre esta vertiente de una edad sin ocaso: la Mar inmensa y verde como una alborada al Oriente de los hombres.

La Mar en fiesta sobre sus gradas como una oda de piedra: vigilia y fiesta en nuestras fronteras, murmullo y fiesta a la altura de los hombres —la Mar misma, vigilia nuestra, como una promulgación divina...

El fúnebre olor de la rosa ya no sitiará las verjas de la tumba; la hora, viva en las palmas, ya no acallará su alma de extranjera... Nuestros labios de seres vivientes, ¿acaso fueron amargos alguna vez?

Yo he visto sonreír en los fuegos de alta mar a la enorme cosa feriada: la Mar en fiesta de nuestros sueños, como una Pascua de hierba verde y como fiesta que se festeja,

Toda la Mar en fiesta en sus confines, bajo su halconera de albas nubes como un dominio franco, como bienes de manos muertas, como provincia de mala hierba que hubiese sido apostada a los dados...

¡Inunda, oh brisa, mi nacimiento! ¡Y que mi favores se vayan hacia el circo de más dilatadas pupilas!... Las azagayas del Mediodía vibran en los portales de la dicha. Los tambores de la nada ceden a los pífanos de la luz. ¡Y el Océano, desde todas partes, pisoteando su peso de rosas muertas, Sobre nuestras terrazas de calcio levanta su testa de Tetrarca!

 

II

 

“...Os haré llorar, ya es demasiada gracia entre nosotros.

“Llorar de gracia, no de pena, dice el Cantor del más bello canto;

‘Y de este puro sentir del corazón, cuya fuente ignoro,

“Como de este puro instante de mar que precede a la brisa...”

Así hablaba hombre de mar, andando con cuentos de hombre de mar.

Así alababa, alabando al amor y al deseo de mar,

Y hacia la Mar, de todas partes, ese manar, todavía, de las fuentes del placer...

 

“Esta es una historia que contaré, esta es una historia que habrá de escucharse;

“Esta es una historia que contaré como conviene que sea contada,

“Y con tal gracia será contada, que no habrá más remedio que regocijarse.

“Ciertamente, una historia que se quiera escuchar, en la despreocupación aún de la muerte,

“Y tal y tal, en su lozanía, en el corazón del hombre sin memoria,

“Que nos resulte como un nuevo favor y como brisa de estuario a la vista de las lámparas de la tierra

 

“Y de entre aquellos que la escucharán, sentados bajo el gran árbol de la pena,

“Pocos serán los que no se levanten, los que no se levanten con nosotros y no se vayan, sonrientes,

“Hacia los helechos todavía de la infancia y el desplegarse de los cayados de la muerte.”

 

III

 

Poesía para acompañar la marcha de un recitado en honor de la Mar.

Poesía para asistir al canto de una marcha en el circuito de la Mar.

Como la empresa de dar vueltas al altar y la gravitación del coro en el circuito de la estrofa.

 

Y es éste un canto de mar como jamás fue cantado y es la Mar en nosotros quien lo cantará:

La Mar que en nosotros llevamos, hasta la saciedad del soplo y la peroración del soplo.

La Mar, en nosotros llevando su ruido sedoso de alta mar y la dádiva de su gran frescura por el mundo.

 

Poesía para aplacar la fiebre de una velada en el periplo de mar.

Poesía para mejor vivir nuestra velada en la delicia de

mar.

Y éste es un sueño en mar como jamás fue soñado y es la Mar en nosotros quien lo soñara:

La Mar en nosotros, tejida hasta sus zarzales de abismo, la Mar en nosotros tejiendo sus grandes horas de luz y sus grandes pistas de tinieblas —

 

Toda licencia, todo nacimiento y todo arrepentimiento, ¡la Mar, la Mar!, a su aflujo de mar.

En la afluencia de sus burbujas y la sabiduría infusa de su leche, en la ebullición sagrada, ¡ay!, de sus vocales —¡las santas hijas!, ¡las santas hijas!—

La Mar misma toda espuma, como Sibila en flor sobre su silla de hierro...

 

IV

 

Así alabada, oh Mar, seréis ceñida con una alabanza sin ofensa.

Así invitada, seréis el huésped de quien conviene callar el mérito.

De la Mar misma no se tratará, sino de su reino en el corazón del hombre:

Así como está bien, en el requerimiento al Príncipe, interponer el marfil o el jade

Entre el rostro soberano y el elogio cortesano.

 

Yo, inclinándome en vuestro honor con una inclinación sin bajeza,

Agotaré la reverencia y el balanceo del cuerpo;

Y el humo todavía del placer ahumará la cabeza del ferviente,

Y la delicia todavía del mejor decir engendrará la gracia de la sonris...

Y seréis saludada en tal forma, oh Mar, que habrá de recordarse por mucho tiempo como una recreación del corazón.

 

V

 

...Ahora bien, hacía tanto tiempo que yo tenía ganas de escribir este poema, mezclando en mis conversaciones diarias toda esta alianza, a lo lejos, de un gran fulgor de mar —como en linde de bosque, entre las hojas de laca negra, el yacimiento súbito de azur y cielo gema: ¡escama viva, entre las redes de un gran pez cogido por las agallas!

¿Y quien me hubiera sorprendido en mi propósito secreto? protegido bajo la sonrisa y la cortesía; hablando, hablando lengua de extranjero entre los hombres de mi sangre —en el ángulo quizá de un Jardín Público, o bien junto a las verjas fileteadas de oro de alguna Cancillería; el rostro quizá de perfil y la mirada ausente y fija, entre mis frases, en tal pájaro que cantaba su endecha sobre la Capitanía del Puerto.

Porque hacía tanto tiempo que yo tenía ganas de escribir este poema, y con cierta sonrisa en mí le mantenía mi reverencia; totalmente invadido, totalmente investido y totalmente amenazado por el gran poema, como por una leche de madréporas; a su aflujo, dócil, como a la busca de la medianoche, en un henchirse muy lento de las grandes aguas del sueño, cuando las pulsaciones de alta mar tiran con suavidad sobre las guindalezas y sobre los cables.

Y cómo se nos ocurrió encauzar este poema es lo que habría que decir. Pero ¿no basta acaso con encontrar placer en él? Y bien estuvo, ¡oh dioses!, que cuidara de ello antes de que me fuese arrebatado... Ve a ver, hijo, en el recodo de la calle, cómo las muchachas de Halley, las hermosas visitantes celestes en traje de Vestales, atrapadas en la noche por el anzuelo de vidrio, están prontas a escaparse nuevamente en el recodo de la elipse.

¡Morganática es la Esposa lejana, y la alianza, clandestina!... Canto de esponsales, oh Mar, será para vos este canto: “¡Mi último canto! ¡Mi último canto!, que será canto de hombre de mar...” Y si no fuese este canto, os lo pregunto, ¿qué testimoniaría en favor de la Mar —la Mar sin estelas ni pórticos, sin Alyscamps ni Propileos; la Mar sin dignatarios de piedra en sus terrazas circulares, ni hileras de bestias albardadas de alas en el filo de los malecones?

Yo me he hecho cargo del escrito, honraré el escrito. Como en la fundación de una gran obra votiva, el que se ha ofrecido a redactar el texto y la noticia; y fue rogado por la Asamblea de los Donantes, como el único que tenía vocación para ello. Y nadie ha sabido cómo emprendió la faena: en un barrio, os dirán, de matarifes de caballos y fundidores —en tiempos de motines populares— entre los toques de queda y los tambores de una alborada militar...

Y por la mañana, ya la Mar ceremonial y nueva le sonríe por encima de las cornisas. Y he ahí que en su página se contempla la Extranjera...

Por que hacía tanto tiempo que tenía ganas de escribir este poema; tenía para ello tal vocación... Y fue tal la dulzura, una noche, de demostrarle su reverencia; y de ceder a él, y tal la impaciencia. Y fue también tal la sonrisa para formar alianza con él... “¡Mi último canto!, ¡mi último canto!... que será canto de hombre de mar...”

 

VI

 

Y la Mar vino hacia nosotros sobre las gradas de piedra del drama:

Con sus Príncipes, sus Regentes, sus Mensajeros vestidos de énfasis y de metales, sus grandes Actores de ojos reventados y sus Profetas en cadena, sus Magos pataleantes sobre sus chanclos de madera, con la boca llena de coágulos negros, y sus tributos de Vírgenes andando por las labranzas del himno.

Con sus Pastores, sus Piratas y sus Nodrizas de infantes-reyes, sus viejos Nómades en exilio y sus Princesas de elegía, sus grandes Viudas silenciosas bajo cenizas ilustres, sus grandes Usurpadores de tronos y Fundadores de colonias remotas, sus Prebendados y sus Mercaderes, sus grandes Concusionarios de provincias de estaño, y sus grandes Sabios viajeros sobre lomo de búfalos de arrozales.

Con todo su ganado de monstruos y de humanos, ¡ah!, toda su criazón de fábulas inmortales, anudando a sus avalanchas de esclavos y de ilotas sus grandes Bastardos divinos y sus grandes hijas de Garañones —una muchedumbre apresurada levantándose en el tramo de la Historia y avanzando en masa hacia la arena, en el primer temblor de la noche aromada de alga marina,

Recitado en marcha hacia el Autor y hacia la boca pintada de su máscara.

 

*

 

Así vino la Mar hacia nosotros en su gran edad y en sus grandes plegamientos hercinianos —¡toda la mar en su afrenta de mar, de un solo saque y de una sola tajada!

Y como un pueblo que viniese hacia nosotros, cuya lengua es nueva, y como una lengua que viniese hacia nosotros cuya frase es nueva, trayendo a sus tablas de bronce sus mandatos supremos,

Por grandes agitaciones de humores y grandes intumescencias del lenguaje, por grandes relieves de imágenes y vertientes de sombra luminosa, corriendo a sus esplendores masivos de muy hermoso estilo periódico, y tal en sus grandes fuegos de escamas y relámpagos, como en el seno de las jaurías heroicas,

La Mar moviente que se encamina hacia el deslizamiento de sus grandes músculos errantes, la Mar viscosa en el deslizamiento de su pleura, y todo, en su aflujo de mar, se precipitó hacia nosotros sobre sus anillos de pitón negro,

Enorme cosa en marcha hacia la noche y hacia la transgresión divina...

 

*

 

Y fue en el poniente, en los primeros estremecimientos de la noche atestada de vísceras, cuando sobre los templos recamados de oro y en los Coliseos de vieja fundición mellados de luz, el espíritu sagrado se despierta en los nidos de los alucones, entre la animación repentina de la amplia flora parietal.

Y así como corriésemos hacia la promesa de nuestros sueños, sobre una alta vertiente de tierra roja cargada de ofrendas y ganado vacuno, y así como pisásemos la tierra roja del sacrificio, ornada de pámpanos y especias, como una frente de carnero bajo franjas de oro y alamares, hemos visto ascender a lo lejos este otro rostro de nuestros sueños: la cosa santa en su estiaje, la Mar, extraña, allí, y que velaba su vigilia de Extranjera —inconciliable y singular y sin par— la Mar errante caída en la trampa de su aberración.

Levantando el asa de nuestros brazos con el apoyo de nuestro “Aaah...” hemos tenido ese grito de hombre en el límite de lo humano; hemos tenido, sobre nuestra frente, esta carga real de la ofrenda: ¡toda la Mar humeante de nuestros votos como un cuba de hiel negra, como una gran batea de entrañas y bazofias en los patios empedrados del Sacrificador!

Hemos tenido, hemos tenido... ¡Ah!, decidlo todavía, ¿no fue acaso así?... Hemos tenido —¡y tal fue el esplendor de hiel y de vinos negros!— la Mar más alta que nuestro rostro, a la altura de nuestra alma; y en su crudeza sin nombre a la altura de nuestra alma, todo su despojo vivo sobre el tambor del cielo, como en los grandes muros de arcilla abandonados,

Sobre cuatro estacas de madera, ¡tendida!, una piel de búfalo estacada en cruz.

 

*

 

¿...Y desde más alto, y desde más alto ya, no habíamos visto a sabiendas, acaso, la Mar más alta aún?

¿Rostro lavado de olvido en la borradura de los signos, piedra liberada por nosotros de su relieve y de su grano? —¿y desde más alto todavía, y desde más lejos, la Mar más alta y más lejana... inalusiva y pura de toda cifra, la tierna página luminosa contra la noche sin azogue de las cosas?...

¡Ah, qué gran árbol de luz tomaba aquí la fuente de su leche!... ¡Nosotros no hemos sido alimentados con ella! ¡Nosotros no hemos sido nombrados para ese rango! Hijas de mortales fueron nuestras efímeras compañeras, amenazadas en su carne... Sueña ¡oh! sueña en alta voz tu sueño de hombre y de inmortal!... “¡Ah!, que venga un Escriba y yo le dictaré.

¿Es posible que ningún Asiarca cargado con una orden de fiestas y de juegos haya soñado parejo sueño de espacio y de holganza? Y el hecho de que haya habido en nosotros un tal deseo de vivir a esas alturas ¿no es acaso, ¡oh dioses!, lo que nos calificaba?... ¡No os volváis a cerrar, párpados, sin que antes no hayáis aprehendido el instante de tal equidad! “¡Ah!, que venga otro Escriba y yo le dictaré...

El Cielo que vira hacia el azul gaviota nos restituye ya nuestra presencia, y sobre los golfos embestidos van nuestros millones de lámparas de ofrenda, extraviándose —como cuando el cinabrio es arrojado en la llama para exaltar la visión.

 

*

 

Porque tú volverás a nosotros ¡presencia! con el primer viento de la noche,

En tu sustancia y en tu carne y en tu peso de mar ¡oh arcilla!, en tu color de piedra de establo y de dolmen, ¡oh Mar —entre los hombres engendrados y sus comarcas de roble, tú, Mar de fuerza y de laboría, Mar con perfume de entrañas femeninas y de fósforo, con los grandes látigos restallantes de violación! ¡Mar asible en el ardor de los más bellos actos del espíritu!... (Cuando los Bárbaros están en la Corte por poco tiempo, la unión con las hijas de los siervos ¿realza acaso con un tono tan subido el tumulto de la carne?...)

“Guíame, placer, sobre los senderos de toda mar; en el estremecimiento de toda brisa donde se alerta el instante, como el pájaro vestido con su vestimenta de alas... Yo ando, ando un sendero de alas, donde la tristeza misma no es más que ala... Es preciso volver a reconquistar el bello país natal, el bello país del Rey que éste no ha vuelto a ver desde su infancia, y su defensa está en mi canto. ¡Ordena, oh pífano, la acción y esta gracia todavía de un amor que no nos ponga en las manos sino espadas de gozo!...”

¿Y vosotros, qué sois vosotros ¡oh Sabios! para reprendernos? ¡Oh Sabios! Si la fortuna de mar nutre todavía, en su estación, un gran poema fuera de razón, ¿me impediréis el acceso a él? Tierra de mi señorío, haz que entre en él, yo, que no me avergüenzo de mi gozo... “¡Ah!, que venga un Escriba y yo le dictaré...” ¿Y quién entonces nacido de hombre, permanecería sin ofensa junto a mi gozo?

—Ésos que, de nacimiento, ponen el conocimiento por encima del saber.

 

SAINT-JOHN PERSE

Del libro Amers, 1957.

Traducción de LYSANDRO Z. D. GALTIER

Revista Sur nº 268. Buenos Aires, enero-febrero de 1961

 

 

INVOCATION

ET VOUS, MERS...

 

1

 

Et vous, Mers, qui lisiez dans de plus vastes songes, nous laisserez-vous un soir aux rostres de la Ville, parmi la pierre publique et les pampres de bronze ?

Plus large, ô foule, notre audience sur ce versant d’un âge sans déclin : la Mer, immense et verte comme une aube à l’orient des hommes,

La Mer en fête sur ses marches comme une ode de pierre : vigile et fête à nos frontières, murmure et fête à hauteur d’hommes — la Mer elle-même notre veille, comme une promulgation divine...

 

L’odeur funèbre de la rose n’assiégera plus les grilles du tombeau ; l’heure vivante dans les palmes ne taira plus son âme d’étrangère... Amères, nos lèvres de vivants le furent-elles jamais ?

J’ai vu sourire aux feux du large la grande chose fériée : la Mer en fête de nos songes, comme une Pâque d’herbe verte et comme fête que l’on fête,

Toute la Mer en fête des confins, sous sa fauconnerie de nuées blanches, comme domaine de franchise et comme terre de mainmorte, comme province d’herbe folle et qui fut jouée aux dés...

 

Inonde, ô brise, ma naissance ! Et ma faveur s’en aille au cirque de plus vastes pupilles !... Les sagaies de Midi vibrent aux portes de la joie. Les tambours du néant cèdent aux fifres de lumière. Et l’Océan, de toutes parts, foulant son poids de roses mortes,

Sur nos terrasses de calcium lève sa tête de Tétrarque !

 

2

 

« ... Je vous ferai pleurer, c’est trop de grâce parmi nous.

 

« Pleurer de grâce, non de peine, dit le Chanteur du plus beau chant ;

« Et de ce pur émoi du cœur dont j’ignore la source,

« Comme de ce pur instant de mer qui précède la brise... »

 

Parlait ainsi homme de mer, tenant propos d’homme de mer.

Louait ainsi, louant l’amour et le désir de mer

Et vers la mer, de toutes parts, ce ruissellement encore des sources du plaisir...

 

 

« C’est une histoire que je dirai, c’est une histoire qu’on entendra ;

« C’est une histoire que je dirai comme il convient quelle soit dite,

« Et de telle grâce sera-t-elle dite qu’il faudra bien qu’on s’en réjouisse :

 

« Certes, une histoire qu’on veuille entendre, dans l’insouciance encore de la mort,

« Et telle et telle, en sa fraîcheur, au cœur de l’homme sans mémoire,

« Qu’elle nous soit faveur nouvelle et comme brise d’estuaire en vue des lampes de la terre.

 

« Et de ceux-là qui l’entendront, assis sous le grand arbre du chagrin,

« Il en est peu qui ne se lèvent, qui ne se lèvent avec nous et n’aillent, souriant,

« Dans les fougères encore de l’enfance et le déroulement des crosses de la mort. »

 

3

 

Poésie pour accompagner la marche d’une récitation en l’honneur de la Mer.

Poésie pour assister le chant d’une marche au pourtour de la Mer.

Comme l’entreprise du tour d’autel et la gravitation du chœur au circuit de la strophe.

 

Et c’est un chant de mer comme il n’en fut jamais chanté, et c’est la Mer en nous qui le chantera :

La Mer, en nous portée, jusqu’à la satiété du souffle et la péroraison du souffle,

La Mer, en nous, portant son bruit soyeux du large et toute sa grande fraîcheur d’aubaine par le monde.

Poésie pour apaiser la fièvre d’une veille au périple de mer. Poésie pour mieux vivre notre veille au délice de mer.

Et c’est un songe en mer comme il n’en fut jamais songé, et c’est la Mer en nous qui le songera :

La Mer, en nous tissée, jusqu’à ses ronceraies d’abîme, la Mer, en nous, tissant ses grandes heures de lumière et ses grandes pistes de ténèbres —

 

Toute licence, toute naissance et toute résipiscence, la Mer ! la Mer ! à son afflux de mer,

Dans l’affluence de ses bulles et la sagesse infuse de son lait, ah ! dans l’ébullition sacrée de ses voyelles — les saintes filles ! les saintes filles ! —

La Mer elle-même tout écume, comme Sibylle en fleurs sur sa chaise de fer...

 

4

 

Ainsi louée, serez-vous ceinte, o Mer, d’une louange sans offense.

Ainsi conviée serez-vous l’hôte dont il convient de taire le mérite.

Et de la Mer elle-même il ne sera question, mais de son règne au cœur de l’homme :

Comme il est bien, dans la requête au Prince, d’interposer l’ivoire ou bien le jade

Entre la face suzeraine et la louange courtisane.

 

Moi, m’inclinant en votre honneur d’une inclinaison sans bassesse,

J’épuiserai la révérence et le balancement du corps ;

Et la fumée encore du plaisir enfumera la tête du fervent,

Et le délice encore du mieux dire engendrera la grâce du sourire...

 

Et de salutation telle serez-vous saluée, ô Mer, qu’on s’en souvienne pour longtemps comme d’une récréation du cœur.

 

5

 

... Or il y avait un si long temps que j’avais goût de ce poème, mêlant à mes propos du jour toute cette alliance, au loin, d’un grand éclat de mer — comme en bordure de forêt, entre les feuilles de laque noire, le gisement soudain d’azur et de ciel gemme : écaille vive, entre les mailles, d’un grand poisson pris par les ouïes !

Et qui donc m’eût surpris dans mon propos secret ? gardé par le sourire et par la courtoisie ; parlant, parlant langue d’aubain parmi les hommes de mon sang — à l’angle peut-être d’un Jardin Public, ou bien aux grilles effilées d’or de quelque Chancellerie ; la face peut-être de profil et le regard au loin, entre mes phrases, à tel oiseau chantant son lai sur la Capitainerie du Port.

Car il y avait un si long temps que j’avais goût de ce poème, et ce fut tel sourire en moi de lui garder ma prévenance : tout envahi, tout investi, tout menacé du grand poème, comme d’un lait de madrépores ; à son afflux, docile, comme à la quête de minuit, dans un soulèvement très lent des grandes eaux du songe, quand les pulsations du large tirent avec douceur sur les aussières et sur les câbles.

Et comment il nous vint à l’esprit d’engager ce poème, c’est ce qu’il faudrait dire. Mais n’est-ce pas assez d’y trouver son plaisir ? Et bien fût-il, ô dieux ! que j’en prisse soin, avant qu’il ne nous fût repris... Va voir, enfant, au tournant de la rue, comme les Filles de Halley, les belles visiteuses célestes en habit de Vestales, engagées dans la nuit à l’hameçon de verre, sont promptes à se reprendre au tournant de l’ellipse.

Morganatique au loin l’Épouse, et l’alliance, clandestine !... Chant d’épousailles, ô Mer, sera pour vous le chant : « Mon dernier chant ! mon dernier chant ! et qui sera d’homme de mer... » Et si ce n’est ce chant, je vous le demande, qu’est-ce qui témoignera en faveur de la Mer — la Mer sans stèles ni portiques, sans Alyscamps ni Propylées ; la Mer sans dignitaires de pierre à ses terrasses circulaires, ni rang de bêtes bâtées d’ailes à l’aplomb des chaussées ?

Moi j’ai pris charge de l’écrit, j’honorerai l’écrit. Comme à la fondation d’une grande œuvre votive, celui qui s’est offert à rédiger le texte et la notice ; et fut prié par l’Assemblée des Donateurs, y ayant seul vocation. Et nul n’a su comment il s’est mis à l’ouvrage : dans un quartier, vous dira-t-on, d’équarrisseurs ou de fondeurs — par temps d’émeute populaire — entre les cloches du couvre-feu et les tambours d’une aube militaire...

Et au matin déjà la Mer cérémonielle et neuve lui sourit au-dessus des corniches. Et voici qu’en sa page se mire l’Étrangère... Car il y avait un si long temps qu’il avait goût de ce poème ; y ayant telle vocation... Et ce fut telle douceur un soir de lui marquer sa prévenance ; et d’y céder, telle impatience. Et le sourire aussi fut tel, de lui prêter alliance... « Mon dernier chant ! mon dernier chant !... et qui sera d’homme de mer... »

 

6

 

Et c’est la Mer qui vint à nous sur les degrés de pierre du drame :

Avec ses Princes, ses Régents, ses Messagers vêtus d’emphase et de métal, ses grands Acteurs aux yeux crevés et ses Prophètes à la chaîne, ses Magiciennes trépignant sur leurs socques de bois, la bouche pleine de caillots noirs, et ses tributs de Vierges cheminant dans les labours de l’hymne.

Avec ses Pâtres, ses Pirates et ses Nourrices d’enfants-rois, ses vieux Nomades en exil et ses Princesses d’élégie, ses grandes Veuves silencieuses sous des cendres illustres, ses grands Usurpateurs de trônes et Fondateurs de colonies lointaines, ses Prébendiers et ses Marchands, ses grands Concessionnaires des provinces d’étain, et ses grands Sages voyageurs à dos de buffles de rizières,

Avec tout son cheptel de monstres et d’humains, ah ! tout son croît de fables immortelles, nouant à ses ruées d’esclaves et d’ilotes ses grands Bâtards divins et ses grandes filles d’Étalons — une foule en hâte se levant aux travées de l’Histoire et se portant en masse vers l’arène, dans le premier frisson du soir au parfum de fucus.

Récitation en marche vers l’Auteur et vers la bouche peinte de son masque.

 

*

 

Ainsi la Mer vint-elle à nous dans son grand âge et dans ses grands plissements hercyniens — toute la mer à son affront de mer, d’un seul tenant et d’une seule tranche !

Et comme un peuple jusqu’à nous dont la langue est nouvelle, et comme une langue jusqu’à nous dont la phrase est nouvelle, menant à ses tables d’airain ses commandements suprêmes,

Par grands soulèvements d’humeur et grandes intumescences du langage, par grands reliefs d’images et versants d’ombres lumineuses, courant à ses splendeurs massives d’un très beau style périodique, et telle, en ses grands jeux d’écailles et d’éclairs, qu’au sein des meutes héroïques,

La Mer mouvante et qui chemine au glissement de ses grands muscles errants, la Mer gluante au glissement de plèvre, et toute à son afflux de mer, s’en vint à nous sur ses anneaux de python noir,

Très grande chose en marche vers le soir et vers la transgression divine...

 

*

 

Et ce fut au couchant, dans les premiers frissons du soir encombré de viscères, quand sur les temples frettés d’or et dans les Colisées de vieille fonte ébréchés de lumière, l’esprit sacré s’éveille aux nids d’effraies, parmi l’animation soudaine de l’ample flore pariétale.

Et comme nous courions à la promesse de nos songes, sur un très haut versant de terre rouge chargé d’offrandes et d’aumaille, et comme nous foulions la terre rouge du sacrifice, parée de pampres et d’épices, tel un front de bélier sous les crépines d’or et sous les ganses, nous avons vu monter au loin cette autre face de nos songes : la chose sainte à son étiage, la Mer, étrange, là, et qui veillait sa veille d’Étrangère — inconciliable, et singulière, et à jamais inappariée — la Mer errante prise au piège de son aberration.

Élevant l’anse de nos bras à l’appui de notre « Aâh... », nous avons eu ce cri de l’homme à la limite de l humain ; nous avons eu, sur notre front, cette charge royale de l’offrande : toute la Mer fumante de nos vœux comme une cuve de fiel noir, comme un grand bac d’entrailles et d’abats aux cours pavées du Sacrificateur !

Nous avons eu, nous avons eu... Ah ! dites-le encore, était-ce bien ainsi ?... Nous avons eu — et ce fut telle splendeur de fiels et de vins noirs ! — la Mer plus haut que notre face, à hauteur de notre âme ; et dans sa crudité sans nom à hauteur de notre âme, toute sa dépouille à vif sur le tambour du ciel, comme aux grands murs d’argile désertés.

Sur quatre pieux de bois, tendue ! une peau de buffle mise en croix.

 

*

 

...Et de plus haut, et de plus haut déjà, n’avions-nous vu la Mer plus haute à notre escient.

Face lavée d’oubli dans l’effacement des signes, pierre affranchie pour nous de son relief et de son grain ? — et de plus haut encore et de plus loin, la Mer plus haute et plus lointaine... inallusive et pure de tout chiffre, la tendre page lumineuse contre la nuit sans tain des choses ?...

Ah ! quel grand arbre de lumière prenait ici la source de son lait !... Nous n’avons pas été nourris de ce lait-là ! Nous n’avons pas été nommés pour ce rang-là ! Et filles de mortelles furent nos compagnes éphémères, menacées dans leur chair... Rêve, ô rêve tout haut ton rêve d’homme et d’immortel !... « Ah ! qu’un Scribe s’approche et je lui dicterai... »

Nul Asiarque chargé d’un ordre de fêtes et de jeux eût-il jamais rêvé pareille rêverie d’espace et de loisir ? Et qu’il y eût en nous un tel désir de vivre à cet accès, n’est-ce point là, ô dieux ! ce qui nous qualifiait ?... Ne vous refermez point, paupière, que vous n’ayez saisi l’instant d’une telle équité ! « Ah ! qu’un homme s’approche et je lui dicterai... »

Le Ciel qui vire au bleu de mouette nous restitue déjà notre présence, et sur les golfes assaillis vont nos millions de lampes d’offrande, s’égarant — comme quand le cinabre est jeté dans la flamme pour exalter la vision.

 

*

 

Car tu nous reviendras, présence ! au premier vent du soir,

Dans ta substance et dans ta chair et dans ton poids de mer, ô glaise ! dans ta couleur de pierre d’étable et de dolmen, ô mer ! — parmi les hommes engendrés et leurs contrées de chênes rouvres, toi Mer de force et de labour, Mer au parfum d’entrailles femelles et de phosphore, dans les grands fouets claquants du rapt ! Mer saisissable au feu des plus beaux actes de l’esprit !... (Quand les Barbares sont à la Cour pour un très bref séjour, l’union avec les filles de serfs rehausse-t-elle d’un si haut ton le tumulte du sang ?...)

« Guide-moi, plaisir, sur les chemins de toute mer ; au frémissement de toute brise où s’alerte l’instant, comme l’oiseau vêtu de son vêtement d’ailes... Je vais, je vais un chemin d’ailes, où la tristesse elle-même n’est plus qu’aile... Le beau pays natal est à reconquérir, le beau pays du Roi qu’il n’a revu depuis l’enfance, et sa défense est dans mon chant. Commande, ô fifre, l’action, et cette grâce encore d’un amour qui ne nous mette en mains que les glaives de joie !... »

Et vous, qu’êtes-vous donc, ô Sages ! pour nous réprimander, ô Sages ? Si la fortune de mer nourrit encore, en sa saison, un grand poème hors de raison, m’en refuserez-vous l’accès ? Terre de ma seigneurie, et que j’y entre, moi ! n’ayant nulle honte à mon plaisir... «Ah ! qu’un Scribe s’approche et je lui dicterai... »Et qui donc, né de l’homme, se tiendrait sans offense aux côtés de ma joie ?

— Ceux-là qui, de naissance, tiennent leur connaissance au-dessus du savoir.