lunes, 20 de febrero de 2017

William Butler Yeats y Ricardo Silva-Santisteban: Navegando hacia Bizancio

SAILING TO BYZANTIUM

I

That is no country for old men. The young
In one another's arms, birds in the trees,
—Those dying generations — at their song,
The salmon-falls, the mackerel-crowded seas,
Fish, flesh, or fowl, commend all summer long
Whatever is begotten, born, and dies.
Caught in that sensual music all neglect
Monuments of unageing intellect.

II

An aged man is but a paltry thing,
A tattered coat upon a stick, unless
Soul clap its hands and sing, and louder sing
For every tatter in its mortal dress,
Nor is there singing school but studying
Monuments of its own magnificence;
And therefore I have sailed the seas and come
To the holy city of Byzantium.

III

O sages standing in God's holy fire
As in the gold mosaic of a wall,
Come from the holy fire, perne in a gyre,
And be the singing-masters of my soul.
Consume my heart away; sick with desire
And fastened to a dying animal
It knows not what it is; and gather me
Into the artifice of eternity.

IV

Once out of nature I shall never take
My bodily form from any natural thing,
But such a form as Grecian goldsmiths make
Of hammered gold and gold enamelling
To keep a drowsy Emperor awake;
Or set upon a golden bough to sing
To lords and ladies of Byzantium
Of what is past, or passing, or to come.

NAVEGANDO HACIO BIZANCIO

I

Esta no es una tierra para viejos.
Jóvenes abrazados,
pájaros en los árboles cantando,
esas efímeras generaciones;
cascadas que remontan los salmones,
las multitudinarias haleches de los mares,
pez, carne o volátil,
alaban a lo largo del verano
todo lo que se engendra, nace y muere.
Apresados en esa sensual música,
todos se olvidan de los monumentos
del intelecto sin edad.

II

Un viejo sólo es algo despreciable,
un andrajoso abrigo sobre un palo,
a menos que cante el alma y dé palmas;
y, para cada andrajo en su vestido
mortal, cante más alto.
No existe, pues, la escuela de canto,
sólo los estudiados
monumentos de su magnificencia.
Por eso he cruzado los mares y he venido
a la ciudad sagrada de Bizancio.

III

Oh sabios frente al fuego de Dios,
como en el mosaico de oro de una pared,
venid del fuego sagrado, ave en espiral,
y sed los maestros cantores de mi alma.
Destruid mi corazón (enfermo de deseo
y sujeto a un animal agonizante
ignora ya quién es) y hundidme
en el artificio de la eternidad.

IV [1]

Cuando esté fuera de la naturaleza
no tomaré ya mi forma corpórea
de un natural objeto
sino de aquella que los orfebres griegos
hacen de oro forjado y oro de esmalte
por mantener despierto
a un Emperador soñoliento;
o en una rama dorada cantar
a los caballeros y damas de Bizancio
de lo que pasó, pasa o ha de pasar.

[1] En alguna parte he leído que en el palacio del Emperador de Bizancio había un árbol de oro y plata donde cantaban pájaros artificiales. (Nota del Autor)


Traducción de RICARDO SILVA-SANTISTEBAN.